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La duda y la hipótesis “inaceptable ”

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El autor

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Los Brahmanes, en la India, decían que los panes de arroz ofrecidos a la divinidad, durante la ceremonia sagrada, se transformaban en la verdadera carne de Dios; los Aztecas hasta celebraban un verdadero rito de la Comunión: comían, convencidos de comer la carne de Dios, un pan hecho con maíz, remolacha y miel, consagrado durante particulares ceremonias rituales.

Así que insistente y persistente llega una pregunta: • ¿Inspirado por Dios… o por Thoth? Pregunta que claramente no quiere afirmar la posibilidad de una tal irreal alternativa, una inexistente rivalidad entre dos diferentes dioses que quieren apoderarse de la paternidad de textos considerados “ sagrados ” . Esta pregunta solo quiere representar una duda que nos parece legítima; es una forma de llamar a la responsabilidad a quien pretende afirmar con absoluta e inequívoca certeza que estos libros son

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“ sagrados ” porque directamente inspirados por ese Dios del que se hacen portavoces. Son demasiados, de hecho, los elementos que los unes a otros textos, a otras confesiones, a las componentes fundamentales de otras religiones…

Vamos entonces a intentar formular una hipótesis sobre el efectivo origen de los textos que nos interesan… No es difícil imaginarnos a Juan ya bastante mayor, consciente de que la vida se le está escapando, mientras busca en el archivo de sus recuerdos. En él nacen temores, dudas, preguntas angustiosas:

• ¿Dónde acabarán las palabras pronunciadas por aquel

Jesús hace años? • ¿Qué significado podrá tener su muerte ahora que están desapareciendo los testigos directos de una vida que a pesar de todo ha sido extraordinaria? • ¿Puede que hayan pasado en vano esos tres años en los que se ha hablado de Dios, se ha rezado, meditado, combatido con doctrinas contra la hipocresía de los fariseos, se ha andado mucho recogiendo maíz en los campos y durmiendo en cualquier lado? • ¿Esos años solo son el recuerdo de una maravillosa tentativa inútil? • ¿Había realmente vivido en vano aquel Jesús que intervenía en la vida de sus pobres connacionales, aliviaba los dolores, borraba las pequeñas y grandes angustias de un pueblo que se consideraba “ elegido por Dios ” , pero que se encontraba gobernado por bárbaros extranjeros? ¡No podía ser así! • Muchas veces, y en varios lugares de la Tierra entonces conocida, Juan había contado la historia de este hombre que había sido grande, tan grande que no se le podía considerar solamente como a un hombre: dentro de sí tenía una luz particular, parecía hablar como tampoco los máximos Doctores de la ley sabían hacer; acusaba, reprochaba y perdonaba con una autoridad que ni se había visto en los anteriores profetas… • ¡Qué satisfacción seguía sintiendo cuando pensaba en la rabia de los «conformistas» que asistían a esos banquetes a los que participaban junto con el Maestro, entreteniéndose con «publicanos, pecadores y prostitutas»…!

• ¡Qué placer sutil probaba en violar las árida y absurdas leyes de la tradición, para apoyar, en cambio, toda la fuerza de un mensaje nuevo y perturbarte…! • ¿Cómo se podía dejar que la historia de aquel hombre que había hecho acciones tan extraordinarias terminara? • Era agradable vivir con esas certezas, uno se sentía el amo de la tierra; en aquellos días nada podía oscurecer aquella sensación de serenidad y potencia que surgía de la certeza de la llegada inminente del reinado de Dios… • En los años y en las predicaciones de Juan los recuerdos se cristalizan sobre aquellos acontecimientos que han marcado las etapas fundamentales de aquel recorrido empezado con el bautismo en el Jordán y que han terminado con el

Gólgota: algunos actos vienen a la memoria, analizados ahora bajo la luz de lo que un espíritu religioso quiere absolutamente creer; los discursos adquieren nuevos significados y puede que más profundos, se enriquecen de valores que se van formando con el tiempo, con nuevas reflexiones, con comparaciones, con contribuciones de otras doctrinas que parecen facilitar la comprensión de lo que a veces parece no tener sentido. • Así que Jesús no podía morir por segunda vez, ¡no podía desaparecer con la muerte de los últimos testigos de su vida! • ¿Pero cómo se podía imaginar de comunicar a las clases cultas de la época, a los iniciados, a los conocedores de las doctrinas mistéricas, un mensaje que provenía de una oscura nación sumisa a los romanos? Además un mensaje predicado por un aún más oscuro habitante de un pueblecito casi desconocido a los mismos Israelitas.

• ¿Qué reales posibilidades tenía esta Buena Noticia de ser escuchada y aceptada por gente acostumbrada a doctrinas bien diferentes?

Desde aquí, a lo mejor, nació la necesidad de hacer creíble la predicación de este carpintero judío que no tenía ningún título para hablar a la entera humanidad. De aquí la necesidad de acercar Jesús a la antigua y misteriosa tradición de los Grandes iniciados. De aquí la elección de utilizar para él aquellas solas categorías que a lo mejor lo acreditarían y lo harían aceptable.

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