Palmira, Color y Palabra

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A veces en las tardes una cara nos mira desde el fondo de un espejo.

El arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara.

J. L. Borges



Mauricio Cappelli


© Mauricio Cappelli, 2011

Concepto artístico

ISBN: 978-958-44-8397-3

Paola Karina Carvajal O.

Investigación, textos y edición

Diseño gráfico

Mauricio Cappelli

Jessica Rueda

Primera edición

Portada

Alcaldía Municipal de Palmira

Fotografía: por el camino de Swann,

Raúl Alfredo Arboleda Márquez

Mauricio Cappelli

Alcalde Municipal

Montaje: Jessica Rueda

Secretaría de Cultura y Turismo Numa Andrés Paredes

Fotografía

Andrés Felipe Valencia

Andrés Sánchez, Anfassa Alonso García

© de las obras pictóricas y literarias de esta antología

Giovanni Saa

pertenecen a sus creadores o familiares y no podrán usarse en otras publicaciones sin su permiso previo.

Gestión Eduardo Alfonso Correa

Impreso por

Hugo Erazo

Litocencoa SAS

Eliana Montoya

Municipio de Palmira



ciudad es un cuerpo. Está hecha de casas, de U namanías… de calles apretadas de acelerados y de ausentes. Esta ciudad es secreta y amable; alada y prisionera. Sus ríos la abrazan; sus parques respiran por ella. Palmira es una gitana, es una hippy, es una monja. Es una ciudad sola; es de ella. Es nuestra, pero ajena. Se nos muere y nos rescata. En las madrugadas sus pájaros la celebran y sus vendedores ambulantes y sus perros callejeros le dan movimiento. Palmira tiene los ojos verdes. Tiene una guitarra y es bambuco y es rock, aunque a veces prefiere los boleros de sus techos viejos, donde bailan a pasitos de musgo armonías de tristes lluvias. Palmira tiene dos gatos; uno es caos, el otro es kaos. Tiene leyendas. Tiene mil y una palomas y un lago que se pudre. Palmira se enamora, se suicida; besa como travesti, tiene iguanas. Cuando llega septiembre los guayacanes de flores amarillas despiertan en sus hombros. Una ceiba en La Factoría tiene la forma de su pálpito. Y el pipero más feliz guarda tiquetes para ella cuando busca su lozanía en el Teatro Materón. Palmira usa jeanes y sandalias; tiene acné. Pero en las conversaciones de los parques aún se da paseos en victorias movidas por aurigas que fueron viajantes que fueron unicornios, pensando que quizás un día alguien volverá a

contarle esas historias que tienen con el color del trigo, del amor y del asombro. Cuando hace la siesta, Palmira descansa un pie en Piles y una mejilla en La Buitrera. Y si el viento le trae cartas, huele a miel, y si se pone triste llora pavesa, lágrimas de sal y de mendigo. A las nueve de la mañana Palmira ya tiene pesadillas. A las tres de la tarde visita los cafés donde farsantes bohemios de maleta remendada le ofrecen canciones y seguros de vida, y ciegos vendedores de lotería la invitan a andar de trencito. Y en las noches teje y desteje los andenes esculcando las basuras, buscando las preguntas que sus hijos arrojaron a las calles, mientras silba lejanas infancias para no enloquecerse por ese trasegar de hielo de ambulancias iracundas. En la cúpula de su catedral Palmira tiene un ángel muerto. Dos coclies hacen nido en la palma más despelucada del Parque de Bolívar. Y un loco de pelito largo que se bofetea y discute con Dios es quien más la adora con delirio. Palmira anda descalza… De repente una niña que se llama Laura Marcela encuentra este libro. Ella lo alza y al abrirlo entra como en una casa. Abre puertas. Hay duendes en las ventanas que mueven sus manos llenando de colores los segundos, pequeñísimos seres la saludan dibujando jardines que caminan a pasitos de flores azules y tímidas palabras que viven debajo de las mesas vienen a su encuentro.


Y Laura resplandece al ver que de la nada surgen árboles, paisajes, rostros… Recuerdos que se arriman a su regazo para que otra vez les dibuje un nombre. Lentamente un barquito de papel se acerca por las aguas de la página cinco. Laura lo alza y el barquito sube por su mano y da la vuelta y entre piruetas ancla en la bahía de su pecho. El barquito se llama Memoria. Tres niños descienden de esa Memoria. El primero es Ayer. Tiene barbas blancas y largas y trae cartas para quienes hicieron volar en fantasías lo que la vida les dijo alguna vez. El segundo niño se llama Hoy. Hoy viste un overol lleno de frases y luce un gorrito de papel periódico. Hoy se esfuerza. Hoy insiste. Hoy ha hecho su camino. Es un pedacito de Palmira en cada rincón de leyenda en el que está. El tercer niño es como Laura, es inocente, preguntón y le encantan los helados de chocolate. Su nombre es Mañana. Y en sus manos trae las semillas que serán los pájaros que soñarán los bosques que dirán los duendes, en las aguas donde volarán las peces que tejerán los cielos que pintarán los niños que esos otros niños cortarán en pedacitos para inventar espejos… muchos espejos. Y Laura sonríe porque muy dentro suyo ya sentía que estas palabras eran para ella; palabras atolladas de arco iris, palabras vestidas de acuarela.

Y cada quien observa cómo esta ciudad se desnuda de su noche, cómo detrás de Laura avanzan niños y niñas con lápices y pinceles nombrando a cada calle, y a las calles les salen alas. Otros versos se imponen así, otros sonidos del color, en una fiesta donde las gentes quitan sus miedos de las ventanas de sus rostros, los viejos desempolvan sus trompos y zumbambicos, los fantasmas y sicarios juegan la rayuela y hasta los más tristes encuentran una tarde al sentarse en pupitres de luz, frente a inmensos árboles nevados de garzas. Y Laura pasa y pasa las páginas y de la sinfonía de sus manos surgen flores y musgos que visten los asfaltos, mariposas que parpadean el aire con sus alas y canciones que mojan de amarillo las nostalgias. Misteriosos mundos que esperan por nosotros. Ahora Laura Marcela llega a la última página de este libro y en la orilla de su corazón observa a su Memoria irse en la corriente. Le asombra que toda Ella esté de fiesta, que estén abiertas todas las puertas y ventanas de su casa. Mañana ni siquiera la niebla, ni siquiera el más solo podrá olvidarla… Esa estrella fugaz es su sonrisa. En sus manos duerme esta ciudad.


Mauricio Cappelli

© Andrés Sánchez, Anfassa

L a primera vez que viví un poema fue en un lejano lugar de mi infancia. Pasaba por el

Parque de Bolívar de la mano de alguien y un señor, quizás un loco, le hablaba al viento de una forma musical que nunca antes había escuchado. Más tarde comprendí en el colegio que ese ritmo del espíritu era la poesía y que esa forma extraña de decir el mundo era un soneto. La pintura también me encontró como una magia. Las primeras obras que conocí fueron las del Greco y Picasso por unas revistas de arte que llegaban a mi casa. Mucho después supe que la obra de aquel señor desnudo que tocaba el dedo de un hombre con la punta de su dedo era Dios y que su creador no era alguien fuera de este mundo, sino una persona de verdad. Con esas obras supe que era posible atrapar lo más humano -el miedo, el amor, el asombroen la quietud, y que esa quietud podía moverse en la memoria, en las generaciones y en el tiempo. Más adelante comprendí que también de los dedos de los artistas goteaba el universo. Ahora que les cuento estas cosas entiendo que siempre fui un mal dibujante; entonces me dediqué a escribir, a pintar con las palabras. Lo más verdadero que he escuchado acerca de la poesía es que ella, más que acercarnos a lo divino que hay en la vida, nos muestra lo divino que reposa en ella desde siempre. Aprendí que la poesía no es un género literario sino una actitud hacia la vida y que su magia nos acerca a la cotidianidad para abrazarla y abrazarnos en ella con sencillez, y que en las historias de otros y en la de una ciudad como ésta, de trescientos mil aprendices, cualquier persona puede encontrar su propia sombra. Esa otra literatura me enseñó que nunca estamos enfrente de un paisaje, cualquiera que éste sea, sino en medio de él; que ese paisaje está, especialmente, en nuestra manera de mirar. Por eso, como quien recorre un camino de espejos -de memorias que nos miran- las páginas que siguen son el encuentro de diversas expresiones donde converge el asombro, el amor y el dolor de varias épocas: nuestro patrimonio cultural y la identidad, aún descubriéndose, aún en movimiento, de nuestra tradición pictórica y poética, en una región que ha sido tantas veces un afortunado escenario de voluntades, gratitudes y tensiones. Una ciudad es más grande si conocemos de dónde viene; pero su sociedad sería más lúcida si conociéramos la grandeza de sus gentes. Esta antología quiere multiplicar la vida y obra de los artistas que ubicaron a Palmira en el mapa cultural del país y del mundo; quiere reconocer el esfuerzo de los artistas que creyeron en su talento y que en esta ciudad o en otras han trabajado para hacer del arte una voz de la sociedad y de su tiempo, un ejercicio de goce de sus vidas. Y quiere celebrar, desde ya, las futuras generaciones de artistas, quienes desafiando y reinventando los paradigmas -sobreviviendo a ellos- lograrán que el arte siga expresando la búsqueda y la defensa de lo que


debe decirse, proponiendo inquietudes y armonías, y señalando, en tantas formas que nos serán desconocidas, la originalidad de la existencia, el innato apego del ser humano por lo misterioso y lo fugaz. Creo que hay mucho por escuchar en la manera en cómo esas nuevas generaciones se la están jugando, imponiendo sus culturas y creencias, incluso sus ambigüedades, porque es también a pesar de sus apatías y desconfianzas que las sociedades pueden permitirse una pausa en su ritmo interesado y predecible. Las cosas más sinceras de la vida, las más espontáneas, siempre nos están buscando, y el universo nunca se ha cansado de esperar nuestra atención, y sé que todo el exceso de humanidad que nos habita un día irá menguando y otras maneras de observar una esquina, una silla, o a una palabra, nos darán una señal. Estos propósitos componen otro más grande. Contribuir a que la cultura de Palmira conquiste el verdadero lugar que se merece: el del reconocimiento de nuestro patrimonio humano y artístico y que se le otorgue a esa cultura su justa participación en el desarrollo de mejores ciudadanos; una sociedad más inquieta y creativa es menos ingenua frente los males de la corrupción y el desarraigo. Palmira encontrará su porvenir si cada quien hace lo suyo con responsabilidad y compromiso. Este libro nos muestra que hace mucho los poetas y artistas plásticos, los músicos, dramaturgos, artesanos, y todo aquel que haya usado su creatividad para afirmarse, nos vienen enseñando con dificultades, aun desde el olvido, que imaginar no es un privilegio sino una decisión y que no sólo los funcionarios públicos, banqueros y empresarios construyen nuestro destino, sino que los artistas le agregan a ese porvenir reflexión y sensibilidad. Es hora de que hagan lo suyo los profesores, los arquitectos, los periodistas, los médicos, los abogados, porque es cierto que a Palmira, más que verdaderos líderes, lo que le ha faltado es un propósito compartido. Las inversiones y proyectos de infraestructura son importantes para el desarrollo de una ciudad, pero son nada

si no se logra la transformación en la gente que la habita. Las grandes obras adquieren trascendencia en el tiempo gracias a que los individuos se integran a ellas a través la identidad histórica y la cultura ciudadana. Con esta antología el país podrá conocer el aporte que nuestra ciudad le ha otorgado a su patrimonio cultural. Pero mucho más importante es que los palmiranos la acepten como un ejercicio de memoria, inspiración y reconocimiento por lo nuestro. Un camino en el que aprendamos a valorar nuestras tradiciones, a entender cómo Palmira puede ser más amable, estimulante y próspera de la mano de la imaginación y del asombro, y cómo el arte, en todas sus expresiones, puede ayudarnos a reconciliarnos con la vida, con la sociedad y con nosotros mismos. El mayor reto que tenemos todos es volver a sentirnos palmiranos y vallecaucanos, a sabernos sin fronteras un país mestizo. Y parte de ello significa comprender que a través del arte también podemos escuchar y dialogar con las distintas músicas que habitan nuestra piel, a contemplar los matices que dan carácter y armonía a nuestra voz. Esta obra es una puerta que invito para que cada quien abra y descubra cuán importante es la ciudad en la que vive y cuán valiosas son las fortalezas que se esconden en ella y en cada uno de nosotros. Que conversemos un poco con la historia y entendamos que la parte más vital de ella es la que deberemos procurar que ocurra en el futuro, que cada página nos revele cómo Palmira ya es en ese fututo UN TERRITORIO DEL COLOR Y LA PALABRA. Mil gracias.

editor


10 Fósil del pez sueño, Hammer Bolaños Flaker. Técnica mixta 120 x 100 cm


El arte: el alma de la historia y de los momentos “Ten piedad, no permitas que al morir infecundo Tú y la tumba devoren lo que se debe al mundo”. William Shakespeare.

A

tenido la valentía de tatuar la piel de la historia con su propia voluntad. Por cada obra hay un motivo, una esencia creadora que desarticula al artista que indaga originalidad, vanidad, consuelo… Cada obra es un ave que señala un rumbo, una música que busca dónde quedarse, un solitario grito que viaja de una generación a otra, porque es cierto que el arte es una forma de diálogo que adquiere sentido y movilidad en el tiempo: mañana un niño inclinará su rostro ante La Guarnica y se preguntará hasta dónde llegarán la soberbia y el dolor del mundo, y en el otro hemisferio, una adolescente leerá El Canto general de Neruda y pensará que la unión de América al menos fue posible en un libro. Todo artista es un ser inconforme y por ende revolucionario. Quiere desligarse de los primeros planos del mundo y bebérselo con las cinco bocas

través de la historia, las artes plásticas y la poesía han sido dos espejos que el ser humano

ha puesto ante sí mismo y ante el mundo para dar rienda suelta a su capacidad de asombro, memoria y reflexión. Desde la interpretación de los fenómenos naturales que hicieron nuestros ancestros, hasta el poema que alguien escribirá esta noche ante un horizonte destruido por la guerra reúnen las expresiones que nos cuentan acerca de las pasiones, delirios y angustias que ocupan al ser humano y que le han valido para interpretarse e interpretar a su entorno y a la sociedad que lo contiene. El arte no es sólo un resultado o un objeto; mucho menos un caprichoso azar de los sentidos. Todo lo real e imaginario, lo cotidiano y abstracto, lo siniestro e inocente, todo lo sensible a la emoción y a la racionalidad ha inspirado a aquellos que han

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de su espíritu. Quiere tocar con los ojos, escuchar con las manos, descubrir las puertas ocultas de todo lo que tenga espacio, color y nombre. Quiere reinventarlo todo -incluso a sí mismo- haciendo de la observación, la duda, la indignación, sus mutables destrezas para luego vomitarlo todo con potencia creadora, convirtiendo su espíritu en el mejor alumno de su cuerpo. “Todo arte es hijo de una época”, dijo una vez Kandinsky, pero también el arte nace de la necesidad de huir de una época. Es testimonio de lo que el ser humano ha perdido y olvidado, de su involución en una sociedad rendida a los avatares del desacuerdo, las modas y el asfalto. El artista parece jugar a revelar el prodigio de la vida donde ya parece desterrada o en desuso, quiere agradecer su voluptuosa carga de infinito que se muestra preciosa e irrepetible en un instante. Quiere mostrarnos nuestra soledad diciéndonos que al universo en el que vamos sólo podemos agregarle una manera observar y de ser en él; quiere decirnos que todo arte es comprensión por lo poco virtuosos que somos como especie, por la imaginación que desperdiciamos en nuestras azarosas vigilias cotidianas. Y la poesía, la plástica, la música, la arquitectura, el cuerpo mismo, son párrafos de esos diálogos.

¡Sancho, los colores!, Hernán Uribe M. Acrílico sobre lienzo 70 x 50 cm

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Los artistas pasan, son polvo, son lluvia; cada ser humano es una obra de arte en un fluir que se reinventa, sufre y perdura. Hacemos parte de este tejido inmenso de supervivencia y de color que nos ampara, de toda esa virtud que para protegerla solo la podemos admirar. Algo de ese humilde arte que somos traza la geografía emotiva de una sociedad; ese arte que está en lo desconocido, en el olvido y en el orgullo, es el alma de la historia y de los momentos. Mañana la vida seguirá insistiendo, y el arte continuará ofreciéndose como la sombra en fuga del artista; seguirá siendo para cualquier ser humano su expresión de servidumbre ante lo más sencillo. Cada obra admirada, olvidada, inconclusa o vuelta a hacer, será un fragmento disperso de la piel del mundo; una vida que se nos escapa por la juiciosa respiración del tiempo, es cierto, pero que en el fecundo jardín de nuestro pecho, si así lo decidimos, siempre nos invitará al asombro, a descubrir y a ser otros, a tener, aun desde el silencio, algo que decirle a la eternidad.

El último conquistador, Alfredo Arango. Acrílico sobre lienzo 48, 5 x 35 cm

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14 Mi pueblo, un artista de la cultura Malagana, hace siglos.


No me digas que somos un sueño El legado artístico de la cultura Malagana

“Quiero conversar con mi tierra, preguntarle de qué diversos barros fue nacida, de qué actos de amor y violaciones viene”. Memorias del Fuego Eduardo Galeano

H

ace veinte mil años, un grupo de hombres y mujeres cruzó el estrecho de Bering. El minutero del tiempo avanzaba en el pleistoceno de la historia, cuando mamíferos gigantes apretaban las llanuras, acechados por fieras que exhibían a la luna sus colmillos descomunales. El homo sapiens ya era el rey de las bestias. Había dominado el fuego y fabricado con sus manos herramientas de piedra y destajado la carne que durante doscientos mil años ensanchó el cofre de su pensamiento, y que le sirvió para nutrir su lenguaje y sobrevivir según el tamaño de sus sueños. Cinco mil años antes de Cristo, los hombres y mujeres de la cultura Olmeca de México crearon para su subsistencia espiritual la organización del estado, la agricultura y el calendario, y para

la historia del arte los primeros tótems de piedra, la orfebrería y la cerámica ornamentada. Pronto se consolidarían en Centroamérica las comunidades teocráticas y agrarias, en cuyas ciudades sagradas se difundirían las nuevas invenciones del hombre: la escritura jeroglífica y el conocimiento del tiempo que dictó la construcción de colosales templos piramidales, donde se practicaban sacrificios como ofrendas a los dioses y que con el paso de los siglos se colmarían de mística memoria y tallado lenguaje. Así el arte, como un diálogo entre lo terrenal y lo divino, daba vida a las preguntas del ser humano; perpetuaba y difundía el conocimiento. Esa búsqueda surgió también en las sociedades del sur del continente. Los primeros pobladores del Valle del Cauca se establecieron ocho mil años antes de Cristo.

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Fueron nómadas que se dedicaban a la caza, la pesca y la recolección de frutos. Con los siglos, la agricultura migratoria se transformó en estacionaria y originó los primeros poblados con un orden social establecido. En ese murmullo de la vida, una cultura encontraría su lugar en las colinas de la cordillera central, a márgenes del río Calima. Mil quinientos años antes de Cristo, surgió en ese mismo paisaje la primera de las tres grandes culturas agroalfareras del Valle del Cauca, la cultura Ilama. Su nombre proviene de un pueblo del territorio que en 1552 se encontraba bajo el mando del cacique Bonba. La economía de esta sociedad se basó en una eficiente agricultura migratoria, complementada con las actividades de recolección, caza y pesca, e introdujo a la zona el conocimiento para elaborar cerámicas de barro cocido y fundir el oro, obras que se caracterizaron por el fino acabado y el simbolismo de expresivas figuras antropomorfas y zoomorfas. Un siglo antes de Cristo, y como una transformación social del período Ilama, surgió la cultura Yotoco. Su nombre se deriva de un término indígena que sobrevivió a la época colonial y que señala el lugar donde fueron encontrados los primeros restos. Esta cultura fue también una sociedad regida por cacicazgo que intensificó y mejoró sus técnicas de producción agrícola. Su diferenciación con la cultura Ilama se determinó por sus prácticas funerarias y su arte cerámico, menos detallado y expresivo, pero de

mejor acabado en sus colores, y en el que prevalecen las alcarrazas y vasijas con formas de calabazos y tubérculos. Estas dos culturas, cada una con sus rasgos, expresaron a través del arte su cosmogonía, su búsqueda de equilibrio con la naturaleza: el decir de sus dioses y de sus ancestros. Fue un arte inspirado en el devenir cotidiano, testimonio del asombro y de la inquietud del hombre por imitar las formas y los comportamientos humanos y animales y de los dioses que se hacían presentes a través de los fenómenos naturales. Un arte que tuvo su origen en una actitud espiritual ante la vida, con la que lograron materializar sus costumbres nacidas de la capacidad de observación de los nativos. Hasta entonces, eso era lo que se conocía acerca del arte de nuestros ancestros vallecaucanos. Pero faltaba un eslabón en la cadena, uno que hablara de la identidad del hombre que habitaba las llanuras anegadas. Ese eslabón perdido fue la cultura Malagana. El 28 de octubre de 1992, los espíritus guardianes del antiguo Bolo se cansaron de tanto silencio y le ordenaron a la tierra que se abriera y revelara sus secretos. Dos versiones existen del hecho. La más verosímil cuenta que un obrero nivelaba con un buldócer una plaza de tierra cañera en la Hacienda Malagana, de propiedad de la familia Azcarate

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Sueño, alcarraza de la cultura yotoco con forma de rostro de mujer.

Rivera. Meses antes, un mayordomo le había dicho a don Arcesio Triviño, vecino del lugar. “¡Vea, compadre, eche ojo que por ahí hay cosas de indios!”. Pero ni don Arcesio ni su esposa Rosalbina Pérez ni ninguno de sus diecisiete hijos prestaron atención. En esas tierras crecían cañas del Ingenio Providencia. Aquel 28 de octubre, a las cuatro de la tarde, el buldócer se hundió en una falda y el hombre, gorra en mano, se bajó para maldecir su suerte, pero algo brilló para él en los surcos de la madre oscura. Lo escena que siguió nadie podría imaginarla. Nadie podrá sentir el ritmo del corazón de aquel hombre que tuvo la fortuna o la desgracia de encontrar el cementerio de una cultura indígena. Pero sí podremos imaginarlo abrir sus ojos y llevarse las manos a la cabeza y romperse las uñas al hundirlas en el barro y enjuagarse el sudor con las mangas, mirando a todas partes, mientras llenaba un costal

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de cabuya con rostros y figuras para luego escabullirse entre las suertes, sin decirle nada a nadie, perdiéndose en la noche. Lo que sigue es uno de los hechos sociológicos más caóticos de la historia contemporánea de Colombia. La cotidianidad de un pueblo se derrumbó; las gentes con picos y palas se fueron encima sobre un terreno creyendo alcanzar el porvenir sin saber que en ese lugar habitaba gran parte de su memoria colectiva. Al día siguiente pasaron por la casa de los Triviños unos hombres que decían ir a buscar armadillos. En la tarde ya había una docena de curiosos y tres días después cientos de gentes del caserío de El Bolo buscaban un lugar donde abrir un hueco. Pronto un noticiero anunció el descubrimiento y la romería se triplicó. Los primeros guaqueros que llegaron fueron Bernardo Rendón, Alberto Montenegro y su hermano “el tigre”, venidos de Restrepo y El Darién. A ellos les siguieron don Hermes, un patricio de El Bolo, y diez guaqueros suyos que comenzaron a sacar figuras de barro para un gringo que quería morirse de la rabia cuando le llevaban las piezas rotas. “¡Indios brutos, decía, indios brutos!”. En cuestión de días llegaron al sitio personas de todas las edades y de todos los estratos sociales de Palmira y de las ciudades vecinas. Empresarios, políticos y mafiosos coleccionistas enviaron delegados con maletas cargadas de dinero para adquirir las mejores piezas. Incluso un actor francés montó a la entrada del pueblo una carpa para comprar lo que le ofrecieran. Los patios traseros de las casas se


desde el aire una bombardeada llanura. Había en el sitio cerca de cinco mil personas. Comerciantes, abogados, soldados, policías, políticos, gentes del común e incluso dos poetas y cuatro monjas con el hábito arremangado se quebraban con impaciencia las espaldas. Por los costados, una retroexcavadora del municipio y otra del batallón Codazzi competían para sacar a dentelledas trozos de historia. Durante casi seis meses se vivió en la Hacienda Malagana una escena dantesca de saqueo donde no hubo principio ni moral alguna. El delirio por El Dorado había vuelto y tal como lo hicieron los primeros bárbaros que llegaron a América, nuestra memoria ancestral terminó fundida en la avaricia. De lo poco que se logró rescatar, los arqueólogos encontraron varias respuestas, pero sobre todo más preguntas. Después de dos años de estudio, las tumbas y ajuares revelaron que la cultura Malagana fue una sociedad que surgió quinientos años antes de Cristo en las márgenes del río El Bolo y el zanjón Timbique, como una variación de las culturas Ilama y Yotoco. Tres grandes virtudes encontraron en esa nueva sociedad. La primera, su capacidad para adaptarse y transformar su medio ambiente. Basados en su experiencia, los indígenas del río Bolo construyeron jarillones y canales concéntricos de desagüe para aislar sus viviendas y zonas productivas. La segunda, tuvieron una estrecha relación social y comercial con las culturas Calima, Quimbaya, San Agustín y Tumaco, y

Alcarrazas de la cultura Yotoco, artesanías de uso cotidiano adornadas con dibujos geométricos alusivos a la naturaleza.

convirtieron en improvisados salones de exhibición de las piezas de oro y cerámica; los cautos escondían lo más fino debajo de los muebles y en el interior de las lavadoras y materas. La primera guaca, dicen, la sacó un grupo de seis hombres que la vendieron en ochenta millones a una gente de Bogotá. El lote más grande fue vendido a un intermediario extranjero que pagó mil millones de pesos por seiscientas piezas, las más preciosas. Casi cien días después del descubrimiento, llegaron al sitio los arqueólogos del Instituto Vallecaucano de Investigaciones Científicas, INCIVA, del Museo Arqueológico de la Universidad del Valle y del Instituto Colombiano de Antropología, ICANH. Habían sido alertados por el concejal de Palmira, doctor Pedro Nel Ospina, quien a través de un acta aprobada en el hemiciclo, denunciaba públicamente el saqueo progresivo y el desorden social que se vivía en la zona. Como pudieron, los expertos acordonaron el área e hicieron su trabajo en un campo que parecía

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con otras, como los Sinú y Tayrona, tejiendo en toda la región un sentido colectivo de identidad. Y la tercera, su cosmogonía, que expresada a través de la cerámica y la orfebrería, los mostraba como una de las sociedades más avanzadas del suroccidente precolombino. Esos antiguos orfebres Malagana dominaron las técnicas de fundición, martillado, grabado y soldadura por frotamiento, con las cuales transformaron el oro y el tumbaga en láminas, y éstas en brazaletes, orejeras, collares, narigueras, pectorales y máscaras, que fundían sobre matrices de piedra tallada, cerámica y hueso, decoradas con motivos geométricos, incisos o repujados. Su magia era infinita. Hay máscaras que hablan del acecho del jaguar, pectorales que muestran las danzas secretas del sol y de la lluvia, collares que imitan el plumaje de las aves, narigueras que honran a los abuelos que tenían rostros de serpiente y de caimán, orejeras en forma de granos de maíz que anunciaban las bienandanzas que se agitaban en el interior de las semillas, instrumentos musicales que convocaban a los dioses, y diminutos alfileres y poporos en los que mujeres y animales sonreían y abrían sus manos a los cielos. Eran piezas de arte que usaban los caciques y chamanes en las ceremonias y distinguían al pueblo en intercambios culturales y comerciales y que componían los ajuares que los muertos se llevaban a la otra vida. Su cerámica fue también fina y expresiva. Los artistas Malagana moldearon barros y arcillas dando vida a alcarrazas con figuras antropomorfas

Madrugada, uno de diversos objetos simbólicos que daban significado a los rituales que practicaban los chamanes de la cultura Malagana.

y zoomorfas de distintas dimensiones. Con la fina pluma de un ave dibujaban sobre las piezas líneas, rectángulos y círculos, logrando delicados diseños geométricos de gran contenido simbólico y trazos punteados o granulados que denotaban los detalles morfológicos. Esas esculturas reflejan una mirada surrealista y realista de la fisiología humana y animal y su fusión con las distintas actividades cotidianas, y su relación con sus dioses y con los elementos naturales que narraban los dramas de la creación, la vida y la muerte. Hay esculturas que hablan de cómo eran sus viviendas construidas con techos a dos y cuatro aguas, de los rostros de los insectos, monos y felinos que llenaban de algarabía las copas de los árboles, de los pájaros que hacían vibrar los cielos y las

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Palma, pieza de orfebrería de la cultura Malagana.

pierna para quitarse las niguas que atormentan uno de sus pies. Por ese arte lleno de magia sabemos que la contemplación y la abstracción del entorno fueron para la sociedad Malagana actitudes naturales ante la vida. Si ellos tuvieron la virtud de moldear la alcarraza de un acurrucado lirón que sueña y la máscara tumbaga de un puñado de colibríes al vuelo, fue porque comprendieron la bondad de la naturaleza y el complejo tejido de milagros que desencadenan la belleza de un instante. Una sabiduría que se esmeraron en conservar porque después de todo, todo era fugaz: eran hombres y mujeres con una esperanza de vida no mayor a cuarenta años. El día que se desencadenó el saqueo del cementerio Malagana, ninguno de los pobladores de El Bolo, muchos de ellos sin empleo ni oportunidades, se detuvo a pensar en la tontería que estaba cometiendo. La maldición del indio nunca ha sido esa blasfemia ancestral que un individuo o un pueblo merece por convertir en exceso las bondades de un tesoro indígena. Por el contrario, esa maldición ha sido siempre nuestro sino por ser una sociedad cargada de ignorancia e indiferencia, una sociedad que aún no ha tenido el coraje de mirar atrás para preguntarse y conmoverse. Hay quienes afirman que la cultura Malagana y las demás culturas precolombinas fueron sociedades minoritarias que no lograron alcanzar su esplendor y que comparados con los aztecas, los mayas y los incas, su nivel político, estatal y tecnológico fue muy ínfimo. Y pareciera cierto. Aún nos estremecemos

ramas, de los hombres y mujeres que iban al poniente a traer en canastos las bendiciones del trueno y de la lluvia, de los caciques que lucían ante el pueblo máscaras de zorros y murciélagos, de los ancianos que tenían coto y de los chamanes que mascaban coca y que en cuclillas conversaban con los muertos. Otras piezas hablan de las mujeres que bajaban a los ríos para peinar sus cabelleras, de las mujeres que miraban el horizonte mientras acariciaban sus abultados vientres o le suplican a la luna un poco más de leche para salvar a sus hijos, o de las que tomaban con sus dedos hilos del sol para avivar el fuego de los hornos. Obras que nos cuentan lo más elemental: una mujer cruza su

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consciente de un equilibrio. Una cosmogonía que les permitió a los Malagana crecer como sociedad y relacionarse armónicamente con otras culturas. Pero hoy nuestra sociedad es la representación caótica de otros dioses, el dinero, el celular, el televisor, deidades que cada día nos individualiza y desequilibra. La inmensa mayoría de los palmiranos y colombianos no descendemos de una familia indígena. Nunca aprendimos a andar desnudos y en nuestro corazón nunca danzaron las estrellas. Pero el destino nos bendijo y hoy somos herederos del saber de una cultura que supo celebrar su comunión, su imaginación y su alegría, y que estuvo aquí mucho antes de que los seres y las cosas tuvieran nombre. Pero no será suficiente con publicar los textos científicos ni reencontrarnos con las piezas que habitan los libros y museos. La academia convirtió la historia en un diálogo de sabios, no de saberes, y la sociedad se ha quedado corta para transformar esa historia en reflexión y sentimiento. Yo que apenas soy un escritor, alcanzo a ver la mirada de esos rostros ocultos en las máscaras y a escuchar lo que las voces guardadas en las alcarrazas se esfuerzan por decirme. No es la plenitud social ni el exquisito nivel artístico que los Malaganas alcanzaron, sino cuán armoniosos y creativos podemos ser, cuán maravilloso podría ser nuestra ciudad y nuestro país con un poco de respeto y de entendimiento… cuán asombrosa es la vida que nos espera siempre, al otro lado de la puerta.

al admirar los hermosos y místicos templos de las culturas mesoamericanas, colmados de símbolos y de perdurable lenguaje, y nos preguntamos cómo lograron descifrar el andamiaje de los astros y plasmarlo en un calendario. Pero no podemos olvidar que esas culturas lograron su esplendor social y arquitectónico gracias al sometimiento a esclavitud de las tribus vecinas. Hernán Cortés sólo logró colocar su yelmo en el trono de piedra y escupir en el sagrado suelo de Tenochtitlán cuando entendió que para vencer debía unir sus escasos hombres a las hordas de nativos que querían liberarse de la opresión de Moctezuma. De la misma manera como hoy lo hacen los países poderosos, los aztecas alcanzaron su esplendor al establecer diferencias entre los pueblos, al decidir cómo los más débiles, es decir los menos organizados, debían estar a su servicio. Las culturas precolombinas no hicieron eso. No fueron avanzadas, no alzaron templos. Pero su desarrollo les permitió sustentar su equilibrio, subsistir frente a los retos de la naturaleza y plasmar su cosmogonía a través del arte para que fuese entendida por las futuras generaciones. Hoy en día comprender el legado de la cultura Malagana es para cada palmirano y colombiano una oportunidad para reevaluar su saber y raciocinio. Antes los dioses, los hombres y la naturaleza eran parte de un tejido en el cual cada quien se sabía

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Esos niños que voceaban los periódicos

En agua de arcilla, Ramón Barona Mora. Óleo sobre lienzo 70 x 50 cm

Panorama de la poesía palmirana en el albor del siglo XX

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pantalones cortos Ricardo Nieto, cuando en V estía Bogotá, y por cosas del alma marchita y el bolsillo roto, el iluminado José Asunción Silva se reventaba el corazón con una bala. Había sido él el padre del Modernismo criollo y junto a Rafael Pompo y Gregorio Gutiérrez González las cimas más altas de la poesía colombiana. Colombia era todavía ese país “camandulero” y “corrompido” que iba al ritmo de la desentonada partitura de sus regionalismos, abismado en los afanes ideológicos de las guerras civiles. El Cauca Grande había cambiado de nombre y de dueños. Jorge Enrique Isaacs había perdido en 1864 su herencia de feudos por cuenta de las deudas de su padre, un apostador. Pero fue lo mejor que pudo sucederle a un hombre que volvería a su ancestro errante como representante, pedagogo e investigador de un país desconocido. En 1863, los liberales radicales habían impuesto la Constitución de Rionegro buscando proyectar al país hacia la apertura económica. El Estado del Cauca era una región enorme en recursos y protagonista en el ámbito político, pero dominada aún por hacendados conformistas, cuyos propósitos se limitaban a mantener sus estancias según los haceres coloniales. Los Arboleda, Los Holguín y Los Mosquera, eran, entre otras, las familias que controlaban la región a través del monopolio de los estancos de aguardiente y el comercio minero entre Chocó y Nariño. En esa región de poderes absolutos, muy pocos querían invertir en esa ambigüedad que llamaban progreso. Sólo el resabiado general Mosquera seguía patrocinando los estudios topográficos del ingeniero Zawadsky para arrancarle a la manigua el ansiado camino a Buenaventura.

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Era una época en que se llegaba al futuro arrojando primero hacia adelante las ruinas del pasado. Nada parecía más incierto que la nueva realidad vallecaucana: asonadas de libertad en las haciendas, cuentos de morrocotas de oro escondidas en los muros, política lírica más que patriótica, molienda de panela y de sexo en los trapiches, hijos bastardos abandonados en las puertas de las iglesias, hijos tontos amarrados en los papayos de los patios, nubes de mosquitos y de descalzos, exportaciones de quina, café y pan de azúcar, y las páginas de dos enamorados, de un tigre y de un perro llamado Mayo, le hablaban al mundo de una región tupida de humedales y resabios que lentamente se iba achiquitando por las fronteras del color de la moral y del “hablao”, al tiempo que entraba en ese túnel que unía máquinas, comercio y política, con entusiasmos, folclor ajeno y barrios populares, donde germinaron las maneras propias de una sociedad dirigente desconfiada, ambiciosa y petulante. Jorge Enrique Isaacs tendría que morir en una finca prestada en el Tolima, lejos de las intrigas y la envidia natural vallecaucana. Ricardo Nieto había nacido en ese mestizo corazón vallecaucano, el 20 de octubre de 1878, en una Palmira fangosa, rústica y olorosa a café, tabaco y miel, circundada de haciendas agrícolas, vibrantes de pardos y de mulatos fieles, y cargada de futuro por lo que le prometía su enigmático río Palmira y su cercanía al puerto de Buenaventura.


Su madre fue doña Teodolinda Hurtado y su padre don Juan Nepomuceno Nieto, un progresista de “siete yemas” que se dedicó a la enseñanza después de colgar el fusil y entregar sus mejores bríos a las causas liberales. Fue él el gestor de la primera escuela pública de la Villa de las Palmas y autor de varias piezas de teatro, entre ellas Cada oveja con su pareja y Paco el Zapatero, y de varios poemillas de un tono festivo que intituló El mundo al revés. De ese padre de pergaminos heredó Ricardo el candor del declamador y del noble romancero. A los doce años, Ricardo Nieto partió de su natal Palmira para emprender su bachillerato en la purísima capital de los santos tristes, Popayán, esa ciudad donde los hijos de los grandes hacendados se preparaban para coger las riendas del Gran Cauca que ya palpitaba al ritmo de las locomotoras y trapiches. Era aquella una educación en la que los jóvenes de corbatín aprendían aritmética, contabilidad y ciencias casi a pellizcos y lecciones teocráticas de un Cristo sufrido que los hacía bostezar para dentro. Pero era una enseñanza que le entregaba a la sociedad juventudes orgullosas de su tierra y elocuentes tertuliadores de un castellano bien hablado; doctos en el civismo y la oratoria. Nieto culminó su secundaria en 1897, y continuó sus estudios de licenciatura de derecho en la Universidad del Cauca. Allí se vinculó a grupos de virtuosos estudiantes que devoraban las obras de Campoamor, Bécquer y Zorrilla, y de los poetas costumbristas de España, y de Bourget, Verlaine, Baudelaire y Musset, los “poetas malditos” a quienes dedicaban florecidas horas de desvelo.

Las mascotas del rey, Eugenio E. Terreros Prado. Acrílico 40 x 35 cm

Nieto publicó sus primeros poemas en hojas que él y sus compañeros reproducían en viejos linotipos y cosían con hilo, llamadas El Huésped, Pubenza, El Bohemio y El Grillo, usando los seudónimos de Juan Servien y Romero Madrid. Más tarde, colaboró en la revista Los Anales de la Universidad fundada por Martín Restrepo Mejía, ese “paisa de todo el maíz” que se propuso contagiar a los estudiantes con la literatura universal. En 1900, el joven bardo obtuvo su título en derecho. Pero sus ganas de litigio se espantaron con las musas, al presentir, quizás, que los estrechos juzgados cerrarían para él el libro de la naturaleza, donde, según decía, podía “embriagarse de aire, de luz y de rosas”. Más tarde, Nieto encontraría el genio para ser poeta y doctor al mismo tiempo. 24


Peces, Oscar Alzate Acrílico sobre tela 100 x 110 cm

Por esos años, comenzaban a imponerse en América los nuevos ritmos del lenguaje, después que Rubén Darío le revelara al mundo la música del castellano. En Colombia, los poetas que acogieron el legado de Silva fueron, entre otros, Max Grillo, Cornelio Hispano y Guillermo Valencia. Éste último nombrado Jefe Civil y Militar del Antiguo Cauca, en Julio de 1900, y quien elegiría meses después a Ricardo Nieto como amanuense en la secretaría de gobierno de Cali, capital que sería desde entonces el sitio de las faenas humanas y profesionales del poeta palmirano: sería secretario del general José Antonio Pinto y secretario del Tribunal Superior de Cali. Hacia 1910, Nieto interactuaba con el selecto grupo de contertulios de la Biblioteca Centenario de Cali, fundada

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por Blas S. Scarpetta, y a la cual pertenecían Isaías Gamboa, Mario Carvajal, Enrique Palacios y Gabriel Montaño Trujillo. Dos aspectos resaltaban en la obra y personalidad de Ricardo Nieto, su virtuoso ir y venir entre el Romanticismo y el Modernismo y su alegre y frondoso bigote. Por esa época, Colombia mostraba sus ímpetus al vivenciar su desarrollo urbanístico, económico e industrial, gracias a la cooperación gobiernista de los partidos tradicionales. Un progreso que se afianzaría con los veinticinco millones de dólares que el General Pedro Nel Ospina recibiría de Estados Unidos, por haber recogido del andén a Panamá. Palmira y Cali eran en ese entonces ciudades en las que prevalecían las casas y haciendas coloniales. Pero pronto se abrirían en ellas nuevos paisajes: las tuberías de acero sustituirían los medievales canales de calicanto, las bombillas francesas jubilarían los faroles de pábilo y los barcos a vapor les llevarían una algarabía comercial suficiente para engalanarla con el imponente estilo republicano. Para ese momento, Ricardo Nieto ampliaba su experiencia profesional. Fue nombrado en 1918 director de instrucción pública por el doctor Ignacio Rengifo Borrero, gobernador del Valle del Cauca. Un período en el que se ejecutaron proyectos de largo aliento y en el que inversionistas norteamericanos, alemanes, judíos y libaneses, venían a engrandecer el porvenir vallecaucano.


Esa nueva cotidianidad citadina, en armonía con los límpidos y sugerentes paisajes, le significaron a las nuevas generaciones de poetas caucanos una poesía que florecía a la espera de ser llevada a la palabra. Francisco Barona Rivera, Julio César Arce y Pascual Guerrero fueron poetas palmiranos que por esos años mostraban su talante en los trasnochados avatares de la inspiración y de la rima. El primero comenzó desde muy joven a hacerse a un nombre y a un lugar en los círculos intelectuales de Popayán. Julio César Arce, de carácter volátil e impetuoso, había publicado sus primeros versos un año después de “largar pantalón” en el suplemento literario El automóvil, de Cali, dirigido por Elías Reyes; más tarde publicó sus obras en el semanario El Pijao, de Palmira, usando los seudónimos de Jorge de San Martín y Luis Gil. Pascual Guerrero, por su parte, era un acucioso joven que había editado en Palmira el semanario literario La Terruca y que en la “ciudad de

los samanes” integraba las tertulias sociales y políticas como periodista de los diarios El Relator y Diario del Pacífico. Para la segunda década del siglo XX, comenzó a difundirse en el país una suerte de “insurrección” por parte de algunos poetas santafereños, entre ellos José Eustasio Rivera, Ángel María Céspedes y Eduardo Castillo, quienes se propusieron darle un nuevo aire a la poesía desafiando la autoridad clasista que imperaba en “la rosca” de Guillermo Valencia, criticado por el exceso de retórica y el castrante formalismo; mientras en la América Hispana los nombres de José Santos Chocano, Manuel Gutiérrez Nájera, el favorito de Nieto, y Leopoldo Lugones, se afirmaban como los más sobresalientes del movimiento Modernista. El 25 de junio de 1924, la Villa de las Palmas celebró con júbilo su centenario, en una conmemoración en la que varios poetas palmiranos,

Parque de Bolívar, sitio que fue un punto de encuentro social y artístico para los palmiranos y en uno de los referentes más importantes de nuestro paisaje urbano costumbrista.

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entre ellos Ricardo Nieto, Julio César Arce, Jorge Ulloa y Luis Carlos Velasco Madriñán, acompañados por Guillermo Valencia, hicieron vibrar la sociedad vallecaucana. El Club Cauca y el Teatro Martínez fueron los sitios de encuentro de las jornadas artísticas, organizadas por una Junta de Festejos liderada por Domingo Irurita y Ramón Barona, y en las cuales el bardo Nieto dio a conocer su primera obra Cantos de la noche, un libro que el crítico Antonio Gómez Restrepo refirió como: “versos de una dulzura de matices crepusculares que deben sus más hondos momentos a las musas de la elegía, y en los que las más tenues impresiones de la realidad adquieren poder de evocación y fuerza sugestiva”. Cuatro años después del centenario, Julio César Arce reimprimió su obra Búcaros -publicada en 1908luego de destacarse como editor de varias revistas de índole cultural y política, entre ellas Tartarín, El Terruño y El Escudo liberal. Por su parte Pascual Guerrero emprendía su segundo viaje a Cuba, donde había colaborado en las revistas El Día, El Fígaro y Ateneo, y dirigido las publicaciones El Oriente Literario y El Cubano Libre. Estos escritores palmiranos honraron la esencia del poeta vallecaucano que el humanista Mario Carvajal definió como hombres “que usaban la cuerda suspirante de la melancolía para descifrar su emoción ante el paisaje”. Fueron poetas que se atrevieron a encontrar en la cotidianidad sus ideales, revelando en sus obras un canto a la vida, a los suyos y a su tierra, continuando la tradición literaria que en el siglo XIX iniciaron los poetas Adriano Scarpetta, conocido como el “ruiseñor

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del Cauca”, Alcides Isaacs, hermano de Jorge Isaacs, Juan Nepomuceno Nieto, apodado “el maestro”, por cultivar durante más de cincuenta años el espíritu de las nuevas generaciones, y los laboriosos gramáticos Víctor Sandoval Abadía y Ramón Ulloa, poetas que nutrieron el amor por el lenguaje y el conocimiento en aquellas concurridas tertulias, hoy casi extintas. Sus obras son testimonio del fervor expresado por la patria y por los ideales que otrora daban vuelo al espíritu humano, pero también multiplican la belleza del paisaje vallecaucano, el palpitar de las ciudades que crecían al ritmo de los barcos a vapor y las costumbres y tradiciones que se conservaban alegres por el bullicio del tren, las lavanderas, los orates y los niños descalzos que voceaban los periódicos. En las décadas siguientes, Palmira se consolidó como epicentro cultural. Sitios como el Club Cauca, donde se daban cita importantes grupos de zarzuela y teatro, y el Parque de Bolívar, donde se realizaban las famosas retretas de las bandas municipales, hicieron de la Villa de las Palmas un punto de encuentro de gentes que venían de todos los rincones a deleitarse con una ciudad galante y promisoria por su economía, pero también por la calidad de sus habitantes y artistas. Fue una época en la que el civismo, la cultura y la educación convergían en un mismo propósito y en la que había un interés mayor por el saber y el sentir de la vida, que al fin y al cabo, es el revelador oficio de las artes.


Los méritos del tabaco Suele a veces el hombre en sus azares cuando es atolondrado o imprudente ahogar en las cantinas sus pesares con abundantes copas de aguardiente: yo a los brevajes que ha inventado Baco prefiero el gran remedio del tabaco.

Otros, tendiendo la carpeta verde, juegan al naipe o a los dados juegan, y allí, si un día se gana, otro se pierde, y por fin a todos el dinero entregan: Yo mi dinero así no despilfarro pues prefiero fumarme un buen cigarro.

Obra con gran talento y gran pericia quien enciende un buen rollo de esa hoja y sentado contempla con delicia que aquel humo aromático que arroja, como ligera y blanquecina nube, se va deshaciendo cuando sube.

Es muy grato tomar por desayuno una gran taza de café caliente, y al tomarlo también es oportuno encender un cigarro prontamente y con quietud y sin ningún estorbo lanzar plumas de humo a cada sorbo.

Cuando veo que está triste algún amigo, si pedirme remedio se le ocurre al punto y con franqueza yo le digo: “Fume tabaco si se aburre que todo aquel a quien el tedio abruma disipa su fastidio cuando fuma…”

Quien tomó chocolate con canela, de agua de Nima, tómese un buen jarro, saque luego eslabón, prenda candela, y encienda de Palmira un buen cigarro y ese placer, lo digo francamente, además de barato es inocente.

Mozos hay que, con sobra de grandeza, pasan en el billar toda la noche, y jugando en una mesa y en otra mesa gastan allí su plata a troche-moche: en vez de golpear bolas con el taco es mil veces mejor fumar tabaco.

Suelen el nombre dar de chancuqueros, por insulto, a los hijos de Palmira, y aunque agregan también los chocarreros que en nuestras calles hay (y no es mentira) polvo en verano y en invierno barro, me consuelo fumando un buen cigarro.

El cultivo de tabaco motivó la identidad productiva de Llanogrande. El edificio de la Factoría fue el lugar de acopio de este producto y posteriormente sitio de encuentro de los ejércitos independentistas que contribuyeron a la libertad del país.

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Juan Nepomuceno Nieto.


A la instalación del Colegio de Palmira ¿Será verdad, señores, que Palmira, esta joven tan dócil cuanto bella, no será una rústica doncella llena de encogimiento y timidez? Será verdad que el genio del progreso, gentil galán que todo lo adivina, quiere dar a la hermosa campesina la instrucción que desea con avidez?

Tomarán progresivo desarrollo sus magníficos dotes naturales, adquirirán bellísimos modales, será su trato dulce y seductor; y finas telas de linón y raso, guarnecidas de perlas y de encaje, vendrán a reemplazar el rudo traje con que cubre su talle encantador.

En cierta vez le prometió el progreso que cuanto le pidiera le daría, y ella le contestó con alegría: “Yo pido ilustración, nada más. Tu expresión, dijo el claro, me indica, que tanto como hermosa eres discreta: sin instrucción la vida no es completa, la instrucción que me pides la tendrás.

Hoy por eso destellos de alegría de sus hermosos ojos se desprenden y por eso también en el aire hienden las voces que ella lanza de placer. Por eso de la música las notas dan al espacio su festivo acento, y el corazón se agita de contento de todos los amigos del saber.

Poco tiempo ha pasado y el progreso, cumpliendo generoso su palabra, dispone ya que desde hoy se abra este nuevo plantel de educación. Y Palmira antes rústica, ignorante, aquí bebiendo el néctar de la ciencia, cultivará su altiva inteligencia y formará su tierno corazón.

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Alcides Isaacs

Abolido el monopolio del tabaco en 1849, el edificio de La Factoría quedó sin uso especifico hasta 1866, cuando el Congreso de la República lo cedió para la instrucción pública.


¡Cuando la vida tenía la palabra! poéticos del siglo XX

Gualanday, Eugenio E. Terreros Prado. Óleo sobre lienzo 60 x 45 cm

Palmira y los movimientos

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E

de celebrar esas tendencias. A ellos se unió un muchacho de ojos grandes llamado León de Greiff, que en Medellín había pertenecido a Los Pánidas y publicado en una revista su primer poema intitulado La balada de los búhos locos. El 12 de mayo de 1930, el poeta palmirano Ricardo Nieto fue homenajeado en Cali frente a una multitud de seguidores que lo aclamaron como uno de los más grandes de Latinoamérica. En esa oportunidad, su amigo Rafael Maya pronunció un discurso al momento de imponérsele la corona de flores y Nicolás Bayona Posada leyó una carta denotando el prestigio del bardo palmirano: “Ricardo Nieto es un poeta graduado en la universidad del corazón”. Un mes antes, Nieto había pronunciado un discurso en el recinto del Concejo Municipal de Palmira corroborando esas palabras: “He amado a mi ciudad natal con todas las fuerzas de mi alma, y si no he podido servirla con la deferencia necesaria, culpa no ha sido de ella sino de la humilde penumbra en que he vivido. Siempre he sido sincero, pero nunca lo he sido más que al querer encerrar en la malla de los versos mi amor a la ciudad de las palmeras en donde abrí los ojos y en la cual aspiro a dormir el último sueño de paz y de misericordia. Así lo dije y lo repito. A donde fue mi vida, tu imagen fue conmigo”.

n la segunda década del siglo XX, los bardos bogotanos que pertenecían al círculo

intelectual de El Centenario continuaban expresando su “alergia” contra la tradición lírica, reinventando sus obras en un lenguaje que tendía más a la revelación que al tributo. En Hispanoamérica sucedía lo mismo. Desde 1914, un muchacho se propuso darle a la poesía un nuevo sentido, en oposición a los viejos hábitos de imitar y describir. Ese irreverente fue el chileno Vicente Huidobro, quien llamó Creacionismo a esa manera de dejarse ir en el mundo. El lema de esa aventura es un verso suyo: “el poeta es un pequeño Dios”. Poco después, el poeta peruano César Vallejo se anticipó al vanguardismo con su obra Trilce. Y en 1924 otro chileno, Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, hizo que la melancolía y el amor estuvieran de moda con su libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Estas obras significaron que a la poesía se le quitaran los “finos manteles” que caracterizaban su preciosismo. Se trataba, como dijo Eduardo Castillo, “que el poeta fuese él mismo y creara conforme a su propio carácter y temperamento”. En Bogotá, el grupo de poetas que se hacían llamar Los Nuevos, entre ellos Rafael Maya, Jorge Zalamea y Luis Vidales, se dieron a la tarea

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Julio César Arce y Ricardo Nieto, poetas palmiranos que dieron apertura a nuestra tradición cultural en la primera mitad del siglo XX.

En 1935, el poeta palmirano publicó La oración del rocío, una obra con la cual el modernismo costumbrista vio uno de sus últimos más altos ejemplos. Por esa época, en pleno auge liberal, Colombia se deleitaba con los poemas de Luis Carlos “el tuerto” López, un costeño que en realidad no era tuerto y que conquistaba la capital con sus poemas sarcásticos. También se hacía escuchar desde el exilio Miguel Ángel Osorio, un andariego nacido en Santa Rosa de Osos, conocido por irse de los hoteles sin pagar, por dejar muchachos enamorados en los puertos, por el temple incendiario de sus columnas que derrumbaban políticos de Centroamérica y México, y por escribir profundos y lúdicos poemas que corregía hasta el cansancio y pegaba en las paredes con puntillas, firmados con los seudónimos de Ricardo Arenales y Porfirio Barba Jacob. Poco después surgió el movimiento Piedra y cielo, fundado en Bogotá por Eduardo Carranza, Jorge Rojas y Arturo Camacho Ramírez, poetas influenciados por los españoles de la Generación del 27 -Vicente Alexaindre, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti y Pedro Salinas- quienes cultivaron la metáfora y el verso surrealista, derivado del Creacionismo, otorgándole a la poesía un vivificante sentido de defensa de la vida y de la solidaridad frente a las corrientes políticas de ultraderecha que ensombrecían los rostros de Europa. Un estilo que tuvo sus detractores; en España Juan Ramón Jiménez, en carta abierta, acusó a Pablo Neruda de ser un “prehistórico” y “un gran mal poeta” por violar la tradición lírica -que él mismo representaba-. En los años cuarenta, tres poetas palmiranos se destacaron por experimentar, cada uno a su manera, nuevas tendencias. El primero fue Antonio Kuri, un periodista que a los dieciséis años había dirigido El Centenario, una publicación que inició don Severo González y que recopilaba los aconteceres socioculturales de Palmira antes, durante y

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después de su magna celebración. En poco tiempo, el poeta Kuri dio a conocer su labor en los diarios La Razón, dirigido por Juan Lozano Lozano, El Relator, de Cali, y Pueblo Libre, de Palmira, al tiempo que ascendía con méritos en el ámbito político vallecaucano y nacional. Sus columnas y poemas los escribía en la antigua Porra taurina, ocupando durante horas una silla que alfombraba con colillas de cigarro. Su poesía romántica y festiva fue comparada con la obra del “tuerto” López, por su toque de humor y sarcasmo. Uno de sus poemas más conocidos es Mariposa:

Casa de Ricardo Nieto, ubicada al lado del antiguo puente La Factoría. Enseguida, a orillas del río Palmira, los cocheros de la ciudad lavaban sus víctorias mientras pastaban los caballos.

de Jorge Eliécer Gaitán en la búsqueda de un gobierno, al fin, verdaderamente democrático, realizando varios discursos alrededor del país en pro de la restauración moral de la república. Su poesía, virtuosa y sentida, fue reflejo de esos ideales. Contemporánea con Kuri y Posada, surgió en la sociedad vallecaucana la voz de María Rivera Zafra, quien en 1940 publicó su libro Escala de luceros, prologado por Ricardo Nieto, quien dijo: “Los versos de María son a veces melancólicos, a veces sonrientes, en ocasiones dulces y en ocasiones amargos. ¿Pero acaso el placer no está muy cerca del dolor y la sonrisa cerca de las lágrimas?”. Invasión lunar, uno de los versos más destacados del libro, es un alto ejemplo de la primera poesía vanguardista de Colombia.

Mariposa: tú y yo somos pequeños, mentiras son mis sueños y tus galas; tú que puedes volar no tienes sueños y yo que puedo soñar no tengo alas.

Rafael Posada Franco fue un periodista que desde joven se entregó con ardor a su oficio en los diarios El Tiempo, El País y Jornada, espacios donde plasmó prodigiosas columnas acerca del acontecer político, social y literario del país. Fue fundador y director de la revista Horizontes, cuyo lema era “por una cultura superior en una patria sin fronteras”, y director, junto a Enrique Buenaventura, de la compañía Luis Vargas Tejada, de Cali. Como liberal, apoyó las campañas

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La Luna se ha tomado la ciudad y hace guiños a un pálido lucero mientras ronda las calles soledosas

Ya se enreda en el tierno limonero, ya palidecen con su albor las rosas ya decora la espléndida morada, ya diafaniza con su luz la choza, ya se mira en la fuente cristalina con aires de muchacha vanidosa. María Rivera Zafra

Junto a los anteriores, pertenecen a la historia de la poesía palmirana de la primera mitad del siglo XX Justiniano Varela, J.W. Díaz Rengifo, Tobías Castañeda, Hernando Velasco Madriñán, Jesús María González Scarpetta y Salustio González, entre otros. Poetas que procuraron que la vida tuviera la palabra y que la cultura significara la diferencia en una ciudad que era más glamorosa y sensible. Una época en la cual la poesía no sólo se encontraba en los libros sino que se respiraba y se sentía en las conversaciones en los cafés, en el sonido de los cascos de los caballos que hacían cantar las calles empedradas, en la humilde manera de morir del río Palmira, en los hermosos balcones y ventanas que en las noches se apretaban de pretendientes, en la algarabía de los loros y pellares que llegaban a los patios, en el rechinar de las vetustas puertas de las iglesias y en sus plegarias de palomas, en los parques adornados de señoritas con sombrillas y en el viento de las cinco de la tarde que barría las hojas secas y los pasos. Había poesía porque la gente tenía tiempo y ganas para contemplar una tarde y motivos para dialogar y creer en una ciudad que reverberaba de prodigios. Pronto engalanaría esa época la poeta Alicia Arce de Saavedra, una joven bugueña cuya voz en el periodismo buscaba reivindicar un lugar para la mujer en la sociedad. Su destino, aún sin saberlo, sería el de dejar una profunda huella en la historia cultural de la Villa de las Palmas.

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Antiguo edificio de la Alcaldía Municipal de Palmira, entregado a la ciudad en 1926. Alrededor de 1951, se realizó allí una exposición intitulada “los bejuquinos”, de un jóven artista llamado Omar Rayo.

En la esquina, el nuevo edificio del Club Cauca, ubicado en la actual calle 31 con carrera 29. La primera sede se ubicó en la esquina de la antigua calle 12 con carrera 5ta, y fue uno de los sitios sociales y culturales más importante de la ciudad.

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Mariela del Nilo La mujer que alzó en sus brazos la cultura de Palmira

Mariela del Nilo en compañía de Juan Lozano y Lozano. Su casa acogió a hombres y mujeres representativos de la cultura y la política nacional.

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A

licia Emma nació en Buga, el 25 de febrero de 1917. Hija de don Romilio Arce Quintero y doña Francisca Bueno, inició sus estudios en la escuela María Auxiliadora de Buga, institución donde su maestra de castellano, Graciana Álvarez, le despertó el interés por el lenguaje con la obra del poeta Valencia. Al cumplir veinte años, su maestra le dijo: “Se siente un fuego femíneo en estos versos”, al enseñarle sus primeros escritos. Pronto Alicia se descubrió como una mujer ataviada de ímpetus, cuyas palabras la empujaban a vislumbrar un deber distinto a los oficios de la casa. Convencida de que la voz femenina era en la sociedad una voz ausente, Alicia se formó en periodismo en la Escuela Latinoamericana de Argentina, cuando era posible estudiar con las cartillas que las universidades extranjeras enviaban por correspondencia. Culminados sus estudios, participó en la edición de la revista Alma Femenina, una publicación en la que plasmó todo su ánimo para validar la posición de la mujer en la sociedad. Luego se vinculó como maestra en una escuela de Ginebra, donde conoció a Luis Ángel Saavedra, un hombre alto y patán que la enamoró con serenatas. Una vez casados, la pareja se radicó en Palmira, donde Alicia daría a luz a su poesía y a sus cuatro hijos. La Villa de las Palmas era para propios y extraños una región ideal que de la mano de verdaderos líderes, como don Jaime Bejarano, dio a partir de los cuarenta firmes pasos hacia el progreso. Se vinculó como maestra de matemática y castellano en la escuela Policarpa Salavarrieta, mientras se desempeñaba como periodista en varios medios radiales y escritos, plasmando su profesionalismo y labrando un nombre en la vida pública y 37

cultural de Palmira. En 1949 publicó su primer libro de poemas intitulado Espigas. Una década antes, la bogotana Dora Echevarría -Dora Castellanos- había publicado a la edad de quince años su libro Clamor, una obra con la que puso coloradas las mejillas de los versados “doctores” de la rima. En 1942, la poeta Olga Chams Eljach, conocida como Meira del Mar, divulgó su Alba de olvido, después de tejerlo con silenciosas pláticas de amor y nostalgia con su querido mar de Barranquilla. Y en 1947, la manizalita Maruja Vieira publicó Campanario de lluvia, que dio de qué hablar en los círculos intelectuales. En 1943, Antonio Gómez Restrepo se había referido así de la poesía americana de postguerra: “Es una tragedia, surgieron las escuelas más extravagantes, las formas más desequilibradas… hoy no se producen versos, sino renglones tirados al azar…, y los poetas han preferido al dolor de la creación estética el triunfo aparente de una originalidad sin sentido. Es la muerte de la poesía”. Pero lo que moría era la autoridad dominante en la literatura; se quedaba atrás ante el hecho de que el lenguaje encontraba mentes más atentas, más humanas, en un mundo que mutaba más a prisa que la erudición. Las cuatro poetas, con estilos distintos, pero compartiendo una sensible amplitud intelectual, contribuyeron a hacer visible en nuestro país una nueva experiencia de las letras; se tomaron la palabra en el recinto poético vedado a la tradición machista, tal como lo habían hecho en América Gabriela Mistral y Alfonsina Storni.


Hacienda Cañasgordas Eduardo Hoyos Acuarela 100 x 75 cm

En 1956, y mientras continuaba su labor como maestra, Alicia publicó su libro Claro acento, con la ayuda de la comunidad de los Hermanos Carmelitas. Su presencia en la sociedad vallecaucana era la de una poeta que sobresalía por su amplitud de pensamiento entre hombres que no se convencían de que las mujeres, además del canto de sus vientres, tuviesen algo que decirle al mundo. Sin embargo la historia comenzaba a marcar la hora femínea en el país: el presidente, general Gustavo Rojas Pinilla, con el apoyo de la palmirana Esmeralda Arboleda Cadavid, le quitaría el corsé social a las colombianas, al reconocerles su indiscutible derecho al voto. Con su manera de ser, rebelde, pero carismática; líder y modesta, y enarbolando siempre su filosofía de “ser amiga de la gente”, Alicia, conocida ya en todo el país como Mariela del Nilo, mereció la deferencia de la clase política y de la alta sociedad palmirana como una mujer capaz y confiable.

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En 1962 el alcalde de Palmira, el doctor Armando Hurtado Bedoya y los miembros del Concejo, la apoyaron en su idea de formalizar la biblioteca de la sede de la Sociedad de Industriales y Obreros, SIO, donde funcionaba el teatro del mismo nombre que conformaba uno de los escenarios del circuito Molvalle, de don Pedro Sotero Campo. Era una casona ubicada en la esquina de carrera 27, contigua al histórico edificio La Factoría que ocupaba la Escuela Pública de Varones Guillermo León Valencia. Frente a ella, el Parque Lineal, ataúd del río Palmira, comenzaba a embellecerse prometiendo ser el espacio público más concurrido de la ciudad. La Biblioteca Municipal de Palmira respondía al clamor de una sociedad que con sobrados argumentos sobresalía en el ámbito agroindustrial y económico, pero que en lo cultural necesitaba fortalecer las expresiones existentes. En las décadas anteriores, los sitios de encuentro artístico en Palmira habían sido el antiguo Club Cauca, el teatro Materón, de don “Chepe” Materón, el teatro Martínez, de don Gustavo Martínez, y el recinto del Concejo Municipal de la alcaldía. Hasta principios de los años cincuenta, los eventos más sobresalientes ocurridos en la villa habían sido las zarzuelas, las tertulias, los recitales poéticos y los encuentros de las bandas municipales. La figura más representativa en poesía, luego de la muerte del bardo Nieto, era Julio César Arce. En artes plásticas, prevalecían las influencias de los costumbristas Ramón Barona, Rafael Palomino Antonio Palomino y Eduardo Terreros. Y en teatro, se destacaba la labor del grupo


Hacienda Belén, Eduardo Hoyos Acuarela 100 x 75 cm

que lideraba el médico liberal socialista, Rubén Zaránte Mangones, oriundo de Córdoba; su sitio de encuentro eran las instalaciones del Teatro Rienzi. Hasta antes de 1955, la educación en el Colegio de Cárdenas había estado reservada para las clases media y alta. Pero a partir de ese año, las clases populares palmiranas tuvieron mayor acceso al estudio básico y por ende a las influencias intelectuales. Luego de la huelga contra el padre Sendoya, en el 59, estudiantes librepensadores conformaron un grupo de teatro; eran los hermanos Omar y Olmedo Arciniegas, el primero profesor de francés, Hernán Vergara, Phanor Terán, el “tuerto” Guzmán y otros, y llevan a escena montajes como Las moscas, de Jean Paul Sartre y realizan experiencias teatrales extramuros; presentan la obra La sirena varada, de Alejandro Casona, en compañía de Offir Valencia y de su familia, en el naciente barrio El Prado.

También surgían grupos de teatro auspiciados por los sindicatos de obreros y corteros de caña; una de las personas más destacadas en ese ámbito era un joven nacido en el corregimiento de Palmaseca, quien había aprendido danzas de su abuela Concepción Dorronsoro, “una morena elegante, alta, a la que le gustaba la rumba como a ella sola”. Un día ella lo llevó a un matrimonio en Rozo; el grupo de cuerdas que amenizaba la fiesta

tocó un torbellino, pero nadie salió a bailar; sin embargo su nieto pidió un pañuelo y sacó a la novia. Tenía cuatro años de edad. Su nombre era Apolinar Altamirano. Más tarde continuaría sus estudios en la escuela de artes de Cali, fundada en 1947 en el Barrio Obrero, El Instituto Popular de Cultura. Con enormes objetivos en materia cultural, la Biblioteca Municipal de Palmira abrió sus puertas. La directora no podía ser otra que Mariela del Nilo. Además de su inteligencia y diplomacia, reunía dos virtudes que cualquier gestor cultural debe tener: pensar en grande y ser honesto. De esa manera, Mariela emprendió la labor de motivar las expresiones artísticas de Palmira, en una suma de hechos y tensiones que frente al panorama cambiante y polarizado del mundo, significaron el inicio de una nueva historia cultural en la Villa de las Palmas.

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Mañana sobre la mesa, Hernán Uribe Martínez Acuarela 70 x 60 cm

¡Una casa de muchas puertas! La época de esplendor cultural en la Villa de las Palmas

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Introducción

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xtensa, vital y conmovedora ha sido la tradición cultural de la Villa de las palmas. Desde que los conquistadores asomaron las montañas del Caucayaco y sometieron a las tribus en las encomiendas y Sebastián de Belalcázar introdujo las primeras semillas de caña de azúcar y los negros fueron traídos como esclavos para abastecer la mano de obra de las minas y de las haciendas, comenzó a establecerse en el Valle del Cauca la caótica estructura colonial esclavista que originó uno de los procesos más asombrosos de la humanidad: el mestizaje americano. Un proceso en el que la admiración y la barbarie, la rebeldía y la muerte, el amor y el odio, se trenzaron durante décadas, dándole ritmo a la memoria multicultural de nuestra sangre. La capacidad de adaptación de los indígenas Malagana y su celebración por la naturaleza, la tenaz y paciente conquista de La otra banda, la fundación de las primeras haciendas de Llanogrande, el río que un gobernador condujo a un caserío de peones, la construcción de una capilla de bareque para la Virgen del Rosario del Palmar, las

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sublevaciones de los pardos que antecedieron las guerras de independencia, la fe de los extranjeros en un territorio imposible, el olor a patria moribunda por una guerra inútil, el crecimiento económico de las industrias, la fertilidad de las tierras, su variedad de cultivos, los valores cívicos que nos distinguieron, las mentiras y el clasismo que hemos asimilado, la voluntad de supervivencia y el desfogue de nuestra creatividad cotidiana, dan cuenta de ese misterioso legado que se anuncia y se oculta en nuestra tradición. A inicios del siglo XX, ese milagroso mestizaje continuó en toda la región de Llanogrande gracias al desarrollo agroindustrial que impulsaron los ingenios, trapiches y factorías metalmecánicas. Un progreso que atrajo a comerciantes e inversionistas norteamericanos, alemanes, franceses, austriacos y libaneses que le dieron a la prosperidad del Valle del Cauca el acento glamoroso de los negocios neoyorkinos, la festividad de las tiendas mercantiles de arabia y el juicioso ritmo de los telares de Inglaterra.


El yelmo del extranjero, Fausto Piama Plumilla 80 x 65 cm

venía motivado por el frenesí de una ciudad colmena que ofrecía oportunidades de trabajo, estudio y refugio ante la violencia bipartidista que en los cincuenta poblaba de descabezados los caminos. Así se moldeó el cuerpo vital de una ciudad pujante y solidaria que durante muchos años fue llamada la Capital Agrícola de Colombia. Una villa polifacética que se encontraba a sí misma en los concurridos teatros populares, llenos de sombreros stepson que revoloteaban en escenas de pistoleros y malandros, o en La Galería, donde las abuelas mercaban pagando la mata de sábila con un billetico de a peso que se sacaban de las tetas, o en la dramática pero siempre alegre zona de tolerancia, donde la bohemia y la música antillana se confabulaban para poner a prueba los sunchos de las camas, o en la estación del tren, que se colmaba de algarabía por los niños que corrían despidiendo los vagones, o en las calles que se apretaban de obreros en bicicletas Philips, cuando nariñenses y caucanos afirmaban nuestra identidad a ritmo de guarapo, dulce abrigos y pacoras. Una amalgama humana que aún se expresa y se reinventa imperceptiblemente en los afanes cotidianos y que nutre el decir de los artistas que multiplican la vida a través de ese árbol de lenguajes en el que pervive nuestra memoria. Y entre más vigorosa sea esa memoria y más armonioso su eco, cada quien podrá comprender que los edificios, puentes y calles dinamizan nuestros cuerpos, pero el decir auténtico sólo habita en los

En la década del treinta, las tierras de Corinto comenzaron a germinar con los campesinos del sol naciente. Palmira reafirmaría su caractér de ser una casa de muchas puertas. Vendrían los japoneses montados en tractores, ya adaptados al calor, a los negocios y a las niguas, y vendrían otras familias con carrieles y ponchos antioqueños, y vecinos de manos grandes con machetes sevillanos de “siete puntas”, y gentes de la costa atlántica con todo el folclor de sus sancochos, y familias con las caras curtidas por el frío boyacense, metidos en sus ruanas, y negros rumberos, floripondiados, y caucanos con tapetusa de contrabando que escondían en sus mulas. Cada quien

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valores que podamos proponer y en nuestro arte. Una construcción cualquiera hace funcional la cotidianidad, a veces la embellece, pero el dialogo con nuestros paisajes rutinarios y eclécticos nos recuerdan el afortunado espacio del que venimos y las edades creativas, morales y convulsas que dieron vida a esa ciudad que nos construye a diario como seres humanos. Un libro, un sencillo dibujo en un cuaderno, un diálogo en una cantina, la escultura fugaz de un vendedor ambulante fumando en una esquina, un niño que observa qué días vienen o no los pájaros a comer frutas en el balcón de su casa, nos ofrecen imaginarios que si fuesen llevados al arte, precisamente por lo difícil que es convertir lo más sencillo en un lenguaje admirable, nos hablaría de una sociedad saludable, más no predecible; febril, más no violenta, en sus anhelos de ser y de buscarse. Creo que es así como los palmiranos podremos afrontar con más entusiasmo y decisión el túnel del futuro: conociéndonos, liberando nuestra capacidad de imaginar y de crear; potenciándonos con nuestras tradiciones culturales. Uno de los objetivos de esta antología es conocer esa historia cultural. Parte de esa historia son las siguientes palabras.

América mestiza, Fausto Piama Carboncillo 80 x 60 cm

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La Biblioteca Municipal de Palmira y los primeros Festivales Nacionales de Arte

Acto de apertura de un evento cultural en la Biblioteca Municipal. Aparecen en la foto, de izquierda a derecha, el artista ecuatoriano Luis Alfredo Andrade, el padre Riviere, la reina cテュvica Adiela Esparza, el gobernador del Valle del Cauca, doctor Humberto Gonzテ。lez Narvテ。ez, Mariela del Nilo y el alcalde de Palmira, doctor Federico Botero テ]gel.

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eses después de fundada la Biblioteca Municipal, arribó a la Villa de las Palmas un grupo de artistas ecuatorianos. Entre ellos estaba el actor Luis Alfredo Andrade, oriundo de la provincia de Santo Domingo de los Colorados. ¿Su propuesta? Un monólogo intitulado Las manos de Eurídice, del escritor brasilero Pedro Bloch. Un montaje que de inmediato causó impacto en los palmiranos. Con ese éxito, a Luis Alfredo le sucedió lo que a muchos: se enamoró de Palmira. Su primer proyecto fue el de convocar a los actores de la villa y fundar la Agrupación de Teatro Experimental de Palmira, ATEP, integrado por Italo Arnaldo López, Esaú López Bermúdez, Imelda de López, Guido Arce, Edgar Forero, Evelio Fernández, Enrique Caicedo Carvajal, Carmenza Zuluaga, Nelly Botero, Diego Calderón Jaramillo e Ismael Camacho Arango. Mariela del Nilo, directora de la Biblioteca Municipal, acogió el grupo. El primer montaje del colectivo fue la obra El Dios de la Selva, del escritor Jorge Vera. En aquella época, el Valle del Cauca seguía invirtiendo en su cultura. En 1956 un grupo de caleñas lideradas por Maritza Uribe de Urdinola fundaron el club cultural La Tertulia, un espacio que doce años después dio origen al museo de arte moderno La Tertulia, un sitio de encuentro para los artistas que junto a otros espacios como el conservatorio Antonio María Valencia, la Escuela de Bellas Artes, La Compañía Luis Vargas Tejada y el Instituto Popular de Cultura, hicieron visible y atractiva la agenda cultural vallecaucana.

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Motivados por ese furor y teniendo como propósito sacar del anonimato la cultura de Palmira, Mariela del Nilo y Luis Alfredo Andrade emprendieron en 1963 la realización del Primer Festival Nacional de Arte de Palmira. A su proyecto se integraron el médico Rubén Zaránte Mangones y el maestro Apolinar Altamirano con su grupo de Danzas de Palmira; éste había regresado a la ciudad en 1957, luego de pertenecer a la escuela de Manuel Zapata Oliveilla, en Cartagena, de trabajar en teatro con Enrique Buenaventura en el Instituto Popular de Cultura y de estudiar danzas africanas al lado del maestro Teófilo Potes. Este primer festival tuvo un gran éxito y las tres versiones siguientes contaron con la financiación de la gobernación del Valle del Cauca. La principal característica de esos primeros festivales fue su altísima calidad; vino a Palmira lo más relevante de la cultura del país: exposiciones, conferencias y presentaciones que lograron dos objetivos fundamentales: acercar la cultura a los palmiranos y revelar los talentos que en las distintas expresiones artísticas tenía la ciudad.


En esos festivales fueron significativos los encuentros de poetas, como Juan Lozano y Lozano, Manuel Zapata Oliveilla, Carlos Castro Saavedra, Oscar Echeverri Mejía, Félix Rafán Gómez, Jorge Artel, Hugo Salazar Valdéz, Gonzalo Arango, Carlos Villafañe, Mario Sol, conocido como “el juglar de América” y Helcias Martán Góngora, llamado “el poeta de las algas marineras”. Fueron importantes las conferencias dictadas por los periodistas Eutiquio Leal, Lino Gil Jaramillo e Inés de Montaña, columnistas de los diarios El Tiempo y El Espectador, y por los críticos José Penem, Jorge Ucros, Armando Correa y el Premio Lenín de Paz, Jorge Zalamea, quien visitó la Villa de las Palmas en dos oportunidades; una de sus conferencias fue organizada en la antigua fuente de soda Capri,

lo que no gustó a un sector del gobierno tradicional que saboteó el evento cortando la energía en toda la manzana. Pero más inspirado, Zalamea dio su conferencia gracias a las velas que consiguió el público. El otro gran aporte de aquellos festivales fueron las artes escénicas, que contó con la participación del grupo Teusaca, de la Universidad Santiago de Cali, dirigido por Danilo Tenorio, y el grupo ATEP, con obras escritas por el palmirano Ismael Camacho, como La Muerte repentina, y montajes como el Amable señor Viveros, Dónde está la señal de la cruz, El Fiscal, y El canto del cisne y Petición de mano, de Antón Chejov, obras clásicas de la literatura universal. También el cine tuvo una importante figuración. Jorge García, Juan Porras, “el gordo” Bedoya y Hernán González, estudiantes de la Facultad de Agronomía, trajeron por primera vez a Palmira la nueva ola del cine independiente, al presentar en la Biblioteca Municipal y en el Teatro Rienzi obras como Los Primos, Los cuatro golpes, La Guardia perdida y la controvertida cinta Morir en Madrid, de Frédéric Rossif, vetada en ese entonces por el presidente de Colombia, Guillermo León Valencia. Estos jóvenes habían fundado en el antiguo Teatro Paraíso el Cine Club Palmira, catalogado por los críticos de cine de los diarios El Espectador, el Tiempo y la revista Guiones, de Bogotá, como el mejor del país.

Mariela del Nilo en la Biblioteca Municipal. La acompañan, en el centro, el doctor Armando Hurtado Bedoya, alcalde de Palmira, y a su izquierda, el poeta y académico Juan Lozano Lozano.

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El poeta Carlos Castro Saavedra en compañía de las reinas nacionales, departamentales y municipales que participaban en las Ferias Nacionales de la Agricultura. A la derecha del poeta, la señorita María Teresa Velasco, primera reina nacional de la agricultura, y a su izquierda, la señorita María Cristina Ospina, reina cívica y virreina nacional del petróleo.

Grupo Tambores de Colombia de Apolinar Altamirano en uno de los desfiles de la Fiesta Nacional de la Agricultura. Aparecen, de izquierda a derecha, el maestro Apolinar Altamirano y los hermanos Fabio González y Raúl González. La comparsa pasa enfrente de la fuente de soda Capri, contigua a la Iglesia de los Carmelos.

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En 1966 se realizó la cuarta y última versión del Festival Nacional de Arte de Palmira. El artista ecuatoriano Luis Alfredo Andrade abandonó la ciudad y dejó a cargo del grupo ATEP al actor Esaú López Bermúdez. En los años siguientes, Mariela del Nilo continuó su labor de posicionar a Palmira en el panorama nacional cultural, a través de eventos que contaron con los más renombrados conferencistas, poetas, historiadores, novelistas, pintores y músicos de talla nacional e internacional. Tuvo además a cargo la organización de las agendas culturales de la Feria Nacional de la Agricultura, un evento que durante más de veinte años fue para los palmiranos un motivo de orgullo y de pertenencia, cuando la ciudad sabía exponer su tradición progresista a las demás regiones del país.


La “Fiebre de la caña” y el nacimiento del teatro obrero

¡Este es mi son!, Víctor. Técnica mixta 100 x 70 cm

en Palmira

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n los sesentas, el mundo era una suerte de porcelana tambaleándose en el borde de la mesa; los gruñidos ideológicos de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra fría

colmaban de zozobra el clima político y los países de segundo orden y tercermundistas contemplaban con los nervios de punta cómo Estados Unidos y Rusia jugaban al más fuerte con sus dedos puestos en los botones rojos. Con el triunfo de la Revolución Cubana, las clases obreras y estudiantiles latinoamericanas acogieron con hervor las ideas socialistas, buscando oponerse a los gobiernos de tradición capitalista y de derecha. Por ese entonces, la Villa de las Palmas era la ciudad agroindustrial más importante del país y el fenómeno socioeconómico más relevante que se extendía por todo el Valle del Cauca era la revolución verde o “la fiebre de la caña”. Los ingenios robustecían su capacidad de molienda y otros surgían para competir por la exigente demanda de azúcar de Estados Unidos, luego de que Fidel Castro le entregara a los rusos la diversidad y capacidad agrícola de Cuba. El auge fue tal que para mediados de los setenta un campesino corriente devengaba seis pesos diarios de jornal, mientras un cortero ganaba doce; tenían dos o tres mujeres, vestían trajes de Indulana de lana de ovejo, rumbeaban en Juanchito y sonreían con dientes de oro. Esas circunstancias aumentaron el talle de la Villa de las Palmas; surgieron barrios como La Emilia, El Placer, Zamorano y Coronado. Palmira crecía en población e infraestructura, crecía nuestro protagonismo académico y científico con Instituciones como la Universidad Nacional y el ICA, crecíamos en teatros, escuelas, burdeles, y nuestra clase política era diligente y protagonista del desarrollo del país -los concejales no cobraban sueldo- y los estudiantes bachilleres estaban comprometidos con la cultura y el conocimiento, y el Cuerpo de Bomberos Voluntarios era nuestro más alto símbolo de civismo y estaba integrado por todos los ciudadanos. Éramos pujantes, decididos e inconformes. Luego del importante impulso de los primeros festivales de arte organizados por Mariela del Nilo, uno de los grupos que mantuvo su dinamismo fue el de danzas que dirigía Apolinar Altamirano. Tambores de Colombia replicaba en todo el país nuestra diversidad folclórica; en 1968, obtuvo en Bogotá el primer puesto en el Festival Nacional de Danzas. Sus integrantes ensayaban en la sede de la Federación de Trabajadores del Valle, Fedetav. Uno de los líderes de

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presupuestales del gobierno para destinar más recursos a la guerra contra las nacientes guerrillas, motovaron la búsqueda de esa solidaridad. La iniciativa pretendía, además, emular los movimientos europeos que se habían opuesto al teatro tradicional, paralizado en el acto melodramático y el público burgués. Phanor Terán explica: “el movimiento teatral universitario de Colombia era joven y no tenía una formación propia. Los directores eran los mismos integrantes, en general, del teatro “nuevo”, surgido de los arranques democráticos del Frente Nacional; Enrique Buenaventura, Carlos José Reyes, Santiago García, Kepa Amuchástegui, Cajiao y otros, insistían en un conglomerado asociativo, mientras que la base estudiantil quería deslindarse del sovietismo”. Finalmente no hubo consenso que reconociera la diversificación el movimiento teatral colombiano. En consecuencia, “tomó cuerpo la Corporación Colombiana de Teatro, con talante sovietista. Kepa, Torres y Reyes, forman tolda aparte, pues no compartían aquello del teatro de masas y demás postulados, sino un teatro que no se radicalizara, al menos, en sus posiciones socio ideológicas con el estado”. Los movimientos de los “nuevos” se aferraron a la escuela de Brecht, para quien no era válido “el arte por el arte”. La sociedad colombiana, conflictiva, polarizada y cada vez más atrapada por las doctrinas políticas, se ofrecía como un escenario oportuno; un público conformado por una masa mucho menos intelectual que la europea. Los viejos directores, en su mayoría, abandonaron la dirección de los teatros universitarios; éste se autonomizó y vivió una época vital entre 1967 y 1973.

ese sindicato era Joaquín Sinisterra, quien consiente de que la clase obrera se encontraba huérfana de reflexión y expresión se propuso “sacudirla” con el teatro. Las obras Boricamba y La rebelión de las negritudes, de Altamirano, mostraban que la sociedad capitalista dominante estaba plagada de los vicios de la época colonial y que los negros e indígenas se encontraban excluidos de las decisiones importantes del país. Veinticinco años atrás, el Orfeón obrero que había impulsado Antonio María Valencia, influido por el chileno socialista Alessandri, el Sindicato ferroviario, el más importante del occidente del país y el movimiento gaitanísta liberal, que promulgaba por la educación de las masas, iniciaron la pretensión de un proletariado moderno. En 1969 se realizó en Bucaramanga un congreso nacional universitario en el que los dramaturgos más importantes, muchos de ellos directores del naciente teatro universitario, buscaban consenso para formar un movimiento unido e independiente. Un lustro atrás, los recortes

Escena de la obra El viejo militante, terror y miseria del Tercer Reich, del escritor alemán Bertold Brecht, presentada en febrero de 1972 en el TPB. Aparecen en la foto, de izquierda a derecha, los actores del Teopal Wilson Romero, Armando y Giovanni Morera.

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Grupo de actores del Teopal en la Universidad Nacional de Colombia, aparecen en la foto, de izquierda a derecha, Cesar Castaño, Leonisa Rodríguez, Orlando Bonilla, Carlos Marmolejo y Wilson Romero. Fotografía de Giovanni Saa, 1979.

Ante estas posiciones ideológicas, el maestro Apolinar Altamirano, quien había estudiado y trabajado con Enrique en el Instituto Popular de Cultura, le pide que auspicie al grupo de actores del sindicato de Fedetav; le dice: “lo mío son las danzas, no el teatro”. Es así como nace el 19 de diciembre de 1969 el grupo Teopal, Teatro Experimental Obrero de Palmira, con los actores Orlando Bonilla, Wilson Romero, Fanny Escobar, Gilberto Tascón, Martha Aguilar, Giovanni Morera, Teresa Castañeda, entre otros. El primer director fue el bugueño Jaime Cabal, alumno de Buenaventura en el TEC. La primera puesta en escena del colectivo fue la obra Monte calvo, escrita por Jairo Aníbal Niño. Orlando Bonilla era zapatero y trabajaba en la galería de Las Delicias; había comenzado su acercamiento con el teatro a través de los talleres de Fedetav. Se reunía con otros jóvenes en la avenida Harold Eder para viajar a dedo en los camiones que llevaban los ladrillos que alzaban la Sultana de los Juegos Panamericanos.

Estudiaba arte dramático en el TEC y en la Universidad del Valle, cuando Cali se impulsaba con la Corporación Regional de Teatro y con la nueva Corporación Colombiana de Teatro, dirigida por Fanny Mickey y Santiago García. Este hervor haría parte del contexto vanguardista que empujaba el Nadaísmo, el Caliwood de Carlos Mayolo, Luis Ospina y Andrés Caicedo y la visión cosmopolita que proponía el Museo de Arte Moderno La Tertulia. En 1972, el Teopal deja de representar el sindicato de Fedetav y se establece independiente; Orlando Bonilla asume la dirección y el grupo crece por la influencia de los maestros Helios Fernández, Jackeline Vidal y del mismo Enrique Buenaventura, quien siempre manifestó su orgullo de que el teatro de la Villa de las Palmas estuviese dirigido por un zapatero. “Zapatero remendón no tiene patrón”, repetía. Con el trabajo de creación colectiva de Buenaventura, el Teopal encausó varios de sus montajes. Esta metodología buscaba que las obras ya no dependieran de los “actores parlantes”, limitados al texto ni a la mirada objetiva del director, sino a un trabajo de reflexión nacido 51


revolución ya se había hecho”. Grupos como el de estudiantes del Colegio de Cárdenas había comenzado con esa tendencia. El profesor Quiroz, Eduardo Correa, Iván Escobar, Hugo Terán y Jairo Collazos se unirían posteriormente al colectivo. En 1971 participan en el Festival estudiantil de Cali, con la obra La Condena de Lucullus, con coros de Carmina burana, dirigida por Phanor Terán. A finales de los setenta se integraron al Teopal nuevos actores, como Eduardo Esparza, Heberth Aguilar, Leonisa Rodríguez, María Helena Echeverry, César

Los actores Wilson Romero y Orlando Bonilla, en una de las escenas de la obra Dos hombres en la mina. Fotografía de Alonso García.

de los integrantes de acuerdo a sus capacidades de imaginación e improvisación. Las características más importantes de esta metodología eran la investigación y la integración de la filosofía, la política y la sociología en la elaboración del concepto estético de las obras, en pro de la culturización de las masas. Algunos de los montajes más importantes del Teopal en su primera época fueron Los fusiles de la madre Carrar, La cruz de tiza y El nacimiento del juglar. Otros grupos teatrales de Palmira, auspiciados por los sindicatos obreros de tendencia Maoísta y Leninista, se caracterizaron por buscar lo que algunos llamaron “la revolución a toda costa”, con obras que pretendían la oposición radical del obrero frente al sistema. Eran montajes de un alcance conceptual y estético tan inmediatista que el fenómeno se explica con las palabras de Giovanni Saa: “En ese entonces asistíamos a ese tipo de teatro buscando satisfacer nuestras inquietudes, pero era tan vertical el mensaje que salíamos de las funciones pensando que la

Gutiérrez, Freddy Vallejo y Carlos Marmolejo, quienes participaron en la adaptación de las obras Soldado raso, En este pueblo no hay ladrones, de Gabriel García Márquez y Las dos caras del patroncito, del chicano Luis Valdés. Esta última generación realizó una gira de más de cincuenta funciones por todo el país. En 1979 participaron en el Encuentro Latinoamericano de Dramaturgia, en Popayán, donde los mejores críticos de la época -Sergio Magaña, Sara Laroca y los miembros del Taller Escambray, de Cuba- celebraron por todo lo alto el trabajo del colectivo palmirano. Con la obra El Polvo de la Inteligencia, del autor argelino Yaceb Yacine, participaron con rotundo éxito en la V muestra regional de teatro, realizada en Cali, en marzo de 1982, siguiendo la adaptación de Enrique Buenaventura. Durante esos años, los grupos de teatro significaron un referente de la expansión cultural de Palmira. Su historia es testimonio de las luchas sociales y del sentir artístico de una región otrora más reflexiva, juvenil y revolucionaria.

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Escena de la obra Las dos caras del patroncito, del grupo Teopal de Palmira, presentada en el Teatro La Candelaria en el marco del IV Festival Nacional de Nuevo Teatro, en 1979. Aparecen en la foto Carlos Marmolejo, en el papel de Charly “El matón” y Orlando Bonilla en el papel de “El obrero”. En una de las funciones realizada en Bogotá, en pleno escenario, Carlos Marmolejo casi mata al negro Bonilla con un bate de béisbol; Heberth, en una escena sincronizada, lo movió para el lado que no era. Fotografía de Alonso García.

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Grupo Teopal en la obra El polvo de la inteligencia, del argelino Yaceb Yacine presentada en el marco de la V Muestra Regional de Teatro, celebrado en Cali, en 1982. Aparecen de abajo hacia arriba: Wilson Romero, Ernesto Esguerra, Fredy Vallejo, Arturo “el ratón”, Leonisa Rodríguez, Ancizar y Orlando Bonilla. Fotografía de Alonso García.


La Casa de la Cultura y los nuevos movimientos

Memoria del mar, Hammer BolaĂąos Flaker Ă“leo sobre lienzo 90 x 110 cm

artĂ­sticos de Palmira

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ariela del Nilo continuó su labor en la Biblioteca Municipal, procurando que Palmira fuese una

región de integración artística a nivel nacional. Ello a pesar de la falta de apoyo de la administración que limitó esa visión a un servicio básico de biblioteca. Era tal la crisis, que Mariela aportaba dinero de su bolsillo para el pago de los servicios públicos y la nómina de sus asistentes, Isabel Trujillo y Andrés González. Pero la cultura insistía; la cultura era la gente. Uno de los oficios más populares entre los intelectuales y librepensadores de Palmira era conversar, esa liturgia que se apoderaba de las sastrerías y zapaterías donde se reunían los lectores de Marx, Camus, Niezstche y Vargas Vila, cuyas obras se convirtieron en best sellers gracias a los clérigos que las incluyeron en el Index. Uno de los sitios de encuentro de esos “botadores de corriente” era El Parnaso, la fuente de soda contigua a la biblioteca municipal y que acogía a los fervientes radioescuchas de los discos culturales de la emisora bogotana HJCK, de Álvaro Castaño Castillo, el más popular: El sueño de las escalinatas, de Jorge Zalamea. En América Latina ya se sabía de lo que eran capaces las dictaduras militares que arrojaban

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al mar a las mujeres recién paridas desde avionetas y que usaban alicates para cortarle los dedos a la democracia. Pero había ilusión. En Palmira había movimientos estudiantiles y obreros que no temían salir a la calle para darse en la jeta con el sistema, sin importarles el “salario mínimo del miedo”, y repartir pasquines a los iguazos recolectores de algodón y millo que se reunían en la Plaza Satélite y a los mangüalos que vituperaban en las esquinas con sus dulce abrigos rojos, buscando mejoras salariales. “Éramos muchachos que no comíamos del cuento de lo divino, porque lo divino era el ron con Coca Cola, el Club del clan o Briggitte Bardott, y nuestras mamás debían aguantarse la tocadera de la puerta todo el día en sus casas, porque galladas de mechudos peregrinábamos a los patios para leer las obras de León de Greiff, Borges y Neruda, y a besarnos con las novias”, dice Henry Valencia. Esa juventud, más que buscar cambios, era el cambio mismo de una sociedad que expresaba sus matices donde la solidaridad, la sensibilidad y la indignación hacían del arte el reflejo de una “promiscuidad intelectual” que permitía compartir interrogantes y respuestas.


Para entonces, la historia de las artes plásticas en Palmira podía resumirse en el legado hecho por Mauricio Ramelli y Peña Negri con las obras religiosas de la Catedral Nuestra Señora del Rosario del Palmar, en 1940, y la obra intelectual y pictórica de Ramón Barona, Rafael Palomino, Antonio Palomino y Eduardo Terreros, quienes plasmaron en sus lienzos generosos paisajes humanos, urbanos y campestres. Aquello lienzos hablaban de una Palmira lírica, perfecta para los arpegios sosegados del espíritu, pero que frente a las bondades de su eclecticismo y mestizaje, se encontraba muda y anclada en los matices de una villa pueblerina, retrechera y moralista, donde aún el alcalde disponía de lo que dijera el obispo

Astilleros, Marco Fredy Hernández, Herdez. Acrílico sobre lienzo 60 x 45 cm

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Lentamente Palmira le abrió sus puertas a una modernidad avasallante, cuyos pasos, la televisión, la música, la moda, transformaron las costumbres sociales con nuevos imaginarios colectivos, y que junto a las ideas vanguardistas de índole política, filosófica y cultural, encausaron las tendencias estéticas que motivaron el surgimiento de artistas. Marco Freddy Hernández, oriundo de Corinto, Cauca, llegó a la Villa de las Palmas a mediados de los cincuenta para culminar sus estudios y desempeñarse como albañil, siguiendo la tradición de su familia que le dictaba que a ese oficio era el único al cual un negro podía aspirar. Pero pudieron más sus recuerdos cuando se gastaba las tardes haciendo dibujos en las arenas del río que pasaba por el patio de su casa. Su primera labor fue diseñar avisos publicitarios para las principales cafeterías y zapaterías de la villa. A su taller se uniría su primo Herney Benítez Ocoró, nacido en Miranda, Cauca; los dos siguieron haciendo avisos y pintando placas de automóviles al ritmo de los clásicos de la Sonora Matancera. Pronto sus deseos de crecer en las artes los llevó a vincularse al Instituto Popular de Cultura, de Cali, donde enseñaban los mejores: Bernardino Labrada, Alcinaín Muñoz, Edgar Álvarez y Fernando Polo.


Sonidos del jardín, Herney Ocoró Óleo sobre lienzo 210 x 170 cm

Por ese entonces, un joven oriundo de Caldas, Antioquia, llegado a Palmira en el 51 para vender materas a dos pesos, recorría la ciudad con su escalera al hombro y sus tarros de pintura fiada inventando vallas publicitarias y contagiando admiración por su creatividad y por las carrozas que diseñaba para las Ferias Nacionales de la Agricultura. Rodrigo Posada Correa, según el periodista Andrés Álvarez, se convirtió en “el antioqueño más palmirano de todos”. En 1975, Herdez y Ocoró lideraron la integración de dieciocho artistas plásticos que dieron vida a la Sociedad de Artistas de Palmira, SOARPAL, un gremio que tuvo como objetivo exigirle a la administración pública apoyo para su quehacer, y cuyo primer evento fue responderle con una exposición itinerante en el Bosque Municipal a un político incrédulo que preguntó “¿Y dónde están los artistas de Palmira?” Otra de las asociaciones que tenía esta iniciativa era la Corporación del Artista Palmirano, CAPA, que reunió desde 1973 a pintores, músicos, fotógrafos y teatreros. 57

En1976, Federico Botero Ángel lideró la fundación del Departamento de Extensión Cultural de Comindustrias, donde era director ejecutivo. Había sido Alcalde de Palmira, Secretario de Educación del Departamento y Representante a la Cámara. Como abanderado de la educación, acogió la iniciativa de los trabajadores de las empresas afiliadas a Comindustrias, siguiendo el ejemplo de Comfama, en Medellín, de fomentar la lectura y satisfacer las necesidades de investigación de cerca de quince mil estudiantes palmiranos. Para ello se ideó una biblioteca escolar pública; un proyecto elaborado por la licenciada Licidia Hernández, miembro de la Asociación Colombiana de Bibliotecas, en septiembre de 1975. El Departamento de Extensión Cultural fue inaugurado el 15 de noviembre de 1976, con las conferencias del doctor Álvaro Escobar Navia, “la crisis en el medio universitario”, y de Gustavo


Álvarez Gardeazábal, “Las ciudades llenas de humo: el Valle del Cauca en el año 2000”, una exposición pictórica itinerante y las presentaciones de la Orquesta Sinfónica de Bellas Artes, de la estudiantina de Carvajal S.A. y del grupo de danzas del Instituto Popular de Cultura, de Cali. Cecilia Rojas asumió la dirección de la biblioteca, que contó inicialmente con un volumen de 10500 libros. A principios de 1977, el doctor Américo Kuri, alcalde de Palmira, recibió la petición de Apolinar Altamirano para adjudicarle a su grupo Tambores de Colombia una sede propia. El alcalde lo remitió a la antigua sede del Servicio de Inteligencia de Colombia, SIC, que había servido como cárcel. Apolinar no aceptó; su argumento era válido: “es que todavía se ve sangre en las paredes”. Kuri lo envió, entonces, al edificio que terminaba de construir el arquitecto Gustavo Jaramillo Mora y en cuyos cimientos había estado la casona que a principios del siglo XX había sido sede de la escuela de los Hermanos Maristas y luego la Escuela Primera Pública de Varones José Antonio Galán. El propósito de Apolinar se unió con el empuje de Cielo Mejía, quien convocó a artistas como Orlando Bonilla y Dora Alexandra Izquierdo, configurando una sola visión: “Todo aquel que haga sonar algo que se venga para acá”.

Cielo pertenecía al grupo de las esposas de los afiliados a ASIAP, la Asociación de Ingenieros Agrónomos de Palmira. Ellas presentaron ante el municipio un proyecto para crear una institución de formación artística. Fue así como nació la Casa de la Cultura a través del decreto Nº 39 del 6 de marzo de 1978. La entidad quedó a cargo de una junta directiva nombrada por el alcalde Américo Kuri, integrada por personalidades cívicas y artísticas: María del Socorro Bustamante, Amparo Toro de Jaramillo, Libardo Valencia Quintero, Camilo Domínguez, Abelardo Sánchez, Hernán Vergara, Arrobio Díaz, Dora Alexandra Izquierdo, Santander Perlaza, Luz Arce de Bejarano, Ramón Elías López, Diego Calderón Jaramillo, Isabel Luna, Fanny Vallejo de Toro, Edda Hurtado de Díaz, Sara Manrique, Marcos Martínez, Duval Flórez Muñóz, Omaira Posada, Yolanda Palau de Raffo y Hammer Bolaños. Los estatutos determinaron que el director sería nombrado por el gobierno departamental, delegándose esa función al Instituto de Bellas Artes de Cali; la primera directora fue Cielo Mejía. La inauguración de la entidad contó con la participación de la sinfónica de Cali, la estudiantina de la casa de la cultura y un grupo musical de Cuba.

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Inauguración de la Biblioteca de Comindustrias,

1976. Aparecen de derecha a izquierda, Federico Botero Ángel, director ejecutivo de la entidad, Francisco Ossa, Presidente de Asocajas, Pablo Franklin Vásquez, Director Ejecutivo de Asocajas, Teresa Vélez de Botero, líder cívica, María del Socorro Bustamante de Lengua, dirigente liberal, Américo Kuri, “bombillo flojo”, Alcalde de Palmira, José Salom, Presidente del Consejo Directivo de Comindustrias, Lizbeth Arciniegas, Secretaria de Planeación, Coronel Hegberto López, Comandante del Batallón Codazzi, Monseñor Castro Becerra , “el inutilisimo”, y la directora de la biblioteca, Cecilia Rojas.

Los primeros meses para la llamada “casa de los locos” fueron duros. No había escritorios. Ni lienzos. Ni guitarras. Los estudiantes no tenían dónde sentarse; las sillas que usaban eran las de la iglesia que prestaba el padre Castrillón. La dirección de la escuela de teatro fue un propósito de la actriz Dora Alexandra Izquierdo. Las danzas contaron con la voluntad de los profesores Apolinar Altamirano, Lorenzo Miranda y Luis Carlos Ochoa; las artes plásticas se ampararon en Doris Lucía de Isaza; y la música, con los maestros Elio Fabio Londoño, Mariela Paz de Sarria y Hernando López. Los maestros trabajaron sin sueldo y Cielo se rebuscaba regalados los muebles y la papelería y para probar que era capaz se trajo del Conservatorio de Cali un piano de cola. Ella, Doris Lucía y Dora Alexandra sembraron en el patio la ceiba. Las dos

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primeras abrieron el hueco; la otra miraba. A los meses de fundada la institución, algunas personas quisieron “meterse” al plantel para crear una universidad privada. Cielo Mejía le metió cadena a la puerta y los demás se a t r i n c h e ra ro n c o n a c t i v i d a d e s a r t í s t i c a s . El presupuesto que destinaba Bellas Artes era ínfimo. Pero sobraba mística. Lentamente creció el número de alumnos en las escuelas; se afianzaron grupos como Pacandé, de danzas, conformado por obreros y estudiantes de colegio y dirigido por Germán Lozano Mondragón; en música encontraron mayor protagonismo James Castro, quien empezó dando clases a domicilio, los concertistas Antonio y José Henao, y Nemesio, quien había tenido que irse de Palmira para grabar en Ecuador su primer


larga duración, su éxito La mina. Se formaron colectivos como el Coro Polifónico de José María Valencia; la estudiantina Colombia Joven, integrada por alumnas del San José del Ávila, El Caldas y el Sagrado Corazón de Jesús; El Grupo Escénico de Palmira, dirigido por Esaú López Bermúdez; y los cineclubes El Faro, dirigido por Guido Tello; Teorema, por Gerardo Reyes; y Nueva Generación, de Gustavo Zorrilla, espacios en los que se proyectó la Nueva Ola del cine francés y las obras del “Indio” Fernández y de Pasolini. Surgieron también numerosos talleres de artes plásticas, como el Taller de Artes Aplicadas, de Herney Ocoró y Adela Uribe, donde comenzaron Eduardo Esparza, quien había sobresalido por sus dibujos en las Ferias de Ciencia del Colegio de Cárdenas, y Kymer, un hijo de campesinos que formó la destreza de sus manos recogiendo semillas y amasando la harina para las arepas que vendían las mujeres de la casa. Con Hammer Bolaños, profesor de dibujo en varios colegios de Palmira, encontraron motivación y experiencia jóvenes como Oscar Álzate y Guillermo Melo. También estaban los talleres La paleta Verde, de Guillermo Rojas; El Retablo, de Fausto Piama, ubicado frente a la venta de chorizos Chorrialadino; Petimentos, de Héctor Fabio Delgado y la casa artística de Servando Espinel, contiguo al restaurante La Cristalina. Más adelante surgió el taller La Gruta, de Esparza y Guillermo “Cuervo”, en los días cuando a

doña Olga, la mamá de Eduardo, se le perdían las cortinas que su hijo usaba como lienzos. En estos talleres convergía el talento, los caprichos e inquietudes de unos jóvenes que habían renunciado a ser obreros de los sueños ajenos para construir los propios, y donde se trabajaba a cuenta y riesgo, “porque si tocaba aguantar filo para comprar los pinceles y las pinturas, se aguantaba”, decía Kymer. Ya la vida iba a ese ritmo cuando los novios al fin podían acostarse con las novias, cuando las rumbas eran con el “fuego en el 23” a todo taco en medio de esa maravillosa mezcla de droga, salsa y arte, y cuando los adictos a los tangos y a las putas alargaban las parrandas con los vinos de consagrar que los sacristanes se robaban de las bodegas de las iglesias. Era la época cuando los gomosos del arte se daban una vuelta por el Centro In o La Americana para charlar y pistiar a las muchachas, o iban a Aura Dorada a comprar artesanías, ropa y música y a adquirir mariguana “de la buena” que distribuía un policía. Era la época cuando Marmolejo hacía sudar de envidia a sus colegas con sus obras a pastel y carboncillo, cuando Víctor “Lata” era acuerpado y peludo y trabajaba como dibujante anatomista en la Universidad del Valle, cuando las salas de exposición

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Antiguo Mural de Eduardo Esparza en la Universidad Nacional de Colombia, sede Palmira. Una obra que testimonió una época cuando en la Villa de las Palmas, como en todo el país, se vivenciaba una fuerte represión gubernamental y las injusticias sociales estaban a la orden del día.

albergaban los vibrantes toros de Plutarco, las respirables acuarelas de Eduardo Hoyos, los coloridos posters de Gerardo Reyes, los locos retratos a lápiz de Norberto, las voces indígenas en las plumillas de Fausto Piama, las melancólicas aguadas del ojón de Audberto García, las texturas surrealistas de Carlos Alberto Vélez y los obscenos dibujos de Héctor Fabio Delgado, quien exponía su serie Calzoncillos, en Sotano´s, el primer bar gay de Palmira de propiedad de Julián Franco y Aldemar García, ubicado en los bajos de Dary frost, al lado de Estrépito, el bar de Pablo Ruíz, donde se reunían los adictos al rock alrededor de mesas que eran llantas de carro, con vidrios iluminados en el centro. Así era “la movida” de los artistas plásticos en Palmira, mientras otros sobresalían fuera del radar. En Estados Unidos, Gerardo Aragón tomaba tinto con

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sus amigos Fernando Botero, David Manzur y Eduardo Villamizar; Fred Andrade perfeccionaba su técnica de Batik en Suecia; Justiniano Durán se preparaba con Augusto Rendón y Jorge Elías Triana; y Hernán Uribe experimentaba su metamorfosis en los parques de París, haciendo parte de lo que Gabo llamó alguna vez La Plaga Maravillosa. Eran días en los que faltaban recursos y una férrea gestión cultural en el municipio, pero Palmira vivía una intensa agenda gracias a la persistencia de los artistas, al patrocinio de algunas empresas privadas y a una sociedad que asistía con entusiasmo a los eventos. Un virtuosismo que narraba cómo las inquietudes humanas encontraban voces y ecos en las artes plásticas, las danzas y el teatro. Y por supuesto, en ese lenguaje que le ponía color, baile y expresión a las palabras: la poesía.


Primero de Mayo, Kymer. Acrílico con espátula 85 x 65 cm

Divino tricolor

Panorama de la nueva poesía palmirana

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A

l aplacarse la cortina de humos de la

Su primer acto público fue quemar la novela María y los versos del poeta Carranza, a los que acusaron de haberles “estrechado la imaginación en el colegio”. En poco tiempo, los revoltosos del lenguaje ya daban charlas en las universidades públicas, firmaban autógrafos en las peluquerías y se metían con las más lindas burguesas en las partes traseras de los carros “a sobarse los pies”. “¡Mamá, caliénteme los huevos que me voy para Vietnam!”, fue una de las conferencias más escuchadas de Jotamario. Ese paroxismo del pensamiento y del lenguaje desabrochaba el espíritu de una juventud colombiana que buscaba ímpetus y excusas para tomar distancia del sistema, mamada de no tener un lugar y una identidad en una sociedad burócrata y moralista, al tiempo que se apartaban de la sombra de los padres y abuelos que habían participado y que aún participaban en los conflictos bipartidistas que desangraban al país. Esa nueva manera de experimentar la vida coincidió con el hipismo y la minifalda y Marilyn Monroe; caleidoscopios de una misma bandera tricolor: marihuana, amor y puño.

Segunda Guerra Mundial, las sociedades del planeta comenzaron a vivir intensas revoluciones políticas, ideológicas y tecnológicas, resultado de cómo los poderosos, Churchill, Stalin y Roosevelt, se habían repartido el porvenir del mundo en una servilleta. Pronto surgieron en el arte nuevas concepciones que descifraban, se integraban o se contraponían a esos azares de la modernidad. En 1958 el poeta Gonzalo Arango se encontraba en Cali sin un peso en el bolsillo y decidió regresar a Medellín, pero llevando al menos “una vaina”: el Nadaísmo, un movimiento que contagió a otros gomosos de la anarquía como Eduardo Escobar, Elmo Valencia, Fanny Buitrago, Equis 504 y Jotamario Arbeláez, quienes recorrían las calles dando de qué hablar con frases como “Dios lleva una semana sin afeitarse” y “no pise la hierba, ¡fúmesela!”, mientras lucían sus medias rojas y se parchaban en las esquinas a tomar té nada más para que la gente dijera que esos mechudos eran maricas.

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secreta. Hasta que en 1965, Amparo Vélez de Rengifo se dio a la tarea de reunir su obra y publicarla con el auspicio de la Gobernación del Valle del Cauca y la empresa Carvajal S.A. De inmediato el libro Poemas reveló toda la riqueza de lenguaje que Omar conservaba para sí, una obra simbolista en la que la muerte, la soledad y el desamor fueron los temas que le sirvieron de excusa para plasmar celebraciones y exorcismos, en un tono de desahogo y aprehensión por lo fugaz. En Palmira circulaban los poemas sociales de José Hugo Sandoval, los versos amorosos del poeta Otoniel Olave Ríos que publicaba en su revista Efemérides, las baladas y perfidias del poeta de la calle Jaime Escudero y los cantos a la raza negra de María Teresa Ramírez. Eran notorios los “duelos” poéticos entre Diego Luis García y Adolfo León Rengifo, cuando improvisaban estrofas recorriendo las calles en victorias. Ya se insinuaba la poesía humana y social de Guillermo Tovar Torres, quien se ganaba la vida como cotero en Cresemillas, los versos ornamentales de Lida Carvajal Zafra, “la poeta de oro”, las imágenes oníricas de María López Linares y los lúdicos y caóticos versos de Germán Rincón que difundía

Una flor para las musas, Carlos Marmolejo Lápiz de color y crayón sobre papel 70 x 100 cm

Con el Nadaísmo aparecieron otras expresiones poéticas, la mayoría en contra del status quo y a favor de que el arte adquiriera ese criterio religioso propio de la “literatura de compromiso” que promulgaba Sartre. Muchos poetas se contagiaron de los dogmas de los movimientos de izquierda y concibieron sus oficios como antorchas para avivar las luchas sociales, en oposición a los lenguajes abrochados de lirismo del modernismo clásico. Pero surgieron otros poetas palmiranos. Omar Carrejo se dio a conocer por su talante de abogado en medio de los prejuicios de una sociedad que se asombraba de que un negro como él hablara francés. Era un gran conversador y un lector extraordinario; había escrito sus primeros versos en Bogotá cuando era estudiante de la Universidad Externado de Colombia. Su poesía era como él,

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Mi Familia, Guillermo “Cuervo”. Óleo sobre lienzo 180 x 90 cm

en cartillas, llenado las noches de obscenidades y misterios. De él su inolvidable poema Pascualito:

En 1979 Pedro José Barreto fundó la Asociación de Artistas y Amigos del Arte para apoyar a los grupos culturales y la gestión de Mariela del Nilo en la Biblioteca Municipal. A este grupo pertenecían Luis Fernando Vallejo, Fernando Idrobo, Rubén Zaránte Mangones, Diego Calderón Jaramillo, Manuel Arce Figueroa, Imer Martínez y Gloria Segura, quienes crearon el programa radial La Palabra, dedicado a la difusión de la poesía en la emisora Armonías del Palmar. Entre 1980 y 1982, el Departamento de Extensión Cultural de Comindustrias, dirigido por Cecilia Rojas, realizó las tres versiones del concurso de fotografía para aficionados. Un año después, iniciaría la proyección de cine francés, auspiciado por la Alianza Colombo Francesa. En 1984 nacería el programa radial Antena cultural, dirigido por Esaú López Bermúdez.

Le eché limón en los ojos y el gato no lo creía. Con sus patitas se restregaba y miraba asombrado. Yo sorbí sus lágrimas con mi lengua y él, como animal fino que era, caminó garboso. Después lo cogí y lo lancé al techo. Descendió de los cielos y cayó parado.

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Ese mismo año, Comindustrias realizó la exposición itinerante latinoamericana de ilustraciones para niños y jóvenes e impulsó varias actividades con el Instituto Popular de Cultura de Cali, que dirigía Leonor Salazar de Quintero y con la Casa de la Cultura de Popayán. Son recordados los recitales musicales de los maestros Clemente Díaz y Alfonso Castillo y el lanzamiento de la obra musical colombiana Detrás de tus ojos, de los Hermanos Calero. Por esa época, el grupo La Cuchilla, fundado en 1975 por artistas independientes de la Usaca y artístas palmiranos, había realizado varias actividades con el movimiento teatral novísimo que tenía como base conceptual la antropología: trajeron el Odín Teatret de Dinamarca que se presentó en la Galería Las Delicias; el Vread And Puppet, de New York; Dario Fo, de Italia; y el poeta Wole Soyinka. La Cuchilla mantuvo actividades hasta 1987. En 1988, la Cámara de Comercio de Palmira, dirigida por el doctor Pedro José Barreto, convocó los salones de pintura y los premios literarios de cuento, eventos que llevaron a concurso el talento de los artistas palmiranos.

Por ese entonces, la alcaldía de Palmira había emprendido una reforma urbana que determinó derrumbar las viejas escuelas María Auxiliadora y Policarpa Salavarrieta, el edificio de la Biblioteca Municipal y la antigua Factoría, uno de los símbolos arquitectónicos del proceso independentista de Colombia. ¿El motivo? la ejecución de un importante proyecto hotelero que quedó en veremos. En 1985 fue inaugurado en el Parque Lineal de Palmira el Museo de Arte Peatonal, un proyecto común entre las empresas afiliadas al Club Rotario, el Museo Rayo de Roldanillo y la caja de compensación de Comindustrias. Este museo reunió las obras de artistas nacionales como Pedro Alcantara, Fanny Sanín, Helio Salcedo, Hammer Bolaños, Manuel Hernández, Leonel Góngora, y las obras de artistas extranjeros como Julio Le Pare, de Argentina, Pablo Abelar, de Uruguay, y Vita Giordi, de Italia.

Inauguración del Museo de Arte Peatonal, 1985, aparecen de izquierda a derecha, el locutor Cobo, de Armonías del Palmar, (había comenzado como zapatero en la zapatería La Perla, Cecilia Rojas, Directora de Extensión Cultural de Comindustrias, Eduardo Sangino Soto, Alcalde de Palmira, el maestro Omar Rayo, Federico Botero Ángel, Director Ejecutivo de Comindustrias y el Obispo Mario Escobar Serna.

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Dorita mi corazoncito y su jinete azul, Fred Andrade Mora Acrílico sobre lienzo 100 x 200 cm

La Biblioteca Municipal había sido trasladada a la Casa de la Cultura a la que se le había dado el nombre de Ricardo Nieto, bajo la dirección de su directora Mariela del Nilo y su asistente Violet Ramírez. La entidad había estrenado su auditorio y su sala de exposiciones, donadas por la Asociación Colombo Japonesa. Habían aportado su experiencia como directores Héctor Fabio Delgado, Carmenza Valencia de Paz, Daisy Idalia Calderón y Adolfo León Rengifo, nombrado en junio de 1985 y asesinado en enero del año siguiente por sicarios en frente del Colegio Agustiniano, por haber denunciado en su programa radial que militares del Codazzi estaban implicados en “las limpiezas” en la ciudad. El día de su entierro y en el parque de la Iglesia La Trinidad, sus amigos y el grupo Tambores de Colombia se bailaron su funeral. A él lo sucedieron en la dirección de la

Casa de la Cultura Hernán Eugenio Pineda Arias y Luis Mario Orejuela, quien en 1992 revivió los Festivales Nacionales de Arte. Para entonces, muchos artistas palmiranos se habían visto obligados a buscar oportunidades en otras ciudades, al igual que varias familias tradicionales abandonaban la villa y empresas grandes y medianas quebraban o se iban con todo y su progreso. Cada vez más corrupta, la Villa de las Palmas fue transformándose en una ciudad que se quedaba a la orilla del camino; una ciudad de mentalidad pequeña, desconectada de las aspiraciones de las capitales y resumida en el colonial progreso de los ingenios; una ciudad sin inversión en su espíritu, sin espacios públicos, sin arte. Una Palmira acribillada por la rutina que comenzaba a convertirse en pueblo. 67


La revolución del arte los nuevos retos culturales de Palmira

El sueño de Verne, Martha Meza Acrílico sobre lienzo 70 x 70 cm

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E l 12 de octubre de 1992 las sociedades del planeta conmemoraron quinientos años de misterio, asombro y barbarie, sucedidos después de que Colón se hincara en una de las playas del Nuevo Mundo. El violento mestizaje, las ambiciones por el oro y el poder, las memorias que resbalaron en las espadas, la distinción de clases, la reivindicación de nuestra historia como un lugar de encuentro y la transformación del idioma castellano, fueron algunas de las reflexiones que surgieron, resumidas en una: ¿hacía dónde vamos? La década del noventa se inició para Colombia con el eco del exterminio de un partido político, con el estruendo de las bombas y el decir de los sicarios y con las noticias de un muro derribado por el mazo de la dignidad y una guerra que convertía en tormenta las sagradas arenas del desierto. Treinta años atrás, las juventudes habían participado activamente en una época de cambios ideológicos y de contraposiciones sociales; minorías de juventudes comprometidas con las aperturas de pensamiento, donde el arte significaba su droga, su sastre y su enfermera. Nuestra generación fue distinta. Veníamos de adorar a Maradona y a Lucho Herrera cuando entramos en la adolescencia en las masacres campesinas que mostraban la tele y que nunca analizábamos en el colegio porque crecimos en manos de profesores apegados a la ingenua experiencia de libros con historias inconclusas y mal contadas. La sexualidad era una cuestión de unión de cigotos, no de cuerpos que

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se buscan; el español era una retahíla de simetrías verbales, no de goce del idioma y la lectura, y las materias de sociales eran arpegios que mostraban la historia como un suceso de convulsiones muertas, desconectadas de nuestra realidad. La mayoría de esos profesores nos “salvaban” vendándonos los ojos con el fácil camino de las verdades absolutas, entre esquemas de notas que nos sacaban airosos en los períodos académicos. Nos esforzábamos por memorizar dónde quedaban en los mapas los picos Colón y Bolívar y quién había sido el presidente de Colombia en 1920, mientras en el campo colombiano se paseaba la muerte y el narcotráfico se enquistaba en la política nacional. No entendíamos porqué los paramilitares hacían lo que hacían o porqué el presidente Samper era la punta del iceberg de una sociedad mafiosa y de oscuro sello empresarial; éramos esa juventud que se asomaba por el útero de la sociedad de consumo y la tecnología. Pronto las noticias de los secuestros de la guerrilla en Patascoy y Mitú serían datos menores ante la urgencia de encontrar un lugar en ese otro “Nuevo mundo” al que accedíamos teniendo celular y una cuenta de correo electrónico. Sin graduarnos en identidad y valores propios y sin la capacidad de entender nuestros problemas, lentamente nos convertimos en esa masa que usa el consumismo para expandirse; Colombia, sin potencial de imaginación, es un país que consume lo que otros imaginan.


dinámico. Así mismo, instituciones como la Cámara de Comercio, El departamento de extensión cultural de Comfandi, La Fundación Ecoparque Llanogrande, La Fundación Kanzateura Nakchak, La Fundación de Artes Plásticas y Literatura, la Orquesta Sinfónica Elio Fabio Londoño, la Banda Municipal que dirige el maestro Hernando López, Los Hermanos Calero, Kachariparí, Jolgorio, Rapsodia, Generación Andina, La Big Band, y los colectivos de teatro Madre Tierra, Laberinto, El Teatro Vive, El Taller de Artes Escénicas, y personalidades como Carlos Duque, Fernando Gómez, Hoover Delgado, Julio César Londoño, Rubén Dario López y antropólogos como Sonia Blanco y Leonardo Cuervo, mantienen viva nuestra identidad cultural.

Lúdica, Martha Meza Acrílico sobre papel 70 x 70 cm

Durante esa década, los exiguos programas culturales de los gobiernos municipales, los conflictos infantiles entre los artistas y una sociedad cada vez más distraída, configuraron que nuestra agenda cultural adquiriera un carácter parroquial e inmediatista. Esto coincidió con el corrupción de la administración pública, mucho más apartada de los temas culturales desde la aprobación de la elección de gobernantes por voto popular. La frase que continuó menguando la motivación de muchos artistas fue una: “¡No hay presupuesto!” Actualmente, la Secretaría de Cultura y Turismo de Palmira, con una nueva visión, hace un enorme esfuerzo por fortalecer un proyecto cultural incluyente y

Es posible que una biblioteca pública no haga la diferencia en las comunas populares de Palmira; en una sociedad tan desigual como la colombiana, la violencia es un síntoma de abandono institucional. Un joven que tiene hambre, deudas o necesidades de reconocimiento, alguien que no es capaz de soportar la comodidad y la opulencia vecina, se lanza a las calles a sobrevivir con las armas que tiene a la mano: pistolas, rencor, narcotráfico, sin saber que su arma más letal, su mayor enemigo, es la ignorancia. Tener “poder” es para ellos su venganza. ¿Pero de qué o de quiénes se vengan? Mi vocación por la literatura nunca provino de mi formación en el colegio o la universidad. Mi literatura es mi “venganza” contra ese modelo de educación que inhibe la creatividad, la duda y el error, innatos en la infancia y en la adolescencia, ese modelo que insiste en premiarnos con una nota cuando el premio mismo es el conocimiento, el difícil premio de aprender del otro y con el otro y de reconocer que no estamos inventando nada, sino explorando, y que podríamos llegar más lejos si abandonáramos nuestras predecibles convicciones.

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Las artes manifiestan la celebración por la vida, la voluntad de crear y de tener la locura, la reflexión y la imaginación de nuestro lado, pero no trae justicia ni equidad por sí mismas. Los artistas jugamos con lo que la existencia impone a diario como obra inconclusa, creando una versión personal de lo que nos importa y afecta, y exige mucha grandeza pedirle a un ser humano, a una calle, a un paisaje que sea sólo lo que es. El artista sólo puede ser fiel a sus obsesiones y no hay una obsesión más falsa que aquella de salvar el mundo. El arte sólo puede concebirse como una manera de creer en ese mundo, de saberse en él, y sólo quien lo aprecie como fugaz e inabarcable puede estar al nivel del esfuerzo que la vida hace por mostrarlo. Alguien que escribe un poema a una silla demuestra que esa silla existe y que puede ser observada de tantas maneras como seres humanos hay en el planeta. El buen arte no se vende, se comparte, y exige esfuerzo, estudio y dedicación. El buen arte es un triunfo individual, no social. No hay nada más antidemocrático que el talento. Pero si algo podemos exigirle al arte es que durante el ejercicio de nuestras vocaciones nos convierta, imperceptiblemente, en mejores personas. Nadie que se dedique a atender la vida con pasión y a conquistar su obra y su estilo, tendría tiempo y deseos para empuñar un arma. No obstante, la formación artística, la promoción de la cultura y el consenso de forjar la creatividad y la reflexión como valores de una sociedad, si son funciones de una administración pública. Ahora que es tan necesario, el gobierno y la sociedad palmirana deben reconocer y valorar nuestras fortalezas culturales, expresadas en lo humano y en la memoria colectiva que prevalece en las tradiciones, desconocidas e ignoradas por la mayoría. El

trabajo no es sólo identificarlas, sino lograr que adquieran sentido en nuestra cotidianidad. La palma es nuestro símbolo más casual, pero serían el arraigo por nuestras costumbres y el deseo de llegar cada vez más alto en nuestros propósitos, los valores prácticos que nos ayudarían a encontrar un nuevo vigor. Pero para ver esas oportunidades escondidas debemos poner a dialogar nuestras voluntades, democratizando el conocimiento, generando mejores espacios de formación y revolucionando nuestra manera de educar y de reeducarnos. Si vivimos inmersos en el sueño de otros, es decir, en la manera de dormir de otros, es la cultura y el coraje de vivirla, más que defenderla, lo que nos ayudaría a despertar con ojos propios para observar los ángulos de nuestra prosperidad común, las aristas de una sociedad inconclusa. Palmira no está en sus lugares comunes; no es su masa, ni su corrupción, ni la histeria que se queja de ella. Tampoco está en los sueños que imponen los arrolladores cánones del progreso. Palmira es cada quien y por eso es inestable e irrepetible. A nuestro futuro le vendría muy bien una sociedad donde se difundan los matices de su historia con un enfoque de porvenir, una Palmira que tenga, más que centros comerciales y supermercados, espacios públicos donde se integre la gente en torno a la lúdica y la investigación, una Palmira embellecida con esculturas y con un pensum académico que nos cuente quiénes eran los antiguos habitantes de El Bolo y cómo nuestros corteros de caña nos trajeron hacia una identidad; una Palmira con bibliotecas colmadas de jóvenes y con regaladores de libros en las esquinas, una ciudad de puertas abiertas, visitada por los mejores artistas y con una cultura ciudadana que proponga, más que normas, el respeto por la vida y la pluralidad. Cada quien debería tener el invencible deseo de contagiar algo de esa Palmira potente, más que ésta, superviviente y atemorizada.

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Yo creo en esa ciudad vivaz y auténtica; creo en sus “parches” de metaleros y punkeros, en la aparente frivolidad de esas nuevas generaciones, en la honestidad de sus ingenuidades y de sus furias, porque el talento y el fervor por la vida no sólo provienen de “lo coherente” y de “lo organizado”, sino de la espontaneidad que surge cuando las libertades pequeñas se abren paso ante la libertad dominante. La cultura política ha traído tantos males a nuestra ciudad que ha logrado que no comprendamos como enfermedades las maneras como funciona y lo que engendra, y ello se acopla muy bien a los intereses de una minoría que entrega nuestro patrimonio económico y humano a empresas que administran con eficiencia lo técnico, pero que comprometen nuestros liderazgos y retos propios y los valores éticos y autóctonos que nos hace únicos. La suerte de Palmira es la de una ciudad que provee de mano de obra a una clase empresarial ajena. Cien libros como éste publicados al mismo tiempo no harán la diferencia en una ciudad que está viviendo, pagando con un alto precio, la transición social y política de una democracia joven, donde han resultado más poderosas, por ahora, las fuerzas oscuras e indiferentes. La otra democracia, la que es indefinible, la que no copia un modelo político, la que no está amordazada por la política, la que no le pertenece a las leyes ni a los votos, la que es contradictoria pero no injusta, ya vendrá en camino, y la cultura es una manera de parirla. Una sociedad que se ignora así misma debe apostarle a la cultura como una manera de escucharse el latir que tiene dentro. Las personas

que creemos y trabajamos para que los destinos cambien somos la mayoría, pero estamos desunidas y jugando con las reglas de otros, las reglas de los bancos y de los políticos, las de la frivolidad y el tener. Este libro es para quienes en el futuro se atrevan a hacerse las preguntas adecuadas para proponer unas condiciones en las que cada quien, sin mentirse, pueda labrar su porvenir colectivo o personal. Pero debemos ser valientes; las nuevas generaciones merecen saber de qué estuvimos enfermos. Cada quien deberá pelear en ese porvenir con nuevas uñas, con nuevas garras; yo creo en las uñas y garras que traen entendimiento y unen voluntades. Nietzsche dijo una vez: “sólo tenemos el arte para no morir en la verdad”. Y pienso que es indudable que la posibilidad de arte vive en cada uno de nosotros y que sus expresiones nos ayudan a encontrar puertas hacia lugares más armoniosos y desconocidos. Yo creo en esa Palmira que cada día me ayuda a ser distinto, y es por eso que me exijo para ella mucha más originalidad, fascinación y voluntad. Mis perros callejeros, mis bancas destruidas y mis preciosas catedrales de telarañas en los postes, componen el cuerpo de mi sensibilidad lejana, la magia con que me dejo tocar de su verdad. Si es cierto que el arte es una íntima revolución, les deseo a todos ustedes que insistan y conquisten con alegría sus cimas cotidianas. La cima que yo alcancé al hacer esta antología fue conocerme y valorar y querer mucho más a mi ciudad. Espero que la semilla que tienen en las manos sea suficiente para ustedes.



Ricardo Nieto Hurtado

( 20 octubre 1 8 7 8 - 22 agosto 1 9 5 2 ) Nacido en Palmira, Valle del Cauca. Hijo de Juan Nepomuceno Nieto y Teodolinda Hurtado. En 1897 obtuvo su grado de Bachiller de Letras, y en 1900 su Licenciatura en derecho en la Universidad del Cauca. Desde muy joven se dio a conocer en el ámbito cultural publicando sus primeros versos en las revistas universitarias El Huésped, Pubenza, El Grillo, Hojas Secas y ¡Oh Sancho!, utilizando los seudónimos Juan Servien y Romero Madrid. Más tarde publicó sus poemas en El Comercio, un periódico palmirano fundado por Cipriano María Duarte. En 1904 obtuvo su primer premio de poesía con una oda dedicada a la Virgen de la Inmaculada Concepción, la cual presentó con el seudónimo de Rubens; los jurados fueron José María Villegas y Luis Felipe Rosales. En 1905 obtuvo en Cali el premio Violeta de Oro con el poema En el Crepúsculo. En 1907 asumió durante un año la rectoría del Colegio La Libertad, llamado luego Colegio de Cárdenas. Posteriormente se radicó en Cali, donde fue nombrado director de educación pública y rector de la escuela normal. En 1908 contrajo matrimonio con la caleña Isabel Velasco. En Cali ocupó varios cargos públicos, entre ellos concejal, diputado y fue miembro de la Cámara de Representantes. En 1912 fue laureado en los Juegos Florales de Cali. En 1917 dio a conocer su poema Canto a Palmira, publicado el 11 de septiembre de ese año por el diario caleño El Voceador. Desde ese momento su obra poética adquirió un connotado prestigio en los círculos sociales y artísticos. El 31 de mayo de 1930, la sociedad vallecaucana le brindó un homenaje público en el que fue coronado con El laurel glorificador. En 1935 publicó su segundo libro, La Oración del rocío. Con sus obras representó una vigorosa transición entre el Romanticismo y el Modernismo, cuya característica esencial fue la de abarcar la cotidianidad, la naturaleza y la religiosidad, con versos expresados con un profundo sentido emotivo y moralista. Redactó y colaboró en varias revistas y periódicos del país y del exterior, y pronunció varios discursos y conferencias acerca de temas literarios, patrióticos y políticos, destacándose su oficio como orador y declamador. Fue también profesor del Colegio Santa Librada de Cali y miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. Durante su vida pública mereció numerosas distinciones, entre ellas El Escudo de Oro, otorgada por el Concejo Municipal de Palmira y La Cruz de Boyacá, conferida por el Gobierno Nacional. Obra poética: Cantos de la noche, 1924; La oración del rocío, 1935. Cuentos inéditos: Restrepo, Arturo del campo y El gato negro.

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Ramón Barona Mora

( 11 enero 1 8 6 8 - 14 octubre 1 9 5 4 ) Palmirano. Fue miembro y presidente del Concejo Municipal de Palmira en varias ocasiones, un cargo en el que su voz fue determinante para el progreso de la ciudad. Como presidente de la Junta de Ornato y Mejoras Públicas impulsó obras que contribuyeron al desarrollo urbanístico, como la planeación y construcción de la Catedral Nuestra Señora del Rosario del Palmar. En 1924 fue director de las Ferias Artísticas que hicieron parte de la conmemoración del Centenario de Palmira, encuentros de poesía y arte que se realizaron en el Teatro Martínez y en el Club Cauca. Como artista, su pincel poseía la magia de los colores más exquisitos y sus obras fueron admiradas no sólo en Palmira sino en toda la región. Fue profesor en distintos establecimientos educativos, principalmente en el Liceo Palmira, hoy el Colegio de Cárdenas, donde dictó las cátedras de ciencias, botánica, civismo y francés. En la misma institución fue fundador y director del Jardín Botánico estudiantil. Fue además autor del libro Lecciones de Historia Natural, difundido por el Ministerio de Educación a nivel nacional. Hoy en día los alumnos que le sobreviven lo recuerdan como uno de los grandes educadores de la Villa de las Palmas, generaciones a las que supo encaminar en los caminos de la ciencia. En 1932 recibió La Corona de Laureles por parte del Municipio de Palmira.

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Cantos de la noche XII ¿Quién canta entre los pinos del bosque solitario? ¿Qué voz se alza doliente del robledal sombrío mientras la lluvia blanca desgrana su rosario y caen las hojas muertas sobre el helado río? Me asomo a los cristales. Un cielo de pizarra recorta el horizonte. Un pino cabecea. El viento finge un trémolo lloroso de guitarra. La niebla tiene el ronco rumor de una marea. Pasa el invierno calvo montado en un cordero cuyo vellón de nieblas se esparce por las lomas; a veces da un suspiro el viejo caballero y de su barba vuelan palomas y palomas. ¡Invierno, buenas noches! Conozco tus cantares. Yo sé lo que tú dices detrás de los abetos, porque cuando tú llegas se afligen los pinares y lloran en las selvas los álamos escuetos. ¡Invierno, buenas noches! Cuando yo era muy niño jugaba con tus nieves, y al fin te quise tanto que en mi alma de cinco años cayó todo tu armiño y en mi alma de veinte años cayó todo tu llanto.

Ricardo Nieto Hurtado

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Flores Ó leo sobre lienzo - 40 x 65 c m Ramón Barona

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Libros

¿Para qué los libros, para qué, Dios mío, si este amargo libro de la vida enseña que el hombre es un pobre pedazo de leña que arrastra en sus ondas fugaces un río?... ¿Para qué los libros, para qué, Dios mío?

En vano con libros tu mente torturas; en vano a las puertas cerradas golpeas; no hay astro que alumbre tus noches oscuras; si buscas en ellos capullos de ideas, tendrás el veneno de las desventuras.

Leí muchos ibros. Leí tanto, tanto, que al fin se cansaron de hacerlo mis ojos… ¿Qué resta de todo?... Un poco de llanto, una honda amargura y un hondo quebranto, un bosque de espinas y un bosque de abrojos.

Lee sólo este libro: La Naturaleza. Embriágate de aire, de luz y de rosas; sé humilde, sé bueno, recógete y reza, y pide a la augusta, serena Belleza, te muestre tu imagen en todas las cosas.

¿Qué sabio ha podido mecerse en la bruma? ¿Qué artista una gota formar de rocío? ¡Oh pobres poetas, romped vuestra pluma! Mirad cómo escribe sus versos la espuma y oíd cómo canta sus versos el río.

Debajo de un árbol medito y espero… ¡Cuán poco a los hombres que pasan les pido! La vida es un viaje; yo soy un romero cansado de todo… dormir sólo quiero el último sueño de paz y de olvido!

Ricardo Nieto Hurtado

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Ofrenda Ó leo sobre lienzo - 40 x 65 c m Ramón Barona


Francisco Barona Rivera (1882-1935)

Palmirano. Cursó estudios superiores en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad del Cauca, en Popayán, ciudad que lo acogió desde los primeros años de vida. Una vez graduado intervino en el poder judicial y en la administración pública como Magistrado del Tribunal Administrativo y Secretario de Gobierno del Departamento del Cauca, oficios en los que se destacó por su rectitud y un elevado criterio. Colaboró en varias revistas y periódicos de la ciudad blanca, espacios donde dio a conocer su pensamiento. Una de sus conferencias más recordadas fue Las deficiencias de la educación. Su obra poética es un canto al esplendor de estas tierras y a las impresiones sublimes de la nostalgia y el amor. El escritor José Ignacio Bustamante, en su libro Historia de la Poesía en Popayán, expresa lo siguiente del bardo palmirano: “La poesía de Barona encierra misterios de sentimientos y recónditas armonías”. En 1926, dos años después de celebrado su centenario, Palmira adquirió el estatus territorial de municipio, y un poema de Francisco Barona Rivera fue elegido como el himno de nuestra ciudad, acompañado por la música del maestro Solom Espinoza. Francisco murió en Popayán en 1935. Uno de sus últimos versos fue: “Como una flor diseca y sin perfume, / la materia al final de la jornada / con efusión sentir que se consume, / y que rodando hacia la nada triste / el ánima convive / el ánima convive reflejada / diluida en todo lo que existe.”

Obra poética inédita: Jardín Armónico. Obra histórica: Historia de Popayán.

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Eugenio Eduardo Terreros Prado

( 15 noviembre 1 8 9 5 - 10 marzo 1 9 7 3 ) Palmirano. Los temas religiosos marcaron sus inicios como artista. Con gran realce, plasmó varias escenas de la vida de Jesús en las principales iglesias y catedrales de Cali, Palmira, Medellín y Manizales, además de representaciones pictóricas musicales para varios teatros nacionales. Luego encontró en la reproducción del paisaje vallecaucano y urbano su madurez como pintor, obras en las que plasmó los espacios abiertos, las casas grandes y la plenitud de la naturaleza. Una labor en la cual su mayor virtud fue la de conjugar con un estilo muy propio la perspectiva y el color, y otorgar calidez y nostalgia a los ambientes realistas. Su talento, según se afirma, fue para él un pasatiempo; pero su obra fue mereciendo la admiración en el ámbito artístico del país. En Barranquilla, ciudad donde vivió algún tiempo, el alcalde lo hizo poner preso hasta que pintara una obra para él. En 1984 la Cámara de Comercio de Palmira realizó una exposición en su homenaje. En aquella ocasión Víctor Sánchez Quevedo, crítico de arte, se refirió así de las obras del maestro Terreros: “todas ellas muestran la afinidad de un entorno que respira la calma y la tranquilidad del espíritu contemplativo del artista… fácilmente son reconocibles sus cielos, ya azules, ya ocres, o rosados o dorados de un sol de los venados. Sus personajes nos dicen de hombres y mujeres y animales que van o vienen, o simplemente conversan en la sombra de una vegetación fresca, lograda con la atmosfera y textura de una pincelada que propone no copiar la realidad sino interpretarla”. Junto al legado de Efraín Martínez, Ricardo Gómez Campusano y Ricardo Borrero, la obra de Eugenio Eduardo Terreros vivifica el testimonio de las costumbres y paisajes colombianos.

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Claveles rojos

I II

Yo no sé … yo no sé, pero estas flores cuyo aroma me embriaga y me extasía, traen el recuerdo a la memoria mía del dulcísimo amor de mis amores.

Brisa ligera deshojó la albura del limonar, cantaron los turpiales sobre el pomar en flor sus madrigales como un premio nupcial a su hermosura,

Era el primer amor que en los albores de mi florida juventud sentía, la primera ilusión que florecía de una tarde de abril a los fulgores.

y al impulse ideal de su ternura reflejada en sus ojos celestiales, recogió con sus manos virginales el simbólico don de mi locura.

Fue en el jardín: bajo el florido pomo le declaré mi amor, mas sabes ¿cómo? Ante el dominio de sus bellos ojos

Y al ver embelesado aquellas flores, síntesis del amor de mis amores, coloreando el albor de su corpiño,

anúdose la voz en mi garganta, y así en silencio le arrojé a su planta un ramillete de claveles rojos.

como se abre la flor a la alborada, se abrió mi tierno corazón de niño a la apacible luz de su mirada.

Francisco Barona Rivera

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Paisaje de verano Ă“ leo sobre lienzo - 63 x 43 c m Terreros

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Fuente montañera Alegre, bulliciosa y cristalina de tumbo en tumbo bajo los alcores del robledal, del cámbulo y la encina y al compás de una extraña sonatina va la fontana murmurando amores.

Aquí es torrente bramador que agota sus ondas de cristal en la pendiente, allá un remanso azul en donde flota la luz crepuscular del sol poniente; más allá es tumultuosa torrentera que quiere trasmontar la cordillera...

El raudal de sus aguas precipita sobre breñas que fingen capiteles, tiene un cascado rumorear e imita una sierpe fantástica que agita sus vibrantes y recios cascabeles.

y cuando sombras en tropel alado urgen al sol para ocultar sus lampos y con húmedo soplo han apagado innúmeras pupilas y han violado la verdura fragante de los campos de aquella vaga orquestación se siente solo atenuada vibración, el viento, el ave, el caramillo su concierto interrumpen, al paso que la fuente es una loca que en febril carrera sobre las sombras y el silencio impera y en su informe rodar bajo las cañas canta, vibra, llora, ríe, palpita si es ella el corazón donde se agita el germen florestal de las montañas.

Tu perenne batir contra la aurita roca produce un son, cual si quisieras remedar un timbal que a la sordina fuera marchando sobre cada ondina su acelerada marcha a la pradera. Sofrena a veces su carrera cuando inaccesible obstáculo le opone la granítica roca, mas luchando logra vencer y su dominio impone y sigue y sigue sin cesar cantando sin que el ímpetu de antes le abandone.

Francisco Barona Rivera

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El patio Ă“leo sobre lienzo - 34 x 53 cm Terreros


Julio César Arce

( 6 mayo 1 8 8 5 - 12 Julio 1 9 6 1) Palmirano. Hijo de don Raimundo Arce y de doña Mercedes Perazzi. Realizó sus estudios básicos en la Villa de las Palmas, luego se trasladó a Bogotá donde se dio con entusiasmo a la disciplina literaria. Su estilo romántico y profundo le valió desde temprana edad el reconocimiento en la sociedad como un escritor versátil y elegante. En 1907 publicó sus primeros poemas en el suplemento literario El Automóvil, dirigido por el poeta Elías Reyes, utilizando los seudónimos de Jorge de San Martín y Luis Gil. Un año después publicó su primer poemario intitulado Búcaros, el cual Víctor Manuel Londoño describió como un libro de “reminiscencias de la tierra nativa, y alegres rayos de sol confundidos con la melancolía nocturna de la ciudad”. Ese mismo año publicó otros versos en El Pijao, semanario ilustrado por Ramón Barona, y fundó el semanario crítico Tartarín, publicación que fue suspendida en su tercera edición por pugnar con la ley de la Policía Nacional.

En la década siguiente, editó El Terruño, publicación que alcanzó la edición número 85. Y en 1924, junto a Clímaco Bueno, dio vida a la revista El Escudo Liberal, de gran acogida en la clase dirigente. Como abogado tuvo una notable carrera desempeñándose con altruismo y eficiencia en varios cargos públicos, entre ellos concejal de Palmira, diputado de la asamblea del Valle del Cauca, representante a la cámara y notario público. Fue contemporáneo del célebre poeta Ricardo Nieto, con quien sostuvo una gran amistad. El laureado escritor Miguel de Unamuno se refirió a él como “el príncipe del soneto”. En 1969 Julio César Arce dijo adiós acompañado por los suyos; según cuentan, con una mano en el pecho diciendo: “Qué te pasa, corazón, qué te pasa”.

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Obra poética: Búcaros, 1905. Obra poética inédita: Cariátides.


Antonio Palomino Tobar

(1909 -1976)

Palmirano. Último gran exponente de la dinastía de artistas iniciada por su bisabuelo Buenaventura, en Río Sucio, en la segunda mitad del Siglo XIX, y seguida por su abuelo Leopoldo, su tío abuelo Ángel María y su padre Rafael, quien se radicó en Palmira en1900. Su vocación artística la insinuó desde que estuvo vinculado en el Liceo Palmira. En 1927 realizó su primera exposición intitulada Los últimos momentos del padre de la patria, en la cual se destacaron las obras Ángelus y Muerte de Moisés. Al culminar sus estudios secundarios, partió a Bogotá para vincularse a la escuela de arte de la Universidad Nacional de Colombia. Por ese tiempo, realizó los retratos del presidente Miguel Abadía Méndez y Juan Bautista La Salle y el busto de Enrique Olaya Herrera. En 1930 participó en la Exposición Nacional de Pintura en Pereira, donde obtuvo el segundo puesto, detrás del maestro Gómez Campusano. En 1936 se radicó en Pereira luego que el gobierno municipal de Palmira, de manera reiterada, le negara el apoyo moral y financiero por ser de familia liberal.

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En Pereira fundó la Escuela de Bellas Artes, trabajó como orientador artístico del Instituto Industrial y fue el ejecutor de las obras, ornamentos y vitrales del templo de Nuestra Señora de Valvanera. En 1937 obtiene su titulo en artes. En junio de 1942, Alfonso Velasco Madriñán, director de la VIII Feria Nacional de la Agricultura de Palmira, lo nombra director artístico del evento. En 1947 realizó el diseño estético del Cristo de Belalcázar, Caldas, una obra culminada en 1954. Se desempeñó también como instructor de varios colegios de Cundinamarca y efectuó restauraciones en columnas y capiteles, especialmente en el Museo 20 de Julio, de Bogotá. En Boyacá pintó en la cúpula de la iglesia La Floresta la obra Inmaculada Concepción. Durante esos años elaboró los bustos de Simón Bolívar y del poeta Guillermo Valencia, encargados por las poetas Mariela del Nilo y Diana Rubens. Su escultura más importante, sin embargo, es el homenaje a La Madre, de tamaño natural, ubicada actualmente en el asilo del Club de Leones de Santa Rosa de Cabal.


Caballero andante

I II

En la paz de la cartuja de esta aldea tranquila añoro los paisajes de mi tierra lejana, mientras rasgan la senda del crepúsculo lila los doloridos sones que lanza una campana.

Yo, como el noble caballero andante, de la vida en el vasto panorama, luché siempre bizarro, siempre amante, “Por Dios, por mi patria y por mi dama”.

Sobre la gema cóncava de los cielos titila la estrella que la veste de la tarde engalana, y una turba de alegres zagalejas desfila por el viejo sendero que lleva a la fontana.

Ya se cansó mi flaco rocinante, y en la lid de ideales por la fama, rodé sobre la tierra delirante, entre el fragor que a la victoria aclama.

Pasa en un rocín maltrecho un rudo campesino, que cual visión fantástica a lo lejos se pierde en las sinuosidades brumosas del camino…

Apenas vencedor, me vi vencido: Esclavo mudo de una nueva idea y perenne escudero del olvido...

Y por un instinto y luminoso brote se me antoja que cruza por la llanura verde la venerancia y noble sombra de don Quijote.

Que en el vaivén tenaz de la pelea me siento en gloria, pálido, rendido, para luchar por ti, mi dulcinea.

Julio César Arce

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Lucas Capítulo 2 Óleo sobre lienzo 49 x 39 cm A. Palomino

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Adiós a la poesía

Oh, ¡Mi musa gentil! Tú que pusiste un consuelo en mi trágica agonía, tú que en las sombras de mi vida triste eras perfume, luz y melodía. Oh, ¡Mi musa gentil! De ti me alejo hacia la playa ignota del olvido; y aunque ya siento el corazón tan viejo, jamás me creo por el dolor vencido... Adiós novia ideal !Oh, poesía! que engalanaste mi existencia amarga, con tus flores de ensueño y armonía. Huyo de ti a las playas del olvido. Con mi dolor como pesada carga, decepcionado... pero no vencido!

Julio César Arce

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Ternura Ă“leo sobre tiplex A. Palomino - 2 2cm x 1 4 cm


María Rivera Zafra (1912 - 1985)

Palmirana. Desde muy temprano incursionó en las letras. Su primer premio, en la categoría de cuento, lo recibió de la prestigiosa revista internacional Bohemia, de Cuba; sus delegados, al arribar a Palmira para entregar el galardón, se encontraron con una niña de doce años. Entre las décadas de los cuarenta y cincuenta, María publicó sus tres libros, con los cuales alcanzó pronto gran reconocimiento, especialmente en Italia, Francia y México. En su periplo artístico sostuvo una sólida amistad con importantes personalidades de la política y la literatura, como Eduardo Santos, Baudilio Montoya, Antonio Llanos, Mateo Gamboa y Ciro Bautista Villamizar. Su poesía fue una vigorosa expresión costumbrista, en la cual la perfidia y la tristeza fueron los temas más constantes, un desahogo por la pérdida temprana de tres de sus cuatro hijos. Su libro Escala de luceros fue prologado por el poeta Ricardo Nieto, quien dijo: “Desde niña, María sintió en su espíritu aletear una alondra blanca y soñadora que la invitaba a levantar el vuelo hacia el azul diáfano de los sueños”. Su poesía fue publicada en varias revistas y periódicos de circulación nacional, como Mundo al día, El Crisol y El Tiempo. Hizo parte además de las antologías internacionales Mujeres intelectuales de América, de R.A. Jorge Rivas; y Un canto del espíritu, de la uruguaya Etelvina Villanueva y Saavedra. También fue incluida en el Diccionario de la poesía colombiana, de Plaza y Janes. Obra poética: Escala de Luceros, 1949; Bajel de sueños, 1954; Cerebro abierto, 1956.

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Gerardo Aragón Villafañe

(1935-2001)

Palmirano. Su infancia transcurrió en una espaciosa casa, en permanente contacto con la naturaleza. De niño coleccionaba las imágenes de paisajes y plantas que encontraba en las revistas. A los siete años, cuando estudiaba en el colegio Champagnat, expuso en las carteleras sus primeros dibujos a lápiz y crayón. A los diecisiete años, complaciendo a su padre, partió a Popayán para estudiar ingeniería, pero pronto abandonó la carrera para estudiar arquitectura en la Universidad La Gran Colombia, en Bogotá. Una vez obtiene su título, viaja a Estados Unidos donde consigue una beca para estudiar arte en la State University, en Phoenix, Arizona. Durante sus estudios enseña dibujo y se vincula a diversas actividades relacionadas con el arte, viviendo de cerca las nuevas corrientes artísticas del Pop art, el Op art y el expresionismo abstracto. De regreso a su país, con los títulos de maestro de arte y bellas Artes, se vincula a la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Más tarde se dedica de lleno a la docencia en la Universidad Nacional de Colombia. Como artista propuso que sus obras fuesen apreciadas como una apertura a la percepción y al goce estético. Como maestro, su interés fue el de contagiar a sus alumnos del espíritu lúdico del arte y de su esencia investigativa. Entre su producción artística se destaca la figura femenina y el paisaje, proponiendo su armonización y mixtura lírica,

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un ejercicio en el que prevalece el gran sentido de la observación, la profunda sensibilidad y la fina percepción visual y emocional. Como escultor creó varios artilugios e instalaciones, donde los objetos adquirían una voz propia que interactuaba con lo cotidiano. Su casa en Bogotá fue un espacio de permanente disfrute, en el que los jardines exuberantes y los bonsái fueron vivo reflejo de su ser. En 1980 fue fundador de la Asociación Colombiana de Bonsái. Desde 1960 hasta el año 2000, realizó importantes exposiciones individuales y colectivas en las más reconocidas galerías y museos del país, y muchas en el exterior. En 1961 recibió una mención honorífica, junto a David Manzur, en el XIII Salón Nacional de Artistas, en Bogotá. En Arizona, donde vivió varios años, obtuvo significativos premios por su obra en escultura y acuarela. Su nombre y obra aparece en importantes publicaciones, como Arte Colombiano, de Salvat, y Arte en Colombia, de Plaza y Janés. En 1986 fue incluido en el Calendario Propal, junto a Omar Rayo, y en 1998 fue homenajeado en su ciudad natal en el Segundo Salón Marden de Artistas.


Serenata de amor y olvido

I II

Oye: mi alma transida y solitaria es presa de crispante desvarío. Formando de tu angustia una plegaria se cierne en las regiones del vacío.

Olvídame. Yo quiero que me olvides. Que nunca más a mi vuelvas tus ojos; ya con falsas promesas no revives las flores que trocáronse en abrojos.

Busca con ansiedad, amado mío, de tu amor la lejana luminaria; porque prender entre tu pecho ansío la llama de mi lámpara incendiaria.

Oh! Qué tarde tu error reconociste. Ya el invierno llego con sus rigores. El huerto del ayer, pleno de flores, se encuentra ahora desolado y triste.

Mas no la encuentro. Y me sumerjo muda en el profundo abismo del quebranto donde vive el áspid que a mi ser se anuda.

Olvídame y olvida el juramento que de hacerme feliz me hiciste un día. Todo pasa… Son cosas del momento.

Y mientras clamo que a mi ruego acuda el ideal, el desamor, el manto se abre y se muestra la verdad desnuda.

No lograrás vencer mi rebeldía Sumaste otro eslabón a mi tormento. Mas no importa… ¡Mañana será otro día!

María Rivera Zafra

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贸leo sobre lienzo

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Serie Oda barroca 40 x 25 cm Gerardo Arag贸n V.


Soneto del amor hallado

He encontrado un amor dulce y divino que me pobló de pájaros el alba. Un amor jubiloso y cristalino y musical como el cantar del agua. Es un jilguero que ensayó su trino entre un follaje de oro y esmeralda; y me trazó en los aires el camino que conduce al oasis de tu alma ¿Es un frescor de rosa amanecida? ¿Un claro despertar de la campana en la dulce mañana florecida? ¡No sé con qué milagro estoy ungida! Sólo sé que mi yelmo se engalana y hay algo que me llama hacia la vida.

María Rivera Zafra

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V铆ctoria Acuarela 56 x 38 cm Gerardo Arag贸n V.

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Antonio Kuri Kuri

( 26 mayo 1 9 0 8 - 6 agosto 1 9 9 3 )

Se trata de algo mecánico, irresistible, en que actúan indudablemente factores de orden nervioso, de mayor fuerza, que el interés de defender el organismo de ciertas mortales amenazas… Al fin y al cabo, de algo uno tiene que morirse. Y no está en manos del hombre escoger la enfermedad que más le guste”. En 1966 la Asamblea Departamental le ofreció a través de una ordenanza publicar su obra; al respecto dijo: “… obra completa no tengo, ni siquiera incompleta. Sólo versos de juventud y algunas ociosidades posteriores… Es cierto que la Biblioteca Departamental ha publicado insignes idioteces y que una más nada importaría al mundo. Pero no quiero quitarles tiempo a los tipógrafos ni dinero al departamento, ni exponerme a que, por error de apreciación, me hagan miembro de academia alguna”. Más tarde su nombre y obra fueron incluidos en las antologías La poesía del Valle del Cauca, de Guillermo E. Martínez; y Del humor Colombiano, de Bernardo Martínez. Su obra fue recopilada por su nieto Juan Fernando Reyes Kuri, en el libro Humor y poesía.

Oriundo de Santiago de Cali, Valle del Cauca. A los diez años perdió a sus padres y tuvo que abandonar sus estudios para hacerse cargo de sus hermanos. Esto lo impulsó a ser autodidacta, alcanzando con éxito las profesiones de abogado, periodista, poeta y político. Fue concejal de Palmira en ocho oportunidades, diputado de la Asamblea del Valle del Cauca en tres periodos, representante y senador de la republica, juez municipal del circuito y fiscal del Juzgado Superior de Cali. Fue también Secretario de Agricultura, Contralor del Departamento del Valle y Vicepresidente de la Cámara Alta. Como periodista fue un colaborador entusiasta del diario La Razón, de Juan Lozano Lozano y de Política y algo más, dirigido por Carlos Lleras Restrepo, y de los diarios de Cali El Relator y El Occidente, donde fue muy leída su columna El balcón de Perogrullo. En Palmira fue cofundador y director de los semanarios Nueva Patria y Pueblo libre. Su poesía está colmada de una fecunda y bella imaginación, donde el amor, las mujeres, la naturaleza fueron los temas más frecuentes. En su ejercicio poético tuvo varios seudónimos, los más llamativos: Ciro de Campo, Nicolás Rabinowisky, Lupercio Luque, Luis Mañoso, Matusalén Anarkos y Jesusita Locumí Viáfara. Uno de sus mayores placeres fue fumar. Él decía: “Si me preguntan porqué fumo tanto, no sé explicarlo.

Obra Poética: Humor y poesía, 2000; En verso y en Prosa, en serio y en broma, 2008.

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Herdez

Marco Fredy Hernández Ocoró (1935) Oriundo de Miranda, Cauca. Al radicarse en Palmira se desempeñó como publicista. Realizó estudios de arte en la Escuela de Bellas Artes y en el Instituto Popular de Cultura de Cali, con los maestros Alberto Ramírez y Fernando Polo. Su obra refleja la idiosincrasia y los conflictos sociales de los afrodescendientes, al tiempo que resalta su belleza, fortaleza física y su esencia erótica en los ámbitos cotidianos. Sus creaciones componen metáforas con elementos naturales en las que la fantasía se superpone a la realidad. En 1979 obtuvo el segundo premio en el Salón de Arte Joven, en Palmira, y ese mismo año una mención de honor por parte de la Casa de la Cultura de Guacarí. En los años de 1981 y 1986 realizó los afiches artísticos de la Fiesta Nacional de la Agricultura. Ha participado en varias exposiciones internacionales, entre ellas la Primera Bienal Iberoamericana, en México, y la exposición realizada en el Parque Los Elegidos, en Quito, Ecuador. Durante varios años fue docente de dibujo en distintos colegios de Palmira y en la Casa de la Cultura Ricardo Nieto. En 2008 la Fundación Cultural Casa Quintero de Roldanillo le otorgó la Medalla al Mérito Artístico. Actualmente prepara una exposición de su serie Negritudes en el Museo de Arte de Gijón, España.

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Tu pequeño palacio Cuando el cuartito cándido y risueño que encierra tu trivial juguetería no tenga ya el encanto y la alegría que le pusiste a tu infantil empeño, todo será como lejano sueño, como vaga y distante fantasía que dibuja entre luz y poesía un palacio romántico y pequeño. Para tí ya serán como despojos las cosas que calmaron tus enojos, mas yo, en el tiempo de las hojas secas, habré de regresar un poco triste, a cuidar el palacio donde fuiste la adusta emperatriz de las muñecas.

Antonio Kuri Kuri

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Acrílico

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Manglar de ensueños - 170 x 120 cm Herdez


Despedida a un soltero

Querido José Gers: por tu albedrío te marcharás por senda impresentida, y te voy a decir, amigo mío, lo mismo que en estrofa conocida: que las aves se van cuando hace frío en todos los momentos de la vida.

Tu juventud pletórica de antojos, de esperanzas, verá, sin hacer guiños, cuando ya estés detrás de los cerrojos, cómo será tu vida y sus aliños cuando sólo te sirvan los anteojos de menudos juguetes de los niños.

He de volverte a ver, a tu regreso, con esa estampa tuya, que si es fea; lleva al menos impreso el sello inconfundible de esta idea: menuda estampa del gusano queso, como dice Jiménez Arrechea.

Tú, que no fuiste nunca ni un tenorio ni siquiera un sujeto de cosquilla, no sabes, mi querido, que el casorio no es cosa tan simpática y sencilla como hacerle a un inútil vejestorio una mordaz y alegre croniquilla.

Todo lo que te quiere y hasta admira celebra jubiloso el nuevo viaje que emprendes, de verdad o de mentira, por el camino aquel donde se mira todo en color rosado de paisaje.

Antonio Kuri Kuri

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Técnica mixta

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La caída de Pablo - 80 x 60 cm Herdez


Rafael Posada Franco (1921-1959)

Palmirano. Realizó estudios de periodismo en la Universidad Javeriana de Bogotá, donde sobresalió por su inteligencia y voluntad de trabajo. Una vez graduado se desempeñó como columnista de los periódicos El Tiempo, El País y Jornada, espacios que aprovechó para plasmar de manera prodigiosa sus impresiones acerca del acontecer político, social y literario del país. Fue fundador y director de Horizontes, periódico que tuvo como lema: “Por una cultura superior en una patria sin fronteras”, y el cual durante más de quince años expuso con buen gusto los valores y principios esenciales del ser humano. En Cali fue director junto a Enrique Buenaventura de la compañía de drama Luis Vargas Tejada, que promovió la masificación de la cultura. Preocupado por la realidad social de su época, apoyó con fervor la campaña del popular caudillo Jorge Eliécer Gaitán en la búsqueda de un gobierno, al fin, verdaderamente democrático. En esa labor, y de acuerdo a su gran capacidad de oratoria, realizó discursos alrededor del país en pro de la restauración moral de la república. Más tarde, se desempeñó en la vicepresidencia activa del Directorio Liberal Gaitanista del Valle. Su poesía, expresada con gran carácter y pasión, fue un canto a la majestuosidad de su tierra, al amor y a la reivindicación de la lucha de clases.

Obra poética: Sangre, tierra y paisaje, 1946; Siempre el amor, 1949; Comarca lírica, 1956. Obra poética inédita: Isla de ensueño (Antología de poetas Colombianas) Prosa: Tutasúa: tierra ajena, 1954; Antorchas de la cordillera (cuentos), El que se casa quiere casa (comedia), Leonilde (drama) Ensayo: Baldomero Sanín Cano y otros ensayos, 1953.

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Herney Ocoró

( 1 9 4 5)

Nacido en Miranda, Cauca. Realizó estudios de arte en el Instituto Popular de Cultura de Cali, en la academia Miguel Ángel y en el Instituto Henry York. En sus inicios, el paisaje fue la expresión más constante de su mundo interior. Posteriormente su obra avanzó hacia el reflejo de la interacción humana, donde el color del trópico y el simbolismo nutrieron su trasegar por el arte moderno. Más adelante su obra contemporánea acogió del barroco cortesano la sensualidad decorativa, y del barroco clasista el detalle y el rigor en la forma. Una de sus series más importantes, Rostros de ensueño, sugiere un entorno de misticismo donde la figura femenina y la mezcla de etnias simboliza la comunión entre los seres y los espacios, permitiéndole enaltecer los orígenes de las culturas. En Palmira fue fundador junto a Adela Uribe del Taller de Artes Aplicadas, espacio en el que nuevos artistas de la región encontraron un valioso lugar de motivación. Ha realizado innumerables exposiciones individuales a nivel nacional y otras internacionales; se destacan la Segunda Bienal Iberoamericana, en México, y en la galería de arte Las Américas, en Texas, USA.

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Mi ofrenda de rosas Este jardĂ­n de rosas encantadas, que apetecen los ricos y los pobres, y perfuman la estancia de los hombres, son rosas por mi madre, cultivadas. Castas rosas que anhelan las amadas, y que viajan ocultas en los sobres, las que aroman los rasos de los cofres de nĂşbiles doncellas olvidadas. Bellas rosas que adornan los altares del dueĂąo de los cielos y los mares y enguirnaldan sus sienes adoradas. Estas rosas son copas de licores, que ofrecemos al Dios de los amores en ofrenda de rosas encarnadas.

Rafael Posada Franco

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Rostros de ensueño Óleo sobre lienzo - 270 x 170 cm H.erney Ocoró

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Soneto a la luna

Nimbas de luz la cordillera altiva que domina altanera nuestra sierra, y embellece el paisaje de la sierra tu presencia de diosa pensativa. Eres humilde como lo es la oliva, mensajera de paz ante la fiera, o heraldo de bondad que bien pudiera emancipar mi situaciĂłn cautiva. Tu color -oro y plata- suspendido, en el fondo de un cielo anochecido filtra luz en mi celda desolada. Tu bella palidez admiro tanto, como que tiene para mĂ­ el encanto de una novia romĂĄntica olvidada.

Rafael Posada Franco

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Rostros de ensueño Óleo sobre lienzo - 120 x 200 cm Herney Ocoró

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Omar Carrejo Bejarano

( 19 octubre 1 9 2 1 - 24 julio 1 9 9 5 ) Palmirano. Desde muy niño su padre, don Miguel Carrejo, le abrió las puertas del mundo literario al leerle los textos del semanario Lira Blanca, que él editaba. Su primer año de primaria lo hizo en la escuela privada de misia Praxeris Espinosa. Más tarde, ingresó a la Escuela Segunda Antonio Galán, donde sus tres más grandes amigos fueron Raúl Orejuela Bueno, José María Montoya y Daniel Payán Otero. Posteriormente ingresó al Colegio de Cárdenas, regentado por Gregorio Rentería Mallarino. En la Biblioteca Santiago Eder de la institución, fue un ávido lector de la revista francesa Fantoche, que le prestaba su maestro Domingo Irurita, y de las obras de Hölderlin y Rilke. Una vez graduado, partió a Bogotá para adelantar estudios de derecho en la Universidad Externado de Colombia. En su tiempo libre aprendía francés y participaba en las tertulias literarias con los periodistas y escritores Eduardo Carranza, Fernando Charry Lara, Alberto Bonilla Aragón y Álvaro Sanclemente. En 1952 obtuvo su título de abogado. Regresó al Valle del Cauca, e inició su carrera de manera ascendente desempeñándose como secretario de la gobernación del departamento del Valle del Cauca, secretario en el ministerio de justicia, registrador, personero, contralor y notario del municipio de Palmira.

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Entusiasta de las fiestas taurinas, fue en 1953 administrador de la recién inaugurada plaza de toros Augusto Barona Pinillos y animador de las tertulias en el Café Molino Rojo, La Porra Taurina y El Cuarto Taurino. Su vida intelectual transcurrió principalmente en Cali, donde gozaba de la amistad de un grupo de contertulios que se reunían en el café El Turco, entre ellos Alfonso Bonilla Aragón. En 1965 Amparo Vélez de Rengifo se dio a la tarea de publicar los versos inéditos de Omar. El libro Poemas, cuya carátula fue un obsequio de su amigo el maestro Alejandro Obregón, impactó en los círculos literarios del Valle del Cauca. Lector por excelencia y estudioso de la sociedad, Omar apreciaba la literatura clásica y en especial la poesía de los autores franceses. Su obra se caracteriza por un lúcido espíritu lírico, siendo exponente de las emociones en sus matices existenciales. La muerte, la soledad, la decepción, el desamor y la nostalgia, fueron los temas que desarrolló con gran simbolismo y riqueza de lenguaje. Antes de su muerte, donó gran parte de su biblioteca personal a la nueva biblioteca Mariela del Nilo de Palmira.


Hammer Bolaños Flaker ( 6 febrero 1 9 3 5 - 19 junio 2 0 0 2 ) Oriundo de Santiago de Cali, Valle del Cauca. Realizó estudios de arte en la Escuela de Bellas Artes Antonio María Valencia de Cali, y posteriormente en la Escuela de Arte La Esmeralda, en México. En su juventud fue repartidor de pan y esgrimista. Su sensibilidad e inquietudes como artista se ven reflejadas en principio en su obra figurativa costumbrista, con la cual dio vida a paisajes tropicales, matizados con densas y emotivas atmosferas. Posteriormente experimentó el surrealismo con obras en las cuales predominó el tema indigenista. Con su obra participó en varias exposiciones individuales en importantes espacios artísticos, como el Palacio de Bellas Artes, el Museo Arqueológico La Merced, en Cali, y la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. En el exterior participó en exposiciones en la Casa de las Américas, de Lima, Perú, en 1967; en el Club Internacional de Prensa, en Madrid, España, en 1972; en el Salón Art Nouveau de Caracas, Venezuela, en 1976; y en el Centro de Convenciones de Campines, en Brasil, en 1979. En 1963 obtuvo el Primer Premio en el Festival Nacional de Arte del Conservatorio de Bello, Antioquia; el Premio de la Fiesta Nacional de la Agricultura, en 1966; y el Primer Premio en el Museo Guillermo Valencia de Popayán, en 1970. Con profesionalismo y dedicación, fue durante varios años profesor de dibujo en los colegios Agustiniano, Politécnico y El Cárdenas, de Palmira.

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Cuerpo

Cuerpo desnudo. Delicado universo flor pájaro palabra abierto a mis sentidos primordiales como un diamante exacto en el designio de ser bello. Arde bajo su piel un reposado sol. La luz da a los contornos de sus senos el tono de la miel. Y en su quietud asciende silenciosa la roja savia de la primavera hasta su rostro pálido.

En dorado letargo sumergida queda viviendo para siempre en el tiempo impreciso en que envejecen los astros y las flores. Sin embargo -naufragio ineluctableya corre por su sangre la oprobiosa ceniza del desastre y escondida ya lleva como el fruto las tácitas semillas que harán del corazón una mañana guarida jubilosa del asiduo gusano de la muerte.

Omar Carrejo Bejarano

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Indigenismo I Técnica mixta Bolaños 150 x 100 cm


El tiempo de la muerte Hemos envejecido de pronto. En el exiguo tiempo de un día en el mínimo naufragio de una noche en el abismo inadvertido del minuto fugaz en que la muerte sorprende nuestro sueño y en que se borran y deshacen las huellas quemantes de los besos y el rastro milenario de la estrella. Un paisaje de brumosos recuerdos ensombrese la enantes despejada campiña de tus ojos nocturnos ríos atediados de lágrimas y desbordados en un apresurado y triste invierno. Entre tanto mi sangre se hiela en la infinita urdimbre de las venas en una lenta muerte sin orillas como un tropel nocturno sofrenado de súbito.

Afuera la tormenta borra tus pasos y descuaja los árboles presagiando el comienzo de un pausado desastre. Ya no anida en tus ojos el prodigio del alba y tus labios perdieron de augurales y olvidadas batallas el fuego preferido. Tus manos sólo evocan el frío de los adioses. Hemos envejecido de pronto. Sin esperarlo como la lluvia que cae en el verano o el silencio doloroso en que a veces se quedan sumergidos los amantes. Ahora la llamarada del crepúsculo se convierte en la noche constelada de estrellas memoriosas que iluminan nuestro abolido amor. Hemos envejecido de pronto. Como llega la muerte.

Omar Carrejo Bejarano

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Indigenismo II Técnica mixta Bolaños 150 x 100 cm


Mariela del Nilo

Alicia Emma Arce de Saavedra ( 25 febrero 1 9 1 7 - 26 septiembre 2 0 0 8 ) Nacida en Buga, Valle del Cauca. Con gran empeño y éxito inició en los cuarenta sus faenas periodísticas en la revista Alma femenina, espacio que destinó para demandar por la equidad de la mujer en la sociedad. Más adelante, aún muy joven, se radicó en Palmira, donde dirigió la Biblioteca Municipal, una labor que cumplió de manera ejemplar durante más de treinta años. Entre 1963 y 1966 fue gestora y directora de los primeros Festivales Nacionales de Arte y durante varios años directora de las actividades culturales de las Fiestas Nacionales de la Agricultura. Su obra romántica y vanguardista se caracteriza por su armonía, sencillez y el acervo de las emociones más sublimes del ser humano. Es junto a Meira del Mar, Maruja Viera y Dora Castellanos una de las figuras femeninas más destacadas de la poesía colombiana. Su nombre y obra fueron muy apreciadas en el exterior, principalmente en Ecuador, Bolivia y Centroamérica, donde fue publicada por distintas y acreditadas revistas culturales. De igual manera se destacó como prosista y oradora en importantes eventos sociales. Desde 1996 hizo parte de la Academia Colombiana de la Lengua. Su labor como periodista fue galardonada en 1977 con La Cruz al Mérito Ricardo Nieto. En 1992 recibió la Cruz de Comendador, categoría al mérito en el arte y la cultura, Pedro Morales Pino, por parte de la Gobernación del Valle del Cauca. Y en 1998 recibió del Ministerio de Cultura la distinción Gran Orden, por su importante aporte a los procesos pedagógicos y creativos. Su nombre y obra hacen parte de las antologías Quién es quién en la poesía colombiana, de Fernando Charry Lara; 21 años de poesía colombiana; Antología de poetas vallecaucanos: valores femeninos; Antología de poetas colombianos, de Armando Rodríguez Garavito; Antología Poética, de Olga Elena Mattei, editada en Francia; La poesía en el Valle del Cauca y diccionario literario, de la editorial González Porto, y Letras de Paz, de la Unión de escritores de América.

Obra poética: Espigas, 1949; Torre de niebla, 1968; Claro acento, 1969; Secreta soledad, 1992.

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Fred Andrade Mora

(19 40)

Palmirano. Entre 1957 y 1960 realizó estudios de arte en el Conservatorio de Bellas Artes, en Cali. En 1964 viajó a Europa para vincularse a la Escuela de Artes Aplicadas de Universidad de Gotemburgo, en Suecia, donde realizó estudios de crítica y apreciación del arte. Más tarde complementó sus estudios en Greenville Fine Arte Center, en Carolina del Sur, Estados Unidos; y en la Escuela Studio Camnitzer, de Italia. Es uno de los grandes exponentes de las técnicas de temple y batik. Ha realizado varias exposiciones internacionales a nivel individual, entre ellas las propuestas en la galería Dickerhoff, en Alemania; en Vasastadens Konstalong, Suecia; y en distintas y prestigiosas galerías de Estados Unidos, como Grenville Finnes Arts Centers, Columbia College y Walk Art Gallery. También ha expuesto en las principales ciudades de Colombia, como en el Museo de Antioquía, de Medellín y en la Galería del Congreso de la República, en Bogotá. En 1976 obtuvo el Primer Premio en el Salón de Pintores Caleños, y el año siguiente obtuvo el Primer Premio en la exposición Bicentenario de Estados Unidos, realizada en la Galería del Centro Colombo Americano, de Cali. Actualmente vive y trabaja en Villa de Leyva.

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Niebla La noche y su romance de besos y sollozos. La soledad inúmera. La niebla y su recuerdo. Yo pronuncio tu nombre con la voz apagada del niño a quien asustan los fantasmas del viento. El alma va ligera por infinitos valles dormidos bajo mudos campanarios de tedio. Y redes de distancia desdibujan tu rostro lo mismo que la lluvia el perfil de los cerros. Tímida y solitaria como el cautivo triste, intuyo las estrellas que cruzan por tu cielo. Para poder decirte en las noches sin árboles, con la palabra lenta la fábula del beso. Bien sé que estás ausente y me estás añorando como a la lejana isla que has perdido en el tiempo. Mientras que fiel te añora mi corazón de río herido de guijarros en tormentas de invierno. La soledad me vine de un camino muy largo, de zarzas retorcidas y cámbulos de duelo. Y te sigo buscando, tan ausente y lejano, como un rostro perdido en laberintos ciegos.

Mariela del Nilo

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Las tres gracias: Lucrecia, Anastasia y Pancracia A c r Ă­ l i c o s o b r e l i e n z o 1 7 0 x 211 c m Andrade

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Dolor Señor: los hombres sufren. Entre la noche oscura los hombres van llorando bajo un duelo infinito. ¡No importa! Que si a veces los hombres van cantando es que cual arpa vibran para acallar el grito. El hombre está llorando sobre la tierra dura, desde el día que con llanto hasta la tierra vino. Hay dolor en el vaso que se hinchó de dulzura, y tristeza en el nardo que embalsama el camino. El bíblico pecado se prolongó en el hijo. La maldición de un día repercutió en el padre. El hombre está llorando hace muchos siglos, curvadas las espaldas sobre la tierra madre. Señor: los hombres sufren. Sobre la tierra dura el hombre riega el surco bajo un duelo infinito. ¡No importa! Que si a veces los hombres van cantando, es que cual arpa vibran para acallar el grito.

Mariela del Nilo

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Elmar y su caballo de mar A c r Ă­ l i c o s o b r e l i e n z o 125 x 1 20 c m Andrade

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Dora Alexandra Izquierdo (1943)

Oriunda de Cartagena de Indias, Bolívar. Actriz, poeta y declamadora. Obtuvo la licenciatura en arte dramático en la Escuela de Bellas Artes, en Bogotá; luego realizó estudios de dramaturgia en el Teatro Experimental de Cali. Como directora y profesora estuvo vinculada en la Escuela de Teatro de Cartagena, en la Casa de la Cultura de Palmira y en el Departamento de Extensión Cultural de la Gobernación de Bolívar. En Venezuela fue maestra en la Casa Andrés Beloy Blanco y en la Universidad de Zulia. En su juventud perteneció a la Compañía de Comedias de Carlos Emilio Campos, de Bogotá, colectivo con el cual participó en el montaje de las obras Llegó la transformación, Marcelino, vino y pum, Punta del Este y la Marcha del Hambre. Más tarde se vinculó al Teatro Popular Ambulante, dirigido por Rosario Montaña. En sus inicios en la poesía se dedicó a la interpretación de poetas nacionales y extranjeros. En 1973 participó en la coproducción del disco Lloras Panamá querida, con poemas de Julio Yao y la guitarra de Gentil Montaña. Tiempo después, su carácter y las circunstancias familiares la motivaron a escribir su propia obra. Su poesía abarca diversos temas, en los que se destaca el inconformismo social. En 1978 fue miembro de la junta directiva fundadora de la Casa de la Cultura Ricardo Nieto de Palmira. En 1967 recibió en Cartagena el primer premio en el Concurso de Declamación de Poesía Costumbrista Luis Carlos López. En 1975 obtuvo el segundo puesto en el Concurso Internacional de Declamación, organizado por la Gobernación de Cundinamarca, evento en el que participaron más de 170 declamadoras de todo el mundo. En 1991 obtuvo el primer puesto como interprete en el Encuentro de Mujeres Poetas, en la Fundación Omar Rayo. En 2004 obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Declamadores, en Chinú, Córdoba. Y en 2006, en el mismo concurso, el Premio Ganador de Ganadores. Reconocida como la Voz de América, Dora Alexandra ha recorrido varios países del continente representando a Colombia en importantes eventos sociales y culturales. Actualmente reside en Santiago de Cali.

Obra poética: Un grito liberado, 1977; Desde mi propio corazón, 1994. Obra inédita: Para cuando mi voz se apague.

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Ropoco

Rodrigo Posada Correa

(1933)

Nacido en Caldas, Antioquia. Reside en Palmira desde el 51, cuando vino a trabajar en la empresa de don Jaime Franco Aristizábal para vender materas a dos pesos. Puso su primer taller de dibujos publicitarios frente a la oficina de don Chepe Mora; allí y en los cafés de la villa realizó divertidas caricaturas de sus amigos; la primera, la del doctor Domingo Irurita. Ha participado en concursos internacionales de caricatura en Brasil, Turquía, Yugoslavia e Italia, y ha sido uno de los mentores y animadores del Festival Internacional de Humor Gráfico, Ricardo Rendón Bravo, celebrado en Río Negro, Antioquia. Su libro Algo de mí, conserva de manera amena la idiosincracia de la sociedad palmirana. Su faceta más artística la ha revelado con el carboncillo y la acuarela, técnicas con las cuales ha plasmado la vida de personajes como el General Batata, La Loca Margarita y Gardel. Actualmente apoya varias labores sociales en asilos y hace del dibujo una excusa para estar cerca de la gente. Recién casado con “la mona” puso un negocito enseguida de La Colmena, en la carrera 28, donde se trasnochaba pintando avisos. Un día un señor se acercó y le dijo: “Oiga Ropoco, usted es el hombre más caritativo que tiene Palmira, usted le regala una sonrisa a todo el mundo”.

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Barquitos de papel

Recuerdo cuando era niña y los cuadernos rompía para hacer barquitos pequeños, cuando en mi pueblo llovía. Sentada sobre el andén ¿qué hacía frente a la cuneta, colocando en los barquitos mensajes con tinta negra? Yo soñaba que llegarían muy lejos de mi tierra, que los encontrarían otros niños jugando en otras cunetas, que leerían el mensaje y me llegaría una respuesta; mas, se me quedó la nostalgia de que nadie los leyera, porque pasaron los años y yo, sentada en la acera, cada vez que llovía en mi pueblo,

como si el agua entendiera, le preguntaba, muy quedo, por qué no llegaban los barcos que yo esperaba vinieran. Y mira si habrán pasado lluvias, desde aquella época, que se están tornando blancas las hebras de mi cabeza, y todavía me pregunto si hubo alguien que leyera las quejas, que en esos barcos, yo escribí con tinta negra.

Dora Alexandra Izquierdo

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El General Batata Carboncillo 7 0 x 5 0 c m Ropoco


Quién Quién quiere extinguir este siglo abominable y el ruido ensordecedor de estas metrallas, quién saciará a la muerte en su avaricia, quién desciende a la entraña de la tierra para engendrar la paz y la justicia. En qué garganta se estará gestando el decisivo ¡No! de nuestro hartazgo, quién devuelve la irrigación a los cerebros. Dónde encontrar el reposo a este cansancio, quién acciona este eje enmohecido. Quién habrá de componer las manecillas de este reloj de esperanzas averiado, detenido en mitad de nuestra angustia a la hora exacta de un grito amordazado; tiene rota la cuerda de los sueños y mudo el tic tac de nuestro canto.

Dora Alexandra Izquierdo

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Gardel Carboncillo 7 0 x 5 0 c m Ropoco


María Teresa Ramírez Nieva (1944)

Nacida en el municipio de Corinto, Cauca. En 1946 sus padres se vieron obligados a huir a Buenaventura debido a los conflictos bipartidistas. En el puerto hizo su primaria en las escuelas Policarpa Salavarrieta y Santo Tomás de Aquino. Y su bachillerato en el Liceo Femenino, obteniendo su grado en 1963. En 1964 viaja a Cali y realiza una Licenciatura en Ciencias de la educación en la Universidad del Valle. En 1967 obtiene su título y se vincula como maestra de escuela en los municipios de Silvia y Santander de Quilichao, en el Cauca. Por ese entonces, descubre su esencia poética y se instruye de manera autodidacta con autores como Nicolás Guillén y Manuel Zapata Oliveilla. En los años ochenta se radica en Palmira, donde ejerce su profesión en el Liceo Femenino y en el Colegio de Cárdenas. Se especializa en historia y filosofía en la Universidad del Valle. En 1988 conoce al maestro Omar Rayo y a su esposa Águeda Pizarro, quienes la impulsan a recopilar sus primeros poemas en el libro La noche de mi piel, publicado por Ediciones Embalaje. Pronto conoce al declamador Diego Álvarez, “Sabas Mandinga”, quien la compenetra aún más en el universo de la literatura afrodescendiente. Así recorre varias ciudades del país y se da a conocer por el estilo que impone en su declamación. Su obra poética incorpora pensamientos y emociones de su identidad afroamericana y reivindica el lenguaje y el acento propio de las negritudes, exaltando sus valores, levantando su estima y denunciando la desigualdad que enfrentan. Ha participado en innumerables eventos en diferentes escenarios de Colombia, en especial en el Museo Rayo de Roldanillo, en donde es recibida y aclamada como “La hermana de fuego negro” En Estados Unidos es reconocida como “La poeta de los negros de América”, un título que le otorgó Michael Franklin, director de la organización Afro América Siglo XXI. Actualmente está radicada en Cali y continúa recorriendo escuelas, colegios, universidades, centros de reclusión, hospitales, casas de la cultura, y los lugares donde su poesía puede llevar un mensaje de alegría y fortaleza.

Obra poética: La noche de mi piel, Ediciones embalaje, Museo Rayo, 1988; Flor de palenque, 2010

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Justiniano Durán Castro

(1942)

Palmirano. Arquitecto de la Universidad Nacional de Colombia. Entre 1979 y 1980 realizó estudios de dibujo y de pintura en los talleres de David Manzur. Posteriormente se vinculó a la Escuela de Artes de New York, donde realizó cursos de retrato al óleo con David Leffel y de figura humana con Ted Jacob. En 1983 se vinculó a los talleres de grabado de Rodolfo Abularack, en Bogotá, y un año después se integró a la escuela de pintura mural del Centro de Restauración de Colcultura, con los maestros Rodolfo Velásquez, Augusto Rendón y Jorge Elías Triana. Entre 1986 y 1988 realizó talleres de pintura con Martha Guevara, de dibujo con Juan Cárdenas y de acuarela con Freda Sargent, en la Cooperativa de Artistas de Bogotá. Ha realizado varias exposiciones colectivas internacionales, entre las cuales se destacan las propuestas en 1994 en el Salón Internacional de Val d´Or, en Francia; en la Exposición de Pintores Colombianos, con motivo del mundial de fútbol en Estados Unidos; y en el 31 Em Gran Prix Internacional de Peinture de la Coe d´Azur, en Cannes, Francia. En Colombia ha participado en las exposiciones colectivas del XX Salón de Artístas del Banco de Colombia, junto a David Manzur, en 1979; en el Salón Nacional de la Biblioteca Luis Ángel Arango, con motivo del Segundo Centenario del Movimiento Comunero, en 1981; y en la Primera Bienal Internacional de Dibujo de Bogotá, donde obtuvo el Primer Premio, en 1996. Como creador sobresale su labor como retratista, plasmando la figura de varios próceres y notables de la vida nacional. Su vida y obra figuran en la antología Forma y Color, publicado en 1995. Actualmente se desempeña como catedrático de las Universidades Jorge Tadeo Lozano y Javeriana, en Santa Fe de Bogotá.

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Songo, Songo, te estoy queriendo Songo, Songo, te estoy queriendo Songo, Songo, pensando en voj, y yo que estaba creyendo que era de otro toritico mi corazón. Cuando él habla creigo morirme, cuando él actúa no sé que dá, y voj en silencio me ejtas hablando, más de mil cosas creo escuchá. Tenej paciencia para esperarme, cuando mi alma como una nave hacia sus brazos rauda se va, nada me dices y te sonríes y ese silencio es muy locuaz, así callarlo me dices cosas que él hablando no me dirá, porque en silencio hablan las almas cuando se quieren de verdá. Songo, Songo, te estoy queriendo, Songo, Songo, pensando en voj. ¿Será que ciegos están mis ojos que no habían visto la realirá? Él me deslumbra, él me abochorna, por él me arrastra un frenesí, vos sos mi calma puerto seguro donde no arrima la tempestá. Songo, Songo, eso te digo: ¡Te estoy queriendo y es de verdá!

María Teresa Ramírez

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Autoretrato Acuarela 7 0 x 5 0 c m Justiniano Durรกn


¿Quién te trujo? ¡Chop! ¡Barujte con voj! Negro Sabás Mandinga ¿a voj quién te trujo? Dejde el día que te viré ¡Eso fue vecte y amacte! Se me alborotó la sangre y er picaro corazón. Ay vigjencita rel Caimen, mi pagre Guenaventura, librame pagrecito, reste tremendo calor. Ay Sabás Mandinga, Mandinga, quiero ejtar donde ejtas voj.

Sabás Mandinga, Mandinga alumbrame ejta ojcurana para poderte admirá. Voj tenej que icte por los caminos del cielo por la tierra y por el mar, montaro en una Icotea, con alaj de gavilán... Cuando rigo parajito si vuela la coronice ej pocque siento en el alma rel África mis raicej... Yo sé que voj tenec que icte, comprendo perfestamente, y yo no me puedo í... Tengo las alaj amarraras con cuatro nuros tan grandes que ni vos Sabás Mandinga me los podes desatá. Que Changoteito te bendiga y en merio rel corazón quera tu nombre grabao. No olvirés quen ejta tierra Quero penando por voj y a nombre de los presentej quiero recirte adioj.

Aiiiiii... ¡Crijtiano, mi gente! ¿a voj quién te trujo? ¡Si yo mejma me vengué! Ay, negro Sabás Mandinga, me estoy muriendo por voj. Aquí no hay Congo Solongo, ni pica Sensemayá, y hajta sus ojos de vigrio ejtan fuera de lugá. El día se golvió noche y la noche maj ojcura como la noche del negro que a su negra iba a bujcá.

María Teresa Ramírez

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Puente del común Óleo sobre lienzo 120 x 150 cm Justiniano Durán Castro

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José Hugo Sandoval (1948 - 1995 )

Palmirano. Realizó estudios de derecho y ciencias políticas en la Universidad del Cauca. Se desempeñó como juez de la republica, concejal, diputado y presidente de la Asamblea del Valle. Su obra, de un fuerte tono contestatario, es una expresión de rechazo por el engaño de la clase política excluyente, causante del desempleo, el hambre y la miseria. En sus versos convergen las voces de los campesinos y obreros que persisten en la lucha por una sociedad más equitativa e independiente. Son además un canto a la belleza de su tierra y al empuje de su gente, símbolos de su lucha ideológica y bandera de los movimientos estudiantiles. Luego del saqueo de los restos arqueológicos de la cultura Los Bolos, José Hugo escribió un libro que lleva el nombre de esa civilización que habitó estas tierras hace dos mil años y cuyo epígrafe es un legado que nos recuerda la importancia de conocer, valorar y preservar nuestras raíces ancestrales: “Un pueblo que desconoce su historia, ignora su futuro”.

Obra poética: Las flores y el viento, 1986; La noche en silencio, 1987. Obra Histórica: Cultura “los Bolos”, 1993.

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Eduardo Emilio Esparza Mejía (1956) Palmirano. Cardenalicio. En la adolescencia obtuvo su primer premio de dibujo en una de las Ferias de la Ciencia del Colegio de Cárdenas. Inició estudios de zootecnia en la Universidad Nacional de Colombia, pero se retiró para seguir su vocación. Estudió en el Taller de Artes Aplicadas de Palmira, en la Escuela Departamental de Arte y Cultura de Cali, y en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Tolima. En su juventud hizo parte de movimientos estudiantiles, una época en la cual su obra reflejó el devenir humano y sicológico de una sociedad matizada por opuestos y luchas ideológicas. Fue junto a Guillermo Rojas fundador del taller La Gruta y codirector de la revista El Carángano. Posteriormente realizó estudios en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana Cuba, en el taller de Humberto Giagrandi, en Bogotá, y en el Taller de Escultura de Heberth Cruz, en Anemasse, Francia. Ha participado en varias exposiciones colectivas internacionales, entre ellas, la Bienal Iberoamericana de Pintura, en México; la Primera Bienal Gráfica, en La Habana, Cuba; en el Museo de Arte Erótico Americano, en Venezuela y en el Museo de Arte de New York. En Suiza participó en Látelier Plastik de la Maison des Habitants de L´llot y en la Galería 217 de Arte Contemporáneo, donde fue invitado de honor en la exposición organizada por Misión Colombia, en el Palacio de las Naciones Unidas. En 2010 representó a Colombia en la 8éme Mondial de l´´Estampe et de la Gravure Originale, en Francia, donde obtuvo la Mención de Honor por parte de la L´Association Mouvement d´Art Contemporain de Chameliéres. Ese mismo año fue nombrado miembro honorario de la Accademia Intern Greci-Marino, Di Lettere Arti Scienze, en Italia. De su espíritu artístico afirma: “mi pintura cada vez se aproxima más a lo que soy… Forma parte de mi mundo interior, de mi actitud lúdica… Todas estas formas, texturas y colores van hilando un tejido en forma vertical y horizontal que le da sentido a lo espiritual y a lo terrenal. La dinámica de este tejido no es más que mi forma de jugar al trompo”. Su nombre y obra aparece en las publicaciones El Espíritu Erótico, del Taller DeMente; Colombia Arte, cien Años de Plástica en Colombia; y en El Espíritu Creador, de la Universidad UDCA. En 2008 fue, junto a Guillermo Melo, ganador del concurso escultórico Alameda Sol de Oriente, de Cali. En su cotidianidad sigue siendo un aficionado a los trompos, a los gallos y a compartir con sus amigos. Su casa en Tabio es un sueño que comparte con María Teresa, su esposa, y con Negra, Suki, Hoshi y Choco, sus perros, y un gato muy peludo que se llama Chato.

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Sueño de otoño Cuando las hojas del otoño, muertas, traídas por el viento a este lugar pasen llorando por tus puertas un triste lamento me oirás cantar. Y correrás como corre el viento como corrió nuestro tiempo de felicidad, pero no llegarás porque vas muy lenta, como es lenta nuestra soledad. Y escucharás el rumor de una canción lejana que en tu oído se tornará en lamento, corriendo la buscarás en la mañana sin darte cuenta que es puro pensamiento. Se tornarán de plata tus cabellos de oro, volverán las hojas del otoño triste y vendrán aquí formando un coro para decir que no volviste.

José Hugo Sandoval

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Fรกbula ร leo sobre MDF Esparza 40 x 45 cm


Patria y poesía

Óyeme hijo, camarada, pequeñita bola de cristal por la que ven mis ojos, semilla tierna de una flor muy roja. Proyección de mi sangre y de mi pueblo. Contigo quisiera estar para recoger tu sonrisa, tus besos y tus pasos. Llevarte de la mano y recorrer los campos y enseñarte las canciones populares, las historias de tu patria y las manos sudorosas que acarician la tierra. Pero la lucha que nos une nos separa, y tú no puedes comprenderlo ahora. Entonces... ¡Hasta siempre camarada!

José Hugo Sandoval

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Cumbia Ă“leo sobre lona Esparza 30 x 35 cm


Duval Flórez Muñóz (1942)

Nacido en Sevilla, Valle del Cauca. Se radicó en Palmira a la edad de quince años. Realizó estudios de derecho en la Universidad Libre. Sin embargo, fue el periodismo la profesión que denotó su entusiasmo y talento. Fue redactor de La Voz del País y corresponsal del periódico El País durante veinte años. Fue colaborador del programa Reporteros en acción, fundador de la programadora Calima Televisión y director del noticiero Relámpago de Todelar. Como orador y poeta, ha desarrollado un estilo que le permite una relación humanista y lúdica con los ámbitos culturales y las diversas artes. Su poesía se caracteriza por el preciosismo y la plasticidad del lenguaje, donde prevalecen como temas principales la mujer, la problemática social y el folclor. Crónicas históricas, ensayos y perfiles, componen su obra literaria. De espíritu amplio y jovial, cualquier conversación con él es una oportunidad para la amistad y la tertulia. En 2004 obtuvo el Primer premio en el VIII Concurso Nacional de Poesía Inédita Musicalizada, en Chinú, Córdoba.

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Kymer

(1947) Nacido en Cartago, Valle del Cauca. En la época de la violencia bipartidista fue recolector de algodón, cebada, maíz y tomate. Luego fue soldador y cerrajero. Inició estudios de arte en el Taller de Artes Aplicadas del maestro Ocoró y realizó seminarios de serigrafía, xilografía, dibujo y escultura. En los años cuando no había apoyo para el arte, realizó junto a Eduardo Esparza varios intaglios, pidiéndole el favor a los conductores de las tractomulas que circulaban por la Avenida Rivera Escobar que pasaran por encima de sus planchas de madera. La psiquis de la sociedad, el erotismo y sus inquietudes existenciales y espirituales, son los temas que refleja en sus obras de carácter figurativo y surrealista, en las que imprime atmosferas místicas, crueles y afantasmadas. Su estilo se define por la ruptura de convencionalismos, por usar materiales reciclados y por la originalidad de sus composiciones, con las cuales ha dado vida a series como Linderos, Juegos de creación, Duendes y chamanes, y Danzantes y Músicos.

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En escultura es uno de los exponentes más destacados de la ciudad. Homenaje a la bicicleta y Homenaje a la música, son dos de sus obras más representativas. Ha realizado varias exposiciones colectivas e individuales que le han merecido los mejores comentarios de la crítica. En el exterior ha participado en el Festival Latinoamericano de Arte, en Berna Suiza, en 1986; y en la Exposición Privada en Barnet Herts, en Londres Inglaterra, en 2003. Actualmente su quehacer como artista se basa en la realización de talleres de formación, replicando el conocimiento y la esencia de las artes plásticas. De su álbum de fotografías la imagen que más quiere es la de su padre, un campesino de carriel que andaba descalzo. En las tardes, cuando termina de trabajar, lo que más disfruta es que sus nietos se le paren en la cabeza.


Abrazo “Yo voy rimando mi canción mientras el mundo loco gira”

León de Greiff

Si en verdad tu abrazas al vecino y ella y yo nos abrazamos contigo, la paz llegaría a ser nuestro sino y las vivencias un auténtico camino.

Si el potentado abrazara al pobre y quienes lo oprimen al que cultiva, este loco vaivén del mundo corregiría hasta impedir que el barco zozobre.

Y si el caucásico abrazara al negro y el gentil estudiante a su maestro, bien pronto el futuro sería nuestro, nuestra la armonía, nuestro el cielo.

Si el pastor abrazara al monaguillo, también el abogado a su mandante, y el galeno a su incógnito paciente, el enigma existencial sería distinto.

Si tú, mi bella fragancia de jazmines, hasta el deseado climax me abrazaras, en ese dogal mi existencia yo dejara ansioso de que tus besos me asesinen.

Si el cálido abrazo fuera el signo de amores, amistad y ternura, en un extendido proceso de apertura daríamos con otro fin, otro destino.

Duval Flórez Muñóz

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Te o r í a u r b a n a Acrílico sobre papel reciclado 80 x90 cm Kymer

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¿Cómo te olvido? Esta alma confundida, es la mía en apariencia, pues ya no percibe de la primavera su fragancia, ahora no procura la plenitud de mi conciencia sino la pretensión de tu silueta en la distancia. Siento que mi piel olvidó sus propias vibraciones, que mis manos no reclaman la línea de tus formas, ¿Para qué?, si las tuyas son mis propias sensaciones y de tu azul esperanza mi ilusión es ya su sombra. Mi identidad es un etéreo fantasma que se esfuma, mi dolorido yo es apenas un apéndice de tu ego, mi nombre se diluyó en los cristales y en la bruma de la cautivante cascada de tus ojos hechiceros. Mi largo deambular extravió sus vivencias una a una, se fundió la ilusa senda de mi andar con tu camino, no sé si estas necias ideas son las mías o las tuyas, pues late en mi pecho un corazón que no es el mío.

Duval Flórez Muñóz

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Ă“ l e o

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s o b r e

lona

Peces 80 x 90 cm Kymer


Lina Chow Wong (1940)

Nacida en San Andrés Islas. Es hija de inmigrantes orientales. Poeta, cronista y compositora, reside en Palmira hace más de veinte años. Su obra poética nace del estrecho contacto de su ser con sus íntimos recuerdos y de la constante explosión de imágenes cotidianas y urbanas. En ella se recrean estados de reflexión y ensueño, en los cuales la imaginación y la emotividad guían su estilo narrativo. Varios de sus poemas costumbristas los ha dedicado a exaltar las tradiciones de la Villa de las Palmas, obteniendo importantes reconocimientos en los concursos de la Cámara de Comercio. Fue fundadora y directora del Coro Mixto de Polifonía Vocal FAMES, agrupación que realizó varios conciertos en el Valle del Cauca y Popayán. Ha participado con gran éxito en diversos eventos literarios, destacándose su sencillez y sensibilidad. Es de resaltar su liderazgo en la gestión de eventos que integran diversas áreas culturales, principalmente la música y la literatura. Obra poética: Versos y verdades, 1999; La taiga y la tundra, 2000; Versos dispersos, 2001.

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Guillermo Melo Moncada

(1952)

Palmirano. Cardenalicio. En 1969 inició estudios de arte en New York. En 1972 regresó a Colombia y durante seis semestres estudió arquitectura en Bogotá. En 1975 vuelve a New York y participa en investigaciones relacionadas con la historia de la escultura y en talleres de materiales primarios: piedra, madera, cerámica y fundición. Posteriormente experimenta con materiales sintéticos y realiza investigaciones acerca de pintura y escultura y estudios de serigrafía, xilografía y talla con maderas nativas y foráneas. En poco tiempo, la escultura surge como su expresión artística más firme. María Osorio, crítica de arte, se refiere así de Melo y su obra: “Para Melo liberar las formas sensuales que se esconden en la madera constituye su mayor habilidad, es su fuerza expresiva… del interior vivo de cada pieza extrae composiciones evocadoras que hablan de la relación del hombre representado en el instrumento y de la mujer como parte del objeto”. Una de sus propuestas más originales ha sido fusionar la escultura y la música, creando instrumentos que invocan y dan expresión visual a la armonía, “denotando lo femenino que hay en los instrumentos musicales”.

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También ha explorado la escultura en metales. Piezas a las que les otorga una connotación ancestral de erotismo, magia y ritual, donde la composición de figuras geométricas evoca la fantasía de lo cotidiano. Ha realizado varias exposiciones colectivas internacionales, entre las que se destacan las propuestas en Estados Unidos, en las galerías Michel Angelo, Big Apple, Maple y en el Museo de Arte de Queens. En Colombia ha realizado exposiciones individuales y colectivas en las galerías Ibarra, Santa Cruz, Alfred Wild y en la Fundación Alzate Avendaño, donde obtuvo una Mención Honorífica. En Tunja fue seleccionado para participar en el XXXII Salón Nacional de Artes Plásticas. Su nombre y obra aparecen en las antologías Agenda de Artes Plásticas, de la Editorial Italgraf, 1987; Forma y Color, de la editorial Ártico, 1988; Colombia Contemporary Images, del Instituto Colombiano de Cultura, 1992; y El Espíritu Erótico, editado por el Taller De Mente Colombiano, 2006.


Vademécum

“Qué esta es una mala época? Pues bien, estamos aquí para hacerla mejor Thomas Carlyle Sentí una tristeza casi incurable cuando al odio vi con tantos dueños, resecas las fontanas de los sueños y la zozobra a paso inalcanzable. Voluble, tornadizo, vulnerable, mi corazón perdió hasta sus ensueños, hambriento de sucesos halagüeños deliraba en su estado lamentable. Vi, de pronto, en festiva caravana un gentío al compás de una pavana ritmados por los golpes del destino... y anudados por las cosas de la vida: “Ser feliz” ya no es meta prohibida, ni “ser bueno” un asunto clandestino.

Lina Chow Wong

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Viol贸n_seno E s c u l t u r a e n m a d e r a ( N a z a r e n o - C a o b a ) 105 x 0.30 x 0.30 c m Melo


Finalle Así te conocí... con tus debilidades. Yo era para ti irresistible tentación. Todo ese hervor se apagó por nimiedades, en un mar de tonterías, en vana discusión. ¿Qué me quisiste mucho? Son decires nada / más. Dígalo si no, esa abstracción sentimental, que te aleja estando cerca, y te puso antifaz y esquivas la mirada como el pecho al puñal. Ya no es río tu boca para calmar mi sed, tus brazos no serpentean mi cuerpo como ayer, huyó la ventura de volar hasta tu red, aquella red de sueños... mis sueños de mujer. Que no nos quede ahora un peso en las / conciencias, porque hubo entre los dos influjo de pasión. Las cosas que hicimos fueron mutuas / confidencias, de las que darán cuenta solamente el corazón.

Lina Chow Wong

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Instrumento er贸tico E s c u l t u r a e n m a d e r a ( N o g a l ) 110 x 0.30 x 0.30 cm Melo


Germán Rincón Hoyos

( 13 enero 1 9 5 5 - 5 julio 2 0 0 4) Oriundo del corregimiento La Primavera, Valle del Cauca. Su infancia transcurrió en Roldanillo, donde realizó sus estudios de primaria. En quinto año inició con avidez sus lecturas. Huyendo de la violencia bipartidista, sus padres decidieron radicarse en Palmira. Inició su bachillerato en el Colegio Agustiniano, donde fue un excelente deportista; sus compañeros le decían “el bimbo”, porque un día ganó una carrera de atletismo “metiendo la cabeza”. De personalidad muy competitiva, participaba en todos los concursos estudiantiles de poesía, ortografía y cultura general, derrotando a alumnos de grados superiores. Hammer Bolaños, su profesor de dibujo, le permitía leer en clase sus cuentos obscenos. Un día el padre Henao los sorprendió en esos aquelarres y quiso expulsar a Germán, pero un intento de huelga de sus compañeros se lo impidió. Entonces expulsaron a Bolaños. En sexto de bachillerato, Germán tuvo su primera crisis nerviosa, que significó el comienzo de una esquizofrenia paranoide que padeció durante el resto de su vida. Era un hombre muy afectuoso con sus familiares y amigos. Su padre fue propietario de Muebles Rincón, una de las empresas más prosperas de Palmira en los años ochenta. Una época de su vida la compartió con una novia negra a quien adoró y con quien pasaba largo tiempo escribiendo, fumando y paseándose desnudos en la casa. Su familia se la llevó para esconderla; Germán

hizo lo propio: la buscó por mucho tiempo. Una noche, mientras su hermano Hernán dormía en la madrugada, “tocó la puerta y entró a toda con una piedra en la mano. -¿Qué te pasa, Germán?, Él le contestó: “es que hoy unas voces que te iban a hacer daño”. Le encantaba la música clásica y la salsa. Tuvo una pecera con pirañas y un gato llamado Pascualito, al que le echaba limón en los ojos, según él, “para que le brillaran”. Detestaba que hablaran mal de las personas. Y frecuentaba los burdeles buscando prostitutas negras, a quienes les escribía extensos poemas. En su tiempo libre se dedicaba a comprar libros que luego revendía más baratos, a visitar a sus amigos en sus casas u oficinas y a caminar por las solitarias calles de Palmira. Dicen que una vez frente al cementerio se le apareció una mujer que le pidió lumbre para un cigarrillo y que cuando le acercó su encendedor le sonrió una calavera. Sus poemas los escribía con lapiceros de colores. Su cuento Los extraños cambios del escribano fue en 1986 finalista en el Premio Juan Rulfo, en Francia. Varios de sus poemas fueron publicados en diferentes revistas especializadas del país. Obra poética: Sinfonía de sol y río, 1988; Mujer imaginaria, 1992. 152


Hernán Uribe Martínez

( 26 julio 1 9 5 0 - 1 julio 1 9 8 8 ) Palmirano. Gran parte de su infancia transcurrió en el trapiche La Alpina, de propiedad de su familia. Más tarde fue llevado a Medellín a estudiar en el colegio internado de San José, donde expuso sus primeros dibujos de paisajes. Se graduó como arquitecto de la Universidad Nacional de Colombia, pero pronto descartó su ejercicio y se dedicó al teatro y a la pintura, mientras se desempeñaba como docente en las universidades Pontificia Bolivariana, La Nacional y el Instituto de Integración Cultural. Como autodidacta hizo estudios de cine, teatro, semiología del arte, música y psicoanálisis. Integró el Coro Polifónico de Medellín. Y en Cali fue cofundador del grupo similar. Acerca del arte, decía: “la temática y la técnica son pretextos; el lenguaje estético que buscamos es lo que nos construye y moldea”. En 1979 viajó a Francia para conocer el mito de la ciudad luz, allá sobrevivió cantando en el metro desde óperas hasta cumbias y exponiendo sus obras en los andenes. En su segundo viaje a Europa, en 1982, realizó en compañía de otros artistas la película Hilo, Caracol y punto sobre un plano, que participó en el Festival de Biarrotz. En 1985 regresó a Colombia e inauguró la exposición De Paris al Trópico con el performance La vie en Rose, donde interpretó a la célebre Edith Piaf, evocando el ambiente de cabaret de la postguerra.

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Fue también un hombre esotérico. Un día las cartas del tarot “le dijeron” que no tomara el avión que de España lo regresaría a Colombia; un amigo suyo no le hizo caso y abordó la nave y falleció en el avión de Avianca que se estrelló en 1984, donde iba Martha Traba. En otra ocasión pintó a un hombre lleno de pájaros y poco después supo que un amigo suyo se había suicidado y que lo habían encontrado en La Buitrera con varios gallinazos picoteándole el rostro. En1976 obtuvo el Premio Extensión Cultural Departamental, en el Séptimo Salón Nacional de Arte Joven, en Medellín. En una Bienal de Arte, en la misma capital, obtuvo el premio con la obra conceptual Polvo sobre polvo, un dibujo a carboncillo que culminó eyaculando en él. En el Primer Salón Nacional de Arte Joven del Museo La Tertulia, de Cali, fue declarado fuera de concurso. En su tiempo libre solía jugar sapo en Capri, bailar twist y rock and roll en Sandi, en El balcón y en La Americana; y escuchar Santana, Tom Jones y The Who en el bar de Julián Franco, el peluquero in del jet set de Palmira, en el sótano de Dary Frost. Un día cualquiera se empelotó frente al colegio de las Hermanas Betlemitas y les gritó que él era Cristo. Su obra pictórica humanista representó los vicios, manías y sueños de los múltiples seres que habitaron en él. Un hombre Jazz que siempre afirmó: “la estabilidad es para los cadáveres, la maravillosa vida no la admite”.


Deseo de destino El tren avanza. El tren cose la tierra. El cielo le responde con figuras risueñas. Ah, rubia, serpiente, a ritmo de canción amante. El tren avanza. El tren cose la tierra. Hay pantanos con sapos de miradas lascivas. Lanzo mi cigarrillo al aire se detiene cae velozmente y su humo ácido me azota. Hay un árbol tan flaco y largo tan flaco y largo que sus hojillas fantásticas invocan al demonio. El tren avanza. El tren cose la tierra. Hay unos árboles doblados, seres románticos sobre el río que los mima. Una gallina escarba con afán ardiente en la tierra. El tren avanza. El tren cose la tierra. Hay una mansión inmensa de techos rotos y salones vacíos como calaveras. Un muchacho tuerto y triste se sienta a mi lado,

águila perfecta fue un día y su ojo malo malo como cáscara vacía que petrifica me mira sin mirar y rompe mi corazón. El tren avanza. El tren cose la tierra. Hay una tierra rosada. Debe ser de sabor dulce. Ay, cañas secas, parecéis fantasmas. Los platanales se quejan en las orillas. Yo, buido, contemplo las colinas sombrías: yacen cansadas de tanta tarde.

Germán Rincón Hoyos

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Kafka Acuarela 8 0 x 8 0 c m Hernรกn Uribe M.

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Encerramiento en la jaula # 13

Nubes negras, horribles, atraen, roban la luz de los ojos y la frescura del alma. Guardamos en la memoria -prisioneros de ellasa las cosas. Algo que se esfuma al nacer es la pureza. Alfileres de desesperanza clavados en los vivos, los agotan poco a poco. El rayo maldito, eternamente radiante, medita sobre la estĂşpida tumba.

GermĂĄn RincĂłn Hoyos

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El dueño del mundo C a r b o n c i l l o 60 x 50 c m Hernán Uribe M.

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Adolfo León Rengifo

( 8 marzo 1 9 4 9 - 30 enero 1 9 8 6 ) Oriundo de Cali, Valle del Cauca. Abogado de la Universidad Santiago de Cali. En la década del sesenta participó en los movimientos estudiantiles. Su poesía se ubicó en el ámbito de la lucha social, como una voz de reconocimiento y reivindicación de lo humano, alejado del tono panfletario de la época. En 1965 y durante tres años fue presidente honorífico del Festival estudiantil de arte. En 1967 fue director del Primer Salón de pintores jóvenes colombianos realizado en Cali. Y entre 1969 y 1970 fue miembro de la Junta Directiva del Instituto Departamental de Bellas Artes. Participó además en varios grupos de teatro y escribió para distintos periódicos y revistas culturales nacionales, entre ellas Notas Culturales de El País y Nueva Frontera, de Bogotá, espacios donde propuso con ahínco la democratización de las expresiones artísticas. Obtuvo en 1965 el Primer Premio en el Concurso Estudiantil de Arte de Cali; en 1968, el Premio de Poesía de las Universidades Nacionales; en 1970, el Premio de Poesía Tolsochoai, de la Casa de la Cultura de Guayaquil, Ecuador; y en 1972, el Premio Puma de Oro para escritores jóvenes latinoamericanos, de la Corporación Ateneo de Madrid, España. En enero de 1985 fue nombrado director de la Casa de la Cultura Ricardo Nieto de Palmira. Un año después, fue asesinado por sicarios frente al Colegio Agustiniano, por haber denunciado en su programa radial que militares estaban implicados en “las limpiezas” en la ciudad. Sus versos: “Propongo que busquemos al hombre donde nacen las palabras” y “Hemos tolerado tolerantes”, son banderas para una generación que se niega a dejar morir la utopía.

Obra poética: Inventando las Palabras, 1986.

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Carlos A. Marmolejo Jaramillo

(1951)

Palmirano. De niño fue uno de los privilegiados de su barrio al darle vueltas al Parque Obrero en los triciclos que alquilaba don Ovidio. A los trece años hizo su primera obra, un retrato de Guillermo León Valencia que copió de una foto de periódico. Poco después, inició estudios de arte en el Instituto de Bellas Artes de Cali, y continuó en la Facultad de artes de la Universidad del Tolima y en el Museo Rayo de Roldanillo. Luego de dominar el retrato clásico incursionó en el dibujo hiperrealista, plasmando desnudos de colombianas famosas. En los ochenta, su taller se llenó de imágenes de niños alargados que iban de la mano de sus padres y mujeres estiradas de prominentes nalgas. Ante una de esas mujeres, Omar Rayo dijo: “Dios hizo la mujer; su culo, Marmolejo”. En los noventa, su obra reunió a hombres lascivos y mujeres seducidas por demonios, una obra simbolista en la cual se destaca el conceptualismo, la vehemencia de las texturas y el colorido.

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El lenguaje del Cómic es otro de los estilos con el cual ha alcanzado gran expresividad y reconocimiento. Sus obras nacen de su instinto impasible con las cuales, según explica, “exorciza sus fantasmas, sublimiza su deseo sexual y libera su espíritu de la realidad opresora”. En 1980 recibió el Premio Petimentos de dibujo artístico, y en 1992 el Primer Premio en la Segunda Convocatoria de Artistas Regionales, del Museo Rayo de Roldanillo. En 1993 la Cámara de Comercio de Palmira le otorgó un reconocimiento a sus primeros treinta años de vida artística. En 1995 fue junto a Hernando Henao Posada gestor del Salón Marden de Artistas, cuyas dos versiones significaron un importante acercamiento del arte contemporáneo a la ciudad. Hoy en día de sus búsquedas espirituales dice: “cuando salgo a pasear en bicicleta, temprano en la mañana, es cuando más cerca estoy de Dios”.


Para que Marcela aprenda a leer poesía

Alguien más joven que yo, pedirá prestados mis zapatos y recorrerá las calles que antes recorría.

Comprenderá el amor a esas canciones en donde tanto duele la distancia y no preguntará jamás por el rojo y los fusiles.

Recogerá en los bares mi tristeza y la música y la vida que iba dejando en cada momento en que levantaba la copa para brindar por todos y por nada, para olvidar, para volver a olvidar.

Alguien pretenderá vestirse con mi camisa, hablar con mi saliva y mojarse de mi sangre, para enfrentarse a la mentira, a los sueños vacíos y a la muerte.

Alguien leerá mis viejos poemas y sin discusión los querrá más que nadie y serán los únicos labios que sabrán guardarlos sin preguntar primero por mi nombre.

Alguien, algún día, se quedará mirando mis viejas fotos en donde ancló siempre la tristeza y querrá ocultármelas para que no sienta temor ante los años.

Alguien agregará a mi vida una sonrisa sin dolerse porque sus manos no fueron del tamaño de las mías.

Alguien decidió quedarse conmigo sin preguntarme nada.

Adolfo León Rengifo

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Espiral er贸tica - Tumbalocas C o l l a g e - 7 0 x 1 0 0 cm Marmolejo

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Las palabras guardadas en el cántaro Se recogieron las palabras y en un cántaro el poeta guardó su abecedario. La rapsodia loca de la vida abandonó la música y el vino. Todo fue un gran silencio y los pájaros anidados en el corazón partieron volando hacia el círculo sin tiempo. El mundo se resiente de caminos cuando calla el que canta y sólo queda la dimensión del olvido, cuando cruzan las notas en el seco fonógrafo que registra la nada, y cuando las cosas se ausentan esperando que alguien las nombre con el lenguaje del alma. Sin embargo, aún vive el poeta y lleva dentro de su carreta el cántaro donde esconde su voz. Asaltarán su ruta sin destino y de su pecho triste, una vez más, saldrá cantando la vida.

Adolfo León Rengifo

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Duelo er贸tico : Serie Palimpsestos Collage - 70 x 100 cm Marmolejo


Henry Valencia Monedero (1953)

regalaba; un reloj, porque lo vendía, y un par de camisetas blancas traídas de China, “que eran una soda”. Para ese entonces, la lectura de los autores universales colmaba su espíritu. Durante muchos años sus amigos fueron su patria y cuando finalmente se aventuró a escribir poesía, ella se convirtió en una manera de celebrar y comunicar aquello que le revelaba a cada instante la realidad y sus tensiones, la imaginación y sus promesas. Desde los setenta se desempeñó como librero en varias librerías importantes de Bogotá. En 1993 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Castro Saavedra. William Ospina, su amigo, dice: “Si existiese un oficio en este mundo que tratase de hablarle con franqueza a los amigos y de animar el talento de las gentes, ello podría ser, sin lugar a dudas, la no comprendida profesión de Henry”. Actualmente es un asiduo habitante de las tiendas y del corazón de los dueños de las tiendas; escribe sus poemas en papel de tienda destrafa y luce con orgullo su colección de zapatos converse. Hoy afirma: “la vida es así, como un humito”.

Palmirano. Realizó estudios de Lenguas modernas en la Universidad del Valle y de Antropología en la Universidad Nacional de Bogotá. De niño oficiaba como voyerista de sonidos: se escondía en los tibungos de la ropa a esperar a que alguna de las mujeres de la casa fuera al baño para escucharlas orinar. Fue pésimo estudiante. En el tiempo libre se ganaba algunos centavos comprando los boletos para la gente que iba a los teatros cerca a su casa. Le gustaba mucho que su padre lo llevara al bosque a “torear vaquitas” y sumergir avispas en el agua y atarles un hilito para usarlas como cometas, luego las ponía al sol a esperar a que “se les evaporara la muerte”. A los catorce años estrelló el Renault 4 de sus tías. A los quince planeó escaparse con un amigo a Cartagena, porque le dijeron que de allá zarpaban los barcos en los que podía conocer el mundo; sacó la maleta por el patio del vecino y se fue corriendo al Parque Obrero, pero su amigo lo dejó metido. En su juventud participó en los movimientos estudiantiles; dos veces lo encanaron. Más adelante, trabajó en Mercaderes, Cauca, en pro de las negritudes y grupos indígenas de la zona, pero fue despedido porque según su jefe “se la pasaba en la librería El zancudo y mirando la luna”. Luego partió a Bogotá. Allá su padre le enviaba tres cosas cada mes: un paraguas, porque Herny lo

Obra poética: De los días y las noches, 1994; Una luz en la colina de San Antonio.

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Eduardo Hoyos Lucio

(1950)

Oriundo de Tuluá, Valle del Cauca. Realizó estudios de tecnología industrial en el Instituto Tecnológico Superior de Cali. La primera expresión de su talento fueron los retratos a lápiz y a carboncillo que hacía de las novias de sus amigos. Hizo estudios de dibujo publicitario en el Sena, Cali, con el maestro Julio Carlos Angulo. Más tarde, integró los talleres de los maestros Bernardino Labrada, Fernando Polo y Roberto Macornick. En 1976 se radicó en Palmira y se vinculó a los talleres de los maestros Hammer Bolaños y Eduardo Esparza, con quienes exploró las distintas técnicas de las artes plásticas. Sus obras en acuarela se caracterizan por el cuidado de la perspectiva y el perfecto manejo del color y la sombra. La figura humana y el paisaje urbano son sus temas más representativos.

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La esencia de su obra erótica puede explicarse en sus palabras: “el momento del clímax es como si un elefante le pusiera a uno una pata en el culo”. En 1984 recibió el Primer Premio en el Primer Salón de Artes Plásticas de la Sociedad de Mejoras Públicas, en Cali. En 1985 recibió el Tercer Premio en el Concurso Valle Colonial. Y en 1985 recibió la Mención de Honor en el Primer Salón del Sol, otorgado por la Casa de la Cultura Ricardo Nieto de Palmira. Ha realizado varias exposiciones a nivel nacional, entre las que se destacan las propuestas en el IV Salón Nacional de Acuarelistas, en Cali, y en el Salón de Pintores Vallecaucanos, en Medellín. Su nombre y obra aparecen en la antología El Espíritu Erótico, editada por el Taller De Mente Colombiano, en 2006.


Re

Mi cuarto tiene la rara costumbre de permanecer oscuro sombrío renuente en la penumbra Mi cuarto se asfixia y tose porque fuma en exceso Mi cuarto carece de cultura porque en él no habita la lucidez de unos libros Mi cuarto cuando sueña me despierta en la honda noche con sus gritos y se obstina poseído por ecos y por voces Yo lo he sufrido en la alta noche con luna llena sus paredes temblando frío

Mi cuarto nunca cierra sus ventanas Ni a la tempestad ni al miedo Es mi cuarto vive un huésped prodigioso una luciérnaga Y su breve y su fugaz intermitencia esa líquida luz con sabor a algas a sal marina, a olas sonoras, verde fosforescente Hay noches en que se apodera de nosotros esa luciérnaga que nos sosiega, que nos invade

Henry Valencia Monedero

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Casa de mi pueblo Acuarela - 100 x 70 cm E. Hoyos

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Una carta para Elías Te acuerdas, Elías, mi querido Elías, Eras tú todas las normas básicas para sobrevivir en este amargo y deseado planeta. Recuerdas que todas nos las regalaste, nos las diste en bandeja, con tu silencio generoso inteligente que sabía escuchar. Y yo oía y miraba compartiendo un tímido tabaco, fumando tras fumar fumando, contigo, con usted. siempre me apeaba en esa alta casa con la alta excusa de jugar al ajedrez.

Jamás permitió que yo perdiera y es allí, ahí, y no le hice caso, porque me fui extraviando por la vida para descubrir después que mi ganancia era ese silencio, el misterioso silencio del lenguaje. Usted me dejó en tablas, y hoy que puedo y que quiero mover esta ficha, me aprovecho de usted lo sé pero usted sabrá dar la batalla.

Henry Valencia Monedero

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Plaza de mi pueblo Acuarela - 100 x 70 cm E. Hoyos

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Guillermo Tovar Torres (1959)

Poeta y declamador nacido en Santiago de Cali, Valle del Cauca. De acuerdo a su propia manera de ver las cosas ha dedicado su vida al intento de nacer a través de las letras. Sus primeros vínculos en el arte fueron con el teatro, el canto y la pintura. En su juventud trabajaba como cotero en Cresemillas, cuando Palmira era la Capital Agrícola de Colombia y se veían en las carreteras a los hombres haciendo señas con sus dulceabrigos rojos, dispuestos a echarse al hombro aquellos bultos de “tres rayas” que pesaban el mundo de cinco arrobas. Por ese entonces, Guillermo ya leía con pasión las obras de Julio Flórez, Porfirio Barba Jacob, Neruda y Vargas Vila. Un día un compañero le preguntó porqué leía tanto y era tan creído. Él le respondió: “porque yo no quiero preguntarme más por lo que hago, sino para dónde voy”. Con su obra Guillermo manifiesta sentirse impulsado por aspectos como el nacimiento y la muerte; la guerra y el amor se involucran permanentemente en su propuesta, la cual califica más humana que literaria. Sus escritos se acoplan a los corazones ansiosos de percibir una manera distinta de impulsarse hacia la vida. Sus versos tienen el carácter del jovenzuelo enamorado, el ritmo del obrero que escucha la lluvia en los techos de hojalata y el candor de quien sabe ofrecer su rincón de patria.

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Ha participado en varios encuentros departamentales de poesía y en importantes certámenes nacionales, como el Primer Festival de Música y Arte, en Medellín, y en el Concurso Nacional de Poetas e Intérpretes, de Chinú, Córdoba, eventos en los que ha ocupado siempre instancias finalistas. En 2008 obtuvo el tercer premio en el concurso departamental de poesía, convocado por la Casa de la Cultura de Jamundí. En 2010 obtuvo el tercer premio en el Concurso Nacional de Declamadores, en Chinú, Córdoba. En 2011 participó como poeta y conferencista en el Primer Encuentro Internacional de la Palabra, celebrado en Cochabamba, Bolivia; su libro Cielo sonoro fue declarado el libro del evento. Ese mismo año, fue invitado especial en el Festival Internacional de Escritores, en Chañaral, Chile. Su propuesta artística Puntito de luz, creada con el grupo musical Generación Andina, fusiona la música y la poesía, y ha logrado conmover a públicos de distintos escenarios. Obra poética: Puntico de Luz; Cd, 2005; Cielo sonoro; 2011.


Fausto Piama (1957) Oriundo de El Cerrito, Valle del Cauca. Realizó estudios de arte en el Instituto Popular de Cultura de Cali y talleres de grabado en Ecuador. Es uno de los artistas de la región más polifacéticos en cuanto a temática y estilo se refiere. Su obra figurativa y surrealista recoge de manera contestataria el indigenismo postconquista y la relación del hombre con la naturaleza, la sociedad y la religión, evocando la cosmogonía de los pueblos indígenas y sus costumbres. En la técnica de plumilla es uno de los grandes representantes a nivel continental. Ha recibido varias distinciones, entre ellas la mención de honor en el Centro Colombo Americano de Cali, y la segunda mención en el Primer Salón del Sol, realizado en la Casa de la Cultura de Palmira. Ha participado en varias exposiciones colectivas en Colombia y el exterior, entre las que se destacan las propuestas en el Primer Salón Nacional de Santa Fe de Bogotá, y en la Galería Van Dyck, de Gijón, España. Durante varios años ejerció la docencia en la Casa de la Cultura Ricardo Nieto. Actualmente es el director artístico de la Fundación de Artes Plásticas y Literatura de Palmira.

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Encuentro Quiero sentarme a conversar contigo en la mitad de una sonrisa, mirar el mar de la vida embravecido en el tiempo que dejamos pero plácido y sereno en los umbrales del siguiente ocaso, dejar que el sol de tu mirada descubra mis sombras y alumbre las luces de mi vida; recoger los versos que dejé abandonados al final de un poema para gritarte un silencio que nunca dije, bañarme con el mar, ungido por tus labios en cada gota de saliva y ascender a las cimas de mi vida desde el inmotivo sutil de tus rodillas, pasar por tu piel y terminar montado en el más insonoro de todos tus suspiros. Escúchame cantar, siénteme escribir un poema que tiene por esencia y por título tu nombre. Sobre los pliegues de un silencio estoy pintando tu presencia plácida y sutil, erguida y permanente. Quiero moldear una escultura con estructuras de sueños que tenga inmersa en sus formas la fortaleza que produces, quiero amarte sobre las tristezas del mundo y conservarte como el más profundo de todos mis principios. Quiero desearte sin fuego y poseerte sin poder, que nuestros cuerpos sean la yesca generando la fogata que entre virutas de sueños liberen vuelos de amor junto a las aves del placer. Vuela, vuela, vuela libre y ven a mi si quieres, y cuando estés en mi...vuela, vuela en mi... recuerda que en los recintos del amor hay un espacio para llegar y otro para remontar el vuelo. Voy a pararme en las letras de tu nombre para mirar el cielo, voy a encontrar en tu esencia los bordecitos del mundo, voy a encontrar en tu luz lo que me falta de ciego y en tu cordura lo que me falta de loco. Voy a encontrar en tí, lo que me falta del mundo.

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Guillermo Tovar Torres


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Un lugar en la leyenda - Serie AmĂŠrica mestiza PlĂşmilla - 100 x 70 cm Fausto Piama


Reciclador de vida Vivo de la mirada vieja o dañada que te sobra de los ojos, y me acaricio con los fuegos heridos que no utilizan tus manos. Te busco en los costales, en las bolsas verdes y negras que desecharon tus antojos, y me robo los besos que dejas abandonados en los manchados vasos del tinto. Viajo por tu calle con mi carreta llena de cosas vacías, enriquecida con dolores y miserias. Mi corazón es un vástago montado en los costales hinchados y aromosas rosas recojo de los pétalos ajados que abandonas. Recojo diamantes de amor entre lamosos vidrios de botella, pedazos de hierro que se doblan desencantados de su áspera dureza, cobres que miden al hombre bajo el brillo fugaz de su apariencia, huesos que podrían ser niños completos, y una parte de mi mismo que cambiaría por un beso. A veces te descubro humana y lo que me fastidia consumir de ti lo dejo para el festín de los hambrientos gallinazos. Busco la metáfora que me lleve a pensar que este silencio es un susurro que me nombra, y que esta ausencia es presencia de amor escondida entre las sombras. Y encuentro que el poema también está escrito sobre la podredumbre, y que sólo falta el corazón para que lo descubra entre las cosas rotas. Antes de continuar el viaje por los basureros del mundo, quiero dejar junto a tu ciega puerta el herido vuelo de una mariposa, y que escuches y sientas en su aleteo agonizante y doloroso el amordazado canto que no pudo pronunciar mi boca. Y entiendas que mientras tú dormías en tu lecho vaporoso, yo en la calle recogía mi alimento de tus desechos sin destino; y que con tus manos sin abrazo, con tus ojos sin mirada y con tus labios sin palabras y sin besos Guillermo Tovar Torres yo inventaba la vida.

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Sobrevolando la memoria - Sere AmĂŠrica mestiza PlĂşmilla - 100 x 70 cm Fausto Piama


Armando Canizález García (1951)

Palmirano. Ingeniero químico de la Universidad del Valle. Durante sus estudios fue incluido en “el patrimonio de muebles y seres” por aplazar durante casi veinte años su graduación; prefería quedarse en las cafeterías escribiéndoles versos a las muchachas. Su poesía le ha permitido crear mundos donde prevalece el erotismo como atmosfera lúdica y donde la soledad, la muerte y la locura surgen como atuendos de las voces femíneas que lo ocupan. Por su vida y obra fue condecorado por sus amigos con el premio Maracuyá de oro. También recibió el título de Poeta erótico imposible, otorgado por la bohemia palmirana. Actualmente tiene una fábrica de pinturas.

Obra poética: Archipiélago de sueños, 1986.

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Víctor (1956) Palmirano. De muchacho pintaba los carteles para los bailes de su colegio y dibujaba a los profesores en el tablero. Del Liceo Moderno, donde hizo su bachillerato, lo expulsaron treinta y dos veces. Cuando cumplió dieciocho años su papá le dijo: “Ve, Víctor, ya tenés cédula, ya sos bachiller y hasta tenés una mujer preñada y todo, yo creo que con eso podés seguir”. Realizó estudios de artes plásticas en la Escuela de Bellas Artes Antonio María Valencia de Cali. Luego se vinculó como dibujante anatomista en la Universidad del Valle. En su primer día de trabajo encontró sobre una mesa una cabeza humana que sudaba formol. Su maestro Fernando Polo le dijo: “¡No tenga miedo, haga de cuenta que es un florero!”. Desde ese día, dice Víctor, “desmitifiqué mi idea sobre la belleza”. En 1973 trabajó en un circo, El Nuevo Ola Circus, donde se desempeñó como bailarín, payaso y en ocasiones cargando al enano. Más tarde integró el grupo de danzas Pacandé, del maestro Germán Lozano. En uno de los carnavales

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de Pasto conoció al maestro Pedro Fuentes, y ahí sintió el cimbronazo. Abandonó todo y se fue tras la vida “visionando el gigante a la cara”. Cuando regresó a Colombia vendió la moto que tenía y se dedicó al arte. Empezó pintando en las maculaturas que reciclaba Tapón corona. Su obra surrealista y neofigurativa se caracteriza por la espontaneidad y la subversión de los sentidos y por el uso de técnicas no convencionales. De su quehacer artístico dice: “yo pinto a la velocidad del hambre y vendo a precio de angustia”. Su lugar en la leyenda reza así: “No hay casa de Palmira que no tenga al menos una bicicleta y un cuadro de Víctor”. En sus noches de iluminación se hace acompañar de nueve gatos: Tan, Tatán, Ta, Na, Punsch, Condón, Compón, Cundón, Gonorreita y Belové, la mamá. Un día dejó su moto frente a la casa de Andrés Sánchez, el fotógrafo, y se la robaron.


Esos ojos Esos ojos semejan dos violetas, hechas tristes a la luz del pleniludio. Ojos de inefable dulzura, como rosas de ámbar, que obligan a amar. Ojos niños como mirar de aurora. Ojos tiernos como dos nenúfares que se abrazan en las aguas diáfanas de un lago terso. Ojos de pasión como dos flores de fuego en indecible resplandor. Ojos que queman... que iluminan. Ojos sedientos de impúdicas visiones. Ojos desplorados por un rayo de sol. Ojos pérfidos, atractivos y hechiceros. ¿Ojos fatuos? ¿Ojos mansos? ¿Ojos necios? ¿No son buenos sino crueles? ¿No son vivos sino muertos? ¿Son de miel o son de hiel? Esos ojos... Ni me encantan ni me espantan esos ojos, impasibles y serenos.

Armando Canizález García

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Garabato en la ventana Aeroespátula 100 x 70 cm Víctor


Anhelo

Quiero vivir en el viento Amar en el fuego. Ser tormenta y abrazarme con un rayo. Que una ruleta rija mi destino, y que una rosa reviente mi cerebro.

Armando CanizĂĄlez GarcĂ­a

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Carnaval Aeroespátula 100 x 70 cm Víctor


Eugenio Jaramillo Londoño (1958)

Palmirano. Cardenalicio. Realizó estudios de teología y filosofía en el Seminario Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Se desempeñó como docente en el Instituto Departamental de Bellas Artes y en la Universidad del Valle. Ha escrito artículos de cine en diversos periódicos y revistas especializadas del país. De su primer libro de poesía, Cuando la noche termine, el poeta José Zuleta ha escrito: “Directo y sin contemplaciones, impone su decir en un tono de sentencia. Sus versos parecen expiaciones, y en ellos hay amores como los de los gatos en los techos, que son luchas, que son gritos, que son instantes y fuga”. Actualmente se desempeña como docente en la Universidad San Buenaventura y como director de la Cinemateca La Tertulia, gestión que realiza desde 1988. Obra poética, Cuando esta noche termine, Colección Escala de Jacob, Universidad del Valle, 2006.

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Oscar Alzate Londoño

(19 5 2 )

Palmirano. Inició estudios de arte en la Escuela de Bellas Artes, en Cali. En 1973 ingresó a la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia, y más tarde realizó el curso OEZ – Andrés Bello, en Cuzco, Perú. Su obra se caracteriza por la sublimación de los estados de ánimo y por integrar la naturaleza a la esencia humana. Ha realizado varias exposiciones individuales, en las cuales sobresalen las realizadas en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, y en la galería Lucil de Beuf de París. En los ochenta estuvo vinculado a varios proyectos de cine colombiano, como Atrapados, Visa USA y Tropical snow. Fue codirector del corto metraje Mompox: tierra de Dios. En 1977 obtuvo el Primer Premio en la Bienal Simón Bolívar, y en 1979 el Premio de Pintura, en Salerno, Italia. Para celebrar los 25 años de vida en las artes realizó en el 2004 una retrospectiva de su obra llamada Muestra la cara. Actualmente trabaja para colecciones privadas.

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Estación del tren

Fueron otras las imágenes aunque la lluvia era la misma. Tal vez otras uñas y otra luna y tres balas en la espalda -cortesía de la policía de provincia-. Ya no recuerdan mis ojos si la calle era la suya, pero la piel que no olvida me grita que soy viuda.

Eugenio Jaramillo Londoño

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Tihuantinsuyo AcrĂ­lico sobre t e l a 1 0 0 x 1 3 0 c m O. Alzate

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En los tugurios de Dios

En los tugurios de Dios vendió su fruta podrida como si fuera una flor al mejor postor. Y corrió camino del hachís, de Estambul a Kabul y durmió a orillas del Mar Muerto. Los derviches dicen que fue allí donde dejó su reguero de plumas y pan de centeno en el suelo y donde empezó a maldecir la mecánica ritual del tiempo. Nadie le devolverá jamás, ni con toda la música del mundo, al hijo muerto.

Eugenio Jaramillo Londoño

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Magnolias en Cruz Azul AcrĂ­lico sobre t e l a 1 3 0 x 1 4 0 c m O. Alzate

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Julián Camino

Julián Vanegas Restrepo (1965)

Nacido en Supía, Caldas. Su madre, gran lectora, decidió bautizarlo Julián por su encanto con el personaje Sorel de la obra Rojo y Negro, de Stendhal. A los nueve años iba a fugarse con un circo que pasó una mañana frente de su casa. A los dieciséis inició estudios de literatura en la Universidad Santiago de Cali, pero se retiró porque “para vivir no se necesita la academia”. Posteriormente estudió artes escénicas en la Escuela Nacional de Arte Dramático de Bogotá. En 1988 participó en el primer festival de teatro iberoamericano con su obra Prometeo, portador del fuego. Por esa época conoce a Afranio Parra Guzmán, y con él y otros artistas de Cali funda el movimiento La Gaitana, un colectivo cultural del M-19 que realizó actividades en las zonas marginales, creando semilleros lúdicos, revistas de poesías, grupos teatrales, cine clubes, talleres de derechos humanos y jornada sociales. En 1990 asiste en La Habana, Cuba, a la Peña de los juglares; se hace cuentero y actor de pantomima. En 1991 obtiene en Manizales el premio nacional de cuentería con su obra Arkatapari, el gigante de los sueños y Shesuiska, el niño risa. Ese mismo año participa en el Primer Encuentro de Cultura Popular Canto a la vida, realizado en Paniquita, Cauca. En 1996 es cofundador del Taller de Artes Escénicas TAE, de Palmira. Se dedica a la bohemia y pierde el rumbo. En 2002 cumple una condena en la cárcel y gana un concurso de poesía y cuento promovido por el INPEC con la obra La palabra en la garganta en este costalado de miedo. Es el gestor de la única cartilla de poesía que circula en la ciudad, labor en la que lleva cinco años. Hace año y medio, una experiencia con el yagé le devolvió su esencia creadora. A través de su literatura expresa la búsqueda de la fantasía como argumento de solidaridad y de defensa de su mayor premisa: “el lenguaje es la república del hombre”.

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Cuervo

Guillermo Rojas

( 27 septiembre 1 9 4 2 - 14 agosto 2 0 0 0 )

Nacido en Buga, Valle del Cauca. Realizó estudios de arte en la Universidad del Valle. En 1970 viajó a Estados Unidos para vincularse a la Academia de Artes de New York. Sus primeras exposiciones individuales las realizó en Comindustria y en la Casa de la Cultura de Palmira. En 1978 participó en el Homenaje a los periodistas, y en 1979 en el Primer Salón de Artistas Palmiranos, realizado en el marco del VI Festival Nacional de Arte, evento en el cual obtuvo la Mención de Honor. En 1982 participó en el XXI Concurso Internacional de Dibujo Joan Miró, en Barcelona, donde obtuvo la beca artística. En España realizó exposiciones en la Galería Carátula, en el Instituto Catalán Iberoamericano y en el Circulo Artístico Sant Luc. En 1982 recibió la Mención de Honor en la renombrada Exposición Las Peñas, en Guayaquil, Ecuador, y realizó una exposición en la Casa de la Cultura Benjamín Carrión, en Quito. Participó en exposiciones colectivas en la Biblioteca Luis Ángel Arango y en el Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá. En Cali participó en el Salón Regional de artistas de la Universidad del Valle y en el Encuentro con el paisaje vallecaucano, organizado por la Galería El Charco. Una de sus series más importantes, Laberintos, fue referida así por el maestro Bolaños: “La obra de Cuervo nos introduce en el mundo de sus ilusiones, un mundo en el que danza con ebriedad el hombre de nuestro siglo”. Con gran inquietud, interpretó también la belleza de nuestros paisajes tropicales y la figura femenina. Su vida y obra aparecen reseñadas en el libro Forma y Color, de la Editorial Ártico, y en la Galería Virtual ColArte.

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Vigilia interminable Quisiera saber quién habita mi lado oscuro qué universos respira, qué fábulas del ser le interesan. La escritura es un espacio errante de adversidades donde las páginas del sueño destellan versiones igual que la humanidad. El cuerpo del poema se guarda como un antiguo testamento muy dentro del telón de la ficción que encaja todos mis delirios. La mariposa del instante suspende los segundos de un colibrí y el aire recupera la vertiente de los sueños. Atado a un rincón de piedra miro cerrarse en las puertas del camino la figura indescifrable de los párpados del viento. Como un pájaro niño lanzo al aire la tinta transparente de la noche. A medida que avanzo se desdibujan mis paisajes. Fijación de años luz que dan paso a la noche. El reflejo extremo de todos los caminantes su paso fugaz por un tiempo detenido donde me abandono a una vigilia interminable. Vivo en la eterna redada de la huida. El aire está poblado de cierto pesimismo... Las sillas conservan las formas de los ocupantes y severas pisadas precisan mi destierro.

Julián Camino

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Un lugar en el deseo Óleo sobre lienzo 140 x100 cm Guillermo Rojas “Cuervo”

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En busca de los sueños Aquí están mis poemas expuestos al filo de la muerte. Mi existencia proporciona páginas sueltas que son signos pintados de rojo en los muros de la tarde. Alguien pinta de extravíos el lugar de mi alma y las paredes de mi corazón desdibujan el tren de la memoria. Desperdigadas voces aúllan el poema como si fueran sílabas rotas en el fondo de mi alma. Entretenidos sorbos de eternidad son el otro lado de la luna. Viajo impávido en las transparencias de los sueños y el latido de la mañana abre sus alas fallecientes. El silencio bordea una sonrisa inacabable y se sumerge en los espejos de la noche, donde peces de colores dibujan la otra orilla. La calle de los recuerdos se viste de incendios y danza en las gotas de un tiempo antiguo. El viento medita sus pasos en el ocaso, se inclina a sus propios desvelos y busca su rostro en el espejo de la luna. La guerra es una confusión de latidos que sugieren huellas más allá de los ojos y lejanas músicas de alas estremecidas consumen el fuego escaso de la noche.

Julián Camino

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Picnic Ó l e o s o b r e l i e n z o - 1 1 0 x 9 0 cm Guillermo Rojas “Cuervo”

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María Victoria Franco Flórez (1955)

Oriunda de Sevilla, Valle del Cauca. Sin embargo se considera hija adoptiva de Palmira. Fueron las circunstancias difíciles las que la impulsaron a encontrar en la poesía una puerta de encuentro consigo misma. Su empuje, su fuerza espiritual y se sensibilidad se reflejan ampliamente en su poesía erótica y humana que emerge del instante y lo refleja con el estilo irreverente de su esencia. Ella dice: “amo al hombre con intensidad, lo defino, lo descifro; mujer de mil facetas, en mi se reúnen la poesía social, romántica, costumbrista y negra”. Ha participado en encuentros literarios en varias ciudades vallecaucanas, como Buga y Roldanillo, que la han ligado aún más al mundo de las letras. Dirige en Palmira el grupo literario Desnudando la palabra. Sus poemas hacen parte de la antología Ciudad hecha palabra, del grupo cultural El Pretexto, de Bogotá Su sueños es escribir una página importante es la antología del amor. Obra poética: Entre la soledad y él… erotismo, 2005 Obra inédita: Desnudando la palabra; Piel, poemario romántico y erótico; y Cuestión de piel, cuentos y poemas.

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Hernando Henao Posada

(19 6 1 )

Palmirano. Inicio estudio de artes con el maestro Fausto Piama, en 1982. Luego hizo talleres de serigrafía y grabado con el maetsro Eduardo Esparza. En 1986 realizó a su primera exposición en el Salón de Artes Plásticas Cali, 450 años, en la Sociedad de Mejoras Públicas. Desde entonces ha participado de varias exposiciones colectivas en la Cámara de Comercio de Palmira, en el Centro Colombo Americano, en los salones de Artes Plásticas de Comindustrias, en los salones de Artistas Vallecaucanos, en el Museo Rayo de Roldanillo y en otros espacios culturales y galerías. En 1989 obtuvo el primer premio en el Segundo Salón Regional de Pintura, realizado en la Cámara de Comercio de Palmira. Fue, junto a Carlos Marmolejo, gestor de los Calendarios Marden de Artistas.

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Stradivarius ¿Qué es una mujer después de los cuarenta? Más que un Stradivarius olvidado en un rincón a la espera de un buen violinista que la toque. Ven mi Andrea Amati, mi Gásparo Bertolotti, pulsa mis cuatro cuerdas multiplicadas; tengo sonatas para darte, sinfonías inconclusas; ven para arrancar las mejores melodías aún no tocadas, ven que sólo tu sabes con tu erotismo pulsarme el alma; Ven amado, seamos pasto tierno de la lujuria desenfrenada.

María Victoria Franco Flórez

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Ă“leo

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sobre

lona

-

80

Paisaje en interior x 100 cm Henao


El amor y el mar Ave que cruza rauda el vasto horizonte en busca de aventura. Así, así es el amor. Bellísimo atardecer, maravilloso resplandor del sol. Al caer la tarde, abundan las nubes preñadas de arreboles, estallan las olas como címbalos de bronce, espumas blancas de agua verde mar, y a lo lejos, un cordón de rocas, columna vertebral que no concibe posible darle libertad, cree tenerlo gobernado sin saber que el mar como el amor, libres y sin agravios también pueden cambiar. Bastará que ebrios abran la puerta de su corazón. Inmensos… en nada caben, no los contienen… Un suspiro, un beso, revientan diques si pretendes apresarlos El amor, como el mar, cuando llegan hasta ti... nunca, jamás podrás decir, o pensar acaso que eres el mismo, porque el amor como el mar nos cambia la geografía.

María Victoria Franco Flórez

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Ă“leo

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sobre

lona

-

80

Ciclista x 100 cm Henao


Phanor Terán Cabrera (194 3 )

Palmirano. Nació en una pequeña choza aledaña a las Morantes, aquellas afamadas cocineras que ampararon a su abuela, madre soltera, y a su madre, en unión libre. Su padre, don Julio César Terán, era trabajador agrícola del Ingenio Manuelita, y su madre, doña Evangelina Cabrera, salió adelante después de la muerte de su esposo -en el 56- como cigarrera, enfermera y comerciante en la plaza de mercado. Su infancia transcurrió en el barrio Uribe, “ese barrio echo a pulso por todos sus habitantes”, donde gozó a plenitud las festividades decembrinas, las peregrinaciones a Guacarí a visitar a San Roque y las algarabías del equipo de fútbol Samarios. Su primaria la realizó en la escuela José Antonio Galán y en la escuela segunda Guillermo Valencia. Y el bachillerato, en el Colegio de Cárdenas, donde fue un asiduo visitante de la biblioteca. En el 58 participó en la huelga contra el rector “caicedonita”, el padre Luis Enrique Sendoya. A las siete de la mañana arengaba con los estudiantes en bicicletas, y en la tarde comulgaba a la brava, expiando su “sacrilegio”. Al graduarse integró las Juventudes Comunistas lideradas por Carlos Alberto Morales y Francisco Garnica; se reunían en El Parque Obrero con otros lectores de Marx, San Agustín, Voltaire y Nietzsche. Para algunos, el camino fueron las armas; para otros, como Phanor, la cultura.

Su interés por el teatro comenzó en Bogotá, en un aburrido domingo universitario, cuando un amigo y su novia cargaron con él como “violinista” para el teatro Colón. Embrujado por las tablas, abandonó sus estudios de derecho; se vinculó al Teusaca que dirigía Danilo Tenorio, en 1962. La primera obra que montó en Palmira fue El Ahorcado, del poeta Nadaista Elmo Valencia, con estudiantes del colegio El Carmen, pero fue destituido por irreverente. En 1965, sin apoyo ni espacios en Palmira, se radicó en Cali donde comenzó una intensa actividad con Teusaca. En los noventa recorrió Europa. Y de regreso a Cali intentó conformar el centro de documentación teatral en la Biblioteca Departamental. En 1995 fue nombrado director de la Casa de la Cultura de Tunía, Cauca, donde ha liderado proyectos de investigación y documentación. En 2004 obtuvo la Pasantía Nacional de Artes Escénicas, del Ministerio de Cultura, con el proyecto de instrucción teatral al grupo juvenil de cultura del cabildo de Guambía, en Silvia, Cauca. Su obra poética aparece en la Antología de Poetas Latinoamericanos, editada por la Barca de Papel, en 2004. También ha sido publicado en Argentina y Uruguay.

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Gerardo Reyes Scarpetta

( 25 de julio 1 9 4 2 - 25 junio 2 0 0 0 )

Palmirano. Bachiller del Colegio Champagnat. Estudió artes en el Instituto de Bellas Artes de Cali.

Por algún tiempo se desempeñó como recaudador de rentas y hacienda en la Gobernación del Valle del Cauca y como funcionario público del municipio de Guacarí. Era ultraconservador, racista y un hincha furibundo del Deportivo Cali. Su espíritu creador se definió por la espontaneidad y el carácter vanguardista de sus pinturas, ricas en mixturas y colorido. Con su obra Dios, marca registrada, mereció un premio en la Primera Bienal de Artes Plásticas, organizado por el Museo de Arte Moderno La Tertulia de Cali, en 1970. Su obra fue incluida en el catálogo de Arte Contemporáneo de Colombia. Dos de sus grandes amigos, Giovanni Saa y Víctor Sánchez, nacieron el mismo día que él. Cuando no tenía nada qué hacer se iba a charlar a la oficina de su amigo Giovanni Morera, el único capaz de lidiar con sus borracheras en las que terminaba en la calle gritando lo que más le gustaba: “¡Liberales hijueputas!”. También le apasionaba “recordarle la mamá” a los hinchas del América a la salida del estadio y conversar con sus amigos de los intrincados chismes de la alta sociedad palmirana. Una vez entró a la Catedral de Nuestra Señora del Rosario del Palmar y en plena misa le gritó a Dios que era un irresponsable. En el 2000, el maestro Eduardo Villamizar le obsequió una de sus obras como muestra de gratitud por su talento, pero Gerardo nunca la pudo conocer. Dicen que cuando encontraron su cuerpo había una jeringa a su lado. Pero en verdad murió de depresión.

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Mi Valle No había pensado que tras esa cortina gris blanqueada puesta allá sobre el horizonte de mi Valle por el fantasma de la lluvia podría estar el mar de tus sobresaltos. Tal vez, a ese sortilegio me condujo el azul mortecino que lo acompaña acariciando con sus pies vaporosos y brumosos tendidos sobre tu verde humedecido. Tal vez fui conducido por esa leve y titilante luz que se aferra a mi vista y se apega al cristal de recuerdos empañados para no ensombrecer la noche inventada en esta tarde de noviembre Tal vez la tarde quieta y desmadejada la brisa plácida y serpentina que se ensortija al tobillo de aquella que imaginé en el mar de tus nubes vagarosas en aquel barco anclado entumecido por la bruma No lo había pensado... te lo aseguro No había pensado que tras de aquella cortina gris blanqueada puesta allá en el horizonte de mi Valle por el fantasma de la lluvia podría estar el mar de tus sobresaltos.

Phanor Terán Cabrera

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Acrílico

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Geometría blanda - 120 x 120 cm Gerardo Reyes Scarpetta


A grito herido La rosa secó su carmesí en un café de mala muerte: Serían las tres y pucho. Aquel collar de ilusiones se desgranó en un ruidoso despecho al pie de la vitrola: Serían tres Alci Acosta con caneca incluida. El papel regalo satinado crujió, se desencantó maltrecho al pie de la mesa, serenata que sucumbió a bordo de un mariachi contratado con monedas de a cien. Serían tres emboladas con propina. Perdió su encanto la palabra con el sonsonete ventrilocuo repitiendo: “¿por qué son así?” Borracho entonando estribillos: “así las hizo Dios Santísimo”. Serían tres ceniceros repletos de cigarrillos sin filtro. Los te “amaré siempre” cayeron de boca hecha agua. Mirada que murió en fondo de aceite de lata de atún. El amargo de la vida se consumió en cáscaras de limón sin jugo. Serían varias las servilletas arrinconadas. La silueta fue sombra, la sombra, espejismo, la sal endulzó el amargo y la hora de partir perdió su turno. Serían seis idas al baño con miradas al espejo y arrugas marcadas. La mujer del bar, dijo: “así es la vida”, mis ojos contestaron: “así es la muerte”. Serían tres culebras sobre la tarjeta que acompañaba la rosa. La deuda borró la fecha, el círculo de la botella desdibujó la dedicatoria, el azul desparramado trazó el adiós. Serían otros silencios que no presenció la aurora la rosa desplomada en un tacho de basura. Una bolsa de plástico amainó su rastrero vuelo, las manos entresacaron el cabello y cerraron la boca. Phanor Terán Cabrera Un grito herido se ahogó en el jugo de naranja.

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Acrílico

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Túnel onírico - 80 x 60 cm Gerardo Reyes Scarpetta


José Iván Almario (1959)

Palmirano. Cardenalicio. Su padre, Elías Almario, tenía la costumbre de “decorar” el corredor de su casa con cajetillas de cigarrillos President para que las amigas y amigos de sus hijos fumaran a sus anchas. Con ellos jugaba ajedrez, cantaban las canciones de Rafael y de Santana y leían a Neruda, a de Greiff y las fascinantes páginas del “Libro negro” de Borges, y le encantaba estar en su patio y tomar leche “potenciada de brandy”. De él heredó Iván su amor por la lectura, que define como “un acto de alegría”. En sus versos Iván abraza su memoria, verifica que todavía en su infancia la cocina huela y que la mata de sábila aún esté detrás de la puerta. Escribe palpando las texturas de sus recuerdos. Describe fugacidades como testimonios. Con la cálida vitalidad de su inteligencia y su memoria prodigiosa, conversar con Iván es una manera de honrar la amistad y el lenguaje. Actualmente trabaja en el Hospital Departamental de Cali, pero su oficio más feliz es ser el mejor papá del mundo.

Obra poética inédita: La silla solitaria.

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Alfredo Arango Méndez

(1957)

Palmirano. Estudió arte de manera autodidacta. La primera exposición colectiva en la que participó fue Cinco nuevos pintores palmiranos, realizada en Comindustria junto a Eduardo Esparza. Según su concepción artística, su obra representa emociones donde convergen los recuerdos, sueños y pensamientos en una continua divagación, plasmando en ellas una visión de libertad y la relación del hombre con la naturaleza y los espacios libres. El crítico de arte francés Jean Francois Accault destacó de la obra de Alfredo: “Su impacto visual y el goce dactilar”. Ha realizado varias exposiciones colectivas, entre las que se destacan las propuestas en el Tercer Salón de Artes Plásticas de la Sociedad de Mejoras Públicas, en 1986; y en el Segundo Salón Regional del Museo Rayo de Roldanillo, en 1992.

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Mística

El tiempo pasa, todo se ha perdido El hacha que dejaste recostada sobre el muro al final del viejo patio, ya no espera por ti. Tu hembra se fue llevándose tu risa Tu hijo se fue llevándose tus sueños Tu hacha se fue llevándose tus manos.

José Iván Almario

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MelodĂ­a de vida AcrĂ­lico sobre lienzo 102 x 73 c m Alfredo Arango


Texturas

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Al borde del camino solitario la centenaria ceiba agonizante con su único brazo aún vivo saluda al caminante. 3 Narciso sonríe complacido sabe que el huidizo espejo del río no arrastra su imagen.

5

Una mano sin tiempo que también es la mano de un niño le niega al lento ciempiés que se acerca el horizonte. Este se enrosca haciéndose infinito.

7

Ámame ahora muchacha antes que el sol se lleve el blanco aroma del jazmín.

2 El amor Uniendo dos orillas y llenando un vacío arrastrando su carga de luces y de sombras pasa de prisa el rumoroso río.

4 Que me importan los pasos que te alejen si es la primera curva del camino la que precisa tu distancia.

6 Hay otro mar, lo sé profundo e insondable. Es el mar siempre abierto en los ojos sin párpados del pez.

José Iván Almario

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Toro para Yoki AcrĂ­lico sobre lienzo 26 x 21 c m Alfredo Arango

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Andrés Moreno Ramírez (1981)

Palmirano. Desde su niñez mostró inclinación por el arte, narrando con gran habilidad historias en las representaciones de teatro de la escuela. A los diecisiete años, después de culminar su servicio militar, se vinculó a la escuela de teatro en la Casa de la Cultura Ricardo Nieto. En el 2000, y junto a otros cinco estudiantes, fundó La Compañía Teatral Incógnita, con la cual trabajó en diversos montajes durante dos años. Ingresa a la Facultad de Administración de empresas de la Universidad Nacional de Colombia, en Palmira, donde su cercanía con el arte se profundiza: escribe sus primeros poemas y se vincula a Laberinto, el grupo de teatro de la institución con el que permanece en escena por seis años, obteniendo varios reconocimientos, entre ellos la nominación a mejor actor por la obra Esquina peligrosa, en el marco del VIII Festival de Teatro Universitario, en 2007. Poco a poco el oficio que lo atrapa, “que lo acerca a la libertad”, es la poesía. Su opera prima la publicó en las revistas y periódicos de su universidad y posteriormente en ediciones artesanales y espacios literarios de la Internet. Su poesía manifiesta una necesidad de tomar distancia de las formas convencionales de la sociedad y de aprehender lo sencillo, dando sentido a ideales propios de la juventud y del amor. Actualmente está vinculado a la compañía de teatro Madre Tierra. Obra poética: Madeja de silencios, 2006. En las tripas de los Ángeles, 2008; Fragmentación, 2008; XXI, Imágenes de un hombre que no sabe pintar, 2009.

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Martha Cecilia Meza

( 1 9 7 1)

Palmirana. Nació, dice, “en un barrio con nombre de locos que se divierten”, El recreo; allí vivió su infancia, para después comenzar un viaje interminable por toda Colombia de la mano de su padre, un comerciante aventurero. Esa introspección de ser siempre la nueva en el barrio y en el colegio fue el motivo que la llevó a encontrar en el dibujo una forma de ser aceptada. “No salía a la calle sin mis lápices de colores y mi blog”. A los dieciséis años conoció su primer amor, un chico que la molestaba cuando era “flaquita, feita y de pelo corto” y con quien hablaba de cosas abstractas y de sueños que plasmaban en dibujos. Más adelante, las circunstancias de la separación de sus padres y una economía inestable determinaron que el arte fuera su refugio. Se radicó en Bogotá junto a su madre, y con grandes esfuerzos realiza estudios en la Escuela Nacional de ilustración y comunicación gráfica; talleres de pintura en la Universidad Nacional de Colombia y seminarios de historia del arte y arte contemporáneo con el maestro Jorge Jurado. Cuando recibió su primera clase de pintura al óleo se aburrió y decidió retirarse para explorar por sí misma su camino, “encontrando el vértigo y la ferocidad del mundo... ese encanto del arte como un bosque sacrílego” .

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Su propósito artístico ha sido el de reconstruir sobre bases sólidas los referentes de la mujer en la sociedad a partir de su naturaleza y libertad, “y no como un proyecto del otro”. Como gestora cultural estuvo vinculada en la Universidad de Ciencias Aplicadas y en la Galería Artespacio, de Bogotá donde fue guía de exposición y asistente de curaduría. Mujer, Paisaje y Piel, y 28 mujeres en el arte, realizadas en el 2005, son dos de las exposiciones colectivas en las que ha participado. En 2005 obtuvo la Mención de Honor en la Bienal de Suba, en Bogotá, y participó en la exposición itinerante del Museo de Arte Erótico Americano, en la misma ciudad. En 2007 expuso individualmente su colección Inventario imaginario en La Habana, Cuba, y en Casatenovo, Provincia di leco, Italia. Otras de sus colecciones son Bestiaria, Trizando el silencio, Recintos y Segni d´obbligo. Su obra aparece en la Antología de la poesía Mexicana, de la editorial Común Presencia. Actualmente reside y trabaja en Monza, Italia.


Chicharra De tanto gritar su nombre se quedó quieta como esperando en todas las frecuencias Ya no envejeció jamás y aferrada a una pintura se hizo parte del paisaje Los turistas suelen frotarla para obtener suerte. Los fantasmas agachan la cabeza cuando pasan a su lado.

Arroz El general blanco explicó el plan a su ejército de enanos: Entraremos antes del amanecer a lomo de hormiga, se ubicarán los puntos grises de la ciudad, caerá la infantería sobre las ollas vacías…, mientras el frente sur encenderá el fuego en los fogones liberando las luciérnagas Objetivo: reducir las bajas por hambre de los infantes del mundo.

Andrés Moreno Ramírez

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Identidad Ă“leo sobre lienzo - 180 x 100 cm Martha Meza


Ana Ana anochecida, creciente enredadera del silencio en los juncos corroídos de esta ciudad, dame un poco de olvido tierno para que pueda caminar con mis pensamientos tan pesados como nubes de mármol. Ana de mis días callados, he cortado tu nombre con las finas pinzas de las letras para que los pájaros sonámbulos no encuentren tu rastro en mi mano y no busquen tu silueta en los desvanes polvorientos de la moda. Ana, amalgama suave de lejanía total y cercanos pasos, soy uno de los que está fuera de ti, triste en este invierno de tiempo y sangre. Ya he sabido de tus caminares extraños, de tu lengua de metal y de ese encantador acento que toman los aires cuando chocan en vos. Ana, te he pensado bajo este presentimiento de lluvia, como un líquido azul grisáceo fluyendo de los cielos en gotas relucientes, hermosas, bañando las cabezas de los perdidos, devastando los imperios de rapiña, alimentando las nuevas flores de la tierra descansada. Ana, olor a lucero primero, dame la llave de tus palabras para descifrarlas, dame un destello que alumbre mi camino en la posibilidad de tus minutos blancos. Dame un segundo de tu mano para aprender la partitura de tu piel y componer tú nombre. Dame una señal de tu existencia en este naufragio y morderé dos veces tus labios, sin importar si existo, con el sólo compromiso de saberte respirando.

216

Andrés Moreno Ramírez


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Aire Ă“leo sobre lienzo - 170 x 90 cm Martha Meza


Palmira son muchas: Palmira de fald贸n, de techos viejos, Palmira preguntona, en bicicleta, en alas de palabras y

colores.

Todos podemos tocar con los ojos y escuchar con el tacto. Para mirar a

Palmira como es, debemos quitarnos la ceniza de

los ojos. Tantearnos; respirar sus historias. Reinventarlas. A veces Palmira tiene mala

memoria

porque t煤 no la recuerdas.

Ella quiere salir, bailar; ser muchacha. Y aunque el arte sea s贸lo instantes Palmira otra vez se sentir谩 en movimiento cuando la lleves a pasear en tu memoria.


© Andrés Sánchez, Anfassa


Contenido 1. Preámbulo

En sus manos duerme esta ciudad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Prólogo, Mauricio Cappelli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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8

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No me digas que somos un sueño: el legado artístico de la Cultura Malagana . . .

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2. Historia artística y cultural de Palmira

El arte: el alma de la historia y de los momentos . . . . . . . . . . . . . . . .

Esos niños que voceaban los periódicos:

Panorama de la poesía palmirana en el albor del siglo XX . . . . . . . . . . .

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¡Cuando la vida tenía la palabra!: Palmira y los movimientos poéticos del siglo XX . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Mariela del Nilo: La mujer que alzó en sus brazos la cultura de Palmira. . . . . . .

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¡Una casa de muchas puertas!: La época de esplendor del arte en la Villa de las Palmas Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . .

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La Biblioteca Municipal de Palamira y los primeros Festivales Nacionales de Arte.

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La “Fiebre de la caña” y el nacimiento del teatro obrero en Palmira. . . . . . .

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La Casa de la Cultura Ricardo Nieto y los nuevos movimientos artísticos en Palmira.

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Divino tricolor: Panorama de la nueva poesía palmirana. . . . . . . . . . . . .

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La revolución del arte: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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3. Palmira: Color y la Palabra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Indice por artista Poetas Ricardo Nieto Hurtado Francisco Barona Rivera Julio César Arce María Rivera Zafra Antonio Kuri Kuri Rafael Posada Franco Omar Carrejo Bejarano Mariela del Nilo Dora Alexandra Izquierdo María Teresa Ramírez José Hugo Sandoval Duval Flórez Muñóz Lina Chow Wong Germán Rincón Hoyos Adolfo León Rengifo Henry Valencia Guillermo Tovar Torres Armando Canizales García Eugenio Jaramillo Londoño Julián Vanegas Restrepo María Victoria Franco Flórez Phanor Terán Cabrera José Iván Almario

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Artistas Plásticos

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74 80 86 92 98 104 110 116 122 128 134 140 146 152 159 164 170 176 182 188 194 200 206

Ramón Barona Mora Eugenio Eduardo Terreros Prado Antonio Palomino Tobar Gerardo Aragón Villafañé Marco Fredy Hernández Herney Ocoró Hammer Bolaños Flaker Fred Andrade Mora Rodrigo Posada Correa Justiniano Durán Castro Eduardo E. Esparza Mejía Kymer Guillermo Melo Moncada Hernán Uribe Martínez Carlos A. Marmolejo Jaramillo Eduardo Hoyos Lucio Fausto Piama Víctor Oscar Alzate Londoño Guillermo Rojas Hernando Henao Posada Gerardo Reyes Scarpetta Alfredo Arango Méndez

75 81 87 93 99 105 111 117 123 129 135 141 147 153 159 165 171 177 183 189 195 201 207

Andrés Moreno Ramírez

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Martha Meza

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Indice por obra Poesía

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Artes Plásticas

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Cantos de la noche Libros Claveles rojos Fuente montañera Caballero andante Adiós a la poesía Serenata de amor y olvido Soneto del amor hallado Tu pequeño palacio Despedida de un soltero Mi ofrenda de rosas Soneto a la luna Cuerpo El tiempo de la muerte Niebla Dolor Barquitos de papel Quién Songo, Songo, te estoy queriendo ¿Quién te trujo? Sueño de otoño Patria y poesía Abrazo

76 78 82 84 88 90 94 96 100 102 106 108 112 114 118 120 124 126 130 132 136 138 142

Flores Ofrenda Paisaje de verano El patio Lucas Capítulo 2 Ternura Oda barroca Victoria Manglar de ensueño La caída de Pablo Rostros de ensueño Rostros de ensueño Indigenismo I Indigenismo II Las tres gracias... Elmar y su caballo de mar El General Batata Gardel Autorretrato Puente del común Fábula Cumbia Teoría urbana

77 79 83 85 89 91 95 97 101 103 107 109 113 115 119 121 125 127 131 133 137 139 143

¿Cómo te olvido?

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Peces

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Poesía

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Artes Plásticas

Finalle… Vademécum Deseo de destino Encerramiento en la jaula # 13 Para que Marcela aprenda a… Las palabras guardadas en el cántaro Re Una carta para Elías Encuentro Reciclador de vida Esos ojos Anhelo Estación del tren En los tugurios de Dios Vigilia interminable En busca de los sueños Stradivarius El amor y el mar Mi Valle A grito herido Mística Texturas Chicharra - Arroz

148 150 154 156 160 162 166 168 172 174 178 180 184 186 190 192 196 198 202 204 208 210 214

Violón_seno Instrumento erótico Kafka El dueño del mundo Espiral erótica: Tumba locas Duelo erótico: Palimpsestos Casa de mi pueblo Plaza de mi pueblo Un lugar en la leyenda Sobrevolando la memoria Garabato en la ventana Carnaval Tihuantinsuyo Magnolias en cruz azul Un lugar en el deseo Picnic Paisaje interior Ciclista Geometría blanda Túnel onírico Melodía de la vida Toro para Yoki Identidad

Ana

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Aire

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149 151 155 157 161 163 167 169 173 175 179 181 185 187 191 193 197 199 203 205 209 211 215

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Mauricio Cappelli Vallecaucano, 1976

Sí, MAURICIO SIGNIFICA MORO NEGRO; CAPPELLI, SOMBRERO. Soy un obrero elemental: miro por las ventanas de ocho a doce y hago nada de dos a cinco. Si alguien me preguntara qué es escribir, puedo decirles, para no embolatarlos, que es como un mendigo que da limosna. Cuando era niño me gustaba quemar revistas al escondido y hacer castillos con las monedas de Policarpa y las de diez. A los antiguos mares de Neptuno y de Gulliver los conocí a bordo de mi barco, que era purísimo y gigante: el lavadero. Y me gustaba mirarles los calzones a las empleadas y meter la cabeza en un platón con agua para aguantar la respiración, porque cuando grande soñaba con ser Acuaman. En el colegio me atormentaban las clases de español; era bueno para correr y para química. Y fue en una eucaristía en noveno grado cuando me puse de pie y dejé de creer en Dios. Fernando Posso, el profe de historia, fue el mejor porque fue capaz de hacernos ver en el tablero las imponentes avanzadas de Alejandro Magno sobre la

India, la caída del imperio romano y el tropel de esos hambrientos navegantes que salían a proa después escuchar los gritos de Rodrigo de Triana. Mi adolescencia transcurrió en las manos de las revistas Selecciones, y aún soy ese transeúnte que nadie advierte en las aventuras de Los tres mosqueteros y de Kazan, el perro lobo. Mi primer poeta fue Julio Flórez, y mi primer filósofo, Cioran, en esos hermosos años cuando quería mudar de piel con la piel del mundo, comérmelas a todas y al mismo tiempo suicidarme. Me gradué como ingeniero industrial de la Universidad del Valle y continué con una especialización en gestión de talento humano en la Universidad Libre. Durante un tiempo me desempeñé en las áreas de dirección de operaciones y cultura organizacional, pero comencé a presentir que había en la ingeniería algo de desgracia, que dentro de mí otros mundos podían quedarse mudos o enanos por tanto informe, tanto ego y tanta máquina, traque, traque, y porque al fin y al cabo la imaginación estaba en juego y no iba a gastarme la vida escogiendo corbatas para dármelas de jefe. Ahora vean, pinto con las palabras y escribo con lo que la vida me presta, porque es verdad que la poesía es una lupa, una guitarra, un perro callejero… Soy un tipo básico: lloro, tomo tinto, canto mal… soy demasiado niño para creer en el futuro y demasiado curioso para ser un sólo Mauricio. Lentamente fui vinculándome a la gestión cultural y a la investigación. Mi nueva profesión fue encontrar historias.

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He sido premiado en los concursos de crónicas convocados por la Cámara de Comercio de Palmira, género que he dedicado a resaltar la memoria mestiza, artística y urbana de la Villa de las Palmas. Mi poemario Todo el amor para la Luna de Perkins (2005) fue publicado en la colección Escala de Jabob de la Universidad del Valle. Como editor independiente tuve a cargo los libros de historia Corazones de Fuego (2006) y Marea de Fuego (2007) que describen los orígenes y progresos de Palmira y Buenaventura. El árbol de los espejos (2009), publicado por la Universidad Santiago de Cali, es la primera parte de una trilogía de crónicas acerca de Palmira. La segunda es El sueño de las garzas. En 2005 obtuve el premio de Poesía de la Biblioteca Centenario de Cali; en 2006, el Primer Premio en el Certamen Internacional de Poesía, convocado por la revista de literatura Axolotl, de Argentina; en 2007, el Premio de Poesía Palabras Autónomas de la Universidad Autónoma de Occidente, la Mención de Honor en el Tercer Concurso Internacional de Poesía Andrés Salom y el primer premio en el Concurso Departamental de Poesía, convocado por la Fundación de Poetas Vallecaucanos. En 2008 obtuve la mención de honor en el concurso Si los leones pudieran hablar, convocado por la Casa de Poesía Silva. Cualquiera diría que lo que más me apasiona es escribir, o leer, pero no. Es viajar. El mundo es demasiado asombroso como para perdérselo, demasiado meticuloso como para ignorar el esfuerzo natural y humano que hace para sorprendernos. Si el planeta es una casa, como en efecto lo es, vale la pena avanzar tan dentro de nosotros como podamos para apreciar con otras sensibilidades esa casa desde afuera. Uno se encuentra frente a

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tantas costumbres y conocimientos que son imposibles de entender y ante los cuales se imponen esas ansias de saber, de tomar fotografías; pero el ego cede y la alegría y la voluntad de vivir se restituyen y termina por abrazarme esa desnudez que me permite observar con verdad esas gentes, lugares y situaciones, sus secretas y poderosas influencias, de las cuales yo hago parte. Así viajar ya no se trata de irse, sino de regresar. En mi travesía por el sur de este hermoso continente descubrí que un ser humano debe ir al encuentro de las cosas que lo hacen grande, encontrar esos precisos instantes, los únicos, donde estamos destinados a ser atentos, generosos, o valientes. Cuando pude reconocer que mi actuar era el de un ser lleno de falta de afecto, descubrí -lo sigo descubriendo- que lo único que perdemos en la vida es lo que no damos a los demás. Actualmente dirijo el taller de creación literaria Rayuela, para niños y jóvenes; un día una niña de seis años me dio una inolvidable definición de cama, la llamó: “una discoteca”, y otra niña, un poco mayor, le regaló al mundo esta definición de agua: “es donde se reúnen las gotas a conversar”. Palmira es un país, pero es un país pequeño y violento como muchos, porque la mayoría de sus habitantes ignora que estas cosas son posibles en cada uno. Me desempeño como editor independiente y columnista del semanario Palmira Hoy, del periódico El País. Mi proyecto más inmediato es el libro Más allá de la suerte, que recopila la historia y la cultura de los corteros de caña de azúcar. Cuando salgo a la calle siempre llevo conmigo un amuleto, una frase que me regaló un amigo: “¡Salta, que el suelo ya aparecerá!”.


© Andrés Sánchez, Anfassa

Diseño Gráfico Jessica Rueda jessicaruedacastillo@hotmail.com Cortesía Giovanni Saa, Apolinar Altamirano, Dora Alexandra Izquierdo, Orlando Bonilla, Capitán Luis A. Durán E., Guillermo Barney Materón, Miriam Tabima, Guimar Palomino, Rodrigo Saavedra, Álvaro Vanegas, Roberto Dávila, Hernando Henao Posada, Gustavo Alonso Llanos. © Marianne Cardale de Schrimpff. Calima And Malagana. Pag: 14, 17, 18 ,19, 20

Fotografía de Artistas © Andrés Sánchez Páginas 99, 122, 123, 141, 159, 163, 165, 170, 177, 188, 194, 195, 200, 207 Fotografía de obras pictóricas Alonso García: Páginas 77, 79, 83, 84, 143, 145. 173, 175, 179, 203, 205. Jorge E. Domínguez: 161, 163 Gustavo Vásquez: 113, 115 Danilo Vitalini: 95, 97


Mauricio Cappelli Ediciones contacto: mauriciocappelli.com capelly@hotmail.com 092 - 2723064 318 - 6948636 Palmira - Valle del Cauca Colombia


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