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Jacob y Esaú
una comprensión afectuosa, no se trata de pedir la ayuda de Dios o de recibir alguna energía o poder mágico…La bendición que ha pedido es inequivocable: ¡agua para cultivar el campo! ¡A esto servía! Su padre le concede cuánto solicitó: Caleb permite el acceso a « las fuentes de arriba y las fuentes de abajo», dos fuentes que se encuentran al norte y al sur del campo. De esta manera se concedió la bendición (berakhàh), la tierra se volvió fértil y los dos pueden producir comida. Ningún elemento mágico, chamánico o espiritual: la bendición actuó enseguida porque era concreta: ¡agua para un campo árido!
Jacob y Esaú
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(cfr. Gn 27,1 y siguientes) La historia de estos dos hermanos es seguramente una de las más conocidas de la entera Biblia. Son los dos hijos de Isaac, pero Esaú nació primero así que es él el primogénito. Cuando Rebeca estaba a punto de parir (Gn 25,24 y siguientes):
resultó que había dos mellizos en su vientre. Salió el primero, rubicundo todo él, como una pelliza de zalea, y le llamaron Esaú. Después salió su hermano, cuya mano agarraba el talón de Esaú, y se llamó Jacob.
¿ “Pelo rojo ”?
Es interesante subrayar como la Biblia haya advertido la necesidad de indicar que Esaú era « rubicundo todo él, como una pelliza de zalea» (Gn 25,25); esta característica del pelo rojizo o rojo la encontramos en el Antiguo Testamento (pensemos, por ejemplo,
en el rey David) y se le observa como un hecho que no es habitual: es imposible no fijarnos en lo que hemos dicho en el capítulo dedicado a los ANAQÍM o sea que el producto de la creación por parte de los ANUNNAKI se identificaba con la denominación de «cabezas negras», casi para crear una diferencia con otros colores de pelo. Es bastante curioso pensar que el presentarse del fenotipo caracterizado del pelo rojo pudiera ser interpretado como una forma de volver a aparecer de algunas características de la especie dominante, de la raza de los creadores. No tenemos pruebas seguras, pero la identificación del color del pelo era seguramente un factor de cierta importancia. Vale la pena contar aquí una curiosidad justo relativa a estas diferencias. En el libro apócrifo de Enoc, se cuenta que la mujer de Lamech, nieto de Enoc, dio a luz un niño cuyo aspecto causó muchas dudas en el padre. La piel del recién nacido tenía el mismo color de los nativos de la zona, era blanca y rosada, y sus pelos eran blancos y los ojos tan bonitos que parecían emanar luz. Lamech entonces dijo a su padre Matusalén que había dado a luz a un niño que no se parecía a los seres humanos sino más bien a los “ángeles ” . En fin, Lamech sospechaba que uno de los “Guardianes ” hubiese engendrado a su hijo. Matusalén pidió explicaciones a Enoc que lo tranquilizó, asegurando que ese niño era realmente hijo de Lamech y que se iba a llamar Noé. Así que este tema de las diferencia vuelve a menudo en parte de la literatura de la época.
Esaú era un cazador y le encantaba vivir libre en la estepa, mientras que Jacob prefería la tranquilidad de la vida pastoral en los
campamentos familiares: el primero era muy amado de Isaac mientras la madre Rebeca prefería el otro. El capítulo 25 cuenta que un día Esaú volvió de una de sus cacerías cansado y hambriento; pidió a su hermano que le diera un poco de esa sopa que estaba preparando, pero Jacob aprovechó la situación y pidió a Esaú que le concediera la primogenitura en cambio de la comida. Esaú no tuvo ninguna duda, vendió sus derechos por un trozo de pan y un plato de sopa de lentejas: de aquí llega el conocido proverbio que todos conocen y que se refiere a la cesión de algo muy importante a cambio de un “ plato de
lentejas ” . Esta cesión fue acompañada y ratificada por un juramento, pero evidentemente este acto formal no era suficiente para que se considerara concreta y operativa la cesión de derechos tan importantes en la vida de los individuos y de las tribus que dependían de ellos. De hecho, cuando Isaac se hizo viejo y sintió que iba a morirse, llamó su primogénito, Esaú, le pidió que le trajera carne de caza y que preparara un buen guisado para acompañar con alegría la ceremonia oficial de su bendición e investidura oficial. La madre Rebeca, que quería que estos derechos perteneciesen a su hijo predilecto, manda llamar Jacob y con él teje un engaño. Y nosotros nos preguntamos: ¿qué necesidad tenían de engañar a Isaac, si el juramento de Esaú hubiera tenido algún valor legal? Hubiera sido suficiente comunicar al padre la cesión de derechos, pero probablemente las cosas no eran tan sencillas. El engaño toma forma. Jacob se aprovecha de la ausencia de su hermano y se sustituye a él, cubriéndose con pieles de cabritos que tenían que simular la vellosidad de Esaú y presenta a Jacob un plato de carne preparado
por su madre Rebeca. El padre, viejo y ciego, no se da cuenta del cambio y “bendice ” a Jacob con la formula ritual que contenía el objeto de la bendición (véase Gn 27-29): tener el roció de cielo, las grosuras de la tierra, abundancia de trigo y mosto, ejercer el poder sobre los pueblos, ser señor-dueño de sus hermanos y recibir de ellos honores y reconocimientos… Es decir que la bendición otorgaba todos los derechos materiales relativos a propiedad, riqueza y poder. Daba todo esto en exclusiva con un doble significado: solo podía tener estos derechos el primogénito y además estos eran los únicos privilegios previstos con la bendición (berakhàh). Pronto Esaú, que tras volver de cazar y se presentó delante de su padre para recibir la tanto deseada bendición, descubrió el engaño. Cuando Isaac se da cuenta de que ha sido engañado y ha bendecido al hijo equivocado se desespera - «un fuerte temblor» - yse justifica con Esaú. Ahora mismo está claro que si esa bendición hubiera sido de orden espiritual, Isaac no hubiera tenido ninguna razón de desespero, porque ese tipo de bendición está siempre disponible para cualquiera y sin ninguna limitación. Pero se ve que las cosas no eran así… De hecho Isaac hace una pregunta que a nosotros parece incomprensible si la vemos bajo la luz de una bendición espiritual (Gn 27,36):
lWbA-AWH fYASJ
atsàlta-lo-ha
jiòmer-va lado-a-puesto-has-no-que-quizás mi-a-da
HUfB
berakhàh SW
li ¿?bendición mi-para