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“Gloriosas ” suposiciones y conclusiones
Estas descripciones son demasiado detalladas para que se puedan interpretar como “ visiones ” o como el recuerdo de fenómenos atmosféricos naturales (¡a los que seguramente los nómadas estaban muy acostumbrados!); tampoco se puede hacerlas remontar a una ingenua voluntad de inventar una forma de aparición que sorprenda al lector: ¡mucho más se ha hecho en este sentido en la producción religiosa! Aquí estamos frente a la presentación de eventos extraordinarios a los que presenciaba todo el pueblo: fenómenos específicos, nuevos en absoluto para la experiencia ordinaria de aquella gente, formados por imágenes, situaciones y sonidos que – si por un momento nos libramos de los prejuicios y seguimos en libertad los pensamientos y los conocimientos actuales – se pueden muy sencillamente reconducir a la presencia de “ algo ” que se estaba manifestando con gran potencia. La palabra kevòd justamente identifica esto: lo que pesa, lo que es fuerte. Nosotros, hoy en día, podríamos definir kavéd (adjetivo) un avión, un tanque, un barco, un elefante… ¿a lo mejor justo el medio con el que viajaban los ANUNNAKI/ELOHÌM?
Merece la pena hablar aquí de uno de los más importantes eruditos judíos, Rashi de Troyes (X siglo d.C.). Comentando el libro de la Génesis, ofrecía una imagen muy real del «Trono de la Gloria de Yahveh», cuando decía que al origen de la creación…
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estaba suspendido en el aire y flotaba sobre la superficie de las aguas como una paloma suspendida sobre su nido, y respondía a su mando.
Así que también para este comentarista judío la “ gloria
” era algo externo respecto a Dios, un instrumento del que Dios se servía para poderse deslizar comandándolo (¿no parece la descripción de un objeto volador?…) A lo mejor es justo este realismo que permitió insertar este paso entre los que se tenían/podían leer y explicar de un maestro solo a aquellos alumnos que parecían capaces de comprenderlos y aceptarlos: nosotros lo definiríamos un paso de iniciación o esotérico, o sea que reservado a pocos. Es preciso decir que esto mantiene su validez también hoy: • ¿Cuántos son los que pueden serenamente aceptar la idea que Dios era en realidad un E.T. que viajaba sobre un platillo volador? • ¿Cuántos son los que instintivamente se rebelan a dicha afirmación que consideran inaceptable? Por otro lado, la entera historia de los comentaristas tradicionales – que niegan obstinadamente esta hipótesis – muestra la enorme dificultad de describir el “kévod” con palabras que pertenezcan a la espiritualidad y a la trascendencia. No es por casualidad que, ignorando cómo interpretar y no queriendo simplemente aceptar la evidencia de un relato, se han visto obligados a añadir conceptos muy complejos. Sobre la “ gloria de Dios ” se ha escrito y se ha dicho que: • es como un diamante con muchas caras que refracta la luz en diferentes maneras y gradaciones; • es un concepto difícil de analizar; • es una categoría teológica; • sus varios y posibles significados nos ayudan a comprender algo del misterio de Dios; • demuestra la existencia del ser, natura y presencia de Dios;
• no es un fenómeno físico impersonal separado de Sí mismo, sino una manifestación de Sí mismo al hombre; • es la manifestación de la trascendencia divina; • es el poder salvador de Dios; • es la revelación de como Él desea que lo conozcamos; • su gloria es su derecho a gobernar en cuanto Dios; • la gloria de Dios ha bajado a la tierra para iluminar a las personas y librarlas de la oscuridad de Satanás; • la gloria de Dios es algo que trasciende el breve espacio de nuestra estancia en la tierra… …¡etcétera!
Como se puede ver, cuando a causa del prejuicio, o sea por necesidad, se ha de librar la fantasía, cada uno puede introducir los elementos que prefiere, los que responden a su personal necesidad de ver el divino. A nosotros nos parece mucho más fácil pensar que quien ha redactado los textos haya transpuesto sobre papel el relato de fenómenos físicos concretos a los que habían a menudo asistido centenares, millones de personas cuyo recuerdo debe de haberse transmitido en el tiempo, al menos en sus aspectos esenciales, aunque sea con las inevitables variables que la transmisión oral siempre pro-
duce.