Camino a La mรกquina del tiempo
Camino a La mĂĄquina del tiempo
Alejandro Spiegel y Sergio Saposnic ilustraciones
MatĂas Bervejillo
Spiegel, Alejandro. Camino a Robinson Crusoe / Alejandro Spiegel, Sergio Saposnic ; il. Matías Bervejillo. — México : Signo Editorial, 2007. 128 p. : il. ; 24 cm. — (Club de lectores) Bibliografía: p. 124-125 ISBN 970 784 055 2 I. Saposnic, Sergio. II. Bervejillo, Matías, il. III. Defoe, Daniel,1661-1731. IV. t. V. t.:Robinson Crusoe. VI. Ser.
Signo Editorial sa de cv. Blvd. Manuel Ávila Camacho 1994 / 703 San Lucas Tepetlacalco, cp 54055, México Teléfono: 53 98 14 97 club@clublectores.com www.clublectores.com isbn: 978-970-784-096-6 depósito legal: 15429 © 2009, Signo Editorial sa de cv
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Índice
Introducción....................................................................................... 7 Capítulo i Después de la cena.......................................................... 8 Capítulo ii La explicación............................................................... 11 Capítulo iii La Máquina del Tiempo . ............................................ 16 Capítulo iv El jueves siguiente . .................................................... 19 Capítulo v El viaje a través del tiempo.......................................... 25 Capítulo vi El mundo del año 802.701 ......................................... 30 Capítulo vii La primera impresión.................................................. 36 Capítulo viii La desagradable sorpresa........................................... 43 Capítulo ix Weena . ........................................................................ 49 Capítulo x Los Morlocks ................................................................ 54 Capítulo xi La aventura temida...................................................... 60 Capítulo xii A la búsqueda de la Máquina . .................................. 67 Capítulo xiii Persecusión y escape ................................................ 76 Capítulo xiv Más allá del año 802.000 ......................................... 84 Capítulo xv En casa........................................................................ 90 Capítulo xvi Epílogo ...................................................................... 94 fuentes consultadas
Libros............................................................................................... 98 Sitios de Internet.............................................................................. 99
Introducción
Finalmente, en Fuentes Consultadas, tendrás las citas de los libros y los sitios de Internet que utilizamos para escribir esta obra. ■
Alejandro y Sergio
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Ca pí t ul o I
Después de la cena
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ste pequeño objeto es mi modelo de una máquina para viajar a través del tiempo. Advertirán ustedes que parece singularmente ambigua y que esta varilla rutilante presenta un extraño aspecto, como si fuese en cierto modo irreal. El Viajero a Través del Tiempo hizo una pausa para disfrutar del efecto de sus palabras. Luego, señaló otra parte del objeto que descansaba sobre la mesa. –He aquí, también, una pequeña palanca blanca, y ahí otra. Sus ojos grises brillaban lanzando centellas, y su rostro, habitualmente pálido, se mostraba encendido y animado. Nos reuníamos a cenar todos los jueves en su casa y ya estábamos acostumbrados a las excentricidades de nuestro anfitrión. Sin embargo, ninguna había ido tan lejos. En la habitación todos los invitados mirábamos absortos, sin poder creer lo que habíamos escuchado. El Doctor se levantó de su asiento y escudriñó el interior de la cosa. –Está esmeradamente hecho –dijo. –He tardado dos años en construirlo –replicó el Viajero a Través del Tiempo. Luego, mientras todos imitábamos al Doctor, continuó:
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–Al apretar esta palanca, envía la máqui–Bien, ¿y qué? –preguntó el Psicólogo. na a planear en el futuro y esta otra invierte el Hubo una pausa aproximada de un minumovimiento. Este sillín representa el asiento to. El Psicólogo pareció que iba a hablarme, del viajero. Dentro de poco voy a mover la papero cambió de idea. lanca, y la máquina partirá. Se desvanecerá, El Viajero a Través del Tiempo adelantó se adentrará en el tiempo su dedo hacia la palanca. futuro, y desaparecerá. –No –dijo de repente–. Mírenla a gusto. Examinen Déme su mano. La máquina ocupaba todo también la mesa, y conY volviéndose hacía el el Pabellón de la Esperanza vénzanse ustedes de que Psicólogo, le tomó la mano en la Fachada norte del Salón del Hombre. Tapaba no hay trampa. No quiero y le pidió que extendiese el hermoso mosaico desperdiciar este modelo y el índice. Así, fue el propio fluorescente del Pabellón, que luego me digan que soy Psicólogo quien envió el aunque el mosaico continuaba proyectando un charlatán. modelo de la Máquina del bellísimos reflejos sobre El Viajero a Través del Tiempo hacia su intermilas pulidas superficies de las pantallas de exhibición. Tiempo tenía en su mano nable viaje. Vimos todos Alrededor del 12.570, Leor un brillante armazón mebajarse la palanca. Estoy dijo que estaba dispuesto a poner su máquina en tálico, apenas mayor que completamente seguro de marcha. un relojito y muy delicaque no hubo engaño. Sopló R. Silverberg, damente confeccionado. una ráfaga de aire y, de El ocaso de los mitos Había en aquello marfil y pronto, la maquinita giró una sustancia cristalina y en redondo. La vimos como transparente. un fantasma durante un La habitación estaba profusamente ilusegundo quizá, como un remolino de cobre minada. y marfil brillando débilmente; y partió... ¡se Me senté en un sillón muy cerca del desvaneció! Sobre la mesa vacía no quedaba fuego y lo arrastré hacia adelante a fin más que la lámpara. de estar casi entre el Viajero a Través del Todos permanecimos silenciosos durante Tiempo y el hogar. Filby se sentó detrás de un minuto. él, mirando por encima de su hombro. El –¡Vaya! –exclamó Filby. Doctor y el Corregidor lo observaban de El Psicólogo salió de su estupor y miró perfil desde la derecha, y el Psicólogo y un repentinamente de la mesa. Ante lo cual Muchacho Muy Joven desde la izquierda. el Viajero a Través del Tiempo rió jovialEstábamos todos sobre aviso. Ninguna treta, mente. aunque sutilmente ideada y realizada con Nos mirábamos unos a otros con asomdestreza, nos hubiese engañado en esas bro. condiciones. –Dígame –preguntó el Doctor–: ¿Cree El Viajero a Través del Tiempo nos conusted seriamente que esa máquina viajará templó, y luego a su modelo. a través del tiempo?
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Capít ul o I I
La explicación
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l Viajero a Través del Tiempo llenó en silencio nuevamente nuestras copas. Luego, volvió a ubicarse al lado de la mesa en la que había estado aquel misterioso objeto. El fuego ardía fulgurante y encendía las burbujas que destellaban y subían dentro de nuestras copas. Nuestros sillones nos abrazaban y acariciaban. El fenómeno extraordinario que terminábamos de presenciar se integraba en la atmósfera de sobremesa, cuando los pensamientos vuelan libres de las trabas de la exactitud. Absolutamente al tanto de nuestras sensaciones, nuestro anfitrión tomó la palabra mientras que nosotros, arrellanados con pereza, admirábamos su seriedad. –Para empezar, tendré que manifestar mi oposición a una o dos ideas que están casi universalmente admitidas... Por ejemplo, la geometría que les han enseñado en el colegio está basada sobre un concepto erróneo. Filby tosió intencionadamente y nuestro anfitrión le contestó como si el otro hubiera hablado. –No pienso pedirles que acepten nada sin motivo razonable para ello. Pronto admitirán lo que necesito de ustedes. Saben,
naturalmente, que una línea matemática de espesor nulo no tiene existencia real. ¿Les han enseñado esto? No esperó ninguna respuesta y continuó: –Por otra parte, existen en realidad cuatro dimensiones, tres a las que llamamos los tres planos del espacio, y una cuarta, el tiempo. Sin embargo, hay una tendencia a establecer una distinción imaginaria entre las tres primeras dimensiones y la última, porque sucede que nuestra conciencia se mueve por intermitencias en una dirección a lo largo de la última desde el comienzo hasta el fin de nuestras vidas. –Esto está muy bien –dijo el Psicólogo. –Eso –agregó el Muchacho Muy Joven, haciendo esfuerzos espasmódicos para encender de nuevo su cigarro encima de la lámpara eso... es, realmente, muy claro. –No sé... –murmuró el Corregidor; y frunciendo las cejas se sumió en un estado de introspección. –Bueno, vengo trabajando hace tiempo sobre una geometría de cuatro dimensiones. Algunos de mis resultados son curiosos. Por ejemplo, he aquí el retrato de un hombre a los ocho años, otro a los quince, otro a los diecisiete, otro a los veintitrés, y así
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sucesivamente. Todas éstas son sin duda adelante y hacia atrás con bastante libertad, secciones, por decirlo así, representaciones y los hombres siempre lo han hecho. Adtridimensionales de su ser de cuatro dimenmito que nos movernos libremente en dos siones, que es una cosa fija e inalterable dimensiones. Pero, ¿cómo hacia arriba y –hizo la pausa necesaria para la adecuada hacia abajo? La gravitación nos limita ahí. asimilación de lo anterior y completó la –Eso no es del todo exacto –replicó el idea–: Los hombres de cienDoctor–. Ahí tiene usted cia saben muy bien que el los artefactos diseñados tiempo es sólo una especie para volar, como los glode espacio. Aquí tienen un bos... –¿Y qué sucede con la diagrama científico conoci–Pero antes de los glorelación entre la luz y el tiempo? –preguntó do, un indicador del tiempo. bos, excepto en los saltos uno de los periodistas–. Esta línea que sigo con el espasmódicos y en las Según mis nociones dedo muestra el movimiento desigualdades de la superde relatividad, hay una relación muy íntima entre del barómetro. Ayer estaba ficie, el hombre no tenía liellos. ¿Está seguro de que así de alto, anoche descenbertad para el movimiento no necesitaremos otra manecilla en nuestros dió, esta mañana ha vuelto a vertical. relojes? subir y llegado poco a poco –Aunque puede moverEl hombre de ciencia hasta aquí. Con seguridad el se un poco hacia arriba y sonrió. mercurio no ha trazado esta hacia abajo –dijo el Doc–Creo que podremos evitarlo. El tiempo es algo línea en las dimensiones tor. extremadamente complejo, del espacio generalmente –Con facilidad, con mapero puedo asegurarle que los relojes no empezarán admitidas. Sin duda esa yor facilidad hacia abajo a andar de pronto hacia línea ha sido trazada, y por que hacia arriba. atrás o hacia el costado. ello debemos inferir que lo –Y usted no puede moJ. Ballard ha sido a lo largo de la diverse de ninguna manera Escape mensión del tiempo. en el tiempo, no puede –Pero –objetó el Doctor, huir del momento presente mirando fijamente arder el –afirmó el Doctor. carbón en la chimenea–, si –Mi querido amigo, en el tiempo es tan sólo una cuarta dimensión eso es en lo que está usted pensado. Eso es del espacio, ¿por qué se le ha considerado justamente en lo que el mundo entero se siempre como algo diferente? ¿Y por qué no equivoca. Estamos escapando siempre del podemos movernos aquí y allá en el tiempo momento presente. Nuestras existencias como nos movemos y allá en las otras dimentales, que son inmateriales y que camensiones del espacio? recen de dimensiones, pasan a lo largo de El Viajero a Través del Tiempo sonrió. la dimensión del tiempo con una velocidad –¿Está usted seguro de que podemos uniforme, desde la cuna hasta la tumba. movernos libremente en el espacio? PodeLo mismo que viajaríamos hacia abajo si mos ir a la derecha y a la izquierda, hacia empezásemos nuestra existencia setenta y
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cinco kilómetros por encima de la superficie –dijo Filby–, pero no me convencerá usted terrestre. nunca. –Pero la gran dificultad es ésta –inte–Es posible –replicó el Viajero a través rrumpió el Psicólogo–: puede usted moverse del Tiempo–. Pero ahora empieza usted a de aquí para allá en todas las direcciones percibir el objeto de mis investigaciones del espacio; pero no puede en la geometría de cuatro usted moverse de aquí para dimensiones. Hace mucho allá en el tiempo. que tenía yo un vago vis–Ése es el origen de lumbre de una máquina... –No, al contrario. Yo y mi Tilda, como yo la llamo, mi gran descubrimiento. –¡Para viajar a través del seremos la fuerza de Pero se equivoca usted tiempo! –exclamó el Muchagravedad que convocará al nuevo siglo. Dejaremos al decir que no podemos cho Muy Joven. nuestra impronta en este movernos de aquí para allá –Que viaje indistintaaño, en esta década y... ¡en el milenio! en el tiempo. Por ejemplo, mente en todas las direcciosi recuerdo muy vivamente nes del espacio y del tiempo, R. Bradbury, El fantasma de un incidente, retrocedo al como decida su conductor. la máquina momento en que ocurrió: Filby se contentó con me convierto en un disreír. traído, como usted dice. –Pero he realizado la Salto hacia atrás durante comprobación experimental un momento. Por supuesto, no tenemos –dijo el Viajero a Través del Tiempo. medios de permanecer atrás durante un –Eso sería muy conveniente para el histoperíodo cualquiera de tiempo, como tamporiador –sugirió el Psicólogo–. ¡Se podría viajar co un animal pueden sostenerse en el aire hacia atrás y confirmar el relato de cualquier dos metros por encima de la tierra. Pero batalla, por ejemplo! el hombre civilizado puede elevarse en –¿No cree usted que eso atraería la atenun globo pese a la gravitación; y ¿por qué ción? –dijo el Doctor–. Nuestros antepasados no ha de poder esperarse que al final sea no tenían una gran tolerancia por los anacrocapaz de detener o de acelerar su impulso nismos. a lo largo de la dimensión del tiempo, o –Podría uno aprender el griego de los proincluso de dar la vuelta y de viajar en el pios labios de Homero y de Platón –propuso otro sentido? el Muchacho Muy Joven. –¡Oh!, eso... –comentó Filby– es... –Entonces, ahí está el porvenir –aseguró –¿Por qué no…? –preguntó el Viajero a el Muchacho Muy Joven–. ¡Figúrense! ¡PoTravés del Tiempo. dría uno invertir todo su dinero, dejar que se –Eso va contra la razón –terminó Filby. acumulase con los intereses, y lanzarse hacia –¿Qué razón? –insistió el Viajero a Traadelante! vés del Tiempo. –A descubrir una sociedad –intervine– –Puede usted por medio de la argumenasentada sobre una base estrictamente cotación demostrar que lo negro es blanco munista.
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–De todas las teorías disparatadas y extravagantes –comenzó el Psicólogo. –Sí, eso me parecía a mí, por lo cual no he hablado nunca de esto hasta... –¡Verificación experimental! –exclamé–. ¿Va usted a experimentar eso? –Déjenos presenciar su experimento de todos modos –dijo el Psicólogo–, aunque bien sabe usted que es todo patraña. El Viajero a Través del Tiempo nos sonrió a todos. O, sonriendo aún levemente y con las manos hundidas en los bolsillos de sus pantalones, salió despacio de la habitación
y oímos sus zapatillas arrastrarse por el largo corredor hacia su laboratorio. El Psicólogo nos miró. –¿A dónde fue? ¿A qué ha ido? –Algún juego de manos, o cosa parecida –dijo el Doctor; y Filby intentó hablarnos de un prestidigitador que había visto en Burlesm; pero el Viajero a Través del Tiempo volvió antes de que hubiese terminado de contarnos su anécdota. Capté la mirada de Filby por encima del hombro del Doctor, y me guiñó solemnemente un ojo.
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Capít ul o I I I
La Máquina del Tiempo
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engo ahí una gran máquina casi termi–Nada de eso –aseguró éste, y luego, nada –y señaló hacia el laboratorio–, dirigiéndose al Psicólogo–: piénselo. Usted y cuando esté montada por completo, pienso puede explicar esto. hacer un viaje por mi propia cuenta. –En efecto –dijo el Psicólogo, y nos tran–¿Quiere usted decir que esa máquina quilizó–. Debería haber pensado en ello. viaja por el futuro? –preguntó Filby. Es bastante claro y sostiene la paradoja Después de una pausa deliciosamente. Tampoco el Psicólogo tuvo una inspodemos ver una bala vopiración. lando por el aire o el rayo ¡Porque lo que yo te conté –De haber ido a alguna de una rueda en plena sucedió en el invierno parte, habrá sido al pasado rotación. Si viaja a través de 1967! ¡Quiere decir que todavía no sucedió! –dijo. del tiempo cincuenta o cien ¡Quiere decir que Elena y –¿Por qué? –quiso saveces más de prisa que Martita estarán en casa, ber el Viajero a Través del nosotros, si recorre un miesperándome! Tiempo. nuto mientras nosotros un H. Oesterheld y A. Breccia El Eternauta –Porque supongo que no segundo, la impresión prose ha movido en el espacio; ducida será, naturalmente, si viajase por el futuro aún tan sólo una cincuentésima estaría aquí en este momeno una centésima de lo que to, puesto que debería viajar por el momento sería si no viajase a través del tiempo. Está presente. bastante claro. –Pero –objeté–, si viajase por el pasaComo atraído por las ideas que terminaba do, hubiera sido visible cuando entramos de pronunciar, pasó su mano por el sitio antes en esta habitación; y el jueves último donde había estado el modelo. cuando estuvimos aquí; y el jueves anterior –¿Comprenden ustedes? –dijo riendo. a ése, ¡y así sucesivamente! Seguimos sentados mirando fijamente la –Serias objeciones –observó el Corregimesa vacía durante casi un minuto. Luego dor con aire de imparcialidad, volviéndose el Viajero a Través del Tiempo nos preguntó hacia el Viajero a Través del Tiempo. qué pensábamos de todo aquello.
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–Me parece bastante plausible esta noche –comentó el Doctor–; pero hay que esperar hasta mañana. De día se ven las cosas de distinto modo... –¿Quieren ustedes ver la auténtica Máquina del Tiempo? –preguntó el Viajero a Través del Tiempo. Y, dicho esto, nos invitó a seguirlo por el largo y oscuro corredor hacia su laboratorio. Recuerdo vivamente la luz vacilante de la llama de los faroles, la danza de las sombras, cómo le seguíamos perplejos pero incrédulos, y cómo allí, en el laboratorio, contemplamos una reproducción en gran tamaño de la maquinita que habíamos visto desvanecerse ante nuestros ojos. Tenía par-
tes de níquel, de marfil, otras que habían sido sin duda limadas o aserradas de un cristal de roca. La máquina estaba casi completa, pero unas barras de cristal retorcido sin terminar estaban colocadas sobre un banco de carpintero, junto a algunos planos; cogí una de aquéllas para examinarla mejor. Parecía ser de cuarzo. –¡Vamos! –dijo el Doctor–. ¿Habla usted completamente en serio? ¿O es esto una burla... como ese fantasma que nos enseñó usted la vez pasada? –Montado en esta máquina –afirmó el Viajero a Través del Tiempo–, me propongo explorar el tiempo. ¿Está claro? No he estado más serio nunca en mi vida.
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Capít ul o I V
El jueves siguiente
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l Viajero a Través del Tiempo era uno de esos hombres demasiado inteligentes; con él se tenía permanentemente la sensación de que nunca se le percibía por entero; siempre estaba la sospecha de alguna sutil reserva, alguna genialidad emboscada, detrás de su lúcida franqueza. Quizá por ello, ninguno de nosotros creyó en absoluto en la Máquina del Tiempo. Más aún: estoy seguro que ninguno de nosotros habló mucho del viaje a través del tiempo en el intervalo entre aquel jueves y el siguiente. Sin embargo, nos habían quedado cabos sueltos que no tenían explicación. A mí me preocupaba especialmente la treta del modelo. Recuerdo que lo discutí con el Doctor, a quien encontré al día siguiente. Dijo que había visto una cosa parecida en Tobinga, e insistía mucho en el efecto de la ráfaga de aire que había provocado la maquinita. Pero no podía explicar cómo se efectuaba el engaño. El jueves siguiente regresé a la casa y, como llegué tarde, encontré a cuatro o cinco invitados reunidos ya en su sala. El Doctor estaba colocado delante del fuego con una hoja de papel en una mano y su reloj en la otra. Busqué con la mirada al Viajero a Través del Tiempo, y...
–Son ahora las siete y media –dijo el Doctor–. Creo que haríamos mejor en cenar. –¿Dónde está...? –pregunté, nombrando a nuestro anfitrión. –Me pide en esta nota que empecemos a cenar a las siete si él no ha vuelto. Dice que lo explicará cuando llegue. –Es realmente una lástima dejar que se estropee la comida –comentó Blank, el Director de un diario muy conocido. Entonces, comenzó la cena. El Psicólogo, el Doctor y yo éramos los únicos que habíamos asistido a la comida anterior. Los otros concurrentes eran Blank, un periodista y otro –un hombre tranquilo, tímido, con barba– a quien yo no conocía y que no despegó los labios en toda la noche. No pasó mucho tiempo y comenzaron a hacerse algunas conjeturas en la mesa sobre la ausencia del Viajero a Través del Tiempo. –Seguro está viajando a través del tiempo –sugerí con humor. –¿A qué se refiere...qué es eso del viaje...? –preguntó el Director del diario. El Psicólogo comenzó el relato de «la ingeniosa paradoja y del engaño» que habíamos presenciado la semana anterior.
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Estaba en la mitad de su exposición cuando la puerta del corredor se abrió lentamente y sin ruido. Fui el primero en verlo. –¡Hola! –saludé–. ¡Por fin! El Viajero a Través del Tiempo se presentó ante nosotros. –¡Cielo santo! ¿Qué pasa, amigo? –exclamó el Doctor, que lo vio después. Y todos los presentes se volvieron hacia la puerta. La chaqueta de nuestro anfitrión estaba polvorienta y sucia, con las mangas manchadas de verde. Tenía la cara atrozmente
pálida y en su mentón un corte oscuro, a medio cicatrizar; su expresión era ansiosa y descompuesta como por un intenso sufrimiento. Durante un instante vaciló en el umbral, como si le cegase la luz. Luego entró en la habitación. Vi que andaba como un cojo que tiene los pies doloridos de vagabundear. Lo mirábamos en silencio, esperando a que hablase. Se acercó con dificultad a la mesa e hizo un ademán hacia el vino. El Director del diario llenó una copa de champaña y
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la empujó hacia él. La vació en su boca. Inmediatamente pareció sentirse mejor, miró a su alrededor, y la sombra de su antigua sonrisa fluctuó sobre su rostro. –¿Qué ha estado usted haciendo bajo tierra, amigo mío? –preguntó el Doctor. El Viajero a Través del Tiempo no pareció oír. Se detuvo, tendió su copa para que la llenasen de nuevo, y la volvió a vaciar. –Esto sienta bien –dijo. Sus ojos grises brillaron, y un ligero color afloró a sus mejillas. Su mirada revoloteó sobre nuestros rostros con cierta apagada aprobación y luego recorrió el cuarto caliente y confortable. Después habló de nuevo, como buscando su camino entre las palabras–. Voy a lavarme y luego bajaré y explicaré las cosas. Guárdenme un poco de ese carnero. Me muero de hambre y quisiera comer algo.
Vio al Director del diario, que rara vez iba a visitarlo, y le preguntó cómo estaba. El Director inició una pregunta. –Le contestaré en seguida –aseguró el Viajero a Través del Tiempo –. ¡Estoy... raro! Todo marchará bien dentro de un minuto. Dejó su copa, y fue hacia la puerta de la escalera. Noté de nuevo su cojera y el pesado ruido de sus pisadas y, levantándome en mi sitio, vi sus pies al salir. No llevaba en ellos más que unos calcetines
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harapientos y manchados de sangre. La volvió. Se había vestido de etiqueta y nada, puerta se cerró tras él. salvo su mirada ansiosa, quedaba del cam–Notable conducta de un eminente bio que me había sobrecogido. sabio –comentó el Director, seguramente –Dígame –preguntó riendo el Director–, pensando en epígrafes de periódicos. Y estos muchachos cuentan que ha estado esto volvió mi atención hacia la brillante usted viajando ¡por la mitad de la semana mesa. próxima! ¿Cuánto pide –¿Qué broma es ésta? usted por una serie de –preguntó el Periodista–. artículos? ¿Por qué hace de pordioEl Viajero a Través del Borremos la ilusión del sero aficionado? No lo Tiempo fue a sentarse al tiempo, compendiemos los sesenta años en tres entiendo. sitio reservado para él sin minutos, ¿qué otra cosa Tropecé con los ojos del pronunciar una palabra. era Johnson, qué otra cosa Psicólogo, y leí mi propia Sonrió tranquilamente a somos nosotros? ¿Acaso no somos espíritus que interpretación en su cara. su antigua manera. han tomado un cuerpo, El primero en reco–¿Dónde está mi caruna apariencia, y que luego se disuelven en aire y en brarse por completo de su nero? –reclamó–. ¡Qué invisibilidad? asombro fue el Doctor, que placer éste de clavar de T. Carlyle, pidió que sirviesen el plato nuevo un tenedor en la Un auténtico fantasma caliente. carne! Durante un breve rato –¡Eso es un cuento! la conversación fue una –exclamó el Director. serie de exclamaciones, –¡Maldito cuento! –recon pausas de asombro; y luego el Director plicó el Viajero a Través del Tiempo–. mostró una vehemente curiosidad. Necesito comer algo. Gracias. Y la sal. –¿Aumenta nuestro amigo su modesta –Una palabra –dije–. ¿Ha estado usted renta ayudando a la gente a pasar por viajando a través del tiempo? baldíos embarrados? –inquirió con una –Sí –dijo el Viajero a Través del Tiempo, maliciosa sonrisa. asintiendo con la cabeza. –Estoy seguro de que se trata de la MáEl Viajero a Través del Tiempo empujó quina del Tiempo –declaré. su copa hacia el Hombre Silencioso de –¿No puede un hombre cubrirse él barba y la golpeó con la uña; éste, que mismo de polvo revolcándose? –objetó el lo estaba mirando fijamente a la cara, se Director estremeció y le sirvió vino. El resto de la –¿No hay ningún cepillo de ropa en el cena transcurrió en un ambiente incómodo. futuro? –ridiculizó el Periodista. Por mi parte, se me iban ocurriendo, una –Nuestro corresponsal especial para tras otra, muchas preguntas, y me atrevo a los artículos de pasado mañana... –estaba decir que a los demás les sucedía lo mismo. diciendo el Periodista (o más bien gritanEl Periodista intentó disminuir la tensión do) cuando el Viajero a Través del Tiempo contando anécdotas de sus reportajes re-
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cientes. El Viajero dedicaba su atención por palabra. Pero, ¡nada de interrupciones! a la comida, mostrando el apetito de un ¿De acuerdo? vagabundo. El Doctor fumaba un cigarri–De acuerdo –dijo el Director, y los demás llo y contemplaba al Viajero a Través del hicimos eco: «De acuerdo». Y con esto el Tiempo con los ojos entornados. El Hombre Viajero a Través del Tiempo comenzó su reSilencioso parecía más desmañado que de lato tal como lo transcribo a continuación. costumbre, y bebía cham–Estaba yo en mi labopán con una regularidad ratorio a las cuatro, y desde y una decisión evidenteentonces... He vivido ocho Lo que me rodeaba mente nerviosas. Al fin el días..., ¡unos días tales como parecía demasiado sólido Viajero a Través del Tiempo ningún ser humano los ha y auténtico como para tratarse de un sueño. apartó su plato, y nos miró vivido nunca! Estoy casi J. Ballard, a todos. agotado, pero no dormiré Escape –Creo que debo dishasta que les haya contado culparme –dijo–. Estaba todo. simplemente muerto de Al principio se echó hambre. hacia atrás en su sillón, Alargó la mano para toy habló como un hombre mar un cigarro, y le cortó la punta. rendido. Después se mostró más animado. –Pero vengan al salón contiguo. Es un Al poner esto por escrito siento mi propia relato demasiado largo para contarlo entre insuficiencia para expresarlo en todo su platos grasientos. valor. Supongo que lo leerán ustedes con Obviamente, todos le seguimos. atención; pero no podrán ver al pálido –¿Ya todos saben de la máquina? –prenarrador ni su franco rostro, ni oír el tono guntó, echándose hacia atrás en su sillón. de su voz. –Pero la máquina es una simple paradoja ¡No pueden ustedes conocer cómo su –argumentó el Director del diario. expresión seguía las fases de su relato! –No puedo discutir esta noche. No tengo Muchos de sus oyentes estábamos en la inconveniente en contarles la aventura, pero sombra; únicamente estaban iluminadas la no puedo discutirla. Quiero –continuó– recara del Periodista y las piernas del Homlatarles lo que me ha sucedido, pero debre Silencioso de las rodillas para abajo. Al berán abstenerse de hacer interrupciones. principio nos mirábamos de vez en cuando Necesito contar esto de una sola vez. Gran unos a otros. Pasado un rato dejamos de parte de mi relato les sonará falso. Lo único hacerlo, y contemplamos tan sólo el rostro que puedo decirles es que es cierto palabra del Viajero a Través del Tiempo.
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Capí tulo V
El viaje a través del tiempo
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lgunos de ustedes vieron el jueves que observé el reloj: un momento antes, último el aparato tal como estaba marcaba las diez, ¡y ahora eran casi las tres entonces, sin terminar, en el taller. Allí y media! está ahora, un poco fatigado por el viaje. El Respiré, apretando los dientes, tomé con aparato no estuvo listo haslas dos manos la palanca ta esta mañana. A las diez de arranque, y partí con un de hoy la primera de todas crujido. El laboratorio se las máquinas del tiempo volvió brumoso y luego osInútil llamarlas, no están aquí. Pero no te aflijas, comenzó su carrera. curo. La señora Watchets, tienes toda la eternidad Respiró profundamente mi ama de llaves, apareció para buscarlas. Serás un eternauta más, buscando, y continuó: y fue hacia la puerta del buscando siempre. Cada –Supongo que el suicida jardín, al parecer sin veruno a su modo, todos que mantiene una pistola me. Supongo que necesitó somos eternautas. Navegué, sí por diferentes contra su cráneo debe de un minuto o algo así para niveles del espacio y del sentir la misma admiración cruzar ese espacio, pero tiempo. Conocí mundos y por lo que va a suceder, que me pareció que iba disno mundos, lugares donde la razón naufraga. En todos experimenté yo entonces. parada a través de la halos abismos, en todas las Tomé la palanca de arranbitación como un cohete. cimas, grité y grité los dos nombres… que con una mano y la de Empujé la palanca hasta H. Oesterheld y A. Breccia, freno con la otra, apreté con su posición extrema. El Eternauta fuerza la primera, y casi La noche llegó como de inmediato la segunda. se apaga una lámpara, y Me tambaleaba; tuve una en otro momento vino la sensación pesadillesca de mañana. caída y mirando alrededor, vi el laboratorio El laboratorio se tornó desvaído y brumoexactamente como antes. ¿Había ocurrido so, y luego cada vez más desvaído. Llegó la algo? Por un momento sospeché que me noche de mañana, después el día de nuevo, había equivocado, que todo era producto de otra vez la noche; luego, volvió el día, y mi cerebro, que nada había pasado. Hasta así sucesivamente más y más de prisa. Un
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murmullo vertiginoso llenaba mis oídos, y una extraña, silenciosa confusión descendía sobre mi mente. Las peculiares sensaciones del viaje a través del tiempo son extremadamente desagradables. Se experimenta un sentimiento parecido al que se tiene en las montañas rusas zigzagueantes (¡un irresistible movimiento como si se precipitase uno de cabeza!). Sentí también la misma horrible anticipación de inminente aplastamiento. Cuando emprendí la marcha, la noche seguía al día como el aleteo de un ala negra. La oscura percepción del laboratorio pareció ahora debilitarse en mí, y vi el sol saltar velozmente por el cielo, brincando a cada minuto, y cada minuto marcando un día. Supuse que el laboratorio había quedado destruido y que estaba yo al aire libre. La centelleante sucesión de oscuridad y de luz era en extremo dolorosa para los ojos. Luego, en las tinieblas intermitentes vi la luna girando con rapidez a través de sus fases desde la nueva hasta la llena, y tuve un débil atisbo de las órbitas de las estrellas. Pronto, mientras avanzaba con velocidad
creciente aún, la palpitación de la noche y del día se fundió en una continua grisura; el cielo tomó una maravillosa intensidad azul, un espléndido y luminoso color como el de un temprano amanecer; el sol saltarín se convirtió en una raya de fuego, en un arco brillante en el espacio, la luna en una débil faja oscilante; y no pude ver nada de estrellas, sino de vez en cuando un círculo brillante fluctuando en el azul.
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La vista era brumosa e incierta. Seguía yo situado en la colina sobre la cual está ahora construida esta casa y el saliente se elevaba por encima de mí, gris y confuso. Vi unos árboles crecer y cambiar como bocanadas de vapor, tan pronto pardos como verdes: crecían, se desarrollaban, se quebraban y desaparecían. Vi alzarse edificios vagos y
bellos y pasar como sueños. La superficie de la tierra parecía cambiada, disipándose y fluyendo bajo mis ojos. Las manecillas sobre los cuadrantes que registraban mi velocidad giraban cada vez más de prisa. Pronto observé que el círculo solar oscilaba de arriba abajo, solsticio a solsticio, en un minuto o menos, y que, por consiguiente, mi marcha era de más de un año por minuto; y minuto por minuto la blanca nieve destellaba sobre el mundo, y se disipaba,
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siendo seguida por el verdor brillante y corto en el espacio que yo o la máquina ocupábade la primavera. mos. Mientras viajaba a una gran velocidad Las sensaciones desagradables de la a través del tiempo, esto importaba poco: salida eran menos punzantes ahora. Se el peligro estaba, por decirlo así, atenuado, fundieron al fin en una especie de hilaridad ¡deslizándome a través de los intersticios histérica. Noté, sin embargo, un pesado de las sustancias intermedias! Pero llegar bamboleo de la máquina, a detenerme entrañaba el que era yo incapaz de exaplastamiento de mí misplicarme. Pero mi mente se mo, molécula por molécuEl Thunderer fue uno hallaba demasiado confusa la, contra lo que se hallase de los primeros navíos para fijarse en eso, de modo en mi ruta; significaba espaciales de gran tonelaje que, con una especie de loponer a mis átomos en tan utilizados para transportar mercancías. Tuvimos una cura que aumentaba en mí, íntimo contacto con los del avería en los motores, y me precipité en el futuro. obstáculo, que una profunesto nos alejó de nuestra ruta normal. Luego Al principio no pensé da reacción química –tal sufrimos otra avería, y nos nada más que en aquellas vez una explosión de gran vimos obligados a aterrizar aquí. Lo hicimos en las nuevas sensaciones. Pero alcance– se produciría, grandes montañas de pronto una nueva serie de lanzándonos a mí y a mi bronce. impresiones me vino a la aparato fuera de todas las J. Kipaxx , mente –cierta curiosidad y dimensiones posibles... Viernes luego cierto temor–, hasta en lo desconocido. Esta que por último se apodeposibilidad se me había raron de mí por completo. ocurrido muchas veces ¡Qué maravillosos avances de nuestra mientras estaba construyendo la máquina; rudimentaria civilización estaba a punto pero entonces la había yo aceptado alegrede conocer tan pronto como llegase a conmente, como un riesgo inevitable, ¡uno de templar de cerca el vago y fugaz mundo esos riesgos que un hombre tiene que adque desfilaba rápido ante mis ojos! Vi una mitir! Ahora que el riesgo era concreto, ya grande y espléndida arquitectura elevarse no lo consideraba bajo la misma alegre luz. a mi alrededor, más sólida que cualquiera El hecho es que la absoluta rareza de todo de los edificios de nuestro tiempo; y, sin aquello, la débil sacudida y el bamboleo embargo, parecía construida de trémula de la máquina, y sobre todo la sensación luz y de niebla. Vi un verdor más rico exde caída prolongada, habían alterado por tenderse sobre la colina, y permanecer allí completo mis nervios. Me dije a mí mismo sin interrupción invernal. Aun a través del que no podría detenerme nunca, y en un velo de mi confusión la tierra parecía muy acceso de enojo decidí pararme inmediabella. Y así vino a mi mente la cuestión de tamente. Como un loco impaciente, tiré detener la máquina. de la palanca y acto seguido el aparato se Sabía que corría un grave riesgo: la potambaleó y salí despedido de cabeza por sibilidad de encontrarme alguna sustancia el aire.
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Capít ul o VI
El mundo del año 802.701
H
ubo un ruido retumbante de trueno en alada; pero las alas, en lugar de llevarlas mis oídos. Debí quedarme aturdido un verticalmente a los lados, estaban desplemomento. gadas de modo que parecían planear. El Me encontré sentado sobre una blanda pedestal me pareció que era de bronce y hierba, frente a la máquina estaba cubierto de un esvolcada. Granizaba. peso verdín. La cara estaba Vi cómo la granizada de frente a mí; los ojos sin caía sobre la máquina, y se vista parecían mirarme; haMuller se decía que el Sol no podía ser visible en moría a lo largo de la tierra bía la débil sombra de una el cielo de aquel mundo, como una humareda. En sonrisa sobre sus labios. situado a noventa años luz de la Tierra, pero otras un momento me encontré Estaba muy deteriorada por veces creía que sí. congelado; el frío me calaba el tiempo, y ello le daba una R. Silverberg, los huesos. desagradable impresión de El hombre –Bonita hospitalidad enfermedad. en el laberinto –dije– para un hombre Permanecí contemplánque ha viajado innumeradola un breve momento, bles años para llegar hasta medio minuto o media hora, aquí. no sé, hasta que noté que el Me levanté y miré a mi alrededor. Una cielo se iluminaba con la promesa del sol. figura colosal, esculpida al parecer en una Volví a mirar a la figura blanca, agachapiedra blanca, aparecía confusamente a do, y la plena temeridad de mi viaje se me través del aguacero brumoso. Pero todo el apareció de repente. ¿Qué iba a suceder resto del mundo era invisible. cuando aquella cortina brumosa se hubiera Sería difícil describir mis sensaciones. retirado por entero? ¿Qué podría haberles Como las columnas de granizo disminuían, sucedido a los hombres? ¿Qué hacer si la vi la figura blanca más claramente. Parecía crueldad se había convertido en una pasión muy voluminosa, pues un abedul plateado común? ¿Qué, si en ese intervalo la raza tocaba sus hombros. Era de mármol blanco, había perdido su carácter, desarrollándose algo parecida en su forma a una esfinge como algo inhumano, indiferente? Ante
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ellos, yo podría parecer algún salvaje del viejo mundo, pero el más espantoso por nuestra común semejanza, un ser inmundo que habría que matar inmediatamente. Ya veía otras amplias formas: enormes edificios con intrincados parapetos y altas columnas, entre una colina oscuramente arbolada que llegaba hasta mí a través de la tormenta. Me sentí presa de pánico. Volví frenéticamente hacia la máquina y como pude traté de reajustarla. Mientras lo intentaba, aparecieron los primeros rayos
de sol. El gris aguacero había pasado y se desvaneció como las vestiduras arrastradas por un fantasma. Encima de mí, en el azul intenso del cielo estival, jirones oscuros y ligeros de nubes remolineaban en la nada. Los grandes edificios a mi alrededor se elevaban claros y nítidos, brillantes con la lluvia de la tormenta y blancos por las piedras de granizo sin derretir, amontonadas a lo largo de sus hiladas. Me sentía desnudo en un mundo extraño.
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Experimenté lo que quizá experimenta un pájaro en el aire claro, cuando sabe que el gavilán vuela y va a precipitarse sobre él. Mi pavor se tornaba frenético. Hice una larga aspiración, apreté los dientes, y luché con desesperación para volver a poner en pie la máquina. Cedió bajo mi desesperado esfuerzo y retrocedió, pero golpeando violentamente mi barbilla. Con una mano sobre el asiento y la otra sobre la palanca permanecí jadeando penosamente en actitud de montarme de nuevo.
La esperanza de una pronta retirada me hizo recobrar mi valor. Miré con más curiosidad y menos temor aquel mundo del futuro remoto. Por una abertura circular, muy alta en el muro del edificio más cercano, divisé un grupo de figuras vestidas con ricos y suaves ropajes. Me habían descubierto. Me estaban mirando…
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Oí entonces voces que se acercaban. Viél un paso hacia delante, vaciló y tocó mi niendo a través de los macizos que crecían mano. Entonces sentí que otros me tocaban junto a la Esfinge Blanca, veía las cabezas suavemente la espalda. Querían comprobar y los hombros de unos seres corriendo. Uno si era yo un ser real. No había en esto abde ellos surgió de una senda que conducía solutamente nada de alarmante. En verdad directamente al pequeño prado en el cual yo tenían algo aquellas lindas gentes que permanecía con mi máquiinspiraba confianza: una na. Era una ligera criatura graciosa dulzura y cier–de una estatura menor a ta desenvoltura infantil. –En el depósito del un metro y medio– vestida Además, parecían tan frácorralón, aquí nomás, con una túnica púrpura, giles que me imaginé a mí pared por medio, está ceñida al talle por un cinmismo derribando una doalojado –¿adivinen quién?– un habitante de otro turón de cuero. Calzaba cena entera de ellos como mundo. No se alarmen, sandalias; sus piernas essi fuesen bolos. Cuando señores: aparentemente el viajero no dispone de taban desnudas hasta las vi sus manitas rosadas constitución robusta, ya rodillas. Al observar esto, palpando la máquina, me que tolera mal el aire seco de nuestra ciudad. me di cuenta por primera di cuenta que si accionavez de lo cálido que ahora ban las palancas, podrían A. Bioy Casares, El calamar opta era el aire. ponerla en movimiento, por su tinta Me impresionó la belletodo un peligro del que me za y la gracia de aquel ser, había olvidado hasta aquel de una fragilidad indesmomento. De inmediato, criptible. Al verle recobré desprendí las pequeñas de pronto la confianza. Aparté mis manos palancas y las metí en mi bolsillo. Luego de la máquina. intenté encontrar la manera de comunicarEn un momento estuvimos cara a cara, yo me con ellos. y aquel ser frágil, más allá del futuro. Vino Allí percibí nuevas particularidades directamente a mí y se echó a reír en mis en su tipo de belleza; su pelo, que estaba narices. La ausencia en su expresión de todo rizado por igual, terminaba en punta sobre signo de miedo me impresionó en seguida. el cuello y las mejillas; no se veía el más Luego se volvió hacia los otros dos que lo leve indicio de vello en su cara. Tenían los seguían y les habló en una lengua extraña, ojos grandes y apacibles, y sus orejas eran muy dulce y armoniosa. singularmente menudas. Las bocas, peAcudieron otros más, y pronto tuve a queñas, de un rojo brillante, de labios más mi alrededor un pequeño grupo de unos bien delgados, y las barbillas reducidas, ocho o diez de aquellos exquisitos seres. acababan en punta. Uno de ellos se dirigió a mí. Como se me Como no hacían esfuerzo alguno para ocurrió que mi voz era demasiado áspera comunicarse conmigo, sino que me simy profunda para ellos, moví la cabeza y, plemente rodeaban, sonriendo y hablando señalando mis oídos, la volví a mover. Dio entre ellos en suave tono arrullado, inicié
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la conversación. Señalé hacia la Máquina del Tiempo y hacia mí mismo. Luego, vacilando un momento sobre cómo expresar la idea de tiempo, indiqué el sol con el dedo. Inmediatamente una figura pequeña, lindamente arcaica, vestida con una estofa blanca y púrpura, siguió mi gesto y, después, me dejó atónito imitando el ruido del trueno. Durante un instante dudé, aunque la importancia de su gesto era suficientemente clara. Una pregunta se me ocurrió de pronto: ¿estaban locos aquellos seres? Les sería difícil a ustedes comprender cómo se me ocurrió aquello. Ya saben que he previsto siempre que las gentes del año 802.000 y tantos nos adelantarán de manera increíble en conocimientos, arte, en todo. Y, en seguida, uno de ellos me hacía de repente una pregunta que probaba que su nivel intelectual era el de un niño de cinco años, que me preguntaba en realidad ¡si había yo llegado del sol con la reciente tormenta! Esto alteró la opinión que me había formado de ellos por sus vestiduras, sus miembros frágiles y ligeros y sus delicadas facciones. Una oleada de desengaño cayó sobre mi mente. Durante un momento sentí que había
construido la Máquina del Tiempo en vano. Sin embargo, continué mi extraño diálogo con mis anfitriones del futuro: señalando hacia el sol, interpreté de tal modo un trueno, que los hice estremecer. Se apartaron todos un paso o más y se inclinaron. Entonces uno de ellos avanzó riendo hacia mí, llevando una guirnalda de bellas flores que me eran desconocidas por completo y me la puso al cuello. La idea fue acogida con un melodioso aplauso; y pronto todos empezaron a correr de una parte a otra recogiendo flores; y, riendo, me las arrojaban hasta que estuve casi asfixiado bajo el montón. Ustedes,que no han visto nunca nada parecido, apenas podrán figurarse qué flores delicadas y maravillosas han creado innumerables años de cultura. Después, uno de ellos sugirió que su juguete –o sea, yo– debía ser exhibido en el edificio más próximo. Así, me llevaron más allá de la esfinge de mármol blanco, hacia un amplio edificio gris de piedra desgastada. Mientras iba con ellos, volvió a mi mente con irresistible júbilo el recuerdo de mis confiadas anticipaciones de una posteridad profundamente seria e intelectual.
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Capít ul o Vi I
La primera impresión
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l edificio tenía una enorme entrada. Todo allí tenía colosales dimensiones. El arco de la entrada estaba ricamente esculpido, pero, naturalmente, no pude observar desde muy cerca las esculturas, aunque me pareció vislumbrar indicios de antiguos adornaos fenicios al pasar y me sorprendió que estuvieran muy rotos y deteriorados por el tiempo. La enorme puerta daba a un vestíbulo relativamente grande, tapizado de oscuro. El techo estaba en la sombra, y las ventanas, guarnecidas sólo en parte por cristales de colores, dejaban pasar una luz suave. El suelo estaba hecho de inmensos bloques de un metal muy duro. En tanto iban abriéndose ante mí grandes y misteriosas puertas, aumentaba la multitud de gente menuda de vestidos alegres y suavemente coloridos, y de miembros tersos y blancos, que producía un melodioso coro de risas y de alegres palabras. Mi impresión general del mundo que veía sobre sus cabezas era la de un confuso derroche de hermosos arbustos y de flores, de un jardín largo tiempo descuidado y, sin embargo, sin malas hierbas. Mientras tanto, la Máquina del Tiempo quedó abandonada sobre la hierba, frente a la efigie.
Había innumerables mesas de mármol, elevadas a treinta centímetros del suelo con montones de frutas. Reconocí algunas como una especie de frambuesas y naranjas, pero la mayoría eran muy raras. Entre las mesas había esparcidos numerosos almohadones. Mis guías se sentaron sobre ellos, indicándome que hiciese otro tanto. Con una grata ausencia de ceremonia comenzaron a comer las frutas con sus manos. Seguí su ejemplo, pues tenía sed y estaba hambriento. Mientras lo hacía, observé el vestíbulo. Tenía un aspecto ruinoso. Los cristales de color estaban rotos en muchos sitios y las cortinas que colgaban sobre el extremo inferior aparecían cubiertas de polvo. También descubrí que la esquina de la mesa cercana a mí estaba rota. No obstante lo cual, el efecto general era de suma suntuosidad y muy pintoresco. Había allí, quizá, doscientas personas comiendo. Muchas se sentaban tan cerca de mí como podían, y me contemplaban con interés, brillándoles los ojos sobre el fruto que comían. Todas estaban vestidas con la misma tela suave y, sin embargo, fuerte. La fruta, dicho sea de paso, constituía todo su régimen alimenticio. Aquella gente del remoto futuro era estrictamente vegetariana, y mientras estuve con ella, pese
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a algunos deseos carnívoros, tuve que ser grupos de aquellos hombres del futuro, que frugívoro. Los caballos, el ganado, las oveme seguían a corta distancia, parloteando y jas, los perros se habían extinguido. Pero riendo a mi costa. Sin embargo, me hacían las frutas eran en verdad deliciosas; una en gestos amistosos y, alejados, me dejaban particular, harinosa y de envoltura trianguentregado a mis propios pensamientos. lar, que fue mi alimento habitual. Faltaba poco para la noche cuando salí Tan pronto como calmé del gran vestíbulo. El enorun poco mi apetito, decidí me edificio que acababa de aprender el lenguaje de abandonar estaba situado Llenó sus pulmones aquellos nuevos compasobre la ladera de un valle con el aire extraño. ñeros míos. Las frutas por el que corría un ancho Contempló un cielo lleno de estrellas desconocidas parecían una cosa aderío. Decidí subir a la cumy buscó inútilmente cuada para iniciar aquel bre de una colina cercana algún diseño familiar. Un aprendizaje; levanté una para observar todo lo que viento helado recorrió la llanura. El planeta parecía y probé comunicarme con pudiera antes que fuera abandonado, desolado, una serie de sonidos y de noche cerrada. vacío. En la escuela había estudiado algo acerca gestos interrogativos. Al Mientras caminaba, esde Lemnos: era uno de principio, mis intentos trotaba alerta a toda impresión los antiguos planetas abandonados por una pezaron con unas miradas que pudiera explicarme el extraña raza desconocida fijas de sorpresa o con risas estado de ruinoso esplenque había desaparecido mil interminables, pero pronto dor en que encontré al siglos antes. una criatura de cabellos mundo. R. Silverberg, El hombre en el laberinto rubios pareció captar mi En un pequeño senintención y repitió un nomdero que ascendía a la bre. Ellos charlaron y se colina, por ejemplo, había explicaron largamente la un amontonamiento de cuestión unos a otros, y mis primeras tentagranito, ligado por masas de aluminio, un tivas de imitar los exquisitos sonidos de su amplio laberinto de murallas escarpadas y lenguaje produjeron una enorme e ingenua, de piedras desmoronadas, entre las cuales ya que no cortés, diversión. crecían espesos macizos de bellas plantas Sin embargo, insistí. Pero era una taen forma de pagoda, de hojas maravillosarea lenta, y aquellos pequeños seres se mente coloridas de marrón. cansaron pronto y quisieron huir de mis Miré alrededor con un repentino peninterrogaciones. Entendí que podía seguir samiento: no había allí ninguna casa peadelante con mi propósito, pero sólo en queña. dosis pequeñas. Al parecer, la casa de familia había Jamás he visto gente que se cansase con desaparecido. Aquí y allá entre la verdura tanta facilidad. había edificios semejantes a palacios, pero Franqueé la puerta y me salí de nuevo la casa normal había desaparecido. a la luz del sol del mundo. Encontré a más «Es el comunismo», dije para mí.
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Luego, miré la media docena de figuritas que me seguían. Entonces, en un relámpago, percibí que todas tenían la misma forma de vestido, la misma cara imberbe y suave, y la misma delicada blancura de miembros. Podrá parecer raro, quizá, que no hubiese yo notado aquello antes. Pero, ¡era todo tan extraño! Ahora veo el hecho con plena claridad. En el vestido y en todas las diferencias de contextura que marcan hoy la distinción entre uno y otro sexo, aquella gente del futuro era idéntica. Viendo la desenvoltura y la seguridad en que vivían aquellas gentes, comprendí que aquel estrecho parecido de los sexos era, después de todo, lo que podía esperarse; pues la fuerza de un hombre y la delicadeza de una mujer, la institución de la familia y la diferenciación de ocupaciones son simples necesidades militantes de una edad de fuerza física. Allí donde la población es equilibrada y abundante, muchos nacimientos llegan a ser un mal más que un beneficio para el Estado; allí donde la violencia es rara y la prole es segura, hay menos necesidad –realmente no existe la necesidad– de una familia eficaz, y la especialización de los sexos con referencia a las necesidades de sus hijos desaparece. Esto, debo recordárselo a ustedes, era una conjetura que hacía yo en aquel momento. Después, iba a poder apreciar cuán lejos estaba de la realidad. Mientras meditaba sobre estas cosas, atrajo mi atención una linda y pequeña construcción, parecida a un pozo bajo una cúpula. Pensé de modo pasajero en la singularidad de que existiese aún un pozo, y luego reanudé el hilo de mis teorías, sin encontrar grandes edificios. Al llegar a la cumbre de
la colina, me di cuenta que estaba solo por primera vez, con una extraña sensación de libertad y de aventura. A poco de caminar por allí, encontré un asiento hecho de un metal amarillo, semicubierto de musgo, que tenía los apoyabrazos bruñidos en forma de cabezas de grifo. Me senté y contemplé la amplia visión de nuestro viejo mundo bajo el sol poniente de aquel largo día. Era uno de los más bellos y agradables espectáculos que he visto nunca. El sol se había puesto ya por debajo del horizonte y el oeste era de oro llameante, tocado por algunas barras horizontales de púrpura y carmesí. Por debajo estaba el valle del Támesis en donde el río se extendía como una banda de acero pulido. He hablado ya de los grandes palacios que despuntaban entre el abigarrado verdor, algunos en ruinas y otros ocupados aún. Aquí y allá surgía una figura blanca o plateada en el devastado jardín de la tierra, aquí y allá aparecía la afilada línea vertical de alguna cúpula u obelisco. No había setos, ni señales de derechos de propiedad, ni muestras de agricultura. La tierra entera se había convertido en un jardín. Contemplando esto, pude elaborar la primera explicación, fruto de mis primeras impresiones: la obra de mejoramiento de las condiciones de vida –el verdadero proceso civilizador que hace la vida cada vez más segura– había avanzado constantemente hacia su culminación. Un triunfo de una Humanidad unida sobre la Naturaleza había seguido a otro. Cosas que ahora son tan sólo sueños habían llegado a ser proyectos deliberadamente emprendidos y llevados adelante. ¡Y lo que yo veía era el fruto de aquello!
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Después de todo, la ciencia de nuestro Allí no había signo alguno de lucha, ni tiempo no ha atacado más que una pequesocial ni económica. ña división del campo de las enfermedades La tienda, el anuncio, el tráfico, todo humanas, pero, aun así, extiende sus opeese comercio que constituye la realidad de raciones de modo constante y persistente. nuestro mundo había desaparecido. Algún día nuestro mundo estará mejor Era natural que en aquella noche organizado y será incluso preciosa me apresurase a mejor. Ésta es la dirección aprovechar la idea de un de la corriente a pesar de paraíso social. La dificultad También allí querían un los remansos. El mundo del aumento de población humano. Un humano entero será inteligente, había sido resuelta, suponllevaba consigo una valiosa culto y servicial; las cosas go, y la población cesó de gnosis, una carga de tradición que los mutantes se moverán más y más de aumentar. necesitaban incorporar prisa hacia la sumisión Pensé en la pequeñez fía sus tambaleantes estructuras sociales. de la Naturaleza. Al final, sica de la gente, en su falta Necesitaban contacto sabia y cuidadosamente, de inteligencia, en aquellas con el pasado. Un ser humano era un brujo, un reajustaremos el equilibrio enormes y profundas ruinas; sabio que podía instruir de la vida animal y vegetal y esto fortaleció mi creencia y enseñar. Enseñar a los para adaptarlas a nuestras en una conquista perfecta mutantes cómo había sido la vida, cómo habían necesidades humanas. de la Naturaleza. Porque actuado y vivido, y qué Este reajuste, digo yo, después de la batalla viene aspecto habían tenido sus antepasados. debe haber sido hecho y la calma. La Humanidad P. Dick, bien hecho, en el espacio había sido fuerte, enérgica Visita a un planeta extraño de tiempo a través del e inteligente, y había utilicual mi máquina había zado su abundante vitalidad saltado. El aire estaba lipara modificar las condibre de mosquitos, la tierra ciones en las cuales vivía. de malas hierbas y de hongos; por todas Y ahora llegaba la reacción de aquellas partes había frutas y flores deliciosas; condiciones cambiadas. brillantes mariposas revoloteaban aquí y En las nuevas condiciones de bienestar allá. El ideal de la medicina preventiva y de seguridad perfectos, esa bulliciosa estaba alcanzado. Las enfermedades haenergía, que es nuestra fuerza, llegaría a ser bían sido suprimidas. No vi ningún indicio debilidad. Hasta en nuestro tiempo ciertas de enfermedad contagiosa durante toda mi inclinaciones y deseos, en otro tiempo neestancia allí. cesarios para sobrevivir, son un constante Se habían conseguido también triunfos origen de fracaso. La valentía física y el amor sociales. Veía yo la Humanidad alojada en al combate, por ejemplo, no representan una espléndidas moradas, suntuosamente vesgran ayuda –pueden incluso ser obstáculos– tida y, sin embargo, no había encontrado para el hombre civilizado. Y en un estado de aquella gente ocupada en ninguna faena. equilibrio físico y de seguridad, la potencia,
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tanto intelectual como física, estaría fuera de lugar. Pensé que durante incontables años no había habido peligro alguno de guerra o de violencia aislada, ningún peligro de fieras, ninguna enfermedad agotadora que haya requerido una constitución vigorosa, ni necesitado un trabajo asiduo. Permanecí allí en las condensadas tinieblas pensando que con aquella simple explicación había yo dominado el problema de aquel mundo. Tal vez los obstáculos por ellos ideados para detener el aumento de población habían tenido demasiado buen éxito, y su número, en lugar de permanecer estacionario, había más bien disminuido. Esto hubiese explicado aquellas ruinas abandonadas. Era muy sencilla mi explicación y bastante plausible, ¡como lo son la mayoría de las teorías equivocadas! Mientras permanecía meditando sobre este triunfo demasiado perfecto del hombre,
la luna llena salió entre un desbordamiento de luz plateada, al nordeste. Las brillantes figuritas cesaron de moverse debajo de mí, un búho silencioso revoloteó, y me estremecí con el frío de la noche. Decidí descender y elegir un sitio donde poder dormir. Busqué con los ojos el edificio que conocía. Luego mi mirada corrió a lo largo de la figura de la Esfinge Blanca sobre su pedestal de bronce, cada vez más visible a medida que la luz de la luna ascendente se hacía más brillante. Una extraña duda heló mi satisfacción. «No», me dije con resolución, «ésa no es la pradera». Pero era la pradera. Pues la lívida cara de la esfinge estaba vuelta hacia allí. ¿Pueden ustedes imaginar lo que sentí cuando tuve la plena convicción de ello? No podrían. ¡La Máquina del Tiempo había desaparecido!
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C apít ul o VI I I
La desagradable sorpresa
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omo un latigazo en la cara, se me ocurrió la posibilidad de perder mi propia época, de quedar abandonado e impotente en aquel extraño mundo nuevo. Sentí como si me agarraran por la garganta, cortándome la respiración. Un momento después, estaba corriendo ladera abajo presa de un ataque de miedo. En seguida tropecé, caí de cabeza y me hice un corte en la cara; no perdí el tiempo en restañar la sangre, salté de nuevo y seguí corriendo, mientras me escurría la sangre caliente por la mejilla y el mentón. Corría todo cuanto me era posible aunque instintivamente sabía que la máquina había sido transportada fuera de mi alcance. Respiraba con dificultad. Mientras iba corriendo maldecía en voz alta mi necia confianza, derrochando así mi aliento. Gritaba muy fuerte y nadie contestaba. Ningún ser parecía agitarse en aquel mundo iluminado por la luna. Cuando llegué a la pradera, mis peores temores se confirmaron. No se veía el menor rastro de la máquina. Me sentí desfallecido y helado. Luego, corrí desesperado alrededor, como si la máquina pudiera estar oculta en algún rincón. De pronto, vi la esfinge. Parecía reírse burlonamente de mi congoja.
Pude haberme consolado imaginando que los pequeños seres habían llevado el aparato a algún refugio, pero no: me acongojaba la sensación que algún poder insospechado hasta entonces había hecho desaparecer mi invento. Sin embargo, estaba seguro de una cosa: la máquina no podía haberse movido a través del tiempo. Yo tenía las palancas conmigo –les mostraré después el sistema– y, sin ellas, nadie podía ponerla en movimiento. Había sido transportada y escondida solamente en el espacio. Pero, entonces, ¿dónde podía estar? Recuerdo haber revisado todos los arbustos que rodeaban a la esfinge. En un momento, comencé a golpearlos con mis puños cerrados hasta que mis articulaciones quedaron heridas y sangrantes por las ramas partidas. Mientras me dedicaba frenéticamente a esta tarea, me asustó un ser que tomé por un cervatillo. Luego, sollozando y delirando en mi angustia de espíritu, descendí hasta el gran edificio de piedra en donde había estado. Resbalé sobre un suelo desigual y caí encima de una de las mesas. Encendí una cerilla y, al otro lado de las cortinas polvorientas de las que les he hablado, encontré el vestíbulo cubierto de almohadones, sobre los cuales dormía una veintena de aquellos pequeños seres. Estoy
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seguro de que encontraron mi segunda apaMe senté en el frescor de la mañana; con rición bastante extraña, surgiendo repentinala clara luz del día, podía considerar de frente mente de la tranquila oscuridad con ruidos mis circunstancias. ¿La máquina está perdida inarticulados y el chasquido y la llama de una o definitivamente destruida? Allí mismo me cerilla. Porque ellos habían olvidado lo que dije que era importante estar tranquilo, ser eran las cerillas. « ¿Dónde está mi Máquina paciente y conocer a estos seres. Sólo así del Tiempo?», comencé, chipodría tener una idea clara llando como un niño furioso, de cómo se había perdido mi asiéndolos y sacudiéndolos a aparato, y de los medios de un tiempo. Debió parecerles conseguir materiales y heEncendió la lámpara de su casco. El haz iluminó muy raro aquello. Algunos rramientas, a fin de poder, al un pálido círculo frente a rieron, la mayoría parecieron final, construir tal vez otro. él, entre los árboles, entre las derruidas columnas de amedrentados. Ésa era mi única esperanza. cemento, los montones de Bruscamente tiré la ceriDespués de todo –intenté vigas oxidadas. Entró en lla y, chocando con algunos consolarme–, aquél era un las ruinas. (…) ¿A dónde habían ido? ¿Qué les había de aquellos seres, salí afuera mundo bello y curioso. pasado? Trent caminó bajo la luz de la luna. Oí griTal vez la máquina había atontado. Allí habían vivido seres humanos, tos de terror y sus pequeños sido tan sólo sustraída. Aun allí habían trabajado, pies corriendo y tropezando así, debía mantenerme sesobrevivido. Habían subido a la superficie. Podía ver aquí y allá. No recuerdo todo reno y tener paciencia para los vehículos con cabezas lo que hice mientras la luna recuperarla. excavadoras, aparcados ascendía por el cielo. Estaba Examiné cuidadosaentre las torres, ahora grisáceos por la nieve desesperanzado, separado de mente el suelo de la zona nocturna. Habían subido y mi propia especie, como un hasta que encontré unos luego... se habían ido. extraño animal en un mundo surcos. Había alrededor ¿A dónde? desconocido. Debí desvariar otras señales de traslación, P. Dick, Visita a un planeta extraño de un lado para otro, chillancon extrañas y estrechas do y vociferando contra Dios huellas de pasos tales que y el destino. Recuerdo que las pude creer hechas por estaba horriblemente fatigaun perezoso. Esto dirigió do, pero seguí revisando con desesperación mi atención más cerca del pedestal, que en cualquier lugar, en todos los lugares. Por estaba adornado con unos paneles de bronce último, me tendí sobre la tierra junto a la a cada lado. esfinge, llorando por mi absoluta desdicha. Me acerqué a golpearlos. El pedestal era No me quedaba más que mi desgracia. Luego hueco. Examinando los paneles descubrí me dormí. que quedaba una abertura entre ellos y el Cuando desperté otra vez era ya muy de marco. No había allí asas ni cerraduras, día, y una pareja de gorriones brincaba a pero era posible que aquellos paneles, si mi alrededor sobre la hierba, al alcance de eran puertas como yo suponía, se abriesen mi mano. hacia dentro. Una cosa me aparecía clara:
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mi Máquina del Tiempo estaba dentro de aquel pedestal. Cómo había llegado hasta allí era un problema diferente. Vi dos seres vestidos color naranja que venían hacia mí. Me volví a ellos sonriendo. Entonces, señalando el pedestal de bronce, intenté darles a entender mi deseo de abrirlo. Pero a mi primer gesto hacia allí se comportaron de un modo muy extraño. Se alejaron como si hubiesen recibido un gran insulto. Intenté una amable mímica parecida ante otro de los seres del futuro que estaba vestido de blanco, exactamente con el mismo resultado. Cuando lo vi dar la vuelta, como los otros, no pude contener mi mal humor. En tres zancadas lo alcancé, lo tomé y lo empecé a arrastrar hacia la esfinge. Entonces vi tal horror y tal repugnancia en su rostro que lo solté. Golpeé con los puños los paneles de bronce. Creí oír algún movimiento dentro –para ser más claro, creí percibir un ruido como de risas sofocadas–, pero debí equivocarme. Entonces fui a buscar una gruesa piedra al río, y volví a martillar con ella los paneles. La delicada gentecilla debió de oírme golpear, pero no se acercó. Vi una multitud de ellos por las laderas, mirándome furtivamente. Al final, sofocado y rendido, me senté para vigilar aquel sitio. Pero estaba demasiado inquieto para vigilar largo rato. Soy demasiado occidental para una larga vigilancia. Puedo trabajar durante años enteros en un problema, pero aguardar inactivo durante veinticuatro horas es otra cuestión. Después de un rato me levanté, y empecé a caminar sin rumbo entre la maleza, hacia la colina otra vez. «Paciencia –me dije–, si quieres recuperar tu máquina debes dejar
sola a la esfinge. Si piensan quitártela, de poco sirve destrozar sus paneles de bronce, y si no piensan hacerlo, te la devolverán. Enfréntate con este mundo. Aprende sus usos, obsérvalo, abstente de hacer conjeturas demasiado precipitadas en cuanto a sus intenciones. Al final encontrarás la pista de todo esto». Entonces, me di cuenta de lo cómico de la situación: el recuerdo de los años que había gastado en estudios y trabajos para adentrarme en el tiempo futuro y, ahora, una ardiente ansiedad por salir de él. Me había creado la más complicada y desesperante trampa que haya podido inventar nunca un hombre. Aunque era a mi propia costa, no pude remediarlo. Me reí a carcajadas. Cuando cruzaba el enorme palacio, me pareció que aquellas personas me esquivaban. Tuve buen cuidado de mostrar que no me importaba y de no molestarlos. En el transcurso de uno o dos días las cosas volvieron a su antiguo estado. Hice todos los progresos que pude en su lengua, y, además, proseguí mis exploraciones aquí y allá. Su lengua parecía muy rudimentaria, compuesta casi exclusivamente de sustantivos concretos y verbos. Como sus frases eran por lo general simples y de dos palabras, no pude darles a entender ni comprender las cosas más sencillas. Decidí apartar la idea de mi Máquina del Tiempo y el misterio de las puertas de bronce de la esfinge hasta donde fuera posible, en un rincón de mi memoria, esperando que mi creciente conocimiento me llevase a ella por un camino natural. Sin embargo, cierto sentimiento, como podrán ustedes comprender, me retenía en un círculo de unos cuantos kilómetros alrededor del sitio de mi llegada.
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Hasta donde podía ver, el mundo entero asociarlo con la instalación sanitaria de desplegaba la misma exuberante riqueza aquellas gentes. que ya conocía. Aquí y allá el agua brillaba Era una conclusión evidente, pero absocomo plata, y más lejos la tierra se elevaba lutamente equivocada. en azules ondulaciones de colinas, y desPor otro lado, los diversos y enormes paaparecía así en la serenidad del cielo. Un lacios que había yo explorado eran simples rasgo peculiar que pronto viviendas, grandes salones atrajo mi atención fue la comedores y amplios dorpresencia de ciertos pozos mitorios. No pude encontrar circulares, varios de ellos, ni máquinas ni herramienPero me sobresalté al verlos llegar por el según me pareció, de una tas de ninguna clase. Sin viejo sendero. Tuve que profundidad muy grande. embargo, aquella gente iba mirar el almanaque para asegurarme de que no Como los otros, estaban borvestida con bellos tejidos, era 1929. deados de bronce, curiosaque deberían necesariaR. Bradbury, mente forjado, y protegidos mente renovar de vez en La otra ruta de la lluvia por una pequeña cuando, y sus sandalias, cúpula. Sentado sobre el aunque sin adornos, eran borde de aquellos pozos, y muestras bastante compleescrutando su oscuro fondo, jas de labor metálica. De no pude divisar ningún centelleo de agua, ni un modo o de otro tales cosas debían ser conseguir ningún reflejo con la llama de una fabricadas. Y aquellas personitas no trabajacerilla. Pero en todos ellos oí cierto ruido: ban... No había tiendas, ni talleres, ni señal un toc-toc-toc, parecido a la pulsación de ninguna de importaciones entre ellos. Gasalguna enorme máquina; y descubrí, por taban todo su tiempo en retozar lindamente, la llama de mis cerillas, que una corriente en bañarse en el río, en hacerse el amor de continua de aire soplaba abajo, dentro del una manera semijuguetona, en comer frutas hueco de los pozos. Además, arrojé un pey en dormir. No pude ver cómo se conseguía dazo de papel en el orificio de uno de ellos; que las cosas siguieran marchando. y en vez de descender revoloteando poco a Volvamos, entonces, a la Máquina del poco, fue velozmente aspirado y se perdió Tiempo: alguien, no sabía yo quién, la había de vista. encerrado en el pedestal hueco de la Esfinge Después de un rato, llegué a relacionar Blanca. ¿Por qué? No tenía idea. Estaban aquellos pozos con altas torres que se elevatambién aquellos pozos sin agua, aquellas ban aquí y allá sobre las laderas. Enlazando columnas de aireación. Comprendí que me estas cosas, llegué a la firme presunción faltaba una pista y estaba confundido de un amplio sistema de ventilación sub¡Pues bien, al tercer día de mi visita, así terránea, cuya verdadero significado no era como se me presentaba el mundo del podía imaginar. Me incliné al principio a año 802.701!
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Capítu lo I X
Weena
A
hora les contaré de la única amistad edificio que usaba como base para ir y venir que pude hacer en aquel mundo futuro de mis exploraciones. Me recibió con gritos y extraño. Al día siguiente, encontré a un de deleite, y me ofreció una gran guirnalda grupo bañándose en el río. De pronto, uno de flores, hecha evidentemente para mí. de ellos sufrió un calambre Hice cuanto pude para y empezó a ser arrastrado por mostrar mi reconocimiento el agua. La corriente prinpor su regalo. Pronto estuNo espero nada. Esto no cipal era más bien rápida, vimos sentados juntos bajo es horrible. Después de aunque no demasiado fuerte un árbol sosteniendo una resolverlo, he ganado tranquilidad. Pero esa para un nadador de nuestra conversación compuesta mujer me ha dado una época. Sin embargo, ninguno principalmente de sonriesperanza. Debo temer las de sus compañeros hizo el sas. La amistad de aqueesperanzas… más leve gesto para intenlla criatura me afectaba A. Bioy Casares, La invención de Morel tar salvar aquel pequeño exactamente como puede ser que gritaba débilmente afectar la de una niña. Nos y que se estaba ahogando dábamos flores uno a otro, ante sus ojos. Cuando me di y ella me besaba las manos. cuenta, me despojé rápidamente de la ropa, y Le besé yo también las suyas. Luego invadeando el agua por el sitio más bajo, tomé tenté hablar y supe que se llamaba Weena, la muchachita y la puse a salvo en la orilla. nombre que a pesar de no saber yo lo que Unas ligeras fricciones de sus miembros la significaba me pareció en cierto modo muy reanimaron pronto, y tuve la satisfacción de apropiado. Éste fue el comienzo de una verla completamente bien antes de sepaextraña amistad que duró una semana, ¡y rarme de ella. Desde la desaparición de la que terminó como les diré! Máquina, tenía tan poca estima por los de su Era ella exactamente parecida a una raza que no esperé ninguna gratitud de ella. niña. Quería estar siempre conmigo. InSin embargo, me equivoqué. tentaba seguirme por todas partes. Así, Lo relatado ocurrió por la mañana. Por la al día siguiente, al salir hacia una nueva tarde encontré a mi mujercita al regresar al exploración, me rompió el corazón tener
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que dejarla, exhausta y llamándome queno comprendí la lección de ese temor y, jumbrosamente. Sin embargo, era preciso pese a la angustia de Weena, me obstiné en conocer a fondo los problemas de aquel acostarme apartado de aquellas multitudes mundo. También, debo decirlo, ella era un adormecidas. Esto la inquietó mucho, pero gran alivio para mí. Creí que era un simple al final, su extraño afecto por mí triunfó, y cariño infantil el que la hacía apegarse a durante cinco noches, incluida la última mí. Hasta que fue demade todas, durmió ella con siado tarde, no supe con la cabeza recostada sobre claridad qué pena le había mi brazo. Trent se sentó, infligido al abandonarla, Pero volvamos a mi recompletamente despierto. ni lo que era ella para mí. lato: antes de conocer a Las figuras eran Por su manera fútil de mosWeena había soñando muy vagamente humanas... pero no mucho. Insectos. trar que yo le preocupaba, desagradablemente que me P. Dick, aquella humana muñequita ahogaba, y que unas anéVisita a un planeta pronto dio a mi regreso a las monas de mar me palpaban extraño proximidades de la Esfinge la cara con sus blandos Blanca casi el sentimiento apéndices. Me desperté de la vuelta al hogar. Cada sobresaltado, con la extraña vez que regresaba a la colisensación de que un animal na, yo esperaba ansioso la aparición de su gris acababa de huir. Intenté dormirme de delicada figurita blanca y oro. nuevo, pero me sentía tenso y a disgusto. Por ella supe también que el temor no Era esa hora incierta y gris en que las cosas había desaparecido aún de la tierra. Ella acaban de surgir de las tinieblas, cuando se mostraba bastante intrépida durante el todo es incoloro y se recorta con fuerza, aun día y tenía una extraña confianza en mí; pareciendo irreal. pues una vez, en un momento estúpido, Ya que no dormiría, había decidido conle hice muecas amenazadoras y ella sólo templar la salida del sol. se echó a reír. Pero le amedrentaban la La luna se ponía, y su luz moribunda y las oscuridad, las sombras, las cosas negras. primeras palideces del alba se mezclaban Las tinieblas eran para ella la única cosa en una semiclaridad fantasmal. Los arbustos aterradora. Era una emoción singularmente eran de un negro tinta, la tierra de un gris viva, y esto me hizo meditar y observarla. oscuro, el cielo descolorido y triste. Y sobre Descubrí, entonces, entre otras cosas, que la colina creía ver unos espectros. En tres aquellos seres se congregaban dentro de las ocasiones distintas, mientras escudriñaba la grandes casas, al anochecer, y dormían en ladera, vi unas figuras blancas. Por dos vegrupos. Entrar donde ellos estaban sin una ces me pareció divisar una criatura solitaria, luz les llenaba de una inquietud tumultuosa. blanca, con el aspecto de un mono, subiendo De noche, nunca encontré a nadie afuera más bien rápidamente por la colina, y una del edificio, o durmiendo solo de puertas vez cerca de las ruinas vi tres de aquellas adentro. Sin embargo, fui tan estúpido que figuras arrastrando un cuerpo oscuro. Se
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movían velozmente. Y no pude ver qué fue de ellas. Parecieron desvanecerse entre los arbustos. El alba era todavía incierta, y dudaba de mis ojos. Cuando el cielo se tornó brillante al este, y la luz del sol subió y esparció una vez más sus vivos colores sobre el mundo, escruté profundamente el paisaje, pero no percibí ningún vestigio de mis figuras blancas. Eran sólo seres de la media luz. «Deben de haber sido fantasmas –me dije–. Me pregunto qué edad tendrán». Pues una singular teoría de Grant Allen vino a mi mente, y me divirtió. Si cada generación fenece y deja fantasmas, argumenta él, el mundo al final estará atestado de ellos. Según esa teoría, habrían crecido de modo innumerable dentro de unos ochocientos mil años a contar de esta fecha, y no sería muy sorprendente ver cuatro a la vez. Pero la broma no era convincente. Creo haberles dicho cuánto más calurosa que la nuestra era la temperatura de esa época. No puedo explicarme por qué. Sea cual fuere la razón, persiste el hecho de que el sol era mucho más fuerte que el que nosotros conocemos. Bien, pues una mañana muy calurosa –la cuarta, creo, desde mi llegada–, cuando intentaba resguardarme del calor entre algunas ruinas colosales cerca del gran edificio donde dormía y co-
mía, ocurrió una cosa extraña: encaramándome sobre aquel montón de mampostería, encontré una estrecha galería, cuyo final y respiradero laterales estaban obstruidos por masas de piedras caídas. En contraste con la luz deslumbrante del exterior, me pareció al principio de una oscuridad impenetrable. Entré a tientas, pues el cambio de la luz a las tinieblas hacía surgir manchas flotantes de color ante mí. De repente me detuve como hechizado. Un par de ojos, luminosos por el reflejo de la luz de afuera, me miraba fijamente desde las tinieblas. El viejo e instintivo terror a las fieras se apoderó de mí. Apreté los puños y miré con decisión aquellos ojos. Luego, recordé aquel extraño terror a las tinieblas que tenían los hombres de aquellos tiempos. Dominando cuanto pude mi terror, avancé un paso y hablé. Confesaré que mi voz era bronca e insegura. Extendí la mano y toqué algo suave. Inmediatamente los ojos se apartaron y algo blanco huyó rozándome. Me volví con el corazón en la garganta, y vi una extraña figurilla de aspecto simiesco, sujetándose la cabeza de una manera especial, cruzar corriendo el espacio iluminado por el sol, a mi espalda. Chocó contra un bloque de granito, se tambaleó, y en un instante se ocultó en la sombra bajo otro montón de escombros de las ruinas.
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Capít ul o X
Los Morlocks
O
bviamente no pude verlo bien. Sin embargo, sé que era de un blanco desvaído, que tenía ojos grandes de un rojo grisáceo, y cabellos muy rubios que le caían por la espalda. Pero se movió con demasiada rapidez para que pudiese verlo con claridad. No puedo siquiera decir si corría a cuatro
pies, o tan sólo manteniendo sus antebrazos muy bajos. Cuando pude salir de mi estupor, lo seguí hasta perderlo cerca de una de aquellas aberturas redondas y parecidas a un pozo. ¿Podría haber desaparecido por dicha abertura? Encendí una cerilla y vi agitarse una pequeña y blanca criatura con
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unos ojos brillantes que me miraban fijamente. ¡Se asemejaba a una araña humana! Descendía por la pared usando una serie de asas de metal que formaban una especie de escalera que se hundía en la abertura. Entonces la llama me quemó los dedos y la solté, apagándose al caer. Cuando encendí otra, el pequeño monstruo había desaparecido. No sé cuánto tiempo permanecí mirando el interior de aquel pozo. Necesité un rato para convencerme a mí mismo de que
aquella cosa era un ser humano. Pero, poco a poco, la verdad se abrió paso en mí: el hombre ya no era una especie única, sino que se había diferenciado en dos seres distintos; las graciosas criaturas que me habían recibido en la superficie no eran los únicos descendientes de nuestra generación. También estaba aquel ser pálido y repugnante que había pasado fugazmente ante mí. Pensé en las columnas de aireación y en mi teoría de una ventilación subterránea. ¿Cómo encajaba este ser en mi esquema
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de una organización perfectamente equimayoría de los animales que viven prolonlibrada? ¿Qué se ocultaba en el fondo de gadamente en la oscuridad, luego, aquellos aquel pozo? Debía bajar allí para buscar las grandes ojos con su facultad de reflejar la respuestas, pero la sola idea me aterraba. luz son rasgos comunes en los seres nocturMe senté sobre el borde. Estaba paralizado. nos, según lo demuestran el búho y el gato. Mientras vacilaba, dos de los bellos seres Y por último, aquel patente desconcierto del Mundo Superior llegaa la luz del sol, y aquella ron corriendo en su amoroapresurada y, sin embargo, so juego desde la luz del sol torpe huida hacia la oscura hasta la sombra. El varón sombra, y aquella postura Bajé al sótano y tuve perseguía a la mujercita tan particular de la cabeza una gran dificultad para orientarme y encontrar, arrojándole flores. mientras estaba a la luz, por dentro, el sitio que Al parecer, no les gustó todo esto reforzaba la teoría correspondía al tragaluz. Estaba del otro lado de la nada que estuviera allí, de una extremada sensibipared. Busqué hendiduras, pues cuando señalé el pozo lidad de la retina. puertas secretas. La pared era muy lisa y muy sólida. e intenté dirigirles una Bajo mis pies, por tanPensé que en una isla, en pregunta en su lengua, se to, la tierra debía estar un lugar tapiado tenía que mostraron angustiados y se inmensamente socavada y haber un tesoro… dieron vuelta. Sin embaraquellos socavones eran la A. Bioy Casares, La invención de Morel go, como les interesaban vivienda de esta raza. La mis cerillas, encendí unas presencia de tubos de vencuantas para divertirlos. tilación y de los pozos a lo Luego, intenté de nuevo largo de las laderas de las con mis preguntas, pero fracasé otra vez. colinas, por todas partes en realidad, excepEstaba perdiendo el tiempo y fui en busca to a lo largo del valle por donde corría el río, de Weena. revelaba sus ramificaciones. ¿No era muy No paraba de pensar. Tenía ahora una natural, entonces, suponer que era en aquel pista para averiguar la importancia de aquemundo subterráneo donde se hacía el traballos pozos, de aquellas torres de ventilación, jo necesario para la comodidad de la raza de aquel misterio de los fantasmas; ¡y esto que vivía a la luz del sol? La explicación era sin mencionar la suerte de mi Máquina del tan plausible que la acepté inmediatamente Tiempo! y llegué hasta imaginar el porqué de aquella He aquí mi nuevo punto de vista. Evidiferenciación de la especie humana. Sé lo dentemente, aquella segunda especie huque están pensando, pero no hace falta que mana era subterránea. Había en especial lo digan. Pronto comprendí por mí mismo tres detalles que me hacían creer que sus cuán alejada estaba de la verdad. raras apariciones sobre el suelo eran la Tomando como referencia los probleconsecuencia de una larga y continuada mas de nuestra propia época, me parecía costumbre de vivir bajo tierra. En primer claro como la luz del día que las actuales lugar, estaba el aspecto lívido común a la diferencias entre los ricos y los pobres,
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profundizadas durante tanto tiempo, llevaexplicaba a la perfección la refinada belleza ran a tal situación. Sin duda les parecerá a y la palidez marchita. ustedes un tanto grotesco –¡y disparatadaAhora me daba cuenta que no había exismente increíble! –; sin embargo, piensen: tido tal triunfo de la educación moral y de la los pobres que pueden trabajar, lo hacen cooperación general, como imaginé. En lude sol a sol; o sea, sólo salen de sus lugar de esto, veía yo una verdadera aristocragares de trabajo (muchas cia, armada de una ciencia veces subterráneos) de perfecta y preparando una noche. Prácticamente no lógica conclusión al sisteven la luz del día y en las ma industrial de hoy día. Y ahora que pienso en ello grandes ciudades como la Su triunfo no había sido con tranquilidad, ahora que nuestra, se encuentran en simplemente un triunfo soha renacido la calma en mi espíritu, y han transcurrido la periferia, no se los quiere bre la Naturaleza, sino un meses desde este extraño ver, incluso se construyen triunfo sobre la Naturaleza y sobrenatural encuentro, ¿qué debo pensar, qué muros para separarlos. Por y sobre el prójimo. Esto, creer? ¡No! ¡Es imposible! otra parte, lo mismo ocurre debo advertirlo a ustedes, ¡Hemos sido juguete de con las industrias, se las era mi teoría de aquel una alucinación de los sentidos! ¡Nuestros ojos aleja todo lo posible de la momento. No tenía ninno vieron lo que creyeron vida de las ciudades. Ahogún guía adecuado como ver! ¡No existe en aquel mundo subterráneo ra pongan todo junto, ¡la ocurre en los libros utópiningún hombre! ¡No habita alternativa subterránea es cos. Mi explicación puede aquellas cavernas inferiores del globo una generación perfectamente razonable! ser errónea por completo. humana, que no sospecha De modo que, al final, Aunque creo que es la más la existencia de los sobre el suelo tenemos a plausible. Pero, aun supopobladores de la superficie ni se encuentra con ellos los Poseedores, buscando niendo esto, la civilización en comunicación! ¡Es una el placer, el bienestar y equilibrada que se había insensatez! ¡Una locura! la belleza, y debajo del sido alcanzado debía haber J. Verne Viaje al centro de la tierra suelo a los No Poseedores; sobrepasado hacía largo los obreros se adaptaron tiempo su cenit, y haber continuamente a las concaído en una profunda diciones de su trabajo. decadencia. La seguridad Una vez allí, tuvieron, sin demasiado perfecta de los duda, que pagar por la ventilación de sus habitantes del Mundo Superior los había cavernas; y si se negaban, los mataban de llevado, en un pausado movimiento de dehambre o los asfixiaban para hacerles pagar generación, a una baja general de estatura, los atrasos. Los supervivientes acabaron de fuerza e inteligencia. Eso podía yo verlo por estar adaptados a las condiciones de ya con bastante claridad. Sin embargo, no la vida subterránea y tan satisfechos en su sospechaba aún lo que había ocurrido a los medio como la gente del Mundo Superior habitantes del Mundo Subterráneo, pero por en el suyo. Todo lo anterior, me parecía, lo que había visto de los Morlocks –que era
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el nombre que daban a aquellos seres– podía imaginar que la modificación del tipo humano era aún más profunda que entre los Eloi, la raza que ya conocía. ¿Por qué los Morlocks habían robado mi Máquina del Tiempo? Pues estaba seguro de que eran ellos quienes la tenían. ¿Y por qué, también, si los Eloi eran los amos, no podían devolvérmela? ¿Y por qué sentían un miedo tan terrible de la oscuridad? Empecé a interrogar a Weena acerca de aquel
mundo subterráneo, pero de nuevo quedé defraudado. Al principio no comprendió mis preguntas, y luego se negó a contestarlas. Se estremecía como si el tema le fuese insoportable. Y cuando la presioné, quizá un poco bruscamente, se deshizo en llanto. Entonces, me dediqué a borrar de los ojos de Weena aquellas muestras de su herencia humana. Pronto sonrió, aplaudiendo con sus manitas, mientras yo encendía con solemnidad una cerilla.
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Podrá parecerles raro, pero dejé pasar dos días antes de seguir la reciente pista que llevaba al camino apropiado. Sentía una aversión especial por aquellos cuerpos pálidos. Tenían exactamente ese tono semiblancuzco de los gusanos y de los animales conservados en alcohol en un museo de zoología. Y al tacto eran de una frialdad repugnante. Mi aversión se debía en gran parte a la influencia simpática de los Eloi, cuyo asco por los Morlocks empezaba yo a comprender.
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Capítu lo X I
La aventura temida
L
a noche siguiente no dormí nada bien. Estaba abrumado de dudas. Sólo me tranquilizaba la presencia de Weena. En aquel momento se me ocurrió que faltaba poco para que la luna entrara en su último cuarto. En ese momento, las noches serían oscuras y, entonces, habría más apariciones de aquellos desagradables seres subterráneos. Durante esos dos días tuve la inquieta sensación de quien elude una obligación inevitable. Estaba seguro de que solamente recuperaría la Máquina del Tiempo penetrando audazmente en aquellos misterios del subsuelo. Sin embargo, no podía enfrentarme con aquel enigma. De haber tenido un compañero la cosa sería muy diferente. Pero estaba solo, y pensar en descender por las tinieblas del pozo me hacía palidecer. Esta inquietud, esta inseguridad, era quizá la que me arrastraba más y más lejos en mis excursiones exploradoras sobre la superficie. Así, descubrí una amplia construcción verde, de estilo diferente de las que había visto hasta entonces. Era más grande que el mayor de los palacios o ruinas que conocía, y la fachada tenía un aspecto oriental: mostraba el brillo de un tono gris pálido, de cierta clase de porcelana china.
Pero el día declinaba ya, y llegué a la vista de aquel lugar después de un largo y extenuante rodeo; por lo cual decidí aplazar la aventura para el día siguiente, y volví hacia la bienvenida y las caricias de la pequeña Weena. Pero a la mañana siguiente me di cuenta con suficiente claridad de que mi curiosidad referente al Palacio de Porcelana Verde era un acto de autodecepción, capaz de evitarme, por un día más, la experiencia que yo temía. Decidí emprender el descenso sin más pérdida de tiempo, y salí al amanecer hacia un pozo cercano a las ruinas de granito y aluminio. La pequeña Weena vino corriendo conmigo. Bailaba junto al pozo, pero, cuando vio que me inclinaba mirando hacia abajo, pareció singularmente desconcertada. «Adiós, pequeña Weena», dije, besándola; y luego, dejándola sobre el suelo, comencé a buscar los escalones y los ganchos más bien de prisa, ¡pues temía que flaquease mi valor! Al principio ella me miró con asombro. Luego lanzó un grito quejumbroso y, corriendo hacia mí, quiso retenerme con sus manitas. Creo que su oposición me incitó más bien a continuar. La rechacé, acaso un poco bruscamente, y un momento después estaba bajando en el pozo. Miré hacia arri-
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ba, vi su cara agonizante y le sonreí para No sé cuánto tiempo permanecí tenditranquilizarla. do allí. Me despertó una mano suave que El descenso lo efectué por medio de los tocaba mi cara. Me levanté de un salto barrotes metálicos que sobresalían de las en la oscuridad y, sacando mis cerillas, paredes del pozo, que estaban adaptados a encendí una rápidamente: vi tres seres las necesidades de seres mucho más pequeencorvados y blancos semejantes a aquel ños que yo. Por ello, pronto que había visto sobre la me sentí entumecido y fatitierra, en las ruinas, y que gado. Entonces paré unos huyó velozmente de la luz. La idea de que un descenso instantes pero, de pronto, Viviendo, como vivían, a través de la sólida roca uno de los barrotes cedió de en las que me parecían pudiera ser tan enorme sin alcanzar el centro mismo repente bajo mi peso y me tinieblas impenetrables, del planeta, o de que una balanceé en las tinieblas. sus ojos eran de un tamaño cuerda confeccionada por el hombre fuese tan larga Durante un momento quedé anormal y muy sensibles. como para descolgarme suspendido por una mano. No me cabía duda de que a esa profundidad Después de esa prueba no podían verme en aquella incalculable de la tierra, era tan espantosa que me atreví a descansar de absoluta oscuridad, y no me resultaba más fácil nuevo. Aunque mis brazos parecieron tener miedo dudar de mis sentidos trastornados que aceptarla y mi espalda me doliesen de mí, aparte de su temor como un hecho. ahora agudamente, seguía a la luz. Pero, en cuanto H. Lovecraft, descendiendo de un tirón, encendí una cerilla con Encerrado con los faraones tan de prisa como era posiobjeto de verlos, huyeron ble. Al mirar hacia arriba, veloces, y desaparecieron vi la abertura, un pequeño dentro de unos sombríos disco azul, en el cual era visible una estrella, canales y túneles, desde los cuales me mimientras que la cabeza de la pequeña Weena raban sus ojos del modo más extraño. aparecía como una proyección negra y redonIntenté llamarlos, pero su lenguaje era al da. El ruido acompasado de una máquina, parecer diferente del de los habitantes del desde el fondo, se hacía cada vez más fuerte Mundo Superior; por lo cual la tentación de y opresivo. Todo, salvo el pequeño disco de huir me dominó; pero me dije a mí mismo: arriba, era profundamente oscuro, y cuando «Estás aquí ahora para eso», y avancé a lo volví a mirar hacia allí, Weena había deslargo del túnel, sintiendo que el ruido de la aparecido. Me sentí desfallecer, pero seguí maquinaria se hacía más fuerte. descendiendo. Por último, con un profundo Pronto dejé de notar las paredes a mis alivio, vi aparecer a mi derecha una estrecha lados, llegué a un espacio amplio y abierto, y abertura en la pared. Me introduje allí y desencendiendo otra cerilla, vi que había entracubrí que había un reducido túnel horizontal do en una vasta caverna abovedada. Vi lo que en el cual pude tenderme y descansar. El se puede ver mientras arde una cerilla. aire estaba lleno del palpitante zumbido de Mi recuerdo es, por lo tanto, vago. Granla maquinaria que ventilaba el pozo. des formas parecidas a enormes máquinas
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noso animal podía haber sobrevivido para suministrar semejante pedazo de carne. Todo era muy confuso: el denso olor, las enormes formas carentes de significado, la figura repulsiva espiando en las sombras, ¡y esperando tan sólo a que volviesen a reinar las tinieblas para acercarse a mí de nuevo! Entonces la cerilla se apagó, quemándome los dedos, y cayó, con una roja ondulación, en las tinieblas. He pensado después lo mal equipado que estaba yo para semejante experiencia. Cuando la inicié con la Máquina del Tiempo, lo hice en la absurda suposición de que
surgían de la oscuridad y proyectaban negras sombras entre las cuales los inciertos y espectrales Morlocks se guarecían de la luz. El sitio era muy sofocante y opresivo, y débiles emanaciones de sangre fresca flotaban en el aire. Un poco más abajo del centro había una mesita de un metal blanco, en la que parecía haberse servido una comida. ¡Los Morlocks eran, sin duda alguna, carnívoros! Aun en aquel momento, recuerdo haberme preguntado qué volumi-
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Mundo Superior, para quienes el fuego era una novedad. Ahora me quedaban cuatro, y mientras permanecía en la oscuridad, una mano tocó la mía, sentí unos dedos descarnados sobre mi cara, y percibí un olor especial muy desagradable. Me pareció oír a mi alrededor la respiración de una multitud de aquellos horrorosos pequeños seres. Sentí que intentaban quitarme suavemente la caja de cerillas que tenía en la mano, y que otras manos detrás de mí me tiraban de la ropa. No podía soportar la sensación de que aquellas criaturas invisibles me examinaban. Grité lo más fuerte que pude. Se apartaron y luego los sentí acercarse otra vez. Me tocaban cada vez más mientras musitaban extraños sonidos unos a otros. Me
todos los hombres del futuro debían ser infinitamente superiores a nosotros mismos en todos los artefactos. Había llegado sin armas, sin medicinas, y hasta sin suficientes cerillas. ¡Si tan sólo hubiera pensado en una cámara fotográfica! Podría haber tomado aquella visión del Mundo Subterráneo en un segundo, y haberlo examinado a gusto. Pero, estaba allí y las únicas armas que tenía eran mis manos, pies y dientes. Y cuatro cerillas que aún me quedaban. Hasta entonces no se me había ocurrido economizarlas, y gasté casi la mitad de la caja en asombrar a los habitantes del
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estremecí con violencia, y volví a gritar, Fui arrastrado violentamente hacia atrás. de un modo más bien discordante. Esta Encendí mi última cerilla... y se apagó en el vez se mostraron menos alarmados, y se acto. Pero había yo empuñado ahora uno de acercaron de nuevo a mí con una extraña los barrotes, y luché dando fuertes puntapiés. y ruidosa risa. Así pude desprenderme de las manos de los Estaba horriblemente asustado. Sólo Morlocks, y ascender con rapidez por el pozo, atiné a encender otra cerilla mientras ellos se quedaban y aumenté la llama con un abajo atisbando y guiñando pedazo de papel que saqué los ojos hacia mí: todos mede mi bolsillo. Cuando logré nos un pequeño miserable –Me pareció que todo se hundía a mi alrededor. el efecto deseado, escapé que me siguió un momento, Empecé a comprender que hacia el estrecho túnel. Pero y casi se apoderó de una de me hallaba en un instante de mucha gravedad, fuera no tuve demasiado descanmis botas como si se tratara o no fuera sueño lo que me so; pronto la luz se apagó, y de un trofeo. estaba ocurriendo, porque yo sabía que ser quemado en tinieblas pude oír a los Aquella escalada me vivo en sueños no era Morlocks susurrando y hapareció interminable. Cerca cosa de juego, y precisaba ciendo un ruido acompasadel final sentí una náusea evitarlo por cualquier medio que pudiera cavilar. do, mientras se precipitaban mortal. Me costó un gran Por esto dije, suplicante: detrás de mí. trabajo mantenerme asido, –Clarence, mi único amigo... Porque tú eres De pronto, tenía varias estaba mareado y experiamigo mío, ¿verdad? No manos encima que intentamenté todas las sensaciome abandones, ayúdame a buscar la manera de ban arrastrarme hacia atrás. nes de la caída. Al final, escapar de este aprieto. Encendí otra cerilla y la pude llegar a la superficie Arturo, M. Twain, agité ante sus deslumbrantes y escapar tambaleándome Un yanqui en la corte caras. Difícilmente podrán fuera de las ruinas bajo la del Rey ustedes imaginar lo naucegadora luz del sol. Caí de seabundos e inhumanos que bruces. Hasta el suelo olía parecían, pero les aseguro dulce y puramente. Luego que no me detuve a mirarlos y continué mi recuerdo a Weena besando mis manos y mis escape. Cuando terminó mi segunda cerilla, orejas, y las voces de otros Eloi. Después encendí la tercera. Estaba casi consumida caí desmayado durante un rato. cuando alcancé la abertura que había en Hasta aquí, excepto durante mi noche el pozo. Me tendí sobre el borde, pues la angustiosa después de la pérdida de la palpitación de la gran bomba del fondo me Máquina del Tiempo, había tenido la espeaturdía. Luego palpé los lados para buscar ranza de una última escapatoria, pero esa los asideros salientes, y al hacerlo, me agaesperanza se debilitaba notoriamente con rraron de los pies. lo que terminaba de conocer.
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Capítu lo X I I
A la búsqueda de la Máquina
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ntes de mi incursión en el pozo, había sentido lo que sentiría un hombre que cayese en un precipicio: mi preocupación era el precipicio y cómo salir de él. Ahora mi sensación era distinta: me sentía como una fiera en una trampa, esperando el ataque inminente de su enemigo. Ahora, temía la oscuridad de la luna nueva. Weena me lo había inculcado haciendo algunas observaciones acerca de las noches oscuras. Al principio me habían resultado incomprensibles. Ahora no era un problema muy difícil de adivinar lo que venía junto a la oscuridad: los Morlocks. Estaba casi seguro de que mi segunda hipótesis era totalmente falsa. Hacía mucho que la gente del Mundo Superior podía haber sido la aristocracia y, los Morlocks, sus servidores; pero aquello había acabado hacía largo tiempo. Las dos especies que habían resultado de la evolución humana declinaban: los Eloi habían llegado a ser simplemente unas lindas inutilidades. Poseían todavía la tierra por consentimiento tácito, desde que los Morlocks, subterráneos hacía innumerables generaciones, habían llegado a encontrar intolerable la superficie iluminada por el sol. Y los Morlocks confeccionaban sus vestidos, infería yo, y
trabajaban para responder a las necesidades habituales de los Eloi, quizá a causa de la supervivencia de un viejo hábito de servidumbre. Hacía miles de generaciones, el hombre había privado a su hermano el hombre de la comodidad y de la luz del sol. ¡Y ahora aquel hermano volvía cambiado! Ya los Eloi habían empezado a aprender una vieja lección otra vez. Volvían a conocer el miedo. De pronto me vino a la mente el recuerdo de la carne que había visto en el mundo subterráneo. Parece extraño cómo aquel recuerdo me obsesionó; no lo despertó, por decirlo así, el curso de mis meditaciones, sino que surgió casi como una interrogación desde fuera. Intenté recordar la forma de aquello. Tenía yo una vaga sensación de algo familiar, pero hasta ese momento, no pude decir lo que era. Mientras tanto, yo me defendería por mí mismo: decidí fabricarme unas armas y un albergue fortificado donde poder dormir. Con aquel refugio como base, podría hacer frente a aquel extraño mundo con algo de la confianza que había perdido al darme cuenta de la clase de seres a que iba a estar expuesto noche tras noche. Sentí que no podría dormir de nuevo hasta que mi lecho
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estuviese a salvo. Me estremecí de horror al pensar cómo ya me habían examinado. Entonces me acordé de los altos muros del Palacio de Porcelana Verde. Al anochecer, llevando a Weena como una niña sobre mi hombro, subí a la colina, hacia el sudoeste. Al principio, se mostró contentísima cuando la alcé, pero pasado un rato quiso que la dejase en el suelo, para correr a mi lado y, cada tanto, recoger flores que introducía en mis bolsillos. ¡Y esto me recuerda...! Al cambiar de chaqueta he encontrado... El Viajero a través del Tiempo se interrumpió, metió la mano en el bolsillo y colocó silenciosamente sobre la mesita dos flores marchitas, que parecían grandes malvas blancas. Luego prosiguió su relato. Fue ya largo rato después de ponerse el sol cuando llegué a la vista del palacio, que se recortaba en negro sobre el amarillo pálido del cielo. Aquella noche la expectación tomó el color de mis temores. En aquella oscura calma mis sentidos parecían agudizados de un modo sobrenatural. Imaginé que sentía incluso la tierra hueca bajo mis pies y que podía, realmente, casi ver a través de ella a los Morlocks en su hormiguero, yendo de aquí para allá en espera de la oscuridad. En mi excitación pensé que tomaron mi invasión a una de sus madrigueras como una
declaración de guerra. ¿Y por qué habían robado mi Máquina del Tiempo? Una tras otra aparecieron las estrellas. La tierra se tornó gris oscura y los árboles negros. Los temores de Weena y su fatiga aumentaron. La volví a tomar en mis brazos, le hablé y la acaricié. Luego, como la oscuridad aumentaba, me rodeó ella el cuello con sus brazos, y cerrando los ojos, apretó su cara contra mi hombro. Así descendimos una larga pendiente hasta el valle y allí, en la oscuridad, me metí casi en un pequeño río. Lo vadeé y ascendí al lado opuesto del valle, más allá de muchos edificiosdormitorios y de una estatua –un Fauno o una figura por el estilo– sin cabeza. Hasta entonces no había visto nada de los Morlocks. Desde la cumbre de la cercana colina vi un bosque espeso que se extendía, amplio y negro, ante mí. Esto me hizo vacilar. Bajé cuidadosamente a Weena de mi hombro al detenerme, y me senté sobre la hierba. No podía ya ver el Palacio de Porcelana Verde, y dudaba sobre la dirección a seguir. Escudriñé la espesura del bosque y pensé en lo que podía ocultar. Me alegró ver que Weena estaba profundamente dormida. La envolví con cuidado en mi chaqueta, y me senté junto a ella para esperar la salida de la luna. La ladera esta-
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ba tranquila y desierta, pero de la negrura del bosque venía de vez en cuando una agitación de seres vivos. Sobre mí brillaban las estrellas, pues la noche era muy clara. Experimentaba cierta sensación de amistoso bienestar con su centelleo. Y volví a pensar en el hombre; en qué había sido de nuestra especie que ahora eran dos y separados por el miedo. Entonces, con un estremecimiento repentino, comprendí claramente de dónde procedía la carne que había visto en el pozo. ¡La sola idea era demasiado horrible! Contemplé a la pequeña Weena durmiendo junto a mí, su cara blanca y radiante bajo las estrellas, y de inmediato deseché aquel pensamiento. Durante aquella larga noche aparté de mi mente lo mejor que pude a los Morlocks, y entretuve el tiempo intentando imaginar que podía encontrar las huellas de las viejas constelaciones en la nueva confusión. El cielo seguía muy claro, aparte de algunas nubes brumosas. Sin duda me adormecí a ratos. Luego, al transcurrir mi velada, salió la luna nueva, delgada, puntiaguda y blanca. Inmediatamente detrás, alcanzándola e inundándola, llegó el alba, pálida al principio, y luego rosada y ardiente. Ningún Morlock se había acercado a nosotros. Desperté a Weena y nos adentramos en el bosque, ahora verde y agradable, en
lugar de negro y aborrecible. Encontramos algunas frutas con las cuales rompimos nuestro ayuno. Pronto nos topamos con otros delicados Eloi, riendo y danzando al sol como si no existiera en la Naturaleza esa cosa que es la noche. Y entonces pensé otra vez en la carne que había visto. Estaba ahora seguro de lo que era aquello, y desde el fondo de mi corazón me apiadé de aquel
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último y débil arroyuelo del gran río de la artefacto para romper las puertas de bronce Humanidad. Evidentemente, en cierto moque había bajo la Esfinge Blanca. mento del largo pasado de la decadencia Estaba convencido de que si podía abrir humana, el alimento de los Morlocks había aquellas puertas, descubriría la Máquiescaseado. Quizá habían subsistido con na del Tiempo y me escaparía. No podía ratas y con inmundicias parecidas. Aun imaginar que los Morlocks fuesen lo sufiahora el hombre es mucho cientemente fuertes para menos delicado y exclusivo transportarla lejos. Estaba para su alimentación que resuelto a llevar a Weena Recorrieron otra vez el lo era antes; mucho menos conmigo a nuestra propia mismo camino, hasta llegar que cualquier mono. Su época. Y dando vueltas a a la entrada de la cueva. Allí estaba el robot, tendido en prejuicio contra la carne estos planes en mi cabeza el suelo. La luz piloto había humana no es un instinto proseguí mi camino hadejado de brillar en la parte hondamente arraigado. cia el edificio que había delantera de su cabeza. Kromm se inclinó sobre él. ¡Así pues, aquellos inescogido para ser nuestra –¡Viernes! –susurró. humanos hijos de los homfortaleza. Esta vez, Bailey no le bres...! Intenté considerar Encontré el Palacio de recordó que Viernes no la cosa con un espíritu Porcelana Verde al filo de era más que una máquina. Kromm pulsó el interruptor científico. Después de todo, mediodía, desierto y desde contacto del robot, eran menos humanos y moronándose en ruinas. inútilmente. estaban más alejados que Sólo quedaban trozos de J. Kippax, nuestros caníbales antepaViernes vidrio en sus ventanas, y sados de hace tres o cuatro extensas capas del verde mil años. Mientras tanto, revestimiento se habían aquellos Eloi eran simpledesprendido de las armamente ganado para cebar que los Morlocks duras metálicas corroídas. preservaban y consumían, y a cuya cría tal Los materiales del palacio resultaron ser vez atendían. ¡Y allí estaba Weena bailando auténtica porcelana, y a lo largo de la faa mi lado! chada vi una inscripción en unos caracteres Tenía yo en aquel momento ideas muy desconocidos. Pensé, más bien neciamente, vagas sobre qué camino seguir. La primera que Weena podía ayudarme a interpretarla, de ellas era asegurarme algún sitio para pero me di cuenta luego de que la simple refugio, y fabricarme yo mismo las armas idea de la escritura no había nunca penetrade metal o de piedra que pudiera idear. do en su cabeza. Ella me pareció siempre, Esta necesidad era inmediata. En segundo creo yo, más humana de lo que era, quizá lugar, esperaba proporcionarme algún mepor ser su afecto tan humano. dio de hacer fuego, teniendo así el arma de Pasadas las enormes hojas de la puerta una antorcha en la mano, porque yo sabía –que estaban abiertas y rotas–, encontramos que nada sería más eficaz que eso contra una larga galería iluminada por numerosas aquellos Morlocks. Luego, debía idear algún ventanas laterales.
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A primera vista me recordó un museo. El enlosado estaba cubierto de polvo, y una notable exhibición de objetos diversos se ocultaba bajo aquella misma capa gris. Vi entonces, levantándose en el centro del vestíbulo, lo que era sin duda la parte inferior de un inmenso esqueleto. Reconocí por los pies oblicuos que se trataba de algún ser extinguido, de la especie del megaterio. El cráneo y los huesos superiores yacían al lado sobre una capa de polvo; y en un sitio en que el agua de la lluvia había caído por una gotera del techo, aquella osamenta estaba deteriorada. Más adelante, en la galería, se hallaba el enorme esqueleto encajonado de un brontosaurio. Mi hipótesis de un museo se confirmaba. En los lados encontré los que me parecieron ser estantes inclinados, y quitando la capa de polvo, descubrí las antiguas y familiares cajas de cristal de nuestro propio tiempo. Pero debían ser herméticas al aire a juzgar por la perfecta conservación de sus contenidos. Weena, que hacía rodar un erizo de mar sobre el cristal inclinado de una caja, se acercó pronto a mí –mientras miraba yo fijamente alrededor–, me tomó muy tranquila la mano y permaneció a mi lado. Luego, llegamos a una galería de dimensiones colosales, pero muy mal iluminada. Globos blancos pendían del techo –muchos rajados y rotos– lo que indicaba que aquel sitio había estado al principio iluminado artificialmente. Allí me encontraba más en mi elemento, pues a cada lado se levantaban las enormes masas de unas gigantescas máquinas, todas muy corroídas y muchas rotas, pero algunas aún bastante completas. Como ustedes saben, siento cierta debilidad por la mecánica, y estaba dispuesto a detenerme
entre ellas; tanto más cuanto que la mayoría ofrecían el interés de un rompecabezas, y yo no podía hacer más que vagas conjeturas respecto a su utilidad. Me imaginé que si podía resolver aquellos rompecabezas me encontraría en posesión de fuerzas que podían servirme contra los Morlocks. Recordé que la tarde se hallaba ya muy avanzada y que yo no tenía aún ni arma, ni refugio, ni medios de hacer fuego. Y luego, viniendo del fondo, en la remota oscuridad de la galería, oí los mismos raros ruidos que había percibido abajo, en el pozo. Luego, con una idea repentina, abandoné a Weena y volví hacia una máquina de la cual sobresalía una palanca bastante parecida a las de las garitas de señales en las estaciones de trenes. Subiendo a la plataforma, tomé aquella palanca y la torcí hacia un lado con toda mi fuerza. De repente, Weena, abandonada en la nave central, empezó a gemir. Había yo calculado la resistencia de la palanca con bastante corrección, pues al minuto de esfuerzos se partió, y me uní a Weena con una maza en la mano, más que suficiente, creía yo, para romper el cráneo de cualquier Morlock que pudiese encontrar. Estaba impaciente por matar a un Morlock. O a varios. ¡Les parecerá a ustedes muy inhumano aquel deseo de matar a mis propios descendientes! Pero era imposible, de un modo u otro, sentir ninguna piedad por aquellos seres. Tan sólo mi aversión a abandonar a Weena, y el convencimiento de que si comenzaba a apagar mi sed de matanza mi Máquina del Tiempo sufriría por ello, me contuvieron de ir directamente a matar a los Morlocks.
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Luego, subiendo una ancha escalera también el alcanfor en el bolsillo, por si era llegamos a lo que debía haber sido en otro necesaria una llamarada. tiempo una galería de química técnica. Me pareció que lo mejor que podíamos Y allí tuve una gran esperanza de hacer hacer era pasar la noche al aire libre, prodescubrimientos útiles. Excepto en un tegidos por el fuego. extremo, donde el techo se había desploPor la mañana recuperaría la Máquina mado, aquella galería esdel Tiempo. Hasta aquel taba bien conservada. Fui momento, me había abspresuroso hacia las cajas tenido de forzar aquellas Se trataba de personas que no estaban deshechas puertas de bronce, en parte cuya estructura mental no y que eran realmente herpor no saber qué había del podía soportar el miedo méticas. Y al fin, en una de otro lado y, además, pora la sensación de ahogo que produce la oscuridad. ellas, encontré una caja de que no tenía herramientas Quince minutos sin luz cerillas. Probé una a toda adecuadas. Pero ahora, mi es tiempo suficiente. Usted mismo acaba de prisa. Estaban en perfecto barra de hierro no sería experimentar algo que se estado. Ni siquiera paredel todo inadecuada para parece al miedo en los escasos dos minutos que cían húmedas. Me volví aquella obra. ha mantenido la habitación hacia Weena. «¡Baila!», le Salimos temprano del a oscuras. grité en su propia lengua. palacio. Debíamos llegar I. Asimov, Pues ahora poseía yo una a la Esfinge Blanca a la Anochecer verdadera arma contra los mañana siguiente muy horribles seres a quienes temprano y tenía el protemíamos. pósito de atravesar antes Y así, en aquel museo abandonado, sode anochecer el bosque que me había bre el espeso y suave tapiz de polvo, ante detenido en mi anterior trayecto. Mi plan el inmenso deleite de Weena, también me era ir lo más lejos posible aquella noche, puse a bailar. y, luego, hacer un fuego y dormir bajo la Creo que fue después de aquello cuando protección de su resplandor. De acuerdo llegué a un pequeño patio abierto del pacon esto, mientras caminábamos recogí lacio. Estaba tapizado de césped, y habían cuantas ramas y hierbas secas vi. Así crecido tres árboles frutales en su centro. cargado, avanzábamos más lentamente De modo que descansamos y nos refrescade lo que había previsto –además, Weena mos allí. estaba rendida y yo empezaba también a Hacia el ocaso empecé a pensar en tener sueño– de modo que era noche cenuestra situación: la noche ya llegaba y rrada cuando llegamos al bosque. Weena aún tenía que encontrar nuestro escondite hubiera querido detenerse antes, temiendo seguro. Pero aquello me inquietaba ahora que la oscuridad se nos anticipase. Eso muy poco. Tenía en mi poder una cosa que hubiera debido servirme de advertencia. era, quizá, la mejor de todas las defensas Había estado sin dormir durante dos días contra los Morlocks: ¡tenía cerillas! Llevaba y una noche y me sentía febril e irritable.
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Sentía que el sueño me invadía, y que con él vendrían los Morlocks. Mientras vacilábamos, vi entre la negra maleza, a nuestra espalda, mezcladas en la oscuridad, tres figuras agachadas. Había matas y altas hierbas a nuestro alrededor, y yo no me sentía a salvo de su ataque insidioso. El bosque, según mi cálculo, debía tener alrededor de un kilómetro de largo. Si podíamos atravesarlo y llegar a la ladera pelada, encontraríamos un sitio donde descansar con plena seguridad; pensé que con
mis cerillas y mi alcanfor lograría iluminar mi camino por el bosque. Sin embargo, era evidente que si tenía que agitar las cerillas con mis manos debería abandonar mi leña; así pues, la dejé en el suelo, más bien de mala gana. Y entonces se me ocurrió la idea de prenderle fuego para asombrar a los seres ocultos a nuestra espalda. Pronto iba a descubrir la atroz locura de aquel acto; pero entonces se presentó a mi mente como un recurso ingenioso para cubrir nuestra retirada.
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Capít ul o XI I I
Persecusión y escape
W
eena miraba las llamas como algo Al principio, sólo escuchaba los crujidos nuevo y extraño. de las ramas bajo mis pies, mi propia respiEn ese momento comprendí que el arte ración y los latidos de los vasos sanguíneos de hacer fuego había sido olvidado en la en mis oídos. Pasado un tiempo, me pareció Tierra. percibir unos leves ruidos Quería agarrarlas y jua mi alrededor. Apresuré gar con ellas. el paso, ceñudo. Los ruidos ¿Nunca ha visto un Creo que se hubiese se hicieron más claros, y incendio forestal? ¿Nunca arrojado a ellas si no la recapté los mismos extraños ha ido al campo y ha encendido fuego para tenía a tiempo. Pese a sus sonidos y las voces que cocinar? esfuerzos para quedarse, la había oído en el Mundo Ese fuego sirve para cargué y avancé en el bosSubterráneo. algo más que quemar el combustible culinario o los que sin pensar demasiado. Allí estaban los Morárboles del bosque. Durante un breve rato, locks, y me iban rodeando. –¿Quemarán bosques, el resplandor de aquel fueUn minuto después senentonces? –Quemarán todo lo que go iluminó mi camino. Al tí un tirón en mi chaqueta, encuentren delante. mirar luego hacia atrás, y luego alguien quiso toI. Asimov, pude ver, entre los apiñados mar mi brazo. Anochecer troncos, que de mi montón Weena se estremeció, de ramaje la llama se había y se quedó absolutamente extendido a algunas matas inmóvil. contiguas y que una línea curva de fuego se Era el momento de encender una cerilla. arrastraba por la hierba de la colina. Seguí Pero para ello tuve que dejar a Weena en caminando. Ahora la oscuridad era completa, el suelo. Así lo hice, y mientras registraba y Weena se aferraba a mí convulsivamente. mi bolsillo, se inició una lucha en la oscuNo encendí ninguna de mis cerillas, porque ridad cerca de mis rodillas, silenciosa por no tenía las manos libres. Con mi brazo izparte de ella y con los mismos peculiares quierdo sostenía a mi amiga y, en la mano sonidos arrulladores por parte de los Morderecha, llevaba mi barra de hierro. locks. Unas suaves manitas se deslizaban
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también sobre mi chaqueta y mi espalda, incluso mi cuello. Entonces rasqué y encendí la cerilla. La levanté flameante, y vi las blancas espaldas de los Morlocks que huían entre los árboles. Cogí presuroso un trozo de alcanfor de mi bolsillo, y me preparé a encenderlo tan pronto como la cerilla se apagase. Luego examiné a Weena. Yacía en tierra, agarrada a mis pies, inanimada, de bruces sobre el suelo. Con un terror repentino me incliné hacia ella. Parecía respirar apenas. Encendí el trozo de alcanfor y lo puse sobre el suelo mientras estallaba y llameaba, alejando los Morlocks a las sombras. Weena parecía estar desmayada. La coloqué con sumo cuidado sobre mi hombro y me levanté para caminar. Entonces me di cuenta. Para encender las cerilla, buscar a mi compañera y todo lo demás, había dado varias vueltas sobre mí mismo. Ahora no tenía ni la más ligera idea de la dirección en que estaba mi camino. Sentí un sudor frío por mi cuerpo. Era preciso pensar rápidamente qué debía hacer. Encendí fuego para acampar en donde estábamos. Aquí y allá en las tinieblas, a mi alrededor, identificaba perfectamente los ojos brillantes de los Morlocks. El fuego comenzaba a extinguirse. Encendí una cerilla, y pude ver dos formas blancas que se habían acercado a Weena, y ahora huían apresuradamente. Una de ellas quedó tan cegada por la luz, que vino derecho hacia mí. Sin pensarlo, lo ataqué con todas mis fuerzas.
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Sentí sus huesos partirse bajo mi viodonde juzgué que debían estar sus caras. lento puñetazo. Lanzó un grito de espanto, Por un instante estuve libre. se tambaleó un momento y se desplomó. Sabía que Weena y yo estábamos perEncendí otro trozo de alcanfor y seguí didos, pero decidí hacerles pagar a esas acumulando la leña de mi hoguera. Enbestias caro su alimento. tonces volví donde Weena yacía junto a Me levanté, y apoyándome contra un mi maza de hierro. Intenté árbol, blandí la barra de reanimarla, pero estaba hierro ante mí. El bosque como muerta. No logré entero estaba lleno de agiHabíamos conquistado siquiera comprobar si restación. Sus voces parecielas fuerzas de la piraba o no. ron elevarse hasta un alto naturaleza, pero fuimos derrotados por las Ahora el humo del fuegrado de excitación y sus fuerzas de nuestros go me envolvía y debió movimientos se hicieron propios corazones. dejarme como embotado. más rápidos. Sin embarE. Cooper, Además, los vapores del go, ninguno se puso a mi Bienvenido a casa alcanfor flotaban en el alcance. aire. Mi fuego podía durar Permanecí mirando fiaún una hora aproximajamente en las tinieblas. damente. Me sentía muy Luego tuve de repente una débil después de aquellos esfuerzos, y esperanza. ¿Qué era lo que podía estar me senté. espantando a los Morlocks? El bosque también estaba lleno de un De pronto, las tinieblas se iluminaron soñoliento murmullo que no podía yo comy, sin creerlo, comencé a notar que el resto prender. ¡estaba huyendo! Sus espaldas no eran ya Cuando abrí los ojos todo estaba oscublancas sino rojizas. En ese momento, vi ro, y los Morlocks tenían sus manos sobre entre los árboles más cercanos las llamas mí. Rechazando sus dedos que querían del bosque incendiado. Era el primer fuesujetarme, busqué apresuradamente la go que había encendido y que ahora me caja de cerillas de mi bolsillo, y... ¡había seguía. Entonces, busqué a Weena, pero desaparecido! Entonces, cayeron sobre había desaparecido. Detrás de mí los silbimí de nuevo. Me agarraron del cuello, del dos y las crepitaciones, el ruido estallante pelo, de los brazos... Tenía la sensación de cada árbol que se prendía me dejaban de hallarme apresado en una monstruosa poco tiempo para reflexionar. Con la barra telaraña. Estaba vencido y me abandoné. de hierro entre mis manos aún seguí la Sentí que unos dientecillos me mordían en trayectoria de los Morlocks. Fue una cael cuello. Rodé hacia un lado y mi mano rrera alocada. En una ocasión las llamas cayó por casualidad sobre mi palanca de avanzaron tan rápidamente a mi derecha, hierro. Esto me dio nuevas fuerzas. Luché, mientras corría, que fui adelantado y tuve apartando de mí aquellas ratas humanas, que desviarme hacia la izquierda. Al fin, y sujetando la barra con fuerza, la hundí salí a un pequeño claro y, en el mismo mo-
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mento, un Morlock vino equivocado hacia mí, me pasó, ¡y se precipitó derecho hacia el fuego! Así pude descubrir a muchos más de ellos yendo a tientas y quejarse lastimeramente. Entonces me convencí de su absoluta impotencia bajo aquel resplandor. Estuve un largo rato por allí, entre ellos, buscando alguna
huella de Weena, pero pronto me di cuenta que había desaparecido para siempre. Abatido, me senté en la cima de un montículo y contemplé aquellos seres ciegos arrastrándose de aquí para allá, y lanzando pavorosos gritos mientras el resplandor del incendio los envolvía. Durante la mayor parte de aquella noche tuve el convencimiento de que sufría una pesadilla. Me mordí a mí mismo y grité con el ardiente deseo de despertarme. Cuando por encima de las flotantes masas de humo negro, se difundió la blanca luz del día, intenté nuevamente encontrar las huellas de Weena. Nada. Luego, al descubrir a través de una niebla de humo, el palacio de porcelana verde, pude orientarme hacía la Esfinge Blanca. Y así, mientras el día iba clareando, até algunas hierbas alrededor de mis pies y avancé rengueando hacia el escondite de la
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Máquina del Tiempo. Caminaba despacio, pues estaba casi agotado y hondamente desdichado con la horrible muerte de la pequeña Weena. Para mí era una calamidad abrumadora. Ahora, en esta vieja habitación, aquello parece un poco distinto. Pero aquella mañana su pérdida me dejó otra vez solo por completo, terriblemente solo. Al caminar sobre las cenizas humeantes, descubrí en el bolsillo del pantalón –ya verán ustedes la importancia de este hecho– algunas cerillas.
Alrededor de las ocho o las nueve de la mañana llegué al lugar desde el cual había contemplado el mundo la noche de mi llegada. Pensé en las conclusiones precipitadas que hice aquella noche, y no pude dejar de reírme amargamente de mi presunción. Allí había aún el mismo bello paisaje, el mismo abundante follaje; los
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mismos espléndidos palacios y magníficas ruinas, el mismo río plateado corriendo entre sus fértiles orillas. Los alegres vestidos de aquellos delicados seres se movían de aquí para allí entre los árboles. Algunos se bañaban en el sitio preciso en que había yo salvado a Weena, y esto me asestó una aguda puñalada de dolor. Como manchas sobre el paisaje se elevaban las cúpulas por encima de los caminos hacia el Mundo Subterráneo. Sabía ahora lo que ocultaba toda la belleza del Mundo Superior. Sus días eran muy agradables, como lo son los días que pasa el ganado en el campo. Como el ganado, ellos ignoraban que tuviesen enemigos. Y su fin era el mismo. Me afligió pensar en la Humanidad. Se había suicidado. Había buscado la comodidad y el bienestar de una sociedad equilibrada; había realizado sus esperanzas, para llegar a este final. Al rico le habían garantizado su riqueza y su bienestar, al trabajador su vida y su trabajo. Sin duda en aquel mundo perfecto no había existido ningún problema de desempleo, ninguna cuestión social sin resolver. Y esto había sido seguido de una gran calma. Sin embargo, no hay inteligencia allí donde no hay cambio ni necesidad de cambio. Así pues, como podía ver, el hombre del Mundo Superior había derivado hacia su blanda belleza, y el del Mundo Subterráneo hacia la simple industria mecánica. Pero aquel perfecto estado carecía aún de una cosa para alcanzar la perfección mecánica: la estabilidad absoluta. Evidentemente, a medida que transcurría el tiempo, la subsistencia del Mundo Subterráneo, como quiera que se efectuase, se había alterado.
El Mundo Subterráneo, al estar en contacto con una maquinaria que, aun siendo perfecta, necesitaba sin embargo un poco de pensamiento además del hábito, había conservado bastante más iniciativa, pero menos carácter humano que el Superior. Y cuando les faltó un tipo de carne, acudieron a lo que una antigua costumbre les había prohibido hasta entonces. De esta manera vi al mundo del año 802.701. Ésta es tal vez la explicación más errónea que puede inventar un mortal. Ésta es, sin embargo, la forma que tomó para mí la cosa y así se la ofrezco a ustedes. Estaba muy cansado y soñoliento, y pronto mis especulaciones se convirtieron en sopor. Me desperté un poco antes de ponerse el sol. Me sentía ahora a salvo de ser sorprendido por los Morlocks y, desperezándome, bajé por la colina hacia la Esfinge Blanca. Llevaba mi palanca en una mano, y la otra jugaba con las cerillas en mi bolsillo. Y ahora viene lo más inesperado. Al acercarme al pedestal de la esfinge, encontré las hojas de bronce abiertas. Dentro había un pequeño aposento, y en un rincón elevado estaba la Máquina del Tiempo. Tenía las pequeñas palancas en mi bolsillo. Así, después de todos mis estudiados preparativos para el asedio de la Esfinge Blanca, me encontraba con una humilde rendición. Tiré mi barra de hierro, sintiendo casi no haberla usado. Me vino a la mente un repentino pensamiento cuando me agachaba hacia la entrada. Por una vez, al menos, capté las operaciones mentales de los Morlocks. Conteniendo un enorme deseo de reír, pasé bajo el marco de bronce y avancé hacia la Máquina del Tiempo. Me sorprendió observar
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que había sido cuidadosamente engrasada y limpiada. Después he sospechado que los Morlocks la habían desmontado en parte, intentando a su insegura manera averiguar para qué servía. Ahora, mientras la examinaba, encontrando un placer en el simple contacto con el aparato, sucedió lo que yo esperaba. Los paneles de bronce resbalaron de repente y cerraron el marco con un ruido metálico. Me hallé en la oscuridad: había caído en la trampa. Eso pensaban los Morlocks. Me reí entre dientes gozosamente. Oía ya su risueño murmullo mientras avanzaban hacia mí. Con toda tranquilidad intenté encender una cerilla. No tenía más que tirar de las palancas y partiría como un fantasma. Pero había olvidado una cosa in-
significante. Las cerillas sólo se encienden rascándolas sobre la caja. Pueden ustedes imaginar cómo desapareció toda mi calma. Ya estaban muy cerca de mí. Uno de ellos me tocó. Con la ayuda de las palancas barrí de un golpe la oscuridad y empecé a subir al sillín de la máquina. Entonces una mano se posó sobre mí y luego otra. Tenía, por tanto, simplemente que luchar contra sus dedos persistentes para defender mis palancas y al mismo tiempo ubicarlas en su lugar. Casi habían conseguido quitarme una, pero en un salvaje esfuerzo, logré encajar la palanca y la Máquina se puso en marcha. Las manos de los Morlocks se desprendieron de mí e, inmediatamente, las tinieblas se disiparon.
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Capítu lo X I V
Más allá del año 802.000
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nmediatamente volvieron las náuseas y la confusión que producen los viajes a través del tiempo. Para colmo, por el apuro de escape, esta vez estaba mal sentado aunque, a decir verdad, con el susto que terminaba de pasar durante un tiempo me agarré a la máquina que oscilaba y vibraba sin preocuparme de lo incómodo que estaba. A poco de andar, me di cuenta que en lugar de poner las palancas en marcha atrás las había puesto en posición de marcha hacia delante. Miré los cuadrantes de nuevo y me dejó asombrado ver adónde había llegado. Uno de los cuadrantes señala los días; otro, los millares de días; otro, los millones de días, y otro, los miles de millones... Entretanto, todo a mi alrededor cambiaba extrañamente. La sucesión parpadeante del día y de la noche se hizo más y más lenta, así como también el paso del sol por el cielo, aunque parecían extenderse a través de las centurias. Al final, un constante crepúsculo envolvió la Tierra, un crepúsculo interrumpido tan sólo de vez en cuando por el resplandor de un cometa en el cielo oscurecido. El Sol se levantaba y descendía por el oeste, mostrándose más grande y más rojo. Ya no había rastro de la Luna. Las revoluciones
de las estrellas, cada vez más lentas, fueron sustituidas por puntos de luz que ascendían despacio. Al final, poco antes de hacer yo alto, el sol rojo e inmenso quedó inmóvil sobre el horizonte: era una amplia cúpula que brillaba con un resplandor empañado, y que sufría de vez en cuando una extinción momentánea. Recordando mi aterrizaje anterior, muy lentamente empecé a invertir el movimiento. Giraron cada vez más despacio las agujas hasta que la de los millares pareció inmovilizarse y la de los días dejó de ser una simple nube sobre su cuadrante. Más despacio aún, hasta que los vagos contornos de una playa desolada se hicieron visibles. Logré detenerme suavemente. Sentado en la Máquina del Tiempo, miré alrededor. El cielo ya no era azul. Hacia el nordeste era negro como tinta. En aquellas tinieblas, brillaban incesantemente las pálidas estrellas. Al sudeste el cielo se hacía brillante, llegando a un escarlata resplandeciente; allí estaba, cortado por el horizonte, el inmenso disco del sol, rojo e inmóvil. Las rocas a mi alrededor eran de un áspero color rojizo, y el único vestigio de vida que pude ver al principio fue la vegeta-
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ción intensamente verde que cubría cada punto saliente sobre su cara del sudeste. Era ese mismo verde opulento que se ve en el musgo de la selva o en el liquen de las cuevas: plantas que, como éstas, crecen en un perpetuo crepúsculo. La máquina se había parado sobre una playa en pendiente. El mar se extendía hacia el sudeste, levantándose claro y brillante sobre el cielo pálido. No había allí ni rompientes ni olas, pues no soplaba ni una ráfaga de viento. Sólo una ligera y oleosa ondulación mostraba que el océano eterno aún se agitaba y vivía. Y a lo largo de la orilla, donde el agua rompía a veces, había una gruesa capa de sal rosada bajo el cielo espeluznante. Sentía una opresión en mi cabeza, y observé que tenía la respiración muy agitada.
Muy lejos, en lo alto de la desolada pendiente, oí un áspero grito y vi una cosa parecida a una inmensa mariposa blanca inclinarse revoloteando por el cielo y, dando vueltas, desaparecer sobre unas lomas bajas. Su chillido era tan lúgubre que me estremecí, asentándome con más firmeza en la máquina. Mirando de nuevo a mi alrededor vi que, muy cerca, lo que había tomado por una rojiza masa de rocas se movía poco a poco hacia mí. Percibí entonces que la cosa era en realidad un ser monstruoso parecido a un cangrejo. ¿Pueden ustedes imaginar un cangrejo tan grande como aquella masa, moviendo lentamente sus numerosas patas, bamboleándose, cimbrando sus enormes pinzas, agitando sus largas antenas como látigos, con sus ojos acechándoles centelleantes a cada lado de su frente metálica?
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Su lomo era rugoso y adornado de protuberancias desiguales, y unas verdosas incrustaciones lo recubrían aquí y allá. Mientras miraba con asombro aquella siniestra aparición que se arrastraba hacia mí, sentí sobre mi mejilla un cosquilleo como si una mosca se posase en ella. Intenté apartarla con la mano, pero al momento volvió, y casi de inmediato sentí otra sobre mi oreja. La apresé y así algo parecido a un hilo. Se me escapó rápidamente de la mano. Con una náusea atroz me volví y pude ver que había atrapado la antena de otro monstruoso cangrejo que estaba detrás de mí. Sus ojos malignos, su boca animada de voracidad y sus recias pinzas iban a caer sobre mí. En un instante mi mano tomó la palanca y puse un mes de intervalo entre aquellos monstruos y yo. Pero me encontré aún en la misma playa y los vi con claridad en cuanto paré.
Docenas de ellos parecían arrastrarse aquí y allá, en la sombría luz, entre las capas superpuestas de un verde intenso. No puedo describir el efecto de abominable desolación que pesaba sobre el mundo. El cielo rojo al oriente, el norte en tinieblas, el mar muerto, la playa cubierta de guijarros donde se arrastraban aquellos inmundos, lentos y excitados monstruos; el verde uniforme de aspecto venenoso de las plantas de liquen, aquel aire enrarecido que desgarraba los pulmones: todo contribuía a crear aquel aspecto aterrador. Hice que la máquina me llevase cien años hacia delante; y había allí el mismo sol rojo –un poco más grande, un poco más empañado–, el mismo mar moribundo, el mismo aire helado y el mismo amontonamiento de los enormes crustáceos entre la verde hierba y las rojas rocas. La novedad allí fue descubrir en el cielo, hacia el oc-
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cidente, una pálida línea curva como una Por las dudas, me mantenía en el sillín enorme luna nueva. de la máquina. Viajé así, deteniéndome de vez en cuanNo vi moverse nada, ni en la tierra, ni en do, a grandes zancadas de mil años o más, el cielo, ni en el mar. arrastrado por el misterio del destino de la Sólo el verde sobre las rocas atestiguatierra, viendo con una extraña fascinación ba que la vida no se había extinguido. Un cómo el sol se tornaba más banco de arena apareció grande y más empañado en en el mar. Creí ver algún el cielo de occidente, y la objeto negro aleteando, –¡Exactamente! –exclamó vida de la vieja Tierra iba pero cuando lo observé Sheerin con satisfacción–. decayendo. Al final, a más permaneció inmóvil. Los Cultistas dijeron que cada dos mil cincuenta de treinta millones de años De repente noté que el años Lagash penetra en de aquí, la inmensa e intencontorno occidental del sol una inmensa zona en samente roja cúpula del sol había cambiado; que una la que todos los soles desaparecen, sobreviniendo acabó por oscurecer cerca concavidad, una bahía, apauna total oscuridad en todo de una décima parte de los recía en la curva. Vi que se el mundo. Entonces, las cosas llamadas Estrellas cielos sombríos. Entonces ensanchaba. Durante un miaparecen, despojan a los me detuve una vez más, nuto, quizá, contemplé hohombres de su razón y los convierten en semejantes a pues la multitud de canrrorizado aquellas tinieblas brutos, de tal manera que grejos había desaparecido, que invadían lentamente el los hombres destruyen y la rojiza playa, salvo por día, y entonces comprendí la civilización que ellos mismos construyeron. sus plantas hepáticas y sus que comenzaba un eclipse. Naturalmente, los Cultistas líquenes de un verde lívido, La luna o el planeta Mermezclaron todo esto con un montón de nociones parecía sin vida. curio pasaban ante el disco místico-religiosas, pero la Ahora estaba cubierta de solar. Naturalmente, al prinidea central puede extraerse. una capa blanca. Un frío pecipio me pareció que era la I. Asimov, netrante me asaltó. Escasos luna, pero me inclino a creer Anochecer copos blancos caían de vez que lo que vi en realidad era en cuando, remolineando. un planeta que pasaba muy Hacia el nordeste, el relumpróximo a la Tierra. brar de la nieve se extendía bajo la luz de La oscuridad aumentaba rápidamente; las estrellas de un cielo negro, y pude ver un viento frío comenzó a soplar en ráfagas las cumbres ondulantes de unas lomas de refrescantes del este, y la caída de los copos un blanco rosado. Había allí flecos de hielo blancos en el aire creció en número. De la a lo largo de la orilla del mar, con masas floorilla del mar vinieron una agitación y un tantes más lejos; pero la mayor extensión de murmullo. Fuera de estos ruidos inanimados aquel océano salado, todo sangriento bajo el el mundo estaba silencioso. eterno sol poniente, no estaba helada aún. ¿Silencioso? Sería difícil describir Miré a mi alrededor para ver si quedaba aquella calma. Al final, todas las formas se vida animal. desvanecieron en la oscuridad. La brisa se
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convirtió en un viento quejumbroso. Vi la negra sombra central del eclipse difundirse hacia mí. Todo lo demás estaba sumido en las tinieblas. El cielo era ahora completamente negro. Me invadió el horror de aquellas grandes tinieblas. El frío me penetraba y sentía un dolor tremendo al respirar. Me estremecí, y una náusea mortal se apoderó de mí. Bajé de la máquina para reanimarme. Me sentía aturdido e incapaz de afrontar el viaje de vuelta. Mientras permanecía así, angustiado y confuso, volví a observar
aquella cosa sobre el banco de arena –no había ahora equivocación posible: la cosa se movía–; resaltaba contra el agua roja del mar. Era redonda, del tamaño de un balón de fútbol, con unos tentáculos que le arrastraban por detrás; parecía negra contra las agitadas aguas rojo sangre, y brincaba torpemente de aquí para allá. Entonces sentí que me iba a desmayar. Sin embargo, un terror espantoso a quedar tendido e impotente en aquel crepúsculo remoto y tremendo, me sostuvo mientras trepaba a mi máquina.
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Capít ul o XV
En casa
–Y
aquí me tienen –suspiró el Viajero la noche y el día alternaban cada vez más a través del Tiempo–. Debí permadespacio. Luego los viejos muros del lanecer algún tiempo inconsciente sobre la boratorio me rodearon. Muy despacio, con Máquina del Tiempo. mucho cuidado, fui parando Cuando abrí los ojos, la el mecanismo. sucesión intermitente de Nadie dijo nada. Ni siLos siglos transcurren los días y las noches se haquiera se escuchaba el como días; me bía reanudado, el sol salía ruido de la respiración de remonto a la serie de las transformaciones dorado de nuevo y el cielo los que allí estábamos. Enterrestres; las plantas había recuperado su color tonces, continuó: desaparecen; las rocas azul. Respiré con mayor –Mientras me detenía, graníticas pierden su dureza: el estado líquido va facilidad. Los contornos observé una cosa que me a reemplazar al sólido bajo fluctuantes de la tierra pareció rara: ¿Recuerdan la acción de un calor más intenso; las aguas corren fluyeron y refluyeron. Las que cuando partí, la señora por la superficie del globo; agujas giraron hacia atrás Watchets, mi ama de llaves, hierven y se volatilizan; los vapores envuelven la tierra, sobre los cuadrantes. En un había cruzado la habitaque lentamente se reduce momento, pude distinguir ción, moviéndose como un a una masa gaseosa, a las vagas sombras de aquecohete? la temperatura del rojo blanco, de un volumen llos edificios por los que El mismo silencio. Sólo igual al del sol y con brillo había vagado con Weena, su propio carraspeo antes igual al suyo. que no eran otra cosa que de seguir. J. Verne, Viaje al centro de la tierra testimonios de la Huma–Bueno, a mi regreso nidad decadente. También pasé de nuevo en el minuto cambiaron y pasaron. Lueen que ella cruzaba el lago, cuando el cuadrante del boratorio. Pero ahora cada millón estuvo a cero, aminoré la velocidad. movimiento suyo pareció ser exactamente Empecé a reconocer nuestra mezquina y faa la inversa de los que había ella hecho miliar arquitectura, la aguja de los millares antes. La puerta del extremo inferior se volvió rápidamente a su punto de partida, abrió, y ella se deslizó a ritmo normal pero
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de espaldas en el laboratorio y desapareció detrás de la puerta por donde había entrado antes. Entonces detuve la máquina, y vi otra vez a mi alrededor mi viejo laboratorio, mis instrumentos, mis aparatos, tal como los había dejado. Bajé de la máquina. Me sentía debilísimo y me senté en mi banco. Durante varios minutos estuve temblando. Luego me calmé. A mi alrededor estaba de nuevo mi antiguo taller exactamente como se hallaba antes. Debí haberme dormido allí, y todo esto había sido un sueño. ¡Y, sin embargo, no era justamente así! La Máquina había partido del rincón sudes-
te del laboratorio. Estaba arrimada de nuevo al noroeste, contra la pared donde la han visto ustedes. Esto les indicará la distancia exacta que había desde la praderita hasta el pedestal de la Esfinge Blanca, a cuyo interior habían trasladado mi máquina los Morlocks. Durante un rato mi cerebro quedó paralizado. Luego me levanté. Estaba mugriento, me dolía el talón y rengueaba. Así vine hasta aquí por el pasadizo. Junto a la puerta encontré el periódico. Descubrí que la fecha era, en efecto, la de hoy, y mirando el reloj vi que marcaba casi las ocho. Oí las voces de ustedes y el ruido de los platos.
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Vacilé. ¡Me sentía tan extenuado y débil! –¡Lástima que no sea usted escritor de Entonces olí una buena y sana comida, y cuentos! –y puso su mano en el hombro del abrí la puerta. Viajero a través del Tiempo. Ya conocen el resto. Me lavé, comí, y –¿No cree usted esto? ahora les he contado mi aventura. –Pues yo... –Sé –dijo el Viajero a través del Tiempo –Me lo figuraba. después de una pausa– que El Viajero a través del todo esto les parecerá comTiempo se volvió hacia pletamente increíble. Para nosotros Maldita sea la visión, sea mí la única cosa increíble –¿Dónde están las cerisueño o no, que me reveló es estar aquí esta noche, llas? –preguntó. ese supremo horror, ese en esta vieja y familiar haEncendió una y mientras desconocido dios de los Muertos que se lame bitación, viendo sus caras la observaba fijamente, su hocico colosal en el amigas y contándoles estas dijo: abismo insospechado, y se alimenta de los extrañas aventuras. –Si he decirles la verespantosos pedazos que le Miró al Doctor. dad..., apenas creo yo mismo ofrendan unas inmundas absurdidades que no –Es cierto, quizá no pueen ello... Y, sin embargo... debieran existir. (…) Pero do esperar que usted crea Sus ojos cayeron con una he sobrevivido, y sé que esto. Tome mi relato como muda interrogación sobre sólo ha sido un sueño. una patraña o como una las flores blancas marchitas H. Lovercraft , Encerrado con los faraones profecía. Diga usted que que había sobre la mesita. lo he soñado en mi taller, o Luego volvió la mano con piense que he tramado esta que asía la pipa, y vi que ficción. examinaba unas cicatrices, Luego, tomó su pipa y comenzó, como a medio curar, sobre sus nudillos. siempre, a limpiarla. El Doctor se levantó, fue hacia la lámpara, Hubo un silencio momentáneo. Luego las y examinó las flores. sillas empezaron a crujir y los pies a restre–Son raras –aceptó. garse sobre la alfombra. Aparté los ojos de El Psicólogo se inclinó para ver y tendió la cara del Viajero a Través del Tiempo y la mano para tomar una de ellas. miré a los oyentes a mi alrededor. Estaban –¡Es la una menos cuarto! –exclamó el en la oscuridad, y pequeñas manchas de Periodista–. ¿Cómo voy a volver a mi casa? color flotaban ante ellos. El Doctor parecía –Hay muchos taxis en la estación –dijo absorto en la contemplación de nuestro anel Psicólogo. fitrión; el Director del periódico miraba con –Es una cosa curiosísima –comentó el obstinación la punta de su sexto cigarro, y Doctor–, pero no sé realmente a qué género el Periodista sacó su reloj. Los otros, si mal pertenecen estas flores. ¿Puedo llevármeno recuerdo, estaban inmóviles. las? El Director se puso en pie con un suspiro El Viajero a través del Tiempo titubeó. Y, y dijo: luego, de pronto:
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–¡De ningún modo! –contestó. –¿Dónde las ha encontrado usted en realidad? –preguntó el Doctor. El Viajero a través del Tiempo se llevó la mano a la cabeza. –Me las metió en el bolsillo Weena, cuando viajé a través del tiempo. Miró desconcertado a su alrededor. –¿He construido yo alguna vez una Máquina del Tiempo? ¿O es esto solamente un sueño? Dicen que la vida es un sueño, un pobre sueño, a veces precioso... Es una locura. ¿Y de dónde me ha venido este sueño...? Tengo que ir a ver esa máquina ¡Si es que la hay! Franqueó la puerta y salió presuroso al
corredor. Lo seguimos. Allí, bajo la vacilante luz de la lámpara, estaba en toda su realidad la máquina, un artefacto de bronce, ébano, marfil y cuarzo translúcido y reluciente. Sólida al tacto, pues alargué la mano y palpé sus barras con manchas color marrón sobre el marfil, briznas de hierba y mechones de musgo adheridos a su parte inferior, y una de las barras torcida oblicuamente. El Viajero a través del Tiempo recorrió con su mano la barra averiada. –Todo está bien –dijo–. El relato que les he hecho era cierto. Nos acompañó al vestíbulo y ayudó al Director a ponerse el gabán. El Doctor lo miraba a la cara, y, con cierta vacilación, le dijo que debía alterarle el trabajo excesivo, lo cual le hizo reír a carcajadas. Lo recuerdo de pie en el umbral, gritándonos buenas noches.
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Capítu lo X V I
Epílogo
T
omé un taxi con el Director del periódiña cámara fotográfica debajo de un brazo y co que, no bien se acomodó me dijo: un saco de viaje debajo del otro. Se echó a –Ese relato es una «brillante mentira». reír al verme y me ofreció su codo para que Yo me sentía incapaz de llegar a una conlo estrechase, ya que no podía tenderme clusión. ¡Aquel relato era su mano. tan fantástico e increíble, –Estoy atrozmente ocupero la manera de narrarlo pado –dijo– con esa cosa era tan creíble y serena! Perde allí. Me pareció que aquella delicada mentira había manecí desvelado la mayor –Pero... ¿Viajaba ussido narrada sencilla y parte de la noche pensando ted realmente a través del bellamente; pero es que yo sólo la había oído una en aquello. tiempo? vez, y esto era lo que Decidí volver al día si–Así es, real y verdademotivaba que la encontrase encantadora. A los demás, guiente y ver de nuevo al ramente. cuando el relato fue nuevo Viajero a través del Tiempo. Clavó francamente sus para ellos, no hay duda que Me dijeron que se encontraojos en los míos. Vaciló. también debió de gustarles. ba en el laboratorio, y como Su mirada vagó por la haM. Twain, Un yanqui en la corte me consideraban de toda bitación. del Rey Arturo confianza en la casa, fui a –Necesito sólo media buscarlo. El laboratorio, sin hora –continuó–. Sé por qué embargo, estaba vacío. Fijé ha venido usted y es sumala mirada un momento en mente amable por su parte. la Máquina del Tiempo, alargué la mano y Aquí hay unas revistas. Quédese a comer y moví la palanca. A lo cual la masa rechonle probaré que viajé a través del tiempo, con cha y sólida de aspecto osciló como una muestras y todo. Pero, ¿me perdona usted rama sacudida por el viento. Me asusté treque lo deje ahora? mendamente y, con rapidez, recordé cuando Accedí, porque comprendí apenas era niño y me prohibían tocar las cosas. entonces toda la importancia de sus paSalí de allí y me encontré al Viajero a labras; y haciéndome unas señas con la través del Tiempo, que llevaba una pequecabeza se marchó por el corredor. Oí la
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puerta cerrarse de golpe, me senté en un aturdido, se abrió la puerta del jardín, y sillón y tomé un diario. ¿Qué iba a hacer apareció el asistente. hasta la hora de comer? Luego, de pronto, Nos miramos. Después volvieron las recordé que tenía una cita que no podía ideas a mi mente. eludir. Entonces, me levanté y fui por el –¿Ha salido su amo... por ahí? –prepasadizo a decírselo al Viajero a través gunté. del Tiempo. –No, señor. Nadie ha Cuando tomé el picasalido por ahí. Esperaba porte oí una exclamación, encontrarle aquí. Mientras se acercaban extrañamente interrumpida Ante esto, comprendí. A a la base de la enorme al final, y un golpe seco, riesgo de perder una gran pirámide, su excitación se hizo tan intensa que seguido de un choque. Al oportunidad laboral, me pareció fundirse en una abrir la puerta, una ráfaga quedé allí, esperando la calma completamente anormal. Estaban ebrios de de aire se arremolinó a vuelta del Viajero a través asombro. Se sentían como mi alrededor, y oí cristadel Tiempo; esperando el sonámbulos. les rotos cayendo sobre el segundo relato, quizá más E. Cooper, suelo. El Viajero a través extraño aún, y las muestras Bienvenidos a casa del Tiempo no estaba allí. y las fotografías que traería Me pareció ver durante un él consigo. momento una forma fanPero empiezo ahora a tasmal, confusa, sentada temer que habré de esperar en un torbellino –negro y cobrizo–, una toda la vida. forma tan transparente que el pizarrón y El Viajero a través del Tiempo desaparesus hojas de dibujos se veía con claridad. ció hace tres años. Y, como todo el mundo Aquel fantasma se desvaneció mientras yo sabe, no ha regresado nunca. me frotaba los ojos. ¿Estará en el futuro o, quizás, en el La Máquina del Tiempo había partido. pasado? Salvo un rastro de polvo en movimienNo lo sé; no puedo saberlo. to, el extremo más alejado del laboratorio Para consuelo mío, tengo dos extrañas estaba vacío. Algo había arrancado una de flores blancas –encogidas ahora, ennegrelas hojas de la ventana. cidas, aplastadas y frágiles– para atestiguar Sentí un asombro irracional. Comprendí que aun cuando la inteligencia y la fuerza que algo extraño había ocurrido, y durante habían desaparecido, la gratitud y una muun momento no pude percibir de qué se tua ternura todavía se alojaban en el corazón trataba. Mientras permanecía allí, mirando del hombre.
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Fuentes consultadas
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http://www.edicionesdelsur.com/cuentos_silverberg.htm El ocaso de los mitos, Robert Silverberg http://www.epdlp.com/escritor.php?id=3194
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http://www.educared.org.ar/guiadeletras/archivos/dick_ philip_k/index.htm
http://www.sadrac.com.ar/cuent01.htm Visita a un planeta extraño, Philip Dick
http://www.grupobuho.com/textos/ing/bradbury/
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http://es.wikipedia.org/wiki/James_Graham_Ballard
http://www.sadrac.com.ar/ Cántico por Leibowitz, Walter Miller http://www.sadrac.com.ar/ Dune, Frank Herbert
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Este libro se termin贸 de imprimir y encuadernar en el mes de julio de 2009 en los talleres de Pressur Corporation sa C. Suiza, rou.