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Apéndice 3 El Corpus Hermeticum
Apéndice 3
El Corpus Hermeticum
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En 1940, el monje Leonardo de Macedonia, llevó a Florencia, a la corte de Cosimo de ’ Medici, una copia manuscrita en griego del Corpus Hermeticum: una obra compuesta por 17 tratados, atribuida a Hermes Trigemisto (Hermes: “ tres veces grande ”) y que representa el súmmum de la cultura esotérica de la antigüedad. Cosimo de ’ Medici otorgó a Marsilio Ficino – humanista renacentista y filósofo neoplatónico – la tarea de traducir al latín estos 17 libros de difícil interpretación, que se atribuían a un autor que los mismos Padres de la Iglesia pensaban que había vivido aún antes de Platón. El Corpus Hermeticum se presenta como un compendio de doctrinas esotéricas que se habían formado en Egipto, en la época de los Tolomeos (los sucesores de Alejandro Magno en los siglos IV-I a.C.) y quizás derivados de una serie de obras literarias de contenido cosmogónico, astrológico y escatológico; se trataba entonces de textos que contenían los mitos y los cuentos sobre el origen del universo, sobre el nacimiento de los dioses, sobre la creación del hombre y de toda forma viviente; además trasmitían los principios de las doctrinas relativas a las “ cosas últimas ” (ta eskatá, del que llega la palabra escatológico), el final de todo lo que existe. Debido a la vastedad y complexidad de los argumentos tratados, es fácil imaginar que estos libros sean el producto de investigaciones y reflexiones de una larga historia de investigadores, sabios, filósofos, sacerdotes y pensadores en general; de hecho su verdadero autor (el redactor) se desconoce y tampoco se conoce exactamente dónde y cuándo han sido redactados. Pero se piensa que el
definitivo trabajo de redacción haya sido cumplido entre los siglos I y III d.C.. Por el momento, no es posible saber nada más con certeza.
Hermes Trismegisto Este personaje probablemente nace de una interpretación griega del nombre del dios egipcio Thoth. Representado como un Ibis, o como un hombre con la cabeza de Ibis o también como un babuino, Thoth era una divinidad lunar muy antigua y se le consideraba el señor de la sabiduría y de la palabra eterna (según el filósofo griego Platón habría hecho el don de la escritura a los egipcios). Llamado también “ el escriba de los
dioses ” y “ medidor del tiempo
” , para los sacerdotes de Hermopolis (importante centro religioso egipcio) era el demiurgo que había creado el mundo a través del sonido de la voz, pronunciando una sola palabra, la “ palabra potente ” . Así que Thoth representaba la identificación de la palabra (logos) con la potencia creadora; era la síntesis suprema que se proponía como único elemento capaz de poner orden en la confusión que reinaba en el universo antes de su intervención. Toth no era una de las divinidades que componían la enéada heliopolitana (el grupo de nueve deidades veneradas por los sacerdotes de Heliópolis, los custodios de las más antiguas revelaciones y doctrinas religiosas de Egipto; la enéada, generada por Atum-Ra, estaba compuesta por él y por Shu, Tefnut, Geb, Nut, Osiris, Isis, Seth y Neftis). A pesar de esto él era el Dios que «cuenta las estrella y mide y numera la tierra» y tenía el poder de dar a los fallecidos una vida de «millones de años»; además era miembro importante de las divinidades del llamado “Primer Tiempo ” , pertene-
ciente al grupo de los Neteru (los “Guardias ”) que llegaban de un
país estupendo llamado Ta-Neteru: la “ tierra de los dioses ” o “de
los guardias ” . Así que tenía unos poderes particulares, como el de desplazar enormes masas solo con la fuerza de su palabra y, también debido a esto, se le consideraba el Señor de la magia. Curioso e importante es el hecho de que, en los siglos III y II a.C., ya había ocurrido la asimilación entre Thoth y la figura de Hermes Trimegisto: de esto hablan Herodoto, Platón, Jámblico y Cicerón que, en el siglo I a.C., en el De natura deorum la presenta como una tradición ya consolidada desde hace tiempo. Así que Hermes era el señor de la palabra creadora y ordenadora: en este sentido era portavoz de una doctrina de salvación, de un conocimiento capaz de salvar el mundo de las fuerzas que hubieran podido destruirlo; es decir que era un mediator, el depositario y el dispensador de aquella sabiduría que sola puede librar el hombre del mal.