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Concluyendo

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Concluyendo…

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Al principio del libro hemos formulado la hipótesis de que en nuestro pasado hayan habido contactos con civilizaciones extraterrestres así que non hemos puesto algunas preguntas: • ¿Es posible saber algo más? • ¿Podemos concretizar estas hipótesis? • ¿Podemos tener unas confirmaciones?

Pero, sobre todo, nos hemos preguntado si el texto sagrado de la más importante religión occidental ¡tuviese conocimientos y memoria de estos hechos! En esta exposición hemos visto como se haya obligado la Iglesia romana a admitir que la Biblia conocía estas realidades, cuyo relato resulta ser sustancialmente el mismo contado por los Sumerios cuando describían a los Anunnaki con sus platillos voladores. Hemos visto la forma concreta de relatar detalladamente las escenas, de contextualizar los acontecimientos a nivel temporal y de representar su localización geográfica y espacial. La observación que hemos realizado sobre las interpretaciones tradicionales es que parece mucho más sencillo pensar que quienes han redactado los Textos sagrados hayan escrito sobre papel el cuento de fenómenos físicos concretos a los que habían presenciado muchas veces seguramente centenares o miles de personas. Fenómenos cuyo recuerdo ha de haber sido transmitido en el tiempo en sus aspectos substanciales, aunque con todas las inevitables variantes que la transmisión oral produce.

Un aspecto concreto que empujó los autores del Antiguo Testamento a afirmar algo impensable o sea que DIOS MUERE, como todos los demás hombres. Hemos examinado varios conceptos interpretados o revisados por la tradición bajo la luz del dogmatismo monoteísta: los Diez mandamientos, la bendición, la gloria de Dios, los ángeles, las visiones de los profetas… Y en fin también hemos visto y comprendido cómo la inspiración de los textos, hasta la de los más “ místicos ” , tenga un origen humano y sea motivada por situaciones de carácter personal, social, cultural e histórico. De aquí el hecho de que las doctrinas y las interpretaciones de la tradición religiosa determinen a la fuerza unas contradicciones que no son fáciles de resolver, y la cuestiones teológicas que existen desde hace siglos y que no encuentran ninguna solución son la prueba de esto. Pero todo es explicable si, muy sencillamente, se considera la Biblia como una de las tantas obras humanas, que inevitablemente están llenas de contradicciones e incertidumbres. Si se acepta que los llamados Textos sagrados no son nada más que obras escritas por hombres, con todos sus límites, pues ya no se necesita introducir la categoría del misterio, del Dios escondido, del Dios que quiere revelarse pero no del todo, para no pisotear la libre voluntad de elección de los hombres… Cuando existe una explicación linear y comprensible de un hecho es absolutamente inútil – y en este caso también absurdo y alucinante – buscar motivaciones engañosas con respecto a una lectura que se puede sencillamente llevar a cabo con un buen sentido y con racionalidad. ¿No se repite siempre que la razón es el máximo instrumento que Dios ha dado a los hombres para buscarlo, conocerlo y seguirlo? Nosotros hemos intentado aplicarla.

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