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COTACACHI: AYER Y HOY
Municipalidad de Cotacachi Academia Nacional de Historia. 2011
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PAGINA DE CRÉDITOS. A elaborar cuando se tengan todos los datos, incluyendo los de edición, impresión etc.
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COTACACHI, AYER Y HOY
MUNICIPALIDAD DE COTACACHI ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA 2011
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ÍNDICE Desde la Alcaldía Alberto Anrango Bonilla. Presentación de la obra, de los autores y de sus impulsores. Academia Nacional de Historia.
Introducción. Juan Cordero Íñiguez. Un Sesquicentenario. Mis visitas. Mirando la ciudad. Un poema. Capítulo I. Historia intercultural de Cotacachi. Galo Ramón Valarezo. I. Introducción. II. El nombre Cotacachi. III. El territorio: límites y cambios. IV. Las grandes etapas de Cotacachi: a. Las llactas y el Señorío Étnico de los Cotacaches: 300 – 900; b. La incorporación de las llactas de Cotacache al Señorío de Otavalo: 900 – 1250; c. La gran confederación Cayambe –Otavalo – Carangue: 1250 – 1490; d. El impacto incaico: 1490 – 1532; e. La invasión colonial. Incorporación negociada en la época de la encomien da: 1532 – 1630; f. El dominio obrajero. Desarticulación indígena y levantamiento general: 1630 -1777; g. El pueblo de blancos, independencia y cantonización: 1777 – 1861; h. Economía hacendaria, comunidades e iniciativas artesanales: 1861 – 1970; i. Los procesos de revitalización étnica y construcción del cantón intercultural: 1970 hasta nuestros días. Conclusiones. Capítulo II. Cotacachi, lo sublime de su geografía. Kléver Antonio Bravo.
La Comarca. La Herencia Natural Andina. El agua: bendición y paisaje. La reserva ecológica Cotacachi-Cayapa. Sus parroquias: Apuela, Seis de Julio (Cuellaje), García Moreno, Plaza Gutiérrez, Imantag, Peñaherrera, Quiroga, Vacas Galindo, Selva Alegre. Anexo: Talabartería. Un saber socialmente productivo, por Carmen Haro López.
Capítulo III.
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Valores humanos de Cotacachi. Agustín Moreno Proaño.
Introducción. Luis Aguirre Bolaños. Alfredo Albuja Galindo. Carlos Vicente Andrade. Gertrudis Alzamora de Suárez. Rafael Carvajal. Salomón Cárdenas. Bernardino Echeverría Ruiz. Nicolás Echeverría Andrade. José Darío Echeverría Proaño. Ana Flores de la Guerra. Jorge Garcés Garcés. Jorge Granja Galindo. Alberto Haro. Juan Genaro Jaramillo. Alejandro Luna Andrade. Moisés Luna Andrade. Juan Eloy Morales. Segundo Luis Moreno Andrade. Alberto Moreno Andrade. José Luis Moreno Guerra. Dolores Pérez Pareja. Vicente Peñaherrera. Modesto A. Peñaherrera. Luis Octavio Proaño Andramuño. Ernesto Proaño Morillo. Antonio Proaño Reyes. Enrique Vacas Galindo. Excusas y Resumen.
Capítulo IV. Persistencias etnoculturales y músicos cimeros de Cotacachi. Carlos Alberto Coba.
Danza de los abagós. Danza de los yumbos y cumbas. El Inti Raymi o fiesta de San Juan. Músicos cimeros de Cotacachi. Segundo Luis Moreno. Aportes a la etnomúsica. Sistemas musicales. Instrumentos musicales precolombinos. El culto heliolátrico. Historia de la música en el Ecuador. El nacionalismo musical ecuatoriano. Crítica al himno nacional. José Reinaldo Chaves Placencia. Alberto Moreno Andrade. Creaciones musicales. Cargos desempeñados. Periodista y político. Marco Tulio Hidrobo Cevallos. Condecoraciones. Música popular ecuatoriana. Filemón Proaño Noboa. Carlos Ursecino Proaño Proaño. Composiciones. Luis Hermógenes Hidrobo Cevallos. Composiciones musicales. Carlos Armando Hidrobo Cevallos. Cargos desempeñados. Música nacional. Música infantil. Conclusión.
Capítulo V. Imágenes de mi tierra. Juan Diego Pérez.
Bibliografía general.
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Desde la AlcaldĂa Alberto Anrango Bonilla.
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Cotacachi, Ayer
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Presentación de la obra, de sus autores e impulsores.
Segundo Luis Moreno habla de una tierra siempre fecunda regada por cinco ríos. Nos dice, desde el hondón de su pecho: Cotacachi es un arca musical donde se han juntado la delicada quena a los grupos de bandas que dejan ver las cualidades de sus hijos y su sensibilidad ante una bella naturaleza. Es un ejemplo del alma ecuatoriana fraguada por la cultura hispana en el crisol de la raza india.
marginados por los poderes públicos, pero esa desilusión se convierte en un acicate para caminar con fortaleza, hasta ubicar a Cotacachi entre los cantones más destacados de todo el territorio ecuatoriano. Amor a la tierra natal Una de las señales de los cotacacheños es su adhesión total a la tierra que les ha prestado su arcilla para vivir con orgullo de pertenencia. Quien ha nacido en Cotacachi ama a su tierra, la representa con orgullo en donde se encuentra: en su propia tierra, en diversos lugares del Ecuador o en el extranjero.
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Al multiplicarse los cantones, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, hoy está entre los doscientos veintiuno que tiene el Ecuador, siendo, sin embargo uno de los que posee mayor tradición y dilatada historia, singulares logros y una privilegiada belleza, dentro de la hermosa Provincia de los Lagos. Se han publicado valiosas obras sobre su pasado y su presente, como podemos comprobar en la Bibliografía que incorporamos al del libro, sobresaliendo, la de Segundo Luis Moreno titulada Cotacachi y su comarca, compuesta de dos partes: una con trescientas octavas poéticas y otra con una castiza exposición en prosa. Es el homenaje de uno de sus más valiosos hijos que supo apreciar el valor de su tierra, vista con sus ojos de poeta y de músico, como un paraíso terrenal. Canta a la naturaleza, la historia de sus hijos, desde los más remotos, que han definido una identidad indígena, mostrando de ella sus cualidades; revisa las conquistas de incas y españoles, el proceso de una compleja integración social y de un mestizaje cultural, hasta llegar a la segunda mitad del siglo XX, época en la que aprecia la pujanza de sus habitantes y a veces también su transitorio desánimo, al sentirse
Desde antaño, sus hijos han sembrado cultura y dejado huellas valoradas indefinidamente. Uno de sus más altos representantes el padre Enrique Vacas Galindo, recuperó una amplia y valiosa documentación histórica en el Archivo General de Indias, en épocas en que aún no había la tecnología actual de la fotografía o la digitación, contratando a copistas de excelente caligrafía que transcribían con tinta y pluma los expedientes que señalaba el ilustre dominico. Otro, fue Segundo Luis Moreno, ya citado por nosotros, se especializó en música, escribió la historia de su pequeña patria y la del arte de su preferencia tanto de las épocas aborígenes e incaica como de la colonial y republicana, compuso muchas obras hoy consideradas como clásicas, entre otras un concierto dedicado a celebrar al Diez Agosto de 1809. En Cuenca, hacia 1946 organizó y dirigió el primer Conservatorio de Música, consiguiendo instrumentos musicales que le obsequiaron sus amigos quiteños. Y una creación conduce a otra, por ello también formó una Orquesta Sinfónica. Subsistió el Conservatorio pero
Estos conceptos constan en: Moreno, Segundo Luis, Cotacachi y su comarca, Editorial Don Bosco, Quito, 1966. 1
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no la orquesta que solo renació después de algunos años. Y aquí nos detenemos en hacer referencias a sus grandes personajes porque dos de sus actuales hijos, fray Agustín Moreno Proaño y Carlos Alberto Coba Andrade se referirán ampliamente a ellos, dentro de esta nueva obra, concebida para conmemorar el sesquicentenario de su cantonización oficial. Y como los conocemos como poseedores de una humildad franciscana, nos referimos de inmediato a ellos y lo hacemos con cordialidad, para con los dos y para con su tierra natal. Agustín Moreno Proaño, Nacido en Cota-
Río Intac en la zona de 6 de Jullio. Coellaje 12
cachi en 1922, ingresó a la orden franciscana apenas terminada su niñez. Estudió en nuestro país y en el extranjero, donde cursó estudios superiores de Ciencias Sociales y Políticas, habiendo trabajado en varios países de Europa y en los Estados Unidos de Norte América en instituciones muy valiosas como la Biblioteca del Congreso en Washington, el Instituto Smithsoniano, la Academia de Estudios Franciscanos y como invitado ha pronunciado conferencias en la Sociedad Geográfica de Amberes, en la Sorbona de París, en el Museo de América de Madrid y en muchas ciudades de nuestra América. En el Ecuador ha cumplido diversas dignidades dentro de su Orden y ha sido docente de diplomáticos interesados en el arte quiteño colonial, así como en la Escuela de Postgrado de Ciencias Internacionales en la Universidad Central del Ecuador, en la Facultad de Jurisprudencia de la misma Universidad, en la Pontifica Universidad Católica. Ha dirigido el Instituto de Cultura Hispánica, el Instituto de Patrimonio Cultural, la sección de Historia de la Casa de la Cultura. Se le ha convocado como consultor para eventos y acciones que tienen como base la historia, por ejemplo, para la nomenclatura de las calles de Quito o para la selección de personajes que debían ornamentar la gran Basílica del Voto Nacional. Cercano a los noventa años, tiene numerosas membrecías en instituciones nacionales y extranjeras y ha recibido, merecidamente, muchas condecoraciones, siendo la última, la denominada Honorato Vázquez, otorgada por la Universidad Central a sus más eminentes servidores. Hoy es poseedor de una cultura de suma amplitud, siendo uno de los intelectuales de mayor renombre en nuestro país, sin que por ello deje se exhibir su gran sencillez y un fino sentido del humor. Ingresó a la Academia Nacional de Historia el 25 de enero de 1979 con un estudio de la Patria y estirpe de Fray Jodoco Rique
. Le dio la bienvenida el Dr. Jorge Salvador Lara, quien le calificó como un hombre franco y pluralista, de memoria privilegiada y de asombrosa dedicación para el estudio.
valioso bajo muchos puntos de vista, especialmente por su amor y comprensión de los indígenas, su interés por su cultura y la apertura de un primer centro de educación para caciques.
Es autor de numerosos artículos y libros. Citamos algunos: La Batalla del Pichincha y su proyección histórica; Cronología de la vida de fray Jodoco Rique, fundador del convento de San Francisco de Quito; Patria y estirpe de fray Jodoco Rique; Discursos de bienvenida a la Academia Nacional de Historia, con estudios bio bibliográficos de Francisco Terán, Jorge Villalba, Ángel Nicanor Bedoya Maruri, Miguel Díaz Cueva, Gonzalo Rubio Orbe, Elías Muñoz Vicuña, Enrique Villacís Terán, Alfonso Anda Aguirre, Neptalí Zúñiga, Julio Estupiñán Tello, Hernán Rodríguez Castelo, Alicia Albornoz Bueno. Como se puede deducir, todos notables personajes de diversas latitudes, orientaciones ideológicas y preocupaciones culturales. Con el Boletín de la Academia ha colaborado permanentemente, sobresaliendo un estudio de La Real Audiencia de Quito a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX; un Homenaje a J. Roberto Páez y a Julio Tobar Donoso en el primer centenario de su natalicio.
Carlos Alberto Coba Andrade, también cotacacheño, (1937), está reconocido como uno de los más notables etnomusicólogos ecuatorianos. Se formó con los padres franciscanos en Quito, habiéndose especializado en diversos campos de la música, tanto en interpretación, como en composición, dirección de coros e investigación. Fue miembro del Instituto Otavaleño de Antropología, hoy Universidad Indígena de Otavalo, donde ha juntado la docencia con la investigación y la publicación de algunos de sus trabajos. Entre sus obras sobresalen El arte y el artista; Constantes y variantes en la etnomusicología y el folklore; Instrumentos musicales populares registrados en el Ecuador; Literatura popular afro ecuatoriana; Simbolismo y fenomenología musical; Vida y obra de don Segundo Luis Moreno.
Obra magistral publicada en un volumen de lujo es la dedicada a Caspicara, el mayor valor indígena de nuestra historia del arte ecuatoriano, que circuló hacia 1966 en edición bilingüe y con un tiraje inusitado para aquella época: 6.000 ejemplares. Agotada hace mucho tiempo, hoy hemos resuelto reeditarla, pues se trata de la mejor obra que se haya escrito sobre este indio genial, un paradigma de toda nuestra América. En esta misma línea está la obra Quito Eterno, documento básico considerado por la UNESCO para declarar a nuestra Capital como la primera urbe que encabeza la larga lista de ciudades patrimoniales de la Humanidad. Su última obra es un estudio que acopia todas sus investigaciones sobre el famoso fraile flamenco Jodoco Rique,
Entre sus composiciones musicales sobresalen las dedicadas a los lagos Cuicocha, Mojanda, San Pablo y Yaguarcocha, así como el pasillo Huida hacia lo eterno; plegaria a Jesús del Gran Poder y una Misa a tres voces iguales y órgano. Al conocer que la Academia había asumido la responsabilidad de preparar esta Nueva Historia de Cotacachi, su respuesta ante el requerimiento de un artículo suyo fue inmediata. Era el dictamen de su corazón el que dio el sí y el que le impulsó a entregar oportunamente su colaboración. ¡Así son los buenos cotacacheños! Dice de él fray Agustín Moreno: Desde su juventud manifestó una especial inclinación por las investigaciones artísticas, especialmente por las desarrolladas por nuestros compatriotas de origen afro, tema sobre el que ha escrito importantes aportes. 13
Tuvo la suerte de recibir el ejemplo del insigne español fray Agustín de Ascúnaga y en parte también del padre Manuel Mola, lo que le llevó a ser un gran organista. Los otros coautores de la obra son: Juan Cordero Íñiguez. Director de la Academia Nacional de Historia desde el 2009, cronista de Cuenca, su ciudad natal, desde el 2008 y Director de la Fundación Cultural Cordero, una institución que posee el Museo de las Culturas Aborígenes, con 15.000 piezas de todo el Ecuador; la Biblioteca G.h. Mata, con 40.000 libros y el Archivo Histórico Luis Cordero, con 15.000 documentos. A lo largo de sus setenta años se ha dedicado a la docencia de la historia del Ecuador en las Universidades de Cuenca y del Azuay, habiendo llegado al rectorado de esta última. Para obtener su doctorado por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla escribió una Historia de la Región Austral del Ecuador en tres volúmenes. Su producción bibliográfica es amplia, tanto en libros sobre historia y arte como en artículos para obras o revistas especializadas. Sus últimas publicaciones están dedicadas a conmemorar el Diez de Agosto de 1809 y a destacar los Signos de Identidad Cuencana. Galo Ramón Valarezo, oriundo de Catacocha, provincia de Loja, es un excelente investigador social, con una Maestría en Historia Andina por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), un doctorado en Historia Latinoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar y ha realizado muchos cursos de especialización. Ha ejercido la docencia en la Universidad Católica del Ecuador y es conferencista invitado frecuentemente, por su valía, a eventos nacionales e internacionales. Con regularidad se le convoca para dirigir consultorías, siendo se su preferencia las que ponen énfasis en el desarrollo municipal. Entre sus obras, algunas premiadas, están: La resistencia Andina; Indios, crisis y proyecto popular alternativo; 14
El poder y los norandinos; El regreso de los runas; La resistencia andina; la nueva historia de Loja. Ingresó a la Academia Nacional de Historia como Miembro Correspondiente con el trabajo titulado La Región Esquiva, solo el Zamora con Loja llorará, estudio centrado en los problemas de una región ubicada en un extremo de la patria. Klever Antonio Bravo. Nacido en Tixán, provincia del Chimborazo, es un joven investigador que se ha formado en Quito y en España, habiéndose doctorado en Historia de América Latina en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Mantuvo una inicial vinculación con la Fuerzas Armadas, donde llegó al grado de Mayor, pronto optó por su vocación de historiador, dedicándose de lleno a completar sus estudios y a especializarse en la historia militar del Ecuador. Tiene membrecías en la Casa de la Cultura, en la Asociación de Historiadores del Ecuador (ADHIEC) y en la Academia Nacional de Historia. Es docente universitario y entre sus principales libros publicados están Bandido´s, una biografía indiscreta del subdesarrollo ecuatoriano; Ejército ecuatoriano: historia, civismo y desarrollo; Aviación del Ejército ecuatoriano; Campaña revolucionaria del General Alfaro y la modernización del Ejército ecuatoriano; Historia de los cascos azules del Ecuador; Los siete combates del Ejército quiteño: 1809-1812. Rosa del Carmen Haro López, oriunda de Cotacachi, pertenece a una familia que ha trabajado en talabartería, desde tiempos inmemoriales. Estudió Sociología en la Universidad Central del Ecuador y Ciencias de la Educación en la Pontificia Universidad Católica, sede en Ibarra. Ha colaborado en la organización y funcionamiento del Museo de las Culturas de Cotacachi, bajo la dirección de Virginia Romero de Jaramillo y ha investigado en temas vinculados con la vida y la historia de su amado cantón:
Compilación de la Historia de Cotacachi; La fiesta de San Juan y San Pedro en Cotacachi (inédita); Litigio de tierras en Cotacachi, siglo XVIII; Mama Santa Ana y la fundación del pueblo doctrinero de Cotacachi; Piñán: Semana Santa en Cotacachi. También ha participado en la preparación de documentales sobre la historia del cantón, de algunas de sus parroquias y el último, sobre Cuicocha, desde los adentros de la Tierra. Para esta obra su importante colaboración se intitula Talabartería, un saber socialmente productivo. Juan Diego Pérez. Licenciado en Comunicaciones Visuales en American University Washington D.C., y especializado en televisión en el Instituto de Radio y TV española, en Madrid. Ha dirigido y fotografiado más de veinticinco documentales y cortometrajes, entre los que están los dedicados a Jorge Enrique Adoum y Camilo Egas, así como a Yasuní, a Quito, la ciudad imaginaria y a otros temas en los que figura la naturaleza como protagonista. Ha realizado varias exposiciones individuales bajo el título de Miradas por los caminos de un país oculto, que luego lo editó como un libro. También tuvo mucho éxito con la exposición Un viaje hacia nosotros. Es autor de tres libros donde se resalta la fotografía artística: el ya citado, Ecuador más cerca del Sol y Sapos, mariposas y orquídeas en la línea equinoccial. Quienes nos hemos responsabilizado en cumplir esta grata tarea, iniciamos nuestra contribución con un afectuoso saludo a Cotacachi desde la Academia Nacional de Historia, institución centenaria, nacida bajo la inspiración de Federico González Suárez, de ancestros cotacacheños. Aspiramos a que Cotacachi, amparada por su fecunda historia, continúe en el presente con gran vitalidad y que se proyecte con esperanza hacia días mejores para todos los conciudadanos. Nos es honroso para la Academia haber po-
dido colaborar con el proyecto municipal dirigido a celebrar dignamente el Sesquicentenario de la consolidación de su jerarquía de cabecera de un cantón que sobresale entre otros por el acopio de sus méritos, sus ejecutorias en los últimos años y por su visión de futuro. Nuestro papel se ha centrado en la preparación de la obra Cotacachi: ayer y hoy escrita por especialistas que han hecho un esfuerzo de síntesis para entregarnos textos claros, ceñidos a la verdad histórica, basados en el estudio documental y en la observación directa de su realidad. Se trata de una obra que complementa las otras y que muestra facetas nuevas de un pueblo que debe ser bien conocido en el Ecuador por sus valores históricos, humanos y culturales. Hemos trabajado bajo el convencimiento de que el conocimiento de la historia de cada circunscripción territorial, debe integrarse en una visión más amplia, cantonal o provincial, para ver mejor lo regional y lo nacional, como objetivo final. Hasta ahora no se ha realizado el proceso de una correcta integración de las historias locales dentro de la historia general, quizá porque no han existido investigaciones serias y generalizadas de cada uno de los cantones de nuestra Patria y por ello, el ejemplo de Cotacachi es digno de ser resaltado, pues está dentro de una nueva visión integradora de una auténtica historia de los ecuatorianos, vistos en toda su compleja geografía y su dilatado proceso de quizá unos quince mil años. El ejemplo de Cotacachi, con esta historia que muestra su pasado y su actualidad debe ser un estímulo para que otros cantones se empeñen en conocer mejor su historia y, a partir de ella, planificar su futuro, pues el pasado puede y debe sustentar mejor todos sus proyectos. 15
La obra que ponemos a consideración de la ciudadanía de Cotacachi y de todo el Ecuador, contiene un breve Estudio introductorio a cargo del Director de la Academia Juan Cordero Iñiguez. Un primer capítulo con una Visión intercultural de la Historia de Cotacachi a cargo del Dr. Galo Ramón Valarezo. Un segundo sobre Geografía, Memoria e Identidad, bajo la responsabilidad del Dr. Klever Bravo quien lo ha llamado poéticamente Cotacachi, lo sublime de su geografía. Este capítulo tiene dos anexos: el uno sobre Arte, Artesanías e industria de cuero, a cargo de la licenciada Carmen Haro López y otro sobre Intag y sus pueblos, en una apretada síntesis de los trabajos de Wilson Proaño Ayala. El tercer capítulo lleva por título Valores humanos de Cotacachi, de la autoría de Fray Agustín Moreno. El cuarto se intitula Persistencias etnoculturales y músicos cimeros de Cotacachi, escrito por el Dr. Carlos Alberto Coba. La obra se cierra con un recuento gráfico del paisaje natural y humano y de los quehaceres de un pueblo trabajador, con excelentes fotografías tomadas por el profesional Juan Diego Pérez. Cerramos esta presentación con la merecida referencia a quienes han concebido e impulsado la preparación de esta obra: En primerísimo lugar el Licenciado Alberto Anrango Bonilla, dinámico Alcalde del Gobierno Municipal de Cotacachi, hombre de claras ejecutorias, empeñado en trabajar por la grandeza de su pueblo, que le ha confiado democráticamente la dirección del Municipio. Completan esta breve enumeración todos y cada uno de los señores concejales: Vicealcalde, Manuel Narváez León, María Fabiola Guevara, Zamya Franco Echeverría, Pedro Sánchez Figueroa, Álvaro Lozano Cevallos, Ángel Cevallos Vallejo, Ivonne Espinosa Moreno. Particular referencia hacemos a quien fuera Reina del Cantón y hoy concejala del mismo Zamya Franco quien nos ha ayudado a coordinar, recorrer calles y pueblos y a recopilar información escrita y gráfica. 16
Debemos exaltar a Graciela Domínguez de Jara, asesora de la Municipalidad, quien fue el enlace permanente entre las dos instituciones y al Director de Cultura Wilson Proaño Ayala, responsable de la edición de varias monografías de las parroquias de Intag, bajo el título De adentro contamos nuestra historia. Resaltamos también el generoso apoyo brindado por Manuel Ruiz Gómez, proporcionándonos valiosos informes y antiguas fotografías del cantón. Cotacachi y la Academia les agradecemos de corazón. Reiteramos nuestro anhelo de exaltar, como se merece, al bello y dinámico cantón Cotacachi y aspiramos para su pueblo la llegada de mejores días, con una mayor cohesión social, basada en los principios de justicia y equidad y en el esfuerzo que pongan ciudadanos y autoridades para ello. Quito, septiembre de 2011. Academia Nacional de Historia.
NOTAS. Existen varias grafías para poner los nombres en el idioma quichua y cada investigador tiene la opción de seguir una u otra escuela lingüística, por lo tanto, una misma palabra puede presentarse con dos grafías, sin que por ello se pueda creer que hay errores ortográficos. Las citas textuales se han mantenido en su grafía original y por ello se las ha puesto entre comillas. Los nombres propios de personas o de lugares llevan la grafía que se ha utilizado en su momento, de acuerdo con los documentos consultados.
INTRODUCCIÓN
Juan Cordero Íñiguez. Un sesquicentenario. Cotacachi vive su sesquicentenario de consolidación de su fecha de ascenso a la categoría política de cantón de la República y debe celebrarse a lo grande, por conmemorarse una fecha histórica importante, la de un antiguo poblado que -ha cruzado cientos de años, con vicisitudes que entrelazan logros y dificultades, pero que hoy, en el dos mil once, muestra su pujanza y es, entre dos centenares de cantones del Ecuador, uno de los más progresistas, lleno de vitalidad, de proyectos, de esperanzas, de futuro. Hemos recibido una invitación, la de participar en la recordación de su memorable historia escribiendo un libro que lo hemos titulado Cotacachi: Ayer y Hoy y el resultado que se ha obtenido es una síntesis de su gloriosa trayectoria, útil para incentivar más el innato sentido cívico de sus habitantes, llámense pueblo o autoridades, que al par de recordar viejas glorias, quieren emprender nuevos proyectos, con el incentivo de que si ayer se pudo, hoy también se puede. A partir de sus ciento cincuenta años de vida cantonal Cotacachi quiere ser pionera en la conquista del bienestar colectivo del que habla la Constitución Política del Ecuador, consolidando su trayectoria de vivir en armonía social, lo que le ha distinguido como una ciudad de paz y de progreso. Cotacachi, en un rincón de los Andes ecuatorianos ha sido y será una colectividad que siempre ha trabajado, que ha aportado con grandes valores humanos, no solo para el progreso local o provincial, sino nacional e internacional, como se podrá constatar a lo
largo de estas páginas que se han recopilado, con el aporte de excelentes escritores, siendo uno de ellos el ilustre fray Agustín Moreno Proaño, hijo predilecto de esta bella y generosa tierra, miembro del Directorio de la Academia. Cotacachi, con sus parroquias urbanas y rurales, es un cantón dilatado que se extiende de este a oeste, por una geografía andina rodeada de imponentes nevados, embellecida con hermosas lagunas - tan delicadamente cantadas por el poeta Carlos Suárez Veintimilla -, y que se extiende hasta darse la mano con la provincia verde, la Esmeralda de los ecuatorianos, donde la naturaleza es aún más pródiga. Cotacachi y su entorno natural es el punto de partida pues el paisaje, el medio natural, si no condiciona, por lo menso influye enormemente en el comportamiento de las personas. Con tierras fértiles, quizás un poco cansadas, se ha podido obtener el pan de cada día y hasta mandar un remanente al mercado, atendiendo la demanda de otros pueblos. Su estudio está a cargo del Ph. D. Klever Bravo. En estos lares de hermosos paisajes se asentaron antiguos grupos humanos, perdidos en el tiempo, que han dejado la huella de su sangre en nuevas generaciones y, de paso, algunas señales de su cultura no tangible en toponimias, patronimias, zoonimias y fitonimias, que aún se conservan o que fueron suplantadas por nuevos pueblos que quichuizaron el área y, después de la conquista española, la castellanizaron. De su antigua cultura material aun nos quedan sus vestigios arqueológicos: objetos de uso cotidiano, adornos u objetos destinados al culto, siendo los más notables unos cóndores de oro, símbolos de su técnica y de sus altos valores. Una excelente síntesis de su historia intercultural nos ha preparado el sociólogo y especialista Galo Ramón Valarezo. 17
Pocos ecuatorianos conocen la larga lista de personalidades que han nacido en Cotacachi. Después de leer el trabajo de fray Agustín Moreno, incorporado a esta obra, la patria tomará mejor conciencia de lo que significa en la historia nacional todo el gran aporte humano y cultural surgido de las entrañas de un bello y trascendente cantón patrio. Y hay que acotar que no se ha hecho un exhaustivo aporte, por las características de una obra que cubre varios campos, pero con solo los ejemplos citados afectuosamente por el autor, creemos que todos sabremos reconocer el peso de Cotacachi en nuestra patria. No podía faltar una referencia especial a la música porque Cotacachi se distingue en la historia del Ecuador, por su cultivo y valoración, lo mismo que en el sur goza de esta particularidad la ciudad de Loja. Para recordar una parte de la historia de la música cotacacheña y a algunos de sus grandes cultores hemos recurrido a otro predilecto hijo de esta tierra, el doctor Carlos Arturo Coba Andrade y estamos convencidos que su contribución, servirá para que en el país se tome más conciencia de este singular valor de esta privilegiada tierra. También era necesario exaltar sus artesanías y por ello escogimos la que más distingue a Cotacachi, la talabartería que ha devenido en una próspera industria peletera. Hemos pedido a Carmen Haro que nos ofrezca su experimentada visión y generosamente nos ha entregado su artículo, que se lo hemos anexado al capítulo dedicado a su maravillosa geografía. Mis visitas Para coordinar la redacción de esta obra hemos llegado ya en varias oportunidades a este próspero cantón y queremos dejar nuestro testimonio de la vívida experiencia de varios viajes. Partiendo desde Quito, el recorrido es maravilloso. Si el destino es 18
Cotacachi, no hay que dejarse tentar por la exuberancia de Guayllabamba con sus apetitosas chirimoyas, sus deliciosos aguacates o el llamado de sus restaurantes para degustar sus variados locros. Hay que seguir, gozando de bellos paisajes, de avenidas marginadas a diestra y siniestra, bordeadas por hileras bien ordenadas de añejos eucaliptos…..tal vez haya que dejarse seducir por el café, el queso y los bizcochos que en Cayambe, por todas partes, nos invitan a desayunar. Pronto se debe seguir adelante, hay mucho que ver, hasta llegar al destino previsto. Sí, hay que avanzar hasta sorprendernos con ese enorme espejo quieto y cristalino del lago San Pablo. ¡Adelante!, Otavalo es demasiado atrayente para querer volver a visitarlo, pero esa tentación quedará para otro momento ¡Adelante!, ya hay letreros que nos anuncian nuestro destino final. A un costado izquierdo de la vía está la entrada. En un trayecto corto desembocamos en la avenida principal que con granes letreros dan testimonio de los
logros recientes. Uno de ellos anuncia un reconocimiento logrado en el 2002, Ciudad de Paz. ¡Al fin Cotacachi, una meta alcanzada! Mirando la ciudad Para la gran fiesta del sesquicentenario se está remodelando el parque central. Lo veremos más elegante, con mejores pisos, bancas confortables y muchas, muchas flores. Será el primer obsequio de cumpleaños. Santa Ana, patrona de la ciudad, desde su centro, preside el destino espiritual de la ciudad. Una guía, conocedora de historias y anécdotas nos cuenta que su iglesia matriz cambió de cabecera después del devastador terremoto de 1868. Hoy, con su fachada neoclásica precedida de una escalinata lapídea, mira de frente al Municipio. Se impone como el edificio mayor de la ciudad, rematado con un reloj público y la estatua de cuerpo entero del Corazón de Jesús, quien con su mano en alto está pidiendo a su Padre muchas bendiciones para este pueblo que debe vivir dentro de su mandamiento fundamental: amándose los uno a los otros, en un ambiente de armonía social entre indígenas, mestizos y blancos. Los primeros, gobernando dignamente desde hace más de una década y demostrando con obras su capacidad y empeño. Desde su casa de gobierno, de arquitectura moderna, sus autoridades laboran cotidianamente con el pensamiento fijo en el progreso material y espiritual de todos, sin distinción de clases, pero haciendo hincapié en remediar las ancestrales injusticias sufridas por los conquistados. 2
Dos soberbias esculturas inspiran los ideales de los cotacacheños: por un lado el Libertador Simón Bolívar, el mayor de todos los personajes nacidos en América; y por otro el gran jurista Modesto Peñaherrera, uno de tantos valores de este fecundo pueblo, cuya presencia nos recuerda que hay que valorar, ante todo, la justicia y el orden.
Una casa con soportal nos invita a visitarla. Representa la antigua arquitectura de Cotacachi. Ocupa uno de los solares que da a la Plaza Mayor. Es de grandes dimensiones y se eleva sobre gruesas columnas y anchas paredes de tapiales para rematar en una cubierta con aleros y tejas envejecidas. Dentro, un gran salón guarda gratos recuerdos familiares, cuidados amorosamente por los miembros de una familia de lejanos ancestros, los Ruiz Gómez, quienes conviven con un sinnúmero de objetos prehispánicos, coloniales y republicanos. Estamos realmente en un museo donde sobresale una colección de bastones, siendo el mejor y más alto el de un cacique yumbo. Más allá en una pared se ve el retrato de Federico González Suárez enmarcado junto a un solideo obsequiado por él a algún abuelo o quizá pariente, porque hay que recordar de paso, que Su Eminencia tuvo como abuela materna a una dama de Cotacachi. En la pared opuesta se ve el retrato del Viejo Luchador, don Eloy Alfaro, con su firma autógrafa. Más abajo está la foto y la maqueta del primer camión de transporte que llegó al cantón. Hay que pasar luego al gran balcón corrido, tan amplio como para reunir a varias personas en una grata tertulia y allí, no podían faltar las macetas con geranios de múltiples colores, como ocurre con muchos balcones de su centro histórico y hasta podríamos concluir que los cotacacheños la tienen como su flor preferida. Sus habitantes muestran un especial afecto por su hogar mayor. Las casas están bien alineadas y sus calles nos permiten ver que están en orden, pintadas y limpias. Hay una cualidad más que salta a la vista: aman el trabajo expresado en múltiples actividades, pero sobre todo en el arte de la peletería. Desde antaño han aprendido a
Se trata de Chelita Domínguez de Jara, asesora de la Municipalidad y promotora del desarrollo de la región. 2
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trabajar el cuero, comenzando con un buen procesamiento en las curtiembres y luego ensayando su arte en las talabarterías. Antaño su principal trabajo estaba destinado a caballos y mulas, ahora a la confección de prendas de vestir. Y es tan abundante su producción que en la mente de los ecuatorianos se ha asociado a Cotacachi con la mejor ropa de cuero. Un buen paseo por la ciudad debe sellarse con un almuerzo típico. Nuestra generosa guía nos condujo al lugar de mayor prestigio donde se pueden degustar las más sabrosas carnes coloradas, asociadas con papas, salsa de queso y lonjas de aguacate. Hay que dejar mucho que ver porque Cotacachi merece varias visitas, siendo prioritario llegar a una de las más bellas lagunas de la Provincia, la de Cuicocha, a la que el poeta Carlos Suárez Veintimilla ha dedicado bellas estrofas:
y una gran soledad, tranquila y muda.Piedra, cristal y azul- callado espejo del silencio, los astros y la altura.Como conclusión, debemos dejar constancia que, de todos los rincones de la patria, uno que merece ser visitado reiteradamente, por todo lo que ha sido y es en la actualidad, es Cotacachi. Esperamos que este libro se convierta en una cordial invitación a todos los ecuatorianos para que lo visiten y se maravillen de lo que puede hacer el esfuerzo colectivo bien dirigido por buenas autoridades.
Laguna -piedra, cristal y azul- sólo laguna, sin pinturas de prados sonrientes, sin risas importunas de pescados de plata y pescadores, sin garzas blancas y sin blanca espuma… En un azul, el cielo –lejanía y honduray la sombra serena de los muros sobre el agua profunda. Agua sin la sonrisa de las luces que bruñen de fulgores las alturas y ornan de áureos relieves caprichosos las murallas obscuras. Los islotes gemelos surgen del corazón de la laguna –tierra para las plantas que caminan en busca de quietud, de agua y de luna…Agua para pensar –cristal cerrado como en el cuenco de una mano obscura en una austera y triste lejanía 20
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CAPÍTULO I HISTORIA INTERCULTURAL DE COTACACHI
Galo Ramón Valarezo Sumario. I. Introducción. II. El nombre Cotacachi. III. El territorio: límites y cambios. IV. Las grandes etapas de Cotacachi: a. Las llactas y el Señorío Étnico de los Cotacaches: 300 – 900; b. La incorporación de las llactas de Cotacache al Señorío de Otavalo: 900 – 1250; c. La gran confederación Cayambe –Otavalo – Carangue: 1250 – 1490; d. El impacto incaico: 1490 – 1532; e. La invasión colonial. Incorporación negociada en la época de la encomien da: 1532 – 1630; f. El dominio obrajero. Desarticulación indígena y levantamiento general: 1630 -1777; g. El pueblo de blancos, independencia y cantonización: 1777 – 1861; h. Economía hacendaria, comunidades e iniciativas artesanales: 1861 – 1970; i. Los procesos de revitalización étnica y construcción del cantón intercultural: 1970 hasta nuestros días. Conclusiones. 23
INTRODUCCIÓN
En la década del 60 del siglo anterior, Alfredo Albuja Galindo y Segundo Luis Moreno, escribieron sendas monografías del cantón Cotacachi3. Como los autores de su generación4, ellos buscaron construir una historia local para insertar a Cotacachi en la historia nacional, destacaron el papel y la contribución de las personalidades en las diversas épocas históricas, marcaron las particularidades del cantón para diferenciarlo de Otavalo y los cantones vecinos, resaltaron las fechas cívicas y los símbolos locales, aportaron con algunos datos económicos sobre las haciendas, las actividades artesanales y comerciales de este espacio, e insertaron valiosas informaciones demográficas. Moreno, con una sensibilidad poco común en los autores de ese tiempo, agregó detalles etnográficos importantes de los indígenas y cantó en verso a la paz que en Cotacachi se respira; mientras Albuja Galindo ponderó los impresionantes paisajes de esta hermosa tierra.
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Estas monografías, constituyeron en su tiempo, un elemento básico de la construcción de la identidad del pueblo blanco y mestizo que controló este espacio desde el siglo XVII y que se consolidó en el siglo XIX; fue la lectura de las elites locales sobre su papel en la construcción del estado nacional desde lo local; establecieron los principales momentos cívicos de celebración que se incorporaron en los “lugares natales” que se impartieron en las escuelas y que orientaron a los calendarios cívicos anuales del pueblo; identificaron a las personalidades para bautizar a las calles, parroquias, barrios y demás espacios públicos perennizando su memoria; las monografías conjuntamente con los pasacalles y los himnos locales marcaron los elementos centrales de la identidad del pueblo; es decir, crearon los elementos ideológicos clave para legitimarse como elite local. Sin embargo, el cantón Cotacachi experimentó en las últimas cinco décadas enormes cambios: surgieron y se consolidaron nuevos actores sociales, especialmente los indígenas, las parroquias rurales de la zona subtropical colonizada por mestizos prove-
nientes de diversos ámbitos y los barrios populares urbanos que en el pasado habían sido casi ignorados, a los que no se les reconocía ningún protagonismo; la estructura agraria hacendaria concentrada en pocas manos se modificó para dar paso a actividades más dinámicas y desconcentradas que encontraron en el turismo, la agroindustria, la producción familiar agropecuaria y artesanal nuevas oportunidades; los paisajes, ecosistemas, cerros, lagunas y el patrimonio ambiental y cultural ancestral y moderno comenzaron a ser revalorizados desde nuevas perspectivas; comenzó a plantearse y construirse una nueva gestión del espacio local, con experiencias notables de participación ciudadana y comunitaria que no se habían visto en el pasado. En realidad, estas nuevas dinámicas y cambios experimentados en el cantón, se expresaron en los nuevos estudios y documentos escritos en las dos últimas décadas. La producción de nuevos materiales es inmensa, una especie de boom literario de especialistas y de interesados que desde diversas preocupaciones han examinado algunos aspectos de la intensa vida cantonal que atrajo la mirada nacional por su novedoso sistema participativo liderado por los indígenas que se implantó con singular éxito. Una mirada al material publicado nos muestra estudios sobre la construcción de los planes estratégicos, los planes de salud y manejo del ambiente, la participación y formación de una nueva ciudadanía, estudios especializados sobre el manejo del agua y de los páramos; estudios transversales sobre género y generación; análisis detallados sobre algunas comunidades indígenas, las parroquias locales y los nuevos procesos en los que estuvieron inmersos. Estos estudios, particularmente los planes estratégicos de desarrollo cantonal, volvieron su mirada sobre la monografía histórica, pero lo hicieron desde una mirada funcional, no totalizadora, desde el interés inmediato por marcar los nuevos aspectos del proceso: quedó pendiente un examen
riguroso de la historia desde los nuevos idearios de sus actores. Este ideario contemporáneo de los actores plantea un nuevo desafío para la construcción histórica: la construcción intercultural de Cotacachi.
EL NOMBRE “COTACACHI”
Generalmente, todo aquel que se interesa por la historia de un pueblo en el Ecuador, comienza por dilucidar el significado del nombre. En el caso de Cotacachi, se ha acudido a los idiomas nativos o se han realizado diversas interpretaciones, tratando de desentrañar las razones del nombre. La interpretación más antigua del nombre Cotacachi es la del Corregidor Sancho Paz Ponce de León que en 1582 lo traduce como “cerro alto a manera de torre”. Más recientemente se han añadido una serie de especulaciones adicionales: algunas de ellas señalan que Cotacachi quiere decir en lengua “cara” “el lago con las mujeres frente a” qué según sus proponentes se refiere a la forma de los islotes de la Laguna Cuicocha; otros la derivan del kichwa para indicar que significa “sal de polvo”; algunos más imaginativos, que aunque no citan de qué idioma proviene creen que significaría
Albuja Galindo, Alfredo, Estudio monográfico del Cantón Cotacachi, Talleres Gráficas Minerva, Quito, 1962. Moreno, Segundo Luis, Cotacachi y su comarca, Edit. Don Bosco, Quito, 1966. 4 Entre 1920 y 1960, se desarrolló una corriente intelectual en los pueblos, que escribió la mayoría de monografías históricas de los cantones y provincias del Ecuador que tenían atributos similares a los de Albuja y Moreno. Ver, Hernán Ibarra, “Monografías y guías comerciales como fuentes de historia social y regional”, Revista Andina, vol. 4, No. 1, julio 1986, Cusco, pp. 237-251; Ibarra, Hernán, “Acerca del localismo ecuatoriano”, Ecuador Debate, No.65, 2005, pag: 53-66 3
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“Castillo de luz”, y últimamente otros consideran que proviene del aymara y querría decir “cerro puntiagudo o sobresaliendo de un lago”. Por su parte, la población indígena actual cree que la Cotacachi es la “Warmi Razu” o Mama Cotacachi y la relaciona con otras deidades del territorio otavaleño, es decir es parte de una geografía sagrada de toda el área cultural. Como puede advertirse, hay dos problemas por dilucidar, el primero, cuál fue el nombre y el significado del sitio de acuerdo a los primeros pobladores que así lo bautizaron; y segundo, por qué razón han aparecido en el tiempo nuevas interpretaciones. Frente al primer aspecto, proponemos que, el nombre y el significado primigenio del sitio fueron adecuadamente recogidos por el Corregidor Sancho Paz Ponce de León, aunque requiere cierta interpretación del lenguaje metafórico de aquellos tiempos; y respecto a las diversas interpretaciones, proponemos que ellas reflejan los diversos imaginarios de las sociedades y de sus cambios históricos. Como parte de este cambio de imaginario, también se cambió la grafía antigua de Cotacache al Cotacachi actual. Efectivamente, entre 1580 y 1582, el Corregidor de Otavalo reunió informaciones sobre diversos aspectos de su corregimiento. Uno de los aspectos que más le llamó la atención fue los nombres de los pueblos, la mayoría de ellos puestos en lengua local, es decir, en la lengua que se hablaba antes que dominara el kicwha5. Sabemos que este lenguaje era fuertemente metafórico. Así por ejemplo, nos dijo que Otavalo quería decir “cobija de todos”, término avalado por la investigación contemporánea, porque en efecto, el sitio de residencia y la figura del cacique, simbolizaban al centro cósmico, ritual y administrativo de todos los otavalos, el cacique constituía en metáfora la cobija que abarcaba a todos6. También tradujo el nombre de otro pueblo, Tontaquí como “la tierra de los muchos humos”, que metafóricamente aludía a las 26
diversas actividades domésticas, comerciales y rituales que allí se hacían, ofreciendo una imagen de un pueblo laborioso del que brotaban cientos de humitos que subían al cielo. La credibilidad que merece este Corregidor se basa en dos elementos importantes: en aquel momento, aún estaba viva la lengua local (algunos la denominan cara), de manera que resultaba muy fácil para cualquier informante realizar traducciones correctas; y de otra, el Corregidor no tenía un interés particular por magnificar o denigrar a ninguno de los pueblos, de manera que su opinión, es la más cercana al significado original. Sin embargo, el Corregidor tenía dos limitaciones: no conocía con amplitud la cosmovisión indígena para explorar el sentido metafórico de los términos y debía poner en grafía del castellano un idioma distinto. En este caso, Sancho Paz escribió el término “Cotacache” y lo tradujo como “cerro alto a manera de torre”. La escritura de Cotacache (con e), lo aleja de cualquier traducción que lo asimile a la sal (cachi) y su significado, enfatiza la altura del cerro y su forma, que el Corregidor con su imaginario español la asemeja a una torre, dejándonos sin saber con qué la comparaban los indios. Nuestra hipótesis es que, el cerro aparece como una entidad masculina, alta y erguida, con una forma especial que se parece a una torre. Tierry Ruf que estudió varios
RHGAQ, (1582), 1992: 359-371 Caillavet, Chantal, 2000: 27-42; y 397-424 7 Los prefijos o sufijos de los nombres masculinos como Muenango (de la raiz mued o muet se relaciona con orilla), Quinchoango (de la raíz quincho se relaciona con isla o tablón), Tugumbango (de la raiz Tug se relaciona con una construcción de tierra), Yacelga (de la raiz yacel se relaciona con tola redonda), todos ellos se refieren a lo construido y erguido, que afirmaría la identidad masculina, puesto que lo relacionan con la cultura (lo construido) y la virilidad (lo erguido); en tanto en los nombres femeninos Pichaguango (de la raíz Pi o Picha relacionada con quebrada), Parinquilago (de la raíz Parin relacionada con valle), se relacionaría con lo natural (naturaleza), lo tendido y la fertilidad (femenino). 5 6
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topónimos de la zona, nos propone que lo erguido y alto se relaciona con la masculinidad7. Esta interpretación me parece coherente con el hecho de que el antropónimo del cacique principal del pueblo en el siglo XVI, era precisamente Cotacache: en 1582, en un reparto de algodón a todos los caciques del área, aparece el nombre de Don Cristóbal de Cotacache, como el principal cacique del pueblo, “apellido” que se lo encuentra en una saga de caciques que duraron hasta comienzos del siglo XIX8. Es decir, el nombre del cerro se asocia al cacique principal, que simboliza ese carácter erguido, alto y en forma de torre (aludiendo al carácter de vigía o fortaleza), papel que seguramente desempeñaba el jefe local, antes de su adscripción a Otavalo. Continuando con nuestra hipótesis, nos parece que, cuando los de Cotacache fueron incorporados al gran señorío de los Otavalos (probablemente hacia el 900 o 1000), fueron integrados como la sección baja y femenina del territorio, al punto que el cerro Cotacache se convirtió en la Mama Cotacache. Chantall Caillavet ha realizado
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una investigación en la que muestra que el gran cacique Otavalo Ango tenía su residencia en el sitio del San Roque actual (junto a la laguna de Imbacocha) donde convergían dos línea rituales, una que partía del taita Imbabura y pasaba por la tola Araque, y otra que venía desde la mama Cotacachi y pasaba por la tola Reyloma (o el Árbol del Pucará o “lechero” actual), de manera que, ese punto geográfico era en metáfora el punto de encuentro de las dos principales deidades de la zona (la masculina y femenina)9 que le daban un sentido completo al territorio. Esta conceptualización se mantiene muy viva en la actualidad. Para todos aquellos
Reparto del algodón a los cacique de Otavalo, 1582, (AGI/S, Cámara 922 A. Pieza 2da.: f.285) en Caillavet, Chantal, Los Cacicazgos prehispánicos del norte del Ecuador, asentamientos y distribución demográfica, 1979 y 2000. 9 Caillavet, Chantal, Etnias del Norte, IFEA, ABYA YALA, Casa de Velázquez, 2000 8
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Mama Cotacachi
Taita Imbabura
que hoy en día preguntan a la población indígena local por el significado de Cotacachi, todos sin pestañar la definen con la Warmi Razu (Mujer de Nieve) o Mama Cotacachi, incluso la han imaginado y hasta son capaces de dibujarla y describirla con detalle. En un reciente taller realizado en la zona10, los participantes la describieron como “Alta, delgada, piel y pelo blanco brillante como la nieve, pelo muy largo hasta los talones, y ancha de la cadera”. “Tiene el talón invertido, en la cabeza tiene dos pequeñas prominencias como lomas”, “Viste de muchas huallcas, orejeras de granos de maíz y ropa de mucho color, en la cabeza lleva una fachalina blanca, usa anaco de color verde claro, la camisa es de muchos colores, el pelo es como de choclo, no camina normal sino levita suave y liviana: en su homenaje, las mujeres de la comuna visten igual a ella”.
amarra sus patas con culebras, estos animales son ordeñadas por mujeres jóvenes bonitas muy bien vestidas que trabajan para ella”. “La Cotacachi protege y reclama a los hacendados mestizos de los robos de sus animales como el oso o el venado, a cambio les quita las vacas; en los caminos protege a las mujeres con las manos abiertas frente a los arrieros mestizos; otros relatan que le debían pedir permiso para entrar a explotar el hielo, y dejaban trago más ofrendas de comida”. Pero también tiene un claro perfil seductor: en ocasiones aparece montada a caballo; si se la mira, al pestañar desparece y se convierte en una ave, le gusta bailar con música de instrumentos ancestrales y banda, seduce a los hombres haciéndolos dormir o solicitándoles agua, ellos se despiertan en un lugar de su hacienda y hasta el trago pierde el grado de alcohol porque ella se lo bebe”. Los co-
“Tiene una hacienda llamada El Jardín, con muchas vertientes, cascadas, ríos, bosques nativos, variedad de cultivos, muchas flores junto a toda clase de animales”. “Para el ordeño de las venadas y otros animales 28
El taller fue organizado por Segundo Andrango en agosto del 2010, con la participación de 23 comuneros, especialmente yachagcuna de la zona. 10
muneros enfatizaron que la “Warmi Razu sin nieve es como una mujer desprotegida sin ropa”, aludiendo a su notoria pérdida del glaciar. Sin embargo, el aspecto central de la Warmi Razu, es la de sus amoríos con el Taita Imbabura. Sus relaciones habrían comenzado en épocas pretéritas, cuando el cerro era un joven vigoroso que seducía a la hermosa y joven Cotacachi, enamorándose mutuamente, naciendo un mutuo encantamiento de estos cerros. El Imbabura le llevaba de regalo la escasa nieve de su cúspide, que era correspondida con la escarcha de la cima de la Cotacachi, en medio de torrentosos amores en prodigiosas lagunas. Esta ternura fue recompensada con el nacimiento de su hijo Yana Urco, un pequeño cerro que nació como una piedra para seguir creciendo hasta convertirse en una gran montaña. Con el tiempo, el Imbabura se volvió viejo, con dolores de cabeza continuos, que son visibles cuando su cabeza se cubre de nubes, que lo van encaneciendo. En los días despejados contempla a su amada Cotacachi, en la que ha quedado estampada la caricia de la mano del Imbabura, visible en las nieves de su cima. Como se puede advertir, la Warmi Razu está fuertemente relacionada con la identidad femenina de las indígenas de Cotacachi (ropa, tocado, habilidades, capacidad de seducción); enfatiza el carácter cultural del cerro a diferencia del carácter inhóspito y peligroso que los españoles le dieron al páramo en el pasado (se destacan los jardines, los animales, los bosques); su carácter protector (de las eventuales violaciones de mestizos y las apropiaciones de los hacendados); evoca su carácter sobrenatural y su papel al marcar un territorio de identidad “masculino-femenino” con las deidades que unen el universo simbólico de los otavaleños y cotacacheños. Por su parte, aquella traducción del término “Cotacachi”, como “Castillo de luz”,
construida recientemente en el ideario mestizo, se deriva sin duda de la idea de “torre” de Sancho Paz Ponce de León, en tanto la idea de luz, es parte del imaginario católico mestizo que relaciona la vigilancia con el faro de luz que orientaban a las embarcaciones. La otras traducciones, desde la lengua de los “caras” o del “aymara”, nos parecen especulaciones inspiradas en la contemplación actual de la relación entre el lago Cuicocha y el Cotacachi, paisaje hermoso que nos sobrecoge a todos por su espectacular belleza, pero que no se sustenta en fundamentos sólidos, salvo que aceptemos que recién en 1490, cuando los incas llegaron trayendo entre sus filas a combatientes de habla aymara, bautizaron a este cerro, que por su importancia tenía desde muchos siglos antes nombre propio. En todo caso, el significado de Cotacachi es también un terreno de disputa de sentidos y materia de negociaciones, en una propuesta intercultural que debe escuchar a todas sus voces: para los indígenas el antiguo cerro alto como una torre se ha transformado en una entidad femenina, la Warmi Razu que es parte de las deidades del área cultural de los otavalos; para los mestizos, es un “castillo de luz”, “unas mujeres en el lago frente al cerro” o un “cerro puntiagudo o sobresaliendo de un lago”. En las dos miradas el cerro es el elemento central, por su forma es puntiagudo, como una torre o como un castillo, es una guía o un vigilante, y es un elemento de identidad femenina, sea por su relación con el lago o por su propio espíritu: en realidad son más importantes los acuerdos que las diferencias.
EL TERRITORIO: límites y cambios Las primeras llactas o aldeas surgidas entre los siglos III y VII ocuparon una parte de lo que hoy es la zona andina e Intag, sin de29
Vasija con inserciones de oro encontrada en el sector de seis de Julio - Cuellaje
finir un territorio continuo ni fronteras específicas, el territorio era abierto y fluido. Con la consolidación de los señoríos étnicos, entre los siglos VII y IX, comenzaron a aparecer las primeras fronteras en la parte andina, difusas aún, para diferenciarse de los de Tontaqui y Otavalos. El río Ambi se convirtió en una línea demarcatoria con estos señoríos serranos. Sin embargo, hacia el siglo IX, el señorío de Otavalo, gracias a la gran capacidad productiva que le permitió el manejo de camellones, logró unificar a diversos señoríos, entre ellos al de Cotacachi, creando un enorme territorio, que colindaba con los carangues en el norte, los de Lita, Quilca y Caguasquí en el occidente, llegaba hasta el Guayllabamba, Mojanda y Cusín en la frontera con los cayambis al sur, y al oriente hasta la cordillera oriental. Sin embargo, tampoco el territorio estaba demarcado con fronteras claras, debido a que entre los andinos, muchos recursos y territorios (las zonas productoras de sal, algodón, añil, coca, madera y otros productos exóticos) 30
eran generalmente compartidos con otros señoríos étnicos; en tanto, grupos de mercaderes denominados “mindalaes” transitaban por diversas vías que unían a señoríos de la costa, de los flancos de montaña, de la sierra y de la Amazonía. Este territorio, se amplió aún más, con la construcción de la Gran Confederación de CayambesOtavalos y Carangues, entre 1250 y 1490, que impusieron las fronteras y el control de los recursos a los señoríos periféricos. En este proceso, participó activamente la elite cacical de Cotacache, que se emparentó con los caciques de toda la región entre el Guayllabamba y el Chota-Mira. Con la conquista incaica, entre 1490 y 1532, el espacio de la Gran Confederación de los Cayambes, Otavalos y Carangues (llamada también simplemente Caranqui) pasó a ser parte del Tawantinsuyo. Varios proyectos de organización territorial quedaron inconclusos y en camino. Por ejemplo, Wayna Cápac buscó establecer un centro en Quito, en el que el territorio de la Confederación Caranqui era la parte Urin
de un macro territorio que se extendía entre Tulcán y Alausí. Con Atawallpa, en cambio, Carangue fue la ciudad escogida como el sitio ritual de su panaka real, sitio en el que se casó con la pivi huarmi Cuxirimay Ocllo (Betanzos, 1987). Si no habrían venido los españoles, seguramente la capital del norte del imperio habría sido Caranqui, y Cotacachi habría cobrado una enorme estelaridad. Con la invasión española, Cotacache pasó a ser parte del Corregimiento de Otavalo11, que incluía a los territorios de los Otavalos, Carangues, Cayambes y Pastos. Esta organización territorial se creó sobre la base de los repartimientos indios, más que sobre territorios físicos. De otra parte, hacia Esmeraldas, las fronteras eran indefinidas debido a que, no habían logrado integrar firmemente a los pueblos de foresta tropical (Litas, Quilcas, “Cayapas”, entre otros), como tampoco al “reino mulato” creado en Esmeraldas por negros que escaparon de su esclavitud. Entre 1564 y 1573 se crearon una serie de reducciones (pueblos de indios) en el territorio. Varias fuentes señalan que en 1573 se creó la reducción de indios de Santa Marta de Cotacache, pueblo en el que se agruparon llajtas de Cotacache, Gualzaquí, Imantag y Muenala, al tiempo que también se creó la reducción de Intag, en la que agruparon a los de Tulla y de Intag. Aunque las fuentes establecen una diferencia entre Cotacache e Intag como dos pueblos distintos, dándole dos funciones distintas (a Intag como proveedor de algodón y a Cotacache como elaborador de tejidos), en las doctrinas organizadas por la iglesia, Intag era considerada como parte de Cotacache. La doctrina de Cotacache aparece claramente establecida en la Relación de Doctrinas del Licenciado Esteban Marañón de 1598, a cargo del fray Antonio Martínez (AGI/5Q/Leg.9). La doctrina fue el antecedente de la parroquia eclesial y de la parroquia administrativa, con lo cual se
definió un territorio continuo con fronteras cada vez más específicas. Con la creación de la ciudad de Ibarra en 1606, el Corregimiento de Otavalo se redujo a los territorios de los Otavalos y Cayambes, estableciendo fuertes diferencias étnicas: Ibarra la “ciudad blanca” (de los blancos) y Otavalo (la zona de los indios), rompiendo de esta manera esa antigua relación. A pesar de ello, las demarcaciones territoriales de los corregimientos de Otavalo e Ibarra hacia el occidente continuaban siendo ambiguas. Por ejemplo, en 1611, el Corregidor de Otavalo Pablo Durango Delgadillo intentaba abrir desde Otavalo un camino a Esmeraldas, a pesar de que este territorio, estaba asignado a Ibarra. Luego de 1620, con la desarticulación de los cacicazgos indígenas, la mayor parte de la población indígena fue vinculada a las haciendas, obrajes y estancias en los diversos pueblos de la región, con lo cual comenzó a disminuir la adscripción de los indios a determinado cacique o repartimiento, iniciándose una identificación por parroquias administrativas, que maduró y se consolidó progresivamente. En la Numeración de 1645, por ejemplo, se nota la dualidad entre la pertenencia formal de los indios a un cacique (una llajta de origen), con su residencia real en una unidad productiva de españoles. Esta dualidad se mantendrá hasta el siglo XVIII, época en la que los pueblos de reducción van quedando vacíos de indios, para convertirse en poblados habitados por españoles (la mayoría pobres y dependientes de las haciendas), por mestizos, unos cuantos indios libres y algunos terratenientes medianos.
Según Juan de Dios Navas, el Corregimiento pudo haberse constituido en 1541. Sin embargo, los españoles no tenían en ese momento una clara noción del territorio. En realidad, el 29 de abril de 1557, el Virrey Cañete creó la Provincia de Otavalo y en 1558 a Francisco de Araujo como el primer Corregidor (Villegas Domínguez, 1988: 72) 11
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Serán estos pueblos blancos y mestizos, los que construirán la parroquia, creando un pequeño sistema de dominación local, del cual más tarde, surgirá el cantón. En este imaginario, los indios prácticamente no contaban y su grafía cambió a Cotacachi, tal como hoy se escribe. La importancia de la parroquia de Cotacachi creció en las postrimerías del siglo XVIII y comienzos del XIX, a punto que, en los tiempos de la “Revolución de Quito”, cuando se organizaron los cabildos constitucionales, Cotacachi era la principal parroquia de Otavalo. Más aún, varios cotacacheños participaron activamente en los combates revolucionarios contra las tropas realistas. Por esta razón, cuando se dictó la nueva Ley de División territorial el 25 de junio de 1824 tras la independencia, en los tiempos de la Gran Colombia, se creó el cantón Cotacachi, como uno de los cuatro cantones de la provincia de Imbabura. Sin embargo, los blancos y mestizos del pueblo, no estaban listos aún para ejercer tal denominación. Debieron pasar varios años para que el poder local reclame y ejerza su estatuto de cantón. Con la creación del cantón Cotacachi y su cabildo el 6 de julio de 1861, se definió el territorio actual. En ese año, Cotacachi tenía cuatro zonas bastante definidas: una zona urbana habitada por blancos y mestizos; una periferia rural de comunidades indígenas que habían logrado conservar sus territorios comunitarios, excluidos del poder local; una zona de haciendas grandes y medianas; y una extensa región subtropical casi inexplorada, que comenzó a atraer a una población mestiza pobre que buscaba en la colonización una oportunidad, que dieron origen a las nuevas parroquias rurales. Estas tendencias se consolidaron en los siglos XIX y XX, sin que se hayan producido rupturas significativas en los procesos de reforma agraria y modernización agrí32
cola, que fueron más bien graduales. Para finales del S. XX, los actores locales percibían al cantón dividido en tres grandes zonas: (i) la “zona andina” entre los 2.500 a 5.000 m.s.n.m., integrada por las parroquias rurales de Quiroga e Imantag, y por la periferia de la zona urbana, agrupada en 43 comunidades que constituyen alrededor de 2.500 pequeños propietarios que tienen estrategias que combinan diversas actividades: la producción agropecuaria de subsistencia y una variada artesanía. En esta zona, también se incorporan las haciendas de Imantag; (ii) la zona urbana integrada por las parroquias San Francisco y El Sagrario, entre los 2.500 a 2.600 m.s.n.m., cuya economía se organiza alrededor de la artesanía del cuero, los servicios públicos y el turismo, rodeada por pequeñas propiedades y haciendas agroindustriales que producen flores, hortalizas y frutas para exportación; y (iii) la zona subtropical hacia el occidente, entre los 200 y 1.800 m.s.n.m. donde viven los pequeños y medianos productores rurales en las parroquias de Vacas Galindo (El Churo), Plaza Gutiérrez (Calvario), Peñaherrera, García Moreno (Llurimagua), Apuela y Cuellaje12, que como se observa, rebautizaron con nuevos nombres a esos pueblos. En los modernos idearios, Cotacachi es considerada por sus habitantes como “la capital musical de Imbabura”, un pueblo “industrioso y trabajador” para otros, “un pueblo donde se respira paz” para quienes la añoran, un pueblo ecológico por la enorme reserva Cotacachi-Cayapas que abarca una extensión de 204.000 hectáreas, rico en biodiversidad y clima primaveral (entre 15 a 20 grados centígrados) y un pueblo emblemático y ejemplar donde han surgido
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Los nuevos nombres que hoy tienen varias de las parroquias rurales, también muestra los cambios en los idearios, percepciones e identidades de las colectividades que hoy las habitan.
propuestas nuevas de gestión participativas e interculturales. Como se puede apreciar, el territorio de Cotacachi no ha sido estático en el tiempo, es un territorio dinámico que ha ido definiendo sus límites y se ha ido configurando históricamente como un paisaje cultural que revela las formas de manejo del pasado, pero al mismo tiempo, los cambios que produjeron los nuevos modelos económicos y las nuevas formas de gestión de ese espacio, es decir, es un territorio que debe ser leído en cada momento histórico a la luz de las preocupaciones de cada época.
LAS GRANDES ETAPAS HISTÓRICAS DE COTACACHI
produjo a partir de los años 700 a.C. Los arqueólogos han denominado a esta nueva fase como el “período de Desarrollo Regional” (entre 700 a.C. y 300 d.C.), localizando de manera específica diversos asentamientos que en su conjunto han sido denominados “la secuencia cultural La Chimba” en honor a un sitio ubicado cerca de la actual ciudad de Cayambe, en donde se ha localizado una aldea representativa de este período. Los arqueólogos han localizado sitios pertenecientes de esta fase La Chimba, en Los Soles, San Antonio de Ibarra, Tababuela y Socapamba (Rodríguez, 2005), es decir, en diversos lugares de la región entre Guayllabamba y El Chota-Mira. Algunos arqueólogos sugieren que la secuencia cultural La Chimba se fundió, o al menos fue muy parecida, con la denominada fase
La arqueología aún no nos ha informado sobre la localización y la fecha aproximada de los primeros asentamientos en el actual territorio del cantón Cotacachi. Sin embargo, se han analizado sitios cercanos y de la región norte (entre Quito y Pasto), que nos permiten construir una mirada general de ese momento histórico. La presencia de seres humanos en la región norteña del Ecuador actual data de unos cinco a siete mil años a.C. Del período “Formativo”, se ha encontrado rastros de esas sociedades pretéritas en Peguche, Cayambe, Quitoloma, Tabacundo, Chiltazón, Tulcán, Tuquer, El Campanario, Chitán. En realidad, el trabajo arqueológico es aún muy incipiente, de manera que extensas áreas no han sido investigadas. No sería nada extraño, que algún rato nos informen que en el territorio del actual Cotacachi también existieron este tipo de sociedades. Sin embargo, la formación de sociedades agrarias sedentarias en la sierra norte, se
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Cotocollao situada en el valle de Quito, después de las erupciones del Pululagua en el 500 a.C. (Villalba y Alvarado, 1998:9091; Berenguer y Echeverría, 1995: 239), de manera que, el área comprendida entre Quito y el río Chota-Mira, habría sido el territorio amplio de esta secuencia cultural. Carlos Rodríguez sugiere que, por el tipo de decoraciones cerámicas, es posible reconocer tres períodos: El Período Temprano, entre el 700 a.C. y el 400 a.C. caracterizado por la presencia de una sociedad tribal igualitaria que usaba en sus decoraciones el punteado en los cuencos. Elaboraron “cántaros globulares de boca estrecha, botellones globulares con cuello alargado y un asa de cinta, empleados para transportar, almacenar y servir líquidos. Para servir los alimentos se utilizaron principalmente cuencos carenados y ollas-cuenco de silueta compuesta”. En sus decoraciones usaron pintura positiva roja, un puntuado horizontal debajo del borde y la parte superior de los cuencos y pintura negativa. También elaboraron “figurillas humanas y tiestos cilíndricos perforados en el centro, utilizados como volantes de huso, en actividades textiles” (Rodríguez, 2005). El Período Medio, entre los 400 a.C. y 0 a.C. en el que se decoraba las vasijas con líneas diagonales y la población estaba organizada en aldeas distribuidas en diversos nichos ecológicos. Fabricaron “ollas subglobulares de boca ancha; cántaros globulares y semicilíndricos, con cuellos alargados; cuencos de silueta simple y compuesta, con cuerpos semiglobulares o semicilíndricos, los cuales pueden presentar base redondeada, plana o de pedestal. Aparecen también las botellas silbato, las alcarrazas de silueta simple, globular y de cuerpo compuesto, y los canasteros, en cuya decoración antropomorfa pueden ya evidenciarse ciertos elementos de diferenciación social” (Ibid: 2005). El decorado 34
de las piezas se realizaba con líneas paralelas, verticales y achurado cruzado; se elaboraban botones aplicados, el punteado, el brochado y la pintura positiva roja cubriendo zonal o totalmente el cuerpo externo e interno de las vasijas, como de los cántaros y cuencos, y también la pintura negativa. El Período Tardío, entre el 0 a.C. y el 250 d.C. en que se decoraba los cuencos con incisiones escobilladas, “cántaros subglobulares de boca estrecha y base anular, los de silueta compuesta y los cuencos simples con base esférica o trípode” decorados con incisiones escobilladas, con pintura roja positiva y pintura negativa. También se confeccionaron objetos de hueso (espátu-
Piezas de Oro encontradas en Pucará.
las de cuerno de venado, figurinas humanas con los brazos cruzados, punzones, perforadores, anillos de concha de perla, cuentas de collar circulares y con forma de «barrilete» y «cucharas». Se elaboraron objetos de piedra: hachas en forma de T de basaltos grises y negros de grano fino, instrumentos en obsidiana, los metates y las manos de moler de basalto y apareció, de manera aún incipiente la orfebrería: orejeras y elementos de tumbaga (Rodríguez, 2005). Las sociedades de la secuencia cultural La Chimba, según los exámenes arqueológicos, producían y se alimentaban principalmente del maíz y en menor medida de papa, oca, quinua y fréjol. Combinaban la agricultura con la caza de animales (especialmente venados y los conejos, y secundariamente las perdices, patos, tórtolas, raposas, armadillos, entre otros), la recolección de productos (caracoles) y la pesca en los ríos y en los humedales. Al mismo tiempo, realizaban algunos intercambios a distancia, específicamente con el grupo Cosanga del oriente para obtener obsidiana y con el grupo Chorrera en la costa para acceder a conchas. Al final del período se produjo cierta diferenciación social, que es perceptible en los patrones funerarios: había surgido una elite de chamanes que controlaba los rituales para propiciar las cosechas en estas sociedades agrarias. Tampoco esta fase ha sido investigada en Cotacachi, pero al haberse encontrado aldeas de este período en sitios tan cercanos como La Chimba, Malchinguí o San Antonio de Ibarra, es seguro que en este cantón existieron asentamientos de esta fase, pero ella es una tarea aún pendiente. A partir de los años 300 hay clara evidencia de asentamientos permanentes en todos los sitios de la Sierra norte, razón por la cual, marcamos en esta fecha el inicio de la historia actualmente conocida de Cotacachi. La primera fase, es la creación de llajtas y señoríos autónomos entre los 300 y 900
d.C., algunos de los cuales fueron los de Cotacache; la segunda fase, fue la consolidación del gran señorío de los Otavalos que incluyó a los Cotacaches, entre 900 y 1250 d.C.; y tercera, la construcción de la gran Confederación Otavalo-CarangueCayambe, de la que también participaron los de Cotacache. Las tres etapas tienen su particularidad por haber sido protagonizadas por los habitantes norandinos. Hacia 1490 se produjo la conquista incaica en este territorio, inaugurando un período breve que se extendió hasta 1532, dejando algunas improntas profundas en el territorio. Con la llegada de los invasores españoles, que se asentaron a partir de 1534, la historia cambió bruscamente para los pueblos locales. Desde esa fecha hasta el presente, para esta relación histórica sintética, consideramos seis períodos: la incorporación negociada en la época de la encomienda, entre 1534-1630; la articulación a los obrajes hasta el gran levantamiento, entre 1630-1777; el surgimiento del pueblo de blancos y de su sistema de dominación local, hasta su cantonización, entre 1777 y 1861; la economía hacendaria, las comunidades y las iniciativas artesanales, desde 1861 a 1970; los procesos de revitalización étnica y la construcción del cantón intercultural, desde 1970 hasta nuestros días. Las llajtas y el Señorío Étnico de los Cotacaches: 300-900 Según los arqueólogos, no existe una continuidad entre los pueblos de la secuencia cultural “La Chimba” y aquellos que aparecieron a partir de los años 300 d.C. en la región. Los nuevos pueblos allí asentados13,
Los arqueólogos han denominado con diversos nombres a los complejos cerámicos investigados: fase Capulí (en toda la región), Cultura Chaupicruz (en Pichincha) conformada por las fases La Florida, Chilibulo y Chillogallo; y en Imbabura la denominada fase Urcuquí. 13
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pudieron provenir de nuevas migraciones de la costa e incluso de la Amazonía; es decir, a partir de estos años, se produjo uno de los primeros y más importantes momentos de encuentro de culturas, de cuya síntesis se derivó el período denominado “de Integración”, en el que se estructuraron “llajtas” o aldeas agrarias consolidadas, más tarde los señoríos étnicos, hasta culminar en potentes confederaciones. Entre los años 300 y 700 se configuraron un conjunto de llajtas o comunidades en la región norte. Se trataba de aldeas agrícolas sedentarias, dirigidas por un señor étnico que hacía las veces de organizador y redistribuidor de la producción, unidas por fuertes lazos de parentesco y todavía igualitarias, que combinaban la producción agrícola con la caza y recolección de productos. Entre los años 700 y 900, los redistribuidores de mayor éxito, tuvieron la capacidad de movilizar grandes cantidades de personas para construir las primeras tolas (Oberem, 1981; Gondard, 1981, Athens, 1980) y sepulturas, como espacios rituales y administrativos que se convirtieron en el centro referencial de una llajta. Cada llajta tenía tres elementos centrales que la distinguía: (i) la presencia de tolas, las sepulturas y la casa del señor principal; (ii) la disposición de las casitas y parcelas agrícolas dispersas en el territorio, en diversos pisos ecológicos para lograr la producción diversificada básica; y (iii) un sistema de caminos internos y externos que la unía con el resto del territorio, por esta razón, la presencia de tolas, es una indicación bastante clara de la existencia de una llajta. Como sabemos, las tolas son montículos artificiales de tierra, similares a las edificadas por las culturas costeñas Valdivia y Manteña, cuyos nombres se popularizaron en la colonia temprana. En realidad, en la zona, no se llamaban tolas, sino “yachil”, término que estaba acompañado de sufijos 36
o prefijos para señalar su forma, importancia y función. Por su forma, hay “yachil” redondos, cuadrangulares y rectangulares; por su complejidad, hay yachil sin rampa y yachil con rampa. Por su uso y función, había “yachil” destinados a vigilar las bocatomas de las acequias de riego, otras para vigilar las zonas de caza, otras fueron centros ritual-ceremoniales, algunas eran el sitio donde se levantaba la casa del principal y otras estuvieron relacionadas con las sepulturas de los ancestros en cada una de las llajtacuna, de hecho, el centro de varias parcialidades es aquel donde se ubicaban las “tolas y sepulturas” (Ramón, 1987). La palabra “yachil” tiene una relación específica con “Tola redonda”, de acuerdo a un testamento de la zona en donde se especifica que tiene un “yacel redondo” (Ibid); mientras que los sufijos tog, ulrro identificados por Caillavet (1983: 11) podrían evocar a las otras formas, dimensiones y funciones. A través de las fuentes documentales tardías, hemos localizado varias tolas relacionadas con llajtas en Cotacache: “el pueblo viejo de Gualzaquí llamadas Puesquincho pilcayasel… con unas tolas entierros antiguos de los indios de Gualzaquí” (IOA, EP/P.2da Notaría (1628-1762), C.4:f:470r); don Antonio Gualzambango Cotacache, cacique declara tener “una caballería de tierras llamadas Çicanyasel, que está por bajo del pueblo, una tola y Ufiatquí y Nistinga y Pisangacho, y por abajo Ysibuela Pirrusagacho, las cuales tengo juntamente con los indios de mi parcialidad” (IOA, EP/P.2da Notaría 1612-1646); otro cacique don Fabián Olmos Pangabuela en 1604 dice que tiene en “el pueblo de Cotacache llamada una tola Rafayasel…heredadas de mi abuelo Don Martin Villa Santi Olmos Pangabuela linde con tierras de Sebastián Cabascango panadero en la esquina de una tola grande que se llama Cuabongoyasel” (f.12r); “Mas abajo una tola grande se llama Cotupulrro…hasta una piedra grande que se llama Tumbatuc más allá una tola
que se llama Gualzamba yazel” (f.14v). Juan Matango casado con Catalina Cugilago tiene tierras en Cuycocha denominadas “Guagalayasel asapa”. Las fuentes muestran unos cinco sitios con tolas, que podrían corresponder a antiguas llajtas, cuya confirmación amerita un detenido trabajo arqueológico en la zona. Es muy probable, que estas llajtas, en principio independientes, debieron unirse en un señorío étnico (podemos llamarlo Señorío de los Cotacaches) impulsadas por un proceso más general que se desarrollaba en toda la región y sobre todo por la necesidad de acceder a recursos de la zona caliente. En efecto, cada llajta podía por su cuenta acceder y manejar dos pisos ecológicos: el sistema de maíz, en asociación con zambos, zapallos, fréjol y chochos, en el valle andino; y el sistema de maíz-papa en rotación, que incluye la oca, quinua, mellocos, en la ceja andina; sin embargo, para acceder al algodón, coca, ají, carrizo y frutales, en la zona subtropical de Intag, era necesario crear un señorío étnico para organizar la producción en los diversos pisos ecológicos situados a mayor distancia o llegar a acuerdos de intercambio sostenidos con las personas que eventualmente los manejaban. También fue importante la activa relación que mantuvieron con las zonas productoras de sal y con las etnias de la selva esmeraldeña, como los chachis, cuya relación era todavía muy importante en el siglo XVIII14 para acceder a otros productos de la selva e incluso del mar. La incorporación de las llajtas de Cotacache al Señorío de Otavalo: 900-1250 Hacia el año 900 d.C., comenzaron a perfilarse en la zona tres grandes señoríos en la región norte: los Cayambes, los Otavalos y los Carangues, que habían logrado a través de una mejor organización y alianzas acceder a una gama de recursos más completa en los diversos pisos y nichos ecológicos.
También jugó un papel muy importante en este proceso, la construcción de acequias de riego y la creación de un cuerpo especializado de comerciantes, denominados Mindalaes, que ampliaron el acceso a recursos a zonas muy distantes (del Oriente y la Costa) a través de intercambios y relaciones diplomáticas. Tenemos claras evidencias de que los Cayambes, Otavalos y Carangues, disponían de Mindalaes que sobrevivieron unos dos siglos a la invasión española. El control de la sal, logrado por los de Otavalo, fue sin duda un elemento clave en su desarrollo. No sabemos cómo se produjo la incorporación de los cotacaches al señorío de los otavalos, si ella fue violenta o negociada. Todo hace pensar que esta incorporación fue negociada a través de procesos de emparentamiento entre las elites, la compartición de recursos y la redistribución de bienes exóticos traídos por los mindalaes desde largas distancias. De esta manera, el señorío de los otavalos logró controlar un extenso territorio comprendido entre el río Chota al norte (la zona occidental) y Mojanda-Cusín y la zona occidental del Guayllabamba en el sur; por el este, hasta una demarcación que incorporaba a Salinas, Tontaquí y San Pablo; y por el oeste, hasta la zona de Intag. Al incorporar a los señoríos existentes dentro de este territorio, sus principales pueblos eran: Sarance, San Pablo actual, Imbaquí, Tontaquí, Imantag, Cotacachi, Axangue y Tumbabiro (Caillavet, 2000:150), cada uno de los cuales aportaba con elementos específicos al gran señorío. En el caso de Cotacachi e Imantag es evidente su participación con la producción de maíz, pero
En el levantamiento de 1777, Nicolás de la Guerra, terrateniente de la zona, declaró que los indios cayapas “tienen mucha comunicación y trato con los de Imantag, y estos con la Costa de Cayapa a donde entran a sus negociaciones…”(ANH, Q, Indígenas, C.99, 1777, Exp.9) 14
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sobre todo con sus contactos con las etnias de foresta tropical que les proporcionaban artículos de la selva. La construcción de este enorme señorío, produjo una fusión de los linajes masculinos y femeninos de todo este espacio. De la visita tardía de 1645, aún puede inferirse (tomando los apellidos de las madres y esposas de los caciques) que habían, al menos tres linajes femeninos: (i) Angoquilago, Cuanquilago y Coquilago, que tiene en común la raíz “Quilago”, que es uno de los principales linajes femeninos de toda la región; (ii) Pichaguango y Cuxilaguan, que tienen en común la raíz “guango” o “Guan” que también era común de toda región, es decir, los de Cotacache eran parte de los grandes linajes femeninos; y (iii) aparece un linaje desconocido “Pinca” de las cacicas de Intag, que aparece como distinto a los demás. Podríamos especular que esta última es una línea de descendencia más ligada a la zona subtropical, lo cual muestra un interesante proceso de relacionamiento entre diversas culturas y marca la especificidad de Cotacache con respecto a los otros grupos del señorío de los otavalos. Estos linajes femeninos se mantuvieron hasta el siglo XVII en que dejó de funcionar el sistema de descendencia paralela (la hija heredaba el linaje de la madre, y el hijo del padre), para dar paso a los sistemas de apellidos con predominancia patriarcal que introdujeron los españoles. Entre los linajes masculinos son visibles: los Ango que constituye una línea masculina general de toda la región y un título equivalente a Señor, con sus variantes (Gualzambango, Tugunvango, Amocoango, Tucutango, Anrrango), los Cotacache, Gualzaquilingo y Pangabuela, que son muy específicos de Cotacache y que están muy relacionados con los topónimos de esta zona15. Con la incorporación de los cotacaches al señorío de los otavalos, los elementos culturales que se construyeron entre uno y otro son muy parecidos, aunque es posible reconocer en los de Cotacache su 38
mayor relacionamiento con la zona subtropical de Intag y con la selva esmeraldeña, lo cual quedó marcada en las antiguas representaciones de los yumbos y los abagos, que evocan a los personajes ancestrales de las zonas tropicales. La Gran confederación Cayambe-Otavalo-Carangue: 1250-1490 Hacia el año 1250 d.C., se produjo una aceleración en el crecimiento demográfico, impulsado por una mayor intensificación productiva. Ese salto histórico fue el resultado de la construcción de los camellones y la construcción de grandes obras de riego (Athens, 1980). Los camellones son contemporáneos de las tolas con rampa, símbolos del poder cacical. Esta opinión ha sido refrendada por los documentos etnohistóricos que establecen una fuerte relación entre tola, camellones y residencia de los caciques principales (Ramón, 1987:74), es decir, la intensificación productiva permitió una mayor acumulación de poder visible en las obras monumentales. Con la construcción de camellones lograron el control de las heladas en las llanuras, la utilización de zonas anegadizas y sobre todo la disposición de abono, en una región que tiene una baja presencia de abono de origen animal (Knapp, 1985:326). En síntesis, la construcción de camellones les permitió: a) una mayor producción de papas y maíz con un sistema de rotaciones de altísima productividad, lo cual les generó los excedentes necesarios para el autoabastecimiento frente a cualquier contingencia y para el intercambio a gran
Varios topónimos también cambiaron influidos por los nuevos nombres o apellidos de prestigio que asumieron más tarde los caciques. Por ejemplo, en la Colonia temprana, una cacica de Pangabuela que había asumido el apellido Villasante, denomina a su chacra “Santipangabuela”, mostrándonos una influencia mutua entre antropónimos y topónimos, susceptibles al cambio histórico. 15
escala; b) incorporar a la producción grandes superficies de tierra de valle sujeta a las inundaciones y a las heladas, cuestión que les permitió ampliar la frontera agrícola y el desarrollo demográfico; y c) la organización de un trabajo cooperativo a gran escala, superior al movilizado para la construcción de tolas. De esta manera, contaron con grandes excedentes que les posibilitaron a los mindalaes obtener a través de los intercambios los productos exóticos de los grupos externos. En varios casos, los grandes señoríos impusieron a los pequeños ciertas modalidades de intercambio, como el caso de los pastos, a quienes los tenían en calidad de “mayordomos” de los cocales. Se construyeron camellones en la planicie de Cayambe, a orillas del lago San Pablo (Imbacocha) y en las llanuras de Carangue (Gondard y López, 1981). Según Knapp, cada kilómetro cuadrado pudo abastecer a una población de 750 habitantes, unas cinco veces más que una hectárea normal cultivada por maíz o papas. No existen evidencias de camellones, ni de tolas con rampa en Cotacache, cuestión que explica el papel subordinado de este señorío en este período. Otro elemento importante del fortalecimiento de los tres señoríos que favoreció la creación de una confederación, fue la construcción de grandes sistemas de riego. En la zona seca cercana a la cuenca del Guayllabamba, manejada por los cayambis (la parte alta) y los otavalos la parte baja, G Knapp investigó dos grandes sistemas: “El Quinche-Guayllabamba”; y “Puéllaro, Perucho, Alchipichí, Axangue”. Concluye que el Quinche-Guayllabamba fue regado antes de la presencia incaica, que el riego estuvo relacionado con la producción de frutales y maíz, y que la mayor ocupación de la zona se relacionó con Mesatola, la tola más grande de la zona productora de maíz (Knapp, 1992:88-89). T. Bray confirmó que esa tola y los asentamientos databan del 950-1530 d.C., es decir, que la intensificación productiva con riego era
coetánea de los camellones. La investigación en la zona de Puéllaro, Perucho, Alchipichi y Axangue, concluye que existió riego preincaico, que el riego pudo dirigirse a la producción de algodón y que hay una importante presencia de tolas relacionadas con el control y manejo del agua. Mi investigación (Ramón, 1987:27) mostró que el testamento de doña Juana Farinango, madre del principal cacique de Otavalo confirma que en esas tierras se producía algodón y coca. En la zona semiárida de la cuenca del Chota-Mira, también existían dos grandes sistemas de riego: el de Pimampiro, Coangue y Ambuquí que estuvo orientado a la producción de coca y controlado básicamente por los carangues; y la gran acequia de riego que regaba San Antonio de Carangue y Tontaquí, dedicada a la producción de maíz. No hay evidencias de obras de riego de gran envergadura en Cotacache, confirmando nuestro argumento sobre su papel en el proceso. Con el desarrollo de estas capacidades productivas, de intercambio y negociación, los tres señoríos emprendieron el proceso de creación de la confederación, que en este caso no tomó el camino de la hegemonía y preeminencia de un señorío que somete a los otros a la tributación, servicio y mita (como el caso surandino), sino la construcción de una serie de alianzas y relaciones (estilo norandino), que se desarrollaron entre los años 1250 y 1500 d.C. Para lograr esa unidad se desarrollan cinco estrategias, en las que incorporaron también a los cotacaches: Primero, casamientos permanentes entre miembros de las elites de los diversos señoríos en alianza, y encargo de la crianza de los hijos, para crear una clase política común emparentada que pueda dirigir el proyecto: por ejemplo, don Gerónimo Puento fue criado en casa de Otavalo Ango y se casó con doña Luisa Parinquilago Puento Cacica y Señora Principal del pueblo de 39
Carangue, hija de don Cristóbal Caranguelin Puento Cacique y Señor de Carangue, San Antonio y Valle de Ambuquí. Don Fabián Puento hijo de Gerónimo, al igual que su padre se casó con una homónima de su madre, Luisa Parinquilago, hija de los caciques de Carangue. Todavía en 1645 se conserva esta costumbre como puede observa en el casamiento de Esperanza Cuchuango cacica de Cotacache con Felipe Ango de Salazar cacique principal de Otavalo. Estos matrimonios eran parte de todo un sistema de parentesco de los caciques del área, que les permitía intercambiar productos, consolidar lealtades y favorecer alianzas permanentes. Segundo, el acceso a tierras por parte de los grandes señores, en diversos lugares de los territorios de los señoríos aliados y cuencas compartidas para crear filiaciones económicas profundas. Por ejemplo, la poderosa Cacica doña Juana Farinango madre del Señor de la tierra Otavalo Ango tenía tres pedazos de tierra en la Laguna, dos en Chepiçe, tres en Quibiçe, uno en Lalchepiçe (en Guayllabamba), uno en Tupiangue, uno en Cuñaquí (Imantag-Urcuquí). La posesión de tierras en diversas zonas del territorio y los casamientos entre las elites, creó una toponimia y antroponimia diseminada en toda el área cultural, además de crear intereses que disuadieran a los caciques a separarse de la confederación. Tercero, el monopolio de los intercambios, sobre todo, el control de los mindalaes, de los centros de articulación y sus rutas, elementos clave en los andes norandinos, donde el “control de pisos ecológicos” se combinaba con los intercambios fluidos. Este monopolio se complementaba con el control de las rutas y los centros de intercambio interregional, con lo cual podían acceder a numerosos artículos de larga distancia. La ruta abierta desde Cotacache a Esmeraldas, pasando por las tierras de diversas etnias selváticas funcionó, incluso en toda la época colonial. 40
Cuarto, el control multiétnico (de los grupos aliados) de cuencas y sitios productores de elementos estratégicos como la sal, el algodón, la coca, el ají. En el caso de los Cotacaches, hasta 1645 había un ayllo de salineros, es decir, mediante este mecanismo pudieron participar de uno de los bienes clave que manejaba la confederación; y, Quinto, con estas estrategias, los caciques estaban construyendo una elite separada de la sociedad, que hasta ese momento se alternaba en el poder a través de alianzas matrimoniales, sin que ello sea aún corroborado con formas tributarias. La presencia en Cotacache de linajes Quilago, Cuxilaguán y Angos, nos muestra que las elites participaron activamente de la confederación. La Confederación Cayambe-OtavaloCarangue tuvo una vigencia de unos 250 años. Fue tan alto el nivel de relación entre estos señoríos, que logró crear un ejército para mantener sus fronteras respecto a los señoríos de foresta tropical y que esta alianza buscó imponerles relaciones de subordinación. La Confederación tuvo su prueba de fuego en la resistencia contra los Incas: por espacio de 10 a 17 años, logró contener al poderoso Ejército incaico, según las relaciones de don Jerónimo Puento, cacique de Cayambe. Con la creación de esta enorme confederación se consolidó esta área cultural, en la que encontramos elementos parecidos entre los grupos que vivían entre Cayambe y El Chota, en el que se incluían a los cotacaches. En este punto, Cotacache debe ser entendido como un pueblo que compartía una serie de elementos culturales de los otavalos, cayambes y carangues, y que mantenía cierta particularidad, derivada, como hemos dicho, de su relación intensa con la zona subtropical de Intag y con los pueblos de foresta tropical, especialmente los chachis. El impacto incaico: 1490-1532
Hay un consenso generalizado entre los historiadores en estimar que la presencia efectiva de los incas al norte de Quito fue breve, quizás de unos cuarenta años. Ha quedado el recuerdo de una guerra cruenta y larga, de entre 10 a 17 años, matizada por triunfos de lado y lado, hasta la batalla final de Yaguarcocha. Los combatientes locales fueron aniquilados por Wayna Qapaq, dejando solo “wambras” (muchachos), que años más tarde formaron el Ejército conocido como los “wambracuna” que pelearon al lado de Atawallpa. Los incas en su corto tiempo de permanencia en la zona introdujeron varios cambios y otros estaban en camino: habían construido o readecuado un impresionante sistema de fortalezas denominadas pucaracuna (con más de 35 pucaraes) para la toma y control de la región; habían colocado varios grupos de mitmajcuna (grupos trasladados de otras regiones) para controlar la zona (los más conocidos los mitmaj de Guachalá en Cayambe, grupos de diverso origen en El Guanca (El Quinche) y en Guayllabamba, la parcialidad de mitmaj Cóndor en Tontaquí y según los esposos Costales la parcialidad de Cuchago en Cotacache); habían trazado el Qapaq Ñan hasta Tulcán, convirtiendo a varios pueblos en tambos y tambillos; y se edificó un importante centro ritual-administrativo en Carangue con un palacio monumental, sitio escogido por Atawallpa para colocar su panaka real. Uno de los impactos más espectaculares fue el traslado de población local en calidad de mitmajcuna a sitios lejanos en represalia a la resistencia, la huida de parte de la población local hacia el oriente (a Oyacachi, por ejemplo) y la desvalorización de varios caciques y sus llajtas, que fueron convertidas en Yanaconas, un estatuto cercano al de sirvientes (la parcialidad de los Puentos de Cayambe y la de los Angos de Otavalo, aparecen en la Visitas como “Yanacona”)16. Sin embargo, al mismo tiempo, los
caciques locales recibieron varias dádivas de los incas, especialmente textiles y objetos de ostentación de oro, plata y otros materiales. En el caso de Cotacache, hay indicios de que organizaron seis ayllos en la zona andina: tres del hanan o alto y tres del urin o bajo, cuestión que explica que en las visitas tempranas de los españoles encuentren dos ayllos denominados Cotacachi, dos Gualzaquíes (Chico y Grande), y que esta división dual opere hasta la actualidad, que se expresa en las peleas rituales del alto contra el bajo en los intiraymis. También la población de la zona subtropical fue organizada en dos ayllos (Intag y Tulla). Entre los seis ayllos, se destacó a un grupo en calidad de kamayukcuna (especializados) para la producción de sal (ayllo Salineros), otro para la producción de algodón (Ayllo Cuchagro) y Aguaborín como especializado en la producción textil (Numeración de Sevilla, 1645). También se incorporó en las autoridades locales el título incaico de Apo, que se unió al de Ango, como es posible verlo en varios apellidos de los caciques de Cotacache (en la visita de Zorrilla en 1612 hay un Gaspar Apoango en Cotacache). Las diferencias entre los sistemas lingüísticos y culturales entre el imperio incaico y los señoríos locales eran marcados. Los incas buscaban imponer una lengua franca, el quechua, y sistemas culturales relativamente homogéneos, como calendarios y rituales unificados, sus concepciones religiosas y su respectiva estructura jerarquizada de oficiantes; sistemas de ordenamiento del espacio, tanto del territorio productivo, como del ritual-administrativo; sus sistemas constructivos y tecnológicos acuñados
Los yanaconas cumplían ordinariamente papeles de servicio de la corte imperial, o de determinados señores principales. En el caso Cayambe y Otavalo, no tenemos evidencias ni de lo uno, ni de lo otro. 16
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No tiene pie de foto
por los especialistas del imperio, en fin, las diversas valoraciones estéticas y morales, consideradas civilizadas por el poder incaico. Sin embargo, los cambios en varios aspectos no fueron profundos: el idioma local se habló hasta el siglo XVII a pesar de la fuerte quichuización inducida por los incas y luego por los españoles17. Los nuevos rituales incaicos debieron realizarse sobre los nuevos centros rituales, disminuyendo el papel de las tolas cuya orientación obedecía a consideraciones topográficas, productivas y de relación con los Apus locales18. La gran fiesta del solsticio de verano, si bien tenía como referencia el calendario solar, tenía una fuerte connotación agraria y orientada a remarcar la identidad de las llajtacuna de acuerdo a las divisiones espaciales locales: por su carácter agrario se ubicaba al fin de la cosecha; era una fiesta en la que se enfatizaba el enfrentamiento entre llajtacuna rivales, del alto y el bajo, 42
para propiciar con derramamiento de sangre la fertilidad; o las ceremonias de la rama de “pájaros” que se arrancaban también para derramar su sangre, como era posible todavía observarlo en documentos del siglo XVII, en reportes del siglo XIX y en la actualidad19. La “solución” entre las imposiciones in-
Las Numeraciones de 1636 y 1685 se convocaron tanto en lengua local, como en Kichwa. 18 Ziólkowski y Sadowski que hicieron un análisis detenido de la orientación de las Tolas con rampa del área (investigaron 27 tolas) no encontraron ninguna orientación astronómica significativa, Ver, La Arqueoastronomía en las investigaciones de las culturas andinas, Pendoneros, 1992:23-34. 19 En estos últimos años se han inventado una serie de ceremonias solares que no tienen asidero en la ritualidad local. Las fuentes señalan otros contenidos de la fiesta. Un juicio de 1794 señala con claridad que la fiesta de San Pedro es de Aruchicos (ANH, PQ, Libro 315, Doc. 7786,f234), en tanto Hassaureck que miró la fiesta en el siglo XIX describe un enfrentamiento de parcialidades y el arranque de gallos y pájaros en Otavalo. Hoy esta fiesta “arranca gallos” se los ofrece a personas distinguidas. 17
caicas y las fiestas locales fue sincrética y flexible: se incorporaron nuevos personajes como el “aruchico”, una posible derivación de los “huarachicuy” surandinos20, y la celebración simultánea de “raymis” de origen incaico con las ceremonias locales (enfrentamientos, ramas de pájaros) para propiciar la fertilidad. La desvalorización por parte de los incas a los caciques locales pronto cambió. Los caciques locales lograron una fuerte relación con Atawallpa, bajo cuyo liderazgo emprendieron la guerra contra Wáscar, que en realidad era la disputa por el mando del Tawantinsuyo, por un nuevo balance en el peso de los territorios y una reorientación de los propios sistemas económicos sociales y políticos. Según Betanzos, un cronista muy informado de los planes de Atawallpa por haber sido marido de su mujer principal, el inca deseaba convertir a Carangue en la nueva capital del imperio tras vencer a Wascar. Para muchos cronistas de la época, en la que se incluye el propio Cieza que indagó con prolijidad el asunto, la madre de Atawallpa era de Carangue, pero se discute el sitio de nacimiento de Atawallpa. La Confederación participó activamente en la guerra de sucesión imperial, a través de su aguerrido ejército de “Guambracuna” al lado de Atawalpa, hasta el punto de llegar a capturar al mismísimo Wáscar y tomar el Cuzco, cuestión que muestra con enorme claridad que estos importantes Señoríos se jugaron el destino del estado andino y que lo asumieron como propio. Pronto se dieron cuenta que podían intervenir en las luchas de las panakas reales cuzqueñas, para lograr a través de alianzas proyectos para su beneficio. La participación junto a Atawalpa no sólo muestra cierta revancha anticusqueña, sino sobre todo, la posibilidad de lograr ventajas para el Chinchaysuyo lejano. Los cotacaches participaron de estos proyectos que buscaban un recambio en la conducción del incario, es decir, no fueron sujetos pasivos que se vieron incorporados con resignación al Tawantinsuyo,
todo lo contrario, en pocos años, buscaron disputarse su dirección en una clara alianza con Atawallpa, es decir, se trató de un proceso entre andinos que no los desvalorizó, sino todo lo contrario, les permitió asimilar los aportes incaicos y los hizo crecer en sus horizontes políticos. La invasión colonial: incorporación negociada en la época de la encomienda, 15341630 La conquista española en la Sierra norte fue rápida y de escasa resistencia. El poderoso Ejército de “guambracuna” se encontraba tomando el Cusco al mando de Quizquiz, cuando Atawallpa fue aprisionado en Cajamarca. Tras casi dos años de enconada resistencia contra los invasores españoles en tierras surandinas, los “guambracuna” regresaron a su tierra, según Cieza, habiéndole dado muerte en el camino al propio Quizquiz. Tal comportamiento del Ejército de “guambracuna” estuvo relacionado con tres hechos: los caciques de Cayambe, Otavalo y Carangue habían pactado con Benalcázar, a cambio de la salida de los mitmajcuna surandinos ubicados en El Quinche, Guayllabamba y otros sitios importantes; los españoles respaldaron sus proyectos de sometimiento de los señoríos de las cuencas y los flancos adyacentes; y pesaron también las continuas derrotas sufridas por Quizquiz en los enfrentamientos con los españoles. En 1536, se reportó que el Ejército de “guambracuna” estaba movilizado para mantener a raya a los Litas, “Atund llacta y Quixo”, lo cual muestra una alianza firme
Ceremonia incaica celebrada en el Capaq Raymi, era un rito iniciático de pubertad, traducido por los españoles como una ceremonia de “armar caballeros”. Se pudo derivar de la huaraca (onda para arrojar piedras), les perforaban las orejas a los jóvenes y los sometían a pruebas de valor. Es posible que la ceremonia incaica se sobrepuso a algún rito de admisión o iniciación local. 20
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entre españoles y los cayambis, otavalo, carangues para sojuzgar a los pueblos de floresta tropical. En 1550, la guerra contra los Litas aún continuaba, en 1560 el Cacique Hosnayo de Gualzaquí, según Espinosa Soriano participó junto a los españoles en pacificar el levantamiento de Lita y Quilca, utilizando esa vieja relación y rivalidad a la vez, mantenida desde Cotacache con los caciques del valle del Mira. Esta alianza entre españoles y los caciques del área les permitió a estos pueblos mantener cierto control de sus recursos en la época de la encomienda, entre 1549 y 1630. En efecto, a partir de 1549, con las Visitas ordenadas por La Gasca se organizó en la zona el sistema de encomiendas, pacto que perdurará hasta 1630, momento en el que se operará la transición a la economía obrajera como sistema de articulación de la economía local. Las primeras tasas tributarias que se impusieron a los indios del área, aquellas de 1549 y 1563 para pagar a sus encomenderos, establecían la entrega de oro y productos de la economía local aborigen, a los que se les añadió unos pocos productos introducidos por los españoles. Las tasas tributarias incluyeron productos agrícolas locales (maíz, papa, frijoles, ají, fruta, coca y cabuya, a los que se les sumó el trigo recientemente incorporado); productos pecuarios locales (pescado, venados y conejos, a los que se agregó puercos, gallinas y huevos); sal, esteras y la mita de servicios. Pero los productos principales fueron los tejidos de algodón (anacos, líquidas, sobrecamas, toldos, colchones y ovillos)21 que luego se vendían en Quito para cubrir la demanda de los indios urbanos, es decir, la mayor parte de tributos en especie se obtenían de la antigua economía local que aún no había sido transformada. Con la temprana monetización del tributo en 1563, se eliminó la lista de productos agropecuarios, “porque resulta un gran 44
trabajo para los indios traer menudencias como el trigo, maíz, papas... por lo cual sería beneficioso conmutarlo por dinero” (AGI/EC 922). La tasa per cápita se la calculó en 4 pesos, cuya producción se encargó a los caciques. En esas circunstancias, la economía local se orientó básicamente a la producción y venta de tejidos de algodón, que constituía el artículo de mayor demanda de un amplio mercado entre Popayán y Cajamarca. Cada uno de los caciques debía resolver tres problemas: conseguir la materia prima, el algodón; organizar la producción en las parcialidades para la elaboración de los tejidos, al tiempo que producían para su autosostenimiento; y vender los tejidos en el mercado. En el caso de Cotacache, los caciques utilizaron la articulación económica que habían creado entre la zona subtropical, productora de algodón en Intag, y la zona serrana, especializada en la confección de tejidos.
Iglesia de Quiroga
Tasas de 1551 de los Visitadores Loayza, Cianca y Fray Domingo de Santo Tomás; Tasas de 1662 de Pacheco, Muñoz Dávila, Flores y Garci Diez. 21
En 1573 el Oydor Pedro de Hinojosa y el Corregidor de Otavalo Juan Zárate de Chacón realizaron la reducción de los indígenas al pueblo de Santa Ana de Cotacache (AGI/S Cámara 922 A, Pieza 3ra, f.165r, 1552; ANH/Q, Indígenas, C.1. Doc.1601IX-22), creándose el pueblo junto a las tolas que marcaban los antiguos asentamientos, como lo hemos derivado de los testamentos de los caciques que señalan la presencia de tolas y sepulturas antiguas al pie del pueblo. Las reducciones de los indios en pueblos, tenían por objeto controlar su fuerza de trabajo (mitas), cobrarles los tributos, cristianizarlos y enseñarles las nuevas formas de civilidad colonial. En Cotacachi fueron reunidas todas las llajtas, incluidas las de Gualzaquí y Muenala, cuestión que marcó una ruptura definitiva entre las formas de asentamiento anterior, de su relación con las tolas y sepulturas de sus ancestros, para comenzar la sujeción a un nuevo proyecto civilizatorio, el español, inspirado en la formación de pueblos urbanizados, como mecanismo generador de control y comportamiento urbano. Durante muchos años, sobre todo los de Gualzaquí22 y Muenala, persistirán en su reclamo por tan arbitrario y violento cambio. Chantal Caillavet usando el “Repartimiento del algodón de 1582” establece cuáles eran los caciques y ayllos importantes en Cotacache23 en ese año: el ayllo de Don Cristóbal Cotacache que tenía 103 tributarios, es decir, 479 habitantes; Villasante24 (Pangabuela) con 80 tributarios, esto es 376 habitantes; el ayllo de don Juan Gualzaquilingo con 44 tributarios, para un total de 206 personas; Gualçaquí Grande con 88 tributarios y 413 personas; y don Don Gerónimo Cuchiango con 48 tributarios y 225 personas. Estamos hablando de un pueblo con cinco caciques principales, 363 tributarios (hombres entre 18 y 50 años) y una población total de 1.699 personas, que representaban el 13% de la población del
Corregimiento de Otavalo. A ellos debemos sumarles la población de Intag, que lamentablemente no aparece registrada en la fuente, pero que, por tratarse de tierra caliente, debió llegar a un máximo de 200 personas. Por la magnitud de la población de cada una de los ayllos, se trataba de parcialidades medianas y pequeñas, comparadas con algunas de Otavalo o Tontaquí que las duplicaban o triplicaban. Ello reflejaba un hecho ya comentado: la inexistencia de camellones y de grandes obras de riego en Cotacache no permitió una densificación poblacional como la lograda cerca del lago Imbacocha o en Tontaquí. También era el resultado del impacto colonial que provocó un descenso de la población (por el impacto de epidemias, trabajos forzados en las zonas calientes y la reducción de la población en un solo pueblo). A pesar de ello, en esta fase de la encomienda, los ayllos de Cotacache lograron mantener sus principales estructuras internas, sus recursos productivos y la economía étnica, en medio de esa fuerte disminución de población que experimentaron, del cambio de la orientación productiva y del hecho colonial. Las referencias poblacionales realizadas en 1598 por Esteban de Marañón y López de Solís, hablan de 300 a 330 tributarios, es decir, hasta esos años la población se mantuvo relativamente estable (Burgos, 1995). En 1612, el Oydor Diego de Zorrilla realizó una visita al pueblo, para lo cual retomó un registro levantado por Juan Vera de
En un litigio de Tierras de Gualzaquí de 1605, el cacique señala que están reducidos en Cotacache, pero aún mantienen tierras en Gualzaquí Viejo (llamadas quilirintac cacho y Guanance Apac) que son tres islas, donde siembran maíz y otras legumbres, que les quiere arrebatar don Francisco Castilla, son cuatro caballerías. 23 Caillavet, Chantal, Etnias del Norte, ABYA YALA, IFEA, Quito, 2000. 24 El apellido Villasante fue tomado por el cacique Pangabuela, del Oydor Salazar de Villasante. 22
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Mendoza, en el que se contabilizaron todos los ayllos de Cotacache, Tulla e Intag. Establece que en ese momento habían seis ayllos con sus respectivos caciques: Don Cristóbal Cuchuango, don Gaspar Apoango, don Felipe Tuentango, don Francisco Olmos, don Sebastián Cacoango Chica y don Cristóbal Pillasig Inta. Cada tributario debe entregar cuatro patacones, dos mantas y dos aves, al año. También ordena que los indios de Cotacache harán para su cacique una “sementera de maíz, de media fanega de sembradura, dando cada dos ayllos, un indio de seis que hay en dicho pueblo”25. La novedad de esta visita es que, el algodón para la producción de las mantas, ya no circula a través de las redes indígenas, sino era controlado por los oficiales reales: con ello se anuncia el fin del pacto en la esfera de la encomienda, para dar comienzo a una nueva ofensiva española que desestructurará brutalmente a los ayllos (llajtas) y en la que los estancieros y obrajeros españoles controlarán directamente la economía local. El dominio obrajero, desarticulación indígena y levantamiento general: 1630-1777 Poco tiempo duró el arreglo con los españoles para entregarles mantas de algodón, utilizando las redes y las articulaciones productivas antiguas. La fundación de Ibarra en 1606, atrajo a esa ciudad “denominada blanca” a un creciente e insaciable número de españoles que comenzaron por arrebatarles el agua, luego la tierra y captar la fuerza de trabajo indígena de la cuenca del Chota-Mira, de manera que, las zonas productoras de algodón y coca pasaron a su poder, desbaratando las redes andinas. A ello se sumó un hecho económico crucial: los tejidos de algodón perdieron mercado frente a los textiles de lana de borrego producidos en la Sierra central y en el Obraje Mayor de Otavalo. Entonces, los caciques de la zona comenzaron a atrasarse en el pago de los tributos, cuestión que los pre46
sionó para que vendieran o alquilaran (que resultaba lo mismo) las tierras comunitarias a los españoles, que junto a aquellas entregadas por el Cabildo de Quito y la Real Audiencia, crearon las grandes estancias y haciendas que cambiaron, una vez más, la vida de los indios de la zona. Desde 1625 y durante casi dos siglos, la economía obrajera y hacendaria controlada directamente por los españoles reemplazó al sistema textil algodonero de los caciques, aunque una pequeña producción de algodón en los valles se mantuvo activa durante todo el tiempo para abastecer a algunos talleres indígenas de Otavalo que continuaron produciendo unos cuantos tejidos26, que incluso crecieron un poco en el siguiente siglo. El impacto español, que ya había sido muy dura en el siglo XVI, fue devastador en el siglo XVII: aquí comenzó el verdadero despojo colonial. No se trataba solamente del despojo de los bienes, sino del control de las condiciones de reproducción de los indígenas, en medio de una inédita desvalorización de su cultura: una diferencia increíblemente profunda entre blancos e indios que en esta zona introdujo una distancia cultural que se ha mantenido hasta el presente, cuando la población actual se plantea la posibilidad de cerrar esa brecha con un proyecto intercultural. En 1645, don Andrés de Sevilla, un español que ostentaba el título de “Escribano Mayor de Visitas”, fue delegado por la Real Audiencia a realizar un conteo o numeración de la población indígena, con el propósito de administrar mejor el reparto de mitayos para las numerosas estancias y
Herrera, Amable Agustín, Monografía del cantón Otavalo, Imp. Salesiana, Quito, 1909. 26 Cristiana Borchard señala que el propio Ponce Castillejo ordenó en 1622, que se entregase con dinero de la Real Hacienda algodón para que mujeres viudas y otras personas tejan 3.000 o 4.000 mantas al año para pagar los rezagos de tributos (Borchart, 2007: 249). 25
el obraje de Peguche, que a esa altura pertenecía a la Corona, pero era dirigido por administradores españoles.
toda la tierra productiva. Fueron vanas las reclamaciones de los caciques para impedir que los indios sean llevados a las estancias de los españoles, incluyendo a las de tierras calientes27, el cambio era total.
La Numeración de indios de 1645 realizada en Cotacache por Sevilla, nos muestra un panorama totalmente distinto, es una evaluación que con detalle nos evidencia la desarticulación de los ayllos y del propio pueblo de reducción, cuyos indios, en su abrumadora mayoría, habían pasado a residir en las tierras de los nuevos amos españoles, que se habían adueñado de casi AYLLO Cotacachi I
Veamos los datos de la Numeración de Sevilla de 1645: Sevilla registró seis caciques, pero debió fusionar cuatro de ellos en dos, debido a que incluso los grupos especializados en la producción de sal o productos de tierra caliente, habían sido distribuidos a las
HABITANTES TRIBUTARIOS 230
CACIQUE
OBSERVACIONES
81
Felipe de Sevilla, nieto de Felipe Tucutango A este ayllo pertenece el Gobernador Pedro Cotacache, hijo de Antonio Gualzambango
Cotacachi II
289
99
Francisco A poango de los Reyes, hijo de Parapuango.
Gualzaquí chico
125
43
Sebastián Pérez Cacoango Chico
El anterior cacique fue Francisco Tugunvango
Esperanza Cuchuango
Mujer de Felipe Ango de Salazar. Fue hija de Juan Cuchuango Ronquillo y nieta de Cristóbal Cuchuango de Benavídes
42
Diego Chalán Puento
Fue principal don Gabriel Chalampuento, que no tuvo hijos. Lo administra Don Diego, hijo de Francisco Anrraguaquín
281
81
Blas de Olmos hijo de Fabián Apoango de Villasante
Es nieto de Francisco de Olmos Gualzaquilingo
1471
495
Cochisquí
Cuchagro y Salineros
Pangabuela y Aguaborín TOTAL
418
128
149
Fuente: Numeraciones de Andrés de Sevilla, 1645 (IOA, 1981) En 1648, don Lorenzo Ango de Salazar, cacique principal de Otavalo , en su nombre y de 43 caciques de todo el Repartimiento (en el que se incluía Cotacache) hizo dos representaciones para que los indios quintos no sean “gravados con los excesos y rigores del trabajo, ni agraviados con malos tratos; y que los hacendados no los pongan a trabajar en los trapiches o ingenios, porque muchos mueren. (ANH; Q, Indígenas.C.5, 1648, Exp.7) 27
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estancias de los españoles o a los obrajes, de manera que, no cumplían su papel anterior, puesto que las antiguas redes de la economía andina habían sido destrozadas. Registró una población de 495 tributarios, lo cual muestra que, a pesar del impacto que soportaban, aún la población indígena se mantuvo e incluso creció. El total de población reportada de 1.471 personas estaba subregistrada, porque el numerador no fue prolijo en el conteo de la población femenina, que no le interesaba porque no pagaba tributos. Estimamos que la población total habrá llegado a los 1.800 indígenas. El cambio más significativo, como hemos dicho, es la nueva residencia de los indios: el 70% de la población indígena ha sido vinculada a las estancias y obrajes de la zona, es decir, la población fue sacada de sus ayllos de origen y del pueblo de reducción para movilizarla en calidad de mitayos a las unidades agropecuarias de los españoles, al obraje Mayor de Otavalo creado por Rodrigo de Salazar en 1563 (que pasó a la Corona en 1584) y al obraje privado de Peguche, creado en 1613, para enrolar la población indígena de Tontaquí y de Cotacache. Como mitayos permanecían “legalmente” dos meses en los sitios de trabajo, pero normalmente se quedaban atados toda su vida, tanto porque recibían préstamos que nunca terminaban de pagarse, como porque en sus lugares de origen habían perdido sus bienes. En realidad, la economía de los indígenas de Cotacache, pero sobre todo la obtención de dinero para el pago de tributos, dependía a esa altura de su vinculación como fuerza de trabajo a la actividad obrajera y a la producción de lana, vacunos, maíz-trigo y caña que realizaban en las unidades productivas de los españoles. Las familias cacicales aún se mantenían a través de la descendencia, observándose casamientos entre miembros de la elite de los diversos ayllos, lo cual explica los constantes cambios de nombre de varios 48
de ellos. Muchos de los caciques, en sus estrategias de adaptación al mundo colonial habían agregado apellidos españoles (de oydores, corregidores, encomenderos), combinados con el “ango” de los locales e incluso con el “apo” de los incas. Estas tácticas de adaptación llegaron también a su fin en este proceso de transición, en el que los caciques fueron fuertemente degradados al perder el control de las redes económicas andinas y el acceso a la energía humana de sus indios. La presencia de una cacica (Esperanza Cuchuago) al mando de un importante ayllo, nos muestra que todavía se mantenía el rastro de la descendencia paralela y del notable papel femenino por el carácter articulador que tenían estos linajes en las antiguas llajtas. Los caciques que vivieron esa transición, entre 1630 y 1660, vieron como poco a poco se quedaban sin tierras, sin indios, sin poder, muy degradados y hasta estropeados por cualquier hijo de “buen vecino”. Ello los llevó a una utopía imposible: soñar con regresar al tiempo de los incas, que comparada con la triste situación en la que vivían resultaba ideal. El sueño de regresar a un mundo ordenado y justo que pusiera fin al cataclismo parecía que podía cumplirse. Entre 1664-66 doña Isabel Atabalipa (tataranieta de Atawallpa, residente en Quito y casada con el español Alfredo de Saavedra) mantuvo una activa correspondencia con don Alonso Arenas y Florencia Inca (descendiente de Wascar y residente en Lima), que anunciaba su llegada como inca y salvador de los indios. La noticia corrió de manera discreta llegando a la mayoría de caciques de la Sierra centronorte. En efecto, don Alonso Arenas había logrado con mil ardides que los españoles lo eligiesen Corregidor de Otavalo, llegando a la zona en 1666 (ANH, Q, Indígenas, C.8, 1666, exp.19). Los caciques salieron a recibirlo en Tabacundo. En San Pablo le ofrecieron una espléndida recepción “poniéndole arcos por todo el camino Real hasta
Cayambe”. Muchos caciques se pusieron sus trajes antiguos, se pintaron sus caras y portaban sus varas de mando. Varios indios barrían el camino, otros tocaban los grandes caracoles (pututos), sacaron las pallas y pugnaban por besar los pies del inca. Don Sebastián Cabezas, el cacique principal de Otavalo le colocó una “toalla al pescueso en serimonia de su rito y usanza” (Ramón, 1987:214). El sueño duró poco, los españoles enterados de tal recibimiento comprendieron el peligro que ello significaba. Tomaron preso a don Alonso y lo enviaron de vuelta a Callao por Guayaquil. La utopía del regreso del inca se frustró.
en su conjunto han logrado legalizar 303, 8 caballerías (unas 4.000 has). El dato de Ron, no incluía las tierras de páramo, de manera que el dato es subregistrado, pero a pesar de ello, estas tierras apenas representan el 6,25% de las tierras que en esa misma composición registró Ron para el Corregimiento de Otavalo, es decir, los grandes propietarios no se ubicaron en Cotacache, sino en otros lugares más productivos como Cayambe, Tabacundo, Carangue y en la cuenca del Mira, de manera que, el grueso de la población indígena fue ubicada en estancias que estaban fuera del perímetro de Cotacache.
En 1685 el Duque de la Palata ordenó una nueva visita a la región norte, en la que se incluyó a Cotacache. De esa visita solo se conocen los datos de dos ayllos, que en la visita anterior habían sido fundidos en uno solo, Pangabuela y Aguaborín. Los dos ayllos registran un crecimiento mínimo entre 1645 y 1685 (del 0,32% anual), esto es, de 323 a 368 personas. La mayoría de ellos, el 51% han sido captados por las estancias, haciendas y obrajes; y han sido desperdigados por toda la región. En efecto, solo el 33, 5% del total residía en el pueblo y el 15,33% en las estancias y haciendas de Cotacache, es decir, más de la mitad, el 51,1% vivían fuera (27,1% en Urcuquí; el 12,4% en el Obraje de Peguche y el 11,6% en Otavalo, Tontaqui e Ibarra)28, confirmando la tendencia que ya la habíamos establecido en las visitas de 1645. Es notable, que el número de indígenas vinculados a las estancias cañeras que se estaban formando en Urcuquí, era superior incluso a los vinculados al obraje de Peguche, cuestión que muestra la fuerza que estaba tomando la hacienda cañera, que se perfeccionará en pocos años más, con los jesuitas.
También es notable la enorme estratificación interna de los propietarios españoles de Cotacache: dos de ellos, controlaban el 44,27% de la tierra; otros 13 el 50,42%; y diez el 5,29%. Es probable que no eran las únicas tierras que poseían, pero muestra
En 1695-96, Antonio de Ron realizó una composición de tierras de Cotacache, que nos permite calibrar el avance de los españoles sobre la antigua propiedad indígena. Ron registra 25 propietarios españoles que
28
ANH, Q, Cacicazgos, 1795. 49
COMPOSICIONES DE TIERRAS DE ANTONIO RON, 1695-96
que, en el Siglo XVII, los españoles que obtuvieron tierras en Cotacache eran los más pobres y de menor poder, cuestión que se podría explicar por la menor capacidad productiva y de riego instalado de este espacio, que en cambio tenía una numerosa fuerza de trabajo, que como hemos dicho, fue aprovechada por otros.
Fuente: Visita de Antonio Ron, 1695. 50
Para 1710 comenzó a sentirse la baja de la demanda de textiles de lana de la Sierra Central, por la crisis minera del Perú. En cambio, la Sierra Norte vio crecer la demanda de textiles requeridos desde Nueva Granada, cuya explotación aurífera estaba en pleno auge. Para esos años, en el Corregimiento de Otavalo funcionaban dos obrajes de la Corona, dos talleres privados con licencia y alrededor de cinco talleres privados ilegales. El aumento de la actividad obrajera en la Sierra norte, produjo
una mayor demanda de lana de borrego y de productos agropecuarios, lo cual atrajo a grandes inversionistas, como los jesuitas, diversas órdenes religiosas y poderosos hacendados que arremetieron sobre la tierra de los indios y adquirieron tierras de hacendados en crisis, tanto de la zona andina, como en la montañosa y lejana Intag. De ese proceso hemos localizado un reguero de litigios en las fuentes de esos años29. El más grande terrateniente en la Sierra norte fue la congregación jesuita que realizó grandes inversiones entre 1680-1740. Ellos pagaron la inmensa suma de 254.282 pesos para adquirir diversas propiedades: 112.600 pesos al contado y 142.202 en censos (Coronel, 1991:55), que las obtuvieron de pequeños y medianos productores que no pudieron resistirse a la presión del dinero. Los jesuitas construyeron un complejo regional que integraba las haciendas de altura de Cangahua, Cayambe y San Pablo para la producción de lana, granos, vacunos y papas, es decir, producían la materia prima de los tejidos y artículos para el abastecimiento de los trabajadores de todas las haciendas. En las haciendas de valle caliente del Chota-Mira producían caña y aguardiente, en tanto, en las de valle temperado de Otavalo, Cotacache, San Pablo y Agualongo producían maíz y tejidos. Se intercambiaban las producciones de todas las haciendas para eliminar los gastos en la manutención de los trabajadores, y producían artículos de mayor valor agregado para llevarlos al mercado como el aguardiente, la panela y los tejidos, estrategia de la cual obtenían cuantiosas ganancias. El ejemplo de los jesuitas, en una menor dimensión fue seguido por otros grandes propietarios, que arrendaron enormes haciendas captando diversos pisos ecológicos, como el obraje de Colimbuela que fue arrendado para unirlo con las haciendas de Alambuela y Pisabo por los Guerra en Cotacache, que se convirtieron en los principales terratenientes de la zona. En este proceso, muchos propietarios pequeños y
medianos debieron vender sus propiedades, para dar paso a la creación de grandes unidades agropecuarias y obrajeras30. Sin embargo, los nuevos propietarios tenían un problema: la falta de fuerza de trabajo, porque, como habíamos señalado, la captación de indígenas de Cotacache por las estancias de españoles de otros sitios, dejó semivacío al pueblo. Ello fue llenado por indígenas “forasteros y vagabundos” provenientes de Pasto, Ibarra, Latacunga y Riobamba. En 1720 se realizó un censo para averiguar el número de indígenas provenientes de estos sitios, la cifra era impresionante: se contabilizó 1.087 indios31 (566 de Ibarra, 358 de Latacunga, 12 de Riobamba y 151 vagabundos de diversos sitios). Cotacache era el sitio que en porcentaje (en relación a su población) atrajo el mayor número de indígenas de todo el Corregimiento de Otavalo32. Los indios que llegaron a Cotacache se ubicaron principalmente en las haciendas (813, el 75%) y 274 fueron numerados como libres (25%), (ANH,Q, Indígenas, C.37 y 38), es decir,
Por ejemplo, en 1703, los indios Muenalas de Intag levantaron un juicio contra Joseph de Vinueza que compró de manera ilegal las tierras de comunidad a los caciques (ANH,Q, Indígenas, C.26, 1703, Exp:23); en 1730, los indios litigan contra Pedro Gómez de Saá por dos caballerías de tierras que las intentó comprar por considerarlas realengas (ANH, Q, Indígenas, C.43, 1730, Exp.3); en 1742, don Francisco Cotacache cacique principal y Gobernador del pueblo litiga con Manuel Albuja por una tierras largamente codiciadas por los españoles situadas entre Piaba y Cuña, que en 1705 ya las habían pleiteado con Francisco Terán; en 1753, los indios de Imantag litigan contra Joseph de Grijalva por el despojo de tierras (ANH, Q, Indígenas, C.66, 1753, Exp.3), para citar algunos. 30 Los avalúos catastrales del cantón Otavalo (al que pertenecía la parroquia de Cotacache), muestran que entre 1723 y 1731, el número de propietarios de tierras avaluadas en menos de ocho mil pesos bajaron de 105 a 87, en tanto, las propiedades avaluadas en más de diez mil pesos pasaron de representar el 11,7% del avalúo total al 14,7%, cuestión que muestra un proceso de concentración de la tierra (ANH, Q, Alcabalas, 1723, 1731) 31 No hemos encontrado un dato sobre la población de Cotacache para 1720, pero examinando su crecimiento del 0,55% anual, al comparar la población de 1645 con la de 1779, estimamos que había unos 2.310 indígenas, de manera que, los forasteros constituían un 45%. 32 En 1720, el 36% de la población del Corregimiento de Otavalo era de indios forasteros, de manera que el porcentaje de Cotacachi es más alto que el promedio aludido. 29
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las haciendas locales para captar fuerza de trabajo aprovecharon la crisis de la sierra central, la presión de los blancos ibarreños sobre las tierras indias que desalojó a mucha población, el repudio que los indios tenían por los obrajes que los llevaba a preferir a las haciendas y el mayor peso político de los nuevos propietarios. De hecho, la rentabilización de una propiedad agrícola requería de fuerza de trabajo para disputar el mercado neogranadino con los grandes hacendados que tenían complejos integrados, como los jesuitas. El acaparamiento de la tierra y de la fuerza de trabajo por parte de los hacendados, es visible en el testamento de Juan Guerra Villota, que como hemos dicho, era propietario de las haciendas de Pisabo y Alambuela, que con muchos detalles y desparpajo narra el crecimiento de sus propiedades33. Guerra Villota, muy enfermo y en la cama, “pero en su entero juicio, memoria y entendimiento”, llamó el 19 de mayo de 1747 al escribano público de Otavalo don Joaquín Guerrero para dictarle su testamento, en el que deja como sus herederos universales a su mujer doña “Nicolassa de Villegas y a sus hijos Phelipe Santiago, Nicolás Antonio, Francisco Javier, Jhoseph Antonio, Bernarda María, Teresa Eusevia y María Antonia”, nombrando como sus albaceas para que se cumpla su voluntad a sus yernos don Jacinto Luna y Góngora y a don Justo Xavier de Peñaherrera. Por su testamento sabemos que amasó su primera riqueza como diezmero, es decir como rematador de los diezmos que cobraba la iglesia, lo cual les permitía visitar parcela por parcela a los indios y quitarles la producción que se les antojaba, para venderla en los mercados locales y regionales. Ello le permitió disponer del efectivo necesario para comprar tierras, tanto a los caciques agobiados por el retraso en el pago de tributos que no tenían otra opción frente a la amenaza de encarcelamiento o 52
de ser enviados a trabajar a los obrajes, o a pequeños y medianos propietarios españoles ahogados por las deudas. Pero también recibió una dote de su suegro don Juan Estévez de Villegas y doña María Gómez Jurado que le otorgaron el núcleo inicial de la hacienda Alambuela, que contribuyó con su despegue económico. Su estrategia productiva combinaba la producción de lana de borrego para venderla a los obrajes; la cría de vacas para abastecer de carne y cueros al mercado local y a Popayán; la cría de yeguas para producir animales de transporte; la producción agrícola de trigo, maíz y lentejas; y el arriendo de tierras. Entre las tierras compradas a españoles que estaban en apuros menciona: cinco caballerías y 13 cuadras a Joseph de Armas Jirón en Tugunaba; 14 cuadras en el mismo sitio a Francisco de Aguinaga; en Tunibamba compró dos caballerías de tierras a los herederos de Thomás López y doña Micaela de Oliva, que tenía un censo que no podía pagar; compró 16 cuadras al convento San Francisco en el sitio Alambuela; en el mismo sitio le compró dos cuadras a Juan Marroquín; compró a don Joseph de Madrid a través de un poder otorgado a Juan Fernández de Bárcena, la hacienda nombrada Matunguecha y San Nicolás que también estaba fuertemente endeudada a los censos, en la que tuvo que litigar con los jesuitas por la acequia de agua y por un pedazo de tierras; a Diego de Cisneros le compró la hacienda de Pisabo, que también estaba fuertemente endeudada por una serie de censos a diversas Cofradías; compró la hacienda Guaraquí en Tabacundo a doña Catalina de Luna, también cargada con muchos censos; y en el valle de Salinas
Lebret, Iveline, La vida en Otavalo en el Siglo XVIII, Testamento de don Juan de la Guerra Villota, en Colección Pendoneros, No.22:261-276 33
le compró “unas tierras” a Xavier Therán vecino de Tontaquí que las tiene arrendadas. Como se aprecia, los pequeños terratenientes habían adquirido muchas deudas o préstamos de la órdenes religiosas, para mantener su estatus o para buscar algunas salidas, pero apremiados por los intereses y el capital, debieron vender las tierras a los que tenían liquidez. Pero también compró tierras a los caciques agobiados por tributos y amenazados con la
cárcel y azotes: tres cuadras en Tugunaba a don Agustín Antamba, cacique que le vendió “por enterar los tributos de su cargo”; tres cuadras en Puesanpu a Viviana Puento cacica de Cayambe; dos cuadras al Gobernador de indios don Francisco Cotacache en el mismo sitio; a doña Petrona Cotacache cuatro cuadras y media en el mismo sitio “que los persibió para enterar los tributos del cargo de su marido”; en el mismo sitio compró a don Bernabé Antonio y a don Félix Antonio Cotacache 11 cuadras de
Fuente: AN-Q, Tributos, C.23, Exp. 1790-IV-25. Elaboración: Rosario Coronel en, Poder local en la transición de la colonia a la República, Riobamba, 1750-1820”, Tesis Doctoral Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, 2010. 53
Fuente: AN-Q, Tributos, C.23, Exp. 1790-IV-25. Elaboración: Galo Ramón.
tierras; en el sitio Tunibamba compró dos cuadras de tierras nombradas Pocyo a José Sanabria Maestro de Capilla del pueblo; en el mismo sitio compró a don Alexandro de la Thorre dos cuadras “por los tributos que le debía Gaspar Chávez, indio”; en el mismo Tunibamba compró a don Bartholomé Cuchuango dos cuadras de tierra y a don Francisco Tulcanassa una cuadra, para pagar “los tributos a dos corregidores”; en Alambuela compró dos cuadras a Thomás Cuchuango; en el mismo sitio compró a Pedro Capón, indio dos cuadras; compró a Francisco Tamayo, Cacique, dos cuadras en el mismo sitio; y compró cinco cuadras a don Calisto Cotacache, cacique difunto porque se hallaba “presso por una deuda en el Obraje de Peguche por el Corregidor”. Adicionalmente, había arrendado “unas lomas de tierras a la comunidad de los indios de Cotacache por nueve años” que no las devolvió jamás.
estancos de aguardiente y de tabaco, un ensanchamiento del número de tributarios y una mejor recolección del tributo, y la imposición de alcabalas a los productos y propiedades. Los datos de la Real Caja de Quito, permiten concluir que las reformas tributarias tuvieron éxito: el cómputo en quinquenios de los tributos muestra que a partir de 1774, hay un incremento sostenido (Borchart, 1988:311). En la jurisdicción de Otavalo, de una recaudación quinquenal de 35.000 pesos, se incrementó a 123.061 (quinquenio 1784-1788) que comparativamente con las 13 jurisdicciones de la Audiencia, se ubicó en el quinto resultado más alto, es decir, la presión tributaria sobre los indios de la este Corregimiento fue muy profunda. Para la imposición de estas nuevas medi-
Los Borbones accedieron a la Corona en 1713. Implantaron una serie de medidas administrativas y políticas para aumentar los ingresos a la Corona y contrarrestar el declive económico de España: crearon nuevos virreynatos, introdujeron las intendencias en lugar de los Corregimientos, favorecieron una administración controlada más directamente por españoles cuestión que desplazó a muchos criollos, expulsaron a los jesuitas para tener mayor control de la iglesia, crearon milicias coloniales para controlar cualquier desorden y decretaron el libre comercio que produjo el despegue de varios puertos. 34
En la segunda mitad del siglo XVIII, el estado colonial introdujo duras medidas fiscales, las denominadas “Reformas Borbónicas”34. Las reformas tenían el propósito de elevar las recaudaciones fiscales de la Audiencia, a través del monopolio de los 54
das tributarias se debieron hacer censos de población más prolijos; se redefinieron las categorías de indígenas, incluyendo a muchos que se consideraban mestizos en la población tributaria; se crearon los estancos de aguardiente y tabaco para adquirir toda la producción y venderla con altos márgenes de ganancia para el estado; se cambió la burocracia local que comenzó a cobrar directamente los tributos que en el pasado se arrendaban; se reevaluaron las propiedades agrarias y se aumentó el número de los pequeños contribuyentes. Por ejemplo, en Ibarra, el conjunto de propiedades agrarias en 1731 sumaban 96 y fueron avaluadas en 890.505 pesos; en 1785, con la aplicación de las nuevas medidas, se catastraron 184 propiedades, todas las nuevas eran pequeñas con avalúos menores a los 1.500 pesos. El conjunto de propiedades se avaluaron en 1´388.000 pesos, 56% más que el avalúo anterior (ANH, Q, Alcabalas, 1731, 1785).
cios establecidos tras la revuelta, cuentan con detalle esta historia37. Cuatro indios cayapas habían llegado apresuradamente a Imantag en los primeros meses del año 1777, con una noticia muy grave. Decían haber escuchado de la boca del oidor don Gregorio Mendoza y Zapata, que retornaba desde España a Quito por el camino de Esmeraldas, que por orden del Rey iban a numerar a los indios (que en el lenguaje figurativo era como herrarlos), aumentar el número de mitayos destinados a los obrajes, ponerles nuevos impuestos (la aduana a los productos) e incluso reclutar a los menores de 16 años. La mala noticia rápidamente llegó a la cacica de Intag, doña Antonia Salazar, que pronto la esparció en todo el Corregimiento, sobre todo entre las cacicas de Cotacache, porque la medida afectaba directamente a los niños, de los cuáles las mujeres eran las protectoras, en los normativos de la cultura andina.
Las nuevas imposiciones fueron resistidas con un verdadero ciclo de levantamientos en la Audiencia de Quito. Entre 1700 y 1760 solo se registraron 13 sublevaciones importantes; en tanto, entre 1761 y 1803 se registró un verdadero reguero de 32 revueltas, incluso existió una rebelión urbana, conocida como “la Rebelión de los barrios de Quito”, en 1765; en la Sierra centro norte 27, en la Sierra sur cuatro y una en el oriente35. Aunque los motivos de las sublevaciones fueron diversos, y en ocasiones muy acotados a circunstancias locales, la mayoría de ellas tuvieron una clara motivación fiscal. En unos casos, los indígenas se sublevaron contra las numeraciones que buscaban elaborar una nueva base de tributarios y contra los tributos; en otras se levantaron contra los diezmos, curas, minas y hacendados; y otras sublevaciones repudiaron las alcabalas y el monopolio estatal de los estancos36.
Unos días después, en su camino a Quito, llegó el oidor Mendoza y Zapata a la hacienda Alambuela, de propiedad de don Nicolás de la Guerra, sitio en el que fue visitado por don Patricio Cotacache, cacique principal del pueblo, que alarmado por las noticias, deseaba confirmarlas directamente con el oidor. Mendoza no concedió mucha importancia a sus preguntas, y más bien en tono general, inquirió al cacique por el número de parcialidades y su población, y más aún, le pidió indios para que lo transportasen y gente para componer los caminos por donde iba a transitar. Los indios que acompañaron al cacique, interpretaron estos hechos como una confirmación de la mala noticia y adicionalmente, como una grave complicidad del cacique.
En esta coyuntura se produjo la mayor sublevación indígena de la historia de Cotacache: cinco grandes volúmenes de los jui-
Ver una lista de sublevaciones en mi artículo “Los indios y la constitución del Estado Nacional” en Los Andes en la Encrucijada, FLACSO, 1991:419-456 36 Salomon, Frank, “El shamanismo y la resistencia indígena en el Ecuador”, Cultura 21, BCE, 1985, Quito. 37 ANH, Q, Indígenas, C.99, 1777, Expedientes: 8, 9,10,12,13 35
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Por esos mismos meses, el nuevo Obispo, Blas Sobrino y Minayo alistaba un censo de la población de la Audiencia de Quito para organizar el reparto de las siempre disputadas doctrinas a los curas. Cuando llegó la orden del Obispo al cura de Cotacache Miguel de Espinosa para que componga los padrones parroquiales, tal escrito, en una sociedad que desconfiaba de los españoles y que además, la mayoría de ellos no sabía leer, fue interpretada por los indios como la consumación de la mala noticia que habían escuchado unos pocos meses antes. El día domingo 9 de noviembre de 1777, cuando el cura mercedario Fr. Miguel Roxas se disponía en la Iglesia a leer la orden de levantar los padrones parroquiales, las cacicas iniciaron la gran revuelta, fue la mayor rebelión indígena que se produjo en la Sierra norte en toda la época colonial. Las principales cacicas fueron: Antonia Salazar mujer de Manuel Tamayo, Gobernador de Intag, Petrona Pineda, mujer del Gobernador del pueblo don Patricio Cotacache; Baltazara Méndez mujer de Thomás Torres maestro de capilla; Antonia Tamayo, hermana del Gobernador de Intag y esposa de Javier de Otavalo; y su hija Liberata, entre las más activas. La rebelión tuvo en su inicio tres características fundamentales: fue un rechazo a los censos y al rumor de que querían reclutar a los niños para vincularlos a los obrajes, es decir, cuestionaba a la política de las reformas borbónicas que buscaban aumentar la masa de tributarios, los impuestos y repudiaba el hecho inaceptable de quererles tomar hasta los hijos pequeños, que rompía toda forma de civilidad; pero también fue un rechazo a los obrajes que les habían impuesto durante más de ciento cincuenta años formas de trabajo inhumanas; y un rechazo contra todas las autoridades locales que eran cómplices con las imposiciones coloniales, incluso contra los caciques varones, mostrando en este punto una fuerte independencia femenina. En lo particular, 56
fue también una toma de cuentas a odiados terratenientes que se habían aprovechado de la desesperación de los caciques que por juntar dinero para enterar los tributos, les habían vendido las tierras a precios irrisorios, como los descendientes de Juan de la Guerra, antes reseñado. Fue una rebelión comandada por mujeres, 44 de las 103 personas procesadas tras la revuelta fueron mujeres, puesto que eran ellas las que se consideraban convocadas a velar por sus niños (Moreno, 1977: 195). En Cotacache los indios demolieron e incendiaron los obrajes de Colimbuela y Alambuela, destruyeron 12 casas del pueblo, incluida la del cacique principal y dieron muerte a tres blancos que los mantuvieron insepultos por algunos días: Pedro de León yerno del principal terrateniente Nicolás de la Guerra, Isidoro Mantilla “recuante” de la hacienda Colimbuela y Josef Olegario Bedón, teniente pedáneo de Cotacache y administrador de la hacienda de los jesuitas. Esta revuelta comanda por las cacicas, pronto se convirtió en una sublevación de los indios gañanes, jornaleros y obrajeros, que en medio de las acciones mostraron su repudio a los caciques, obli-
gándolos a participar en la quema de las haciendas y las casas del pueblo. La revuelta se extendió a Otavalo, donde las indias comenzaron por arrojar en la cara del Corregidor el algodón que les había entregado para que elaboraran algunas piezas para la tropa; destruyeron los obrajes de Otavalo del Marqués de Villa Orellana, el de Peguche de Miguel de Jijón arrendado al mismo Marqués, el obraje de La Laguna perteneciente al Rey (Temporalidades), las haciendas de Pirugue, Guasaque, las quintas de Pinsaquí y Quinchuquí, todas del Marqués de Villa Orellana; Sigsicunga del cura Vidaurreta; Agualongo del Rey y Pisabo del Presbítero Xavier de la Guerra (hijo de Juan de la Guerra); 18 casas de hacendados y funcionarios del Corregimiento, varias casas de los caciques locales y dieron muerte a varios blancos. La revuelta se extendió a San Pablo y Cayambe por el sur con igual intensidad, pero también se dirigió hacia el norte, hacia Tontaquí con rumbo a Ibarra, donde finalmente fue derrotada por los blancos de Ibarra, luego de tres duros y desiguales combates. Las represalias del Gobierno Colonial desarticularon aún más a la cuestionada y moribunda dirigencia étnica, marcando la virtual liquidación de los cacicazgos de Cotacache. “A las cacicas Antonia Zalasar, María Juana Cotacache, Rita Piñán, Theresa y Antonia Tamayo, Petrona Pineda, Balthasara Méndez, Liberata Otavalo, Petrona Monroy se ordenó cortarles el pelo, exhibirlas en la plaza y tratarlas en adelante como indias del común (baladíes); al cacique Manuel Tamayo se lo desterró a Intag y se lo convirtió en indio tributario; al cacique Patricio Cotacache y a Thomás Sevilla se les privó del cargo y se los inhabilitó para desempañar cargos similares toda su vida; y a otros indios e indias del común se les rapó el pelo, se les dio azotes públicamente o se los deportó a trabajar a los obrajes de Latacunga (Moreno, 1977:164).
Después de la sublevación de 1777, fueron restaurados y continuaron funcionando algunos obrajes en Cotacache que procesaban lana y algodón, como el llamado “Ocampo” del cura Miguel de Vidaurreta que tenía “diez tareas de labor, batán, dos molinos y todos los utensilios necesarios para sus fábricas”38, que era parte de un
pequeño complejo de haciendas que el curita había logrado amasar gracias al cobro de diezmos, herencias y donaciones (Sigsicunga, Guagato, estancias en Otavalo), sin embargo, otros, como el Colimbuela, el más grande la zona, nunca pudo restablecerse: en 1794 a propósito de su arrendamiento a don Francisco Gómez de la Torre, el inventario señala que se hallaron “todas las paredes y cubiertas amenazando ruina… por lo antiguo de ellas y el estropeo
Testamento del Señor doctor Miguel de Vidaurreta, en Lebret, Iveline, La vida en Otavalo en el Siglo XVIII; Pendoneros 22, 1981:333-347. 38
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que hicieron en la sublevación”, a lo que se añadió el terremoto de 1797, de manera que para 1805 el obraje prácticamente desapareció. Desde el punto de vista histórico, la sublevación y sus secuelas mostró que los obrajes y sus métodos de reclutamiento de la fuerza de trabajo india habían tocado fondo, se precisaba otra relación, un nuevo pacto social: la hacienda. El pueblo de blancos, independencia y cantonización, 1777-1861 En el levantamiento de 1777, el número de blancos que vivían en el pueblo era de alrededor de 30 familias (unas 180 personas). Con la represión y expulsión de muchos indios amotinados, el pueblo comenzó a cambiar notoriamente de característica étnica: de un pueblo fundado para la reducción de los indios, comenzó a convertirse en un pueblo de blancos y mestizos, con una periferia de indios libres y un conjunto de haciendas que habían enrolado a “indios sujetos”, la mayoría forasteros. La relación con la hacienda comenzó a definir las características de un indio: libre o sujeto, a diferencia del pasado que los clasificaban en “llactayos”, “forasteros” o “vagabundos” en atención a su origen y su pertenencia o no pertenencia a un determinado cacicazgo. En el Censo realizado en 1779, los cambios eran muy perceptibles. En el pueblo se registró: cuatro eclesiásticos (dos seculares y dos regulares), 198 blancos, 549 libres de varios colores (mestizos) y tres esclavos. El número de indios se contabilizó en 4.228 (el 84.86% del total). En total, Cotacachi albergaba a 4.982 personas que significan el 15,5% del Corregimiento de Otavalo39. La tasa de crecimiento anual entre la última información sobre la población local (la de 1645 que registró 1.800 personas aproximadamente), había sido de 0,55% anual, que es un crecimiento bajo, a pesar de la llegada de numerosos indios forasteros y 58
vagabundos, como habíamos señalado. En realidad, la época obrajera fue nefasta para los indios, cuestión que también se reflejó en la demografía, pues si restamos los indios que llegaron a la zona, el crecimiento poblacional fue negativo. En cambio, el nuevo censo de 1785, muestra que los blancos y mestizos del pueblo comenzaron a crecer rápidamente, pues se contabilizaron: seis eclesiásticos, 243 blancos, 685 libres de varios colores (mestizos) y cinco esclavos. Los indios sumaban 4.236, es decir, en términos porcentuales habían disminuido tres puntos, constituyendo el 81,9% de la población, que en total sumaba 5.175 personas. Los blancos y libres habían subido de 747 a 928, a una alta tasa anual del 3.6%, cuestión que marcará el desarrollo posterior del pueblo. Un hermoso y excepcional dibujo realizado en esa década (ANH-Q, Indígenas, C.96:1775), nos muestra al pueblo ubicado a las faldas del volcán con su iglesia y plaza, algunas casas de blancos y mestizos dispuestas en cuadras que asemejan a un damero, sin ser del todo rectas y atravesadas de algunos caminos. Son muy perceptibles las imponentes casas de hacienda ubicadas fuera del pueblo (los blancos terratenientes vivían en sus haciendas), mientras el territorio rural está marcado por claras linderaciones. Las chozas de los indios están casi inadvertidas, es decir, el mapa reflejaba una nueva autovisión de esa generación: se percibían como blancos que controlaban un espacio que en el pasado había sido de los indios, de esta manera se negaba o se ocultaba la realidad pluriétnica del pueblo, cuestión que marcó a ese cantón por casi dos siglos. Para ese mismo año, se contabilizaron 21 haciendas en las que vivían 1.005 indios
ANH, Q, Empadronamientos, Censo de Francisco Xavier de Merisalde y Santistevan, 1779. 39
sujetos, es decir, de los 4.236 existentes, el 23,7% servían en las haciendas, pero un 72,3% eran libres, cuestión que determinará el tipo de economía que se constituirá en Cotacache. De las 21 haciendas, 15 de ellas tienen el mayor número de mitayos: la hacienda Molino, de Gregorio Larrea; San Nicolás, de doña Margarita Peñaherrera; la hacienda Ocampo, de Miguel Vidaurreta; la hacienda Quitumba Joya, arrendada a don Enrique Aguinaga; la hacienda nombrada Galpón, de don Joaquín Sánchez; la hacienda Cuicocha, de Joaquín Flor; la hacienda de don Joaquín González; la hacienda San Martín, de Juan Luna; la hacienda Cotacache, que administró José Leyseca; la hacienda Talquigacho, de don Manuel Luna; la hacienda Santa Rita, de Juan Antonio Guerra; la hacienda Quitugo, arrendada a Manuel Terán; la hacienda Piaba, de Carlos Alaba; la hacienda Pisavo, de Xavier de la Guerra; y la hacienda San Martín, de Nicolás de la Puente. Como se advierte, era posible percibir un fenómeno que se profundizará más adelante. Dos de las haciendas fueron arrendadas y una fue manejada por un administrador, es decir, los grandes hacendados empezaron a salir del pueblo, para residir en Ibarra o en Quito, cuestión que matizará al poder local.
como blancos) y algunos blancos pobres que vivían en el pueblo. Se había levantando pequeñas tiendas de comercio, realizando actividades agropecuarias en sus pequeñas parcelas o algunas actividades artesanales y de mantenimiento. La esfera indígena, estaba integrada por indios libres que producían ponchos, artesanías diversas, tenían pequeños pedazos de tierra en sus parcialidades y vivían en la periferia, de manera que, comenzó a producirse un corte territorial, un fuerte dualismo, en el que los blancos se percibían como los dominantes y dueños del devenir histórico del pueblo, ejerciendo un crudo racismo y una discriminación étnica a los indios. El marcado dualismo entre el pueblo de los blancos y los indios, fue incorporado incluso en las fiestas y representaciones andinas, donde los españoles introdujeron cambios para mostrar la superioridad de los personajes de origen español y los andinos. Este dualismo fue reinterpretado como un enfrentamiento entre cristianos y gentiles, sirviendo a los propósitos de la dominación, puesto que, representaban el triunfo del cristianismo sobre la gentilidad, como en la fiesta de corazas, pendoneros, yumbos y abagos.
Por estos años, al finalizar el siglo XVIII, el pueblo se ha dividido claramente en dos grandes esferas: la de blancos y la de indios. La esfera de los blancos, estaba integrada por un poderoso sector de 15 hacendados que controlaban la mayor parte de la tierra productiva, enrolaban en sus predios al 23% de los indios cuya economía era totalmente controlada puesto que pagaban por ellos directamente los tributos, empleaba a un importante número de los mestizos en calidad de sirvientes y escribanos, y se dedicaban a producir trigo, maíz, vacunos, algunos tejidos y lana para los mercados locales. En esta misma esfera se ubicaban algunos mestizos (que se auto identificaban 59
Para observar estos cambios, veamos una de representaciones, la de El Coraza. El Coraza fue al mismo tiempo un personaje y una fiesta que se celebra hasta hoy en día en Cotacachi. Como personaje aparecía en la semana santa y en el yamor, pero como fiesta, tiene una específica entre el 15 al 22 de agosto. En la fiesta, el Coraza se presenta sobre un caballo, seguido de un séquito conformado por un Ñaupador (ayudante u hombre de confianza que lo protege), por la Capitana (mujer del coraza), por la Loa (un/a niño encargado de recitar unas coplas de carácter religioso que se dirigen a la autoridad local, sea al cura, al teniente político u otro), los yumbos (que en cierto momento atacan al Coraza con raspadura), el Negro Capitán (un gran danzante). El Coraza está vestido de una camisa blanca almidonada sobre la que se coloca la chusma de tela raso blanca adornada de muchos oropeles de colores muy vivos que rematan en flecos de hilo de oro, pantalón interno rosado sobre el que se coloca el blanco de hilo adornado de oropeles, medias largas color carne, zapatos blancos adornados de cinta azul, oropeles y piedras preciosas, una gola de tela color blanco también adornada de lentejuelas, perlas, mullos, anillos que van sobre la chusma, la corbata es azul también adornada con oropeles, los manguillos de tela espejo, los guantes de color blanco, el pañuelo sobre la cabeza, un sombrero de paño con dos plumas formando un penacho, y el paraguas, la “huma” y la maceta que porta en la mano, que las usa el día de la fiesta. Montado en su caballo se pasea por los campos dando bendiciones a la tierra. Por sus características se considera que representa a un rey, aunque no se precisa a qué tipo de rey. Sin duda, el personaje fue construido en la época colonial de manera sincrética, reuniendo tres elementos: primero, está relacionado con el ciclo agrícola por la fecha en que se celebra, el recorrido del campo y el agradecimiento a la cosecha; segundo, también se relaciona con la representación de los señores andinos de la época de la colonia que solían vestirse con ropa española, oropeles y acompañado de un séquito de servidores; y tercero, es una interpretación andina del poder colonial y religioso, especialmente del Corpus Christi, por el ropaje blanco, el uso del caballo, la loa, el esclavo negro y el paraguas, que fueron impuestos por los españoles. En realidad, no se trata de un sincretismo igualitario, sino de un personaje que muestra la presencia vigorosa de la colonización. Al ser atacado en determinado momento por los yumbos (representantes de la otredad, los no civilizados, no cristianos o gentiles), el ocupar ceremoniosamente un sitio en la iglesia durante la fiesta y reconocer la autoridad del cura o del teniente político, intenta representar la civilidad tal como ella era planteada por los colonizadores. En este enfrentamiento con los yumbos, el Coraza siempre sale triunfante, mostrando la superioridad de la civilización cristiana sobre la andina. Lo impresionante de esta representación, es que ella fue aceptada y adoptada por 60
los propios andinos, que de esta manera aceptaban su papel de derrotados, a lo sumo le otorgaban ese papel de sometidos a los yumbos o a los abagos. Sin embargo, en otras representaciones, los indígenas se dieron modos para también ridiculizar o criticar a los blancos. El mito del “Chuzalongo” es un ejemplo de este tipo de representaciones. El Chuzalongo es un personaje andino “un ser de pequeña estatura, arrogante, robusto, desafía a todos, tiene un pene enorme que lo lleva envuelto en el pecho de su cuerpo (entre tres a doce vueltas) o lo lleva depositado y marcado sobre el poncho delantero o enrollado en un hombro, el pelo es de color castaño con brillo de oro, tiene los pies pequeños invertidos para atrás, manos y pies de tres dedos y tiene los ojos fuertes y rasgados, la cara aproximadamente redonda y colorada, es guapo y tiene la sonrisa cautivadora. “Tiene un pelo abundante que lo usa como poncho, usa sombrero capacho y poncho rojo o negro con camisa y pantalón blanco”. “Solo se lo ve en la luna llena, vive en las cascadas o vertientes o pasa junto a las piedras donde hay agua y le acompaña un arco iris”. Otros señalaron que “vive dentro de una cueva, donde su cuerpo es negro y de ojos rojos, pero cuando sale, es bello, seductor y cautivador frente a las mujeres”. “Toca el tambor y su cuerpo despide luces”, “es hijo de la montaña Warmi Razu” (Cotacachi), “no viola a las pastoras, sino las seduce,
Iglesia Matriz de Cotachi 61
pero una vez que les ha hecho el amor ellas mueren”, “no cura, ni enferma”. “Una vez que se ha secado la cascada, desaparece el Chuzalongo”. Este mito en la cultura andina, tenía el propósito de advertir y proteger a las mujeres solteras (sobre todo a las pastoras) para que no se aventuren solas por esos parajes o a las mujeres que adoptan personas extrañas a su propia familia; en tanto, a los hombres, los pone en guardia sobre los caminos que eligen y los advierte sobre aceptar retos o cualquier tipo de relaciones con desconocidos. El Chuzalongo en la cultura andina es peligroso y descomunal, representa la extrema virilidad, fuerza, salvajismo y capacidad de mimetización de los cerros, es decir, es un lado oculto y complementario de la bondad de los cerros que otorgan el agua, la yerba, la leña y los productos silvestres. Pero también es un seductor, guapo, agresivo, el amante perfecto o un niño que despierta la maternidad, pero que también mata. Sin embargo, en otras versiones de claro origen colonial, el Chuzalongo ha sido transformado en un “mishu” es decir, en un blanco. Varias personas lo describen como “blanco”: su rostro es blanco, sus ojos verdes y grandes y su pelo es corto, rojizo o rubio y ralo. Estos atributos físicos se atribuyen al personaje, puesto que, en la zona, los mishus (blancos y mestizos) solían violar en los campos a las mujeres indias. En este caso, el mito funcionaría como advertencia a las mujeres, como construcción de la no civilidad masculina del mishu (el otro, el violador) o incluso como procesamiento cultural del mestizaje forzado. En Cotacachi, el Chuzalongo es moreno (cuando está viviendo en las cuevas, pogyos y quebradas), pero cuando sale a caminar es blanco, guapo y seductor, cuestión que mostraría el cambio operado con el proceso colonial. El personaje también es parte del imaginario mestizo, que lo relaciona con el duende europeo. Los mestizos consideran al Chuzalongo un ser maléfico, cercano a la animalidad y el fruto de amores prohibidos e incestuosos entre padres y hermanos. En su descripción se destaca que el pene cuelga como un cordón umbilical, es decir que, mantiene una relación permanente con su madre, mientras que, por su apetito sexual y tamaño de su sexo se comporta como un violador y amante perfecto, vale decir, representa el lado incestuoso y lascivo de los seres humanos. Como puede advertirse, la construcción de la sociedad dual, fue una de las formas de la dominación colonial, que creó una distancia irreductible entre colonizador y colonizado, ajena a toda forma de interculturalidad y convivencia equitativa; a pesar de ello, los vencidos se dieron modos para reinterpretar a los personajes para procesar la dominación. 62
El acoso permanente de la esfera de los blancos sobre la esfera india, para captar la tierra, el agua y la fuerza de trabajo, produjo el fortalecimiento creciente de la esfera de los blancos y una mayor vulnerabilidad de la indígena. Para 1804, por ejemplo, el porcentaje de indígenas sujetos a la hacienda ha subido al 37% (438 sujetos), bajando en consecuencia el número de indios libres al 63% (775 libres) (Oberem, 1981:348). Este porcentaje tenderá a subir moderadamente: en 1820, el porcentaje de indios libres es del 60% (820) y los sujetos a la hacienda el 40% (516) (Martínez, 1990:68), que es el tope máximo de indígenas vinculados a las haciendas, puesto que luego tenderá a disminuir. En estas condiciones llegó el siglo XIX; que, como sabemos, empezó por el proceso de independencia, que tuvo su primer estreno en 1809, con la Revolución de Quito. Un acontecimiento desencadenante fue la invasión de Napoleón Bonaparte a España en 1808, que se apoderó de la Corona y la obsequió a su hermano José. Ello dio lugar a la organización de las Juntas de Cádiz que dictaron una constitución liberal que por primera vez reconoció el derecho de los reinos americanos (colonias) a ser parte constitutiva de la monarquía y bajo el principio de que “en ausencia del Rey la soberanía recaía en el pueblo”, se organizaron juntas de gobierno en las colonias. En esta coyuntura, un connotado grupo de criollos quiteños organizó la primera Junta Soberana, reclamando autonomía, Junta que logró mantenerse por tres meses. El 14 de septiembre de 1809, la Junta Soberana organizó, entre otros, al cabildo de Otavalo, designando a don José Sánchez Orellana y Cabezas, como Corregidor y Justicia Mayor. Este, mediante un edicto declaró su adhesión a la Junta y estableció medidas de gobierno para mantener “el orden y la tranquilidad”. Entre las medidas dictadas llama la atención el interés por normar la relación entre los indios y los
caciques. Se les ordena a estos últimos que “paguen su trabajo a los indios” y que “no les ocasionen molestias o vejaciones a los indios”40, cuestión del todo irrelevante, puesto que los caciques habían perdido autoridad sobre sus indios, lo cual desplazaba el problema real que era la relación entre hacendados e indios, mostrándonos el verdadero carácter de los “patriotas” que buscaban liderar el proyecto de construcción nacional. En efecto, don José Sánchez de Orellana, era hijo de don Jacinto Sánchez, Marques de Villa Orellana, familia que controlaba una serie de propiedades en la región y que se convirtieron en los principales dirigentes de la revolución. La primera Junta de Quito de 1809, tuvo una enorme oposición del gobierno colonial de Lima y Bogotá, e incluso de los criollos de Cuenca, Guayaquil y otras ciudades menores, que les mostraron con claridad que el poder local (los españoles que en América controlaban el poder, muchas veces aliados y articulados con grupos criollos) no estaba dispuesto a soportar ni siquiera un proyecto autonomista. La masacre de los patriotas del 2 de Agosto de 1810 les permitió calibrar el grado de beligerancia y brutalidad que alcanzaba el conflicto al poner en cuestión el poder colonial local; pero adicionalmente, les permitió identificar con claridad “al otro”, al invasor, al externo, al ocupante, al colonialista identificado en la soldadesca de Lima, permitiendo identificar o crear un “nosotros” “los patriotas quiteños”, cuestión que incluso les posibilitó flexibilizar su composición social para incluir a sectores populares urbanos (la plebe) en la nueva Junta. El 19 de septiembre de 1810, Carlos Montú-
Herrera, Amable, Monografía del cantón Otavalo (Pronunciamiento de Otavalo), Tipografía y Encuadernación Salesiana, Quito, 1909:77-82 40
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far organizó una segunda Junta de Gobierno, que en este caso, contó con una alianza de las elites de Quito, mayor participación popular y un fuerte apoyo de muchos curas que vieron en ella, la posibilidad de crear la verdadera religión en tierras americanas. Para los eventos que se suscitaron en este proceso en la Sierra Norte, es importante destacar la alianza (pero sobre todo los conflictos) que se produjeron entre la elite de los Montúfar y la elite de los Sánchez de Orellana, que como hemos dicho, dirigió la revolución en la Sierra norte. La segunda Junta Suprema ordenó la creación de los Ayuntamientos en las villas y ciudades para mantener el “buen orden y recta administración de justicia”. En la región, la Junta elevó a la calidad de ciudad a Ibarra y villa a Otavalo, correspondiéndoles organizar su gobierno local. En el caso de Otavalo, el 24 de diciembre de 1811 se integró el cabildo con el nombramiento de dos alcaldes ordinarios, a través de una reunión de electores convocada por los comisionados don Mariano de Albuja (Capitán de la Séptima Compañía de Milicias) y el doctor José Duque de Abarca (cura Vicario de esta Villa), que reunieron “a seis sujetos de los principales” para que los elijan. Al efecto, fueron convocados el 1 de enero de 1812 don Luis Boada, Alguacil Mayor del Distrito; Manuel Solar, Administrador de las Reales Rentas; José Vinueza (Capitán de caballerías de milicias que dimitió, nombrándose en su reemplazo a don Nicolás Terán); Mariano Paredes, Toribio Páez y Antonio Andrade “personas todas de mucho honor y patriotismo”, según se señaló en la respectiva acta, que eligieron a don Toribio Páez (alcalde de primer voto) y don José Andrade (alcalde de segundo voto)41. Como se advierte, en esta Villa, se produjo una alianza básica entre milicianos patriotas, curas partidarios de la causa y prominentes personalidades de la localidad (fuertemente relacionados con los Sánchez de Orellana), lo cual garantizaba la consolida64
ción del proceso revolucionario en este distrito. El proceso contó con la adhesión de numerosos blancos y mestizos en los que se incluyeron numerosos cotacacheños, de sectores populares de Otavalo e inclusive de un buen número de indios. Muchos indios pertenecían a las haciendas de los Sánchez y sus amigos, pero otros eran indios libres del pueblo de Otavalo, cuestión que muestra una dimensión particular de la participación indígena, que en otros espacios había sido obligados a participar, favorable a los realistas en otros, o simplemente ausente en la mayoría. Esta alianza, explica que un buen sector de habitantes del distrito de Otavalo mantuvo su adhesión a la Junta Suprema hasta el último momento, cuando se produjo el combate y su derrota final. Veamos con mayor detalle este último momento. En los días finales de la Segunda Junta de Gobierno, tras la derrota del Ejército patriota dirigido por Feliciano Checa (de la facción de los Sánchez de Orellana) en Mocha, debió trasladarse a Latacunga, donde fue reemplazado por Carlos Montúfar, que se atrincheró en la Quebrada Honda de Jalupana para defender a Quito, en tanto el ejército realista comandado por Montes eludió ese paso para llegar por la parte oriental del Atacazo para ponerse a punto de tomar la capital. Montúfar debió inmediatamente trasladarse al Panecillo y buscar defender los altos de San Sebastián y La Magdalena, que finalmente sucumbieron ante el avance de Montes, Sámano y Aymerich. En estas circunstancias, el Ejército patriota se desorganizó, pero algunos se dirigieron a Otavalo e Ibarra para oponer la última resistencia, en medio de las peleas internas en las filas patriotas entre los mon-
tufaristas y sanchistas, cuyas discrepancias fueron parte sustantiva de la derrota. Sámano fue el encargado de perseguir a las tropas revolucionarias que se habían reorganizado en Otavalo. Con sagacidad, engañó a los patriotas prometiéndoles que mediaría con Montes para que no los persiguiera, hasta que logró fortalecerse en San Antonio, sitio desde el cual organizó el asalto final a los patriotas, que fueron derrotados, algunos fusilados (Calderón y Gullón), otros perseguidos y la mayoría enjuiciados. Al paso por Otavalo, las tropas de Sámano habían dejado a un grupo de soldados “morlacos” enfermos en esa villa, cuestión que fue aprovechada por los sublevados para matar a diez de ellos. También organizaron un ataque en los altos del Mojanda a las tropas que iban a auxiliar a Sámano antes de la batalla en San Antonio de Ibarra y asaltaron a varias casas de realistas del pueblo. De este hecho nos informa el nuevo Teniente Corregidor realista nombrado por Sámano: Don José Jaramillo y Rivadeneira, Teniente Corregidor y Justicia Mayor de Otavalo destaca que se produjo una “Horrorosa sublevación de indios que atacó las tropas del exercito del Rey Nuestro Señor Don Fernando Séptimo, que venían reconquistando estas provincias rebeladas contra Su Majestad y sus legítimas autoridades…de que resultó matarlos a diez soldados el día jueves veinte y seis” (de noviembre de 1812) y luego salir al camino ha sorprender a los soldados y armas que de auxilio pasaban al pueblo de San Antonio el día domingo veinte y nueve (de noviembre)” (ANH-Q, Indígenas, C161, Exp.17, 1812). Informa que en estos hechos, participaron unos cien blancos de Otavalo y Cotacachi, unos mil indios, un negro esclavo, una mulata y tres mujeres indias del común. Entre
los blancos acusados estaban, en primer lugar los Sánchez de Orellana, importantes terratenientes regionales: “Que entre los graves excesos cometidos en esta ciudad en que se señalaron muchos individuos de su primera representación, es público y notorio, que el Marqués de Villa Orellana Dn. Jacinto Sánchez con su hijo Dn. José Sánchez y Cabezas, han tomado con el mayor empeño el criminal proyecto de revolver a sus habitantes, levantándolos en peso, para que erigido un Gobierno contra las leyes fundamentales de la monarquía, tomasen sus gentes las armas contra el rey y contra sus magistrados que a su nombre gobernaban esta Provincia notándose que los nominados marqués y su hijo, desde la primera Junta establecida el diez de agosto de mil ochocientos nueve, constituidos representantes, y puestos en los primeros empleos civiles, y militares, no han cesado de mantener este vecindario con su provincia en un movimiento continuado, levantando tropas revoltosas y de todos modos delincuentes, para que resistan al ingreso de las reales que venían al comando de Su Excelencia…” En segundo lugar, fueron acusados una serie de blancos, la mayoría terratenientes locales: “Agustín Pastrana, José Ocampo, Miguel Paredes, don Francisco Rodríguez, Cristóbal Torres, Marcos Alarcón, don José Paes, Xavier Pinto, José Pinto, el hijo de Pedro Recalde, Manuel Vinueza, entre otros, pero también gente del común como una mulata llamada Marta que andaba en el tumulto apoyando y seduciendo a los indios a efecto de que cometiesen el exceso acaecido, y ha oído de publica voz y fama como la mujer de Manuel Suárez indio, y unas Pelilianas y la mujer del Carcelero acompañaban el tumulto, y esta última expresaba que matasen al testigo por haber este hecho retirar a los indios dándoles noticia de que habían triunfado las armas del Rey”. En el caso de Cotacachi, uno de los testigos, Joaquín Rodríguez expresó que: 65
Con ocasión de que el testigo fue conminado por Xavier Pinto, no solo a él sino a muchos, se fue la víspera del ataque a San Antonio, a sus cabeceras, pero con el destino de no entrar en guerra, para lo que no llevó ninguna arma y solo fue por complacer a Pinto… que estando viniendo de Ibarra el declarante por haber pasado ese mismo día, entre José Surita, José Alemán, Joaquín y Manuel Vinuesa y otros más que también fueron seducidos por Pinto, encontraron a este y Mariano Guerra con otros vecinos de Cotacachi que lo fueron don José Andrade, Mariano Espinosa alias Pandorga, don Juan Albuja y muchos que sería como cien españoles y como mil indios, y dicho Pinto les expresó al testigo y sus compañeros que él había recopilado ese grueso de gente…Que don Mariano Paredes y Palacios dijo que tenían orden del Congreso para recoger todas las gentes de Otavalo y llevar para que se incorporasen con las tropas de Quito. Que sabe de oída de cómo apresaron a los ocho hombres que conducían el pliego dirigido del Excelentísimo Señor Presidente al Señor Coronel y fueron Marcos Alarcón, don Francisco Rodríguez los Mayordomos de Pinsaquí, Mariano alias el Catico, otro mozo el cual paso en junta de los indios de Pinsaquí, demás mozos del sitio de San Roque. Que sabe de cómo fueron a quitar las armas en el alto de Cajas a las tropas del Rey las siguientes personas: Xavier Pinto, Manuel Vinuesa, Joaquín Vinuesa, su negro, quien volvió a este lugar a reanimar a las gentes para que se engrosase el tumulto de hombres, pero no le siguieron. Que sabe como el día de las muertes hacían de capitanes José Melo, el que más apoyaba para que los mataran, una 66
mulata Marta y una india Manuela Churubingo. Que sabe que los indios les buscaban para matar a don Miguel Jaramillo y al Señor Justicia Mayor… Otro testigo, don Mariano García, dijo: (que oyó que dejaban) “a Mariano Guerra con su gente en el pueblo de San Pablo a que ayudase a la facción del día sábado anterior. Que el citado Guerra prometió en la plaza de Cotacachi regarle las tripas al testigo luego que perdiese la acción en Ibarra la tropa del Rey por contrario a la Patria. Que José Torres concuñado del citado Guerra anduvo expresando como los morlacos se hallaban desertando de treinta en treinta por lo cual tenían segura la victoria”. El testigo Gaspar Portilla, añadió: “que también vio una esquela escrita por don Francisco Calderón a los contenidos Xavier Pinto, Manuel Vinuesa y José Ocampo en que les mandaba sublevasen contra dicho auxilio a los indios y caciques; y que con doscientos de ellos mandase Pinto ganados para Ibarra…Que también oyó el testigo a un tal José Delgado pastuso que profería cómo estaban en lista todos los traidores que se habían hecho con los morlacos…” Destacó que “José Dávila teniente del pueblo de Cotacachi reunió a indios y blancos...” De los relatos se desprende una activa participación de muchos blancos de Otavalo y Cotacachi, de autoridades del Cabildo de Otavalo en el tiempo de la revolución y de varios hacendados y de muchos indios. La participación de los blancos se explica por su relación con la facción de los Sánchez de Orellana, tal como los testigos señalan, por su participación como parte de las autoridades durante la Junta y por una adhesión a la causa patriótica, cuya comprensión podría estar relacionada con el acceso exclusivo al manejo del poder local. La participación de los sirvientes, e incluso de
un esclavo se explica por su compromiso filial con sus amos, cuestión que también involucró a muchos indios de hacienda. La participación de varios indios libres podría relacionarse con la expectativa de un cambio, pero su participación no fue independiente, sino un claro alineamiento con el poder local. Como puede advertirse, había un poder regional terrateniente que tenía un enorme poder en la Sierra Norte, organizado sobre la base de facciones, es decir de redes sociales que tenían en la cúspide a familias poderosas, en las que se incluían pequeños hacendados locales, curas y varias autoridades promovidas con la Revolución de
Quito, que tenían capacidad de movilizar a la población local, especialmente a los indios y blancos vinculados a las haciendas, de manera que, se trataba de un poder local dispuesto a disputar con los españoles el control de estas localidades. Este poder regional, tenía conexiones de diverso tipo con los pequeños sistemas de dominación locales que habían surgido en los pueblos, como en Cotacachi, una vez que, el pueblo había sido tomado por blancos y mestizos, que controlaban la tierra y a los indios. Este poder local había desplazado a los caciques y a los indios libres de los pueblos, que debían adherirse al nuevo poder o ser excluidos. En esta coyuntura 67
revolucionaria, muchos caciques, buscaban mantener su relación y fidelidad con la Corona española para protegerse del poder local terrateniente, es decir, se comportaron como realistas, aunque tampoco el poder realista estaba interesado en protegerlos. Por ejemplo, el cacique de Cotacachi, don Juan Cotacachi, apenas escuchó de los acontecimientos revolucionarios huyó del pueblo temeroso del poder local terrateniente que se había sumado a la Revolución de Quito, así como de las eventuales represalias de Sámano (ANH, Q, Indígenas, C.144). Este poder local que comenzó a funcionar de manera muy clara desde inicios del siglo XIX en Cotacachi, tenía algunos rasgos de poder “gamonal”, pero pronto cambió. Sus rasgos de afinidad con el poder gamonal, término acuñado en el Perú para los poderes locales de carácter terrateniente, eran principalmente tres: se trataba de un grupo que expandió sus tierras a través de medios ilícitos y violentos; manejaba la política como cosa privada y habían fragmentado a su favor la dominación local42. Sin embargo, pronto adquirió dos diferencias sustantivas: de una parte, los propietarios (por venta o por casamientos) se articularon a poderes regionales, muchos de los cuales no vivían en la zona, sino en Quito, por tanto, no siempre funcionaba esa “trilogía embrutecedora” que hablaba Manuel González Prada (sacerdote, terrateniente y abogado), puesto que la mayoría de operaciones legales se realizaban y decidían fuera, en Quito; y de otra, los nuevos hacendados no eran advenedizos sin casta, cuño colonial y poco refinamiento, más bien, eran familias que gozaban de legitimidad social y que en sus comportamientos, buscaban diferenciarse de manera progresiva de las formas rurales, estableciendo una diferencia sustantiva con los indios e incluso con los mestizos, por tanto, es mejor definirlos como un Sistema de Dominación terrateniente regional y local.
Para ilustrar el rápido cambio o articulación regional de este sistema de dominación en Cotacachi, veamos un acontecimiento suscitado en 1826, pocos años después de la emancipación: Se produjo un litigio legal por la posesión de unas tierras entre el hacendado dueño de Colimbuela, el ciudadano Manuel Vinueza (residente en Cotacachi, dueño también de Cuicocha y uno de los pocos terratenientes que administraba directamente sus haciendas) y los indígenas, que alegaban ser dueños de esas tierras. En medio del litigio, Vinueza intentó en agosto de 1826 sembrar el sitio, por lo que acudió con su mayordomo (mestizo) y el mayoral y sirvientes (indígenas) a trabajar el terreno, por dos días consecutivos. Los indios, entre 100 a 200, le impidieron el trabajo, razón por la cual Vinueza demandó a los cabecillas Antonio y José Lanchimba y Francisco Chávez. Los acusó de haber impedido con palos el trabajo, haber desbaratado la boyada (yunta), de haber tumbado del caballo al terrateniente, de haberlo arrastrado por una cuadra, al igual que a sus acompañantes. La demanda fue presentada como una querella por Vinueza y respaldada por el teniente político, que la condujeron al Juez de Otavalo. Presentaron por testigos al mayordomo, mayoral y sirvientes (que fueron los acompañantes), pidieron la presencia de un Ministro de Justicia que aprese a los cabecillas y que vaya acompañado de tropa para poner orden. El juez aceptó la querella y toma el testimonio de los testigos (que en realidad eran parte de los supuestos agraviados), nunca hubo entrevista a alguien de la parte de los indígenas y dictó sentencia. Comisionó al alcalde de la Parroquia de Cotacachi (no es autoridad municipal, sino del régimen dependiente) para que aprese a
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Ver, por ejemplo, Flores, Galindo, 1977; Poole, Deborah, 1988
los indígenas. Fueron apresados por el alcalde, que los llevó a presencia de Vinueza para que los reconozca, añadiendo de su parte que encontró a Vinueza con señales de los golpes que había recibido en su ojo y en la paleta. Los indígenas fueron condenados a prisión. El problema pasó a Quito donde se resolvió a favor de Vinueza. Años más tarde, Vinueza optó por vender la hacienda Colimbuela a Pedro Vázquez de Velasco, y Cuicocha a María Mercedes Chiriboga y Larrea, connotados terratenientes regionales que vivían en Quito y que las
manejaban a través de arrendatarios. Como se advierte, el terrateniente local que había usado métodos ilegales para expandir su propiedad, con habilidad convirtió al problema en un asunto penal por agravios recibidos, movilizó a su favor las leyes y al juez de Otavalo, quienes ordenaron la actuación de las autoridades parroquiales, incluso para ganar méritos añadieron detalles acusatorios. Pero el problema se resolvió en Quito, gracias a la articulación clasista entre los sistemas de dominación local
Fuente: BCE, Estructura Agraria de la Sierra Centro-Norte, 1830-1930, T I. 1984. 69
y los sistemas regionales. El terrateniente local finalmente, sea por procesos de ascenso social o por presión de la creciente e irresistible concentración de la tierra, vendió su propiedad a terratenientes regionales ausentes de la zona, que convirtieron a las propiedades en parte de complejos hacendarios de toda la región. En efecto, las fuentes notariales recogidas por el equipo del Banco Central muestran que, para la primera mitad del siglo XIX, buena parte de propietarios de Cotacachi no residían en la zona, la mayoría eran familias connotadas de Quito, manejaban las haciendas a través de arrendatarios o eran parte de complejos hacendarios que imitaban a los jesuitas del siglo XVIII, pero que no llegaron a tener el éxito económico de los “hijos de Loyola”. Con terratenientes ausentes y que manejaban sus propiedades desde Quito, en Cotacachi residían propietarios medianos, algunos profesionales, comerciantes medianos y empleados de las haciendas, que como tales, tenían escaso poder en la Sierra norte. Por ejemplo, la Ley de División Territorial dictada el 25 de Junio de 1824 en Bogotá, los reconoció como cantón de Imbabura, sin embargo, estos grupos locales no pudieron hacer respetar esta resolución, de manera que el municipio de Otavalo continuó dirigiendo la vida de los cotacacheños, al punto que las rentas del trabajo subsidiario de la parroquia (impuesto cobrado tanto a indios como a blancos) era utilizado para construir el camino de Mojanda, antes que en el desarrollo de Cotacachi; y la disputa por el páramo de Muenala y las rentas que producía su arrendamiento, también fueron otorgadas en 1843 a Otavalo. Debieron pasar 37 años, para que recién en 1861 se reconozca al cantón con las parroquias Cotacachi, Intag e Imantag, comience a funcionar el cabildo municipal y se oficialice la grafía actual (“Cotacachi”). Del Acta de constitución del cabildo se in70
fiere que, el papel central para la creación del cabildo municipal, fue el desempeñado por profesionales locales que asumieron la conducción de este organismo: En el cantón Cotacachi a seis de julio de mil ochocientos sesenta y uno, el Jefe Político que suscribe nombrado por el Supremo Gobierno, y que después de haber prestado la promesa constitucional ante el Señor Gobernador, nombrados interinamente por la Gobernación de dicha provincia, y no habiendo un escribano que autorice sus actos, se halla en el deber de nombrar dos testigos de actuación, y en consecuencia, nombra a los señores Dr. Telésforo Peñaherrera y Benjamín Albuja de Galindo, quienes hallándose presentes aceptaron el cargo y ofrecieron bajo de su juramento, desempeñar fiel y legalmente el encargo, que se les confía, y para su constancia firma con el presente Jefe Político: Julián Andrade, Telésforo Peñaherrera y Benjamín Albuja de Galindo. En el Cantón Cotacachi, en el mismo día, mes y año, convocados los Señores Concejeros Municipales, Modesto Peñaherrera 1º., Dr. Carlos Cevallos 2º., Dr. Vidal Saldaña 3º., Rafael Reyes 4º., y José Peñaherrera 5º., y hallándose presente, el señor Julián Andrade, Jefe Político del cantón, les recibió la promesa constitucional, y habiendo prestado su palabra de honor sostener y defender la Constitución de la República y desempeñar fiel y legalmente el destino que se les ha confiado, dicho señor Jefe Político, los declaró en posesión y firmaron por antenos los actuarios de que certificamos: Modesto Peñaherrera, Carlos Cevallos, Vidal Saldaña, Rafael Reyes, José Peñaherrera, Julián Andrade González. Ante-
nos: Telésforo Peñaherrera, Benjamín Albuja de Galindo. Alcaldes resultaron electos: Dr. Telésforo Peñaherrera 1º, Rafael Albuja 2º. Procurador Síndico Sr. Segundo Proaño43 Economía hacendaria, comunidades e iniciativas artesanales: 1861-1970 En la segunda mitad del siglo XIX, la economía de Cotacachi descansaba en cuatro grandes actividades: la producción agropecuaria realizada por las haciendas tradicionales locales; las actividades de subsistencia desarrolladas por las comunidades indígenas rurales; las actividades de un conjunto de colonos que comenzaron a instalarse en la zona subtropical; y las iniciativas artesanales sostenidas por blancos del pueblo y los indios libres. El dualismo étnico y territorial entre comunidades indígenas y blancos de los pueblos se mantenía, pero comenzó a matizarse con la presencia de colonos mestizos. El control del poder local, era un monopolio exclusivo de los autodenominados blancos del pueblo, en el
que no participaban ni los indígenas, como tampoco los colonos. En este período, las grandes haciendas de Cotacachi eran proclives a pertenecer cada vez más a propietarios externos, la mayoría quiteños, que las manejan a través de arrendatarios. El mercado de tierras era muy restringido y concentrado, es decir, pocas veces se vendían las propiedades. Y si ello ocurría, se las vendía entre un pequeño grupo de terratenientes, muchos de ellos emparentados. Hubo un fuerte inmovilismo de la tenencia de la propiedad agraria, las únicas divisiones se produjeron por herencias, por tanto, se destacó un proceso muy tradicional de acceso y manejo de la propiedad excluyente a cualquier dinámica de desarrollo agropecuario. Las pocas haciendas que se vendieron fueron: Colimbuela, de Pedro Vázquez de Ve-
Albuja, Galindo Alfredo, Estudio Monográfico del cantón Cotacachi, Talleres Gráficos Minerva, Quito, 1962: 173-174. 43
Cotacachi a finales del siglo XIX 71
lasco que en 1865 fue vendida a Mariano Álvarez y Villasín y en 1878 a Nepatalí Bonifaz; el Obraje Ocampo que fue vendida por la familia Larrea y Jijón en 1904 a Alejandro Cevallos; y la hacienda Peribuela, que fue vendida en ese mismo año a Antonio Estévez Mora. Como hemos manifestado, la figura del arrendamiento por parte de propietarios ausentes era muy común: el obraje Ocampo, de José Javier Valdivieso fue arrendado en 1857 a Emilio Gangotena; las haciendas Piñán y Pitula, de José Manuel y Carrión fueron arrendadas en 1866 a Francisco Gómez de la Torre y ésta última en 1872 a Antonio Martínez y Larrea; La Joya, El Paridero y Quitumba, que pertenecían al Seminario San Diego de Ibarra fueron permanentemente arrendadas, por ejemplo, en 1905, la primera a Amador Jaramillo y las dos últimas a José Elías Monge; La Compañía, de los hermanos Pérez fue arrendada en 1878 a Leopoldo Fernández; las haciendas Piñán y Pitula, que eran de propiedad en 1915 de Jacinto Jijón y Caamaño, fueron arrendadas a Carlos Manuel Tobar; o la hacienda Colimbuela, arrendada en 1928 a Luis Charvet
Leticia. En medio de este enorme inmovilismo, lo único que cambiaba era el nombre del dueño de la hacienda por partición de la propiedad a través de las herencias, que se hicieron más frecuentes a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. La hacienda Cotacachi, pasó por herencia en 1861 a Juan Freire Chiriboga y en 1887 a los hijos de doña Luz Zaldumbide; Quitumba, fue heredada por los hijos de la viuda Antonia Cortez de Armero en 1856; La Compañía, fue repartida a los hermanos Pérez en 1867; Cuicocha, de Luz Zaldumbide, fue partida por herencia a sus hijos en 1887; La Compañía, fue dividida a los hijos de Manuel Jijón y Rosa Larrea en 1906 y se volvió a dividir en 1928 para los hijos de Teodoro Larrea y Jijón. Cabe señalar que en algunos casos, la partición no se consumó cuando los herederos llegaron a algún acuerdo para repartirse otras propiedades44; también es necesario señalar que varios propietarios estaban endeudados (tenían censos y capellanías)45 y que – comparativamente - con los obrajeros de Otavalo, que intentaron
Esta casa fue construida aproximadamente en 1880 72
La misma casa en la actualidad.
modernizar sus unidades; los de Cotacachi se acomodaron a la producción agropecuaria en sus haciendas, sin intentar procesos de modernización, es decir, era una clase parasitaria que no aportó al desarrollo local. Para colmo de males, sus unidades productivas fueron duramente golpeadas por el terrible terremoto de 1859, que tuvo como epicentro un sitio ubicado entre Atuntaqui y Cotacachi. La fragmentación de la gran propiedad agraria comenzó a operarse por métodos tradicionales: especialmente por herencias o compra-ventas entre miembros de la misma clase, de manera que, fue creándose una estructura agraria de propiedades medianas, excepto unas pocas propiedades de la zona de Intag que escapaban a ese patrón. La denominación de “propiedades medianas”, la hacemos en comparación con el tamaño de propiedades de cantones
de la región, como por ejemplo de Cayambe o Tabacundo. Estas propiedades medianas en el contexto regional, ofrecían unos pocos puestos de trabajo a algunos blancos del pueblo que se desempeñaban como mayordomos, escribanos o sirvientes; y articulaban como hemos dicho, alrededor del 40% de indígenas que vivía en sus predios. A diferencia de esta clase terrateniente, el grupo laborioso estaba integrado por blancos y de indios libres que no se habían articulado a la hacienda y que habían emprendido en
BCE, Estructura Agraria de La Sierra Centro-Norte, 18301930, op.cit 45 Por ejemplo, La Compañía de José María Pérez Calisto tenía un censo de 3.830 pesos o la hacienda Alambuela, de Margarita Dávalos, tenía un censo de mil pesos (ANH, Q, Censos y Capellanías, C. 102; Exp.11) 44
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diversas actividades artesanales, cuestión que le imprimió una particular dinámica al pueblo, que fue destacada por numerosas personas que lo visitaron en el período.
y estaban dispuestas a lo largo del camino. Cotacachi es el pueblo que más sufrió por el terremoto de 1859, y aquí noté sin embargo menos ruinas que en cualquier otro lugar que los que visité. Cotacachi, Atuntaqui y Guano, cerca de Riobamba, son los pueblos más industriosos de la República, y la consecuencia lógica de dicho trabajo es la prosperidad. Por lo tanto, Cotacachi presenta una apariencia agradable. Nuevas casas saludan al viajero por todos los lados, y en todos los lugares se están construyendo otras edificaciones. El principal artículo manufacturado aquí y exportado a Quito, Guayaquil y Nueva Granada son los ponchos. Se calcula que cerca de seis mil ponchos de todos los colores son manufacturados cada mes. El algodón aquí consumido es cultivado en las partes más calientes de la provincia- También se manufactura lana para ponchos, abrigos y pantalones, así como seda para corbatas, camisetas, etc. La seda usada es importada desde el exterior. Se están haciendo grandes esfuerzos para introducir el gusano de seda en el Ecuador, pero todavía no hay resultados concretos. Los instrumentos usados por estos fabricantes son pasados de moda. Todo se hace a mano y de una manera lenta aunque segura. La maquinaria y las innovaciones modernas, aunque son conocidas en los alrededores, aún no han sido aceptadas por la comunidad patriarcal de Cotacachi47.
La habilidad de los indios de Cotacachi para las artesanías provenía desde la época aborigen, había sido aprovechada por los obrajes que funcionaron en la zona en los siglos XVII y XVIII, y se mantenía en muchos indios libres que lograban pagar sus tributos merced a estas actividades. Por ejemplo, el Corregidor de Otavalo, Gaspar de Santisteban en 1809, ponderaba que los indios y algunos blancos de Cotacachi fabricaban lienzos de algodón bastante finos, encajes, variedad de bordados muy finos y particulares, ponchos de macana de algodón, mantelería, felpas, sombreros y colgaduras de cama labradas, con algodón que traen de Urcuquí y Tumbaviro, aunque también señalaba que, lo hacen en cortas proporciones “porque generalmente son muy inclinados al ocio y a la embriaguez”, “así indios como blancos, de suerte que a ningún comerciante le es fácil hacer algún mediano acopio de estos géneros para su extradición a otros países” (RHGAQ, T 2: 742-43). El carácter laborioso del pueblo también fue destacado años más tarde por Manuel Villavicencio, que señaló que los indios de Cotacachi “tienen mucha habilidad en los tejidos de chales, ponchos i encajes, se distinguen por su destreza i gusto en los bordados y vaciados en lino, i algodón…”46. Más elocuente es aún el diplomático Hassaurek que visitó Cotacachi en junio de 1863, cuatro años después del brutal terremoto de 1859 que afectó seriamente a Cotacachi y que dejó en ruinas a numerosas unidades productivas: Era domingo cuando cabalgué hacia el pueblo de Cotacachi, que está casi a una hora a caballo de Otavalo. Vi muchas tumbas indígenas (montículos), algunas de las cuales eran muy altas 74
Sin embargo, este pueblo laborioso había venido acumulando desde la colonia un
Villavicencio, Manuel, Geografía de la República del Ecuador, CEN, 1984 (1858): 305. 47 Hassaurek, Friedrich, Cuatro años entre los ecuatorianos, ABYA YALA, Quito, 1997: 339-340. 46
Vista Panorámica de la iglesia Matriz.
problema serio que impedía su desarrollo: la segregación espacial, social y política de las comunidades indígenas. Las identidades locales fueron construidas de manera dual: entre blancos o “mishus” y los indios. En la localidad no se reconocían grupos intermedios, ni siquiera se asumía la existencia de “mestizos”, puesto que, independientemente del grado de mestizaje y del nivel económico logrado, todos los blancos y mestizos, se asumían como blancos. Este grupo era el que controlaba al Municipio local y todas las representaciones del estado; cobraban el trabajo subsidiario a los indios para construir las obras municipales usando todas las formas de abuso, cárcel y castigo, tal como es posible observarlo en las Actas del Cabildo; ellos cobraban los diezmos de la iglesia vía arrendamiento, arranchando la producción de los indígenas en las propias parcelas; ellos establecían relaciones inequitativas en el comercio y en las relaciones diarias con los indios; ellos concentraban los servicios en la ciudad dejando fuera de las más elementales obras a
las comunidades. Esta división espacial entre indios y blancos (dualismo étnico), fue matizada con la instalación creciente de colonos en la zona subtropical de Intag. Varios mestizos provenientes de diversas latitudes e incluso muchos indígenas, comenzaron a instalarse en esa zona para dedicarse a la producción de aguardiente e inclusive de tabaco. Algunos producían aguardiente de manera legal, como lo sabemos por un juicio contra don Elías Monge en la hacienda Quitumbita (ANH, Q, Estancos, C.31, Exps: 16 y 17), otros se dedicaban al contrabando de este producto, como don Manuel Ruiz que en 1919 fue juzgado por la Corte Suprema de Quito (ANH, Q, Estancos, C.32, Exp.10). También se producía tabaco, cuestión que ya había sido probada desde 1810, cuando el Gobernador de indios reclamaba porque le pagaron muy poco por una siembra ordenada por la misma autoridad desde Ibarra, aduciendo mala calidad del producto (ANH, Q, Estancos, C.23, Exp: 1). En 1919 75
hubo un activo contrabando de tabaco en rama, uno de los cuales fue localizado en sitio El Mortiñal. El censo de 1950, captó bien esta división tripartita del espacio de Cotacachi, que definirá la configuración actual. El Censo estableció una población total de 23.756 personas, que comparada con la población registrada en 1785, significa un crecimiento del 0,92% anual, que constituye un crecimiento moderado, pero diferenciado entre grupos: los indígenas habían crecido a un ritmo del 0,52% anual, ritmo parecido al del siglo XVII y XVIII, es decir, su condición reflejada en la demografía que no había cambiado; en tanto los blancos habían crecido a un ritmo de 1,64% anual, que es alto, tres veces más que los indígenas, cuestión que mostraba dos cosas: que el contingente humano que había llegado al cantón, era principalmente de blancos y mestizos pobres que buscaban fortuna en las zonas de colonización, considerando su situación en términos de su crecimiento. Con ello, en este período se produjo un
cambio significativo en el balance étnico: los indígenas sumaban 10.054 (42,32%)48 y los “blancos” (blancos y mestizos) eran 13.702 (57,67%), por primera vez, los indios que habían sido dueños ancestrales de Cotacachi eran la minoría. Dicho censo dividió a la población en tres sectores: el urbano que congrega al 18% de los habitantes (4.277); la zona suburbana que agrupa al 22,71% (5. 395) y la zona rural que constituye el 59,28% (14.084). Lo impresionante de esta división, es que ella tiene características fuertemente étnicas: en la población urbana el 95,54% de los habitantes eran considerados “blancos” (en este caso blancos y mestizos) hispanoparlantes, es decir, entre ellos vivía un 4.45% de indígenas, mostrándonos una altísima segrega-
Algunos investigadores que han analizado el Censo de 1959, como Gregory Knapp, consideran que hubo un subregistro de un 10% de indígenas que no fueron censados por diversas razones (distancia, resistencia, negación de su identidad). Si ello fuera cierto para Cotacachi, entonces los indígenas serían el 46 % de la población. 48
El primer autobús de Cotacachi. Fue adquirido por don Fernando Ruiz Proaño en 1928. En esta fotografía constan Aureliano Nazareno, chofer, y Alfonso Andramunio, ayudante. 76
ción étnica que se asemejaba mucho a un apartheid. En la zona suburbana, es decir, el anillo que rodea a la ciudad, era ocupado predominantemente por indígenas, al punto que, el 89,85% de ellos eran indígenas y solo el 10,14% eran “blancos”, lo cual muestra que, la segregación espacial entre indios y blancos (dualismo étnico) en lo que ahora se llama la “zona andina” era clara y visible, impidiendo o retardando el desarrollo de procesos interculturales que habrían sido beneficiosos para los dos pueblos. Tal era la incomunicación entre los dos sectores que en aquel censo, el 76,9% de los indígenas y “blancos” era monolin-
güe y solo el 23,09% eran bilingües, es decir, solo la quinta parte de la población se podía comunicar entre indígenas y blancos en alguno de los dos idiomas. Para completar esta incomunicación, solo el 40% de la población era alfabeta, de manera que, tanto la comunicación oral como la escrita eran restringidas. El analfabetismo era increíblemente alto entre las mujeres (llegaba al 65%), cuestión que mostraba la alta factura del neocolonialismo local. En cambio, en la zona rural de Intag, las cifras eran matizadas: el 69,5% de ellos eran considerados “blancos rurales” y el 30,5% indígenas, comenzando en esta 77
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zona, un proceso de relacionamiento más activo, zona que más tarde jugará un papel significativo en los cambios que hoy se viven. Los “blancos” que se localizaron en Intag, tenían menos prejuicios étnicos, por su condición de pobres y forasteros, al punto que, cuando en agosto de 1937 el estado ecuatoriano dictó la Ley de Comunas, la mayoría de ellos se organizaron en comunas: en Apuela cuatro (San Juan de Urubí, Pucará, Pueblo Viejo y La Unión), que se legalizaron entre 1943 y 1957, estimándose que cada colono tenía un promedio de tres a seis hectáreas; en García Moreno dos (San Lorenzo y Santa Lucía, que se legalizaron entre 1956 y 1962, con promedios estimados de 6 has cada uno); en Peñaherrera cuatro (el Cristal, Nungulbí, Cuellaje y El Paraíso, legalizadas entre 1937 y 1939, estimándose un promedio de 3 a 5 has por familia); y en Plaza Gutiérrez dos (El Mortiñal legalizada en 1943 y La Unión de San Francisco en 1967, con promedios de 5 has por familia).
arremetidas de la hacienda y del pueblo blanco; y de otra, que a pesar de los altos índices de analfabetismo, tenían claridad sobre las posibilidades de la legislación nacional, utilizando una táctica bien conocida: utilizar al Gobierno Central y a las leyes, para protegerse de alguna manera de los poderes locales (Municipio, Tenientes Políticos, Iglesia) y de la hacienda. Los observadores del MAG estiman que el promedio de tenencia de la tierra por familia fluctúa entre 0,5 a 1,3 ha/familia y que solo cuatro de ellas tenían tierras comunales: Morochos, La Calera, Eloy Alfaro y Cumbas Conde. Este antiguo proceso organizativo, el control territorial y la existencia de una autoridad propia, serán la base del proceso de la organización que desarrollarán más adelante.
Por su parte, las comunidades indígenas mantenían un importante nivel de organización. Tan pronto se dictó la Ley, entre 1938 y 1962, se legalizaron en el MAG 33 comunidades: en la parroquia El Sagrario 13: El Cercado, Tunipamba Bellavista, Topo Grande, Alobuela, Asaya Santo Tomás, Santa Bárbara, Iltaquí Chiquito, Piava Chupa, Pilchibuela, San Pedro y El Batán; en la parroquia Imantag cinco: El Hueco, Perafán, Ambí Grande, El Morlán y El Pueblo; en la parroquia Quiroga nueve: San Martín de Laimes, Iquinchala, Cuicocha, Cumbas Cone, Punje Cumbas, Guitarra Ucu, Iquintzala y San Antonio de Cuicocha; y en la parroquia San Francisco seis: Suárez Dávila Chicapamba, Eloy Alfaro, La Calera, La Victoria Don Bosco, Morochos y Morales Chupa49. Su temprana legalización muestra que, de una parte, este 60% de indígenas que no se vincularon a la hacienda, mantuvieron una organización permanente que les permitió construir un territorio étnico que los defendió de las
En las últimas cuatro décadas, después de los años 70, el cantón Cotacachi experimentó los cambios más importantes, positivos y acelerados que se han visto desde la conquista española. Aunque estos cambios están umbilicalmente conectados, con fines analíticos podríamos subdividirlos en varios aspectos: una modernización evolutiva de las haciendas y un proceso de diversificación productiva; una poderosa revitalización indígena sostenida en procesos de educación, organización y una combinación de clasismo y derechos étnicos; el paso de la gestión comunal a la gestión pública sobre la base de una amplia alianza entre nuevos actores sociales que se configuraron en el período anterior y que encontraron un punto de unidad en la búsqueda de un nuevo modelo de gestión y desarrollo
Los procesos de revitalización étnica y construcción del cantón intercultural: 1970 hasta nuestros días.
Ministerio de Agricultura (MAG), Archivo de Comunas, 19371962. 49
local más equitativo; y la construcción de un proyecto de vida intercultural como un encuentro y disfrute de la diversidad. La estructura agraria basada en la concentración de la tierra en propiedades medianas y las relaciones serviles tradicionales, se mantuvieron con escasos cambios hasta 1974, a pesar de que ya se había aplicado la reforma agraria de 1964 y estaba en marcha la del 74. El censo de ese año, mostró que el 1,1% de propietarios que tenían entre 50 y 200 has, controlaban el 57% de la superficie de las unidades agropecuarias del cantón, mientras que en el otro extremo, un 92% de propietarios de unidades que tenían menos de cinco hectáreas, apenas accedían al 23% de la tierra. Las relaciones de producción en las haciendas, mantenían el trabajo servil de los indios internos a cambio de un huasipungo y de los indios colindantes por dos o tres días de trabajo a la semana a cambio del acceso al pastoreo de sus pocos animales, la leña o eventualmente el uso del agua. Los cambios que se habían operado en la tenencia de la tierra, se habían realizado a través de las formas tradicionales (herencias, particiones y ventas), lo cual había creado en la zona andina un régimen de propiedades intermedias, esto es, propiedades que fluctuaban entre 50 y 200 has; mientras en la zona subtropical de Intag se constituía un régimen polarizado: unas pocas propiedades enormes, de las que hasta ahora se ignoraba su extensión50, algunas propiedades medianas cuyos dueños buscaban establecer una producción aurífera, maderera o pecuaria y un creciente número de colonos que tenían propiedades de diverso tamaño dedicados a la producción de caña y productos agropecuarios para el consumo interno. En realidad, en Cotacachi no hubo Reforma Agraria, ni movilización social para exigirla, ella afectó apenas al 3,5% de las tierras en la zona andina. A lo más, la Reforma
Agraria sirvió para mover el mercado de tierras como una manera de estimular a los hacendados a deshacerse de las tierras marginales51, y con esto, incrementar la colonización de las tierras subtropicales y evitar los conflictos con las comunidades. El Estado se limitó a propiciar y dirigir muy parcialmente los procesos de colonización en la zona de Intag (como válvula de escape a la presión por la tierra en la zona andina52) y a proteger de alguna manera a las comunidades indígenas del asedio externo. La ausencia de un movimiento campesino para exigir y radicalizar la reforma agraria se debió a cuatro razones: (i) al tamaño mediano de las haciendas de la zona “andina” de Cotacachi que las dejó fuera de la intervención estatal; (ii) al proceso de división por herencias o por venta que se activó con la amenaza de la reforma agraria (como la hacienda San Martín en Quiroga, la venta de Quitumba y Peribuela por parte de la Curia de Ibarra, la parcelación efectuada por la Asistencia Social de haciendas como Los Molinos, Perafán y Colimbuela; (iii) al remate de algunas de ellas que pretendieron modernizarse (como Tunipamba que se endeudó a los bancos para introducir maquinaria agrícola, abonos químicos y control de plagas, producir hortalizas o especializarse en la producción ganadera, sin lograr cambios sustantivos en la producción); y (iv) al hecho de que, la mayoría de indígenas (el 60%) no estaban ligados a la
Por ejemplo, la hacienda Hospital en Piñán, que tenía entre 15.000 a 30.000 has (Guerrero, Ospina 2003:108) 51 Fernando Guerrero encontró que entre 1996 y el 2000 se realizaron 3055 transacciones de tierra (el 82,5%) fueron compraventas de unidades que tenían entre 20 a 50 has, vía por la cual se produjeron los principales cambios, más que por adjudicaciones por reforma agraria. Ver, Guerrero, Fernando, El mercado de tierras en el cantón Cotacachi de los años 90, CAAP, Ecuador, DEBATE, 62: 187-208 52 Según Guerrero, entre 1996 y el 2000, el INDA (IERAC) adjudicó 3.532 has en Cotacachi, la mayoría de las cuáles se ubicaron en la zona de Intag, específicamente en la parroquias García Moreno (el 95,8%). Ver, Guerrero, Fernando, El mercado de tierras en el cantón Cotacachi de los años 90, CAAP, Ecuador, DEBATE, 62: 187-208. 50
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hacienda, lo cual los obligó a buscar otras estrategias de subsistencia, como la migración o incluso, la colonización de la zona de Intag. En síntesis, la modernización de la hacienda en la zona andina buscó un cambio en la orientación productiva (productos de exportación como espárragos, la creación de agroindustrias, la ganadería de leche y últimamente la producción de flores); disminuyó el tamaño de las propiedades (quedándose con la parte más productiva, con riego y plana) y cambió las relaciones sociales (se generalizó el salario y las formas de gestión capitalista). En Intag, el proceso estimuló la creación de medianas propiedades, sirvió para descongestionar la presión por la tierra de la zona andina y estimuló el proceso de colonización. Por la vía de la toma de tierras, tras largas negociaciones, solo se parceló la hacienda Tunipamba, cuestión que obviamente desmotivó a las comunidades a emular este ejemplo, de manera que, la revitalización étnica no se operó sobre la lucha por la tierra, como en otros contextos, sino en torno a la lucha por la educación, los derechos étnicos y el reclamo por el respeto de los derechos individuales vulnerados cotidianamente por un cruel racismo que atravesaba a todas las relaciones sociales entre indígenas y los llamados “blancos”, tal como lo testimonió Alberto Andrango, Alcalde actual del cantón: Las comunidades vivían abandonadas por los poderes públicos explotadas por las haciendas y la iglesia, abusados por las autoridades como el teniente político, el Municipio, la policía y cada persona que se creía con poder abusaba de los indígenas, hombres y mujeres, niños, ancianos y adultos en todo sentido”; “los diezmeros iban a las comunidades con sus canastos y sus costales a coger lo que había, a coger lo mejor, y no respetaban nada... 80
Mucha gente blanco mestiza de la ciudad vivía a costa del trabajo de los indígenas”. “La policía buscaba pretextos para que los indígenas caigan en sus redes y apresarles. La época de fiestas como es San Juan o Finados, era cuando más les llevaban a la cárcel. Los tenientes políticos se aprovechaban del analfabetismo y la falta de conocimiento del castellano de los indígenas: “Iban a las comunidades y les decían, me das tanto y no te llevo al cuartel”. “El Municipio organizaba mingas para que los indios limpien las calles o construyan las obras del centro urbano53. La revitalización étnica que se produjo a partir de 1960 en el Ecuador, tuvo en Cotacachi su propio camino: partió de la organización comunitaria que se había mantenido desde la época colonial y que se consolidó en los años 1940-60 con la Ley de Comunas; se basó en un amplio proceso de educación de sus cuadros dirigentes que se constituyeron en los dinamizadores del proceso; logró coaligar a las organizaciones comunitarias en una organización de segundo grado que aglutinó a todas las comunidades del Cantón, manteniendo esta característica hasta el presente, como pocas experiencias en el país; y se basó en una particular combinación de clasismo y etnicidad, que la diferenció de otras experiencias que habían privilegiado los derechos étnicos. La persistencia de la comuna indígena les permitió controlar una parte del territorio, mantener una autoridad propia, el sentido de la identidad y la pertenencia, recrear
Entrevista concedida por Alberto Andrango en el 2002, a Santiago Ortiz. 53
las instituciones y símbolos comunitarios, así como tener un organismo aceptado por el Estado, lo cual les permitió negociar su protección. Por su parte, la educación se convirtió en una apuesta de los padres indígenas para buscar que sus hijos emprendan en otras estrategias de sobrevivencia más allá de las duras tareas agrícolas, para que tengan mejores posibilidades de adaptarse al medio mestizo y como elemento de afirmación étnica. De hecho, en este proceso no solo que revertieron las altísimas tasas de analfabetismo (pasaron de un analfabetismo cercano al 90% en la década del 60, a un porcentaje de matrícula del 93% en el nivel escolar para el 2011), sino también se formaron líderes indígenas escolarizados con capacidad de formular propuestas y programas escritos, de hacer un uso más amplio de la normativa ecuatoriana, acceder a las instituciones públicas, estructurar agrupaciones sociales modernas y establecer alianzas beneficiosas. Precisamente, serán estos líderes los que formarán la Federación de Comunas, crearán el proyecto piloto de Educación Intercultural Bilingüe, la oficiarán de maestros en las escuelitas comunitarias y se ligarán a organizaciones nacionales como la FENOC (hoy FENOCIN), para estructurar un frente político nacional con capacidad de negociación. La creación de la Unión de Organizaciones Campesinas e Indígenas de Cotacachi, UNORCAC, constituye un hito importante en la organización indígena de Cotacachi. Fue la culminación de un proceso que se inició en la relación lograda entre los maestros indígenas y los dirigentes de los cabildos que debatieron sobre las necesidades como el agua, escuelas, caminos, casas comunales y otros derechos de participación e integración social. Ello creó las condiciones para conformar la Federación de Comunas el 19 de abril de 1977 que agrupó a 12 comunidades; proceso que se puso a prueba el 3 de noviembre de ese mismo año.
El programa de la UNORCAC de aquellos años, combinaba el logro de derechos individuales (la igualdad ante la ley: derecho a la asociación, trato justo, respeto a sus tradiciones culturales), reivindicaciones clasistas (el derecho a la tierra, al agua, a salarios dignos), con derechos ciudadanos (acceso a vías, escuelas, salud, casas comunales). Esta particular combinación de propuestas pronto la convirtió en un actor social importante en el cantón que le permitió pasar del espacio comunitario al espacio público. En la década de los 80, el programa de la UNORCAC, en medio del “retiro del Estado” que provocaron los programas de ajuste neoliberal, asumió el papel de un pequeño municipio preocupado por dotar de infraestructura, apoyar la educación, la producción y la seguridad social de sus comunidades, cuestión que se amplificó, en lo local, con la búsqueda por acceder a las concejalías municipales para negociar obras para sus bases comunitarias, mientras en lo nacional mantenía sus relaciones con la izquierda para ampliar su representación con el retorno de la democracia. La disminución de las demandas étnicas, les permitió acercarse a las organizaciones parroquiales de la zona subtropical de Intag y de los barrios de Cotacachi. El acceso de los indígenas a la alcaldía de Cotacachi, abrió las condiciones necesarias para una nueva relación, más intercultural con los mestizos de la ciudad y del campo, que se expresó en la construcción de la asamblea cantonal y de un nuevo modelo participativo de gestión municipal. Apareció un nuevo ideario que valora la unidad en la diversidad provocando una relación más respetuosa entre indígenas y mestizos. Este nuevo ideario, plantea la necesidad de la inclusión social y democracia local para reconocer los derechos ciudadanos diferenciados: una representación territorial (zona andina, ciudad y zona subtropical), una representación étnica (indígenas, 81
mestizos y afros) y una representación de otras identidades y actores (mujeres, niños, jóvenes, empresarios, entre otros). Plantea la generación de un nuevo modelo de vida que combina una mayor armonía con la naturaleza (que se expresa en la creación de zonas protegidas amplias), plantea explorar otras estrategias de acumulación local (turismo ecológico y cultural), busca estimular otras ramas productivas que ofrezcan oportunidades a sectores más amplios (artesanía, pequeña industria). Sin duda alguna, este nuevo proceso ha logrado cierta hegemonía, visible en la voluntad de mantener la dirección indígena del proceso por cuatro períodos electorales (dieciséis años), que muestran un camino
distinto al planteado por otros agrupaciones indígenas: aquí no se insiste en la creación de circunscripciones territoriales indígenas separadas de los mestizos, sino la creación de un cantón intercultural que construya con los diversos el nuevo ideario. Los desafíos de este nuevo proceso son múltiples. En la línea de la producción agropecuaria, de acuerdo al Censo Agropecuario del 2000 (INEC, 2000), la base productiva agrícola es débil y tiene problemas pendientes: solo el 4, 68% del suelo agropecuario tiene riego (4.177 has de 89.137 has), el 4,41% del suelo aún no ha sido legalizado (3.934 has de 89.137 has) y la superficie de páramos que constituye el 9,2% (8,201 has) no tiene un manejo adeNo tiene pie de foto
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cuado, cuestión que está impactando en la disposición de agua y pérdida de la biodiversidad. La superficie de pastos artificiales y naturales es alta, suman el 31% del suelo bajo UPA (14.705 has y 13.190 has respectivamente). Sin embargo, desde otra lectura, su mayor potencial está en la enorme superficie de montes y bosques que constituyen el 41,81% de la superficie bajo UPA (37.270 has) lo cual justifica la propuesta cantón ecológico para auspiciar el turismo ecológico y su firme oposición a la explotación minera: Su producción de alimentos es bastante diversificada lo cual podría lograr la soberanía alimentaria del espacio (maíz, fréjol, plátanos, trigo, cebada, arveja, tomate de árbol, haba, aguacate). Pero también es necesaria una evaluación de la producción orientada a la agroindustria (caña, cabuya, café, madera) y a la exportación (flores) dentro de una propuesta integral de ordenamiento del territorio y acumulación local. Su artesanía de cuero es bastante dinámica, pero las actividades artesanales de tejidos dependen umbilicalmente de los comerciantes otavaleños. Otro desafío importante es crear espacios de encuentro intercultural, sobre todo en las expresiones culturales. La construcción del cantón intercultural es una tarea que desafía a todos, y esta labor apenas ha comenzado.
CONCLUSIONES
Con los conocimientos actuales, solo es posible escribir la historia de Cotacachi de los últimos 1.700 años, entre el año 300 aproximadamente y la época actual. Sin duda alguna, esta historia se remontará a épocas más pretéritas con el avance de las investigaciones arqueológicas, tarea pendiente y necesaria. Estos 1.700 años, muestran dos grandes etapas, una que duró alrededor de 1.200 años, desarrollada entre andinos y que transitó entre la formación de las primeras llajtas, señoríos étnicos, confederaciones y adscripción al Tawantinsuyo. Esta etapa, aunque tuvo momentos de alta conflictividad, guerras y conquistas, no desvalorizó a la sociedad local, más aún, podríamos afirmar que esos eventos y procesos constituyeron un aporte al desarrollo de Cotacachi. La siguiente etapa, inaugurada con la invasión española y que hasta el momento ha cumplido cerca de 500 años, fue distinta, no tanto porque fue producto de una conquista, sino porque ella desvalorizó a la sociedad local, creando una separación entre indios y blancos (en los que se incluyeron los mestizos) que afectó al desarrollo de Cotacachi. Han hecho falta cinco siglos para que esa brecha enorme comience a saldarse y podamos otra vez hablar de un pueblo unido en la diversidad, proyecto al que se ha denominado “la construcción de la interculturalidad”. Este cambio en los idearios, de una sociedad partida étnicamente y mutuamente de espaldas, a una sociedad que busca construir un nuevo pacto social de relación equitativa, respetuosa y creativa entre los diversos, es un hecho relativamente nuevo, de estos últimos cuarenta años, es una experiencia que tiene muchos desafíos que vencer, pero está en el nuevo sendero. También hemos buscado mostrar que a 83
pesar de la dominación y de las relaciones inequitativas, se produjeron relaciones de tolerancia, convivencia y respeto que las hemos denominado experiencias de “intercultura”54 sobre las cuales es necesario construir; y hemos intentado mostrar que el nuevo pensamiento intercultural55 tiene un doble desafío: a la vez que valorar y respetar las diferencias, encontrar la unidad y creatividad en la diversidad. En todos estos aspectos, Cotacachi constituye una avanzada en el Ecuador, cuya experiencia abrirá luces a todos los ecuatorianos que enfrentamos estos mismos retos. Esta historia alternativa a los enfoques tradicionales busca mostrar la importancia de los nuevos actores que surgieron en este último proceso: indígenas, barrios urbanos, parroquias rurales y afrocotacacheños; llama la atención sobre la necesidad de pensar en una historia pluricultural, no unicultural o de un grupo de notables, que destaque y valore las diversas identidades, los conflictos y acuerdos; el protagonismo de los nuevos actores sociales: mujeres, niños, jóvenes, artesanos, sectores del turismo, comercio y transporte, la agroindustria entre otros; y de sus potencialidades para construir el “buen vivir”, como un modelo de desarrollo integral, inclusivo, equitativo, sustentable y basado en el conocimiento y una tecnología adecuada. Esta nueva historia de Cotacachi debe mostrar sin miedo, y sin ocultar los desafíos en la construcción del nuevo modelo de gestión en el que la dimensión participativa busca conjugarse con la eficiencia y la eficacia de sus instituciones, especialmente del gobierno local; los desafíos para vencer la pobreza y crear una sociedad próspera del buen vivir; debe aportar desde lo local en la construcción de la provincia, de la región, explorando y construyendo diverso tipo de alianzas territoriales que le permitan ampliar su mirada para resolver los problemas y ganar un espacio en el desarrollo nacional y en el mundo globalizado. 84
Intercultura son las formas de convivencia y conflicto gestionado, que se construyeron entre los diversos en condiciones de pluriculturalidad y quedaron marcadas en las tradiciones, en las normas, en los símbolos, en la cultura, favorables en la producción de relaciones de confianza, de respeto mutuo, de creatividad y de generación de consensos. 55 La Interculturalidad es un proyecto político y una práctica colectiva en la era de la globalización, que se plantea de manera conciente, a fin de potenciar y crear otras formas de intercultura, desarrollando diversas interacciones sociales (afectación mutua, acuerdos negociados, encuentros, críticas, autocríticas y conflictos) entre los diversos para desarrollar un proyecto común. Es una revolución profunda fundada en la construcción de una mayor simetría de poder entre los diversos para crear nuevas relaciones y valoraciones: respeto mutuo, valoración de las tradiciones y de las diferencias, aprendizaje mutuo, relación interfecundante entre diversas lógicas y racionalidades, desarrollo pleno de las capacidades individuales y colectivas. 54
ARCHIVOS
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CAPÍTULO II
COTACACHI: LO SUBLIME DE SU GEOGRAFÍA
Kléver Antonio Bravo Sumario. La Comarca. La herencia natural andina. El agua: bendición y paisaje. La reserva ecológica Cotacahi – Cayapa. Sus parroquias: Apuela, Seis de Julio – Cuellaje, García Moreno, Imantag, Peñaherrera, Plaza Gutiérrez, Quiroga, Vacas Galindo. Bibliografía. La talabartería, un saber socialmente productivo (Carmen Haro López).Reflexiones Históricas. Un punto de partida. Gremios y oficios. Renombre nacional. Bibliografía 89
LA COMARCA
En este pedazo de suelo imbabureño se conjugan tres espacios: el urbano, el andino y el subtropical. Y en todo este mosaico de paisajes, es su gente - de una diversidad cultural y étnica - la que ha construido el desarrollo, gracias a su prodigio colectivo de unidad y progreso. Aquí conviven entre sus 1.809 Km2 de superficie: artesanos, comerciantes, maestros, músicos y trabajadores del campo, para compartir con familiares, vecinos y turistas nacionales y extranjeros, el encanto de sus valles, páramos, volcanes y lagunas; y, sobre todo, su trabajo agrícola, su arte musical y su producción artesanal. Lleva el nombre del volcán más importante de la región, el Cotacachi. En primera instancia, fue elevado a la categoría de cantón el 25 de Junio de 1824, según Decreto del Senado y Cámara de Representantes de la República de Colombia “…para el logro de la pronta y buena administración gubernativa, económica y de justicia…”. Tal Decreto reconocía al cantón Cotacachi, junto a los cantones Ibarra, Otavalo y Cayambe, como parte de la provincia de Imbabura y ésta a su vez como parte del Departamento del Ecuador.56 Para 1830, año del nacimiento de la República del Ecuador, se logró mantener la misma División Territorial que impuso la República de Colombia seis años atrás, con la única diferencia que en la lista de cantones de la provincia de Imbabura constaba solamente Ibarra.57 Habría pasado más de tres décadas cuando en el gobierno de don Gabriel García Moreno se celebró la Convención Nacional del Ecuador, la misma que emitió la “LEI de 29 de mayo de 1861 sobre división te90
rritorial”. Esta Ley estableció una organización territorial ecuatoriana dividida en 13 provincias y 41 cantones, entre éstos Cotacachi, como parte de la provincia de Imbabura, junto a los cantones de Ibarra, Tulcán y Otavalo.58 Emitida dicha Ley, la cantonización se hizo efectiva el 6 de Julio de ese año, contando con su primer Jefe Político, don Julián Andrade. Hasta esa fecha, Cotacachi dejó de ser parroquia rural del cantón Otavalo. Si hay algo de esta tierra que se debe emular es la vida armoniosa que llevan los tres grupos sociales que componen la comarca: mestizos, nativos kichwas y afroecuatorianos. La gran mayoría de este conjunto humano está dedicado a tres actividades económicas tradicionales que se han convertido en el motor fundamental del desarrollo local: •Agrícola, que comprende el cultivo de grandes y pequeñas propiedades •Artesanal, que corresponde a la producción textilera tradicional y a la manufactura del cuero •Turística, que se desarrolla gracias a los paisajes naturales y culturales59 Pese a que la población de Cotacachi, tradicionalmente ha sido una sociedad “mayoritariamente agrícola”, de un tiempo acá ha emprendido nuevas fuentes de trabajo, entre estas la floricultura, otra actividad económica y productiva que se ha disper-
Archivo – Biblioteca de la Función Legislativa, Gaceta de Colombia – 1824, “Ley de 25 de junio sobre División Territorial de la República”, p. 207 57 IGM-SENPLADES, Atlas Geográfico de la República del Ecuador, Quito, 2010, p. 9 58 Archivo – Biblioteca de la Función Legislativa, Convención Nacional del Ecuador, “LEI de 29 de mayo de 1861 sobre división territorial”, p. 34 59 Rhoades, Robert (editor), Desarrollo con identidad: comunidad, cultura y sustentabilidad en los Andes, Abya-Yala, Quito, 2006, p. 453 56
tag y Quiroga, que están localizadas en la zona andina; Apuela, García Moreno, Peñaherrera, Plaza Gutiérrez, Seis de Julio de Cuellaje y Vacas Galindo en la zona subtropical. En tema educativo, la cabecera cantonal dispone de nueve centros de educación básica: “González Suárez”, “Cardenal Bernardino Echeverría”, “Juan Francisco Cevallos”, “La Inmaculada”, “Trajano Naranjo”, “Hortensia Yépez Tobar”, “Manuela Cañizares”, “Modesto Peñaherrera” y “Santísimo Sacramento”. Los centros educativos de nivel básico y bachillerato son: “Luis Ulpiano de la Torre”, “Instituto Tecnológico de la Industria del Cuero” y “Las Lomas”. A todo este sistema educativo se suman 11 escuelas de educación básica y cinco centros de alfabetización que laboran en el sector rural.60 Crsto Rey. iglesia Matriz
sado por toda la provincia y en cuyo grupo humano de trabajo lo conforma gente de este cantón, en su mayoría.
IMIE, Informe Maestro de Instituciones Educativas, Ministerio de Educación, 2010 60
Su territorio está integrado por la cabecera cantonal, a una altura de 2.418 metros sobre el nivel del mar, y en la cual se ubican las parroquias urbanas El Sagrario y San Francisco y ocho parroquias rurales: Iman-
El volcán Cotacachi desde el lado suroriental 91
LA HERENCIA NATURAL ANDINA
Llama la atención aquella tradición oral en la que el “taita” Imbabura vive eternamente enamorado de la “mama” Cotacachi, teniendo como alcahuete al volcán Cayambe. Empero, más allá de esta leyenda está su realidad geográfica y su majestuosidad en el horizonte, pues vemos que el volcán Cotacachi es el más sobresaliente de los montes andinos, ubicado en la zona norte de la cordillera occidental ecuatoriana. Con su origen milenario, el volcán alcanza una elevación de 4.939 msnm.61 De lo que se conoce, a partir de la década de los noventa del siglo pasado, sus nieves perpetuas se fueron desdibujando del panorama montañoso de la hoya de Ibarra, y es muy claro entender que se debió al calentamiento del planeta. Debido a su atractivo natural - y por ser un volcán apagado – ha sido siempre el referente para la producción de documentos gráficos y escritos y el desafío de su ascenso para andinistas y cronistas propios y forasteros. De lo que se recuerda por la certeza de su fuente, una parte de la Misión Geodésica Francesa, encabezada por La Condamine, llegó a colocar una señal sobre la “montaña de Cota-cache”, la misma que fue muy útil para su trabajo de medición del meridiano y que duró todo el mes de octubre de 1737.62 Cabe recordar que en siglos anteriores, la majestuosidad del volcán se había convertido en el terror más grande para los pobladores del sector, debido a sus “erupciones aluviales”. Existen registros de estos fenómenos naturales en los años 1532, 1533, 1742, 1743, 1744, 1746, 1766, 1768.63 El último de los movimientos sísmicos que provocó la mayor destrucción en los can92
tones de Ibarra, Otavalo y Cotacachi fue el Terremoto de Ibarra. Aconteció un día domingo16 de agosto de 1868 a la una de la madrugada. Según el gobernador de Imbabura de ese entonces, don Manuel Zaldumbide, el epicentro debió originarse en el “Volcán de Ocampo”, dejando cerca de 15 mil cadáveres insepultos y decenas de miles de personas sumidas en la miseria; pues, este movimiento telúrico pudo ser parte de cierta cadena eruptiva conectada de forma subterránea con subsuelos de Perú y Chile, hipótesis que la sostuvo el Jefe Civil y Militar de ese entonces, don Gabriel García Moreno, cargo que le fue asignado por el Presidente de la República, don Javier Espinosa.64 Respecto a esta tragedia, Luis Madera manifiesta que gracias a la acción inmediata de García Moreno se logró controlar el saqueo y el robo, se formaron hospitales en Calpaquí, Caranqui, Atuntaqui y Cotacachi, y en pocos días se restauraron los caminos de la zona afectada, incluso los caminos que conectaban con Intag. Frente a esta desgracia, llegaron vituallas y auxilios económicos de varias provincias del país y del exterior, para lo cual se formaron Juntas dedicadas a la administración de estos bienes emergentes que fueron distribuidos en 12 poblados, de los cuales mencionaremos los nombres de los miembros de las Juntas correspondientes a esta tierra:
SANREM, Proyecto Agricultura Sostenible y Manejo de los Recursos Naturales, Convenio PUCE-Universidad de Georgia, El cantón Cotacachi: espacio y sociedad, Ediguías C. Ltda., s/a, p. 9. Según los escritos de Teodoro Wolf, en su libro Geografía y Geología del Ecuador, p. 449, la altura del volcán alcanzaba (a finales del siglo XIX) la altura de los 4.966 metros sobre el nivel del mar. Asumimos esta diferencia de 27 metros a la desaparición de las nieves que le daban la imagen de nevado y a las diferencias tecnológicas de medición. La medida de los 4.939 m.s.n.m. corresponde al Instituto Geográfico Militar. 62 la Condamine, Charles – Marie de, Diario del viaje al Ecuador, Editorial Publitécnica, Quito, 1986, p. 17 63 Albuja Galindo, Alfredo, Estudio monográfico del cantón Cotacachi, talleres gráficos Minerva, Quito, 1962, p. 16. 64 Madera, Luis, Ibarra y el terremoto de 1868, tipografía el Comercio, Ibarra, 1918, p. 5. 61
• Cotacachi: Antonio Morillo, José María Albuja (depositario), Amador Endara, Severo Moreno y José María Chavarría. • Imantag: Carlos Mora (depositario) y Juan Bedón.65 Después de la tormenta llegó la calma, y con ella arribó al poblado de Cotacachi el británico Edward Whymper. Este famoso alpinista decía que el nevado Cotacachi era su primer objetivo. Empezó levantando su campamento y de inmediato emprendió el ascenso, teniendo como punto de partida la hacienda Iltaquí. Luego de un día de camino, la marcha se vio afectada por una tempestad de lluvia y granizo, a tal punto que los indios que cargaban el equipaje, abandonaron sus cargas y escaparon. Pasada esta adversidad natural, lograron coronar el pico más alto del volcán un día 24 de abril de 1880.66 Recorriendo con la mirada vemos que el volcán Cotacachi no está solo en el paisaje de la cordillera occidental. Nos mira desde su gran estatura el Yanahurco (4.538 msnm), un volcán apagado que pertenece a los páramos de Piñán; al sur, los miradores de Guayrapungo y Urcusiqui y al oeste la Cordillera de Toisán. Por las alturas y la lejanía, renace la esperanza de encontrar al
cóndor andino en la zona del Yanahurco. Entre las virtudes naturales que guarda esta parte de la cadena montañosa es que no ha dejado de ser la mayor proveedora de agua, sin olvidar que sus quebradas han sido un refugio de vegetación donde se acoge un sinnúmero de plantas nativas de diversa clasificación, entre estas las medicinales y los frutos silvestres. Empezamos por nombrar sus pajonales de color parduzco o amarillento, propios del páramo; luego están chilcas, orquídeas, sigsis, chuquirahuas, valerianas, bromelias, pumamaquis, frailejones, arrayanes, capulíes, mortiños, taxos silvestres, granadillas… Su variedad llega a las 400 especies. Conforme va descendiendo la mirada en el lado oriental, podemos apreciar algunas franjas de eucalipto (eucaliptus globulus) y pino en plena convivencia con los cultivos de las estribaciones orientales: oca, mashua, papa y melloco. Y de allí llegan a conjugar en el panorama agrícola los dos mejores productos del suelo americano: el maíz y la papa, junto a la quinua, las habas, los chochos, la cebolla, la col, el trigo y la cebada.
EL AGUA: BENDICIÓN Y PAISAJE En Cotacachi el agua tiene diversos usos y significados. Primero, es un recurso vital para la supervivencia de los pobladores y sus animales; segundo, es un elemento de representación simbólica en el objeto ceremonial a través de los baños rituales y oraciones; tercero, es un recurso que se
Ibíd., p. 12 Whymper, Edward, Entre los altos Andes del Ecuador: relaciones de viaje, Imprenta y encuadernación Nacionales, Quito, 1921, pp. 195-200 65 66
Río Intag.
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agita en los escenarios político y agrícola;67 y, cuarto, el agua de esta tierra es la viva imagen que se apodera de la conciencia de la gente que logra apreciar la belleza del paisaje fluvial y lacustre. Gracias a las lluvias y vertientes montañosas se han formado los ríos, y éstos a su vez han ido tejiendo en la zona las micro cuencas. Pese a que sus caudales varían notablemente a lo largo del año, esta hidrografía corre hacia dos grandes cuencas: la primera, que va hacia el río Esmeraldas, se ubica en el occidente del cantón y lleva el mayor drenaje del río Intag, afluente del río Guayllabamba, tributario del Esmeraldas. La segunda corresponde a la parte oriental de la cordillera y está conformada por el río Mira y sus afluentes.68 Los ríos que descienden de las partes altas de la Cordillera de Toisán y que fluyen hacia el occidente, tanto como los que recorren el lado oriental son:
Apuela Intag Piñán Pantaví Gualoto Pilchihuaycu Irubí Toabunchi Azabí Meridiano Nangulví San Pedro Cristopamba Aguagrum San Andrés Chinyacu Junín Chontal Magdalena Aguas Claras Palmeras Naranjal Cajones Ambi Pichaví Yanayacu Alambí Gualaví69 El río Ambi da la bienvenida por la entrada principal del Cantón, en el lado oriental y corre de sur a norte sirviendo de límite
Rhoades, op. cit., p. 265 Sanrem, op. cit., p. 10 69 Ibíd., mapa 4 67 68
Laguna Cuicocha 94
entre los poblados de Cotacachi, Otavalo y Antonio Ante. En el lado occidental, el río más caudaloso es el Intag, debido a que está formado por varios ríos de esta vasta zona, donde se puede apreciar una riqueza ictiológica que invita a disfrutar de la pesca deportiva. Ahora hablemos de la laguna de Cuicocha y empezamos citando una apología de Alfredo Albuja Galindo que resulta, visiblemente, real y verdadera: “No hay nada de exageración al afirmar que la laguna de Cuicocha es la más bella y pintoresca de las lagunas de la provincia”.70 Efectivamente, esta joya lacustre es un cráter o caldera de formación milenaria que está ubicada en las faldas surorientales de la Mama Cotacachi, a una altura de 3.068 msnm. En términos técnicos se dice que es un “estratovolcán”, porque está formado por capas o estratos de lava y demás materiales volcánicos que fueron eyectados por antiguas erupciones. Sus últimas erupciones se dieron hace 2.000 o 3.000 años. Los estudios científicos hoy en día dan a conocer que este cráter-laguna tiene muy poca posibilidad de entrar en actividad.71 Nuestros antepasados la llamaban Tuis Cocha o Laguna de los Dioses. Ostenta sus tres kilómetros de diámetro y nueve de perímetro, con una profundidad máxima aproximada de 148 metros. Sus aguas de color azul oscuro acogen en su vértice a dos islotes separados por el Canal de los Ensueños. El primer islote se llama Teodoro Wolf 72, con una extensión de 0.41 de kilómetro cuadrado, y el segundo se llama José María Yerovi73, con una extensión de 0.26 de kilómetro cuadrado. Completa el mosaico natural de los islotes su riqueza en flora y fauna, porque allí crecen más de 400 especies de vegetación del sector, entre orquídeas, bromelias, musgos, líquenes, arrayanes, cedros, pumamaquis… De igual manera, en estas dos pequeñas elevaciones habitan ciertos animales tales como el co-
nejo de monte, el armadillo, el zorrillo, el chucuri y el sachacuy. También viven, o hacen escala, varias especies de aves coma tórtolas, colibríes, mirlos y lechuzas. Salta a la vista algo que emerge desde la profundidad de la laguna: son las burbujas de gas que provienen de las fumarolas subterráneas. Esta forma de reacción volcánica limita la vida ictiológica. Sin embargo hay dos detalles que completan la hermosura y atracción de Cuicocha, y es que hay un camino que la bordea y que permite apreciar - a cada paso - la laguna en su conjunto. El otro detalle es su limpieza. La Laguna de los Dioses está siempre libre de cualquier tipo de desperdicio. Pero Cuicocha no está sola en el paraje lacustre del territorio cotacacheño. En los páramos de Piñán descansa un conjunto de lagunas sobre los 4.000 msnm. Allí está la laguna Donoso, con sus dos y medio kilómetros de largo. En orden de dimensión le sigue la laguna de Cristococha y un sinnúmero que miden unos pocos metros de diámetro. Otro tipo de bendición se encuentra en las fuentes de aguas minerales y termales, muy utilizadas para fines turísticos y terapéuticos. La fuente más cercana al Cantón está
Albuja, op. cit., p. 24 León Velasco, Juan B, Manual de Geografía del Ecuador: medio natural, población y organización del espacio, Universidad Andina Simón Bolívar – Corporación Editora Nacional, Quito, 2010, p. 32 72 Teodoro Wolf fue un geógrafo alemán que llegó a Quito como parte del grupo de sacerdotes que fueron invitados por García Moreno para dar clases en la Escuela Politécnica. Viajó por todo el país realizando estudios geológicos y geográficos. Entre sus viajes, visitó con frecuencia la provincia de Imbabura. 73 Cuando joven, José María Yerovi (1819-1867) había terminado sus estudios de doctorado en Derecho Civil y Canónico y fue de paseo con sus amigos a la laguna de Cuicocha y al subir en una balsa en mal estado, ésta zozobró. Tal fue el susto del joven abogado, que miró a las aguas teñirse de rojo, pensando ver en ellas la hoguera eterna. Por el susto y la imagen dantesca, sintió el llamado de Dios y tomó los hábitos a sus 23 años de edad. Este dato está tomado de la obra de TOBAR DONOSO, Julio, Biografía del Ilmo. Padre Fray José María de Jesús Yerovi, editorial Fray Jodoco Ricke, Quito, 1958, pp. 46-50 70 71
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en las orillas del río Yanayacu, habiendo sido examinada por los científicos Wolf y Dressel. Una segunda se ubica en Nangulví, en la zona de Intag, muy cerca de Apuela, su temperatura alcanza los 71 grados centígrados.
LA RESERVA ECOLÓGICA COTACACHI – CAYAPA En el panorama natural de Cotacachi, esta Reserva es la cohesión entre la naturaleza y los diversos grupos humanos que habitan en un territorio accidentado cuya extensión abarca las 243.638 hectáreas. Aquí se da un fenómeno de convivencia poco usual en el mundo debido a la existencia de una variedad de ecosistemas compartida entre pueblos aborígenes tales como los kichwas, afro ecuatorianos, chachis, éperas, awás y un gran número de colonos blanco - mestizos. Y todo esto, en un espacio que va desde los páramos ondulados de la cordillera occidental de los Andes hasta los bosques tropicales húmedos de las zonas bajas de la Costa ecuatoriana, con una temperatura que va desde los 4 hasta los 26 grados centígrados. Este rincón de biodiversidad está ubicado en la región noroccidental del Ecuador y fue creado, inicialmente, como reserva nacional mediante Decreto Ejecutivo el 24 de septiembre de 1968. Pasó a constituirse - de forma oficial - en reserva ecológica a partir del 20 de noviembre de 1979.74 En cuanto a su geografía, la Reserva se ubica entre los extremos de 30 msnm. y 4.939 msnm., es decir, consta de una zona baja cuya altitud bordea entre los 30 y los 1.600 msnm., y una zona alta entre los 1.601 y 4.939 msnm. En la zona occidental, la temperatura promedio marca los 25.7 grados centígrados, con una humedad 96
promedio de 90 %. Tanto la zona periférica sur como la oriental, se definen como zonas de población kichwa en plena convivencia con asentamientos colonos y olas migratorias provenientes de la sierra norte, consolidando así un universo de pequeños propietarios de tierras. La zona periférica norte está conectada con Ibarra y Atuntaqui, dividiendo su suelo en amplios pastizales destinados a la cría de ganado y la producción agrícola. Por su espacio de contrastes, la Reserva Ecológica guarda en su interior una biodiversidad reconocida en el contexto internacional, pues aquí habitan miles de plantas, entre las que se destacan las vasculares, orquídeas, especies arbóreas y otros tipos de vegetación subtropical y del altiplano. En el género faunístico, acoge a 139 especies de mamíferos, entre 500 y 600 clases de aves, 124 anfibios, 111 reptiles y 33 especies de peces.75 Todo este buen manejo de los recursos naturales, ha sido el fruto de un gran esfuerzo comunitario por entender y aplicar una educación ambiental basada en proyectos claros y concretos sobre el uso y manejo del entorno natural, el despliegue de la agro forestación y la conservación y recuperación de suelos. Además, los pobladores cotacacheños han tomado muy en serio la verdadera protección del medio ambiente, asunto que se refleja en el mantenimiento de cuatro bosques protectores: Los Cedros, Pajas de Oro, La Florida y Peribuela; por citar un ejemplo. No en vano Cotacachi fue declarado “Cantón Ecológico” en el año 2000.
Roats, Susan, Plan de manejo de la Reserva Ecológica Cotacachi – Cayapa, Ministerio del Ambiente, Proyecto SNAP – GEF, Quito, 2007, p. 6 75 Coloma-Santos, Andrea, Guía de patrimonio de áreas naturales protegidas del Ecuador, ECOLAP y MAE, Ecofund, FAN, IGM, Quito, 2007, p. 50 74
CANTON COTACACHI
URCUQUI
CHINCHIVI
PIÑAN LAGUNA DONOSO
GUAMANI LUZ DE AMERICA
EL ROSARIO PLAYA RICA
PROVINCIA DE ESMERALDAS
Qda.Polibio
NAPOLES
GUAMIRLA
12 DE FEBRERO
LA MAGALENA
SAN ANTONIO
22 DE JULIO
2 DE AGOSTO
6 DE JULIO CUELLAJE La Loma
COOP. TOISAN
MARIA ESTHER CEVALLOS
PATRIA
EL ARENAL
EL ARENAL
La Cuchilla S. ELENA
EL CRISTAL LEON TOLSTOY
EDU. BASI. SANTA ANA DE COTACACHI
LA FLORIDA
LA FLORIDA
LA RIVERA COOP. SIDERAL
CENTINELA DE IMBABURA PERLA DEL GUAYLLABAMBA
PERLA DEL GUAYLLABAMBA GRUPO INDEPENDIENTE
COOP.SIMON BOLIVAR
Sn. AGUSTIN
CHINIPAMBA
JAIME CHAVEZ GRANJA BARTOLOME SALOM
LA DELICIA
QUITUMBA GRANDE LA CARBONERIA
CORDILLERA DE LOS ANDES
GUARAVI
NACIONES UNIDAS
ALBERTO MORENO ANDRADE
TABLA CHUPA
COLIMBUELA
FEBRES CORDERO
SAN JACINTO
BALZAPAMBA
REPUBLICA DE ITALIA
URCUSIQUI
EJE VIAL CANTONAL
NARANJITO
DEL NARANJAL
MAGDALENA ALTO
PUEBLO UNIDO
ISLA SANTA CRUZ
ANTONIO NEUMANE
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
RAMON VIESCAS
21 DE NOVIEMBRE
SANTA MARIANITA DE JESUS Nº2
JUAN FRANCISCO LEORO ALTOMIRA TOLLO INTAG S.LORENZO CUCHILLA MARIN
JULIAN ANDRADE GONZALES
MANDURIACO CHICO RAFAEL LEON CARVAJAL
CIELO VERDE TORTUGO
MANDURIACO GRANDE
RAFAEL CRUZ CEVALLOS
O
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PEDRO DE ALVARADO ALFREDO ALBUJA GALINDO TENIENTE HUGO ORTIZ
MAGDALENA BAJO
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LA MAGNOLIA
ISLA SANTA ISABEL
RAFAEL LEON CARVAJAL
CIELO VERDE
CHALGUAYACU BAJO
ISLA SAN CRISTOBAL
RIO VERDE
SAN ANTONIO MANDURIACO BAJO
PUEBLO NUEVO
EL CHONTAL LEONIDAS PROAÑO
SALTO DEL TIGRE
PRINCIPADO DE ASTURIAS
Sn. ROQUE
LIMONES
SIMON BOLIVAR Nº2
PORTTE DE TARQUI
PUERTO BELO
ALTO CENEPA
LUIS VARGAS TORRES LA ARMENIA
ZAGUANGAL
PLAN DE LUISA (Armenia)
NUEVA FE
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STA. ALICIA
SANTISIMO SACRAMENTO CHILCAPAMBA PICHINCHA TURUCU CEL LAS LOMAS ENRIQUE VACAS GALINDO INSTITUTO DEL CUERO
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M.ARENA
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MINAS CALIZA
EL BATAN
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GUITARRA UCO GUAGRA CORRAL CUICOCHA
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JORGE ICAZA HONORATO VASQUEZ CARLOS DELFIN MORENO
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LA QUESERA
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C.A. ELOY ALFARO LUIS PLUTARCO CEVALLOS ANDRES AVELINO DE LA TORRE ELOY ALFARO
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J.I. 28 DE JUNIO NIOLETICIA PROAÑO REYES CUICOCHA DE D. SABIO SAN MARTIN L PU NG S. JOSE del PUNGE E CHUPA
IGUAS
QUIROGA
MORAS PUNGO CUMBAS CONDE
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I.T.S. LUIS ULPIANO DE LA TORRE ESC. FISCAL MIXTA 6 DE JULIO JARDIN DR. TRAJANO NARANJO CENTRO ARTESANAL LA INMACULADA ESC. MANUELA CANIZARES ESC. MODESTO PEÑAHERRERA JARDIN JUAN FRANCISCO CEVALLOS
EL EJIDO MORALES CHUPA JARDIN HORTENCIA YEPEZ San IGNACIO
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VIRGINIO TORRES VALENCIA
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SEGUNDO LUIS MORENO
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GUALSAQUI
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LA BOLSA
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COTAMA
GABRIEL GARCIA MORENO REMIGIO CRESPO TORAL JOSE ANTONIO CAMPOS LOS SHYRIS
LLURIMAGUAS
VILLA DORITA
LA MERCED
PILCHIBUELA ASHAMBUELA
CARLOS ALONSO UBIDIA RC SAN CRISTOBAL EL ROSAL SAENZ GA ISLAMANUELITA
CRISTOBAL COLON
LUIS FELIPE BORJA
S. MIGUEL
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HONORATO VAZQUEZ
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SAN EDMUNDO
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MIGUEL DE CERVANTES
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CHALGUAYACO ALTO
MARTIN GONZALEZ
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JUAN MORALES ELOY
TOPO GRANDE
MARCO TULIO HIDROBO JORGE GOMEZ ANDRADE
MONOPAMBA EL PALMAR CHONTAL ALTO
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JOSE DOMINGO ALBUJA
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EL CHURO
MONOPAMBA BRILLA SOL
EL CORAZON EL PARAISO
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VACAS GALINDO GABRIEL GARCIA MORENO
PTA. DEL CERRO
SANTA ROSA
MONS. BERNARDINO ECHEVERRIA
ALAMBUELA San PEDRO
LAGUNA CUICOCHA
TRIUNFO
ATI PILLAHUAZO
COPALILLO
San JOSE
EL CERCADO
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CIUDAD DE COTACACHI
BARATILLO
S. PEDRO
CERRO PELADO
DR. ERNESTO PROAÑO MURILLO
ABELARDO MORAN MUÑOZ PEDRO FERMIN CEVALLOS JAIME RUBEN JARAMILLO
PROVINCIA DE EL ORO
AURELIO MOSQUERA
PROVINCIA DE MANABI
PALO SECO PALESTINA
AZABI DE TALACOS
FILEMON PROAÑO
HERNANDO DE MAGALLANEZ
IMANTAG
EL MORLAN
NAZACOTA PUENTO
BRILLA SOL
STA. ROSA
CATZOPAMBA
CONEJOPAMBA
LA DELICIA
SAN RAFAEL
COÑAQUI
MORASCUNGA BAJO
RIO CENEPA
PLAZA GUTIERREZ JOSE RAFAEL LEON
NANGULVI BAJO
VILLA FLORA
STA. ROSA
TOISAN
ANTONIO PROAÑO REYES
STA. ROSA
Sn. ANTONIO DE PUCARA
NACIONAL APUELA CHARLES DARWIN FRANCISCO J. ENDARA
ESC. ESPAÑA JOSE PERALTA JUAN VELAZCO JOAQUIN SAONA SANDOVAL
CARLOS PROAÑO DELGADO
6 DE JULIO Nº2
ALBERTO HARO
BARCELONA
LUIS ULPIANO DE LA TORRE
STA. ROSA DE G.
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MIGUEL DE HIDALGO
PEÑAHERRERA
LA LIBERTAD
GARCIA MORENO
L.FEBRES C. 3 DE SEPT.
MARCO HERRERA ESCALANTE
LA COLONIA
A PUEBLOBELISARIO VIEJO QUEVEDO
PERIBUELA
PUCARA ALTO
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RESERVA LOS CEDROS EL PARAMO
VELLAVISTA
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COL. SANTA ANA DE COTACACHI
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LUZ Y PROGRESO
LAS GOLONDRINAS
IRUGUINCHO OTAVALILLO
ALEJO SAENZ
JUAN GENARO JARAMILLO
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EL CORAZON 18 DE NOVIEMBRE
DIEZ DE AGOSTO LUIS MUÑOZ CABEZAS LAS GOLONDRINAS
EL PROGRESO
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PURANQUI
ENRIQUE GARCES
JULIO TOBAR BAQUERO
MIRADOR LAS PALMAS NA NG UL VI AL TO
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JOSE LUIS MORENO
JOSE IGNACIO BURBANO
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IRUBI
San ALBERTO ELOISA ALVAREZ DE AYALA
Sn. JOAQUIN
MATRIZ CUELLAJE
EL DAURO LA VEGA
VIA A QUITO
PROVINCIA DE PICHINCHA
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SUS PARROQUIAS
Apuela Esta parroquia se ha constituido en la puerta de la vasta zona de Intag. Su historia se remonta a la época aborigen de los Yumbos y erigida como parroquia civil, según el Registro Oficial número 1360, el día sábado 30 de marzo de 1901 y posteriormente bautizada como parroquia eclesiástica de San Bartolomé. En cuanto al nombre de Apuela, no existe un toponímico que explique su significado; sin embargo, el nombre del pueblo atribuye a un homenaje a don Rafael Puela, quien habría sido el primer dueño de las tierras donde se levantó el poblado. Su primera carretera fue construida en el gobierno de don Camilo Ponce Enríquez (1956 – 1960), gracias a la gestión del Ministro de Obras Pública, Arq. Sixto
Durán Ballen.76 Dentro de sus 220.8 Km2 de extensión territorial se alberga la cabecera parroquial y sus ocho comunidades: Pucará, Pueblo Viejo, La Esperanza, Irubí, Cazarpamba, Guamirla, La Colonia y Puranquí. Tiene una temperatura promedio de 20 a 24 grados centígrados y se ubica a unos 1.500 msnm. En el tema educativo, esta parroquia rural cuenta con el Colegio Nacional “Apuela” para la educación básica y el bachillerato. Respecto a la educación primaria, existe un centro de alfabetización y dos escuelas ubicadas en Apuela: “Francisco Javier Endara” y “Charles Darwin”. Sobre la primera, se recuerda que en 1913 fue creada en calidad de escuela dependiente del munici-
Proaño, Wilson, De Adentro contamos nuestra historia, “Apuela”, revista No. 2, imprenta Prodedim, Quito, 2003, p. 3 76
Apuela 98
Don Humberto Arias pronto cumplirá 100 años de edad.
pio de Cotacachi, alcanzando su categoría de escuela fiscal en 1940. A estos centros de educación primaria se suman siete, que se encuentran laborando en sus respectivas comunidades: “1 de Mayo”, en Cazarpamba; “”Antonio Proaño Reyes”, en Pucará; “Belisario Quevedo”, en Pueblo Viejo; “Enrique Garcés”, en La Esperanza; “Juan Genaro Jaramillo”, en Puranquí; “Julio Tobar Baquero”, en La Colonia; “María Esther Cevallos”, en Irubí.77 Apuela sirve de mercado central de sus tres parroquias colindantes: Plaza Gutiérrez, Peñaherrera y Cuellaje. Por su clima templado, sobresale el cultivo de café, el mismo que es procesado con última tecnología que lo convierte en un producto orgánico que se lo exporta a Japón. Hay también un sinnúmero de huertos de tomate de árbol, a lo que se incluye en la labor productiva la elaboración de quesos y los tejidos. Todo este conjunto de actividades económicas Un domingo en Seis de Julio - Cuellaje
sirven de contrapeso a la actividad minera que ha tratado de ingresar a la zona con el riesgo de contaminar al valle de Intag. Otro de los patrimonios de Apuela son las 11 piezas de oro encontradas en Pucará. Allá por el año 1976, tres moradores de esta comunidad encontraron un conjunto de objetos de oro mientras aplanaban un terreno para construir el estadio. El tesoro aborigen consta de: una pareja de cóndores, dos medallones, una argolla, una pieza en forma de bastón con cabeza labrada, cuatro mullos y una pieza con figura de rostro humano. Al momento, estas joyas se encuentran bajo la custodia del Banco Nacional de Fomento de Ibarra. El rasgo singular de sus habitantes está en sus largos años de vida. Varios de sus longevos pobladores sobrepasan los 90 años y confiesan que el secreto está en comer “lo que Dios dé”. Además, la mayoría de habitantes todavía tienden a curarse con la 77
IMIE… 99
medicina tradicional aplicada con hierbas que abundan en el sector y el nacimiento de niños y niñas con ayuda de las parteras.78 Obviamente está en la plaza central el subcentro de salud para dar sus servicios y combatir las enfermedades más comunes tales como las intestinales y respiratorias. Seis de Julio - Cuellaje Fue erigida como parroquia el día miércoles 5 de agosto de 1964, según Registro Oficial No. 305, por tal motivo, Seis de Julio de Cuellaje es la parroquia más joven de la región subtropical de Cotacachi. Su nombre obedece a una disposición del M. I. Municipio Cantonal, aunque por razones tradicionales debió llamarse Concepción de Cuellaje, nombre de la primera hacienda del sector. Sus primeros pobladores fueron don Amador Ayala y su esposa doña Luz María Torres, quienes a finales del siglo XIX deja78
Un Agricultor de Coellaje
Proaño, op.cit., Revista No. 2, pp. 13, 16
Las delicias naturales de Intag. 100
ron su pueblo natal, Puéllaro (provincia de Pichincha) y encontraron un nuevo destino en un punto geográfico llamado precisamente La Esperanza; que, luego de varias décadas sería parte de la cabecera parroquial poblada por los hijos de don Amador, entre ellos Alejandro y Samuel Ayala Torres y otras familias de colonos como los Angulos, Espinosas, Rojas, Cabezas, Yépez... Todos ellos construyeron el pueblo con el esfuerzo compartido para luego alcanzar mejores niveles de prosperidad con el arduo trabajo de sus hombres, entre ellos arrieros, agricultores y gente empeñada en el trapiche.79 Otra de los colonizaciones espontáneas en Cuellaje se llevó a cabo en la década de los 70s del siglo pasado, por lo que hoy en día esta población está conformada por mestizos, indígenas kichwas y afro ecuatorianos, la gran mayoría de ellos, dedicados a la ganadería y a la producción de fréjol, maíz, café, tomate de árbol, naranjilla, mora, ma-
racuyá, cabuya y la caña de azúcar con sus derivados típicos de la región: la panela y el aguardiente.80 Cuellaje está a unos 1.850 msnm. Su temperatura bordea entre 18 y 23 grados centígrados. Forman parte de esta parroquia las siguientes comunidades: Magdalena, La Loma, San Alberto, Nápoles, Playa Rica, San Antonio y El Rosario. En todo el sector llena de alegría la Banda de Músicos “3 de Mayo” de La Loma, cuyos orígenes se remontan al año 1954, cuando se fundó la primera Banda de Cuellaje, dos años después de haber sido inaugurada la iglesia donde se venera a la imagen de la Santísima Virgen del Quinche.
79
Ibíd., Revista No. 1, “Cuellaje, 39 años”, p. 4
No tiene pie de foto 101
Paisaje de García Moreno
En 1921 llegó la primera profesora, doña Rosa Elvira Dávila, para enseñar las primeras letras a los niños de la hacienda Concepción de Cuellaje. Poco tiempo después don Alejandro Ayala construyó lo que sería la primera escuela. Actualmente la Parroquia dispone de un colegio de educación básica y bachillerato llamado “Red Educativa Cuellaje”, ubicado en el mismo poblado y siete escuelas de educación primaria que funcionan en sus comunidades: “12 de Febrero”, en Nápoles; “2 de Agosto”, en San Joaquín; “22 de Julio”, en La Magdalena; “Francisco de Orellana”, en San Antonio; “José Ignacio Burbano”, en La Loma; “Luz de América”, en El Rosario; “Patria”, en San Alberto.81 García Moreno De un inicio era el caserío Llurimagua y a partir del 17 de febrero de 1940 se elevó a la categoría de parroquia rural, según el Registro Oficial No. 365. Sus primeros 102
habitantes fueron don Daniel Vallejos con su esposa doña Anita Rosero y don Rafael Jácome (cotacacheño) con su esposa doña Dolores Ruiz. Sus primeras expediciones salieron desde el recinto San Lorenzo, perteneciente a la parroquia Peñaherrera, allá por el año 1930. Conforme abrían la pica a filo de machete, se abría también la esperanza de fundar una nueva parroquia en el extremo occidental del cantón Cotacachi. Llegaron a los sectores de Llurimagua y El Limón, pero ante la amenaza del zancudo y el paludismo, subieron la loma y se asentaron donde hoy es el pueblo García Moreno.82 La parroquia nació con unos diez bohíos que luego se fueron convirtiendo en casas de bahareque con techo de teja. El mapa revela que con sus 682.4 Km2 de extensión territorial resulta ser la parroquia más
80 81
Roats, op. cit., p. 50 IMIE...
Tres generaciones afro ecuatorianas en el sector de Santa Rosa – García Moreno.
grande del Cantón. Efectivamente, García Moreno se extiende hacia el occidente, limitando al norte con la provincia de Esmeraldas, al sur con la provincia de Pichincha, al este con las parroquias Peñaherrera y Vacas Galindo y al oeste con el sector no delimitado Las Golondrinas. En este sector predomina la población afro ecuatoriana, especialmente en la comunidad de Santa Rosa, donde los troncos familiares de negros son Ramos y Espinoza, dedicados al cultivo del tomate, pimiento, papaya y piña.
Esta es la parroquia con el mayor número de comunidades: El Chontal, Chontal Alto, Brilla Sol, Magdalena Alto, Magdalena Bajo, El Paraíso, Manduriaco Chico, Manduriaco Bajo, El Corazón, Pueblo Unido, Río Verde, Santa Rosa, Cielo Verde, Manduriaco Grande, Tortugo, Nueva Fe, Salto del Tigre, San Antonio, Naranjito, Santa Rosa del Naranjal, Copalillo, Puerta del Cerro, Toisán.83 La controversia de este sector en los últimos años se llama minería. A partir de 1990 una compañía japonesa inició la exploración de cobre en el caserío de Junín. Desde esa fecha el sector afronta conflictos entre las empresas extranjeras y moradores que están a favor de la explotación minera, frente a organismos de defensa ecoló-
Proaño, op. cit., Revista No. 7, “García Moreno, el metal que divide”, 2005, pp. 4, 5 82
Un balcón en el centro de García Moreno.
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gica como DECOIN (Defensa Ecológica de Intag) y otro grupo de pobladores que rechazan esta actividad.84 Entre propuestas y acciones a favor o en contra del medio ambiente, el conflicto continúa; mientras que en la comunidad El Corazón ya brilló la explotación de oro desde el año 2001; y, con capital nacional. La educación básica está bien distribuida en la parroquia y en casi todas sus comunidades. En García moreno funciona el colegio de educación básica y bachillerato que lleva el mismo nombre. En el sector de Las Golondrinas también laboran dos colegios de educación básica y bachillerato, el primero lleva el nombre del sector y el segundo se llama “Santa Ana de Cotacachi”. Así mismo, continúan funcionando 39 escuelas de educación primaria y que estas distribuidas entre todas las comunidades y recintos que conforman esta extensa parroquia.85
Un Domingo en Seis de Julio. Cuellaje 104
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Imantag Merece decir que esta es la parroquia rural más antigua del cantón. Nació con la cantonización de Cotacachi de acuerdo a la “LEI del 29 de mayo de 1861sobre división territorial”, dictada en la Convención Nacional del Ecuador en la que dicho cantón estaba integrado por las parroquias de “Cotacachi, Imantag e Intag”, pues esta ley se estableció “para facilitar la administración, tanto en lo político, como en lo municipal”.86 Entre sus tradiciones religiosas, la población de Imantag venera a Nuestra Señora
Gobierno Municipal de Cotacachi, Dpto. de Planificación, Plano del cantón Cotacachi, escala gráfica 0:1.000 metros, febrero de 2011 84 www.olca.cl/ocmal (Observatorio de conflictos mineros de América Latina) 85 IMIE, 2002. 83
Una imagen casual de Imantag. 106
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de la Presentación. En su extensa geografía se ubican las siguientes comunidades: Perafán, El Morlán, Santa Lucía de Colimbuela, Peribuela, Ambi Grande, Pucalpa, San Luis de la Carbonería, Quitumba Grande y Piñan, ésta última se anexó a la parroquia el 30 de septiembre de 1916, en calidad de caserío.
ratura promedio de 24 grados centígrados. Dentro de su extensión territorial de 122.4 Km2 se encuentras las siguientes comunidades: Cuaraví, Nangulví Alto, Nangulví Bajo, Villaflora, El Triunfo, La Delicia,
La principal fuente de trabajo se concentra en la agricultura, sea esta en latifundios o minifundios. Aquí se destaca el cultivo de maíz, papa, fréjol, tomate de árbol y unos extensos pastizales para la ganadería. Dentro del sistema educativo, en el pueblo labora el colegio “Red Educativa Imantag”, con sus niveles de educación básica y bachillerato. Además, funcionan tres centros de alfabetización y ocho escuelas de educación primaria: “Abelardo Morán Muñoz”, en Piñan; “Bernardino Echeverría”, en Perafán; “Alejo Sáez”, en Pucalpa; “Ignacio Salazar”, en Gualaví; “Hernando de Magallanes”, en Quitumba Grande; “Luis Alberto Moreno”, en Colimbuela; “Marco Herrera Escalante”, en Peribuela; “Provincia de El Oro”, en El Morlán.87
Peñaherrera Aparte de su gente, esta parroquia tiene tres encantos: las aguas termales de Nangulví, los restos arqueológicos de Gualimán y la Banda de Peñaherrera. Lleva este nombre por pedido del Presidente del Concejo Municipal de Cotacachi, don Luis de la Torre, quien lideró el homenaje al Ministro de Gobierno de ese entonces, don Modesto Aurelio Peñaherrera Guerra, ilustre ciudadano cotacacheño. El poblado fue reconocido como parroquia rural el 13 de agosto de 1920, según el Registro Oficial No. 1166. Está ubicada a una altura de 1.800 msnm y goza de una tempe108
El tiempo pasa en Peñaherrera.
Chinipamba, Monopamba, El Paraíso, Mirador de las Palmas y El Cristal.88 Los primeros pobladores de Peñaherrera fueron colonos provenientes del noroccidente de la provincia de Pichincha, entre ellos destaca el asentamiento de don Manuel Almeida, su esposa Valvina Manosalvas y sus hijos Luis, Arturo, Manuel, Miguel Ángel, María Eufemia y Angélica.89 Posteriormente llegó doña Úrsula Navarrete. Pasado el tiempo se fueron formando familias que construyeron el pueblo a base de mingas y aportes de sus moradores. Como en el resto de poblaciones de la región, aquí la fe católica está ligada a su patrono de origen madrileño, San Isidro Labrador, el santo de los agricultores. Su veneración también está dirigida a María Auxiliadora, una imagen que fue esculpida en 1934. Por su gran producción de caña de azúcar, Peñaherrera fue por mucho tiempo el
Archivo – Biblioteca de la Función Legislativa, “LEI del 29 de mayo sobre división territorial, 1861”, p. 34 87 IMIE, 2002. 88 Proaño, op. cit., Revista No. 4, “Peñaherrera”, 2004, p. 7 86
gran proveedor de panela y el punto central del estanco, un lugar de control de la producción y venta del aguardiente. Hoy en día, los pobladores que no emigraron, se han organizado para formar la Asociación Agroindustrial El Cristal de la Zona de Intag, gremio que ha consolidado el éxito en la producción de la panela granulada. La primera escuela de educación primaria fue construida hace unos 76 años. Actual-
Piezas arqueológicas encontradas en Gualimán
Peñaherrera también es el lugar ideal para la práctica de deportes extremos. 109
Una tarde en Plaza Gutiérrez
mente funcionan diez centros de educación básica distribuidos en la cabecera parroquial y en el resto de comunidades: “España”, en Peñaherrera; “6 de Julio No. 2”, en Chinipamba; “Alberto Haro”, en Nangulví Bajo; “Carlos Proaño Delgado”, en Nangulví Alto; “Cordillera de los Andes”, en el caserío de Barcelona; “Filemón Proaño”, en Villaflora; “Juan Morales y Eloy”, en El Triunfo; “León Tolstoy”, en El Cristal; “Miguel de Hidalgo”, en Mirador de las Palmas; “Santa Cruz”, en El Paraíso.90 Para completar la educación básica y el bachillerato, viene funcionando desde 1973 el colegio agropecuario “José Peralta”, el primero de toda la zona de Intag. En esta tierra destaca con belleza propia el paisaje natural reflejado en sus aguas termales de Nangulví, un manantial de origen volcánico, y los restos arqueológicos encontrados en Gualimán, una planicie rodeada de barrancos donde se puede apreciar varios cráneos humanos y cientos de 110
piezas de cerámica pre-inca; además, unos 66 montículos, cuatro de éstos con cola en forma de rampa. De todo este monumento natural, muy merecido es que Peñaherrera lleve el título de “Corazón Verde del Mundo”. Plaza Gutiérrez Su historia nos confirma que es la parroquia más antigua de la región subtropical. Fue erigida a esta categoría el 30 de marzo de 1901, de acuerdo al Registro Oficial No. 1360, con el nombre de El Calvario, por lo difícil de su acceso. Pasadas dos décadas, y por disposición municipal, el pueblo cambió de nombre a Plaza Gutiérrez, en homenaje al general Leonidas Plaza Gutiérrez, quien fue presidente del Ecuador en dos períodos. Entrevista con don Segundo Enríquez Almeida, nieto de don Manuel Almeida. 90 IMIE, 2002. 89
Entre sus primeros pobladores de la segunda mitad del siglo XIX, suenan los apellidos blanco-mestizos de Arias, Pasquel, Rea, Piedra, Morales, Vaca, Vozmediano, Moquinche… Gente que con mucho sacrificio construyó su destino para luego convertirse en un pueblo de arrieros, agricultores y comerciantes, merced a su ubicación reconocida como el “Puerto de Intag”, hasta cuando en la década de los 60s del siglo pasado se construyó la carretera Otavalo – Apuela y el pueblo quedó marginado.91 A la parroquia le rodean cuatro comunidades: Palo Seco, Azabí, Santa Rosa y La Delicia. La mayoría de sus pobladores se dedican a la producción de la panela y aguardiente y al cultivo de la caña de azúcar, camote, fréjol y maíz; sin embargo, desde hace unos 70 años hay un mayor entusiasmo por la siembra y explotación de la cabuya, esta fibra vegetal se comercializa en Otavalo como materia prima y sirve para
la elaboración de alpargatas, sogas, alforjas y aparejos. La primera escuela inició su labor hace unos 66 años en una casa que servía de centro educativo, tenencia política y vivienda
Los arrieros de Plaza Gutiérrez no se han perdido en el tiempo. La cabuya y la neblina de la zona de Intag.
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del profesor. Por su baja densidad poblacional, hoy en día la parroquia no tiene colegio para completar la educación básica y el bachillerato, pero tiene cinco escuelas de educación primaria distribuidas en el pueblo y sus comunidades: “Aurelio Mosquera”, en La Delicia; “Bartolomé Salom” en Plaza Gutiérrez; “Jaime Chávez Granja”, en Azabí; “Provincia de Manabí”, en Palo Seco; “Río Cenepa”, en Santa Rosa. A pesar de su crisis de aislamiento, Plaza Gutiérrez no ha dejado de ser un pueblo de abundante riqueza natural y espiritual por sus cascadas y su flora, a lo que se incluye una parte de bosque nublado primario. Y espiritual, porque su gente no ha dejado de ser cordial con los forasteros, sigue siendo generosa y buena, como lo fue con los arrieros y peregrinos que pasaban por el pueblo hace varias décadas. Los arrieros de Plaza Gutiérrez no se han perdido en el tiempo.
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Quiroga Esta parroquia es un paso obligado en la ruta hacia la laguna de Cuicocha, además es la más próxima al cantón Cotacachi. Está a una altura de 2.425 msnm., con una temperatura promedio de 14 grados centígrados. Antes de llegar a esta categoría territorial y política era un caserío denominado Tiobamba o El Arenal.92 Llegó a ser parroquia civil el 19 de marzo de 1913, de acuerdo a una ordenanza municipal y erigida mediante Acuerdo del Ministerio de lo Interior No. 595 de fecha 8 de mayo de 1913;93 adoptando el nombre de Quiroga en homenaje al prócer y mártir de la Revolución quiteña del 10 de Agosto de 1809, don Manuel Rodríguez de Quiroga.
Proaño, Revista No. 6, “Plaza Gutiérrez, el primer pueblo de Intag”, 2005, p. 5 91
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Este es un poblado de agricultores, ganaderos y comerciantes devotos de María Auxiliadora, cuyo escenario de trabajo está ubicado en la cabecera parroquial y sus nueve comunidades: San Martín, Domingo Sabio, San José de Punge, San Antonio de Punge, Cumbas Conde, Arrayanes, San Nicolás, Ugshapungo y Cuicocha.94 En el tema agrícola, Quiroga es la tierra de los cereales, del buen maíz y del capulí de Cumbas Conde. En cuanto a la industria, es muy extendida la explotación de la cabuya y la producción de tejidos, especialmente los ponchos y macanas de hilo. Para la educación de sus habitantes, Quiroga dispone del colegio de formación básica y bachillerato “Luis Plutarco Cevallos”, seis centros de alfabetización y nueve escuelas de educación primaria: “28 de Junio”, “Eloy Proaño”, “Leticia Proaño Reyes” y “Andrés Avelino de la Torre”, en Quiroga; “Cuicocha”, en Ugshapungo; “Luis Plutarco Reyes”, en San Antonio de Punge; “Marcelino Alzamora y Peñaherrera”, en San José de Punge; “Segundo Luis Moreno”, en Cumbas Conde; “Virgilio Torres Valencia”, en San Nicolás.
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Vacas Galindo Esta parroquia lleva el nombre de un insigne religioso cotacacheño, fray Enrique María Vacas Galindo. Se ubica en la cima de un cerro, a 1.570 msnm, por tal motivo se la conoce más por su soledad y su gente de carácter singular, donde se destaca uno soñador y quijote y otro campeón de las artes marciales y el boxeo. El pueblo fue reconocido como parroquia rural, según Registro Oficial No. 364, el 16 de febrero de 1940, contando en sus alrededores con seis comunidades: Azabí de Talacos, Pan de Azúcar, Balzapamba, El Churo, La Cresta, y Tollo Intag. Sus primeros pobladores fueron colonos blancomestizos y afro ecuatorianos provenientes de varios puntos geográficos de la sierra norte; que, al formar la parroquia, la mayo-
Albuja, op. cit., p. 221 Archivo – Biblioteca de la Comisión Legislativa, Registro Oficial No. 203, p. 286 94 www.edaranha.blogspot.com 92 93
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ría dedicó su vida de subsistencia al trabajo en las haciendas.95 La primera escuela fue construida en 1919 en el sector de El Churo, era una construcción de paja y bahareque. Similar al resto de escuelas de la época, los padres de familia eran los que pagaban al profesor. Actualmente están en vigencia cinco escuelas de educación básica: “Ciudad de Cotacachi”, en Balzapamba; “Gabriel García Moreno”, en Vacas Galindo; “José Rafael León”, en Pan de Azúcar; “Juan Francisco Leoro”, en Tollo Intag; “República de Italia”, en Azabí de Talacos.96 En un párrafo anterior hablamos de dos personajes con perfiles especiales. El primero es don Sergio Espinosa de los Monteros, un morador de este pueblo que construyó en 1979 el auto-trapiche llamado Shyri XII, cuyas partes principales fueron tomadas de un trapiche desbaratado. Una vez fabricado el primer vehículo, patentado en Vacas Galindo, don Sergio construyó cuatro vehículos más, con los cuales se dio algunas giras por toda la sierra ecuatoriana. Esta historia termina con la difusión de estos ingenios a través de artículos, entrevistas y documentales que circularon a nivel nacional e internacional. El segundo es un afro ecuatoriano de este pueblo que llegó a consagrarse campeón panamericano y vice campeón mundial en combate abierto y campeón internacional de boxeo. Él es don Beber Espinoza, “el orgullo de Intag”. Es posible que en Vacas Galindo no se pueda encontrar la gran producción de panela, cabuya o tomate de árbol; sin embargo, aún existe una tierra fértil y su gente de corazón abierto. Aquí está la gente de la bomba y del pasillo. Aquí está. Aquí existe. Se añadirán planos y mapas y un resumen de los datos del Censo del 2010. BIBLIOGRAFÍA ARCHIVO – BIBLIOTECA de la Función 116
Legislativa • Gaceta de Colombia – 1824, Ley de 25 de junio sobre División Territorial de la República • Convención Nacional del Ecuador, LEI del 29 de mayo sobre división territorial, 1861 Albuja Galindo, Alfredo, Estudio monográfico del cantón Cotacachi, talleres gráficos Minerva, Quito, 1962 Coloma-Santos, Andrea, Guía del patrimonio de áreas naturales protegidas del Ecuador, ECOLAP y MAE, ECOFUND, FAN, IGM, Quito, 2007 La Condamine, Charles Marie de, Diario del viaje al Ecuador, Editorial Publitécnica, Quito, 1986 IGM – SENPLADES, Atlas Geográfico del Ecuador, IGM, Quito, 2010
Proaño, op. cit., Revista No. 3, “Vacas Galindo: un pueblo mágico”, 2004, p. 4 96 IMIE, 2002. 95
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ble y Manejo de Recursos Naturales, convenio PUCE – Universidad de Georgia, El cantón Cotacachi: espacio y sociedad, Ediguías C. Ltda. Tobar Donoso, Julio, Biografía del Ilmo. Padre Fray José de Jesús María Yerovi, editorial Fray Jodoco Ricke, Quito, 1958 Whymper, Edward, Entre los altos Andes del Ecuador: relaciones de viaje, Imprenta y Encuadernación Nacionales, Quito, 1921
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Anexo Nº 1 POBLACIÓN DEL CANTÓN COTACACHI Y SUS PARROQUIAS
Fuente: INEC, censo 2010 117
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Una Ilustracion Completa LA TALABARTERÍA, UN SABER SOCIALMENTE PRODUCTIVO
Carmen Haro López. Reflexiones históricas Según algunas investigaciones y crónicas dedicadas a la presencia judía en España, fueron los sefarditas los que emprendieron el trabajo de la talabartería como una de las actividades más importantes en la península Ibérica.97 Sobre esta hipótesis, el Investigador Adolfo Carreto manifiesta que hacia el año 1400 “en Burgos florecieron la juderías de Arriba y de Abajo; en Palencia terminaron asentándose en Martín Calleja; en León, la aljama fue habitación de curtidores, tejedores, sastres, zapateros, orfebres, cirujanos, y prestamistas…”.98 Ordóñez, Ricardo, La herencia sefardita en la provincia de Loja, CCE, Quito, 2005 97
119
Niña en Cabalgadurz
Reflexiones históricas Una de las particularidades del patrimonio histórico-cultural de Cotacachi es la talabartería, un trabajo vinculado a la confección de sillas de montar o destinada a una tienda donde se vendían diversos de artículos de cuero. Su uso se remonta a unos 15.000 años a.C., cuando los grupos de cazadores-recolectores utilizaban las pieles para múltiples fines. Con la expulsión de los judíos de España en 1492 y el Tribunal de la Santa Inquisición encargado de apresurar el éxodo, América recibió a muchos sefarditas conversos como un pueblo migrante. Algunas ciudades de la que luego sería la Real Audiencia de Quito, recibieron en su seno a extraños forasteros que venían de España. Nadie sabía su origen sólo observaban su singular y discreto modo de vida matizado con un lengua muy particular que se fue mixtifi120
Don Alfonso López Especializta en la confección de Monturas. 1940
cando con el idioma nativo; y, entre sus oficios, destacaban albañiles, carpinteros, herreros, sastres, orfebres, pintores, curtidores, músicos, tejedores, escultores, joyeros, talabarteros… que, al tener contacto con los indígenas, practicaron artesanías que se transferían a través de relaciones de trabajo y de compradazgo. Un Punto de Partida Durante las primeras décadas del siglo XVIII, tomó fuerza la negociación de tierras entre los jesuitas y familias de origen sefardita. Interesante es conocer por ejemplo, que los herederos de Don Alonso Santander, vendieron una caballería de tierra a favor de la procura de provincia en 100 pesos de contado, el 21 de abril de 1738,
98
http://www.autorescatolicos.org/adolfocarreto45.htm
Taller de Don Rafael Ubidia con sus trabajadores talabarteros. 1940
ante el escribano Diego de Ocampo. De igual manera, entablaron la compra-venta de tierras con Rosa Pérez, Matías de Manosalvas, Joana Caveras, Nicolás López, María Francisco Martínez, Juan Ruiz Blanco, 99 aproximadamente por el mismo año. Dicho sea de paso, la mayoría de esos apellidos son de origen sefardita. Otro aspecto a considerar es la presencia de los Jesuitas en estas tierras con su hacienda “Cotacachi” (lo que se conoce hoy con el nombre de la Compañía, en la comunidad de La Calera). Es importante este particular puesto que la hacienda fue un emporio de productividad, desde cereales y ganado hasta minas de cal. “Posiblemente formó parte de un complejo de producción, es decir, alimentaba a otras haciendas del sector que pertenecían a los mismos jesuitas”.100 Con estas referencias históricas, vamos a entender la presencia de la talabartería en Cotacachi como un hecho de grandes ex-
pectativas para la industria y la prosperidad de este poblado. Por un lado, la llegada de migrantes europeos en el siglo XVIII, de origen judeocristiano, fue la que dio vida al trabajo manual de la zona. Entre ellos se destacaron: curtidores, talabarteros, sastres, plateros, carpinteros, coheteros, alpargateros y músicos. Por otro lado, garantiza esta producción la existencia de haciendas aledañas. En este panorama tejido entre los artesanos y la tenencia de tierras, se fue consolidando una sociedad cotacacheña que sembró su estructura económica en función del trabajo de oficios. Esto hizo que en tiempos de la Gran Colombia, el libertador Simón Bolívar se refiera a Cotacachi como
Piñas, Francisco S.J. Resumen del archivo de jesuitas del colegio Máximo de la Real Audiencia de Quito, Libro 61, Quito, 2008. 100 Referencias orales, de la historiadora Rosario Coronel. 99
121
Montura de fernando Ruiz, Confeccionado por Issac López en 1920. fue Premiada con la medalla de Oro en la feria internacional de Ibarra en 1923
Un Talabartero en la Actualidad
un “pueblo industrioso”. Similar criterio tuvo Friedrich Hassaurek, representante del Servicio Exterior de los Estados Unidos, entre los años 1861-1865, quien calificó a Cotacachi, Atuntaqui y Guano como “los pueblos más industriosos de la República”101. Por lo tanto, la trayectoria de Cotacachi, como pueblo admirado por su trabajo, capacidad, ingenio y talento, ha surgido por el tesón de varias generaciones surgidas desde hace varios siglos.
las estimuló, considerando su producción como un referente de promoción de bienes y servicios. Es así como en 1864 el cabildo agrupó a todos los artesanos en gremios, nombrando maestros mayores en cada uno: de talabarteros, Miguel Moreno; de curtidores, Camilo Haro; de músico, José Palis; de carpinteros, Nicolás Galindo; de plateros, José Albuja; de herreros, Manuel Andrade; de sombreros, Mariano Galindo; de sastres, José González; de zapateros, Patricio Cerpa; de tejedores, Faustino Recalde; de cigarreros, Manuel Andrade; de lateros, Manuel Vaca; de peineros, Manuel Andrade; de barberos, José M. Otavalo; de carniceros, Nicolás Santa María; de alpargateros, José Guerra.102
Gremios de oficios Con el Decreto de Cantonización, en 1861, el cabildo se propuso organizar a todos los artesanos existentes hasta ese entonces. Conocer su localización, producción y evidencia formaba parte de su gestión y sus políticas. Sin embargo, hasta fines del siglo XIX, no aplicó ninguna tasa de gravamen a las actividades artesanales, más bien 122
Hassaurek, Friedrich, Cuatro años entre los ecuatorianos, ABYA-YALA, Quito, 1997. 101
Esta organización y distribución del trabajo nos da a entender que los oficios respondían a las múltiples necesidades de la época. Una vez organizados los talleres, estos se constituyeron en centros de formación ética y de trabajo. Los maestro ejercían autoridad moral sobre sus trabajadores y aprendices, y los muchachos, desde edades muy tempranas, aprendieron el oficio, convirtiéndose en eslabones de una trayectoria histórica dedicada a los trabajos manuales, entre los que se destacaron la talabartería y la curtiduría. Con esto, los talleres aumentaban en número y operarios, mientras que el cabildo controlaba periódicamente. A fines del siglo XIX los talleres desplegaron su producción de monturas y alforjas, implementos necesarios para la movilización a caballo y transportación de productos. Fue tal el entusiasmo por la talabartería, que por lo menos un miembro de cada familia realizaba este oficio. Desde 1893 hasta 1900, se destacaron los siguientes talabarteros especialistas en la confección de monturas y cigarreras:
fusiles a ser utilizados en el Ejército ecuatoriano.104 En esta misión productiva se destacaron los siguientes artesanos: Carlos Sánchez, Andrés Paz, Rafael Ubidia, Jorge Enrique y Miguel Ángel Terán. A más de los portafusiles, también fueron elegidos para confeccionar sillas de montar para el escuadrón de caballería de la Policía. Han pasado más de dos siglos, tiempo en el cual las familias de talabarteros han vivido con dignidad, solvencia económica y confianza en sí mismos. Esto responde a su brillante trabajo en la elaboración de monturas, aparejos, pellones, galápagos, polainas y cigarrera. Estos productos han traspasado las fronteras nacionales e internacionales gracias a la habilidad, ingenio
Archivo Municipal de Cotacachi, Libro de Actas, 1864. Archivo Municipal de Cotacachi, Libro de Actas, 1893-1900 104 Libro de Correspondencia de la Jefatura Política del cantón Cotacachi, 1933 102 103
José Rafael Echeverría Andrade, Manuel Endara, Miguel Guerra Proaño, Modesto Paz, Carlos Granja, Rafael Gómez Paz, Pompeyo Cevallos, Isaac López, Alejandro Vaca, Manuel Cobos Guerra, José María Rosendo Gómez, Luis Paz, Genaro Proaño, Aurelio Cobos, Nicanor Guevara, Sergio Albuja, Rafael Proaño Puente.103 Renombre Nacional La historia ha reiterado que nuestros artesanos siempre fueron reconocidos por su capacidad, cumplimiento y calidad en la confección de monturas, cigarreras, aparejos, albardas y en general todo artículo de cuero. Por citar un caso, en la década de los 30s del siglo pasado, el Ministerio de Guerra y Marina eligió a los artesanos de Cotacachi para la confección de porta-
Trabajos de Peleteria en un taller. 123
y entusiasmo de grupos familiares que han transmitido el arte de cuero en el paso de varias generaciones de: Sánchez, Espinosa, López, Paz, Guerra, Ubidia, Tamayo, Guzmán… Recordemos que durante las primeras décadas del siglo XX brilló con más luz el prestigio artesanal y el repunte económico de muchas familias cotacacheñas. Fruto de esa prosperidad en el trabajo artesanal, se fundó en octubre de 1911 la Sociedad de Artesanos, cuyo propósito esencial estaba encaminado a fomentar la creatividad en esta grandiosa labor, y así conservar el renombre de los artesanos y de sus productos terminados. En los años de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos abastecía a sus combatientes de todas las provisiones necesarias; para esto, las cigarreras eran una parte importante del equipo individual de combate, donde los soldados llevaban la dotación de municiones y cigarrillos. Según la memoria oral de nuestros talabarteros que vivieron en la época de aquel conflicto mundial, los estadounidenses tuvieron preferencia por los productos de Cotacachi.105 Al respecto, nos recuerdan que hombres, mujeres y niños se dedicaron a la producción de cigarreras, incluso mucha gente dejó de lado su oficio original para dedicarse a la confección de este producto de cuero. Esta gran producción de cigarreras permitió vivir con cierta holgura a algunas familias cocacacheñas. La Guerra llegó a su final y las miles y miles de cigarreras ya no eran necesarias. Esta sobreproducción llevó a la desocupación y la diáspora de los talabarteros cotacacheños. Gran parte de este grupo emigró hacia Colombia, país que les dio acogida, sabiendo de la fama y calidad de nuestros artistas del cuero, incluso don Carlos Aguirre, empresario colombiano, un día llegó a Cotacachi para ofrecer trabajo al otro lado de la frontera norte. Esta oferta fue aceptada 124
por un grupo de artesanos de nuestro Cantón que en esos tiempos estaba agobiando por la pobreza y falta de trabajo. Tomaron la dolorosa decisión de abandonar su tierra natal los señores Luis Alberto Albuja, Humberto Albuja, Teodomiro Lara, Paco Cabascango, Abelino Gómez, Armando Proaño, Humberto Chávez, entre otros. Esta historia se repitió entre 1955 y 1960; sin embargo, Cotacachi no se quedó sin talabarteros. Permanecieron con valor y coraje otros que tomaron en serio el desafío de sacar adelante a su familia y su pueblo. Lo lograron. Y con éxito. El “llamado de la tierra” tuvo su efecto en la década de los 80s, cuando algunos talabarteros que migraron a Colombia, décadas atrás, sintieron que su tierra era su tierra y no la cambiaban por nada. Se quedaron. Ahora están aquí, fortaleciendo su historia y su identidad. Viven entre nosotros con su ejemplo de trabajo y dignidad. Están aquí y se han multiplicado a través de un saber socialmente productivo que ha pervivido a través de una pedagogía popular que ha sido difundida con el paso de los años y el ingenio de nuestra gente. BIBLIOGRAFÍA Archivo Municipal de Cotacachi. • Libro de Actas de 1864 • Libro de Actas 1893-1900
Entrevista a artesanos del cuero: Nelson Buitrón, Milton Lara, Tarquino Guzmán 105
Compilación de entrevistas a talabarteros de Cotacachi. Jurado, Fernando, Historia de los Jesuitas en la Región de Imbabura, Quito, 2010. Hassaurek, Friedrich, Cuatro años entre los ecuatorianos, Colección Tierra Incógnita, Ed. Abya Yala, Quito, 1997. Le Goff, Jacques, Pensar la historia, Ed. Paidos, 2005.Libro de correspondencia de
la Jefatura Política del Cantón Cotacachi, 1933.
Real Audiencia e Quito, Libro 61 Quito, 2008.
Mascheroni, Hugo, Los Jesuitas, Talleres Gráficos de Impresora Oriental, Quito, 2003. Puiggrós, A, La Fábrica del Conocimiento, Ed. Homo Sapiens, Argentina, 2004. Ordóñez, Ricardo, La Herencia Sefardita en la Provincia de Loja CCE, Quito, 2005 Piñas, Francisco S.J Resumen del Archivo de los Jesuitas del Colegio Máximo de la
Referencias orales de la historiadora Rosario Coronel.
Santana de Cotacache 125
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CAPÍTULO III VALORES HUMANOS DE COTACACHI
Fray Agustín Moreno Proaño Sumario. Introducción. Luis Aguirre Bolaños. Alfredo Albuja Galindo. Carlos Vicente Andrade. Gertrudis Alzamora de Suárez. Rafael Carvajal. Salomón Cárdenas. Bernardino Echeverría Ruiz. Nicolás Echeverría Andrade. José Darío Echeverría Proaño. Ana Flores de la Guerra. Jorge Garcés Garcés. Jorge Granja Galindo. Alberto Haro. Juan Genaro Jaramillo. Alejandro Luna Andrade. Moisés Luna Andrade. Juan Eloy Morales. Segundo Luis Moreno Andrade. Alberto Moreno Andrade. José Luis Moreno Guerra. Dolores Pérez Pareja. Vicente Peñaherrera. Modesto A. Peñaherrera. Luis Octavio Proaño Andramuño. Ernesto Proaño Morillo. Antonio Proaño Reyes. Enrique Vacas Galindo. Excusas y Resumen. 127
çIntroducción El terremoto que sacudió a la provincia de Imbabura en 1868, considerado como el más fuerte y destructor que ha existido en la Historia Patria, fue la causa de la pérdida de documentos valiosísimos que se conservaban tanto en las ciudades como en las parroquias, tales como los del libro de Bautismos, Matrimonios y Defunciones. Esta pérdida casi nos imposibilita el rastrear las personalidades que florecieron en las diferentes ciudades y pueblos de la región, y hay que remontarse a los años posteriores para comenzar la enumeración de los nombres y actividades de quienes han honrado a la patria chica y a la nación entera. Lo que se puede deducir de relatos de la época hispánica es que desde el siglo XVI la región que comenzó a llamarse Cotacache (y así está en todos los documentos) se distinguió por un afán cultural y un deseo de superación no muy comunes en otras partes del territorio de la Real Audiencia de Quito. Los encomenderos de los que se conserva el recuerdo, tales como don Francisco Proaño de los Ríos, y los hijos de Don Diego de Andrade, tuvieron sumo cuidado de enviar a sus descendientes a que se educasen en el Colegio de San Luis en la ciudad de Quito, encargado por Monseñor Luis López de Solís, Agustino, al cuidado y dirección de la recientemente fundada Compañía de Jesús. A principios del siglo XVII, o sea en 1626 se fundó la Universidad de San Gregorio Magno en la ciudad de Quito, bajo el patrocinio de los padres jesuitas, y desde entonces nunca faltaron estudiantes de la región de Cotacachi que se destacaba por su amor a la ciencia, a las letras, a las artes, y al ejercicio profesional. La Historia de la Universidad Central (que fue la heredera de la Universidad de San Gregorio), escrita por doña Germania Moncayo de Monge trae las listas completas de los alumnos de esa Universidad desde su fundación y es digno de anotarse que nunca faltan en esas listas, estudiantes de Cotacachi, mientras no hay ni un solo 128
nombre de otras ciudades más grandes y distinguidas del país. En el Archivo del Convento de San Francisco hay un legajo bastante grueso sobre una Rebelión de los Indígenas de Cotacachi en 1774, que tuvo honda repercusión no sólo en nuestra tierra, sino en las hermanas naciones americanas y que fue como el colofón del castigo que las Autoridades Españoles impusieron a Túpac Amaru. El nombre del líder de esta rebelión debería incorporarse a los de los más gloriosos héroes de nuestra Independencia. Desde que somos República puede rastrearse una notable cantidad de personalidades que nacieron en Cotacachi y cuya actividad se desarrolló, ya sea en la capital Quito o en otras ciudades del país con notoria contribución a su desarrollo. En el antiguo salón de la Casa Municipal, que estaba frente a la Iglesia matriz de Cotacachi se conservan los retratos de esas personalidades y en la Plaza principal de ese Cantón se elevan actualmente sendos monumentos pétreos a dos de los Cotacacheños más insignes, con cuyas reseñas biográficas empezamos este relato:
LUIS AGUIRRE BOLAÑOS (1894-1971) El más grande escultor imaginero que tuvo el Ecuador en el siglo XX y que pobló de sus obras maestras casi toda la América Latina fue Luis Aguirre Bolaños, cotacacheño insigne hijo de Amador Aguirre y Rosa Bolaños. Desde niño demostró sus capacidades dibujando en papel, en el suelo, en tablas, figuras que llamaba la atención a los espectadores y que revelaron su precocidad para
las artes plásticas. El párroco de la matriz de Cotacachi le sorprendió una vez mientras hacía esas travesuras y comprendió que se debía aprovechar ese talento, por lo cual apenas terminó los estudios escolares lo envió al taller del maestro Daniel Reyes de San Antonio de Ibarra para que se convirtiese Aguirre Bolaños en el heredero genuino de una tradición nacional que hoy es timbre de orgullo y motivo de admiración para propios y extraños. Terminada su pasantía en San Antonio de Ibarra, Aguirre Bolaños fue a Quito e ingresó en la escuela de Bellas Artes que había sido refundada por el Ministro Luis Martínez en la época de Eloy Alfaro y en la que empezaban ya a brillar imbabureños como Víctor y Luis Mideros Almeida, pintor el uno y escultor el otro, sin duda los máximos exponentes de esas actividades en el Ecuador. La escuela de pintura y escultura en Quito estaba bajo la dirección sabia y pedagógica del insigne maestro italiano don Luigi Casadío, quien esculpió famosas estatuas para adornar la ciudad de Quito entre las cuales se destaca la del insigne Arzobispo Don Federico González Suárez, fundador de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, luego convertida en Academia Nacional de Historia. Bajo la guía de Casadío y en compañía de otros notables y jóvenes artistas como Alfonso Mena Caamaño, Camilo Egas, Diógenes Paredes, perfeccionó Aguirre sus dotes innatas y las encaminó por el sendero de su predilección: el de la imaginería religiosa, campo propicio para desarrollar su acendrada convicción ascética y mística, instrumentos de subidos quilates para educar a las masas y para despertar en ellas nobles sentimientos. Fue un habilísimo catador de las finuras de nuestros mayores escultores coloniales como Fray Pedro Gocial, franciscano, el padre Carlos, José Olmos (Pampite), Bernardo de Legarda, Manuel Chilli, (Caspi-
cara), Gaspar de Sangurima, Carrillo, etc. Pocos, en realidad, como el maestro Aguirre estudiaron su propio arte en esa fuente de eterna belleza tan nuestra como son los retablos quiteños, las imágenes coloniales, las miniaturas anónimas, policromadas con amor y paciencia infinitas. Y porque bebió en tan puro manantial, fue durante casi 60 años el prolífico escultor religioso que pobló las iglesias del Ecuador, de Colombia, de Perú, de Venezuela y de muchos otros países americanos de imágenes bellas y conmovedoras, como si fuesen salidas de las manos de Diego de Robles. Algunas de sus miniaturas talladas en madera de naranjo, fueron llevadas a Roma, como el mejor obsequio para el Sumo Pontífice y se guardan en los Museos de Vaticano. En Nueva York he visto un San Sebastián esculpido por Aguirre en madera de platuquero de más o menos unos 40cms, de alto firmada del Buril del maestro que, sin rubor pudiera competir con las más perfectas tallas salidas de los talleres quiteños de finales del siglo XVIII. La modestia fue una de sus características. Jamás buscó el “vano aplauso” de los críticos de oficio, proclives a elogiar cualquier trabajo mal realizado con tal que sea “moderno”. Pero, por el honor permanente de nuestra plástica, sería de emprender en una catalogación completísima de cuanto pintó y esculpió Luis Aguirre Bolaños en su limpia vida de artista. Las obras firmadas de su pincel y de su buril deben superar las 600. Nos asombraríamos entonces al saber cómo sus expresivas imágenes se encuentran lo mismo adornando las iglesias de su Cotacachi natal, como el templo o Basílica de San Francisco de Quito, la mayor joya artística de América en donde hay un estupendo San Benito de Palermo, en el cual el contraste de la blancura del niño Jesús que lleva en sus brazos con la negrura del rostro y del cabello del santo son simplemente magistrales; igualmente los santuarios de Nuestra Señora de Guápulo y de nuestra 129
señora del Cisne en las más apartadas capillas del País. Las imágenes originales de nuestra señora de Guadalupe de Guápulo y de nuestra señora de Guadalupe de El Cisne que salieron de las manos milagrosas de Diego de Robles en el siglo XVI, se quemaron en el siglo XIX y XX y Luis Aguirre Bolaños hizo otras idénticas que hoy son las que el pueblo venera con igual devoción que sus mayores y son las que actualmente presiden sus respectivos santuarios. Antes de que nos azotaran la ola iconoclasta y Bárbara de nuestra época el taller de Luis Aguirre Bolaños era el sitio a donde peregrinaban los párrocos y los pastores de almas de todas las latitudes del país para encomendarle esculturas de Cristo Rey, a las que puso especial cariño y pasión, calvarios con sus crucifijos agonizantes, Dolorosas patéticas, San Juanes y Magdalenas transidos de dolor, Francisco de Asís penitentes, Antonios de Padua encarnando la limosna y gestos genuinamente seráficos, Marianitas de Jesús que fueron la más pura expresión de nuestra raza; bustos de personajes célebres, tallas simbólicas y mil variados trabajos a los que el maestro se aplicaba con su habitual sonrisa y con su inagotable dedicación. Heredero de los imagineros quiteños de las épocas de oro, Luis Aguirre Bolaños, dejó, a su vez, una vasta obra concienzuda que es fiel continuadora de la escuela quiteña y que, al adentrarse en el alma popular, sin prejuicios ni novelerías a asegurado ya su permanencia en la inmortalidad.
ALFREDO ALBUJA GALINDO Este ilustre educador y escritor cotacacheño desarrolló sus actividades en la ciudad de Ibarra donde alcanzó un reconocido 130
prestigio, llegando a desempeñarse como Rector del Colegio Teodoro Gómez de la Torre, la máxima Institución cultural de la ciudad, y después como cofundador del colegio de Señoritas Ibarra donde igualmente fue su Rector por muchos años. Se dedicó con empeño a rastrear la grandeza intelectual de Imbabura y publicó libros esenciales sobre esta materia, como Imbabura en la cultura nacional, El periodismo en Imbabura y una Monografía del Cantón Cotacachi, muy valiosa por el análisis imparcial que hace de la trayectoria de ese sector de la patria y su contribución a la grandeza del Ecuador. Escribió también muchos otros trabajos sobre Pedagogía y sobre la Historia de las Instituciones ibarreñas, motivo por el cual la Academia Nacional de Historia le nombró su Miembro Correspondiente desde temprana edad. La ciudad de Ibarra, en agradecimiento a los valiosos servicios prestados, creó un Colegio con su nombre y patrocinio, institución que es hoy acaso la más prestigiada de la provincia y que se encuentra cerca del aeropuerto. Este honor de haber puesto el nombre de Alfredo Albuja Galindo a un colegio es ciertamente un reconocimiento bien merecido y un ejemplo para otras ciudades que han recibido servicios de primera categoría de intelectuales que han vivido en ellas.
CARLOS VICENTE ANDRADE En sus mocedades se dedicó con todo empeño a aprender la pintura y dejó una considerable cantidad de acuarelas muy valiosas, rama de las artes difícil de dominar por la delicadeza de las tonalidades y del juego de luces y sombras que debe predominar en la captación de los paisajes. Las acuarelas de Carlos Vicente merecieron ser compa-
radas con las mejores de Joaquín Pinto y, cuando se editó por la Editorial Salvat la Historia del Arte Ecuatoriano en varios tomos, uno de esos tomos honró la obra de Carlos Vicente poniéndole de portada a una de sus mejores creaciones pictóricas. A sus capacidades artísticas juntó la inspiración poética, genuina y verdadera que se expresaba en bellísimos poemas, publicados en revistas y periódicos y que últimamente han sido recogidos por su hermano Job en un libro que está circulando para regocijo de los cotacacheños. Carlos Vicente tuvo además la vocación de estimular a los niños y jóvenes para las bellas artes. Les enseñaba gratuitamente a pintar, a esculpir y aún el difícil arte de la acuarela. Dejó numerosos discípulos especialmente en Cotacachi, en Esmeraldas y en Santo Domingo de los Colorados, donde su memoria es recordada con genuino afecto.
GENERAL RAFAEL ANDRADE VIVERO Muchos cotacacheños entraron también al servicio de la Patria en las Fuerzas Armadas y se destacaron en el desempeño de las responsabilidades que se les encomendó. Vaya aquí un cariñoso recuerdo al General Rafael Andrade Vivero que fue uno de los pioneros de la Aviación Ecuatoriana, llegando a desempeñarse como Comandante General de la Fuerza Aérea durante varios años. Rafael tuvo un hermano, llamado Claudio que también siguió la carrera de la aviación, y que lamentablemente en un acto de servicio en la Costa Ecuatoriana, desapareció en el Océano sin que se haya recuperado su cadáver. Rafael tenía muchas delicadezas con sus paisanos cuando en sus viajes internacionales, notaba que
iban personas de Cotacachi las mandaba a llamar para saludarles en la cabina del avión y por todas estas razones su nombre tiene que ser grabado entre las mejores personalidades que ha producido el cantón.
DOÑA GERTRUDIS ALZAMORA DE SUÁREZ La única raíz ecuatoriana del insigne Arzobispo e Historiador don Federico González Suárez estuvo en la ciudad de Cotacachi. De los cuatro abuelos que todos tenemos, dos por línea paterna y dos por línea materna, solamente doña Gertrudis Alzamora fue ecuatoriana, los otros tres nacieron en Colombia. Pertenecía ella a una de esas clásicas familias de centenario abolengo y entroncada con lo más distinguido de la población. Al ocurrir el espantoso terremoto de Imbabura de 1868, sus padres decidieron vender la casa de Cotacachi e ir a vivir en Quito, donde su hija Mercedes Suárez Alzamora dio a luz a su unigénito Federico González Suárez. La casa donde nació el insigne polígrafo e historiador, queda hoy en la calle Flores muy cercana al monasterio de las religiosas Catalinas. Es un domicilio amplio, con dos patios y allí en el siglo antepasado solían hospedarse los parientes de doña Gertrudis, que viajaban a Quito, como los Alzamora Peñaherrera, los Alzamora de la Guerra y los Suárez Ursiño.
SALOMÓN CÁRDENAS Fue contemporáneo del maestro Luis Aguirre y siguió sus pasos en la factura de imágenes religiosas, de gran expresión mística que se las puede encontrar en todas las provincias del Ecuador y que han suscita131
do la admiración de los fieles, que no sólo reconocen el talento del maestro Cárdenas sino que le han expresado su gratitud con numerosas condecoraciones, diplomas y recuerdos.
DOCTOR RAFAEL CARVAJAL (1818-1877) Desde siempre en Cotacachi se había afirmado que esta gran figura política de la época garciana había nacido en Cotacachi y su desempeño en la vida pública alcanzó los más altos niveles entre sus contemporáneos. Además de ser un destacado jurista, desempeñó los más altos cargos de la administración pública, como la Vice Presidencia en los dos últimos años de la primera administración del doctor Gabriel García Moreno, la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia, varios Ministerios en ese y en otros regímenes; fue también Presidente del Congreso Nacional y sus opiniones, ponderadas y respetuosas, venían a balancear el ímpetu del doctor García Moreno y su afán que pudiera ser calificado de dictatorial. Por todas esas cualidades el doctor Carvajal gozó de la estima generalizada y tuvo muchos amigos de los diferentes partidos políticos que se honraban con su amistad y sus consejos.
MARIA ESTHER CEVALLOS DE ANDRADE COELLO En una tierra de tan hermosos paisajes y de tan excepcional fecundidad para todos los cultivos especialmente para los de flores y frutos no es de extrañar que hayan brotado espíritus sensibles a la inspiración poética como lo fue doña María Esther Cevallos, 132
que pertenecía a una distinguida familia del lugar y que manifestó sus creaciones literarias desde muy temprana edad. En Quito cautivó con su delicadeza femenina y sus poemas al insigne escritor y periodista Alejandro Andrade Coello, uno de los fundadores del Diario El Comercio y que pudiéramos calificarlo como un Cronista sin título de los más trascendentales de los acontecimientos de la vida de la ciudad. Ambos don Alejandro y doña María Esther formaron un hogar ejemplar; ella como una reencarnación de Dolores Veintimilla de Galindo y él como un acabado escritor, al que lamentablemente le está olvidando la sociedad ecuatoriana. Los poemas de doña María Esther solían ser publicados en los suplementos literarios del joven matutino quiteño y bien valdría la pena que el Municipio de Cotacachi los recoja para gloria de esta bendita tierra a la que nada le falta.
JAIME CHÁVEZ GRANJA Hijo de una distinguida familia de Cotacachi, de reconocido prestigio, fue enviado a estudiar en Quito donde se destacó por su afición a los estudios filosóficos, obteniendo las máximas calificaciones en el Colegio Nacional Mejía. Por sus superiores conocimientos en la materia fue nombrado profesor de la misma en el propio colegio que le formó, en la época en la que sus rectores eran personalidades de altísimo valor intelectual como Hugo Moncayo Veloz. Jaime Chávez supo ganarse el afecto de sus alumnos por la manera excepcional de transmitir sus conocimientos, los cuales le recuerdan con cariño y sus aportes intelectuales son considerados como los de mayor trascendencia en el campo de la filosofía nacional.
MonseĂąor Bernardino EcheverrĂa Ruiz 133
ALFREDO CHÁVEZ GRANJA
Hermano del anterior, dedicó sus empeños al conocimiento de la Historia Nacional, por lo que aprendió paleografía a fin de leer la documentación de los siglos XVI, XVII y XVIII que se conserva especialmente en el Archivo Nacional de Historia, en ese tiempo parte de la Casa de la Cultura Ecuatoriana; llegó a desempeñarse como Director de tan prestigioso repertorio de papeles auténticos y cuyo conocimiento es indispensable para escribir rectamente lo que, ocurrió en tiempos pasados en nuestra Patria. Lamentablemente Alfredo falleció muy joven, cuando se esperaban de él frutos maduros de su sabiduría y de su experiencia, pero su nombre no sólo está en la galería de preclaros varones que han sido los directores del Archivo Nacional de Historia, sino que su recuerdo vive en cuantos tuvieron la suerte de ser encaminados por sus conocimientos y su fina manera de tratar a los que acudían a sus servicios.
FRAY BERNARDINO ECHEVERRÍA RUIZ (1911-2000) Hijo de Don Carlos Echeverría Proaño y de doña Carmen Ruiz de Solórzano. Fue el séptimo hijo de una numerosa familia. Se educó en la escuela Sucre del cantón Cotacachi, teniendo entre sus maestros a excelentes profesores como don Antonio Proaño Reyes, don Filemón Proaño y don Abelino de la Torre. 134
Desde entonces se destacó entre sus contemporáneos por su amor a la lectura y al estudio. Atraído por algunos paisanos que habían ingresado en la orden del seráfico padre San Francisco de Asís, resolvió seguir sus huellas y llegó al Colegio Seráfico de Quito, que funcionaba, entonces en el Convento Máximo de la ciudad, junto a la célebre iglesia del mismo nombre. Allí se graduó en estudios secundarios, pasó al noviciado durante un año e inició los estudios eclesiásticos de filosofía, teología, derecho canónico y pastoral, con excelentes profesores europeos, tales como el Padre Francisco María Alberdi, el Padre Buenaventura Orbea, el Padre Leonardo María Jaime quienes le infundieron, no sólo un genuino espíritu franciscano, sino un sentido apostólico a carta cabal. Ordenado sacerdote en 1937 fue enviado a Roma para que perfeccionase sus estudios en el famoso Ateneo Antoniano (hoy Universidad Antoniana de Roma), donde igualmente tuvo estupendos profesores, como Carlo Varlic, y obtuvo la laurea doctoral en Filosofía en 1940. De regreso al Ecuador inició una activísima organización de la venerable Orden III del seráfico padre San Francisco de Asís en todo el País llegando a fundar o reavivar fraternidades en casi todas las Diócesis, hasta el punto de que los terciarios franciscanos superaban el número de 200.000. Además de su ejercicio profesoral en el coristado de su Orden como Maestro de Filosofía y Ciencias Anexas, durante diez años, fundó la Revista Ecuador Franciscano y promovió congresos de gran trascendencia eclesiástica, como el que se hizo para honrar la canonización de Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores, Terciaria Franciscana, en 1944. Queriendo adecuar el apostolado antiguo a los medios modernos, fundó la Editorial Fray Jodoco Ricke que hizo una labor cultural de gran trascendencia para la Patria durante más de 40 años, se interesó
por la prensa católica y por la construcción de una Sede para el Nuncio Apostólico de su Santidad en Quito, que fuese digna de tal alta representación diplomática. Por esa época y como primer libro de la Editorial Fray Jodoco Ricke publicó una extenso poema en honor de San Francisco de Asís con el título de El Heraldo del Gran Rey, que fuera prologado por el Director de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Doctor Julio Tobar Donoso y que le mereció poco tiempo más tarde su incorporación como Miembro de Número en la misma Academia, Correspondiente de la Real Española. Ya antes mismo de su ordenación sacerdotal, Fray Bernardino escribió no menos de nueve tomos de poesías lo que demuestra su capacidad literaria y cuyos manuscritos se guardan en el Archivo de San Francisco. Habiendo la Santa Sede decidido separar un territorio de la Arquidiócesis de Quito para constituir una nueva Diócesis en Ambato, fue elegido Fray Bernardino como su Primer Obispo, pero como el año anterior la ciudad y la provincia de Tungurahua sufrieron un asolador terremoto que dejó más de 15.000 muertos y que destruyó gran parte de las iglesias, de los cantones y parroquias, incluida la Catedral de Ambato, tuvo que afrontar ese inmensísimo trabajo, buscando el apoyo no sólo del Gobierno Nacional, que en ese tiempo estaba presidido por don Galo Plaza Lasso, sino también de diócesis alemanas que fraternalmente ayudaron con gran generosidad. Su actividad pastoral no descansaba, recorriendo de parroquia en parroquia y solucionando los problemas materiales: casas o residencias de los párrocos, iglesias que había que construir afundamentis y organizando los cursos de formación cristiana con catequesis, bautismos, confirmaciones, primeras comuniones y matrimonios eclesiásticos, hasta convertir al joven Obispado de Ambato en el modelo de todo el País.
Habiendo fallecido el primer Arzobispo de Guayaquil, Monseñor César Mosquera Corral fue proclamado para esa dignidad Monseñor Bernardino Echeverría Ruiz y en la gran metrópolis del Guayas, estuvo 20 años como Prelado, impulsando igualmente un increíble desarrollo material, cultural y espiritual. Fundó la Universidad Católica de Guayaquil que se ha convertido en un eje del pensamiento cristiano en nuestra Patria, aumentó el número de parroquias urbanas y rurales, dotándolas de magníficas iglesias y de una organización ejemplar, procuró la mejor educación de los seminaristas creando un fondo económico considerable para la educación, transformó el amplio territorio de la Casa Arzobispal en un Hotel de primera categoría, con cuyos ingresos está asegurado el porvenir de las vocaciones sacerdotales en Guayaquil. Al retirarse de su Ministerio Arzobispal, tras cumplir los setenta y cinco años de edad, según manda el nuevo Código de Derecho Canónico, se retiró a servir en la Diócesis de Ibarra, de la cual él era hijo nativo como Administrador Apostólico y estando en el ejercicio de este trabajo su Santidad el Papa Juan Pablo II premió sus importantes servicios a la iglesia nombrándole Cardenal del Sacro Colegio en 1994. Su devoción por la Santa Sede fue realmente extraordinaria y la amistad personal que estableciera con el Sumo Pontífice, hoy beatificado, fue realmente estrechísima, ya que en el mismo Vaticano se comentaba que el Cardenal Echeverría era uno de sus cinco más íntimos amigos. Poco antes de su fallecimiento, construyó en San Rafael una casa de descanso para el Nuncio Apostólico y solícito a sus hermanos los Franciscanos que a la hora de su muerte llevasen su cadáver al cementerio común de los religiosos, dando así pruebas de gran fraternidad y esperando allí humildemente la Resurrección de los Justos. El diccionario bibliográfico de autores 135
ecuatorianos que publicó la biblioteca Aurelia Espinosa Pólit de Cotocollao trae más de 350 títulos de obras considerables de Monseñor Bernardino Echeverría Ruiz que han enriquecido el patrimonio literario del País. En su honor los Franciscanos del Ecuador fundaron en 1996 una Facultad Universitaria con el nombre de Facultad Bernardino Echeverría Ruiz, abierta no solo a los eclesiásticos sino a toda persona que quisiera perfeccionar sus estudios superiores y allí se le ha erigido también un hermoso monumento a su memoria, junto al colegio de San Andrés que él restaurara en 1946 en recuerdo del Celebérrimo Centro de Artes y Artesanías que fundara Fray Jodoco Ricke en 1551 en la ciudad de Quito. No podemos olvidar que, en 1944, el Ilustre Municipio de Quito solicitó al Padre Bernardino Echeverría Ruiz, que escribiera el texto o la letra del Himno de la ciudad, que fue unánimemente aprobado por el Concejo y que, puesto en música por su colega Franciscano el Padre Agustín de Azcúnaga, insigne organista y compositor, es el que hoy se canta en todas las ceremonias oficiales que organiza la ciudad.
FRAY NICOLÁS ECHEVERRÍA ANDRADE, O.F.M. De una distinguida familia lugareña este santo varón decidió ingresar en la orden franciscana para imitar las virtudes de humildad y pobreza del seráfico padre San Francisco, y así vivió durante ciento cuatro años una vida de trabajo constante y escondido en el estado de religioso lego, conscientemente abrazado. Se desempeñó como portero, sacristán, hortelano, cervecero, y limosnero, con un desprendimiento total de lo terreno. Su celda era de una pobreza absoluta pues fuera de su vestido no 136
tenía ni donde dormir. Posiblemente dormía sobre el suelo. En su avanzada edad se pasaba de rodillas delante del altar del Santísimo Sacramento todo el día en coloquios místicos con el Señor. Su bondad y su delicadeza para con sus hermanos eran proverbiales y trataba de atenderlos en todas sus necesidades especialmente cuando se encontraban enfermos. Si hubiera nacido en otro país ya estaría en los altares.
JOSÉ DARÍO ECHEVERRÍA PROAÑO (1834-1899) El recuerdo de este poeta estaba fresco hasta la mitad del siglo pasado (siglo XX), si bien no ha sido posible identificar algunas de sus obras que deben constar en publicaciones esporádicas como revistas, cuya lectura requiere de la consulta de archivos o de la biblioteca de autores nacionales Aurelio Espinosa Pólit de Quito. Se decía en Cotacachi que era un poeta de altas calidades y que don Juan León Mera le había solicitado su colaboración para publicar su famosa Antología de Poesía Ecuatoriana, libro con el que la academia Ecuatoriana de la Lengua conmemoró el IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892. No me ha sido posible consultar esta obra para ver si allí existen algunos poemas de este destacado intelectual cotacacheño.
JAVIER ENDARA Y ALBERTO GRANJA PROAÑO
Al repasar los nombres de los alumnos que se inscribieron en la Universidad Central, continuadora de la célebre Universidad de San Gregorio Magno fundada por los jesuitas allá en 1626, uno se encuentra con la agradable sorpresa de que nunca faltaron estudiantes nativos de Cotacachi, especialmente en las facultades de Jurisprudencia y de Medicina. Se mantiene un agradecido recuerdo del Dr. Javier Endara por sus servicios a la justicia y a las causas de los pobres, así como se guarda con respeto y veneración el nombre del doctor Alberto Granja Proaño, médico de cabecera de casi todas las familias cotacachenses. Ellos fueron el modelo de otros profesionales más que honraron a la población con sus estudios y sus servicios. Sería larga su enumeración pero estos dos caballeros queden aquí como prototipos de universitarios ejemplares.
ANA FLORES DE LA GUERRA Los familiares de Santa Marianita de Jesús Paredes y Flores escogieron a la provincia de Imbabura para su residencia permanente, y a Cotacachi fueron a parar, donde se emparentaron con las viejas familias del lugar. Hacia mediados del siglo XIX llegó de Bogotá el señor Mariano Flores, acompañando a Monseñor Manuel Mosquera, Arzobispo de Bogotá, que había sido desterrado por su propio hermano el dictador General Tomás Cipriano de Mosquera cuya misión era dejarlo en Riobamba. En esa ciudad el señor Flores conoció a una cotacacheña, la señora Margarita de la Guerra y Jijón con la que se casó y fueron a vivir en Cotacachi. Esta dama era descendiente directa de doña Jerónima de Paredes y Flores, hermana mayor de la Santa quiteña, casada con el Capitán Cosme de Caso, tuvieron una hija llamada Juana que
continuó la línea genealógica de sus antepasados. Por esa vertiente Ana Flores de la Guerra llevaba en la sangre la vocación de santidad y, desde su niñez se propuso seguir las huellas de su célebre antepasado. Doña Ana vestía un hábito negro idéntico a la de Santa Marianita de Jesús, llevaba en el pecho bordado el nombre de Jesús y su vida fue austerísima, cosa que se reveló después de su muerte, pues al amortajarle se descubrieron los rigurosísimos silicios que se había incrustado en sus brazos, piernas y cintura. Tenía un pequeño negocio en el que atendía a sus clientes con extremada bondad y todos salían de su presencia como contagiados de ese hálito de espiritualidad que llenó toda su vida.
JORGE GARCÉS GARCÉS (1903- 1978) Una feliz circunstancia administrativa hizo que este excelente paleógrafo ecuatoriano naciera en la ciudad de Cotacachi, pues, sus padres eran oriundos de la población de Cangahua en el cantón Cayambe. Durante el régimen de don Eloy Alfaro el papá de Jorge Garcés Garcés fue enviado a Cotacachi para que desempeñara la función de telegrafista, dada su juventud y reciente matrimonio, el primogénito Jorge vino al mundo en la ciudad que hoy le tiene bastante olvidado, porque desconoce la valía de sus méritos y de su sabiduría. En su niñez se educó en la Escuela Sucre la única que existía en el cantón para varones. Sus destacadas dotes intelectuales llamaron la atención de los párrocos del lugar y persuadieron a sus papás para que le enviasen al Seminario Menor de Quito, donde Jorge obtuvo una magnífica educación humanística que le llevó a dominar los idiomas antiguos, latín, griego y hebreo y un conocimiento casi exhaustivo de la literatura clásica. 137
La publicación de la Historia General de la República del Ecuador por Federico González Suárez en la década de 1890 causó una genuina revolución en los medios culturales y un afán de confirmar o rectificar sus aseveraciones con testimonios documentales. La principal interesada en estos hechos fue la orden de los religiosos dominicanos que, por entonces tenían a un sabio investigador, que era el Padre Alfonso Antonino Jerves Machuca, quien había aprendido, por sus propios medios a dominar la lectura de los viejos documentos, ciencia que se conoce con el nombre de paleografía, ya que el tipo de escritura ha ido cambiando a través de los siglos, y además en gran parte de ellos la lengua oficial era el latín, cuyo manejo es indispensable para su utilización. El padre Jerves convocó a un selecto grupo de jóvenes para enseñarles la paleografía, entre ellos uno de los primeros en acogerse a esa enseñanza fue Jorge Garcés Garcés. Igualmente tuvo como compañeros a Alfonso y José Rumazo González, a J. Roberto Páez, Ribadeneira… y al doctor Rafael Euclides Silva. Jorge Garcés Garcés tomó con sumo empeño el dominio de esta especialidad académica y llegó no solamente a dominar sus secretos sino que escribió un robusto tomo de enseñanza de la paleografía diplomática y académica que fue publicado por el Municipio de Quito en la década de 1930. Entre tanto Jorge ya había entrado a trabajar en el Archivo Municipal de la ciudad de Quito, riquísimo emporio para conocer la historia de la nacionalidad y en esa época se publicaba una muy interesante revista del Municipio que se llamaba Gaceta Municipal, en la que Garcés Garcés dio a conocer sus descubrimientos históricos. Desde su ingreso al Municipio el título de la revista fue cambiado a la de Museo Histórico. En 1934, siendo Presidente del Municipio de Quito don Jacinto Jijón y Caamaño, se conmemoraron los cuatrocientos primeros 138
años de la fundación española de la ciudad, tanto el 28 de agosto que es la fecha de su Fundación jurídica, como el 6 de Diciembre que es la fecha que corresponde a la primera actuación de Sebastián de Benalcázar, el gobernador encargado de ejecutar dicha fundación. Don Jacinto Jijón y Caamaño que era un hombre sapientísimo y cofundador de la Academia Nacional de Historia con González Suárez, se preocupó desde l años anteriores a esa conmemoración de darle una categoría cultural ejemplar, uno de cuyos números, y acaso el principal fue la edición del famoso Libro Verde que contiene el texto original de la Fundación de la ciudad de Quito y de las primeras sesiones de su Cabildo Civil. No llegan a seis las ciudades americanas que tienen la suerte de conservar la acta original de su fundación hispánica. El trabajo fue encomendado a Jorge Garcés Garcés y a José Rumazo González, y lo tuvieron listo para las fiestas conmemorativas en cuatro hermosos tomos, elegantemente editados y que circularon por todo el continente y Europa. La emoción en los círculos intelectuales fue increíble nadie hasta entonces en América había hecho esta hazaña. El insigne jurista español don Fernando de Los Ríos llegó a decir que por esta publicación Quito se había colocado a la cabeza de los pueblos americanos porque entregaba documentos auténticos para escribir una historia que no se pueda contradecir. El entonces inmenso poeta colombiano Guillermo Valencia, payanés llegó a decir que todas las capitales de América debieran imitar esta edición de la urbe quiteña y felicitó fervorosamente a su Cabildo por este trabajo de los paleógrafos Garcés y Rumazo. Pero eso fue apenas el inicio, Jorge Garcés Garcés se dedicó con benedictina paciencia a editar los documentos referentes a la creación del Obispado de Quito y los primeros años de su desarrollo, casi todas las Cédulas Reales enviadas por el Rey y por
el Real y Supremo Consejo de las Indias al Cabildo Quiteño y luego a la Real Audiencia de Quito, los referentes a la distribución de las Encomiendas entre los primeros habitantes de la ciudad y las condiciones económicas en las que vivieron, las Actas de los Cabildos hasta más o menos 1740, lo que se conservaba sobre la fundación de las ciudades de Cuenca e Ibarra en el Ecuador, la primera en 1557 y la segunda en 1606, dando un total de más de 70 volúmenes que son oro en polvo para los historiadores. El gran héroe de esta epopeya es Jorge Garcés Garcés. Igualmente no se descuidaba de seguir publicando su famoso Museo Histórico con trabajos de gran valor informativo y documental de varios autores ecuatorianos y extranjeros.
Educado en el Colegio Loyola de los padres jesuitas de Cotocollao, ingresó en la orden de la Compañía de Jesús bajo la vigilancia de insignes maestros como el padre Aurelio Espinosa Pólit y el padre Flor Vásconez. Descolló por sus talentos poéticos que fueron muy apreciados por los académicos de la Lengua de esa época como Isaac Barrera, don Augusto Arias, Gonzalo Zaldumbide, el padre Carlos Suárez Veintimilla, y el propio padre Espinosa Pólit, quien le recomendó que reuniese su obra poética y la publicase por su calidad literaria, cosa que efectivamente acaeció en la Prensa Católica, donde aún es posible encontrar ejemplares de ese delicioso tomito de poesías del padre Alejandro Gómez y Gómez.
Al terminar sus funciones en el Municipio de Quito y jubilarse, Jorge Garcés Garcés pasó a desempeñar la Dirección del Archivo Nacional de Historia que, en ese tiempo, tenía su sede en la Casa de la Cultura Ecuatoriana y allí se preocupó de organizar científicamente los diferentes departamentos de acuerdo a la más moderna técnica archivística. En ese trabajo le visitó la hermana muerte en 1978.
PADRE JORGE GRANJA GALINDO
Por el prestigio que obtuvo el Ecuador a causa de estas publicaciones, Jorge Garcés Garcés fue invitado en repetidas ocasiones a Congresos Internacionales de Archiveros y Paleógrafos en los que sus opiniones eran escuchadas con respeto y admiración. Fue elegido Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia desde temprana edad.
ALEJANDRO GÓMEZ Y GÓMEZ
Muy joven ingresó en la Congregación de los Religiosos Salesianos y fue enviado a Turín para que allí terminara sus estudios para el sacerdocio, desde entonces, se hizo como ideal de su vida imitar en todos sus detalles el espíritu de apostolado de San Juan Bosco, cosa que lo alcanzó a su perfección. Quiso pasar desapercibido, a pesar de sus notables cualidades y se escondió de los elogios humanos, aunque sus evidentes virtudes heroicas eran admiradas por todos los que tuvieron la suerte de conocerlo. En la celebración de la Santa Misa fue excepcional por su fervor. Tengo entendido que fue maestro de novicios, es decir, de los jóvenes que deseaban ingresar a la Congregación Salesiana y en ellos dejó un recuerdo imborrable, siendo como una réplica de las excelentes cualidades de su eximio fundador.
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ALBERTO HARO Siguiendo la vieja tradición de Cotacachi, el joven Alberto ingresó en la comunidad de los padres salesianos y le enviaron a estudiar en la Casa Madre de Turín-Italia y a su regreso le dedicaron a la enseñanza de la Literatura en los colegios de esa Congregación en el Ecuador. A imitación de Ernesto Proaño también él notó la ausencia de un buen texto de Historia de las Letras en nuestra Patria, sobre todo para los alumnos de los colegios secundarios, por lo que se dedicó con todo empeño a la lectura de nuestros mejores autores y al enjuiciamiento crítico de las obras producidas por ello. Fruto de este constante trabajo es el texto de Literatura Ecuatoriana que hoy circula en la Universidad Politécnica Salesiana y en los colegios que éstos religiosos tienen en Ibarra, Guayaquil, Riobamba, Cuenca.
JUAN GENARO JARAMILLO Fue el principal líder para la fundación del partido socialista ecuatoriano, allá por la década de 1920. Nacido en la población de Imantag, parroquia rural del cantón Cotacachi, donde parece que sus antepasados tenían una propiedad de importante dimensión. Estudió en el Seminario de San Diego de la ciudad de Ibarra y luego en el Colegio Nacional Teodoro Gómez de la Torre. Por sus amplios estudios políticos fue socio fundador de la Sociedad Jurídica Literaria de Quito y de la Federación de Estudiantes Universitarios. Además de sus intensas actividades políticas, Juan Genaro fue un profesional del derecho que inspiró al General Alberto Enríquez Gallo, cuando fue encargado del po140
der después de la caída de Federico Páez, para que promulgue el Código del Trabajo en beneficio de los obreros y de sus aspiraciones de Justicia Social. Justamente le fue encargado por el Gobierno la preparación del texto definitivo. El Ecuador debe a Juan Genaro su Código del Trabajo, y en esto se adelantó a otros países latinoamericanos que habían vivido etapas de explotación de los obreros. Por esta y por otras acciones Cotacachi se precia de haber tenido grandes líderes de ideologías políticas distintas, pero que en conjunto buscaban la felicidad de todos los ecuatorianos. Luna Andrade Peñaherrera y Juan Genaro Jaramillo, son dos altos ejemplos.
ALEJANDRO LUNA ANDRADE Hermano del doctor Moisés, se destacó sobre todo como médico en la ciudad de Quito y como Director durante largos años del Hospital San Juan de Dios, el primer Instituto de servicio público que existió en la ciudad de Quito desde el siglo XVI, cuya historia escribió en un hermoso libro que es parte del desarrollo de las ciencias médicas y de su aplicación en nuestra tierra. Sabido es que el insigne patriota doctor Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo practicó la medicina en este Hospital, sirviendo gratuitamente a los pobres. Por sus amplios conocimientos fue profesor de la materia en la Facultad de Ciencia Médicas en la Universidad Central por muchos años y también en la Pontificia Universidad Católica, cuando se fundó esa Facultad. Por otra parte fue también dirigente muy considerado del Partido Conservador Ecuatoriano, en compañía de don Manuel
Sotomayor y Luna, del doctor Julio Tobar Donoso y de Manuel Elicio Flor. Hijo del doctor Alejandro fue el notable político e intelectual ecuatoriano, doctor Jorge Luna Yépez, quien fue el fundador, a raíz del Protocolo de Río de Janeiro en 1941 del Partido ARNE que revitalizó la conciencia nacional ecuatoriana y tuvo destacada actuación sobre todo en el Parlamento. Por sus aportes a la historia nacional el doctor Jorge Luna Yépez fue elegido Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Historia, honor, que en cierto sentido recae en la personalidad de su padre el doctor Alejandro.
DOCTOR MOISÉS LUNA ANDRADE (1879-1942) La vida política fue intensa en Cotacachi desde siempre. Hubo representantes de todas las ideologías que actuaban entusiastamente por sus respectivos partidos. En la época de García Moreno el doctor Rafael Carvajal, hombre de un temperamento tranquilo, llegó a ser Vicepresidente de la República y contrastaba con los ímpetus conocidos del primer Mandatario. Cuando subió al poder el Partido Liberal, muchos cotacacheños apoyaron la transformación liberal y el doctor Modesto Peñaherrera llegó igualmente a ser Ministro de Gobierno de Eloy Alfaro. Los que pertenecían al derrotado partido conservador mantuvieron la firmeza de sus convicciones y entre los que se destacaron por su liderazgo, estuvieron, entre otros, don Luis R. Moreno, y el doctor Moisés Luna Andrade, caballero de vieja raigambre, perteneciente a una de las más antiguas familias establecidas en Cotacachi. Cuando el director del partido Conservador don Jacinto Jijón y Caamaño era perseguido y exiliado, el que se encar-
gaba de la dirección era el doctor Moisés Luna Andrade, y en esa calidad fue el alma de todas las actividades partidistas durante el régimen liberal que duró hasta la subida al poder del doctor José María Velasco Ibarra. Don Moisés Luna Andrade estudió derecho en la Universidad Central y se destacó por sus conocimientos especializados en la materia que los aprendió del doctor Víctor Manuel Peñaherrera, insigne jurista también de familia cotacacheña. Casi desde su juventud se estableció en Quito y se casó aquí con doña Ana Tobar Donoso, hermana del doctor Julio Tobar Donoso insigne miembro de la Academia Nacional de Historia, político e internacionalista de refinados quilates. Tuvo como hijos, entre otros, a Monseñor Luis Alberto Luna Tobar, que llegó a desempeñarse como Arzobispo de Cuenca y al doctor Alfredo Luna Tobar que siguió la carrera diplomática y fue Embajador del Ecuador en varios países y que por haber escrito una obra de excelentes documentaciones, que se llama Aporte Ecuatoriano a la Libertad del Perú en tres tomos ingresó también como Miembro de Número a la Academia Nacional de Historia. En Cotacachi se guardó un cálido recuerdo del doctor Moisés Luna Andrade y de su venerable padre don Emilio Luna Alzamora, quienes fueron los dueños de una hacienda que está en los límites norte de la ciudad, llamada San Nicolás.
MONS. GUIDO IVÁN MINDA CHALÁ Primer Obispo de raza negra en el Ecuador, nacido en la parroquia Apuela del cantón Cotacachi, provincia de Imbabura el 20 de febrero de 1960. Para el cantón y su ciudadanía es un verdadero honor y reconocimiento de sus contribuciones a la iglesia católica el que el primer Prelado de origen 141
afroamericano haya nacido en una tierra que se distinguió siempre por su aporte al Ministerio Sacerdotal y al de las comunidades religiosas de varones y de mujeres, con una cantidad increíble de vocaciones. Monseñor Minda Chalá se educó en la escuela Francisco Javier Córdova de Apuela y luego continuó sus estudios en la Escuela Alfonso del Hierro, situada en la parroquia de Cotocollao, muy cerca de la biblioteca ecuatoriana del Padre Aurelio Espinosa Pólit y finalmente terminó su formación primaria en el Instituto Rosales de los Hermanos Cristianos en la ciudad de Ibarra. Desde pequeñuelo demostró una lucidez intelectual increíble y una capacidad de trabajo que le han llevado a notables triunfos en la vida. Los estudios secundarios los realizó en el colegio nocturno Jacinto Collahuazo de Otavalo y en el colegio San Pablo de la parroquia de San Pablo de Lago en Imbabura. Posteriormente ingresó en el seminario mayor Nuestra Señora de la Esperanza de Ibarra, donde tuvo la suerte de estudiar Filosofía y Teología con excelentes profesores. Se ordenó de sacerdote el 27 de junio de 1988 en la catedral de Ibarra, de manos de Monseñor Antonio Arregui Yarza. Su ministerio pastoral le llevó a desempeñar los siguientes cargos: párroco de la iglesia Santísimo Sacramento en Alpachaca; párroco de Santa María de la Esperanza, y conjuntamente Director del Seminario Menor de la Diócesis. Luego fue enviado a España para que continuase sus estudios superiores de Filosofía en la Universidad de Pamplona. De regreso fue administrador de la parroquia de San Pedro de La Carolina y luego párroco de Santa Catalina en la población de Salinas, Imbabura, desempeñando al mismo tiempo el cargo de Vicario Episcopal para el Clero. Por sus reconocidos méritos y servicios la 142
Santa Sede le nombró Obispo Auxiliar del Arquidiócesis de Guayaquil, lugar donde hay una numerosa población de origen afroamericano que recibió con justo júbilo esta designación.
SEGUNDO LUIS MORENO ANDRADE (1882-1972) No es fácil investigar los orígenes de la afición a la música clásica en la ciudad de Cotacachi. Posiblemente los curas doctrineros que fueron en su mayoría religiosos franciscanos de una cultura musical distinguida y europeos inculcaron en la niñez, en la juventud y en las familias de este venturoso cantón un regusto por los mejores maestros de la música europea y por el ejercicio de los instrumentos nobles, como el piano, el violín, el violoncelo, el arpa clásica, el oboe, la flauta y el clarinete, que se solían ejecutar en reuniones hogareñas, para festejar los onomásticos y las fiestas principales del año. Eran genuinos conjuntos de cámara y muchos de esos instrumentos se conservan hasta el presente. Eso explicaría que en Cotacachi podían hallarse, y tal vez se hallen aún instrumentos de madera como violines y violoncelos de Stradivarius o instrumentos de soplo como flautas, oboes, y otros de viento, de factura europea. En ese medio y en una familia de vieja tradición musical nació Segundo Luis Moreno Andrade. Su padre ejecutaba el bajo con verdadera maestría, sus hermanos tocaban los instrumentos de cámara con refinado gusto y clásica perfección, de manera que desde niño saturó su alma de melodías y armonías de la más alta categoría espiritual. Recuerdo que yo asistía a esos conciertos de Cámara y aprendía de memoria las melodías de Mozart, Beethoven, Haydn, Ver-
di, Donizetti y los más conocidos genios de música clásica del siglo XIX europeos. Después de pasar un corto período en la escuela de artes y oficios que tenían los padres salesianos en Quito, institución que fue cerrada por el gobierno de Eloy Alfaro, Moreno se vio obligado a pasar al nuevamente refundado Conservatorio Nacional de Música por el Ministro Luis A. Martínez y que en cierto modo retomaba los sueños de Gabriel García Moreno de crear en Quito una institución que fraguase la carrera de músicos de categoría universal. Para la dirección del conservatorio Martínez trajo de Italia al célebre maestro Domingo Brescia que formó a los primeros músicos clásicos que ha tenido el país, compañeros de Moreno entre otros Francisco Salgado, el que era conocido como el Cuy Nieto y otros de diferentes zonas del país. Antes de terminar su formación académica fue nombrado profesor del Conservatorio de solfeo clásico y de lectura y escritura musicales. Luego fue nombrado Director de las bandas del ejército ecuatoriano y en calidad de tal actuó en varias ciudades, como Ibarra, Esmeraldas, Riobamba, Guayaquil y Cuenca. En esa época (19101940) las bandas militares eran la máxima expresión de música popular y clásica y solían dar conciertos semanales en la plaza principal de las ciudades, con fragmentos de los grandes compositores, pues, no existía en el país una sola orquesta sinfónica. Moreno se dedicó a recoger en todo el país las melodías auténticas tanto indígenas prehispánicas como de la raza negra en Esmeraldas, en Chota, etc., y las de estructura mestiza en Manabí, Guayas y Loja y las transcribía en escritura musical para su análisis posterior. Por este motivo los que han estudiado su obra especialmente extranjero, Moreno fue calificado como Bela Bartok, pues este gran genio húngaro de siglo pasado recogió las raíces musicales de su patria desde las más antiguas expre-
siones. La colección original de esas melodías reposa hoy en los Archivos del Museo del Banco Central del Ecuador. Para conocer como se expresaban los indígenas nativos de esta tierra, antes de la conquista española, Moreno reunió también una copiosa colección de silbatos arqueológicos de increíble valor cultural, la mayoría de los cuales representaban los cantos de las aves nativas. Fuera de su producción clásica, de valor universal, como las Suites Ecuatorianas No. 1 y No. 2, la Marcha Fúnebre Triunfal en homenaje a Don Pedro Carbo, la Apoteosis Musical a Simón Bolívar y muchas otras obras de carácter sinfónico, escribió centenares de piezas de carácter popular, como sanjuanitos, albazos, pasacalles, yaravíes, alzas que te han visto, amorfinos, y gran variedad de expresiones provinciales elevadas a una categoría de estima universal. Para fomentar el aprovechamiento de nuestras modalidades típicas, Moreno se empeñó en la Fundación del Conservatorio de Música Nacional de Guayaquil, y años más tarde el de la ciudad de Cuenca y vio, en sus postreros años de vida, con alegría, el nacimiento de las Orquestas Sinfónicas del país que posibilitaba la ejecución de sus obras, muchas de las cuales quedaron inéditas y que igualmente reposan en el Archivo del Banco Central. Directores de Orquesta de refinada formación técnica, como el Maestro Álvaro Manzano ha ejecutado esas partituras de Segundo Luis Moreno en escenarios de renombre como Moscú, París, San Petersburgo, con aplauso unánime de los oyentes. Historiadores de la música universal reconocen que la mayor figura ecuatoriana en este campo es Segundo Luis Moreno y que su obra, en gran parte desconocida llegará un día a llenar de gloria al País, por lo cual cuando el gobierno del Arquitecto Sixto Durán Ballén regaló a la Orquesta Sinfó143
nica de Quito una hermosa casa para sus ejecuciones, hizo colocar en el Salón principal los bustos de Mozart y Beethoven y junto a ellos los de los maestros Moreno y Francisco Salgado, honor bien merecido y que coloca al Ecuador al nivel de las mejores representantes musicales de la humana especie.
DOCTOR JUAN ELOY MORALES Nacido en la parroquia de Quiroga cerca de la cabecera cantonal, desde su niñez demostró cualidades excepcionales para el estudio y la profundización de la geografía nacional. Ingresó en la comunidad de los religiosos salesianos, quienes viendo sus excepcionales talentos le enviaron a estudiar en la ciudad de Turín en Italia, donde se ordenó de sacerdote. En esa época -1920-1940- había en la ciudad de Turín una editorial especializada en la impresión de mapas geográficos, atlas y textos sobre la geografía de los cinco continentes. Juan Eloy Morales vio la oportunidad de hacer ese servicio al País y recogió, con gran empeño, todas las cartas geográficas que pudo encontrar sobre la antigua Real Audiencia de Quito y las que elaboraron geógrafos como Villavicencio, Vacas Galindo, Luis Tufiño y el Instituto Geográfico Militar. Con estos materiales editó El Atlas Geográfico del Ecuador en una elegante edición de gran tamaño y con notas explicativas de cada una de las páginas, muy bien fundamentadas en nuestros derechos territoriales. Por todas estas motivaciones el Padre Juan Eloy Morales mereció la amistad y el aplauso de los mejores ecuatorianos de su tiempo y cuando el doctor Carlos Alberto Arroyo del Río fundó el Instituto Cultural 144
Ecuatoriano, con secciones especializadas, a imitación del famoso Instituto de Francia, escogió al padre Morales para la dirección del sector de Ciencias Geográficas. Con el derrocamiento del doctor Arroyo del Río y la subida del doctor José María Velasco Ibarra al poder, vio el doctor Manuel Benjamín Carrión la oportunidad de transformar el Instituto Cultural Ecuatoriano de Ciencias y Letras en Casa de la Cultura Ecuatoriana confirmando al padre Morales como el Director de la Sección de Ciencias Geográficas. Lástima que según parece por oscuros manejos de la Cancillería Ecuatoriana el precioso atlas de tan insigne religioso no haya circulado con la libertad que merecía y la gratitud de sus conciudadanos. Solamente su tierra Cotacachi ha reconocido la grandeza de este hijo erigiéndole un hermoso busto en piedra en la parroquia de Quiroga.
ALBERTO MORENO ANDRADE Notable periodista y político, hermano del músico Segundo Luis Moreno se destacó por haber fundado en la ciudad de Guayaquil varios periódicos en la época liberal que se oponía a los respectivos gobiernos y que desgraciadamente fueron suprimidos y perseguidos por los gobernantes de la época. Entre éstos de los que se guarda un hermoso recuerdo entre los especialistas cabe mencionar El Grito del Pueblo y El Ecuatoriano, en los que colaboraba el notable militar y periodista coronel Ricardo Cornejo y la señora Ángela Carbo de Maldonado. Alberto Moreno fue varias veces congresista, senador, y alto dirigente del partido conservador ecuatoriano, pero su fuerte estaba en el periodismo, durante el régimen del “Gran Ausente”, doctor José María Velasco Ibarra, en la década de 1940, Moreno fundó un semanario que fue popularísimo en el Ecuador llamado Esce-
nario, que alcanzó una gran difusión y que fue la voz del pueblo en la defensa de sus derechos frente a las arbitrariedades de los mandatarios. Desgraciadamente, en ese tiempo había la pésima costumbre de que, en represalia, las autoridades mandaban al ejército o a la policía a empastelar las imprentas donde se editaban estos órganos de opinión. Eso le ocurrió al Escenario de Moreno, en el cual colaboró, con mucho empeño el insigne poeta Pablo Aníbal Vela y don Jorge Salvador Donoso, padre del notable ecuatoriano Jorge Salvador Lara. Alberto Moreno fue también un notable músico, autodidacta que escribió la única zarzuela que se ha producido en el país con el título de La Flor del Pichaví, en la que fueron ennoblecidos muchos temas populares y en dicha cuya representación en el teatro Sucre obtuvo durante varias semanas el aplauso de la ciudadanía. Dejó además una importante colección de música popular que sobrepasa las 200 creaciones.
ERNESTO MORENO BUENO Pocas veces se da el caso de una persona que pasa la vida en el servicio público con la complacencia de todos como ocurrió con Ernesto Moreno Bueno que fue, si cabe decirlo Secretario Vitalicio del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social donde servía a todos los afiliados con caballerosidad y prontitud. Ernesto es también un gran músico de afición y especializado en la interpretación y gozo de los tangos argentinos, sobre los que ha escrito un hermoso libro y para cuya ejecución fundó en Quito el Club de los amantes del tango, con personalidades de alto valor social y cultural.
JOSE LUIS MORENO GUERRA
Aunque han sido varios los cotacacheños que han trabajado en el Ministerio de Relaciones Exteriores y han representado al Ecuador en países amigos, ciertamente la figura más destacada en la vida diplomática es la de José Luis Moreno Guerra que hizo de ésta profesión la esencia de su vida. Graduado en la Universidad de Bogotá en Ciencias Jurídicas, obtuvo después otro doctorado de post grado, de cuarto nivel en Ciencias Internacionales en el Instituto correspondiente de la Universidad Central del Ecuador. Además es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Gran Colombia de Bogotá y por la Universidad Nacional de Loja. Realizó estudios en la Academia de Ciencias Internacionales de la Haya, Holanda y, además, otros de Técnica de Investigación Científica en la Universidad de La Habana, Cuba, lo que le preparó para el profesorado en la Pontificia Universidad Católica de Quito, en la Universidad Andina Simón Bolívar y en la Escuela de Ciencias Internacionales de la Universidad Central, en las cátedras de Derecho del Espacio Ultraterrestre y Derecho de los Tratados, entre otras materias que ha enseñado en los institutos de Altos Estudios de varios países. Ha desempeñado las Embajadas del Ecuador en Guatemala, Bolivia, Alemania, Japón, Cuba, Nueva York y Canadá. Ha publicado interesantísimos trabajos sobre la Organización de Estados Americanos y sobre el problema de los Inmigrantes, libros que vienen a ser como manuales indispensables para quienes se encargan de esa responsabilidad. Sus colaboraciones en la revista de AFESE (Asociación de Funcionario de Servicio Exterior Ecuatoriano) son de gran hondura y demuestran 145
sus conocimientos exhaustivos sobre los temas tratados. Mencionaré solamente Las adopciones de menores en el exterior, El derecho interplanetario, Problemas del mar, Relaciones de la ONU y la OEA en la solución pacífica de controversias, Los mitos sobre el Inmigrante. Actualmente es candidato por el Ecuador para conformar el Comité Jurídico Interamericano que lo integran catorce jurisconsulto del más alto nivel y experiencia profesional, quienes representan al total de los 34 países miembros actuales de la Organización de Estados Americanos (OEA). Este comité tiene su sede en la ciudad de Río de Janeiro.
ENRIQUE MONTENEGRO En la primera mitad del siglo anterior brilló en Cotacachi por haber sido uno de los primeros organizadores de un conjunto musical que recorrió gran parte de la América del Sur, interpretando música clásica y popular. Se llamaba la “Estudiantina Rumba Habana”. Enrique con su suave trato y delicadeza era el invitado preferido para todas las actividades sociales y culturales de la ciudad de Cotacachi y aún de la provincia de Imbabura. A su ejemplo se fue llenando la ciudad y los cantones comarcanos de otros grupos que mantenían el amor a la buena música, hasta el punto de que había la convicción de que Cotacachi era la ciudad más privilegiada en esta materia entre todas de la nacionalidad ecuatoriana.
DOLORES PéREZ PAREJA (1830-1900) 146
Sus antepasados habían adquirido, más o menos en la época de nuestra Independencia la Hacienda “La Compañía” que está localizada dentro de los límites urbanos de la ciudad de Cotacachi. Y le tomaron como el sitio predilecto para pasar sus vacaciones, ya que había sido la preferida de los Padres Jesuitas antes de su expulsión de las tierras de América en 1767. En esta Hacienda nació la sierva de Dios Dolores Pérez Pareja, que resultó una réplica perfecta de Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores, pues, desde su niñez manifestó que Dios le había escogido para sí, hizo voto de perpetua virginidad y se aplicó a una vida de penitencia y caridad de altísimos quilates, como se deduce de la biografía que sobre ella escribiera el religioso mercedario Padre Agnelio Hurtado, con el título de “Víctima de Amor”. Emparentada con lo más selecto de la aristocracia quiteña, como los Pérez Muñoz, los Pérez Chiriboga, los Pérez Bustamante, los Pérez y Pérez, los Román Pérez, influyó mucho en la Sociedad Quiteña por sus virtudes y pudo haber estado ya en el catálogo de las beatas o santas ecuatorianas si se hubiera iniciado el debido proceso de beatificación y santificación. Sus venerables restos reposan en un sobrio pero muy edificante mausoleo en la Basílica de nuestra señora de La Merced en la ciudad de Quito, donde se pueden admirar sus vestidos, sus cilicios, sus disciplinas, los libros de sus oraciones y muchos otros recuerdos de su excelsa Santidad.
DOCTOR VICENTE PEÑAHERRERA Todos los ecuatorianos hemos oído desde que estábamos en la etapa escolar que el doctor Eugenio Espejo había hecho colo-
car unas pequeñas banderitas en las cruces de la ciudad de Quito, con la leyenda, en latín, que decía “salva cruce, liberesto. Libertatem et gloriam consequto”, pero estudios hechos sobre documentos de la época (1790) especialmente por el doctor Alberto Muñoz Vernaza, demuestran que el verdadero autor de ese texto y el que hizo colocar las banderas fue el canónigo de la Catedral de Quito don Vicente Peñaherrera, nacido en Cotacachi. Esta gloria le confiere al doctor Peñaherrera una primacía entre los precursores de nuestra independencia. Y con esta oportunidad conviene decir que siendo un texto escrito en un clásico idioma latino que no todos podían entender, la única traducción verdadera debiera ser lo siguiente: “salva cruce, quiere decir sin tocar la religión, seamos libres”. No está por demás el recordar que el doctor Peñaherrera fue contemporáneo en sus estudios eclesiásticos del sacerdote Pablo Espejo, hermano del precursor, y que durante muchos años fue cura precisamente de Cotacachi, a donde solía encaminarse el doctor Eugenio con frecuencia, y por esta razón son numerosas las referencias a Cotacachi en las obras del insigne Eugenio Espejo, especialmente en el Nuevo Luciano de Quito y en La Ciencia Blancardina.
DOCTOR MODESTO A. PEÑAHERRERA (1858-1942) De la patriarcal familia de los Peñaherrera llegó a ser una figura destacada de la Revolución Liberal Radical del General Eloy Alfaro. En sus mocedades el doctor Modesto Peñaherrera, mientras estudiaba en la Universidad Central del Ecuador, la carrera de Abogado, hizo amistad con uno de los líderes del pensamiento liberal que era don Abelardo Moncayo, el cual, a su vez había
sido compañero de estudios de Federico González Suárez Peñaherrera. Fue uno de los grandes mentalizadores de la transformación liberal desde sus destacados puestos de administración del Gobierno, como Ministro en los regímenes del General Eloy Alfaro, luegoPresidente de la Cámara de Diputados, Rector de la Universidad Central, Ministro y Presidente de la Corte Suprema de Justicia. Por su carácter bondadoso y caballeresco sabía llevarse con todas las personas, respetando sus puntos de vista y moderando los ímpetus de los revolucionarios que querían transformarlo todo. Sus descendientes que ahora viven en Quito, han conservado su amor por la cultura y se han destacado en variados campos, de la jurisprudencia, de la medicina, de la arquitectura y de las ciencias sociales.
LUIS OCTAVIO PROAÑO ANDRAMUÑO (1913-2004) Ingresó en la comunidad de los Padres Mercedarios de Quito y entre los formadores que conoció estuvo el padre Joel Monroy, célebre historiador que se había dedicado con especial cariño a escribir los orígenes de su comunidad y las actividades de sus misioneros en el territorio ecuatoriano. Una vez fallecido el padre Monroy heredó su documentación y continuó su valiosa obra de difusión de las glorias de la orden mercedaria en América. El padre Proaño escribió más de sesenta libros sobre este tema y con una constancia admirable se dedicó a difundir el culto y la devoción a nuestra señora de Las Mercedes en todo el territorio nacional. Tengo la impresión de que no ha habido un ecuatoriano que haya trabajado más 147
por glorificar a nuestra señora de La Merced que el padre Luis Octavio, pues, a su imagen la hizo coronar canónicamente en todos los lugares donde los religiosos mercedarios tenían conventos, tales como Cuenca, Portoviejo, Guayaquil, Ibarra, Ambato, Latacunga, etc. Todo posible honor que se le ocurría para exaltar la figura de la Virgen de la Merced en el Ecuador lo conseguía, siendo absoluta verdad que en esta vocación, nuestra Señora fue la patrona de la ciudad de Quito como defensora de la ciudad contra los terremotos. Mantuvo durante muchos años una hermosa revista que se llamaba La Merced, con estudios e investigaciones suyas que eran de mucho agrado en la ciudadanía. En todo caso su larga vida queda como un ejemplo a imitarse de la manera cómo hay que responder a la vocación mercedaria.
GUILLERMINA PROAÑO BAROJA No podemos olvidar este preclaro nombre entre las máximas figuras de la cultura cotacacheña, por cuanto esta religiosa franciscana dedicó su vida a las actividades musicales. Hija de un esclarecido músico el maestro don Luis Abelardo Proaño Morales y hermana de un racimo de distinguidísimos músicos. Ayudó al padre Jaime Mola, franciscano organista y compositor español a fundar en Quito el Instituto Iberoamericano de música sacra, donde enseñaron varones esclarecidos como el doctor Aurelio Ordoñez que era un distinguidísimo organista de finos quilates. Cuando el padre Mola volvió a España quedó la madre Guillermina Proaño encargada de la dirección de este prestigioso Instituto y hasta el día de hoy le ha guiado por sendas de progreso habiendo salido de allí un gran número de maestros y maestras de capilla y de organistas para las distintas ciudades del país. La madre Guillermina a compuesto 148
también obras musicales de consideración.
ERNESTO PROAÑO MORILLO Entró en la comunidad de los religiosos jesuitas en su juventud, por gestiones del padre Aurelio Espinosa Pólit, que solía ir a Cotacachi todos los años a buscar vocaciones en la escuela de varones que se llamaba “Sucre”, conversando con los profesores les averiguaba cuáles eran los chicos más bien dotados y de conducta ejemplar para traerlos al Colegio Loyola de Cotocollao, donde se formaban las vocaciones de la compañía de Jesús con selectos profesores formados en el extranjero. La formación intelectual de Ernesto Proaño Morillo fue de primera categoría, dominaba perfectamente los idiomas griego, latín y hebreo. Tuvo profesores de Literatura Española que le inculcaron la lectura de los mejores modelos Iberoamericanos. Por otra parte Dios le había concedido una hermosa voz, y como orador Ernesto podía competir holgadamente con la facilidad de palabra del doctor José María Velasco Ibarra. Siendo profesor de los colegios jesuitas del Ecuador en Cuenca, Riobamba, Guayaquil y Quito, especialmente en el San Gabriel notó la necesidad de escribir un texto de Literatura Ecuatoriana, y lo hizo con muy agudos análisis de nuestros mejores poetas y prosistas, siendo por otra parte el primer sacerdote que apreció e hizo justicia a la novela Huasipungo de Jorge Icaza. Por estos méritos el texto de Lecciones de Literatura Ecuatoriana mereció numerosas re ediciones y el aprecio de los dedicados a la materia. Entre otros méritos, fue el primero que organizó clubes de amantes de la buena cinematografía, ya que se reunían previamente
para discutir los méritos y las falencias de las más publicitadas películas que se exhibían en las ciudades en ese tiempo, con lo cual creaba un sano criterio que aprovechaba a los jóvenes de ambos sexos. Fue catedrático de la Universidad del Azuay, antes Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Sede en Cuenca y allí, a más de enseñar, llegó a ejercer cargos directivos en la Facultad de Teología.
ANTONIO PROAÑO REYES Muchos pedagogos hubo en Cotacachi desde tiempos inmemorables, pero de ninguno se ha guardado la memoria con tanta reverencia como de Antonio Proaño Reyes que dedicó su vida a la enseñanza privada y después pública, en la escuela del cantón con una delicadeza y un empeño que le volvía inolvidable para sus dichosos alumnos. Como maestro tenía tal gracia para enseñar que todos querían estar bajo su docencia y los resultados de esa tenacidad y ese empeño se pueden comprobar en las variadísimas actividades a las que se han dedicado sus alumnos. Un hijo suyo siguió sus huellas, se llamaba Medardo y se casó con una profesora de Atuntaqui y continuaron la labor pedagógica de su ilustre antepasado. Lamentablemente falleció joven, dejando dos hijos notables por sus actividades, el uno es el doctor Marco Proaño Maya y el padre jesuita Jaime Proaño Mayo. El maestro don Antonio merecería que se perpetuase su memoria en alguna Institución educativa, sea escuela o colegio que recuerde a las futuras generaciones el trabajo incomparable de tan benemérito profesor.
DANIEL PROAÑO RIVADENEIRA
Entre los más destacados músicos que ha producido Cotacachi, singularmente en el siglo XIX no podemos olvidar a Daniel Proaño Rivadeneira que se constituyó en una especie de Conservatorio Musical ambulante, aunque su especialidad era la enseñanza del arpa clásica. Muchas familias de la localidad acudían a dejar a sus hijos e hijas en su casa para que les enseñase a tocar los instrumentos nobles hasta el punto de que se hizo una leyenda en la sociedad sobre la capacidad pedagógica de este insigne músico, que, si hubiera nacido en España hubiera tenido el renombre del famoso maestro Zabaleta que ha sido el máximo intérprete del arpa clásica.
OSWALDO PROAÑO YÉPEZ Un buen número de maestros cotacacheños han desempeñado rectorías de Colegios en el territorio nacional, pero tal vez ninguno lo hizo con tanto aplauso como Oswaldo Proaño Yépez cuando le cupo la suerte de ocupar el Rectorado del colegio Sebastián de Benalcázar de la ciudad de Quito, acaso el más prestigioso de los organismos culturales de formación media en todo el país. En memoria de su paso por esa Institución el colegio decidió construir un gran auditorio para actividades culturales y le impuso su nombre en reconocimiento a la labor cariñosa y duradera que el allí efectuó.
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PADRE ENRIQUE TERÁN
En casi todas las comunidades religiosas de varones de la ciudad de Quito ingresaron muchos jóvenes nacidos en Cotacachi quienes se desempeñaban en sus actividades religiosas a cabalidad. Pero algunos se destacaron además por un intenso trabajo intelectual como fue el caso del Padre Enrique Terán de la comunidad de los padres agustinos. En el riquísimo archivo nacional que posee la comunidad en el Convento máximo de Quito encontró datos de gran trascendencia tanto para la Patria, como para el desenvolvimiento de la historia religiosa del Ecuador. Todos sabemos que el acta de independencia de Quito de la corona española se firmó en la sala capitular de San Agustín pero pocos conocen una infinidad de detalles relativos a tan trascendental suceso como los que estudió y publicó. Igualmente con cariño filial investigó la obra misional y evangelizadora que los agustinos realizaron en la época hispánica en todo el territorio con las parroquias que aceptaron y con la fundación de la primera universidad de Quito que fue la de San Fulgencio, obtenida por las gestiones del insigne Obispo de Quito Fray Luis López de Solís, agustino, a finales del siglo XVI. El padre Enrique Terán publicó sendas monografías sobre los conventos agustinianos de Quito, Loja, Guayaquil, Ambato, Latacunga e Ibarra, motivos por los cuales su memoria es inmortal.
LUIS ULPIANO DE LA TORRE
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Allá, en la primera década del siglo pasado, el gobierno del General Eloy Alfaro Delgado, decidió transformar la educación del país y fundó, por gestiones del insigne escritor Luis A. Martínez que era ministro de Educación, el primer normal de preparación para los maestros, al que se le puso el nombre de Normal Juan Montalvo, tuvo como primer alumno a un joven de Cotacachi llamado Luis Ulpiano de la Torre, perteneciente a una familia de clásicos pedagogos que se destacó por su espíritu generoso y amplio en la formación total de los jóvenes, alcanzando un prestigio nacional. Cotacachi honró sus méritos fundando un colegio especializado en las artes musicales que lleva su nombre.
FRAY ENRIQUE VACAS GALINDO (1865-1938) Hijo de don Antonio Vacas y de doña Ángela Galindo, desde sus primeros años mostró una extraordinaria capacidad intelectual y a los doce años de edad ingresó a la Comunidad de los Padres Dominicos de Quito, en una época en la que tan ilustre Corporación, atravesaba por una gravísima crisis de personal y que estaba reviviendo con el aporte de unos religiosos italianos que las autoridades supremas de la Orden enviaron a Quito para salvaguardar los tesoros culturales que durante siglos acumularon los hijos de Santo Domingo en lo que hoy es Ecuador. Vacas Galindo, además de tener una excelente formación humanística, en el dominio de los idiomas, latín, griego y hebreo y profundos conocimientos de filosofía y teología, empezó a dedicarse a la investigación histórica con admirables resultados. Fue elegido Prior Provincial de los Dominicos en el Ecuador, siendo aún joven. Ese nombramiento coincidió con la publicación del IV tomo de la Historia General del Ecuador escrita por el entonces
Fray Enrique Vacas Galindo 151
Presbítero Federico González Suárez y en la cual se le fue la mano al sabio historiador y relató minuciosamente ciertas debilidades de religiosos dominicos en Quito en el siglo XVI y XVII. Herido en el alma por el honor de su familia religiosa el Padre Enrique Vacas Galindo, decidió ir al Archivo de Indias en España y a los archivos generales de su Orden Dominicana en Roma, para investigar, en fuentes primarias que es lo que realmente ocurrió con sus hermanos de los siglos pasados en Quito. Estando con esta preocupación sucedió la transformación liberal, liderada por el General Eloy Alfaro y, parece que el Padre le contó al Presidente de la República su empeño de ir a Europa por los motivos enunciados, el General Alfaro le prometió un apoyo irrestricto para realizar este plan. Antes de esto el Padre Vacas Galindo, vivió unos años en la zona oriental de nuestra Patria llegando hasta la ciudad de Iquitos y tomando notas geográficas con la ilusión de elaborar un mapa del territorio nacional que incluyera los derechos del País sobre la gran cuenca Amazónica. Al mismo tiempo escribió una novelita, acaso la primera con estas inquietudes en el país, intitulada Nankijukima que relata hermosamente y en un fluido castellano las costumbres, los usos, las ideas religiosas, el ambiente de nuestros jíbaros de las parcialidades orientales. Ese mapa fue publicado posteriormente por el Gobierno y es una verdadera joya cartográfica y uno de los argumentos más válidos de nuestros derechos sobre la Cuenca Amazónica. Partió para España y en la ciudad de Sevilla se dedicó a tiempo completo a copiar personalmente y a hacer copiar bajo su vigilancia doscientos enormes tomos de documentos para que algún día se escriba la verdadera historia del Ecuador, además hizo fotocopiar algo más de 7.000 documentos de enorme trascendencia para nuestro pasado, esos documentos los envió a Quito y hoy se guardan celosamente en el 152
Archivo del Convento de Santo Domingo, porque de Sevilla pasó a Roma haciendo igualmente búsqueda de documentos en el Archivo del Convento de Santa Sabina que es la casa Madre de la Orden de Santo Domingo en el mundo entero de esa investigación quedan 20 tomos igualmente guardados en el Archivo del Convento Dominicano de Quito. Mientras trabajaba en este arduo ejercicio de trascripción de documentos, para lo cual tuvo que aprender perfectamente la paleografía latina y castellana, fue nombrado Prior (Superior de la Casa Madre de Roma) y, a poco de eso durante el Pontificado de Pio XI el nombre del Padre Vacas Galindo fue incluido en la terna que durante siglos presentaba la Orden Dominicana para el cargo de Maestro del Sacro Palacio Pontificio, honor sumo que siempre terminaba en el nombramiento de Cardenal, en esa oportunidad no fue tomado en cuenta su nombre sino el de otro religioso italiano de apellido Boggiano, que naturalmente terminó por recibir el capelo cardenalicio pero si se hubiera actuado con imparcialidad el Padre Vacas Galindo hubiera sido posiblemente el primer Cardenal Latinoamericano por sus excelsos méritos. Entre tanto ya en 1910 publicó dos extensos tomos con documentos de primera mano que probaban los derechos territoriales del Ecuador en la Cuenca amazónica y otro tomo más con el nombre de Límites Ecuatoriano-Peruanos, obras que sirvieron de base al famoso Alegato del insigne Honorato Vásquez, que fue presentado al Rey don Alfonso XIII de España como argumento irrefutable de nuestros centenarios derechos a un territorio que pasaría de el millón cien kilómetros cuadrados. Como un justísimo homenaje a esta patriótica labor, el Ministerio de Relaciones Exteriores del Ecuador resolvió que un retrato al óleo de tan insigne ecuatoriano presida todas las sesiones de la Junta Consultiva que trate de problemas fronterizos y este homenaje se
ha cumplido hasta el día de hoy. Además el Padre Vacas Galindo escribió numerosos artículos relacionados con los derechos de la Patria en una Revista fundada por su colega el Padre Ceslao María Moreno en la década de 1910 con el título de la Corona de María, revista enriquecida también con sabios estudios del Historiador Dominicano Padre Fray Alfonso Antonino Jerves Machuca. Sintiéndose envejecer volvió a su patria hacia 1935-36 y aureolado del afecto de todos sus conciudadanos por su fabulosa obra documental falleció a los 73 años de edad. Cotacachi, le considera como el más preclaro de sus hijos, y en su memoria consagró una de las parroquias más extensas del territorio de Intag. El tesoro documental legado por el Padre Vacas Galindo fue luego custodiado y aprovechado por el Padre José María Vargas, que escribió más de 90 libros sobre la base de los aportes de Vacas Galindo para la historia del Ecuador. Igualmente otros Académicos como Alfonso Luis Bilbao y el Coronel Ángel Bedoya Maruri, entre otros documentaron sus investigaciones en sus tesoros bibliográficos.
EXCUSAS Y RESUMEN No se han mencionado en esta enumeración de valores humanos de Cotacachi a quienes se destacaron por su actividad política, por cuanto tiene algo de pasajero, pero no está por demás recordar que hombres como: Carlos Eduardo Guzmán, Jorge Gómez Andrade, Luis Proaño Galindo, Gustavo Baroja, Auqui Tituaña, Nina Pacari Vega, Pedro de la Cruz, tuvieron una destacada actuación a nivel nacional o provincial y honraron a la patria chica con su desempe-
ño en el Congreso Nacional, en la Cancillería, en las Alcaldías, en las Prefecturas, y en otros servicios de notoria publicidad. También conviene recordar que Cotacachi fue el máximo semillero de vocaciones sacerdotales y religiosas que ha tenido el país. Muchos de los miembros de esas comunidades ocuparon las dignidades principales de sus respectivas agrupaciones, como fue el caso de los padres Vacas Galindo en la orden dominicana, del padre Bernardo Echeverría Gómez en la de San Francisco, del padre Carlos Gavilanes en la congregación de los redentoristas y así por el estilo, lo mismo que en las comunidades religiosas de mujeres, muchas cotacacheñas se desempeñaron como directoras de Hospitales de Colegios y Escuelas en un capítulo que merecería un estudio más profundo y detallado. Quede, sin embargo, aquí un homenaje a los centenares de hombres y mujeres que en el silencio de los claustros, fueron lámparas votivas a la gloria del señor y al servicio de las almas. Los nombres que se han recogido en estas breves semblanzas son los más destacados pero no cabe duda de que en los hogares de las familias cotacacheñas hubo personas de insignes virtudes y de patriótico desempeño que ameritarían una mención más destacada. Como una prolongación del alma de Cotacachi vamos a citar los nombres de dos insignes ecuatorianos que no nacieron en la ciudad pero que uno de sus progenitores fue de Cotacachi: el insigne poeta de fama nacional e internacional Jorge Carrera Andrade, que fue Candidatizado al Premio Nobel de Literatura por la Academia de la Lengua Española en París, cuando el Premio le fue otorgado a Pablo Neruda, es también de origen cotacacheño, porque según el testimonio del Académico Fernando Jurado Noboa, que es una especie de enciclopedia de las genealogías ecuatorianas, la señora madre de Carrera Andrade era nativa de Cotacachi. Otro valiosísimo 153
conciudadano que hoy se desempeña como Obispo Auxiliar de Quito, Monseñor René Coba Galarza, tuvo como padre a un habitante del barrio de El Ejido del cantón Cotacachi. No cabe duda de que, a causa de la emigración a otras ciudades del país y aún a otras naciones muchas familias que hoy viven en los Estados Unidos, en España, en Alemania, y aún en Australia, llevan la sangre y el recuerdo del rincón donde nacieron, y dadas las facilidades para la educación de que gozan en esos países han llegado sus hijos a destacarse en variadísimos campos de la economía, de la política, del arte, y de la religión.
ANEXO: UNA CONTRIBUCIÓN ESPECIAL DE FRAY AGUSTÍN MORENO PROAÑO. Cuando los españoles conquistaron lo que hoy llamamos América, no encontraron ciudades en el sentido europeo de la palabra, excepto dos: México en el norte y El Cuzco en el sur. Los indígenas habían vivido En pequeñas concentraciones o dispersos en el agro, cada cual en su choza. Los Incas en el Tahuantinsuyo procuraron crear, en sitios estratégicos centros de gobierno, como el de Tomebamba en lo que hoy es Cuenca y el de Caranqui en el norte, de lo que hoy llamamos Ecuador. Las demás poblaciones vivían en lo que los indios llamaban parcialidades o ayllus, generalmente gobernados por Caciques o Jefes de tradición familiar. Para la evangelización, o sea para la trasmisión de la fe cristiana, que fue el argumento que usó el Papa Alejandro VI para entregar el dominio de todas estas Indias, a los Reyes de Castilla y Aragón hubo que 154
establecer un sistema desconocido en Europa, y fue el de reunir a los indígenas en ciertos sitios, dando así origen a las poblaciones de la actual América Latina. Tanto el Real y Supremo Consejo de las Indias, domiciliado en Sevilla como los Obispos en sus respectivas jurisdicciones dividieron sus territorios en grupos de 300 personas cada uno para facilitar esa evangelización. Así nació también Cotacachi, donde parece que existieron desde tiempos inmemorables alrededor de 50 parcialidades diferentes. Para el trabajo misional, o sea el adoctrinamiento de la fe cristiana se nombraron doctrineros, en general tomados de las órdenes religiosas antiguas, destacándose la labor de la orden franciscana en todo el continente y también en nuestra tierra, o sea, en lo que constituyó la Real Audiencia de Quito. El I. Señor Arzobispo de Quito, Monseñor Federico González Suárez, en su “Historia General de la República del Ecuador”, reconoce que “los padres franciscanos habían fundados Conventos en todas las ciudades y villas del Obispado de Quito y sostenían doctrinas numerosas de indios, de tal manera que muchos de los principales pueblos que actualmente tiene la República fueron fundados por los religiosos de San Francisco” “las doctrinas de Indios que cuidaban los franciscanos eran la mejor administradas de todo el Arzobispado”. Cotacachi fue uno de los primeros sitios que tuvo un doctrinero independiente en el Archivo General de los franciscanos en el Ecuador se conservan las listas de todos los doctrineros que fueron enviados a esta evangelización y se puede asegurar con toda verdad que a Cotacachi fue asignado ya un doctrinero desde 1568, cuando todavía vivía en Quito el insigne educador y apóstol Fray Jodoco Rique. Según la tradición a la comunidad de indígenas de Cotacachi le pusieron bajo el amparo de Santa Ana y el primer doctrinero del que se tiene certeza que trabajó allí fue el padre José 154
Villegas en 1667 y en adelante hay casi la lista completa de los que le sucedieron: Fray Domingo Cárdenas en 1669 Fray Miguel Suárez en 1670 Fray Miguel Suárez en 1672 Fray Cristóbal Reinoso en 1675 Fray Juan Cobos en 1677 Fray Diego Benavides en 1679 Fray José Onramunio 1682 Fray Francisco Montoya en 1689 Fray Manuel de Almeida en 1691 Fray Jerónimo Castello en 1693 Fray Miguel Orbe en 1696 Fray Juan Cobos en 1697 Fray Diego Loyola en 1701 Fray Diego Nino en 1702 Fray Nicolás Guevara en 1704 Fray Nicolás Castañeda en 1707 Fray Pedro Oviedo en 1710 Fray Diego Benavides en 1712 Fray Juan Tifen en 1713 Fray Pedro Paredes en 1715 Fray Juan Abrhan en 1716 Fray Bernardo Ladrón de Guevara en 1718 Fray Gonzalo Salcedo en 1719 Fray Nicolás Ubidia en 1721 Fray Vargas Machuca en 1722 Fray Tomás Pacheco en 1723 Fray Francisco A. Fernández en 1725 Fray José Garcés en 1727 Fray Baltasar Quevedo en 1728 Fray Felipe Jara en 1731 Fray Francisco Montero en 1734 Fray Miguel Guerrero en 1737 Fray Gaspar Machuca en 1738 Fray Sebastián Escorza en 1741 Fray Ignacio Figueroa en 1744 Fray Eusebio Marcillo en 1750
italiano que hizo una estupenda labor social y cultural, que consta en el archivo de la iglesia matriz del cantón. No podría afirmar cuando se dividió la población de Cotacachi en dos parroquias religiosas, la una conservando a Santa Ana como su patrona y la otra bajo el patrocinio de San Francisco de Asís. Pero con toda certeza se puede afirmar que la mayoría de estos párrocos fueron impulsores no sólo de una auténtica religiosidad sino también de notables avances culturales. Igualmente no puedo afirmar quién fue el que estableció un fondo económico para que se pagase un profesor de Latín en la escuela Sucre a fin de que todos los alumnos de Sexto grado aprendiesen ese idioma, pero éste es un hecho único que da la medida de lo que se aspiraba en la ciudadanía. No está por demás recordar lo que afirma el doctor Julio Tobar Donoso en su célebre libro La Iglesia formadora de la Nacionalidad que ella ha sido el alma de nuestro pueblo en lo sobrenatural, en la construcción de hermosas iglesias, adornadas por magníficas obras de arte y en el afán de acumular conocimientos y habilidades artísticas que es lo que ennoblece la historia de las naciones. Eso también ocurrió en Cotacachi.
Desde entonces por un Decreto Real de Carlos III, Rey de España fueron entregadas todas las doctrinas al Obispo de Quito para que él, a su vez las confiara a Sacerdotes Seculares y no a religiosos con lo que se terminó la actividad misional y apostólica de los franciscanos en Cotacachi. En el siglo XIX se hizo famoso un sacerdote 155
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CAPÍTULO IV PERSISTENCIAS ETNOCULTURALES Y MÚSICOS CIMEROS DE COTACACHI
Carlos Alberto Coba Andrade Sumario. Persistencias etnoculturales y músicos cimeros de Cotacachi. Danza de los abagós. Danza de los yumbos y cumbas. El Inti Raymi o fiesta de San Juan. Músicos cimeros de Cotacachi. Segundo Luis Moreno. Aportes a la etnomúsica. Sistemas musicales. Instrumentos musicales precolombinos. El culto heliolátrico. Historia de la música en el Ecuador. El nacionalismo musical ecuatoriano. Crítica al himno nacional. José Reinaldo Chaves Placencia. Alberto Moreno Andrade. Creaciones musicales. Cargos desempeñados. Periodista y político. Marco Tulio Hidrobo Cevallos. Condecoraciones. Música popular ecuatoriana. Filemón Proaño Noboa. Carlos Urcesino Proaño Proaño. Composiciones. Luis Hermógenes Hidrobo Cevallos. Composiciones musicales. Carlos Armando Hidrobo Cevallos. Cargos desempeñados. Música nacional. Música infantil. Conclusión. 157
Las festividades indígenas de la Sierra Norte del Ecuador están íntimamente ligadas al calendario agrícola de los pueblos andinos. Es por esta razón que todos los años celebran sus festividades en honor del dios sol en agradecimiento a la pacha mama. En el cantón Cotacachi, las fiestas tradicionales que realizan nuestros indígenas son “El Abago”, “Los Yumbos de Cumbas Conde” y la fiesta del “El Inti Raymi”, conocida como la de San Juan. Veamos cada una de ellas.
DANZA DE LOS ABAGOS El hecho cultural “Danza de los abagos” se realiza en la comunidad de Chilcapamba, parroquia de Quiroga y en Imantag, parroquia del mismo nombre, en el cantón Cotacachi, Provincia de Imbabura. Se festeja en la Fiesta de Corpus Christi y su Octava, fiestas movibles en el calendario eclesiástico y en otras del solsticio y equinoccio de verano. La danza de los abagos está constituida por ángeles (danzantes), abagos y un músico que toca el pingullo y un tamborcillo pequeño. Los ángeles, conocidos como danzantes, se visten con una falda color rosado, adornada con papel estaño; una cushma larga del mismo color e igual de adornada; una gola, un capacho con plumas y un cintillo; guantes, medias color carne, alpargatas, alas doradas y un machete en la mano derecha. Los abagos alquilan ropa usada a los mestizos; se ponen un pantalón remendado, camisa blanca, un chaleco viejo, un saco roto, una máscara, peluca de cabuya o de crin de caballo y llevan un bastón nudoso en la mano derecha; el músico, vestido a la usanza de la comunidad, lleva chusma, 158
pantalón blanco, poncho azul, alpargatas y sombrero de paño negro, un pingullo de tres huecos de obturación y uno de insuflación y tamboril. A este personaje, la comunidad lo llama mama. Estos son los integrantes de la danza de los abagos. Segundo Luis Moreno, en su libro Música y danzas autóctonas del Ecuador, advierte que “en la provincia de Imbabura, las poblaciones se han visto regocijadas durante las fiestas de Corpus o su Octava, por los danzantes que fueron –con sus disfraces, bailes y estrépito de la ´”volatería”- la nota sobresaliente de júbilo colectivo. Desde la víspera de la fiesta, por la madrugada, concurrían los abagos y danzantes a “ganarse la plaza”, y el estrépito de la concurrencia indígena, el estallido de camaretas y cohetes, la música de pingullos y tamboriles, hacían que los mayores volvieran con el recuerdo a los dorados tiempos de su infancia y juventud” (Moreno, l949: l00). De los datos propuestos por Segundo Luis Moreno podemos inferir que los hechos etnoculturales persisten hasta nuestros días y que existe una constante de los mismos. La fiesta se celebra en Corpus y su Octava, como hemos podido verificar in situ. Sobre la forma de vestir, el autor de Música y Danzas autóctonas del Ecuador, nos informa que los danzantes están vestidos con jubón blanco transparente sobre fondo rosado, adornado con oropeles, lentejuelas, etc., con faldilla del mismo color y pantalones blancos bien planchados. Calzan medias y zapatos finos, éstos con hebillas de plata, y rodeados los tobillos con cascabeles, cubren la cabeza con sombrero fino de paja toquilla, levantada el ala del costado derecho, en cuyo centro va una escarapela de cinta, de la que se desprenden plumas de pavo real, o una corona de cartón forrada de papel plateado. Llevan un pañuelo de seda, de color vivo al cuello y las manos enguantadas: la derecha empuña un machete. De sus espaldas se desprenden dos grandes alas de ángel, cubiertas totalmente de
monedas antiguas de plata (Moreno, 1949: 100). Los datos traídos por el maestro Segundo Luis Moreno son coincidentes con los nuestros. Tuvimos la suerte de observar la confección de los vestidos para los danzantes de Imantag, en el año de 1974. Esto demuestra que el hecho ha sido adoptado y reinterpretado por la comunidad, dejando de ser personalizado para convertirse en patrimonio colectivo. Además cumple una función dentro de la sociedad en donde se desenvuelve, satisfaciendo necesidades del grupo. Antes de iniciar la danza, el danzante mayor hace un círculo en el patio de la casa y ubica a los ángeles (danzantes) en el occidente y a los abagos en el oriente. El músico se encuentra en un sitio lateral, casi en dirección al sur. Ángeles y abagos se encuentran frente a frente, antes de iniciar la danza. Los danzantes, ángeles y abagos, piden permiso al músico para dar inicio a la danza. La mama, con una inclinación de cabeza autoriza el inicio de la misma. Las danzas registradas en nuestras investigaciones son Procesión, Poroto Mayto, Largo y Yumbo. Una vez obtenido el permiso, el músico da unos golpes en el aro del tamborcillo y alerta a los danzantes que el ritual va a iniciar. La danza tiene un carácter ritual imitativo. Los machetes de los ángeles y los bastones de los abagos entrechocan en señal de dominio y advertencia, en diferentes partes de cada danza. Los danzantes, ángeles y abagos inician con la “procesión”. En esta danza encontramos un sincretismo cultural-religioso. Santa Ana preside el cortejo y tiene un lugar preferencial en la procesión que va desde Chilcapamba hasta la iglesia de la Matriz.
na de solemnidad, los pasos son elegantes, marcados y ampulosos; y el “yumbo” es una danza ritual imitativa que nos recuerda la “Matanza del Yumbo” en Pomasqui y la del yumbo en la cultura Cofán del Oriente ecuatoriano. Durante el recorrido, los abagos desempeñan el papel de bufones, hacen reír a la gente y son el deleite de niños y acompañantes. Los fuegos de artificio dan colorido a la fiesta; de trecho en trecho revientan voladores, papa truenos, sartas y otros juegos artificiales. Los bastones nudosos de los abagos tienen un carácter de sacralización dentro del contexto de la fiesta. Lanzan hacia arriba (al cielo), votan al suelo, entrechocan con las espadas de los ángeles, espantan a los niños y a los adultos, etc., todo esto significa, sin lugar a duda, que el objetivo es ahuyentar a los espíritus del mal, a fin de que no dañen las danzas, y el ritual esté protegido por los dioses benévolos. Los pasos de la danza son largos, en el mayor de los casos, en otras ocasiones dan unos pasos pequeños y llenos de mucha gracia, de acuerdo a la danza que están bailando. La “mama”, como habíamos dicho líneas arriba, toca un pingullo de tres huecos de obturación y uno de insuflación y se acompaña con el ritmo del tamboril. Segundo Luis Moreno al hablar de la música de los abagos, afirma que “es la mejor pieza autóctona que ha encontrado en todo el altiplano”, el maestro se refiere a la primera pieza de “El Abago”. Por nuestra parte, hemos estudiado las danzas y los instrumentos musicales, Cfr. Música Etnográfica y popular y el aporte de Imbabura a la Historia de la Etnomúsica.
En la danza del “poroto mayto” imitan el crecimiento del maíz y del fréjol, desde el brote hasta la madurez. El “paso largo” es una danza de gallardía, es pausada y lle159
DANZA DE LOS YUMBOS DE CUMBAS
Nuestro informante relata la diferencia de la fiesta de los Yumbos en otros tiempos con los actuales. Por ese entonces, refiere, se presentaban dos “Chaqui Capitanes”, “doce a dieciséis yumbos” y una “Zarañusta”, a más de los acompañantes de la Comunidad. Se estima que acompañaban de mil a mil quinientas personas. Los Chaqui-capitanes llevan “penacho”, “gola”, “cushma”, “calzón” y “bastón de mando” con cascabeles de conchas. Van vestidos de blanco, con adornos de lentejuelas, palmas, poncheras y otros de papel estaño de diferentes colores. Presiden la fiesta durante el recorrido y van a pie. La Zara-ñusta, indígena soltera y de prestancia dentro de la comunidad, viste impecable el atuendo propio del lugar; lleva una “malta de chicha” sobre sus espaldas y la reparte durante el recorrido y en la danza del “Asua ufiay”. En esta danza, los Chaqui-capitanes, los Yumbos y los músicos, cuyo grupo orquestal es conocido como Huarunchi, se acercan al círculo, en la mitad de la plaza, donde se encuentra el pilche de chicha, colocado previamente por la Zarañusta. El danzante, abre las piernas, flexiona el tronco, pone las manos en la espalda, abre la boca y con los dientes toma el pilche, se incorpora y lo toma sin derramar ni una sola gota. Se inclina y con el mismo ritual coloca el pilche de donde lo tomó. Los Yumbos van vestidos de blanco: chusma, calzoncillo, faja o correa negra, pañuelo al cuello y una lanza en la mano. Las lanzas, que son de chonta, color negro, son golpeadas contra el suelo, unas veces 160
y otras entrechocan entre ellas, mientras dura la danza. Dependiendo del recorrido, estas danzas se ejecutan por espacio de tres a cuatro horas, siempre acompañados por el grupo orquestal “huarunchi”. El orden de las danzas es el siguiente: Poroto mayto, Sucho o Yaigua, Sarnoso, Tzagna, Obelo, Caballo, Asua ufiay y “Urcu cayay”, conocida como la invocación a los cerros. Estos datos han sido confirmados en nuestras investigaciones de campo. Los fenómenos folklóricos y etnomusicales, el caso concreto de las danzas, tienen arraigo popular a través del tiempo; la comunidad de Cumbas Conde es la propietaria y las transmite de una generación a otra. El fenómeno se ha colectivizado, socializado y se encuentra vigente. Veamos cada una de ellas. Poroto Mayto: En esta danza, los yumbos describen el crecimiento del maíz y el fréjol. Los indígenas imitan la forma como se enrolla el fréjol junto a la planta del maíz y nos hacen recordar la preparación del suelo, la siembra, el crecimiento y cuidado de la chacra, el deshierbe, el aporque, el nacimiento de las primeras flores del maíz, la maduración y la cosecha. Todo este proceso lo encontramos en la danza del “purutu maito”, como ellos suelen decir, lo cual reafirma que las fiestas indígenas tienen una estrecha relación con el calendario agrícola y con el culto heliolátrico. Sucho o Yaigua: En esta danza imitan a una persona que se encuentra baldada o que tiene alguna lesión en la pierna. Sarnoso: Después del preludio a la danza, los danzantes imitan a una persona que tiene ulcerado su cuerpo o cubierto por ronchas o granos. Con sus manos se rascan la espalda y el pecho y en su rostro se refleja la desesperación causada por esta enfermedad. Thzagna: Los danzantes copian los movi-
mientos y los gestos de una persona que se encuentra atada pies y manos. Sus brazos están cruzados hacia la espalda y los pies simulan estar atados por una soga o amarra. Obelo: Esta danza carece de preludio o, como los danzantes suelen decir, “sin paso largo”. Las manos llevan a la boca y los sonidos que producen se tornan cavernosos y espeluznantes. Sus pasos son aguerridos. Mudatis o Pilis aspi: Las lanzas que se encontraban en forma de haz, en medio del círculo, trazado por el jefe de los danzantes, ahora son desatadas y entregadas a cada danzante. Toman en sus manos y las colocan bajo las piernas e imitan el galopar del caballo. Esta danza puede tener el significado de huida o de terror, después de haber presenciado el sacrificio ritual de la víctima. Asua ufiay, pilche de chicha o Curiquinga: Después del paso largo, comenzando por el danzante más joven, empiezan a dar unos pasos pequeños en dirección al pilche de chicha para tomarlo con los dientes y beber su contenido. El pilche se encuentra junto a las chontas (lanzas) que forman un círculo pequeño en medio de la plaza. Líneas arriba describimos ya el ritual de esta danza, que lo van realizando uno por uno, los chaqui capitanes, los danzantes, los músicos e invitados a la fiesta. Cuchillos: Esta danza es muy simple en su parte musical y coreográfica. Tiene un significado profundo y emotivo. Las lanzas son colocadas en el suelo, una encima de la otra, formando un círculo con los mangos, como si quisieran expresar una alabanza por haber servido de instrumentos de sacrificio. Urcu cayay: La invocación a los cerros es un hecho ritual de sacralización. No nos falta razón para pensar que se trata de un culto a los cerros y a la naturaleza. Los danzantes, reunidos en círculo, al son de la
música, invocan de la siguiente manera: Imbaburita, Imbaburalla.
Piña urquito, Piña urculla.
Escalerita, Escalerilla.
Yana urquito, Chimboracito, yana urculla. Chimborazulla.
Mojanda urcu, Mojanda urquito.
Urcu urquito, Urcu urculla.
Cari racito, Cari razulla.
Toro rumicu, Toro rumilla.
EL INTI RAYMI O FIESTA DE SAN JUAN En Cotacachi, la celebración de San Juan y San Pedro se inicia un mes antes de la celebración del Inti Raymi, y alcanza su mayor esplendor hacia fines de junio, coincidiendo con las fiestas de San Juan, San Pedro y San Pablo. Un mes antes se oyen churos en señal del acercamiento de las festividades. A partir de mayo inician los preparativos que los llevan hasta el 23 de junio. Preparan la chicha y la comida, compran o arriendan los disfraces. Al día siguiente llegan los danzantes disfrazados, procedentes de diferentes comunidades, tales como: La Calera, Topo Chico, Topo Grande, Pilchibuela, entre otros. Al mando de un “chaqui capitán” van interpretando diferentes “tonos”, acompañados de churos, cachos, flautas traversas y otros instrumentos musicales. Conforman los grupos músicos y danzantes, la mayoría de ellos disfrazados, acompañados de mujeres y niños. Los disfraces más comunes son de paisano (imitando la vestimenta del mestizo), aya humas, aruchicos, charros mexicanos, calaveras, soldados, personajes de revistas y de la televisión. Cada cuadrilla está dirigida por un chaqui capitán, quien provisto de un acial anima constantemente a los participantes a 161
seguir bailando y a que se encuentren listos para la pelea. Los músicos encabezan la cuadrilla o grupo de danzantes. Los bailes preferidos por los danzantes son la culebrilla, el chimbapura o ras para abajo y la doble culebrilla. Van correteando en forma serpenteada, en hilera de a uno, simulando el recorrido de la culebra o del rayo del sol. Al llegar al sitio determinado se dedican a zapatear en forma circular levantando nubes de polvo, al son de los gritos: “sinche, sinche” (fuerte, fuerte), “llapi, llapi” (aplasta, aplasta), dirigiéndose a otro lugar para repetir la misma estructura de baile y canto. En otro baile, el Chimbapura, las columnas se encuentran organizadas en escuadrones de cuatro en fondo y el jefe de la cuadrilla se pone al frente del grupo de danzantes. Este es quien hace retroceder o proseguir adelante a la cuadrilla estimulándolos con permanentes arengas. Al encuentro de dos cuadrillas es casi segura una pelea. Entre avances y retrocesos de uno y otro bando, hacia el anochecer, los diversos grupos se retiran a las comunidades, unos para reiniciar al día siguiente y otros para bailar el año venidero.
MÚSICOS CIMEROS DE COTACACHI He guardado profundo respeto y admiración a todos los compositores imbabureños en especial a los músicos cotacacheños, a Segundo Luis Moreno, a Alberto su hermano, a José Reinaldo Chaves, a los hermanos Hidrobo, a los Proaño, entre otros. He admirado la calidad y profundidad de cada una de sus creaciones. Ellos han legado a las futuras generaciones una obra clásica, popular y religiosa, una obra grande por su estructura, por su creatividad en todos los géneros musicales del cancionero ecuato162
riano. Para ellos, para los hombres cimeros, estas líneas y mi gratitud.
SEGUNDO LUIS MORENO Compositor y musicólogo ecuatoriano, nació el 3 de agosto de l882, en Cotacachi, Provincia de Imbabura, República del Ecuador. Después de cantar como solista en el Coro del Colegio de los Padres Salesianos, se inició en la música, durante un año, con el profesor otavaleño Virgilio Chávez, al mismo tiempo que tocaban clarinete en una banda de aficionados (1898). De aquella época datan sus primeros ensayos en la composición (pasillos, pasodobles, valses y marchas), que hizo interpretar a la banda que pertenecía. En 1906 se trasladó a la capital de la República e ingresó, el 11 de octubre de ese año, al Conservatorio Nacional de Música de Quito, y continuó el estudio de clarinete con el profesor Agustín Henríquez. Al mismo tiempo se inició en el estudio de Armonía con el maestro Domingo Brescia, Director del Conservatorio, con quien estudió progresivamente Contrapunto, Fuga, Estética, Composición, Orquestación, entre otras. Mientras completaba sus estudios en el Conservatorio, fue nombrado Profesor Ayudante de Teoría, Solfeo e Instrumentos de madera, de esa Institución (1911). Después de dirigir en 1911, el Centro Musical del Ecuador, formado por profesores y alumnos del Conservatorio, fue Director de las bandas militares: Imbabura (1915), Zapadores de Chimborazo (1923), Regimiento Sucre Nº 2 (1923), Batallón Vencedores (1930), y de las bandas de la III Zona Militar (1936). Desde diciembre de 1937 hasta agosto de 1940 fue Director
Fundador del Conservatorio de Música de Cuenca. Desde diciembre de 1945 hasta marzo de 1950 fue Director del Conservatorio de Música Antonio Neumane de Guayaquil. En agosto de 1944 fue nombrado Representante de la Música en la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Composiciones El Maestro Segundo Luis Moreno se ha dedicado preferentemente a interpretar el espíritu de la música ecuatoriana, desde sus fuentes autóctonas. De sus obras cabe destacar las siguientes: Música orquestal Preludio Sinfónico, estrenado en 1911; Obertura 10 de Agosto, estrenada el 4 de julio de 1911; Obertura 9 de Julio, estrenada el 1º de enero de 1926, con tres bandas militares; Suite Ecuatoriana Nº 1, en cuatro partes, estrenada en Quito, en julio de 1940; Suite Ecuatoriana Nº 2, en cinco partes, estrenada en 1952; La Coronación, marcha triunfal compuesta sobre el primer fragmento del Himno Nacional del Ecuador, para orquesta sinfónica y para banda militar; Suite Ecuatoriana Nro.3, fundamentada en una plegaria ecuatoriana. Música vocal La Emancipación, cantata, para la celebración del centenario de la emancipación de Guayaquil, escrita en 1920, para soprano, tenor y bajo, coro mixto a cuatro voces y orquesta; posteriormente fue transcrita para banda militar; Navidad, cantata a dos voces mixtas y orquesta; A ti, romanza, para medio soprano y orquesta de cuerdas, estrenada en julio de 1911; Cómo se arranca el hierro de una herida, romanza para medio soprano, sobre una rima de Gustavo Becker, con acompañamiento de piano, es-
trenada en Quito en 1918; tres Barcarolas, a dos voces iguales y piano, estrenadas en julio de 1938 y en agosto de 1940 las dos, y la tercera, inédita. Música popular Ha compuesto pasillos, rondeñas, sanjuanitos y valses. Entre los pasillos se encuentran: A una rosa; Feúca; Primavera; Quejas; Tu sonrisa; Eloísa; Laurita; Ligia; Mírame siempre así; Delirar; Samaritana; Gotas de ajenjo; Tus ojos; El holgazán; La ausencia; Guillermito; Lastenia; Arlequín; Anhelos; María Corina: Mélida; Alga Marina; El asesinato; Recuerdos; Nydia; Colombiana; Lo que es tu corazón y Acontecimientos. Entre las rondeñas tenemos: Elogio a Guayaquil; Romances del día domingo; Quiéreme… no seas así; No me olvides; Romance del señor Alcalde; Los mangos de chupar; La chulla quiteña; Chola morlaca; La coqueta y Rupango. Entre los sanjuanitos, además de los numerados del 1 al 4, ha compuesto: Me voy trigueña; Carnavales de mi tierra; Hazme reír; China fea; Canción indiana, entre otros.
Música rapsódica Segundo Luis Moreno tiene: la primera y tercera partes de la Suite Ecuatoriana Nº 1, cuyos temas son, respectivamente una plegaria religiosa autóctona y un Yaraví mestizo; la segunda parte de la Suite Nº 3, basada en un plegaria popular; una canción para fagot y pequeña orquesta, sobre un Yaraví, estrenada en junio de 1910; un Nocturno para fagot y piano, sobre un Yaraví, estrenado en Riobamba, en 1930; y Perdón, elegía para orquesta, compuesta sobre un cántico religioso de los indios cañaris.
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Valses Para banda militar ha compuesto los valses: Victoria Matilde; Flores silvestres; Primeros albores; Junto a ti; y, Canción de otoño. Himnos Entre los himnos están: A Bolívar, A Sucre, A Calderón, A González Suárez, A la bandera nacional y muchos otros apropiados para escuelas, colegios y otras instituciones. Entre sus marchas triunfales tiene: Bolívar, García el Grande, A Maldonado, Imbabura, que se ha cantado acompañadas de bandas militares, menos la segunda que todavía está inédita. De las marchas patrióticas y estudiantiles, las más conocidas son: La Patria, El soldado ecuatoriano, A la bandera nacional, Las elecciones, El ecuatoriano, Reorganización, 28 de septiembre, Tercer centenario, Regimiento Sucre, Tarqui y Club Pichincha. En total, entre himnos, canciones patrióticas y estudiantiles, ha compuesto un número de 70, algunos conocidos y otros inéditos. Polkas También han sido ejecutadas por las bandas militares sus poleas: Luz eléctrica y El eco del bosque. Música religiosa Ha creado dos Ave María, una popular, a dos voces y armonio y la otra a cuatro voces mixtas y pequeña orquesta; dos Trisagios: uno a la Santísima Trinidad y el otro a la Santísima Virgen de las Mercedes, ambos a cuatro voces mixtas; dos Salves: una compuesta para la Coronación de la Imagen de la Virgen del Rosario de Cuenca. Ambas a cuatro voces mixtas y órgano. Un Stabat mater, a cuatro voces mixtas y ór-
gano, y un arreglo a tres voces iguales sin acompañamiento y otras. Publicaciones Del maestro se han publicado las siguientes obras: En 1924, en la editorial de los PP. Salesianos de Quito, el folleto: La música en la provincia de Imbabura, reseña histórica del movimiento musical en dicha provincia, desde los últimos días del coloniaje. En 1929 colaboró en la obra El Ecuador en cien años de independencia, con un ensayo sobre La música en el Ecuador, que ha servido de base para la obra Historia de la Música del Ecuador, en tres tomos, correspondientes a la Prehistoria, al Coloniaje y a la República. En 1938 imprimió en la Imprenta Universitaria de Cuenca, un folleto relacionado con la Campaña de Esmeraldas (1913-1916), y otro en que se reproducía el estudio Sobre las reformas al Himno Nacional, que publicara en la revista Dios y Patria, agregándole una segunda parte. En la Editorial Fray Jodoco Ricke de Quito, en 1940, el libro titulado Música y danzas autóctonas del Ecuador, en español e inglés. En 1957, la Editorial de la Casa de Cultura Ecuatoriana de Quito, un libro con el título La música de los incas, refutación y rectificación a la obra de Raúl y Margarita D. Harcourt, con el mismo título. En 1964, en la Editorial “Don Bosco” de Quito, el libro Cotacachi y su comarca, a manera de monografía de la ciudad, con motivo del primer centenario de la cantonización de dicha ciudad. Además de lo dicho tiene inéditos los si165
guientes trabajos: Monografía musical de la provincia del Chimborazo, con importantes ejemplos de música autóctona y mestiza, y Teoría de la música y elementos de solfeo, obra que sirviera de texto para el aprendizaje en los Conservatorios de Cuenca y Guayaquil. Debo advertir que la primera obra se publicó en el diario El Comercio, sin conocimiento del Maestro.
que se practica en la actualidad los sistemas musicales anteriores a la pentatonía. Estos son la bifonía, trifonía y tetrafonía, cada uno de ellos utilizados en sus cantos, en sus fiestas y en su vida cotidiana. Estos sistemas musicales se encuentran en su libro: La música de los incas, veamos cada uno de ellos.
Cabe añadir que ha publicado muchos artículos periodísticos y ha colaborado en varias revistas, nacionales y extranjeras sobre aspectos musicales, siendo respetado su criterio en todas partes.
La bifonía
Pero su obra máxima es su Historia de la música del Ecuador, que debe ser considerada como única en su género en América, por el enorme acervo artístico, cultural, científico e histórico que contiene, y que ha sido recogido con amor, abnegación y patriotismo por este extraordinario ecuatoriano, en su larga vida de investigación y estudio, para legarlo a las generaciones futuras como constancia de los orígenes de la raza y de su arte. Aportes a la etnomúsica Los principales aportes que hace Segundo Luis Moreno a la Etnomúsica, se los puede resumir en dos grandes capítulos: la investigación y la composición. La investigación etnomusicológica se vio engrandecida por su constante actividad de recopilación, clasificación, ordenamiento y sistematización de los fenómenos etnoculturales y etnomusicales ecuatorianos; además, fue conocedor de fuentes documentales de su tiempo y de épocas anteriores, documentos necesarios para la interpretación de los hechos etnoculturales y etnomusicales. Sistemas musicales En la región oriental ecuatoriana, advierte 166
Es el sistema musical construido sobre dos notas, la tónica y la dominante. El maestro trae dos melodías de la colección del Padre Monteros para probar la existencia de este sistema primigenio que es el fundamento de la Historia de los Sistemas Musicales. Este sistema, advierte el maestro, es el más antiguo e incipiente que hemos podido observar en la región oriental; sin embargo, debemos advertir que es alegre y lleno de vida. Los dos ejemplos traídos por Moreno son de esta misma característica. La trifonía Es el sistema musical construido sobre una serie sucesiva de tres sonidos, que son los del acorde perfecto mayor o del perfecto menor y están construidos de la siguiente manera: FA, LA, DO (Acorde mayor) y RE, FA, LA (Acorde menor). El Maestro trae dos ejemplos para probar la veracidad del sistema propuesto; la primera canción es cantada por la Ujaja en la fiesta de la Tsantsa y la segunda es una melodía recogida por el Padre Monteros en la región nor-oriental, entre los indios Omaguas; las dos melodías están construidas con las tres notas del acorde perfecto mayor. La tetrafonía Es el sistema musical construido en una serie de cuatro notas, que, en el modo mayor, está formada de las tres notas del acor-
de perfecto, más la 6a. de la fundamental, 6ª. que, en efecto, no es otra cosa que una apoyatura de la 5ª.considerándosela mas bien como nota de adorno que como nota del acorde invertido, también se la conoce como sexta añadida.
en ellas ocupan los semitonos. En la música moderna se han reducido solamente a dos: modo mayor y modo menor. De aquí se desprende:
La trifonía y la tetrafonía, nos dice el Maestro, no son sistemas arbitrarios, pues tienen base científica, porque sus sonidos son el producto de los que emiten un tubo o una cuerdas tensa puestos en vibración; por consiguiente la 6ª. del acorde de 5ª. y 6a., como la 7ª. del acorde menor son ”armónicos”, elementos que la naturaleza ha puesto al servicio del arte musical. De esta manera queda probada la validez de los sistemas musicales aquí propuestos.
1. Que los modos musicales inventados por los señores D´Harcourt para el estudio de las monodias andinas son arbitrarios e ilógicos, es decir, falsos. No es posible formar cinco modos diferentes con una escala de solo cinco sonidos, sabiendo que ella carece de semitonos. Para equiparar con los modos eclesiásticos se hacía indispensable el que la escala fuera completa en sus grados y que poseyera semitonos. 2. Que por encontrarse casi todas las melodías de la colección, falseadas en su base tonal, modal y rítmica, son igualmente falsos los análisis de éstas, practicados por los señores D´Harcourt.
La pentafonía Es el sistema musical que se encuentra fundamentado en una nota grave que es la tónica de la escala de cinco sonidos, a la cual se agregan cuatro 5tas. perfectas, de la siguiente manera: FA (tónica), FA-DO (primera 5ª.), DO-SOL (segunda 5ª), SOL-RE (tercera 5ª) y RE-LA (la cuarta y última 5ª del sistema pentafónico). Colocadas estas notas en orden sucesivo ascendente, la escala pentafónica mayor, sin semitonos, estaría constituida así: FA, SOL, LA, DO y RE. Para formar la escala pentafónica menor se desciende una 3ª. menor y queda constituida de la forma siguiente: RE, FA, SOL, LA, DO. Esta escala carece del 2º y 6º grados de la escala diatónica moderna. Los modos Segundo Luis Moreno refuta los modos traídos por los esposos D´Harcourt y dice: El modo, en música, es la manera de ser de las escalas en relación con el lugar que
Los aportes que hace a la Etnomúsica en el trabajo de los esposos D´Harcourt La Música de los Incas, son: la rectificación de la línea melódica, el aspecto tonal, modal y rítmica de los ejemplos citados en la obra. Es invalorable el aporte que hace el Maestro Moreno a la historia de la etnomusicología ecuatoriana. Instrumentos musicales precolombinos En sus libros: Música y danzas autóctonas del Ecuador y en la Historia de la música en el Ecuador, primer tomo, hace un estudio organológico de los instrumentos musicales precolombinos, como: ocarinas y silbatos (que se encuentran en el Museo Municipal de Guayaquil), algunas flautas verticales y traveseras de la región de Esmeraldas. En este trabajo pone las bases 167
de la investigación organológica y sugiere ir al campo para poder tener una información de primera mano y poder hacer una datación técnica de la pieza, con carbono l4, para luego clasificarla y estudiarla dentro de su contexto histórico, social, ritual y principalmente etnomusical. Su mérito está en haber registrado los sistemas tonales en ocarinas, pitos y flautas con sus respectivos resultados, como el tetracordio lidio, la tríada mayor, la segunda mayor, la tríada mayor con 6ª. añadida, glisandos y otros más. También ha recolectado información de instrumentos andinos en las fiestas etnoculturales de la sierra norte y septentrional andina ecuatoriana, y, en un capítulo aparte trata de los instrumentos autóctonos ecuatorianos. Estos resultados forman parte del estudio organológico que Segundo Luis Moreno aporta a la organología precolombina, colonial y republicana, como persistencias etnoculturales de nuestro país. El culto heliolátrico En su libro Música y danzas autóctonas del Ecuador, trae otro aporte muy sustantivo a la Etnomúsica y al Folklore y es el culto Heliolátrico; este principio fundamenta todas sus investigaciones etnomusicales y folklóricas. El culto al sol es la hipótesis de trabajo, es el centro de todo el quehacer investigativo. Los bailes y las danzas de los diferentes fenómenos etnoculturales de la Sierra norte del Ecuador están distribuidos en solsticios y equinoccios del calendario solar y en cada uno de ellos se incluyen las fiestas rituales, como veremos a continuación: solsticio invernal: Navidad, Inocentes, Año Nuevo y San Juan Evangelista; equinoccio de primavera: Carnaval y Semana Santa; solsticio de verano: Corpus Christi y Octava de Corpus Christi. 168
El autor de Música y danzas autóctonas del Ecuador, dice que hubo templos al Sol y a la Luna desde antes que arribaran los Incas, templos que después fueron reconstruidos y adornados por los señores del Tahuantinsuyo. Es por esta razón que nosotros creemos que el culto heliolátrico no fue de origen incaico sino de las culturas de la Sierra norte ecuatoriana. “El culto público al Sol era obligatorio en todos los dominios del Tahuantinsuyo; pero los Incas dejaban libertad en cuánto a la forma peculiar de rendir ese culto, según las costumbres de cada agrupación racial; y es por esto que en el Altiplano ecuatoriano se encuentran detalles diversos en la manera de realizar las ceremonias en las fiestas públicas indígenas. Todos los disfraces y danzas, movimientos y gesticulaciones que efectúan los aborígenes en las mencionadas fiestas, son de carácter heliolátrico”.106 El aporte que hace es muy significativo, no sólo plantea como hipótesis de trabajo la heliolatría, sino describe las danzas, los instrumentos musicales, realiza las transcripciones y hace un análisis de cada una de ellas. No se queda en un plano Etnográfico sino pasa a un plano Etnológico. Su aporte es sumamente grande para la Etnomúsica y para el haber cultural ecuatoriano. El culto heliolátrico es el fundamento para plantear la tesis del ciclo agrícola, como planteamos en algunos trabajos nuestros. Historia de la música en el Ecuador Otro de los aportes significativos a la Etnomúsica es La historia de la música en el Ecuador, obra escrita en tres tomos. El
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Moreno, l949:73-74.
primer, publicado en l972 y los otros dos inéditos. Está dividida en tres períodos: prehistórico, colonial y republicano. Los tomos I y II incluyen partituras recogidas in situ, así como información sobre los instrumentos y los géneros musicales; y, el III tomo incluye amplia información republicana y datos biográficos de nuestros compositores. En esta obra cabe destacar las transcripciones musicales, los géneros musicales, los instrumentos musicales, las danzas indígenas y los cantos etnográficos y populares de los grupos etnoculturales de la sierra, costa y oriente ecuatorianos. No olvidemos que todas las danzas etnográficas están justificadas, a través de la investigación, por el culto heliolátrico y es aquí, que su tesis, sobre este sistema mítico, se justifica. Grande es el aporte que hace Segundo Luis Moreno a la Etnomúsica ecuatoriana. El nacionalismo musical ecuatoriano En el aspecto compositivo, es considerado como pionero de la música nacionalista. Pablo Guerrero Gutiérrez, en la Enciclopedia de la música ecuatoriana, advierte: “Moreno debe ser considerado pieza clave de la primera generación que teorizó sobre el nacionalismo musical ecuatoriano, una confluencia ideológica-musical con referentes indígenas, mestizos y de academicismo europeo” (Guerrero, 2005: 929). Es de notar que gran parte de la obra está impregnada de manifestaciones musicales locales, como motivos religiosos, yaravíes, danzantes, sanjuanitos, entre otros. Cabe destacar, a modo de ejemplo, que la primera parte de la Suite ecuatoriana Nro. 1, está basado en una plegaria religiosa indígena, el “Salve, salve, gran señora”, canción dedicada a la diosa luna, antes de la llegada de los españoles; la segunda, se fundamenta en un sanjuanito; la tercera sobre un yaraví; y el rondó final tiene dos
intermedios que se alternan: uno de carácter indígena y otro de aspecto negroide. La suite es una verdadera preciosura. Todo tiene sabor a tierra y a nuestra gente. Luis Humberto Salgado en su artículo El maestro Segundo Luis Moreno informa que “en la generalidad de sus composiciones, conocidas por la filarmónica, afluye el hondo nacionalismo, como fruto de la madurez técnica y de la reconcentrada ecuatorianidad, que imprimen el sello inconfundible de autoctonismo estetizado” (Salgado, l972). Grande es Segundo Luis Moreno en el aspecto investigativo, compositivo y su aporte invalorable a la Etnomúsica, Musicología y al Folklore. Crítica al himno nacional En 1928 pide a la Constituyente que la composición del señor Neumann fuera retirada y se llamara a un concurso nacional. Las razones que trae Moreno son las siguientes: Le encargaron, quizá le impusieron, la composición del Himno Nacional. Neumann, advierte Moreno, fue pianista, maestro de coros y director de conjuntos instrumentales, pero no compositor. El Himno Nacional tiene “noventa y tres compases a cuatro tiempos, con sus repeticiones y el da capo”. Pudo haber sido la tercera parte en extensión de lo que es actualmente. La introducción es tomado literalmente del aria de Elvira de la Opera Los puritanos de Bellini, en la que aparece diez veces, alternativamente entre la solista y la orquesta, desde la página 182 hasta la 186, edición de París de 1835. El coro aparece con cierta reminiscencia de La Marsellesa y es aquí donde se produce el rompecabezas de los versos. De cuatro, 169
el autor los convierte en ocho sin el más leve respeto a su sentido literario. La estrofa da comienzo con un rasgo melódico similar al que da inicio el Himno Nacional de México, seguido de otro tomado de la canción Nacional de Allende. El señor Neumann escogió para el Himno Nacional la tonalidad de si bemol mayor, que fue uno de los errores del Himno Nacional. Finalmente ante la negativa de la Asamblea de 1928, Segundo Luis Moreno realizó algunas innovaciones al Himno Nacional: suprimió la introducción y los intervalos finales de la estrofa, intento que tampoco tuvo respuesta. Hay otras razones que trae con relación al Himno Nacional. Son tres himnos: la introducción, el coro y la estrofa. Debería ser corto como los himnos de Europa. Es el aporte del Maestro Moreno.
Canciones populares Las canciones con que aporta Reinaldo Chaves al Cancionero ecuatoriano son: Aída Magdalena, vals; Amarga despedida, pasillo; Ayes de un artista, vals; Galo Raúl, pasodoble; Lolita, jota; María Albina, vals; María Delfina, vals; Mario Rodrigo, pasodoble; Noches de insomnio, vals; Nostalgia, Vals; Olvídame si puedes, pasillo; ¿Recuerdas?, fox trot; Sara Carlota, pasillo; Teodoro Gómez de la Torre, pasodoble, Esta última pieza fue cambiada el nombre por Vivan las mingas. La mayoría de estas obras están dedicadas a su señora e hijos. Marchas e himnos Eloy Alfaro, marcha; El tren de Ambato, marcha; Andante fúnebre; Al héroe del Guayabo; Comandante Alejandro Lalama en el aniversario de su muerte; Dolores. Compuso himnos a varias instituciones, colegios y parroquias, Himno a Cotacachi
JOSÉ REINALDO CHAVES PLACENCIA Cotacacheño de corazón. Nació en la ciudad de Ibarra, el 28 de marzo de 1880. Sus padres fueron don José Chaves y doña Rosa Placencia. La educación primaria la recibió en su ciudad natal y la secundaria en el colegio “Alfonso María de Liborio”, que más tarde se convertiría en el colegio “Teodoro Gómez de la Torre”. Su padre fue músico y tocaba el armonio. Sus aptitudes artísticas las demostró desde muy niño, especialmente en la ejecución del piano. Fue becado por el General Eloy Alfaro a la Brigada Esmeraldas en donde adquirió una mayor formación musical, llegando a ser Director de las bandas de los Batallones Carchi, Esmeraldas, Bolívar y Vencedores. 170
Finalmente compuso el Himno a Cotacachi con letra del Cardenal Monseñor Bernardino Echeverría Ruiz, O.f.m. Fue cantado por primera vez en la Sesión Solemne del 6 de julio de 1953, fundación de Cotacachi. Falleció el 16 de agosto de 1966. Cargos desempeñados Fungió el cargo de Jefe Político de Cotacachi durante dieciocho años. Director de las Bandas del Batallón Carchi, Esmeraldas, Bolívar y Vencedores. El aporte que hace Reinaldo Chaves al Cancionero ecuatoriano son sus obras de carácter popular y sobre éstas el himno a Cotacachi
ALBERTO MORENO ANDRADE
Hermano menor de Segundo Luis Moreno Andrade, nació en la ciudad de Cotacachi el 10 de abril de 1889 y murió el 11 de marzo de1980. Sus padres fueron don Luis Moreno Terán y su madre doña Emperatriz Andrade, Su padre dirigió por algún tiempo la banda de Cotacachi, lo cual influyó, desde muy niño, para que despertara su inclinación por la música. La educación primaria lo recibió en su ciudad natal. Alberto Moreno fue compositor, director de banda y periodista. Ingresó a la banda de música de su pueblo y llegó a ser maestro de aprendices. Tocaba en un principio el cornetín; después de pocos años pasó a ejecutar el requinto. Aprendió también la guitarra y el bandolín. Instrumentos que le sirvieron para la composición y orquestación musical. En unos apuntes autobiográficos, Moreno señala, que: “Desde niño incursionó también en la composición musical, escribió valses, pasillos y marchas. Luego fue contratado para formar la banda de músicos en San José de Minas, la cual subsistió por varios años. En 1916 ingresó al Conservatorio nacional de música de Quito, donde se dedicó al estudio de la trompeta; allí se ocupó en organizar y dirigir un conjunto musical. Tenía a su cargo la enseñanza de los aprendices de música para la Banda del Batallón Pichincha y en 1918 fue su director. En 1920, requerido por unos jóvenes de Cotacachi compuso unas piezas de carácter indígena para el drama Quizquiz y dos años después para el “Atahualpa” (En Pablo Guerrero: Enciclopedia de la Música Ecuatoriana; Tomo II; 2005: 926- 927). En l934 compuso el texto y la música para
el cuadro escénico Ofrenda de las flores y posteriormente para los cuadros bíblicos Ruth, María Magdalena y La Minga. Ha escrito tres balletes, dos se han perdido, conservándose únicamente el titulado Intiñan iman. Ha compuesto varios himnos, romanzas, nocturnos, serenatas, barcarolas, rondeñas y muchas otras piezas del género danza. Compuso el drama lírico Flor de Pichaví, en dos actos y un epílogo, estrenado el 26 de febrero de 1953 en Teatro Sucre de Quito. La orquesta estuvo integrada por artistas del SEDAM y por el coro preparado por el maestro Corcino Durán. Este melodrama fue presentado en los teatros de Quito, Ambato e Ibarra. Creaciones musicales En 1915 compone: ¡Cómo te quiero yo!, bercuese; Solo mía, bomba; Cuando a ti vuelva mi Quito, canción; En tu puerto, cumbia; En Quito todo es bonito, donairosa. Formato clásico La minga (Escena campestre, versión de 1960). Consta de: 1, Prólogo; 2, Picaflor; 3, Soledad campesina; 4, Unión fraterna (sanjuanito); 5, Fulgores de entusiasmo; 6, Triunfa el ideal (himno); 7, Mujeres de mi tierra (romanza); 8, Bríndame chicha (sanjuanito); 9, A quien no gusta bailar; 10, Cholita linda (pasillo); 11, Sin título; y, 12, Final. Flor de Pichaví (Melodrama). Consta de: 1, Prólogo; 2, Mi tierra es Madre: 3, Échale quinde, mi chola (sanjuanito); 4, Obreros y artesanos (marcha); 5, Juntos nacimos en esta tierra (dúo); 6, Sola (romanza); 7, Su mundo en otra parte; 8, Mañanita abrileña; 9, Se aman; 10, Perfil de fiesta; 11, Entrada de baile popular (Viva el humor); 12, A real tono (sanjuanito); 13, Donairosa (danza criolla); 14, Padre sol (Yumbo); 15, Inti 171
ñan iman (ballet);16, Equivocados (dúo); 17, Me voy del mundo; 18, Intermezzo; 19 Presagio fatal (Danza de espectros): 20, hombre sin alma; 21, Hacia el abismo (barcarola); 22, Reto (aria); 23, Agonía (Melopea); 24, Canción de terruño; 25, No conocí a mi madre; 26, Bien hadada la obra del hombre. Cuadros bíblicos. Consta de: Ruth, 1935: escena bíblica; María Magdalena: Pasaje bíblico, 1936. Texto de Mencías Aus y Juan J., 1935. Cuadro escénico: Ofrenda de las flores. Suites: Simiente del futuro. Suite–ballet Nro1: Solar nativo. Suite Nro.2: I, Prólogo evocativo; II, Ensueños siempre vivos (sanjuanito); III, Te amaré hasta el fin (rondeña); IV, Tu recuerdo es dulzura. Guayaquil. Suite Nro.3: I Flor marchita, Incertidumbre sonatina; II, Una sonrisa, (rondeña); III, Lazos de amor, pasillo; IV, Donairosa, danza criolla; Ronda de ensueños. Suite Nro.4: 1 Prólogo, ritmo del 172
pasado; 2, Alegría pastoril (sanjuanito); 3, la cenicienta (gavota); 4, Ojos azules o tus ojos (sanjuanito). Sonatina: Sonatina. Valses: Adolescencia, 1906; Beatriz, 1942; Recuerdos, 1910; Angelita y otro sin nombre. Nocturnos o baladas: Lágrimas, letra de Julio Flores; Flor de un día, letra de Leopoldo Lugones; Bendita ilusión, Letra de Manuel Machado; Noche de plata, Música y letra de Alberto Moreno; Melancolía. Música popular Pasacalles: A orillas del Ambato, letra Remigio Romero; Atuntaqui legendario. Pasillos: Ciudad de Quito, letra y música de Alberto Moreno; Linda quiteña, letra y música de Alberto Moreno; Susanita, Música y Letra de Alberto Moreno; Búcaro, texto de Sergio Núñez; Mujer guayaquileña, Letra de Ricardo Darquea; La chica de mi barrio, letra y música de Alberto More-
Letra y música Alberto Moreno; Romanza para mezzo soprano; Es tuyo mi corazón. Rondeñas: Ausencia; Canto a Norma; Celaje azul; Lejanía; ¡Ah suegra! o ¡ Ah, mi suegra!; Linda costeña; Mi negra; Negra retrechera; Pizpireta o Quiteñita pizpireta; Para bien del Ecuador; Raudal; Sonrisa; Todo por ti; Simpatía. Serenatas; A ella, 1918; Blanca, 1944. Figulina: Linda como una manzana. Otras: Canto a mi Quito Luz de América; Lagunita de Cuicocha; Cuando a ti vuelva mi Quito; Vargas Torres; Bandera del Canal. Himnos: Himno para el departamento de Nariño; Himno para el Colegio María Inmaculada de Costa Rica; Himno a Juan León Mera; Himno a la escuela Sergio Núñez; Himno a la escuela Fernando Pons; Himno a Vicente Rocafuerte, Himno al Club Nacional de Ancón; Himno al Cuerpo de Bomberos de Esmeraldas. no; Pesar oculto, Letra y música de Alberto Moreno; Es una flor, texto de Manuel del Pino; Romance de Jenny, texto de Obdulio Buzzeta; Entre amigos, pasillo orquestal, l917; Vuelve, 1943; Raquel; Al claror de la luna, texto Julio E. Proaño; Espinas de una rosa; Renunciamiento, texto de Diana Rubens, 1955; Retorno, música y letra de Alberto Moreno; Quien volviera a soñar, Manuel Machado; Flor de la adormideras, texto de Alfonso Reyes; Promesas; Añoranzas; Pequeñín, 1917; Rosa Elena; Amor imposible; Mi amigo. Sanjuanitos: Alborada; Amanecer; Celos; El minguero; Flauta campestre; Flor de trigo, texto Ricardo Darquea; Noche serena.
Cargos desempeñados
Otras canciones
Concurso
Pasodobles: Alberto Carlos; Ricardo, 1949; Pepín, Polca: Polca Cotacachi. Rapsodia: Rapsodia ecuatoriana Nro.1, Orquesta. Romanzas: Te amaré con honda ternura,
En 1965 participó en el Concurso del Municipio de Quito por la fundación de la ciudad y obtiene el primer premio con el pasillo Ciudad de Quito.
Muy joven aún, fue Director de la Banda de San José de Minas. En ésta tuvo la oportunidad de hacer sus arreglos de partituras para banda. Después fue Director de coros y orquesta del Conservatorio Nacional de Música de Quito y del Colegio Militar. Desde 1922 hasta 1924 dirigió la banda del Batallón Pichincha. Fue cónsul del Ecuador en la ciudad de Ipiales. En 1960; cónsul en Paita y culminó su trayectoria política como Senador de Imbabura. en 1963.
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Periodista y político Virginia Romero de Jaramillo, en Apuntes sobre la Historia de la Música de Cotacachi, informa que “su actividad periodística y política abrió un paréntesis en su vida. Luchó con energía, con entereza y patriotismo por las causas nobles de la Patria y de sus ideales políticos, recibiendo no siempre triunfos, sino también las consabidas incomprensiones y desengaños de la vida. Figuró activamente en el Partido Conservador…” (Romero,2007 :18). Como escritor y literato escribió temas políticos y de carácter religioso, tal es el caso de su monólogo Magdalena y Ruth, entre otros. A don Alberto Moreno Andrade tuve la suerte de conocerlo, cuando el padre Jaime Mola interpretaba sus creaciones en las misas de Navidad o en sus conciertos de órgano en la iglesia de San Francisco de Quito. Sus palabras fueron de elogio para los dos hermanos Moreno: Segundo Luis y Alberto.
MARCO TULIO HIDROBO CEVALLOS (1906-1961) Nació en la ciudad de Cotacachi, el 12 de mayo de 1906. Sus padres fueron don Modesto Hidrobo y doña Rosa Cevallos. A temprana edad recibió clases de música con don Carlos Urcesino Proaño, director de la banda cantonal y posteriormente ingresó al Conservatorio Nacional de Quito en donde perfeccionó sus estudios y se especializó en composición musical, siendo el creador del nacionalismo ecuatoriano. “Se distinguió desde niño por sus aptitudes musicales como ejecutante. Tocaba el flautín en la banda de su tierra natal y dominaba el cornetín. Pronto con su instrucción práctica y talento artístico comenzó a com174
poner piezas del género danza, marchas, valses, pasillos, etc., y lo hizo con espontaneidad y gracia”107. Posteriormente aprendió la guitarra, el bandolín, el violín, entre otros instrumentos. Al hablar de la ecuatorianización o nacionalización del pasillo, Pablo Guerrero y Juan Mullo, en su libro Memorias y reencuentro: El pasillo en la ciudad de Quito, nos informan que “existen compositores que corresponden tanto al pasillo de corte aristocrático, de reminiscencias estéticas europeas, como Carlos Amable Ortiz y Cristóbal Ojeda Dávila, cuanto aquellos que adoptaron una posesión más nacionalista y ecuatoriana, aproximadamente desde 1930, Marco Tulio Hidrobo y Bolivar “El Pollo” Ortiz, quienes llevaron adelante un proyecto indigenista de la música mestiza urbana sobre todo quiteña, que amplió su radio de influencia, su ecuatorianización” (Guerrero-Mullo,2005:57-58). Hidrobo, en las décadas de los treinta y cuarenta, conjuntamente con Guillermo Garzón Ubidia, fueron los creadores del nacionalismo popular ecuatoriano. En 1934 se reúnen los Nativos Andinos, quienes habían tenido como antecedente al grupo Alma Nativa, fundados por el otavaleño Guillermo Garzón Ubidia (1902-1975), el cotacacheño Marco Tulio Hidrobo, los quiteños Bolivar Ortiz y Gonzalo de Veintimilla. Por las orientaciones estéticas del maestro Marco Tulio Hidrobo, al fundar estas importantes agrupaciones de música con una clara orientación indígena y andina, se percibe un referente cultural y musical de la provincia de Imbabura. Nos atrevemos a pensar que el proceso artístico de Marco Tulio Hidrobo está influenciado por las corrientes indigenistas del pensamiento latinoamericano y ecuatoriano de los años 40. No podemos olvidar que Pío Jaramillo Alvarado (1894-1978), es considerado el Moreno, Segundo Luis, en “Enciclopedia de la Música Ecuatoriana”, Guerrero, 2003: 737. 107
fundador del indigenismo, es el apóstol de los indios. Desde el punto de vista musical formal, la yaravización no es otra cosa que la incorporación de la pentatonía andina en las melodías pasilleras; un acompañamiento armónico que funcionó como centro hacia las tonalidades menores; un ritmo más lento cuya expresividad evocó un sentimiento andino y finalmente, la influencia de la cultura musical otavaleña o imbabureña, que dio carácter fundamental a varios géneros musicales ecuatorianos, no solamente al pasillo. Se puede reconocer que el pasillo quiteño, nos dicen Guerrero y Mullo, así como gran parte de la cultura musical quiteña tradicional, abarque un área cultural que rebasa sus límites parroquiales y provinciales. Se tiene conocimiento, nos dicen los autores, que la música quiteña, a partir de la República, tuvo influencias de las culturas vecinas, principalmente de la cultura imbabureña, la cual alcanzó el grado más alto de influjo en el siglo XX, entre l930 y 1940. La llegada a Quito de varios artistas y músicos provincianos aportó a este hecho, que se debió básicamente a la migración y proceso de urbanización y desarrollo de la ciudad de Quito hasta 1950. Este es el aporte que hacen Marco Tulio Hidrobo, cotacacheño y Guillermo Garzón Ubidia, otavaleño, al pasillo ecuatoriano. Más tarde vendrá Homero Hidrobo, hijo de Marco Tulio, quien aportará con la bolerización del pasillo. Interpretación más estilizada, ligera, virtuosa en las voces y mayormente sofisticada en la introducción con la guitarra y, en general, en los arreglos (Ibid.).
Además, fue fundador y director de Los Nativos, cuyos integrantes fueron Bolivar “Pollo” Ortiz, Víctor “Burrito” de Veintimilla, Carlos “Pavo” Carrillo, Luis Alberto “Potolo” Valencia, Gonzalo “Patojo” Benítez y Marco Tulio “Viejo impuro” , conjunto que hizo época en la interpretación de música popular. Más tarde apareció el cuarteto de guitarras Los Nativos Andinos, constituido por Marco Tulio Hidrobo, (fundador y compositor), Bolívar Ortiz, Gonzalo de Veintimilla y Carlos Carrillo. Ellos fueron los protagonistas de la yaravización del pasillo, Fue fundador de la Estudiantina Ecuador, conjunto de instrumentos de “pizicatto” que durante una generación entusiasmó a las barriadas de la vieja ciudad de Quito. Junto a Reinaldo Sarzosa, fundador ejecutante de este grupo, la ciudad capital recibió en sus noches de onomásticos y cumpleaños, las emocionantes y líricas melodías nacionales de este grupo musical y en el cual Marco Tulio era el espíritu creador y animador de la estudiantina. Por muchos años fue director de las bandas militares, entre ellas las de los Batallones Carchi, Esmeraldas, Policía Nacional de Quito y las bandas municipales de Guayaquil e Ibarra. Condecoraciones Por sus cualidades artísticas y personales, Marco Tulio Hidrobo recibió merecidamente las siguientes condecoraciones: En 1947, como Miembro del Jurado de Música Nacional, auspiciada por la firma Reed & Reed, productora de discos, recibió una “Mención de Honor y Condecoración Especial”. En 1956, fue acreedor a la condecoración, con “Medalla de Oro”, por el concurso de bandas en Ibarra. 175
Posteriormente recibió la “Insignia Dorada”, alta distinción otorgada por la Unión Nacional de Periodistas del Ecuador, en una ceremonia realizada en el teatro Bolívar Tiene a su haber diplomas de honor, en reconocimiento a su gestión y creación musical ecuatoriana. Música popular ecuatoriana Como compositor podemos anotar las siguientes obras con que aporta al “Cancionero popular ecuatoriano”: Al besar un pétalo, pasillo; Anhelo azul, pasillo; Canta cuando me ausente, pasillo; Canto de mi alma, pasillo; Encargo que no se cumple, pasillo; Ensoñación, pasillo; Eulalia, pasillo; Luz de luna, pasillo; Matilde, pasillo; Por qué, pasillo; Quién me diera, pasillo; Tus besos que no han muerto, pasillo; Tus ojos, pasillo; Lejos de mi guitarra, tonada; Sufro y lloro, tonada; Unita que otra, tonada; Anoche estaba soñando, albazo; Mi cholita, albazo; Triste vivo yo, sanjuanito; Toros de pueblo, sanjuanito; Caray caramba cariucho, chilena; Negrita linda, aire típico; Alma de la raza, fox incaico; Corazón muerto, vals; Esta vieja herida, vals; Edgar puente, pasodoble; Félix Rodríguez, pasodoble; Tarde española, pasodoble; La última faena, pasodoble; entre otras. Varias de sus obras artísticas fueron grabadas en registros sonoros desde fines de los años treinta. Difundió su música en “Radio Quito”, en radio “Voz de los Andes” HCJB y en otras radiodifusoras importantes de la capital de la República. El fue quien preparaba a los grupos y hacía los arreglos orquestales para la difusión de su música.
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En este sentido, Martha Cecilia Carrera Tinajero en Compositores ecuatorianos contemporáneos (mec). Tesis de grado para el Instituto Interamericano de Música Sacra, Quito, 1984, afirma que Al besar un pétalo, pasillo del compositor imbabureño Marco Tulio Hidrobo (1906-1961), originalmente debió ser un pasillo instrumental, de baile, al que después le fue adaptado el texto. Según lo apunta Martha Carrera en su trabajo Compositores ecuatorianos contemporáneos, Marco Tulio Hidrobo decía sobre la creación de su pasillo:”Una tarde regresaba de la calle, entré en la casa y no había nadie. Fui al dormitorio y en la cuna dormía un niño que apenas tenía tres meses –era Homero Hidrobo-. Me emocionó y viéndole que estaba dormido cautelosamente me acerqué y deposité un beso en la mejilla rosada y aterciopelada del niño; me estremeció profundamente y en el primer papel que estuvo en mi mano escribí este pasillo, y como si hubiera besado a un pétalo de rosas se me estremeció el espíritu y le puse el nombre Al besar un Pétalo”. Este es el origen de este hermoso pasillo que es nuestro y de todos los ecuatorianos. Marco Tulio se encuentre entre los más grandes y entre los innovadores de la música nacional ecuatoriana.
FILEMÓN PROAÑO NOBOA Nace en la ciudad de Cotacachi el 25 de diciembre de 1886. Sus padres fueron don José Antonio Proaño y Doña Anita Noboa. Los estudios primarios los realizó en su ciudad natal y los secundarios en la ciudad de Quito, en el convento de los padres Agustinos. Los estudios musicales los recibió con el maestro José María Trueba, profesor del Conservatorio de Madrid e hijo de don Antonio Trueba, quien le enseñó solfeo, canto, piano y órgano,
Brisas caraqueñas, Justicia humana, 1917, Amor ignoto, entre otros. Premios En 1930, por la obra El Príncipe Cacha, en la Exposición Internacional de Sevilla, obtuvo el primer puesto y fue premiada con medalla de oro. El aporte que hace el maestro Filemón Proaño a la música ecuatoriana son las rondas, pasillos y melodramas, obras educativas y de carácter nacional. Su obra es poco conocida.
Cargos desempeñados Maestro Concertador y Director de la Compañía Española de Operetas y Variedades, Paloú-Planels y, como tal, en 1917 realizó una gira por las provincias de Manabí, Esmeraldas, Chone y Tumaco-Colombia. Maestro de música y canto de las escuelas fiscales de Latacunga y Cotacachi y profesor de los colegios Abelardo Moncayo, de la ciudad de Atuntaqui y del Instituto Interamericano de Ambato. Compositor Durante los 28 años de maestro de escuelas y colegios, Filemón Proaño, compuso rondas, himnos y canciones entre otras obras, con las que aportó a la educación de aquel entonces. En 1929, compuso El Príncipe Cacha, melodrama en cuatro actos, obra escrita con motivos vernáculos y se encuentra publicada. En 1942, escribió el melodrama Rumiñahui. Obra publicada. Compuso algunos pasillos como Ismeñita,
CARLOS URCESINO PROAÑO PROAÑO (1890-1987) Compositor y organista. Nace en la ciudad de Cotacachi, el 29 de octubre de 1890. Sus padres fueron don Benjamín Proaño y doña Mercedes Proaño Morales. Su educación primaria la recibió en la escuela Sucre que más tarde se llamaría Modesto A. Peñaherrera. Su padre, Benjamín Proaño, era aficionado a la música, tocaba el violín. Comenzó a estudiar música en 1908, bajo la dirección del profesor otavaleño don Ulpiano Chaves Orbe. Pablo Guerrero, en la Enciclopedia de la Música Ecuatoriana nos informa sobre la vida de don Carlos Urcesino Proaño Proaño al decir que “desde muy pequeño tocaba el clarinete en la banda de su tierra y al mismo tiempo aprendía el melodio, con mucha constancia en el estudio, hasta llegar a ser maestro de capilla. En 1918 le fue concedido este cargo en el templo de San Francisco de Cotacachi, donde estuvo siete años; después pasó a ejercer este cargo en la iglesia “La Matriz”, de la misma ciudad, por espacio de cinco años. 177
En este tiempo empezó a ensayar en la composición musical y mientras formaba a los aprendices de la banda preparaba para ésta sus pequeñas piezas que el mismo orquestaba. Se dedicó a componer letanías y cantos religiosos para el servicio del templo. En 1924 aceptó el cargo de organista de la Catedral de Ibarra. Recibió lecciones de canto gregoriano con el padre lazarista León Maynadier y con sus indicaciones y ayuda se dedicó a componer piezas sagradas”(Guerrero, 2005:1139).Ha formado maestros de capilla para muchas parroquias de la diócesis de Ibarra. Ha sido profesor de música y canto de las escuelas Pedro Moncayo, Angélica Hidrobo, América y 28 de Septiembre por un lapso de 20 años y profesor de los colegios Teodoro Gómez de la Torre y Sánchez y Cifuentes. Música religiosa Desde 1924, comienza su mayor producción de música religiosa. Compuso misas de gloria, misas de réquiem, letanías, plegarias, cánticos a la Santísima Virgen, a San José, motetes, tantum ergos y sobre éstos merece especial atención el cántico de Despedida a mayo, canción tierna y llena de dulzura para la Santísima Virgen María. Tiene más de cien canciones religiosas. Otros géneros Para enseñar a los alumnos, compuso numerosas canciones, principalmente rondas e himnos; Además, compuso el himno al Colegio Teodoro Gómez de la Torre, con letra del señor Pedro Pérez, habiendo sido declarado himno oficial de ese plantel; compuso el himno a la Bandera del colegio Sánchez y Cifuentes; participó en el concurso del himno a la ciudad de Tulcán, en el que ganó una medalla de oro y una bonificación económica. La señora Virginia Romero, en su libro Apuntes sobre la historia de la música de 178
Cotacachi hace un resumen muy bien concebido sobre la personalidad de Carlos Urcesino Proaño y dice “Músico por vocación y por formación, dedicó su vida a la música desde sus más tempranos años juveniles y se valió de ella como un medio de vida y de servicio a los demás: en la escuela primaria modelando corazones infantiles; en la secundaria, ayudando a la formación integral de la juventud; y, en la iglesia, levantando la piedad de los fieles. En suma, sirviendo a la sociedad de su provincia, en la época en la que le tocó vivir”.108 Debemos advertir que Carlos Urcesino tiene un lugar privilegiado en la composición musical y en la Historia de la música. Fue uno de los primeros compositores de música religiosa, principalmente con sus misas de gloria y de réquiem. Se sintió muy alagado cuando Monseñor González Suárez le dio dos palmadas en la espalda y le obsequió un libro de música autografiado. Este fue el estímulo más grande que había recibido en sus primeros años de vida musical para seguir componiendo música sacra. Los últimos años de su vida pasa en paz y quietud en la ciudad que le vio nacer. Muere el 4 de julio de 1987. Cargos desempeñados Maestro de capilla de la iglesia de San Francisco, de capilla de la Iglesia de “La Matriz”, Organista de la Catedral de Ibarra y Director de la Banda de Cotacachi. Condecoración Obtiene medalla de oro y remuneración económica por el concurso del Himno a la ciudad de Tulcán.
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Romero, 2007: 23.
LUIS HERMÓGENES HIDROBO CEVALLOS (1919-1989)
Nació en la ciudad de Cotacachi, el 10 de julio de 1919. Sus padres fueron don Modesto Hidrobo y dona Rosa Cevallos. Su educación primaria la recibió en la escuela Sucre, hoy Modesto A. Peñaherrera. Sus tempranas inclinaciones musicales fueron descubiertas por Enrique Guzmán, Maestro Mayor de la Banda de Cotacachi, quien lo integró a la banda y le enseñó a tocar el flautín y la trompeta. En 1942, fue Director de la Banda de San Blas de Urcuquí. Como docente fue profesor de la escuela del Normal de Uyumbicho y Director de la Banda de ese lugar. Fue profesor Municipal de música y canto en las escuelas católicas de Atuntaqui y Director de la Banda Municipal de la misma ciudad, durante 13 años. En 1965, retorna a Cotacachi, su tierra natal, como profesor de música de las escuelas centrales y en 1968 reorganiza la Banda Municipal de Cotacachi, En ese mismo año pasa a prestar sus servicios como profesor de música en el colegio Luis Ulpiano de la Torre. Composiciones musicales El aporte que hace al Cancionero musical ecuatoriano son las siguientes composiciones: Acaríciame, fox trot; A mi negrito, pasacalle; Bendita suegra, cumbia; Bravos danzantes, danzante; Cira Fabiola, fox trot. Colegio General Píntag, himno; Colegio 17 de julio, himno; Edwin Romero, pasodoble; Escuela 2 de marzo, himno: Florita, tonada; General Píntag, marcha; Al Colegio Cahuasquí, himno; Lilia Teresa, fox trot; La engreída, albazo; Mariscal Sucre, marcha; Mujer amada, pasacalle.
Viracocha, fox incaico; Perdóname, vals; Rosita, aire típico; tus ojos, pasillo; Vivo por ti, porro colombiano; A mi negrita, pasacalle. Integró orquestas y conjuntos musicales, como la Orquesta Santa Cecilia, Grupo Cotacachi, Rumba Habana, Costa Azul; fue también director del conjunto instrumental Aires de mi tierra, conjunto organizado en la ciudad de Ibarra. Hermenegildo Hidrobo Fue un hábil ejecutante, un experto arreglista, con un gran conocimiento de la transportación y de todos los elementos de la composición musical. Su vida artística fue plena de realizaciones y de fructíferos beneficios para la cultura musical. Murió el 2 de mayo de 1989.
CARLOS ARMANDO HIDROBO CEVALLOS Nació en la ciudad de Cotacachi el 18 de septiembre de 1922. Sus padres fueron don Modesto Hidrobo y doña Rosa Cevallos, compositor y violinista. Hermano menor de los músicos Marco Tulio y Luis Hermógenes Hidrobo Cevallos. La educación primaria la recibió en la escuela Sucre, hoy Modesto A. Peñaherrera y terminó en la escuela Hermano Miguel de la ciudad de Quito. A los trece años de edad ingresó a la Banda de Cotacachi, en la que inicialmente tocaba el tambor, después aprendió el alto, el barítono y finalmente la trompeta. A los quince años se dedicó al aprendizaje de los instrumentos de cuerda: guitarra, violín, bandolín y bandola. Formó parte de la estudiantina “Santa Cecilia”, de la que llegó a ser su Director. También fue Director del “Grupo Cotacachi”, compuesto por dos violines, dos flautas y cuatro guitarras. Adquirió compromiso con la casa disque179
ra “Víctor” para grabar algunas canciones de carácter popular. Con esta oportunidad grabó las siguientes canciones: Un traguito a los tiempos, albazo; Pura raza, sanjuanito; Shungu Shuhua, danzante; Fue Director del trío “Rosal”, de la “Banda de la Policía Nacional de Ibarra”, del trío “Alma ecuatoriana” y del “Conjunto Emelnorte”. También integró el conjunto instrumental “Aires de mi tierra”. A fines de 1943 obtuvo una beca del Municipio de Cotacachi, juntamente con Germán Proaño, para estudiar música en el Conservatorio Nacional de Quito, En dicho establecimiento permaneció tres años. Quiso estudiar el violín del cual había adquirido nociones en su tierra, pero tropezó con algunas dificultades. Se dedicó entonces al cello y a la trompeta en los que progresó notablemente. Su instrucción musical se truncó al terminarse la beca y no estaba en condiciones de seguir adelante. Cargos desempeñados Profesor de Educación Musical en la escuela “6 de Julio” de Cotacachi, en las escuelas de la ciudad de El Ángel, en las escuelas de Alausí, en Atuntaqui en el Colegio Abelardo Moncayo y en el Normal Superior Alfredo Pérez Guerrero de San Pablo del Lago. Música nacional Carlos Armando Hidrobo hace un aporte muy significativo al Cancionero ecuatoriano con las siguientes canciones de corte nacional: Adiós a un amor, pasillo; Aires de mi tierra, albazo; Bajo el cielo de Ibarra, pasillo; Cuando beso tus labios, Vals; Chorito, vals; Dos gotitas, pasillo; Ibarreñita, pasacalle; Imbabura querida, albazo; Linda Longuita, sanjuanito; Nada , pasillo; Plegaria, pasillo; Poncho verde, tonada; Pura raza, sanjuanito; San viernes, aire 180
típico; Si no puedo olvidarte, aire típico; Taitamito de mi vida, sanjuanito; Tarde sombría, vals; Ecuador en campaña, marcha, Música infantil Compuso algunas rondas para los niños de jardín de infantes, tales como: El sapito, La salud y Los negritos, entre otras. Poncho verde y aires de mi tierra Hay dos canciones que tuvieron mucha popularidad, el albazo Aires de mi tierra, que es el himno popular de Cotacachi y que todo cotacacheño se identifica con su tierra a través de él; y la tonada poncho verde. Se dice que, el señor Galo Plaza Lasso, siendo Presidente de la República del Ecuador, bailaba el “poncho verde” con pañuelo en mano y con arrodilladas, Esta tonada hizo época en todo el Ecuador. **** He deseado en esta oportunidad hablar de los músicos más representativos, de los hombres cimeros de Cotacachi. De aquellos que hicieron camino en la música, en la etnomúsica y en la creatividad. A ellos he dedicado estas líneas para darles un espacio en la historia del Cancionero ecuatoriano. Con toda seguridad se me quedaron algunos en el tintero. Habrá otra oportunidad para darles el espacio que se merecen en la Historia de la música ecuatoriana. BIBLIOGRAFIA Cachiguango, Luis Enrique, “Aya Uma. Símbolo de la cultura indígena”, en Shimishitachi, Revista de información y reflexión sobre temas indígenas, Nº16; Talleres Abya-Yala; Cayambe, 1993. Carvalho-Neto, Paulo de, Diccionario del
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Artesanías Y Arqueología
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Arquitectura Tradicional
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Arquitectura Nueva
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Culto y Arquitectura Religiosa
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Paisajes
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BIBLIOGRAFÍA GENERAL
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