UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR D E SAN MARCOS
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C E N T E N ARLO
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CERVANTES
Luis Alberto SANCHEZ ^ José JIMÉNEZ BORJA "' Augusto TAM AYO VARGAS Manuel BELT ROY J José GABRIEL.
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gloria máxima de la literatura española, recibió en el 4 cen9
tenario de su nacimiento el homenaje de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima (Perú). E l presente volumen documenta el homenaje rendido.
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Edita el Instituto
de
Periodismo
de la Facultad de Letras
UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS Lima
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PERÜ
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Â¥ CENTENARIO DE CERVANTES
UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS Lima
,
-
(PEKÜ)
Publicaciones del Instituto de Periodismo (Facultad
de
Letras)
T o d o s los derechos reservados
Talleres Gráficos de la Editorial Lumen S. A . Pescadería 133-137 - Lima, P E R Ú _ Enero, 1948
UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS
4° DE
CENTENARIO CERVANTES
Luis Alberto SÁNCHEZ Augusto
-
José JIMÉNEZ
TAM AYO
Manuel BELT ROY
— José
Lima PERÜ
VARGAS GABRIEL
BORJA
EXPLICACIÃ&#x201C;N
t^tlcy ARA el mundo de habla hispánica, el año 1947 ha sido el año del i centenario del nacimiento de Cervantes, y ningún otro acontecimiento propio ha habido más señalado en su curso. El Perú, comarca ilustre de ese mundo, se asoció jubiloso a la celebración común; del Perú, especialmente, Lima, su capital; y de Lima, particularmente, su eje cultural, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, próxima a su 4? centenario también. ?
Por disposición de la Rectoría sanmar quina, se desarrolló en la vieja casa universitaria una semana celebratoria, del 6 al 11 de Octubre, días vecinos a aquellos en que, presumiblemente, vió la luz el autor del Q U I J O T E , cuatro siglos atrás. Correspondió la apertura de la celebración al profesor de literatura de la Facultad de Letras Dr. Augusto Tamayo Vargas, que en el Salón General de San Marcos, ante un público numeroso de profesores, estudiantes, maestros, obreros, disertó sobre "Cervantes, síntesis de la cultura española". Siguió el orden el director del Instituto de Periodismo de la Facultad Sr. José Gabriel, que habló del "Amor a les niños en Cervantes". Luego, disertaron, ante la creciente expectativa general, el Decano de la Facultad de Letras, Dr. José Jiménez Borja, sobre "Primor y esencia del P E R S I 7
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L E S " , y el Rector de la Universidad, Dr. Luís Alberto Sánchez, con un "Preludio cervantino". Clausuró la propicia semana el Teatro Universitario del Departamento de Extensión Cultural de San Marcos, que representó en el Teatro Municipal de Lima, con caluroso aplauso, la tragedia E L CERCO DE N u MAN CIA de Cervantes. Días después, el centro estudiantil de la Facultad de Letras realizó otro acto conmemorativo del nacimiento cervantino. Se registran en este volumen las conferencias antedichas, los discursos de la conmemoración estudiantil, y una breve crónica de la representación de la NUMANCIA, con las palabras de apertura del Dr. Manuel Beltroy, director del Departamento de Extensión Cultural.
D r . Augusto TAMAYO VARGAS. profesor de la Facultad de Letras.
CONFERENCIANTES CERVANTINO
DE!.
DE SAN
CICLO
MARCOS
Sr. losé GABRIEL, director de! Instituto de Periodismo.
LOS jefe? romanos en el sitio de Numancia
REPRESENTACIÃ&#x201C;N D E L A " i s y M A M U A " D E C E R V A N T E S POR E L T E A T R O U N I V E R S I T A R I O
L a s mujeres nnmaiitina.s ofrecen su sacrificio en aras de la divinidad nacional.
CONFERENCÍAS
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Cervantes, Síntesis de la Cultura E s p a ñ o l a por Augusto
TAM AYO
VARGAS.
SE inicia con este acto la semana que la Universidad Nacional Mayor de San Marcos dedica a Cervantes en el cuatricentenario de la inscripción de su nombre —entre otros tantos humildes— en ía Iglesia de Santa María de Alcalá de Henares. Motivo de apertura es para que, alterando la consabida narración de su vida y dejando para más versados guías la interpretación y anotación de sus textos, hagamos hoy la inspección del terreno y busquemos la sensación del transcurrir de la cultura hispana en la que Cervantes bebió a sus anchas y del grueso borde del recipiente y no como aquel Lazarillo que cuenta el anónimo de Tormes, que hubo de hacerlo por el pequeño agujero que industriosamente abriera en el fondo y por donde goteaba dificultosamente el vino generoso de España. No haremos, tampoco, repetición del ambiente de L a Mancha, por donde cruzara la figura del hombre desdoblada en las sombras de hidalgo y escudero. Y a Azorín mostró las tierras secas de 11
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Castilla, propicias para la reflexión y el renunciamiento, y las calles "anchas y desmesuradas" de sus pueblos acogedores en la paradoja de su parquedad, con las casas "bajas, de color grisáceo, terroso y cárdeno"; por encima, un cielo "anubarrado y plomizo", mientras "sopla y ruge" el vendaval que es allí "furioso y helado", llevando consigo "impetuosas polvaredas"; las campanas tocan con "sones desgarrados y plañideros" y cruzan lentas y parsimoniosas las estampas del "labriego enfundado en su traje pardo" y la mujer que, con vestido negro y las ropas a la cabeza, "asoma entre los pliegues su cara lívida"; algún perro ladra en los patios solariegos donde los hidalgos viven orgullosos de su pobreza y de Cervantes; la plaza es ancha y desierta; las iglesias vetustas tienen "los muros rojos". Pero en este medio solemne, magro, está vibrando la pasión de un pueblo que pasa de la tranquilidad a la angustia, de la serenidad de los campos "apenas rasgados por el arado celta" a la exaltación colectiva, vibrando enloquecido y lan^ zándose a tejer fantasías y a sembrar su vida de inenarrables torturas interiores. Y otra vez, del ímpetu y de la sinrazón al "estéril marasmo". T o do esto está ya trazado por hábiles captadores del ambiente, como escenario y drama del tipo español y como campo del Q U I J O T E , donde Cervantes censurara la exaltación "loca, baldía" —continuamos parafraseando a Azorín— para hacer de aquélla "amo; al ideal, audacia y confianza en nosotros mis-
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mos, vena e n s o ñ a d o r a para la realización de grandes empresas humanas". Esto constituye la visión inmediata, circundante. Sobre ella incidió la inteligente y noble tarea literaria de la g e n e r a c i ó n española del 98. Unamuno, Azorín, Ortega y Gasset, han ahondado en Cervantes y han levantado el verdadero monumento de su gloria, sobre la belleza de sus observaciones y sobre e! hincamiento de la personalidad del hombre que está presente y palpitando en la obra de Cervantes, con alegre naturalidad pero con meditada sutileza. A t r a v é s del trabajo que v o y a exponer surge m á s bien —escueto y desmayado a medida de mis fuerzas—• el escenario de la evolución hispana, en redondo, en un intento de exprimir en Cervantes todo el panorama de la cultura ibérica que se nutrió de savias diferentes, c o n f u n d i é n d o s e las raíces desparramadas del hombre en un nuevo haz que tendría y a tierra de Oriente y Occidente apretada a la substancia vegetal, para f o r j a r el tipo del esp a ñ o l que es europeo y americano, de A f r i c a y de A s i a , con el ingenio puesto a órdenes de la sensualidad y la sensualidad encauzada por el maravilloso discurrir que tiene precisamente su ejemplo en esa envidiable literatura cervantina. Si Cervantes es universal y . como lo llamó Bovle, "honor y delicia del g é n e r o humano", su expansión hacia el mundo y su identificación con el hombre-tipo, que él mismo pintara, las realiza en función de hispano, de miembro de una comunidad
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que es más que ninguna, tal vez, ejemplo vivo de mestizaje, conjunción y resumen de muchos grupos que caminaron antes por variados caminos y que aportaron un poco de su mundo a la concepción total. Presentación de la España Antigua E N el extremo del mar que los fenicios hicieron suyo, se levantan las columnas de Hércules, puertas gigantes que se abren al infinito del mundo antiguo. L a ninfa Calipso —el hada madrina de Ogigia— es la sombra bienhechora de esos parajes, a los que Odiseo llegara en su trascendental viaje, perdido en los mil accidentes de los vericuetos mediterráneos. Base y sostén de una de las columnas, Iberia extiende su rugosa superficie entre dos mares y se incrusta, después, en Europa. E l elemento aborigen —iberos y celtas— pernocta en las cuevas de las montañas y mira, desde la costa occidental, la superficie azul marina de un agua que seguramente caerá en cascadas allá donde la vista sólo puede precisar la angustia de las caídas de sol. Más tarde, cartagineses y romanos hacen de la península campo de lucha; y dos nombres pasan a la historia sobre la piedra roja y gris de las sierras ibéricas: Aníbal y Escipión. España brinda a Roma las figuras incontrastables de Séneca y Lucano perdidos en la "locura artistica" de Nerón; de Marcial, ambulando con sus sátiras por las calles latinas; de Quintiliano revolviendo las citas ciceronianas. Y recibe después.
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entre gritos guerreros, la invasión visigótica. Los pueblos germanos dominan la península. Después, su reino emigra de Tolosa a Toledo, radios urbanos de una nueva cultura, donde la causa cristiana obtiene la victoria, en los tiempos de Recaredo, sobre los dioses góticos del Walhalla. Galopes de vándalos y suevos atraviesan las mesetas españolas, las quebradas y los puertos abiertos a las gaviotas impávidas de los piratas mediterráneos. Mahoma ha prendido el desierto con nuevas canciones, y el viento de la desolación y de la arena, que arrasa los campamentos norafricanos, lleva a los necesitados —bajo el pretexto de su Media Luna—• a las codiciadas tierras de Europa. Iberia cae en manos musulmanas con la leyenda sensual de Don Rodrigo; y los mestizos habitantes se refugian, como los antiguos celtíberos, en las rocas cóncavas, en los parajes sombríos de las montañas morenas donde la nieve perfila las cumbres y donde los hombres ya cantan coplas guerreras. Dentro, en las estalactitas, se está grabando la historia; capitales de Oriente se trasplantan al suelo ibérico; las antiguas cantigas viven en las ciudades edificadas alrededor de los monjes catequistas; y desde la Persia de los caballeros de Firdousi, desde la India donde Kalidasa envía mensajes amorosos por medio de las nubes, desde Arabia con perfumes y cantos quejumbrosos a los celajes que recaman el desierto, llega un nuevo ritmo, una entonación exótica, que se mezcla a raíces populares y crea el tipo
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m o z á r a b e ; alma, germen y esencia de la E s p a ñ a que va a nacer. E l romance ha comenzado a vivir: Helo, helo, por do viene el moro por la calsada, caballero a la jineta encima una yegua baya; borceguíes marroquíes y espuela de oro calzada, una adarga entre los peches y en su mano una azagaya.
L o s francos, agrupados en reino europeo, detienen el avance m u s u l m á n ; pero los héroes del desierto rumian su lujuria por espacio de tres siglos en la P e n í n s u l a Sur-Occidental del Continente. E l feudalismo adquiere así un c a r á c t e r original en E s p a ñ a ; los caballeros mestizos van reconquistando, palmo a palmo, la tierra que llaman suya; y antes que en F r a n c i a , Inglaterra e Italia las ideas renacentistas desenvuelvan la idea de " P a t r i a " , los soldados peláyieos han estructurado una conciencia nacional. Dos reinos hacen su historia por separado, hasta que la alianza de Fernando e Isabel resume a E s p a ñ a y adquiere por ella la integridad del suelo patrio. Sobre sus cabezas coronadas, el Catolicismo forma la Inquisición que reprime el genio libertario renacentista y forma una categoría espiritual sui géneris en el desarrollo social de E u ropa. Los á r a b e s abandonan Granada por la acción civil; mientras los judíos refugiados en Toledo, abjuran sus concepciones mesiánicas. se refunden con la cultura indo-germana, o caen en la hoguera " S a n ta". E l mar, que contemplaron desde sus atalayas
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los. celtíberos, ha detenido sus cascadas en el horizonte, y ha formado una nueva tierra donde el sol se levanta en templos a más de tres mil metros de altura. Colón —en el momento de la superación de los conocimientos náuticos—• llega con sus tres carabelas a las avanzadas de ese continente extraño. Y España trasplanta su genio. Trasplante con riego de sangre, que llena nuevos cauces y las ciudades de piedra y adobe, las cumbres y hasta la selva, y que se recoge en sus enormes ríos. Historia vieja de España: formación y dominio del mundo bautizado "moderno", que realiza en rápidos años como si quisiera apurar sus posibilidades para cumplirlas en su plena intensidad. Conjunción de Oriente y Occidente. Historia que se hace más de pueblo y de iniciativa anárquica que de nombres directores aislados. "Inmenso fantasma que se llama Juan Español", como diría alguna vez Alfonso Reyes, mostrando la plétora vital del pueblo hispano que se abrió paso •—uno y multitud— para escribir tres grandes epopeyas: la Reconquista, el descubrimiento de América y la lucha contra la invasión extranjera. Expresión de ese espíritu popular, de la "sabiduría común" del hombre español, fué M i guel de Cervantes Saavedra en las figuras de sus N O V E L A S E J E M P L A R E S y en las aristas de ese binomio Sancho-íQuijote. E l idioma de Castilla
Y A el Padre Mariana dijo que el idioma de Castilla es la avenida de muchas lenguas. Elementos
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múltiples que v a n a realizar el prodigio del romance castellano, que corresponde a esa conjunción de elementos que hemos estudiado sintéticamente. T r e s factores esenciales deben apreciarse en él: un n ú cleo central, que es el latín afianzado en l a p e n í n sula con l a dominación romana: dominación honda, fuerte, organización jurídica, sentido culturizadot. Luego, un acopio de palabras y métodos a b o r í g e nes, que los primitivos habitantes dejaron como un sello de su permanencia y de su acción, y que modifican la forma "clásica" destruida y a en su mayor parte por l a propia soldadesca romana. Y las corrientes góticas, cristianas, á r a b e s y judías, que a l teran el latín, dando nuevas expresiones, y que forman así una conciencia especial: l a conciencia española. Galaico-portugués, a r a g o n é s , leonés y Castellano, nacen de este cruzarse de los elementos, y cuando los Reyes Católicos obtienen el doble triunfo de l a expulsión musulmana y de la unificación religiosa, Castilla domina l a península, y h a ce de su lengua l a lengua nacional. E l Condado de Castilla es el corazón de E s p a ñ a . E l recio h a bitante de Toledo y de Burgos ha suprimido l a "i" clásica y ha estereotipado el sonido " j " en vez de "11". N o puede dejarse de lado, sin embargo, l a influencia espiritual del g a l a i c o - p o r t u g u é s que pone en el ambiente l a nota del juglar, del trovador provenzal que buscó nuevos motivos de "camino" en los matices gráciles —paisaje de líneas suaves— de las tierras gallegas. S u v o z milagrera resuena en los relatos primigenios de S A N T A M A R Í A
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C I A C A y en el L I B R O D E L O S T R E S R E Y E S D E O R I E N T E .
Y también todos los demás llamados más tarde dialectos de E s p a ñ a , contribuyen a la lengua común con sus cantares de gesta, donde los héroes conquistan ciudades y desbaratan batallones moros, y que los aedos de esta etapa de dominación germánica repiten en los salones de los señores y en los muros de las ciudades. Cantos de Gesta que promueven un mundo de aventuras y de caballería andante, que persiste en E s p a ñ a , por encima de todo el Renacimiento, valiéndole aquella frase de Cassou: " l a tierra de los gloriosos e ilustres b á r b a r o s " , y a que sólo en ese sentido de la conquista y el lance debe entenderse el giro del literato francés, que guarda otras suspicaces interpretaciones. Dentro de la evolución idiomática de E s p a ñ a merece p á r r a f o aparte la invasión de los moros. Los elementos populares, que se confundieron con los orientales, hablaban sus dialectos, y los implantaron dentro de la cultura mozárabe, que f u é la resultante del contacto con Arabia, aunque no mestizaje racial. E l latín queda en los monasterios y entre ciertos sectores culturales de las regiones que conservaron los indogermanos. H a y momentos en que el elemento á r a b e domina abiertamente a E s p a ñ a ; se traducen los textos de las Sagradas E s crituras, y las victorias de Almanzor levantan, aun más, el espíritu del desierto. S i n embargo, lo que termina por formar el substratum de la nacionalidad es •—como y a dijimos— el elemento m o z á r a b e , que no perdió las cualidades esenciales de la primi-
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tiva cultura. L o s "glosarios" y "los diplomas" son loa. documentos que conserva la historia como prueba de esta etapa interesantísima de t r a n s i c i ó n . Por encima de unas cuantas palabras que aumentaron el léxico del peninsular, la dominación á r a be influyó fundamentalmente en la conciencia del individuo. Tampoco t r a n s f o r m ó la estructura formal del lenguaje. S u obra de p e n e t r a c i ó n cultural d u r ó tres siglos. Y el profundo lirismo oriental i m primió un extraordinario selio a la poesía e s p a ñ o l a y por ella a la poesía toda de E u r o p a . E s así - - c o mo afirma Julián Rivera—'que después de v a r i a s centurias de p é r d i d a de la tradición lírica, surge de pronto una maravillosa floración de voz poética, cuyas raíces —-señala el mencionado autor— e s t á n en la cultura musulmana que trajo de los jardines pérsicos y de la floresta del Penjab, la savia v i v i ficadora de su lírica actitud ante la Naturaleza. L a canción andaluza es asimismo expresión inconfundible del espíritu m o z á r a b e que imprimió definitivos rumbos a l a música y a l a plástica surespañola. L a partida de nacimiento del Castellano es el M í o C I D , que todos hemos leído con la actitud respetuosa que guardamos ante un alumbramiento; un alumbramiento que nos llega muy de cerca. E l M í o C I D es castellano en su reciedad y en su contenido objetivo, diferencia fundamental frente al ambiente .maravilloso, de leyenda miliunanochesca, que guarda el canto de gesta en el primitivo romance de " o i l " . C o n el M í o C I D se plantea en el escenario español
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al héroe: héroe nacional; no Rolando, ni Lanzarete, tipos de estructuración feudal. Héroe que coge en sus manos, algunos siglos después, Gracián, para pergeñar al tipo del hombre superior, que en otros moldes ha querido ensalzar la literatura nietzscheana. E l héroe español es hombre y caballero, y en ese doble sentido de humanidad y caste llanía está encerrado el porqué de su aceptación universal. Más adelante, Alfonso el Sabio da al Castellano carta oficial, ordenando la redacción de las estrictas fórmulas del Derecho en Romance, como una incontrastable prueba de su eficiencia social, y a que era el "romance", según la feliz expresión de Berceo: en el que "suele el pueblo rabiar a su vecino". Desde entonces, el idioma va pasando por sucesivas etapas de refinamiento. Desde el poco pulido lenguaje del siglo xm podemos llegar al A r cipreste de Hita, donde se halla la socarronería y el giro netamente español de la obra. E l L I B R Ó D E B U E N A M O R es uno de los pilotes de la cultura
hispánica. Puede decirse que el Arcipreste de H i ta es una lejana perspectiva del Teatro Peninsular, que fué alma y desarrollo del espíritu popular español: alegre en su decir; severo en su actitud. Y continuamos así, en este paso de avance del Castellano, que deja para su estudio la profusa documentación de sus romances —que con tanto ca> riño ha estudiado Menéndez Pidal—; la literatura galana de Juan de Mena y del Marqués de Santillana. y la vieja y siempre repetida "canción de la
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muerte" de Jorge Manrique. Luego, ha de venir el estilo plateresco •—como le llama Valbuena Prat— de la etapa de los Reyes Católicos, donde España, influenciada por el humanismo, pero no envuelta ni dominada por él, estampa la interesante y aventurera figura de Juan de la Encina, precursor del teatro —nuevo aporte a él— y bohemio por las tierras itálicas; y de Rojas, con L A C E L E S TINA, gran novela tipo de la cultura española y marcado hito de su evolución idiomática. En Fray Luis de León está un nuevo momento del idioma castellano. Luis de León, "humanista escriturario" como 3o han llamado los críticos, es la superación del estilo castellano dentro de la tendencia españolista que representa la época de Felipe ir. A l estilo cortesano anterior —Boscán, Garcilaso*— sucede el predominio de la lengua nacional en un amplio y definitivo sentido. Toda la fonética de Castilla ha triunfado al alcanzar su edad adulta; Menéndez Pidal ha dicho que en ese momentó "la lengua hablada adquiere los caracteres fonéticos que hoy la distinguen; la lengua escrita produce la modalidad sin duda más hermosa que jamás se escribió en España". E l Castellano que Nebrija organizara dentro de un primer intenta gramatical, en el despertar de las ciencias, terminando por completo la influencia de la " h " aspirada, con la " ) ' que ya ha reemplazado diversos sonidos, entre otros el de la " x " , antigua emisión sorda.
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E l maestro de Salamanca es un revolucionario del estilo. L a poesía adquiere en él tonos anteriormente no vistos; y con gracia y donosura extrañas, trasplanta al Castellano los inmortales giros de idilio y de flor en primavera que caracterizan E L C A N TAR DE LOS C A N T A R E S . También Virgilio, Horacio pasan del latín a la hija predilecta, y del tradicionalista ditirámbico Píndaro —lirismo en la historia y la geografía— vierte Luis de León al "romance" los viejos epinicios griegos. E l Castellano, pura corriente popular, extraordinaria fuente donde se cruzan todas las vertientes de la montaña, regresa al clasicismo en la más bella de las interpretaciones y en la más substanciosa de las traducciones. L a naturaleza adquiere en la literatura los maravillosos tonos del humanismo y ronda apretadamente al hombre con ese inesperado giro rítmico que Montaigne descubre en el movimiento renacentista de la Europa toda. Pasados los años de mera abstracción en que los ojos se van afilando cada vez más en las concepciones flamígeras, puntas en el cíelo, el hombre ha vuelto a la tierra. E l Castellano, purificado a través de varios siglos, el Castellano de Fray Luis, es el que vino a América. L a respuesta fué inmediata: Garcilaso, el Inca, y Ercilla, mestizo uno en la raza y el otro en su adaptación al medio histórico-geográfico, legan al Castellano nuevos productos de cultura; Amarilis se recrea en los giros castizos de su silva, triunfadora de Lope; y más tarde, el Lunarejo, ya completamente americano, representará un
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decisivo paso en el lenguaje común de nuestra América y España, cuando el barroquismo muestra las encrucijadas de la belleza formal, América entonaba el idioma con nuevos objetos del pensamiento y con ricas fórmulas de expresión. E l espíritu dinámico de España y de América se confunden. Por eso Unamuno decía que era patria suya cualquier lugar en que su lengua resonara. E n ese momento de alba, de arcoiris tirado desde los yermos castellanos hasta las piedras totémicas de los Andes, nace para la leyenda castellana M i guel de Cervantes Saavedra, entre los versos a la muerte de una reina de Valois y una novela pastoril. Formación Cultural de Espaáía
L A cultura española cumple un extraordinario proceso desde la dominación romana. Todo el pasado está completamente perdido y quedan tres o cuatro observaciones sobre una vida primitiva. Pero el valor intelectual de Iberia arranca de la época en que, provincia romana, ofrece a la metrópoli grandes conductores del pensamiento imperial: Séneca, Lucano, Quintiliano, Marcial —ya mencionados— responden a una imaginación y a un estilo que en el correr de los años remozarían en la península. Y es que el medio español —no se por qué extraña influencia telúrica— produjo mil afluencias culturales con una idéntica raíz. Hay que esperar aún de él una nueva floración intelectual que rompa en la propia España, y en el mundo to-
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do, la monotonía desesperadamente cruel de la Supremacía de intereses mezquinos que persiste en sacudir la civilización de Occidente. Cuando parecía haber terminado todo un ciclo cultural, roto el imperio romano y entregadas las provincias a la inactividad del pensamiento, con esa tersura de muerte que siempre se nos ha representado como sucediendo al dominio romano, surge la figura amplia de San Isidoro y su escuela, para revivir el apego a las letras, para descubrir los viejos documentos grecolatinos, para ordenar las diversas ramas del pensamiento y convertir su obra en un vasto museo humanista; porque San Isidoro es un humanista del siglo vil. Sus etimologías son un valioso agrupamiento de la tarea mediterránea. Los grandes poetas de Grecia y Roma se han salvado del olvido. L a Edad Media, que parecía cubrir con una espesa capa la prodigiosa obra de la antigüedad, salva por medio de San Isidoro el rico bagaje que tenía ya la humanidad, y que se hubiera perdido como botín de infortunado corsario. De la Escuela Isidoriana se guarda —como fiel reflejo hispano— el dulce recuerdo de San Eugenio, noble poeta que anticipándose a las elegías renacentistas se lamenta de la llegada de la vejez —¡oh, prodigio de la savia rebelde española!— San E u genio, de cuerpo enfermizo, rompe con la clásica estructuración silábica para entregarse a un verso libre, polimétrico, que sólo el Arcipreste se atrevería a seguir, antes de que el romanticismo produjera la renovación poética de los últimos siglos.
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E l aporte inmediato de la cultura hispana es el avance moro. Y a nos hemos referido a él. Pero es conveniente insistir. Morisco es el tono lírico; morisco el canto andaluz que corre por Europa y revuelve las concepciones juglarescas del amor. E l amor y la muerte son dos esclavitudes; el amor y la muerte hay que soportarlos: canto de crepúsculo y voz de profunda sensualidad. E l vasallo feudal adquiere una nueva tonalidad para cantarle sus cuitas a la dama del castillo. Se comienza a pensar en la muerte en forma diversa a la sostenida por los venerables monjes cristianos. Y lo que es esencial en la Historia Literaria no sólo de España, sino de Occidente todo: la novela nuestra es en gran parte de origen arábigo. L a novela que esbozaron los griegos y los romanos, porque apenas apuntalaron una novelística Luciano. Apuleyo o Petronio, había alcanzado ya características elocuentes en la India. Pedro Alfonso, hebreo converso, traduce en su D I S C I P L I N A CLERICA-LIS treinta cuentos típicos de Oriente, y el cauce se abre a la codicia de los culturizadores. Raimundo Lullio y el Infante Juan Manuel trasplantan a la prosa el color especifico de la novela. E l apólogo hindú del C A L I L A y del HITOPADESA, los C U E N TOS DEL V A M P I R O , llegan a Europa y hacen cuerpo. Los caballeros persas se encarnan en el movimiento feudal, y Rusten y mil otros príncipes se transforman en Cifar o en Amadís, caballero disputado por España y Portugal, ya que es ibero por sus cuatro costados. Claro que el cuento clasicista de
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Tascaría y Umbría tuvo sus antecedentes grecolatinos; pero la novelística debió mucho más al f i lón indo-arábigo que a la repetición de los cuentos de corte itálico. L a corriente musulmana fué así generadora de una vasta obra literaria. Además produjo la extraordinaria detención de España en la marcha de los acontecimientos europeos. Si por una parte precipita e] movimiento nacional, que es un concepto renacentista; por otro detiene en España la marcha de la burguesía. E l español tiene que luchar por la reconquista del suelo, no por la situación de sus artesanos, de sus industriales. Los comerciantes, en su mayoría, son extranjeros, la mayor parte judíos, perseguidos más tarde, y que se llevan al resto de Europa el genio de su pequeña industria. Apenas si en Toledo los fabricantes de objetos de platería y de armas subsisten como competidores de la industria de Florencia, hechizo de ciudad más fuerte aún que la trágica atracción de las sirenas en el viaje de Ulises. L a obra musulmana creó la resistencia del indogermano, y cuando éste recobró su tierra plenamente, España recién se abrió a las corrientes humanistas; inmediatamente después, la tendencia católica produjo la reacción, y el Renacimiento, en su sentido de liberación espiritual, quedó contenido. Y a lo ha observado Altamira. Hay que especificar el concepto, la extensión, del término Renacimiento. Si Renacimiento es la vuelta del predominio ario-europeo contra Oriente, renacentista es
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España. Si Renacimiento es la ¡nsurgencia de una vasta obra humanista que haga conocer la producción greco-romana, renacentista es España. Pero si Renacimiento, como también es lógico comprender, significa libertad en la producción artística, como un anticipo de la libertad económica posterior, España no es renacentista; no tiene, así, la fragorosa producción italiana que va de la concepción estilista de Botticelli a las vigorosas contorsiones de un barroco libertario. Renacimiento no es sólo vuelta a Grecia en su expresión de la armonía y en su amor a la naturaleza, sino también en su sentido de libertad. España estaba atada a su propio destino. Nos exhibió una obra personalísima. Humanistas son los hombres de España de la Edad de Oro, pero no renacentistas en cabal acepción. Son humanistas españoles con el corazón y la espada puestos en la Corona y la Cruz. Quedó en ellos el Medioevo de Bartolomé Colleoni, en estatua ecuestre al pie de la Chiesa dei F r a ri, de Gattaraelata a la salida de la Basílica de San Antonio en Padua: la aventura y la Iglesia. España, severa, trágica en el Españoleto Ribera, mística, sublime en el Greco. Realidad profundamente terrena, e idealismo en el concepto platónico. E l interesante aspecto que de! Renacimiento cogió para sí España, fué el camino del mar. Las Cruzadas —primitiva idea religiosa— abrieron el movimiento comercial de los puertos de Italia. Venecia fué el paso al Oriente. Capturado este tránsito, los portugueses dan, más tarde, la vuelta al
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Africa. España, retrasada en el avance burgués, se lanza a la conquista de América. E l lucro domina, como en toda empresa, el avance a Occidente. Pero por extraño designio, España sigue pobre y la conquista refleja la síntesis general hispánica: Quijote y Sancho. Vinieron a América las viejas raíces latinas, la influencia árabe y el humanismo de Alfonso el Sabio, así como el incipiente Renacimiento que la E s paña de Felipe n desviara, haciendo de ella ínsula en medio del desarrollo industrial de Europa. M i tad africana •—tesis de Waldo Frank— y mitad occidental, aporta a América su arte mudejar y su arte plateresco, al mismo tiempo. E l generoso otero de sus romances inmortales, que corrieron en nuestro Continente como semilla próspera, y la Colección o Cancionero de Palacio. Y como vehículo magistral: el idioma de Castilla, depurado en la novela picaresca, en la lírica itálica y en las victorias reales de sus epopeyas. Y América le devolvió aquel legado con imágenes nuevas, con palabras que tenían áspero sabor de tierra y delicado aroma de plantas líricas. Y una concepción distinta del mundo y del ser que no dejó de sumarse a las corrientes ideológicas y literarias de la cultura hispana. Cervantes y Garcilaso mueren en 1616. Sínícsist Cervantes
L A Edad de Oro es la cristalización del ciclo cultural español que se cletiene después en lento
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compás de irresolución. L a fuente ancha y verde donde llegan brillando los ríos y las cascadas. L a Edad de Oro en que la trilogía Lope, Tirso, Calderón, realiza el prodigio del retablo teatral español. Retablo popular, en que se ha señalado la falta de perspectiva; defecto que venciera en E s paña, y ya anteriormente, el hebreo Fernando de Rojas, adelantándose a Shakespeare. L a Edad de Oro es la superación de todo el proceso, pero no la síntesis. L a síntesis está individualizada en Cervantes. E l teatro mostró todos los aspectos del alma española: lo pintoresco en Lope, los personajes en Tirso, las concepciones en Calderón. Pero fué por eso presentación y detalle. E n cambio en Cervantes se produjo la suma, la integridad, independiente de cada uno de los sumandos. "Todo español es al mismo tiempo Don Quijote y Sancho Panza. Realismo extremo e irrealismo extremo, con los dos polos en que se está moviendo siempre su vida y su sentimiento. Todo sueño cuaja en seguida en realidad de carne, y a SU vez toda realidad reencarna en espíritu supraterrenal" (Keyserling). "Cervantes nos ha recitado el canto todo de E s paña y nos hemos quedado como especiándolo. E l canto de la raza y !a cultura, hecho color de niño y admiración de adulto. E n el panorama de esa España echada hacia el mundo, está Cervantes levándonos la grandeza de las piedras del Escorial o el meteorologismo del Greco, y acampando la idea en el fenómeno psicológico del tipo español.
31 L a pasión, y la sonrisa un poco trágica y sentenciosa". { " E l Teatro y la Vida en la Edad de Oro Española", A . T . V . ) Alcalá de Henares y Valladolí d son los dos escenarios de la infancia de Cervantes. Pero la castellana Argamasilla se precia de haber ofrecido su ambiente para Alonso Quiiano. E n su padre Rodrigo de Cervantes, ve a un médico seguramente adentrado en concepciones humanistas. Su madre, la mujer española de rejas adentro: corazón de hogar. Cervantes conoce la pasión de los libros desde entonces —a pesar de aquella su declaración de ser "más versado en desdichas que en versos".— y su visión se dilata. Italia, cuna y fuente del movimiento renacentista, le muestra la "libertad" del espíritu. Ariosto le enseña, en el preciosismo formal de su poesía, la ironía
de
O R L A N D O FURIOSO, con
el que
culmina
la
presentación original de Bojardo. Pero de la ironía de estos conceptistas de privilegio, de miembros de la élite renacentista, Cervantes hace expresión rotunda de la masa española, y le da la tesura y la desnudez elocuente de Castilla. Don Miguel de Cervantes huye de Florencia, como si le molestara el Medioevo, a pesar de las f i guras estereotipadas de Leonardo, de las proporciones colosales de la obra de Buonarrotti y del encanto de las piedras esculpidas en los talleres de los maestros- renacentistas. Y busca en Roma el recuerdo de los siglos clásicos. Admira, además, el catolicismo de la Ciudad Eterna, hecho en la Contrarreforma. Aprecia sus mármoles, sus estatuas
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y en las posibilidades arquitectónicas de una Roma en que el Papado triunfa con el florecimiento del barroco, ve la expresión del mundo moderno. Y se echa al porvenir. E n Cervantes apreciamos generalmente el mo¬ delo y lo sentimos clásico; no hay el sentido caprichoso que va de lo formado a lo informe, de las formas severas a lo libre y pintoresco; no hay aparentemente tortura, ni obsesión de infinito. E s erudito y popular. Influido por Garcilaso en poesía, en el canto eglógico virgiliano; por Pulci, Bojardo y Ariosto en las características generales de D O N Q U I J O T E , Cervantes estaría en el campo clásico, íntegramente en él, si no viniera a acrecentarse a través de la más inmortal de sus producciones aquel contraste, aquella dualidad barroca que Raimundo Lida encuentra en Quevedo: "anhelo realista del mundo, fuga ascética del mundo". T a n mezcladas, tan perfectamente enlazadas, que dan una concepción de la vida, que responden a una teorética de la existencia, a una explicación del problema humano. E l contraste de don Quijote y Sancho, que tiene antecedentes meramente recreativos en el Renacimiento italiano y en las tradiciones españolas, cobra caracteres especiales en Cervantes. Hay un efectivo "retorcimiento espiritual". De aquí que D O N Q U I J O T E no sea la mera recreación brillante, ni ía ejemplaridad formal, así aisladamente, sino que responde a una redención de la locura, a una penetración de lo simplista y lo popular dentro de la idealidad y el sacrificio. Hay
Cervantes,
síntesis
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"el anhelo realista del mundo" y "la fuga ascética de él". L a función vertical, la hondura, json fenómenos barrocos. No puede negarse que Cervantes está compenetrado de Orlando y de la musa Calíope; de Sannazaro en sus divagaciones pastoriles de Ja G A L A T E A ; del Cardenal Bembo, aquel paciente componedor de poemas que responde tan fielmente al petrarquismo renacentista; de los cuentistas italianos como Bandello y Cinthio para sus NOVELAS E J E M P L A R E S . Pero en él palpita y a el mundo barroco. O mejor dicho, se alimenta de él. Puede tener la risa clásica de Rabelais, pero se mueve magníficamente en su propio escenario español. Y España ha lanzado un puente desde su mundo plateresco a la nueva conciencia barroca. Cervantes es resumen de España y concreción de tendencias. E n él se combinan la valoración del espacio sujete a ía forma, con el valor de lo vertical, de lo infinito; lo clásico y lo barroco. Cervantes está en lo típicamente español —en lo indogermano, en lo mozárabe— a pesar de su universalidad o precisamente por ella, porque lo "esencialmente español —ha dicho Dámaso Alonso*—lo diferencialmente español en literatura es esto: que nuestro Renacinuento y nuestro Post-renacimiento barroco son una conjunción de lo medieval hispánico y de lo renacentista y barroco europeo". De humanismo y de hogar español; de ironía anticristiana y de triunfo católico se llena su alma que va produciendo un ejemplar sentimiento sintético. Aprecia el campo de su España rústica; pero
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se vuelca, más tarde, en la guerra y admira eí triunfo ibero en las regiones flamencas, se regocija con una América Hispana, donde piensa viajar algún día para satisfacción de su ideal de universalidad y se refresca con los nombres de poetas de aquí: el lusitano Garcés o los limeños Ribera. Cervantes lucha contra los moros y, prisionero de ellos, aprende mucho de la cultura que por siete siglos dejó en España el encanto imborrable de los arabescos y el ritmo andaluz. Argel le habla de Oriente. América se vislumbra como la expresión occidental del futuro. Y Cervantes está en las dos; síntesis de la cultura española, su nombre está en los cuatro caminos que conducen a la península. Su nombre se escapa de todo cartabón o casillero para unirse a los motivos centrales de la humanidad. Dígase: Homero, poeta múltiple de la Grecia tradicional; Reims o Milán, en la arquitectura gótica; Rembrandt, en la expresión del clarooscuro; Goethe en la burguesía de la Europa moderna. Repetiremos lo que tanto se ha dicho de Cervantes; en él está el idealismo y el realismo, en todas las conjunciones posibles. L a pasión puesta dentro de la aventura y la sentencia irónica, que van entremezclándose poco a poco, culminando en aquello tan trillado de la quijotización de Sancho y la sanchificación de Quijote. Como Fausto, como Hamlet, arquetipos de humanas ambiciones y de humanas flaquezas, Sancho y Quijote son motivo de estudio universal y el tiempo va ensanchando los dominios de su interior substancia. No hay un
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país de la cultura occidental que no haya producido cervantistas. Los románticos vieron en él todo el apasionamiento caballeresco: la Edad Media volvía con Cervantes; regresaba a caballo de la sátira. Los clasicístas destacaron la tersura de su lenguaje, donde está vivamente reflejado el idioma de Nebrija y de León, el predominio de su equilibrada inteligencia apuntalando los típicos motivos de España sin desmedro del concierto universal que rige su obra. Los escritores contemporáneos estudian la novela, la poesía y la filosofía en las figuras del caballero y del labriego acompañante. Para nosotros, los hombres que vivimos este girar trágico de los acontecimientos de hoy, Don Quijote es <—a cada momento— nuestra esperanza y el remozar de nuestras aspiraciones. Y a Ricardo Rojas ha expresado la confianza de verlo salir, otra vez, por los campos de L a Mancha en nombre del ideal. Ideal de todos los pueblos. Del pueblo, asú sin diferencias, que mira ¡a paz como definitiva conquista de la humanidad y que confía en una postrera, dramática y definitiva sanchificación de Don Quijote.
T r e s Notas Cervantinas por José
GABRIEL.
E l amor a los niños en Cervantes
JVÍlS buenos amigos: A medida que transcurren los años, se renuevan en los hombres —y en las mujeres, por supuesto— los elencos de sueños. E n mi repertorio actual hay uno más persistente, y es este: el de llegar algún día a ocupar la cátedra con un reposo que me falta desde hace tiempo, para hablar con parsimonia, sin apremio, de Cervantes, sentado, dé ser posible, no ante la gente, sino con la gente alrededor, que es como uno la tiene incorporada a si mismo. Tengo varios temas cervantinos de mi uso, la mayor parte inéditos. Siempre he creído que había en el mundo hombres bastantes para tratar con competencia la vida de Cervantes y su obra en relación con la preceptiva. Y o he tomado otro camino menos brillante pero que en todo caso me permite desplazarme con gusto; y "sólo tenemos genio para }o que tenemos gusto" decía Ortega y Gasset. 37
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Pero donde Cervantes vuelca toda su puericia paternal {y maternal) es en R I N C O N E T E Y C O R T A D I L L O , 3a historia real y maravillosa .—el mundo no había visto aún nada parecido'— de dos niños fugitivos del hogar que recalan con el cuerpo, no con el alma, en el patio de Monipodio, donde el narrador los deja sin desenlace, por no defraudar al lector de novelas y no herir a la paternidad. La hija Isabel —la hija de la carne, como el posible hijo napolitano que se insinúa en E L V I A J E D E L PARNASO.— único arrimo cordial de Cervantes, corrobora el fluir de su ternura, que atestiguan ese Rincón y Cortado, a quienes duplica, para darles compañía en el peligro, y a quienes guía hasta el carozo del hampa, para extraerlos indemnes sin sustraerlos al mundo. ¡Buen aviso para padres de la España radiante e inhumana! No quiso moralizar por no atentar a la juguetería y no configurar un rezongón más en aquel orbe santo y siniestro .— ético y hético— tenaz en su afán de no tirar por el medio de la vida nunca, sino por las aceras. Para atenuar las sombras, prologa con tempranas picardías el abordaje de Rincón y Cortado al puerto mundial de la delincuencia bética; pero también, para avisarle a España imperial de sus infanticidios innúmeros —jamás país alguno se desplobó como la Península Ibérica en aquellas horas— mete a los muchachos en la corte diabólica, donde se quedan, pero sólo por un trauma literario: la novela se trunca de repente para que no prosigan la ficción que realiza ni la realidad que induce a fingir. ¿Qué ha-
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Uno de mis temas seria " E l libro que Cervantes no escribió". No hay la seguridad de que escribiese L A S S E M A N A S D E L JARDÍN. Creo personalmente que no lo escribió nunca. E n la Asociación Nacional de Escritores y Artistas diserté a propósito hace unas noches. Para los que no me escucharon allí, voy a hacer una breve referencia al tema. Todos tenemos de España una noción heroica y algo siniestra; muy difícilmente al hablar de jardines SC nos representa España. ¿Qué pudo ser pues un l i bro titulado L A S SEMANAS D E L JARDÍN y escrito por
el español más representativo? Para responder a esta pregunta, examinamos la historia española y descubrimos una España mucho menos siniestra que la acostumbrada, sin dejar de ser hermosa. Pareciera que nos empeñásemos en ver a España hermosísimamente negra. Sin embargo, también es hermosísimamente blanca, por lo menos hasta fines del siglo xv. Y esta España es la que tenía jardines, aunque quizá Cervantes creyese pensar más bien en los jardines literarios renacentistas. "Cervantes anticlásico" sería otro de mis temas para la cátedra. Cuando hablamos de los clásicos, sea en filosofía, en ciencia, en literatura o en lo que sea, aludimos a personalidades pretéritas consagradas. Eso no es lo clásico. Lo clásico es lo perteneciente a la clase, principalmente, en el mundo occidental, a la clase patricia romana, la primera clase, porque las demás eran infraclases. Clásicos son, por ejemplo, Julio César, "de la clase", o Cicerón y Virgilio, "para la clase". No podemos llamar clá-
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sico a Homero, por consagrado que esté, y menos a Cervantes, que siempre estuvo en la vereda de enfrente, contra la clase, como lo notaron y se lo hicieron ver cruelmente los nobles, al rehuir el mecenato que les solicitaba con sus dedicatorias. E l Renacimiento es clasicista, porque en él renacía lo clásico; pero Cervantes, aunque no deja de obedecer a. modas de ía época, es antirrenacentista. Lo sabe él mismo y trata de que se lo perdonen al mecharle al insurgente Q U I J O T E novelas del molde clasicista, como E L CURIOSO I M P E R T I N E N T E . Por suerte fué anticlásico y antirrenacentista. De otro modo, no habría traído ninguna novedad al mundo. Para clásico, sobraba con Virgilio. "Cervantes y el falso Q U I J O T E " : he aquí otro de mis temas cervantinos. Mucha literatura se ha producido acerca del falso Q U I J O T E , pero, con unanimidad que asombra y disgusta, destinada a averiguar quién fué el Avellaneda, quién fué el falsario. A nadie se le ocurre comparar el falso Q U I J O T E con el verdadero. Quizás sea una demostración de solidaridad con Cervantes frente a la injuria del falsario; pero yoi he leído el falso Q U I J O T E y lo he comparado con el de Cervantes, sin que por eso sea menor mi solidaridad con el ofendido. E l falso Q U I J O T E es de un hombre de talento, que por lo pronto sabe escribir mejor que Cervantes dentro de los cánones clásicos, pero que representa el mundo clasicista en declinación. ¡Qué ilustrativo es compararlos! Sólo con poner frente a frente los dos personajes principales, los dos Quijotes, nos damos cuen-
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ta de la honda diferencia. E l del Avellaneda es un caso clínico, un loco para el chaleco de fuerza, un loco verdadero; el de Cervantes ¡qué va a ser loco! O es un loco divino, que no tiene nada que ver con la medicina, que en realidad vuelve locos a todos los demás, desde el rústico Sancho hasta los Duques. Avellaneda era un licenciado; no sé si se llama licenciado por seudónimo, pero lo es por su obra, un doctor, la medalla de oro de la Facultad. Cervantes no se licenció nunca. De ahí la caducidad de uno y la creación del otro. Sin embargo, es evidente para mí que el falso Q U I J O T E influye en la segunda parte del verdadero. Esa segunda parte es más clasicista que la primera. E n la primera. Don Quijote sale un día de casa y no se sabe si volverá o no a ella, no lo sabe el mismo autor; en la segunda hay un plan con exposición, nudo y desenlace. Y este plan tiene mucho parecido con el del falso QUIJOTE, en el que el episodio de Don Alvaro Tarfe parece el de los Duques del auténtico y aun el de Don Antonio el de la cabeza parlante. Cervantes, después de la insurgencia, quiso congraciarse en algo con su mundo; pero no se congració tanto que se anulase su creación. Queda pues adherido su nombre al mundo nuevo, y el del Avellaneda al caduco. Vean si no es ilustrativo compararlos. E s tamos ante el choque del clasicismo renacentista que miraba hacia atrás y el iberismo que daría lugar al romanticismo venidero. Frente a este problema ¿qué importa averiguar si el falso Q U I J O T E tiene aragonesismos en el estilo, o si lo escribió algún amigo
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de Lope de Vega? Lope, desde luego, no pudo escribirlo; aunque lo hubiese hecho, no interesa sustancialmente. Con todo, en esta averiguación frivola se ha entretenido toda la literatura derramada por el mundo en torno al misterio del Avellaneda. "Comedias y novelas en Cervantes" sería otro de mis temas. E n el prólogo del falso Q U I J O T E se habla de las novelas de Cervantes que no son más que comedias. ¿Qué significa esta observación? No es una tontería, desde luego; el Avellaneda es menos genial que Cervantes, pero manejaba con pericia la preceptiva. ¿Por qué llamó comedias a las novelas cervantinas? Cuatro inmensos tomos dedica Menéndez y Pelayo a historiar la novela; no toma en cuenta para nada la observación del Avellaneda. Sin embargo, esa observación nos pone en la pista del sentido que tiene la novela hasta Cervantes y del que adquiere después de él. E n Grecia, la tragedia era el canto del "tragos", del sátiro, y la comedia el canto del "cornos", de la ciudad, o sea de las cosas de la vida ordinaria. Hasta Cervantes, con algunos tanteos diferentes, la novela no trata de las cosas de la vida ordinaria, sino de lo fabuloso; con Cen'antes entra de lleno en esa vida, y por eso dice el Avellaneda, preceptista, que las novelas cervantinas son comedias. E n fin, " E l amor a los niños en Cervantes", tema que escogí un poco al azar, con entusiasmo, cuando las autoridades de la Facultad de Letras me hicieron el honor de invitarme a participar en esta celebración cervantina. E s un tema que, lo digo con
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franqueza, temo que no penetre en ustedes como en mí. Soy español de origen y sé todo lo que significa la actitud que en España se tiene con los niños. H a existido todo un mundo que no sabía qué hacer con los niños: un mundo cortado por hombres y paca hombres, ni tampoco para mujeres, en el que los niños no tenían nada que hacer: estorbaban en la casa, porque no dejaban dormir ni trabajar, estorbaban en la calle, porque se caían bajo las ruedas de los coches, estorbaban en la cultura, porque no se 3es comprendía, estorbaban en la escuela, porque las maestras sólo estaban instruidas para tenerlos quietos en los pupitres clavados al piso y no sabían cómo manejarlos en los patios. U n conquistador español de América observaba que aquí los niños no eran niños nunca, porque de niños ya los hacían hombres. España hizo lo mismo con ellos. No es que los padres españoles no quisiesen a los hijos, es que no los comprendían, y hasta cuando les pegaban lo hacían por desahogarse, como si se pegasen a sí mismos, por no comprenderlos. Y aun ocurre allí eso. Pues bien, Cervantes, español neto, nos da un ejemplo de ternura y de comprensión con los niños, de los pocos que hay en la literatura. Cuando comienza la carrera de escritor, está muy sugestionado por el ambiente renacentista de la época y vacila en el trato con los niños. Una de las comedias de los años que vivió en Argel, nos presenta a los niños a la manera heroica y crudelísima de la tradición española de Numancia. Luego, vuelto a España, aun cuando sigue escribiendo como clasi-
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císta un tiempo, no tarda en tomar contacto de nuevo con Iberia, con la España antirrenacentista y antirromana, y entonces, acaso por reacción, recupera toda su ternura por los niños, como vemos en las obras de su madurez. Para no librar al azar de la improvisación este tema, les he traído escritas unas pocas páginas que voy a leer: (Hasta aquí, resumen de una versión taquigráfica).
I G N O R O si se ha notado la ternura con que Cervantes trata a los niños. Vivió la mocedad en Nápoles y en Argel, donde los niños eran mira de la lujuria; sepultó la madurez en España, donde a los niños se les daba la escuela de un ciego mendigo, para que se hiciesen hombres, es decir, habitó un mundo que no sabía qué hacer con los niños. Todavía la humanidad no sabe bien qué hacer con los niños (ni con las mujeres); pero vamos progresando a los encontrones. E l mundo de Cervantes los pervertía o los sacrificaba: atrocidad por igual. Cervantes, que nunca quiso romper bruscamente con su mundo, parece compartir por momentos la atrocidad contemporánea con los niños, no la napolitana y argelina, que sugiere acongojado en una de las comedias del cautiverio, pero sí la española, la de la hombría a destiempo y cruel. ¡Qué trabajo les cuesta a los españoles, sobre todo a los austeros de la meseta central, dejar ver ter-
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nuras! E s su mayor impudicia. Ni el italiano, pueblo familiar por excelencia, defiende con tanta furia a los hijos; pero nadie los veja ni los castiga como los españoles. L a primera reacción de la madre angustiada al recuperar al hijo extraviado en el tumulto callejero, es reprenderlo ásperamente, darle un coscorrón, acaso, o un azote: recuerdo cómo le saltamos al látigo de los reproches, a una madre en caso semejante, en Barcelona, en 1936, los milicianos que le devolvimos el hijo: dos regresábamos de América, los demás oficiaban, como nosotros, una »
revolución española hacia la dicha. Y el padre, que no le consiente el tuteo al hijo, ni lo besa, ni le otorga nada sino indirectamente, previa admonición — ¡para qué quieres tú eso!— si lo lleva de la mano y le tropieza o se le cae, le añadirá un tirón de orejas y un insulto. "¡Dele usted duro!" le aconseja al maestro o al amo. Los padres españoles adoran a los hijos, se sacan de la boca el bocado para ellos (aunque no siempre o no todos, también es la verdad, pues madres y padres saben tener comida y comederos aparte), se dejan matar por ellos, como fieras: pero también los sacrifican en el altar de un principio, carne de su carne que se amputan ferozmente, sin anestesia, para salvar una idea de que son depositarios; sobre todo, naturalmente, los hombres. Sólo en España fué posible Guzmán el Bueno, nombre pleonástico con que el rey beneficiario del filicidio de Tarifa quiso galardonar y motejar a la vez a un padre desentra-
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ñado: Guzmán el Bueno, o dos veces bueno, o ¡bueno, bueno!... E n E L C E R C O D E N U M A N C I A no podía Cervantes eludir ni disfrazar un monstruoso y glorioso hecho histórico; pero en Los BAÑOS D E A R G E L se complace en inmolar de propia iniciativa, por la religión católica, a un niño español cautivo de los moros; y cuando rebela contra Don Quijote salvador a A n dresillo, parece arrepentirse muy hispánicamente de haber librado de la tunda de Juan Haldudo al chico: ya lo sonrojaba aquella ternura sin recato. En España hay excusados sin puerta, hombres y mujeres se dicen en público gruesas procacidades, se besuquean por las calles y en los cafés los novios amartelados; pero besar a un hijo —como besaba el Cid, varón, a quien desplazaron los romanos, los Austrias y los Borbones— lo hacen algunas madres. no un padre. ¡Andresillo, muchacho! Cervantes, que podía ser padre tuyo, te besó en un libro, escaparate del mundo, y tuvo que volverte ingrato en compensación. Sin embargo, esa ternura que arrebola al español filipino, es la que forja en los arcanos del alma seráfica de Cervantes la primera aventura quijotesca, apenas armado caballero el hidalgo: la defensa de un niño maltratado. ¡Qué prisa tenía Cervantes por cumplir su deber! ¿Por qué no se estudia este sesgo cervantino? Ignoro, repito, si alguien lo ha notado; pero siempre habrá sido de pasada y superficialmente, pues no existe en la farragosa bibliografía cervantesca un es-
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tudio a propósito. ¿Por qué en vez de revolver papeles para desembozar el prodigio, no se bebe en la sangre que aun manan las heridas? Pero ¡si hasta Unamuno quiso acercársele y se entretuvo en los archivos!. . . ¡Cuándo se clasurará ese necio ciclo de la cultura papelista española! E n E L V I E J O C E L O S O hay una niña que el escritor está por apicarar, pero que Cervantes •—él, privadamente— convierte en monería. E n L A G U A R D A CUIDADOSA es notable la fruición con que el autor saca triunfantes de los adultos a dos niños. E n L A F U E R Z A D E L A SANGRE sorprende el novelista con
la precocidad científica de la sangre inocente como vehículo traslúcido del ancestro. E n E L T R A T O D E A R G E L es donde expone acongojado a dos niños al efebismo musulmán. E n L A G I T A N I L L A ampara victorioso de la gitanería y de la concupiscencia a Preciosa. DE
E n E L LICENCIADO V I D R I E R A , en L A C U E V A
S A L A M A N C A y en E L R E T A B L O D E L A S M A R A -
VILLAS, entre picardía y moralidad, casi no hay más que niños grandes. E n el Q U I J O T E , la sobrina es la candidez en mariposeo entre los libros sabios, y Sanchica Panza comparece con su doble puridad de paisana y de niña a través de la inagotable blandura de Sancho. Las cinematográficas peregrinaciones del P E R S I L E S van ensartando en hilos de leche y de miel niños y niñerías. ¿No es acaso una inmensa niñería toda la obra de Cervantes? Obra de pura, purísima imaginación, para entretener, para divertir, para hacer reír, para superponer la juguetería de Dios a la cría del diablo.
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cer con aquellos niños extraviados, hijos tan hijos como los de la carne? Desarrollarlos en la hombría delincuente, era dar el mal ejemplo; angelicarlos, era ponerlos de espaldas al mundo, como lo estaba él mismo, para su pena: salvarlos en el sacrificio, era atraer sobre el cuadro, como un ala negra. Ja sombra helada del defensor de Tarifa, que Cervantes menciona aquí, cabalmente, pero con otro sentido, como para ahuyentarlo. Y se puso a jugar con ellos a los ladrones. Cumplido el juego, se los llevó. Dice que deja a los dos niños en la cofradía hampona "algunos meses"; pero ni eso: se los lleva. L a linterna mágica se rompe por accidente, y nos bailan un rato a los ojos unos lamparones azules, rojos, amarillos; pero la loca de la casa se detiene por falta de cuerda. Todo, para que Cervantes, español al fin, preserve a un tiempo su austeridad y su ternura. Pero se llevó a los hijos, bajo la mala capa del buen bebedor. ¿Dónde los buscan, bobos? ¡Si Catalina Salazar le hubiera dado un hijo! Salazar, Palacios y Vozmediano: hidalga toledana. Le adoptó a Isabel en el regazo yermo. Si le hubiera dado un hijo de su vientre .— qué le importaban a él unos majuelos en Esquivias, por más que no tuviese techo ni vianda— lo habría hecho feliz. No fué la desaprensión de Lope semidiós, ni la incomprensión de la época escenográfica, ni el egoísmo de los mecenas apócrifos, ni la ingratitud de la momia real lo que destiló goterones de hiél en las venas de Cervantes, sino la despiadada ausencia de fruto en el tálamo. E n el ajuar que Catalina aportó al ma-
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trimonio iba una cuna: así consta en la carta de dote otorgada ante escribano por el marido. Pero no fué el rorro. Por el transparente amargor de Cervantes debemos compadecer a la esposa, que sin duda comprendió el significado de su esterilidad. No pudo haber nupcias porque no hubo navidades. Fué sólo un amorío. Faltó el amor. Faltó el hijo. Puen bien: creo que a Cervantes le suscitó esa ternura por los niños el padre. ¿Recuerdan quién era el padre? Un médico de villa, seguramente de Alcalá de Henares, o de A l cázar de San Juan, que no ha renunciado a la cuna cervantina. Están cerca una de otra, en la meseta: y cerca de mi cuna. Las vi bajo el fuego aéreo enemigo, en la patriada que hubiera hecho de España otra cosa. Los paisanos Ies respondían con escopetas a los bombarderos; cuando oían el tintineo de los perdigones en el metal de las alas veloces, se sentían satisfechos de su defensa, aunque floreciese la muerte en torno. Don Quijote no lo habría hecho mejor. E s preciso que los turistas sean daltonianos al color español para no seguir viendo en todos los caminos de España a Don Quijote. Y o —'que nunca fui turista, quizás sea eso— por poco me largo del tren, en la Mancha, a ayudar siquiera a pedradas o a blasfemias al hidalgo en su desigual lucha con los molinos. Los vi patentes, a los molinos agresivos —agresivos, sí, lo juro-— y a él, al flaco ético, al padre perfecto. ¿Qué habría sido Don Quijote, se me ocurre en este momento, si hubiese tenido un hijo?... rvle parece que también llevé conmigo a E s -
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pana un puñado de ternura filial, de la que no es cuestión por ahora. E l padre de Cervantes era un cirujano de a pie, que aplicaba sanguijuelas .—digo— y recetaba purgas, por villas y aldeas. Fué cura de pobres. De cada dos que necesitaban al médico, tres eran niños. ¡Si les dan chorizo picante y cecina y vino, al nacer! Y leche envenenada, porque no hay pecho materno sin encono. ¡Pobre España! Ningún pueblo sufrió más, ni el polaco. Cuando está en guerra, se desfoga: es una euforia dionisiaca .—la tragedia, es claro. Sufre en la paz hambrienta y sin rumbo propio, siempre galeote de otra armada, o peón de todas las infanterías. (¿Infanterías, niñerías?) Y el padre de Cervantes se llevaba de la mano al hijo, por ahí. E l hijo era un meterete que todo lo quería andar y ver. Hacían leguas de camino calcinados o ateridos. Por dentro iba orgulloso del hijo valiente el padre cirujano; pero le había dicho hosco al salir de casa: y ¿qué vas a hacer conmigo, por esos pueblos?... ¡Se le habrá caído o le habrá tropezado alguna vez!... Recorrían pueblos y pacientes. T o dos eran niños (los pacientes y los pueblos). A menudo tenían que pernoctar en la misma casa, que entrecomunicaba por rendijas a todos los moradores, o en la fonda donde se conocían todos los secretos del lugar. Cervantes (el hijo) iba dibujándose en el corazón un mapa del dolor de Castilla. ¿De España?
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Hay que tener cuidado cuando se hispaniza a Cervantes: bromeó a costa de los rudos gallegos y vascos, noveló con los filosos andaluces (a quienes ya trató de niño), se resintió de los aragoneses, dicen que por el que lo injurió en el falso Q U I J O T E , extremó la cortesía para los catalanes, los progresistas burgueses, que no eran él; sólo estuvo dentro de Castilla, rozando la Andalucía próxima. E l dolor de Cervantes es dolor castellano: el dolor manchego, de tierra cósmica, casi universal. L a meseta central es la única comarca española que se empinó para ver el mundo hacia el Africa, hacia el Mediterráneo, por encima de los Pirineos y Plus Ultra del Atlas, donde ofrecía sus encantos al navegante la Ninfa Calipso; para las islas rubias miró pantallándose los ojos, pero la desorientaron las brumas. Y Cervantes es el minarete supremo del Guadarrama, mucho más elevado que las cúpulas del Escorial, que no levitan, pesan; más que las sillas rupestres de Felipe 11° y consorte, talladas para desmochar la sierra; y más que el Cerro de los Angeles, eminencia española y europea. Cervantes es el duelo de la absurda cima, y su glorificación. Fué registrando de niño, en su cordura desbordante, sus tormentos; y esa experiencia cruel y bienhechora lo enterneció por vida. ¡También sufrían los niños! E n suma, eran los que sufrían. No hacía comentarios ni gestos, por miedo de que el padre no volviese a llevarlo consigo, ¡con lo que él quería ver mundo, aunque le doliese! Cuando estaban de regreso en casa, el padre sentía
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deseos de darle un abrazo y un beso, pero espantaba del ánimo, como un fantasma, la ocurrencia mujeril, sin saber que el Cid lloraba y besaba entre la maraña de la barba vellida. Tampoco el hijo pedía un beso, por no abrir impensadamente una puerta hermética: no era costumbre; ni lloraba, por perdonar con el semblante comprensivo: por perdonar al mundo, a Castilla, al padre médico que no curaba todos los niños pacientes ni los que tropezaban pedigüeños o amenazantes, sin padre ni médico, por las rutas desiertas y por las calles torturadas. Realmente, el médico no podía hacer más. Y el poeta no pudo hacer menos. Huellas de Cervantes en Argel
l i / N Argel se puede aún hablar con Cervantes. Cuatro largos años permaneció cautivo en la alegre ciudad mora del Mediterráneo. E r a un muchacho aún. Y a había experimentado la comezón literaria; escribía mientras esperaba la liberación; pero había combatido en Lepanto y quizás se sentía más soldado que poeta. Siempre lo apasionó el dilema en boga de las letras o las armas; la razón lo inclinaba a las letras, pero conforme podía preferii* sin escándalo racional las armas, desobedecía a la razón, por ejemplo cuando le imputó al hidalgo manchego el discurso de la venta famoso. De todas maneras, estando en el cautiverio argelino, viva aún la melancolía de la gresca de Corfú, evocaba con afi-
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ción la soldadesca. L a guerra, que indigna al hombre reflexivo y sensible, le deja también un regustoCervantes, retenido a la fuerza en Argel, componía comedias, pero añoraba las broncas voces de mando de los capitanes cristianos y el esplendor semidivino de Juan de Austria en el fragor bélico. ¡Maldita sea la guerra que se lleva nuestros hijos! Pero esta otra guerra sórdida de la paz en que nos oxidamos nosotros, tampoco fué bendita por Dios. Entre las esperanzas y las decepciones que lo batían alternativamente sin abatirlo, el joven Cervantes {Saavedra parece haberse nombrado más a ¡menudo en el cautiverio) ejecutó varios conatos de f u ga, todos frustrados. ¿Lo angustiaba la prisión? No lo creo. Argel, cárcel hereje, era una población de vida más regalada que las europeas, por lo menos que las españolas católicas: se erguía en una moderada colina frente al mar azul, con tierras labrantías a las espaldas, jardines a los pies, bazares en las manos, y moras sensuales y sentimentales en los bazares y en los patios de cerámica y de galerías primorosas. Pero Cervantes, joven ambicioso, sabía que debía renunciar a la molicie por la dignidad; e intentó repetidamente la evasión. ¡Qué solo y qué acompañado estuvo siempre Cervantes! E r a el individuo y la colectividad conciliados. Por eso, entre otras causas, fué tan español. ¿Cómo habría podido justificarse ante sí mismo y ante sus gentes en la inacción argelina? Cumplido el deber de retorno a la dignidad —a los padecimientos españoles— rememoró sin acritud a sus dulces carceleros; pero an-
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tes cumplió su deber. Además, había otros cautivos realmente angustiados que lo proclamaban su guía y su esperanza. En una de aquellas tentativas fracasadas, tuvo que ganar una caverna del suburbio. Hoy, extendida la ciudad bajo el progresista dominio francés, la cueva viene a quedar casi central, en el barrio de Hammán, frente al espléndido jardín botánico; en el siglo xvi, reducida la población al Casbah, en ei extremo opuesto, la cueva estaba excéntrica. E n ella se ocultó Cervantes con trece compañeros desesperados: otros trece y un jefe menos afortunados, pero seguramente más merecedores —en iodo caso el jefe— que los de la Isla del Gallo que poco antes, en las Indias remotas, habían copado por sorpresa uno de los más vastos y ricos imperios de! globo. E n su refugio atrapó la policía argelina a los infelices, para escarmentarlos debidamente, excepto al caudillo, que una vez más se salvó por la buena estrella que Argel le ofrecía y él rehusó obstinado, como Odiseo en la morada de la Ninfa Calipso, a escasa distancia de la región. Llegué una mañana de estío, hace pocos años, a la boca de la cueva cervantina de Argel, en el momento en que el gendarme francés de guardia respondía a su modo a la pregunta de otros turistas sobre la identidad del personaje a quien se honraba allí. Nada sabían de Cervantes los turistas, y menos el guardián del orden. Sin embargo ¡qué exacta, qué elocuentemente informó sobre el cautivo glo-
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rioso a los visitantes desprevenidos aquel modesto funcionario público f r a n c é s ! H a y delante una placita estorbada por un monumento confitero de la colonia española en la ciudad y paseada por el gendarme de facción; luego, se abre el boquete de la gruta con una reja, una placa marmórea, de la colonia hispana también, y otra broncínea que reza en mal estilo cervantesco: " C u e v a refugio que f u é del autor del Q U I J O T E , a ñ o 1 5 7 7 , recuerdo que a su memoria dedicaron el almirante, jefes y oficiales de una escuadra española a su paso por A r g e l , siendo cónsul general el M a r q u é s G o n zales, a ñ o 1887".
No consta un solo homenaje de escritores a C e r vantes en el lugar, ni recuerdo documento libresco ni periodístico de que literato alguno visitase el evocador escondite. ¿Inseguridad en la atribución histórica? B a h : ¡de q u é pocas atribuciones semejantes estamos seguros! Por lo d e m á s , metros a derecha o izquierda, adelante o a t r á s , no cabe duda de que por la zona hollaron la tierra africana las blandas plantas cervantinas; aun pueden discernirse sus huellas en aquel polvo que los sirocos desérticos ni las brisas m e d i t e r r á n e a s alcanzaron a barrer todavía. L a emoción de Cervantes sigue latiendo en todo A r g e l : ¿por qué no llegarían sus ondas a la gruta del cercano barrio de H a m m á n ? Derruida en T o l e d o la Posada de la Sangre —yo l a v i días después saltar hecha trizas— no queda en la T i e r r a testimonio cervantino más conmovedor, fuera, es c l a ro, de sus libros y de los molinos de viento manche-
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gos que también vi desafiar a los caballeros andantes como en los días de Don Quijote. Pero quizás los escritores españoles y los franceses y todos, sospechan que su forzoso colega futuro era entonces más soldado que poeta. E s justo pues que sigan honrándolo allí una escuadra de paso y un policía. Y o que quizás padezco una secreta melancolía de soldado, gocé el privilegio de ser el primer escritor que saludó a Cervantes en las huellas de Argel. La boca de la gruta es angosta, pero se ensancha sin transición en un vestíbulo con un amplio poyo de tierra al flanco izquierdo, y al flanco derecho otro homenaje: la cabeza reducida del "raro inventor" en mármol blanco, sobre un plinto piramidal de la misma piedra, cuya cara externa ha sufrido en caracteres negros esta inscripción: "Aquí, según se cree, buscó asilo con otros trece compañeros, Cervantes, el inmortal autor de D O N Q U I J O T E , al intentar libertarse del cautiverio de los piratas argelinos. L a colonia española y sus otros admiradores de A r gel erigen este sencillo recuerdo como tributo de admiración a tan insigne escritor, siendo cónsul general de España D . Antonio Alcalá Galiano, 1894". Bueno, Alcalá Galiano también tuvo pretensiones de escritor. E n seguida, la cueva, desprovista de toda contención artificial, vuelve a estrecharse y continúa recta unos dos jnetros, para virar bruscamente a la derecha, donde se ciega. E l guardián, más enterado de la urbanidad argelina que de la historia l i teraria, nos informa que la obstrucción de la cavi-
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dad es reciente y que el túnel que la prolonga horada unos tres kilómetros la cuesta, pudiéndose ver aún su salida en el jardín de la casa arábiga del cónsul tudesco. Pues bien: este guardián les decía a los turistas, ante el busto marmóreo de Cervantes, cuando llegué: "C'était un bel homme". E r a un lindo hombre. ¿Quién era este señor? le habían preguntado los forasteros, franceses continentales al parecer; y él, que no tenía el dato pedido, contempló unos segundos la cabeza graciosa y, considerando definitivamente insatisfecha la pregunta y a sí mismo incorporado a la ignorancia de los visitantes, comentó en compensación: "C'était un bel homme". Cuando me di cuenta de que el gendarme no sabía qué responder, iba a tomar la palabra docente. Por fortuna, demoré lo preciso para que el funcionario interrogado pudiese hacer aquel comentario compensador. Y me guardé mis datos. ¿Qué habría dicho yo? E s el autor de un libro célebre, vivió en tal época, tiene fama mundial. . . Signos externos que pueden individualizar (o desindividualizar) a muchos. L a indirecta respuesta del gendarme decía infinitamente más: E r a un hombre bello. E r a un lindo hombre. Creo que la más fiel traducción es esta última. No quiso llamarlo "hermoso" el guardián, y "bello", referido a un hombre, no podemos decirlo nosotros sin afectación cultista; es verdad que "lindo" desmerece algo la expresión francesa, pero "bonito" la atildaría traidoramente. E l guardián, en suma, no pretendió adorar a aquel
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desconocido ni mimarlo, sino consignar objetivamente sus rasgos correctos, su despejo, su fisonomía inteligente: un lindo hombre, dicho sin demasiada afectividad, como puro reconocimiento, y por si acaso con el sustantivo "hombre" después del adjetivo "lindo", para que la última resonancia de la frase sea la varonil. ¿No es ese Cervantes? Claro que también lindos hombres hay más de uno; pero los que ignoran quién es Cervantes no lo conocerán mejor por autor del Q U I J O T E que por un lindo hombre, y para los que lo sabemos ¡qué adición tan grata la de una belleza física que es trasunto notorio de una belleza espiritual y moral! Todos los biógrafos del presunto alcaíaíno registran la esperanza de craso rescate que les inspiró a los amos por la actividad, la valentía y el ascendiente que ejercía sobre los compañeros. E s posible; pero estimo más bien que el ascendiente empezaba por tenerlo sobre los amos mismos por la belleza va^ ronil del rostro, amén de la buena proporción del cuerpo. " U n hombre hermoso no será extranjero en ninguna parte" dice Goethe en G E R M Á N Y D O ROTEA. ¿Cómo considerar extraña la belleza? E s lo primero con que nos familiarizamos en cualquier lado; de entrada, una persona hermosa no es forastera nunca. Hemos eludido llamar hermoso a Cervantes; pero tanto mejor, porque la hermosura puede tener algo de exótico ( y casi siempre lo tiene) y en realidad, cuando Goethe dice "hombre hermoso", significa a un lindo hombre, a una belleza varonil tranquila y amable, como fué la de Cervantes.
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Estoy convencido de que los carceleros lo admiraron y acaso lo amaron. Argel no dejó poso en su corazón; debió condenarla intelectuaímente, lo mismo que condenó al turco y al musulmán y a todo hereje; pero nunca odió en verdad al hereje, al musulmán, al turco ni a Argel; al contrario, en la comedia L A G R A N S U L T A N A pinta a la cautiva Doña C a talina de Oviedo mucho más fanática que el sultán, en Los BAÑOS D E A R G E L los religiosos feroces son
los cristianos, y en E L T R A T O DE, A R G E L sólo un renegado —ese, sí— aparece intratable. Hay que estar alerta ante las ortodoxias cervantinas, ante el clasicismo literario, el monarquismo político, el catolicismo, ortodoxias que en su diseño personal tienen mucho de concesiones tácticas o, cuando menos, de tributos legales para recatar el propio meollo. Cervantes regresó a España islamizado, aunque por eso mismo más contraído a rendir acatamiento al rey y al obispo. Argel lo cautivó, no por cinco años, sino para toda la vida. . . y la obra. Cuando luego finge traducir de una historia arábiga la de Don Quijote, no finge realmente: Cide Hamete Benengeli es el nombre, medio en broma, medio en serio •—como todo él— que le da a su inspiración muslime o ibérica, encendida y conservada en el cautiverio. L a . sugestión clásica renacentista pesaba demasiado entonces en España {como el Papa y Felipe n y la Contrarreforma y la Santa Inquisición) para que él percibiese con claridad la voluntad romántica que lo movía; murió con la conciencia de haber perdido el tiempo (a menos que se lo rescatase el P E R S I L E S , 9
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inédito aún) por no haber logrado configurar un satisfactorio poeta garcilasista y no haberse atrevido a ser un autor lopesco; ni la alegación de L A C O N F U S A , la N U M A N C I A y el soneto al túmulo de F e lipe ii" —"honra principal de sus escritos"— le da verdadera paz en el tránsito. Pero su genio le hizo "perder el tiempo" en ese Q U I J O T E anticlásico, antifilipino, reformista y "traducido" del árabe. E r a el iberismo natural en él, triunfante sobre 3a costra europea del trayecto. Argel lo instigó en sus rea¬ ños. Y Argel vió en el despejo de aquel rostro juvenil —sólo desdentado por la miseria en la vejez— el despejo de un alma. Después de haber estada en la gruta del barrio de Hammán, recorrí las grietas del Casbah argelino, o sea la vieja ciudad al píe de la fortaleza que remata el cerro. He descrito en un libro la asombrosa población y no me repetiré aquí. Fué la mayor sorpresa de mi vida: a un pronto, lo contrario de todo lo que conocía, la anticiudad, un siniestro tugurio; luego, la indefinida atracción, como si también fuese agradable convertirse en microbio de una peste o en alimaña, y morar en una alcantarilla. E l hecho es que la cloaca maloliente que es el Casbah de Argel (la Casbah, dicen los franceses, que hace tiempo se proponen dinamitarla) obsequia de repente con unos patios encantadores, unas terrazas luminosas, unas viviendas de aristocrático desdén por lo callejero, unas mozas soñadoras, una promiscuidad y un impudor que acogotan, y convida al vicio irresistiblemente. No habrá sido igual en tiem-
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pos del cautiverio cervantino, pero tampoco muy diferente, porque la terquedad de la tradición la gritan por aquellas catacumbas las piedras inconmovibles; y lo distinta que pudo ser entonces, excluidas las disputas religiosas, de seguro habrá sido para mayor halago, pues entonces era toda la ciudad, y ahora es el desecho de la urbe que Francia ha construido limpia, confortable ( y menos característica) al lado. De aquel presumible halago disfrutó el joven Saavedra, soldado melancólico e incipiente escritor. Su prisión sólo parece haber sido literal por momentos, especialmente cuando caía convicto y confeso en uno de los intentos de fuga; luego, vagaba suelto por las grietas del Casbah, subiendo y bajando escalinatas sólidas, torciendo codos, esquivando salientes y detritos tanto como alegadores tediosos de una y de otra religión, sentándose un rato en un bazar crujiente de frituras y espeso de humo y de jugadores de naipes, introduciéndose furtivamente (avisa en una de sus comedias "que la verdad la fraguó / bien lejos de la ficción") en un zaguán negro que obligaba a abatir la cabeza pero daba súbitamente a un patio recuadrado por una arquería de medio punto, centrado por un aljibe y habitado por una muchacha tímida de cuclillas en una estera. Otras veces trasponía el caserío superpuesto para acercarse al mar azul y ver la rompiente blanca de las olas en la playa o en el acantilado — " A las orillas del mar, / que con su lengua y sus aguas..."— y se entretenía de ida o de retorno por los jardines exquisitos que ya Roma y Germa-
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nía reconquistadoras de España habían arrasado en Castilla y amenazaban asolar en Andalucía y en Levante. Los ojos de aquellas playas, de aquellos jardines, de aquellas callejas inverosímiles del Casbah, estaban habituados al joven español nada soberbio, al contrario, llano y afable, pero de porte digno, que solía pasar y mirar y esperar con constancia aunque sin prisa; y era un hábito grato, tan pronto de una moza cariñosa como de una dama suspirante o de un gordo oblicuo o de un señor discreto o de otro joven sensible a la camaradería sin tacha. Cuando Cervantes, leal con su deber pero infiel a su amor, se refugió fracasado en la gruta, no era fracasado por la frustración de la huida, sino por haber querido huír. L a pena del delito fué aquella: vivir unas horas, talvez unos días, como vive Europa desde su nacimiento, en las cavernas, en los subterráneos, en ciudades construidas hacia abajo, para dejarle a la aventura la dispersión y soñar con las alturas. Lo quería bien la ciudad de los jardines, de los patios y de las azoteas que no hay en Europa, y él la desairaba. Lo quiso Argel porque era un lindo hombre. L a pena que le impuso fué leve pero eterna. Todavía puede verse a Cervantes sentado en el poyo de la entrada de la gruta, escondido por no ser arrogante, aguardando paciente la sanción merecida, y sin decepción. Y o le estreché el corazón en aquel refugio. Días antes había estado en Orán, donde también me impregné del recuerdo de San Martín. No hay en Orán rastros suyos, ciertamente, pero mis an-
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sias lo revivieron niño, defendiendo hasta la ruina total, en compañía de Daoíz, la ciudad acosada, bajo la mirada pétrea del Castillo de Santa Cruz. ¡Dichoso itinerario mío! Los dos hombres que más admiro y quiero se me unieron en el camino y marchamos juntos. Los dos estaban en agraz. A l argentino lo hallé con una hermosa cara de asombro sin susto; la madre, viuda y necesitada, le hablaba de los hijos al rey, entonces, y le decía: " E l que menos costo me trajo fué José Francisco"; y ¿qué pudo costarle a nadie un hombre que a los 13 años resistía fusil en mano, en medio de un terremoto, el acoso de una ciudad, a los 32 cumplía una carrera militar brillante, y a los 45 dejaba libertado un mundo y se sumía en la indigencia y en el olvido por no estorbar? U n héroe barato, sin duda. Todos los héroes genuinos le son baratos a la humanidad; si nos pidieran su precio ¿con qué nos los pagaríamos? Tampoco Cervantes le fué gravoso al mundo. Lo encontré con su cara de lindo hombre —de hombre bueno— en la gruta argelina donde sufría ele buen talante el castigo de su inteligencia por su amor. Y como la dicha suele llegar por la vía de la inocencia, fué un iletrado gendarme público quien me lo reveló en su primer mérito para la fama. Cervantes y el falso "Quijote"
E L enigma del autor del QUIJOTE apócrifo ha movido y sigue moviendo muchas plumas eruditas; ninguna cayó aún en la tentación de comentar ese Q u i -
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J O T E mismo. S i el hecho significase una venganza oficiosa en nombre de Cervantes ofendido, p o d r í a ser plausible; pero, p r e o c u p á n d o s e por conocer a l impostor, los eruditos no vengan de él a Cervantes ni a nadie; al contrario, parecieran sancionar el delito. S i n duda, no necesita Cervantes tal desquite. Dejemos pues en paz al autor innominado y fijémonos unos instantes en su mamotreto. E s o , por lo menos,
puede ayudarnos a comprender a Cervantes, como la sombra ayuda a discernir la luz. P R I M E R A M E N T E , por ser cosa que plantea de entrada el libro, una cuestión de preceptiva literaria que tiene sus adentros: E l prólogo del falso Q U I J O T E empieza así: "Como casi es comedia toda la H I S T O R I A D E D O N Q U I J O T E D E L A M A N C H A " . . . Se lee luego en él: " N o sólo he tomado por medio entremesar la presente comedia con las simplicidades de Sancho P a n z a " . . . Y por fin, dirigiéndose a Cervantes: " C o n t é n t e s e con su G A L A T E A y comedias en prosa; eso son las m á s de sus n o v e l a s " . . . ¿ Q u é significa esto de llamar comedias a las novelas, y nada menos que al Q U I J O T E ? Comedia ¿no es la representación dialogada, frente a la narración que es la novela? A l g o de misterioso para nosotros hay en las observaciones del Avellaneda, que necesita aclaración; pero antes recordemos lo siguiente, para la ubicación que se le dará a su tiempo: Dante (Dante, y no la posteridad, como se ha dicho) llamó comedia a su mayor obra; la C E L E S T I N A es pieza teatral para unos, novelística
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para otros; durante el siglo xvi se llamaba comedia en España indistintamente a la comedia actual, al drama moderno y a la tragedia. Cervantes había dicho en el prólogo de las N O V E LAS E J E M P L A R E S : " . . . m e doy a entender (y es así) que yo soy el primero que he novelado en lengua castellana; que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y estas son mías, no imitadas ni hurtadas". . . E n el mismo prólogo llama novelas a las doce que da; pero en la dedicatoria al Conde de Lemos dice: "...suplico que advierta V . E . que le envío, como quien dice nada, doce cuentos"... Mayáns y Sisear, el primer biógrafo cervantino, nota que la afirmación de Cervantes sobre su prioridad en la novela española dolió al "envidioso satírico" del falso Q U I J O T E . E S evidente; pero ¿con qué razón, al negarle a Cervantes esa prioridad, le convierte en comedias las novelas? No puede ser mero juego de palabras. Acerca de si las E J E M P L A R E S son novelas o son cuentos, escribe el mismo Mayáns y Sisear, que Cervantes, "hablando .con la propiedad que suele, llamó cuentos a sus novelas", lo que sugiere que el biógrafo las considera cuentos. Más adelante, sin embargo, rebate la opinión de Lope de Vega, según la cual hay diferencia entre novelas y cuentos. Lope había dicho que su A R C A D I A y su P E R E GRINO tenían ya "alguna parte de este género y estilo" (el novelesco) "más usado de italianos y franceses que de españoles", pero que en él era diferente y "más humilde el modo". " E n tiempo menos dis-
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creto que el de ahora, aunque de hombres más sabios •—agrega—> llamaban a las novelas, cuentos. Estos se sabían de memoria, y nunca, que yo me acuerde, los vi escritos" A lo que Mayáns opone: " Y o soy de sentir que entre cuentos y novelas no hay más diferencia, si es que hay alguna, que lo dudo, que ser aquél más breve. Como quiera que sea, los cuentos suelen llamarse novelas, y las novelas cuentos, y éstos y aquéllas, fábulas". Y la opinión parece justificarla Lope mismo, quien en la dedicatoria de su primera novela aludió con elogio a las cervantinas llamándolas novelas. Todo lo cual revela que aun en épocas clasicistas como el siglo xvi de Lope y de Cervantes y el xvm de Mayáns se dudaba acerca del contenido y de la forma del género novelesco. Pero todavía no entrevemos por qué pudo ser identificada con la comedia la novela cervantina. Antes de Cervantes existían en España la novela apológica de
C A L I L A Y DlMNA y del
CONDE L l I C A -
la sentimental de C Á R C E L D E AÍMOR. la caballeresca de A M A D Í S , la pastoril de D I A N A , la picaresca de L A Z A R I L L O . Que a todas o a algunas las considerase novelas Cervantes no es dudoso, puesto que habla de "las muchas novelas" que "andan impresas" en "lengua castellana"; las caballerescas, las pastoriles, las sentimentales y las apológicas podían estar entre las que declara "traducidas de lenguas extranjeras" o sugiere imitadas o hurtadas: pero ¿y las picarescas? ¿le parecían trasplante extraño también? L a verdad es que esta especie noveNOR,
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lesea, al cabo tan típicamente española, debe de llevar por algo el distintivo de una región francesa; ¿la juzgaría Cervantes una importación traspirenaica, como la pastoril una importación italiana? es posible; también es posible que la estimase obra de género literario impreciso, a semejanza del propio Q U I J O T E , o simplemente una sátira •—porque hay que recordar que para él el Q U I J O T E no era una novela, sino una historia fingida, con presunto historiador y todo: una especie de superchería literaria; para novelas, las que interpola en el libro, precisamente con la intención confesada de que la atraigan el perdón del lector sobre la pobre historia. Pero más bien que a la letra parece que hubiera que atender al espíritu de la declaración de Cervantes sobre su prioridad en el novelar castellano; más bien que a la conciencia, al subconciente. E n efecto, se estima a sí mismo el primero en esta faena de escritor en España, quizás por no creer novelas a las picarescas y seguramente por juzgar de procedencia extraña (como su propia G A L A T E A ) todas las demás, pero sobre todo, sin duda, por ver que, fuera de la picaresca, la novela no refleja hasta él en su patria o en su lengua ningún aspecto de la vida nacional, y el subconciente le dicta que la novela está esperando los aspectos nacionales, aunque no advierta que los espera en España y en Europa. Son los aspectos que sus novelas empiezan a reflejar fielmente, con una objetividad como la de R I N C O N E T E y CORTADILLO, inusitada antes en el mundo; y de aquí que sea el primero en novelar en lengua cas-
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tellana, según su natural modestia, el primero en todas las lenguas, según la verdad histórica — el primero, se entiende, en el novelar moderno, que es el registro de la vida ordinaria. Ahora, bien: la vida ordinaria era, desde los griegos, materia propia de la comedia. Recordemos que comedia y tragedia nacen juntas en Grecia, como las dos caras de la misma medalla: la tragedia o canto de sátiros, el aspecto divino del culto dionisíaco o, realmente, culto vital; la comedia o canto de ciudad, el aspecto humano. Este segundo aspecto es el que prefirió en la modernidad todo el teatro, lo que hizo que se llamase en él comedias lo mismo a las lamentables que a las risibles, lo mismo al enredo jocoso que a la trama para deplorar, lo mismo a la D A M A BOBA que al CASTIGO S I N VENGANZA. Fué el aspecto que recogió también con Cervantes la novela, y esto motivó los dichos del Avellaneda, notorio cíasicista en esas expresiones y en todo su Q U I J O T E . Creo que vamos entendiéndonos. Había antes novelas o fábulas milesias (de Mileto) sibaríticas o ateas (de los sibaritas italianos) cabalísticas (de la Cabala) talmúdicas (del T a l mud) mitológicas, bizantinas, caballerescas, apológicas, pastoriles etc.; todas tendían a lo fabuloso, aunque en muchas despuntase el realismo: novelar era precisamente eso, mentir la vida; para ejemplificar el género podríamos evocar el DECAMERÓN, en el que el realismo ocupa ya mucho espacio, pero la orientación general es todavía fabulosa, sea con miras satíricas, sea con puro sentido mágico; sus cuen-
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tos que les decimos hoy, fueron por eso "novelle", sin que a nadie se le ocurriese llamarlos comedias, mientras se llamó comedia (divina, del otro mundo) a la narración que Dante había hecho en verso de una excursión ultraterrena pero con personas y cosas ordinarias, empezando por él mismo. Boccaccio vendría a representar así el tránsito de la novela clásica a la novela moderna. Cervantes, educado en el clasicismo renacentista '(educado y no criado) no sueña con oponerse de ningún modo al orbe clásico, al orbe latino de clase que el Renacimiento exhumaba del entierro medieval; pero su sentir ibérico anticlásico lo induce a atrevimientos que cree importaciones europeas o, más bien, renacentistas, en una España necesitada, y son verdaderamente rebeldías españolas o, si se prefiere, nacionales, en una Europa náufraga, aferrada por último al fantasma clásico; así define para siempre con la G I T A N I L L A , con el CASAMIENTO E N GAÑOSO, con
la I L U S T R E FREGONA, con
RINCONETE
la novela moderna. Rinde todavía amplio tributo a la novelística anterior: la G A L A T E A , Y
CORTADILLO
el A M A N T E
L I B E R A L , la E S P A Ñ O L A
INGLESA,
aun
cuando tengan, como toda la obra cervantina, un sostén realista, tienden ambiciosamente a la fábula. Realista en el fondo y con una casi desesperada ambición de lo maravilloso es aquella novela que no se atrevió a motejar de suprema en el mundo, pero reputó la mejor suya y en la que al final de la carrera cifró sus esperanzas de gloria: la bizantina P E R S I L E S Y SIGISMUNDA. Lo que mediocriza el P E R S I L E S
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y las otras semejantes del autor, es justamente ese contubernio hibridizante de lo ordinario y lo extraordinario de la vida, de lo fabuloso y lo real, de la novela y la comedia. Por suerte, aparte de haberse atrevido a dar un R I N C O N E T E Y CORTADILLO insurgente, Cervantes pulsa su propia hibridez y, ya que no pueda eludir ninguno de los elementos que lo presionan, tiene la inspiración de exponer en un soberbio drama su choque; de ahí brota prodigioso, como la chispa del roce de la piedra con ef eslabón y como ella deslumbrante y fugaz, real e imposible, D O N Q U I J O T E . E l Q U I J O T E es por su intención y su consistencia realistas la piedra angular de la novela moderna, de nuestra novela. Inconsciente de su osadía al comienzo, advertido después, Cervantes se asusta un poco de sí mismo e incorpora a la fuerza a su historia novelas que, como el C U RIOSO I M P E R T I N E N T E , se orientan en lo fabuloso,
aunque el natural realismo cervantino las cimente; con ellas esperaba el contrito rebelde que la preceptiva clásica le pasase por alto la extravagancia quijotesca; además, calificó de ejemplares a sus novelas para que en el realismo a que se atrevía se viese un propósito aleccionador, lo que motivó que el Avellaneda le retrucase que eran "más satíricas que ejemplares". E n la época contemporánea, llevado a sus extremos el realismo cervantino, la novela se convierte en un retrato, ni satírico ni apológico, de la vida ordinaria; tratamos de consignar objetivamente en ella la verdad externa e interna de nuestra vida, de ser
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posible sin tendenciosidad; hasta cuando ponemos los ojos en nuestra vida pasada nos proponemos ver~ la realmente, y así aparece la novela histórica; si a pesar del verismo básico sostenemos una doctrina, surge la novela de tesis, la menos novela posible. Este carácter realista y ordinario le da razón a Ortega y Gasset cuando observa que la novela no es, como suele creerse, una derivación de la épica: la épica homérica, que manipula mitos y no seres reales, degenera en la Grecia decadente y produce la novela de mera imaginación; la novela moderna, la nuestra, la cervantina, nace, al contrario, en oposición a esa otra degenerada y se entiende con seres reales; es la representación de "la actualidad como tal actualidad. Si las figuras épicas son inventadas, si son naturalezas únicas e incomparables, que por si mismas tienen valor poético, los personajes de la novela son típicos y extrapoéticos; tómanse, no del mito, que es ya un elemento o atmósfera estética y creadora, sino de la calle, del mundo físico, del contorno real vivido por el autor y por el lector". Elena es épica, Mme. Bovary es novelesca. Evidentemente, hemos extendido a la novela la misión de la comedia, el canto de ciudad, de "cornos" (tomando ahora el término ciudad como significativo de la realidad ordinaria, sea urbana o rural), diferente, ya que no opuesto, del canto de sátiros, de "tragos", o Tragedia, modificada, modernamente también, en Drama. La CELESTINA, comedia para el autor, porque pertenecía a la vida real, tragicomedia para otros, porque participaba de lo
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Sen
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h u m a n o y de l o d i v i n o ( d e l o d i v i n o , e n s u g r a n deza:
" L i b r o a l parecer d i v i - /
si encubriera m á s
l o h u m a - " ) , es o b r a t e a t r a l o n o v e l e s c a e n l a p r e ceptiva moderna
( a h o r a se c o m p r e n d e r á )
porque s u
contenido y hasta s u f o r m a encajan indistintamente en el teatro y e n l a n o v e l a d e s d e que a m b o s g é n e r o s se f u n d i e r o n e n t r e s í . UNA
cuestión
histórica
ahora, igualmente
grá-
vida. T o d o s los c e r v a n t i s t a s p a r e c e n c o n c o r d e s e n que l a a p a r i c i ó n del f a l s o Q U I J O T E e s p o l e ó l a c o n c l u s i ó n de l a segunda parte a u t é n t i c a , y nada m á s . Y o pres u m o que l a e s p o l e ó e i n f l u y ó e n e l l a . D i c e n que C e r v a n t e s l l e v a b a compuestos c a s i s e s e n t a c a p í t u l o s de l o s setenta y c u a t r o de l a l l a m a d a segunda parte
(que serian u n a quinta en el criterio
t r a d i c i o n a l ) c u a n d o se e n t e r ó de l a c o n t i n u a c i ó n e s p u r i a de l a p r i m e r a , y que eso le h i z o a p r e s u r a r l a propia
conclusión
de l a h i s t o r i a .
Precisemos
ante
todo los t é r m i n o s que t e n e m o s que u s a r . L a l l a m a d a p r i m e r a p a r t e , e n l a que C e r v a n t e s d a b a por m u e r to a D o n Q u i j o t e y f i n i q u i t a d a s u h i s t o r i a , se c o m p o n í a e n v e r d a d de c u a t r o p a r t e s que v a n d e l c a p í tulo i
9
a l viH , d e l ix" a l x i v \
del x x v m
9
0
del x v * al x x v n " ,
y
a l ui"; de m a n e r a que l a l l a m a d a s e g u n d a
d e s p u é s , implica u n a m o d i f i c a c i ó n del plan primitivo del autor, como p u e d e v e r s e e n l a ú n i c a e d i c i ó n s e g ú n e l t e x t o d i g n o de c r é d i t o , l a de J o a q u í n G i l e n Buenos Aires, 1941.
L a l l a m a d a s e g u n d a p a r t e que
m o d i f i c a e l p l a n o r i g i n a l , n o es r e a l m e n t e u n a c o n -
Tres
notas
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tinuación de la historia quijotesca sobre el punto en que había quedado anteriormente, sino la dilatación de un tramo sólo aludido antes; y dilatación le dice el propio autor cuando se olvida de la reestructuración de sus planes. Naturalmente: habiendo concluido el libro en la primera entrega, con la historia de Don Quijote desde la locura hasta la muerte, no cabía continuación, sino, a lo sumo, alguna insistencia, que por lo tanto no podía ser una quinta parte que no proseguía la cuarta, ni una segunda, ya existente. ¿No fué pues segunda parte por influencia de la apócrifa, que apareció como segunda? E s evidente, de todos modos, que Cervantes obedece en esto a una sugestión externa, y el hecho lo vemos patente a través del envidioso rival. L a llamada segunda parte es mucho más clasicista que la primera. Todas las segundas partes que se conocen de grandes obras, o todas las obras de madurez de autores que también produjeron en la juventud, se sindican por un aumento del filosofismo, de la discreción, de la conformidad humana, COmO es el caso de la ODISEA frente a la ILIADA, del S E GUNDO FAUSTO frente al PRIMERO O frente al W E R THER, de la "vuelta" de MARTÍN FIERRO. E n el caso del Q U I J O T E hay otra cosa que la huella de la madurez, que no habría podido invocarse ante un libro compuesto totalmente por un autor maduro y sin mudanza en la posición social. Lo que distingue el segundo del primer Q U I J O T E cervantino, es una moderación de la insurgencia literaria, profunda y consciente en el primero, aunque Cervantes tratase de
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San
Marcos
hacérsela perdonar con la interpolación de unas narraciones clasicistas a la moda; el segundo tiene plan, nudo, desenlace, que van cumpliéndose regularmente, lejos de la pura aventura anterior y, por eso, sin necesidad de muletas renacentistas. Ahora bien: el falso Q U I J O T E es netamente clasicista, es de un autor que conoce y acata los preceptos, que escribe más correctamente que Cervantes y que compone con plan, nudo y desenlace, como lo manda la ley, ajeno por completo al Quijote aventurero que sale de casa sin saber a dónde va. E n la planificación de la llamada segunda parte cervantina, el eje no es Don Quijote, sino el B a chiller, que premedita y desarrolla con excusas de redención ajena una vindicta propia; pero lo que la llena es el episodio de los Duques, más que análogo en sustancia al de Don Alvaro Tarfe que también gravita sobre todo en la fábula del Avellaneda. A mayor abundancia, Don Alvaro Tarfe se reitera en Don Antonio Moreno cervantino, superado ya el capítulo LIX? en que aseguran que lo alcanzó a Cervantes la superchería anónima. Menos acción, menos viveza, menos frescura de imaginación hay en la segunda parte, y se explica porque falta el trajín de la invención y porque los personajes y los hechos se ajan, al fin, manejándolos; pero el mayor clasicismo idiomático de esta parte, parece, al contrario, un crecimiento de las exigencias y del rigor, y pudiera significar una infidelidad más de Cervantes a su propia índole román-
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Tres notas
tica, bajo la sugestión de un émulo canalla pero l i cenciado. E l hondo drama cervantino, como queda sugerido líneas antes, lo constituyó el choque de una naturaleza personal con un mundo en torno. Seguro de su naturaleza, Cervantes habría avasallado al mundo y creado el teatro nacional español, como Lope genial, despótico y cachafaz. Quiso respetar al mundo sin someterlo ni someterse; el roce prolongado se Volvió Colisión: de la colisión brotaron chispas que fueron R l N C O N E T E , E L L I C E N C I A D O V I D R I E RA, E L CASAMIENTO ENGAÑOSO,
E L VIEJO
CELO-
SO, estrellas esplendentes, y un astro de primera magnitud, el QUIJOTE. ¡Dichoso drama! Pero lo torturó a Cervantes con desfallecimientos súbitos (corroborados por un sostenido infortunio personal y juicios terminantes de Lope) y con honestas envidias ante ía doctoral corrección. "¡Ingenio lego!" No era Garcilaso primoroso el paradigma de su humanidad ibérica totalizante (o lo fué el famoso soldado del Emperador, no el poeta); pero el día en que logró el soneto al túmulo de Felipe n" creyó merecer por lo menos la licenciatura que otros habían obtenido simplemente con una existencia vegetativa anodina, y lo motejó de "honra principal de sus escritos". Talvez leyendo la prosa insulsa pero canónica y doctorada del Avellaneda, trató de adaptarse, con mayor ahínco por ser el otro un enemigo y él un hombre bueno y más que un dios, que siempre son canallescos y despreciativos.
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San
Marcos
Nuestro justo resentimiento, si hemos de ser dignos de Cervantes, no puede cegarnos ante los méritos del Avellaneda; no es un escritor cualquiera (jamás pudo ser Lope, eso desde luego, aunque fuese de su camarilla o de su adoración) y tiene en el libro doloso creaciones estimables como la de Bárbara y su relato, o la extrañísima pero viva del i n tento de retajar a Sancho Panza. Sin embargo ¡qué abismo entre su doctorado regular y la genial bohemia cervantina! E l Avellaneda es la medalla de la Facultad, Cervantes es la gracia de Dios. Toma el Avellaneda a Don Quijote y lo saca un caso clínico, un loco de manicomio, trastornado sin remisión y sin excusa, y peligroso además; y lo toma a Sancho para volverlo escueta e irremediablemente puerco, mentiroso, ladrón, un caso policíaco. ¿Son estos el hermano rústico y el padre ideal que nos obsequia Cervantes a todos los humanos? Se lee el falso Q U I J O T E con la fruición de la impostura de buena fe pero que se puede documentar y probar. Porque no es dudoso que el Avellaneda creyese remedar exactamente a Cervantes, a quien en la trasconciencia admiraba, dicho sea de paso; y no advierte que se fué a buscar desechos a un hospital y a una cárcel, donde también su secreto admirado estuvo, pero con alma humilde y fraterna, no doctorada, para descubrir bajo la máscara del mundo la carne divina. La fruición que uno experimenta es porque advierte que la verdad tiene signos reconocibles también, y porque puede decirle a Cervantes: "No dudes más, hermano, cree, confía; eso no lo haríamos ni el Ave-
Tres ñafas
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llaneda ni yo". Quizás Lope —él, sí, el único— lo habría hecho, pero tenía un reino propio, que su despreciado le reconoció sin reservas. Y con todo, no puedo desprenderme de la idea de que Cervantes conoció la segunda parte apócrifa antes de dar cuerpo a la propia, cuando la iniciaba o cuando pudo modificarla a fondo — conoció en versión edita o inédita, directamente o por referencias, lo que de todos modos pondría tan próximo a él al falsario desconocido, que ¿por qué no pudo experimentar su influencia en cualquier otra forma? Y si no, el que conoció la obra ajena antes habrá sido el otro, lo que es extraño que Cervantes no denunciase, y siempre indicaría la proximidad ya deducida y las mismas posibilidades. Más atención al libro que a las partidas de bautismo o que a los modismos regionales lingüísticos, puede hacer fructuoso al fin este enigma del falso QUIJOTE, hasta ahora motivo de fárragos, de grafología, de reyertas y de ficción cultural.
Primor y Esencia del P E R S I L E S por
JOSÉ JIMÉNEZ
BORJA.
E N T R E fas obras de Cervantes, la novela T R A BAJOS D E PERSILES Y SIGISMUNDA. HISTORIA S E P TENTRIONAL no solamente es la última y postuma,
sino la cifra pura, exquisita y armónica de toda su vasta y compleja producción. E s la que, de un lado, sintetiza la calidad estética y, de otro, encierra la concepción del mundo y de la vida del genial escritor. Por eso mismo ha sido la más olvidada. En general Cervantes fué reconocido tardíamente en toda su luminosa significación, lo que Azorín ha expresado certeramente con la frase: " E l Q U I J O T E lo escribió la posteridad". Los coetáneos se mostraron consciente o inconscientemente desafectos o despectivos para este y sus demás libros cardinales. Espíritus tan selectos como Lope de Vega, Gracián y Suárez de Figueroa, los fulminaron con incomprensívos juicios. Lope sostuvo que "entre los poetas no había ninguno tan malo como Cervantes ni tan necio que alabara DON QUIJOTE". Los que en algo estimaron su famosa creación, como sucedió con Quevedo, lo hicieron con aprecio del humorismo exter79
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no, sin ahondar su sentido profundo. E n el PERSILES la valoración ha recorrido un camino mucho más lento y penoso, a través de tres siglos, sin que lo hayan percibido los románticos del siglo xix alemanes y franceses que vibraron de entusiasmo frente al resto de los volúmenes, ni mucho menos la crítica realista. H a sucedido con él lo que con la pintura del Greco o la segunda manera de la poesía de Góngora, que no encuentran aficionados por más de dos siglos y atraviesan un desierto de indiferencia hasta alcanzar la sensibilidad del siglo x x . Solamente desde hace pocos años ágiles inquisiciones y permeables estimativas están captando la trascendencia de su mensaje. A nuestro modo, podemos afirmar que se ha principiado a escribir el PERSILES. E l libro apareció publicado en 1617, un año después de la muerte de Cervantes, y constituye un documento patético de los últimos días de su autor. E l esfuerzo de redactarlo y de pulirlo fué paralelo con el debilitamiento físico y la enfermedad del anciano. Las páginas finales, abreviadas y casi truncas, parecen sufrir el golpe acezante de la agonía. La Dedicatoria al Conde de Lemos está fechada el 19 de abril de 1623. cinco días antes que expirase y cuando, recibida la extremaunción, esperaba serenamente el tránsito final sin que le abandonase aquel fino humorismo con que parafrasea un viejo romance: Pue.-.to ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, esta te escribo.