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EDITORES
EDITORIAL UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL MAULE
CRISTIÁN RAU JOSÉ TOMÁS LABARTHE MICAELA CABRERA ARTUS DARÍO PIÑA
BLANCA ZUÑIGA | CARLA MCKAY ELDE GELOS | LEONORA VICUÑA MAURICIO VALENZUELA | SAMUEL SALGADO CRISTIÁN LABARCA
© COLECCIÓN MUSEO O’HIGGINIANO Y DE BELLAS ARTES DE TALCA
GONZALO CARDEMIL
MARÍA PAZ RAU | DANIEL ROZAS CRISTIÁN RAU | JOSÉ TOMÁS LABARTHE
33 1/2 ORIENTE 1176, TALCA, CHILE EDICIONES@UCM.CL
CONTENIDOS
PÁGINA 13
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EDITORIAL
mr | 7 PALIMPSESTO URBANO POR: CATALINA PORZIO PÁGINA 16 ÁRIDOS POR: CLAUDIO MALDONADO PÁGINA 45 ENTREVISTA A MAURICIO VALENZUELA POR: DANIEL ROZAS PÁGINA 53
mr | 8 ALGUNA LUZ SOBRE ESTOS CAMPOS POR: PEDRO GANDOLFO PÁGINA 79 FOTOS MOVIDAS DE PROVINCIA POR: JORGE POLANCO PÁGINA 64 ENTREVISTA A BLANCA ZÚÑIGA POR: CRISTIÁN RAU PÁGINA 93
mr | 9 ALGUNA VEZ SALÍ VESTIDA DE PLUMAS Y TACOS AGUJAS POR: SILVIA FALORNI PÁGINA 130 LITERATURA FRONTERIZA EN EL NORTE GRANDE POR: RODRIGO RAMOS PÁGINA 105 VEINTE AÑOS DE PROVINCIA POR: JONNHATAN OPAZO PÁGINA 145
mr | 10 ENTREVISTA A SERGIO MANSILLA POR: MARÍA JOSÉ CABEZAS CORCIONE PÁGINA 175 SUTURAR LAS CONFIANZAS POR: ROSABETTY MUÑOZ PÁGINA 185 EDITAR DESDE EL AQUÍ POR: YANKO GONZÁLEZ PÁGINA 163
mr | 11 ENTREVISTA A EGON MONTECINOS POR: STEFANO MICHELETTI PÁGINA 194 LA CULTURA EN TIEMPOS CONSTITUYENTES POR: PAULO SLACHEVSKY PÁGINA 209 OBSCENO, DESCARNADO, ENORME POR: LUCY OPORTO VALENCIA PÁGINA 220
EDITORIAL
Celebramos la importancia que se le ha dado últimamente al concepto «territorio» y al ejercicio de valorar las prácticas pensadas y realizadas desde lugares lejanos del centro mismo del poder. Eso sí, presentimos, también, que se corre el riesgo de que de tanto manosear el concepto puede volverse romo, inocuo; hasta carne de meme. Así que intentaremos circundar el asunto —evitando ojear la expresión— discutiendo en torno a
procedimientos y prácticas provincianas y valientes, que buscan como bien dice Yanko González, por aquí,: «dar la batalla como si sirviera».
Un par de pispeos.
Hace poco un destacado periodista pedía a su fanaticada no usar más la palabrita e intercambiarla por barrios, villas, poblaciones, pla zas, etcétera ya que este «suena a asamblea de militantes o algo deshabitado y lejano». El
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escritor sureño Óscar Barrientos, por el con trario, la defiende, y lo hace por motivos más bien prácticos ―las otras opciones no le con vencen―: «regionalización» tiene un tufillo militar que conviene a toda costa sortear, y, la otra, «provincia», está demasiado pasada a humo, nostalgia y caminos de tierra.
«El mapa no es el territorio» rezan los ta tuajes —o la descripción en Instagram (que viene a ser lo mismo)— de los feligreses más convencidos. El mito dice que la frase fue acu ñada por un militar que recorría el campo de batalla mapa en ristre y pese a su atenta lec tura, terminó dentro de una zanja enemiga, porque, claro, en la cartografía no aparecía la trinchera específicada. La máxima, que sirve de comodín culto en casi todos los cam pos intelectuales existentes, en estas lides la
postulamos simplemente para recordar que no toda producción cultural debe mostrar obli gadamente las marcas, con pelos y señas, del lugar de donde proviene. No es necesario exhi bir la Denominación de origen como muestra de calidad o de prueba de blancura; y por lo pronto, no todo lo que se hace debe repetir procedimientos que se reconocen como ade cuados. «Tráiganme clichés nuevos» decía un culturoso de provincia.
Ahora bien, y esto es lo importante y lo que nos convoca: el postular que las ideas y creaciones excéntricas ―fuera del centro— no deban trazarse en base a tópicos manosea dos y con olor a precariedad impostada, no quiere decir que haya que ir a buscar tramas y conceptos fáciles y pensados para el cen tro. «Postergo el momento de escribir porque
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no encuentro la palabra con que se abren las montañas», nos ayuda Guadalupe Santa Cruz.
La propuesta del hacer desde el acá, o desde un poco más allá, debe buscar armar una nueva forma de relatar y de comprender los bordes, cierta poética afincada.
El título de este número — extraterri torial — lo tomamos prestado del crítico George Steiner, quien propuso que una de las características únicas de la revolución del len guaje dada a partir de la «crisis de valores mo rales y formales» que antecenden a la Primera Guerra Mundial fue la aprición de una «caren cia de patria». Autores brillantes ―léase Na bokov, Kristof, Borges o Beckett—mutaron de idioma —superando eso de que la patria es la lengua, dicho por Adorno desde el exilio― amplificando de manera radical sus obras. En
este presente, en que vivimos, sin duda, una crisis de valores morales y formales proponemos ir más allá del lenguaje dado por nuestro paisaje, rescatando, raspando, releyendo y poetizando en torno a prácticas situadas ―a veces ópacas y silenciadas―, pero que dan cuenta de una forma de hacer única; artilugios y oficios que se relacionan y nutren de la ceguera centrista. Este número, entonces, pretende hilvanar una especie de base, un par de pilares media namente firmes, en torno a los cuales seguir pensando los modos de producción desde es tos lugares. Les pedimos a autoras y autores quitar el tupido velo, desnudar, mostrar la estructura, los hilos invisibles que rigen la forma en que piensan y producen. Echar «al guna luz sobre estos pueblos» como propone Pedro Gandolfo.
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PALIMPSESTO URBANO
por Catalina Porzio | fotografías Carla McKay
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No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares. / La ciudad te seguirá. / Vagarás por las mismas calles. / Y en los mismos barrios te harás viejo; / y entre las mismas paredes irás encaneciendo. / Siempre llegarás a esta ciudad.
[Cavafis, 2000: 17]
Venía de las selvas inextricables del jabalí y del uro; era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol. Ve un conjunto, que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal. Quizá le basta ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania.
[Borges, 1974: 558]
La historia comienza al ras del suelo, con los pasos. Son el número, pero un número que no forma una serie. No se puede contar porque cada una de sus unidades pertenece a lo cualitativo: un estilo de aprehensión táctil y de apropiación cinética. Su hormigueo es un innumerable conjunto de singularidades. Las variedades de pasos son hechuras de espacios. Tejen los lugares.
[De Certeau, 2008: 5]
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En las grandes ciudades, tanto los espacios como los lugares son diseñados y construidos: caminar, observar, estar en público, son parte del diseño y propósito como estar dentro para comer, dormir, hacer zapatos o el amor o música. La palabra ciudadano tiene que ver con ciudad, y la ciudad ideal se organiza en torno a la ciudadanía: en torno de la participación de la vida pública. (...) Caminar por las calles es lo que vincula la lectura del mapa con la propia vida vivida, el microcosmos personal con el macrocosmos público; permite entender el laberinto alrededor.
[Solnit, 2015: 269]
Ciudad se deriva del latín civitas, civitatis, civitatem y tiene el más noble significado para el género humano, por cuanto cada palabra obedece a una cosa nueva, y civitas, civitatis o civitatem implican la primera forma de organización en sociedad, el primer salto de las palizadas lacustres o las cavernas agresivas hasta la aglomeración de las familias con fines de mutua ayuda, cooperación, etcétera.
[Edwards Bello, 2009: 591]
Las ciudades están llenas de sorpresas, llenas de lo inesperado, de extraños encuentros, llenas de respuestas que no esperabas a tus preguntas. Tal vez por esta razón es que en su origen las ciudades eran lugares de intercambio. En contraste con la ciudad está el campo, tan diferente. El campo está lleno de lo que no sorprende. Al contrario, está lleno de lo esperado, de espera.
[Berger, 2007: 32]
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Llorábamos, porque habíamos sido expulsados de la antigua Edad de Piedra a la nueva Edad de Piedra, de las estepas al fango de los ríos, de la noble cacería de los mamuts y los bisontes al esclavizante escarbar por tallos, de la libertad al masticar. Llorábamos porque estábamos cumpliendo la condena de esperar sentados, en el granero, el lapso de tiempo entre la siembra y la cosecha, por lo tanto, en habitar en casas.
[Flusser & Onetto, 2017: 13]
Una profecía muy señalada del período 1880-1920 ve en las ciudades el espacio de las sensaciones inexploradas, ya no solo el disolverse en la multitud como huida de control parroquial, ni las licencias que permite el consumo de alcohol, juego y prostitución, sino el aprendizaje de lo urbano como «naturaleza de relevo», el gusto por los paisajes insólitos, los cambios permanentes, las aglomeraciones, el encanto de la sordidez, las señas desastrosas del avance de la industria, la pérdida del sitio fijo que cada uno ocupaba en pueblos y pequeñas ciudades.
[Monsiváis, 2000: 207]
Una ciudad: piedra, cemento, asfalto. Desconocidos, monumentos, instituciones. Megalópolis. Ciudades tentaculares. Arterias. Muchedumbres. ¿Hormigueros?
¿Qué es el corazón de una ciudad? ¿El alma de una ciudad? ¿Por qué se dice que una ciudad es bonita o fea? ¿Qué tiene de bonito y de feo una ciudad? ¿Cómo se conoce una ciudad? ¿Cómo conoce uno su ciudad? (...) Nunca nos podremos explicar o justificar la ciudad. La ciudad está ahí. Es nuestro espacio y no tenemos otro. Hemos nacido en ciudades. Hemos crecido en ciudades. Respiramos en ciudades. Cuando cogemos el tren es para ir de una ciudad a otra ciudad. No hay nada de inhumano en una ciudad, como no sea nuestra propia humanidad.
[Perec, 2001: 99-100]
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Hay unos niños que salen al patio de la escuela en fila de a dos. Hay una mansión de finales de siglo completamente sola en medio de grandes edificios de cristal. Hay unas pequeñas cortinas de vichy en las ventanas, unos consumidores en las terrazas de los cafés, un gato que se calienta al sol, una señora cargada de paquetes que llama a un taxi, un centinela que monta guardia ante un edificio público. Hay unos basureros que llenan unos volquetes, unos revocadores de fachadas que instalan un andamio. Hay nodrizas en las plazoletas, libreros a lo largo de los paseos; hay cola ante la panadería, hay un señor que pasea a su perro, otro que lee su periódico sentado en un banco, otro mira a los obreros que están demoliendo una manzana de casas.
[Roudinesco, 2019: 35]
Las ciudades también son lugares inventados por la voluntad y el deseo, por la escritura, por la multitud desconocida.
[Arroyo, 2016]
La forma de la ciudad cambia más rápido, ay, que el corazón de un mortal.
[Baudelaire]
Así —dice alguien— se confirma la hipótesis de que cada hombre lleva en su mente una ciudad hecha solo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin forma, y las ciudades particulares la rellenan.
[Calvino, 1998: 47]
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La historia del psicoanálisis es también la historia de un geopsicoanálisis cuyo territorio arquelógico sería el de las ciudades, todas parecidas y todas distintas unas de otras. (...) Me gustan las ciudades, me gustan los ruidos de la ciudad, la multitud, los cafés, los restaurantes, y por lo tanto me gusta que el psicoanálisis esté implantado en las ciudades, incluso en las megalópolis, donde la angustia va a la par de la interrogación del sujeto sobre sí mismo. Explorar el propio inconsciente siempre implica soltar algo, a costa de conservar su huella en el inconsciente: un territorio, una tribu, una familia y por lo tanto una soberanía ligada a la raza, a la nación. Es también soñar con una ciudad o incluso soñar una ciudad.
[Roudinesco, 2019: 100]
Quizás todo consista en saber qué palabras pronunciar, qué gestos hacer, y en qué orden y con qué ritmo, o bien baste la mirada, la respuesta, el ademán de alguien, baste que alguien haga algo por el solo placer de hacerlo y para que su placer se convierta en placer de los demás: en ese momento todos los espacios cambian, las alturas, las distancias, la ciudad se transfigura, se vuelve cristalina, transparente como una libélula.
[Calvino, 1998: 163]
Las ciudades son vastos depósitos de historia que pueden ser leídos como un libro si se cuenta con un código apropiado; son como sueños colectivos cuyo contenido latente se puede descifrar; espacios simbólicos a los que Jung y los surrealistas se habían asomado incipientemente. Los pasajes son cruceros no solo de transeúntes y cosas, sino de pensamientos y voluntades con múltiples orígenes.
[Arroyo, 2016]
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A veces siento tanto / lo que siento por ti que / me meto en uno de esos / pasajes por los que no pasa / nunca nadie y hay puros zurcidores / japoneses y afiladores de tijeras y me / pongo a llorar mirando un ovillo de lana.
[Bertoni, 2018: 63]
Así como una estantería de libros puede mezclar poesía japonesa, historia mexicana y novela rusa, los edificios de mi ciudad contenían centros zen, iglesias pentecostales, salones de tatuajes, tiendas de abarrotes, locales de burritos, palacios de cine, restaurantes chinos. Hasta las cosas más ordinarias me llenaban de asombro, y la gente en la calle ofrecía miles de atisbos de vidas parecidas y totalmente diferentes a la mía.
[Solnit, 2015: 262]
La gran ciudad tiene un aspecto polifáceo; la pequeña es simplemente monofácea, o de una sola cara. Por eso las cosas y las ideas manifiestan aquí una tendencia irresistible a la uniformidad.
[Edwards Bello, 2009: 587]
Aquí no hay glamour / ni bares franceses para escritores / solo rotiserías con cabezas de cerdo / zapatos de segunda / cajas de clavos. martillos. alambres y sierras / guerras entre carnicerías vecinas y asados pobres / este no es el paraíso ni el anteparaíso.
[González, 2019: 9]
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«Ciudad» y «visualidad» son dos palabras que riman y a la vez dos conceptos que no se pueden despegar. (...) Si me dicen, igualmente, «piense en la ciudad», imagino de inmediato un recorrido. Se trata de un trayecto específicamente santiaguino. No pienso en ese momento en Londres de mi interés, ni Estambul de los cuentos, ni siquiera en el Buenos Aires de mi apego. Santiago es la ciudad. Aparece, observada desde un automóvil que entra en ella por el acceso sur, de noche. Hay explanadas, barreras, y sobre el asfalto fosforescencias amarillas, una infinita hilera de pequeños focos empotrados, manchones de petróleo, parches de alquitrán. Es posible que antes de que la carretera se sumerja bajo los puentes sucesivos haya avistado bloques de departamentos: ahí están las luces de los interiores, la vida que no me pertenece pero que pretendo reconocer.
[Merino, 2012: 37]
En el terreno visual, la Ciudad de México es, sobre todo, la demasiada gente. Se puede hacer abstracción del asunto, ver o fotografiar amaneceres desolados, gozar el poderío estético de muros y plazuelas, redescubrir la perfección del aislamiento. Pero en Distrito Federal la obsesión permanente (el tema insoslayable) es la multitud que rodea a la multitud, la manera en que cada persona, así no lo sepa o no lo admita, se precave y atrinchera en el mínimo sitio que la ciudad le concede. Lo íntimo es un permiso, la «licencia poética» que olvida por un segundo que allí están, nomás a unos milímetros, los contingentes que hacen de la vitalidad urbana una opresión sin salida.
[Monsiváis, 2012: 17]
La aparición de estas caras en la muchedumbre; / pétalos sobre húmeda, negra, rama.
[Pound, 1981]
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Bajo la bruma agitada por los vientos, la isla urbana, mar en medio del mar, levanta los rascacielos de Wall Street, se sumerge en Greenwich Village, eleva de nuevo su cresta el Midtown, se espesa en Central Park y se aborrega finalmente más allá de Harlem. Marejadas de verticales. La agitación está detenida, un instante, por la visión. La masa gigantesca se inmoviliza bajo la mirada. Se transforma en una variedad de texturas donde coinciden los extremos de la ambición y degradación, las oposiciones brutales de razas y estilos, los contrastes entre los edificios creados ayer, ya transformados en botes de basura, y las irrupciones urbanas del día a día que cortan el espacio. A diferencia de Roma, Nueva York nunca ha aprendido el arte de envejecer al conjugar todos los pasados. Su presente se inventa, hora tras hora, en el acto de desechar lo adquirido y desafiar el porvenir.
[De Certeau, 2008]
No puede haber una soledad como una que nos abandona rodeados de innumerables rostros que parecen no tener voz ni expresión, entre miradas sin número que nos contemplan sin juzgarnos, entre apresuradas figuras de hombres y mujeres que vienen y que van sin que tengan sentido ni sus prisas ni sus movimientos, y que parecen máscaras de locos, ciudadanos fantasmas. La sensación de inmensidad que produce Londres desde el interior se ve alimentada también por la descomunal extensión de barrios y por los constantes destellos que hacen suponer, en cada esquina, otros barrios de extensiones comparables. La espesa atmósfera que se vislumbra al final de cada enorme avenida envuelve su final en una especie de sombra incierta.
[De Quincey, 2012: 195]
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Como en el teatro y en el cine, en el metro es de noche. Pero su noche no tiene esa ordenada delimitación, ese tiempo preciso y esa atmósfera artificialmente agradable de las salas de espectáculos. La noche del metro es aplastante, húmeda de un verano de invernáculo y además infinita, en cualquiera de sus puntos o de sus horas la sentiremos prolongarse en los tentáculos de los túneles, en cualquiera de las estaciones que bajemos estará latiendo uno de los muchos corazones del inmenso pulpo negro que subtiende la ciudad. La noche del metro no tiene comienzo ni fin, allí donde todo se conecta y se transvasa, donde las estaciones terminales son a la vez llegada y partida; llamarlas terminales es una de las muchas formas de defensa contra ese temor indefinido que espera en la penumbra del primer corredor, del primer andén.
[Cortázar, 2009: 285]
Desventurados los que divisaron / a una muchacha en el Metro / y se enamoraron de golpe / y la siguieron enloquecidos / y la perdieron para siempre entre la multitud / Porque ellos serán condenados / a vagar sin rumbo por las estaciones / y a llorar con las canciones de amor / que los músicos ambulantes entonan en los túneles / y quizás el amor no es más que eso: / una mujer o un hombre que desciende de un carro / en cualquier estación del Metro / y resplandece unos segundos / y se pierde en la noche sin nombre.
[Hahn, 2004: 23]
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Las ciudades levantadas por los modernos son también «topografías míticas» movidas simultáneamente por la fascinación y el desencanto, máquinas que seducen con interminables promesas frecuentemente incumplidas. Los territorios citadinos están unidos por un hilo civilizatorio que se proyecta en el tiempo, pero se distinguen en la sociedad burguesa por su estado siempre provisional. Allí se encuentran los tinglados de tránsito y realización donde se entrecruzan amos y esclavos, formando con su vida la peripecia cotidiana que da contenido y dimensión a la existencia común, dejando a su paso una profusa constelación de signos casi siempre imperceptibles para quien se encuentra inmerso en ellos.
[Arroyo, 2016]
Las siglas son un talismán fatal para la imaginación de todo niño crecido en los años sesenta. Son la unidad de base de una quimera sinóptica que cree que confabulando números y letras se puede reducir el sentido y la complejidad del mundo a un juego de coordenadas unívocas. Pero si las siglas de Brasilia despertaron en mí los ecos de una infancia intacta, es porque en ese idioma impronunciable resonaba el imaginario que tejió mi niñez, la niñez típica del hijo de la cultura de masas: el imaginario de la ciencia ficción.
[Pauls, 2017: 127]
Hay que guardarse de decirles que a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí. En ocasiones hasta los nombres de los habitantes permanecen iguales, y el acento de las voces, e incluso las facciones; pero los dioses que habitan bajo esos nombres y en esos lugares se han marchado sin decir nada y en su lugar han anidado dioses extranjeros.
[Calvino, 1998: 43-44]
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Por ello, las ciudades, aunque duran siglos, en realidad son grandes campamentos de vivos y muertos en los que quedan algunos elementos, como señales, símbolos y advertencias.
[Edwards Bello, 2009: 31]
En un corredor vi una flecha que indicaba una dirección y pensé que aquel símbolo inofensivo había sido alguna vez una cosa de hierro, un proyectil inevitable y mortal, que entró en la carne de los hombres y de los leones y nubló el sol en las Termópilas y dio a Harald Sigurdarson, para siempre, seis pies de tierra inglesa.
[Borges, 1974: 798]
Pero la ciudad no cuenta su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, cada segmento surcado a su vez por arañazos, muescas, incisiones, comas.
[Calvino, 1998: 25-26]
Lo que tenía la ciudad jardín de idea verdaderamente mala es eso: coger una hoja en blanco y crear un mundo nuevo. Eso es artificial; no puedes hacer un nuevo mundo sin el viejo.
[Jacobs, 2019: 93]
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Con las ruinas, una ciudad se libera de sus planes y se convierte en algo tan complejo como la vida, algo que puede explorarse pero quizá no cartografiarse. Es la misma transmutación que aparece en los cuentos de hadas en los que las estatuas, los juguetes y los animales se vuelven humanos, aunque a estos se les insufla vida, mientras que, con las ruinas, a la ciudad se le insufla muerte, pero una muerte generadora, como la del cadáver que sirve de alimento a las flores.
[Solnit, 2020: 77-78]
Mi ciudad es la ciudad de los británicos melancólicos —Dickens, Gissing, Johnson, especialmente Johnson—, aquella en la que no vamos a ningún sitio, sino que ya estamos allí; nosotros, la gente normal y corriente que vaga por estas miserables y maravillosas calles en busca de un yo reflejado en los ojos de un desconocido.
[Gornick, 2018: 13]
Vivo en un bello barrio en Santiago de Chile. Es un barrio en que los papás no han desaparecido aún y en la botillería les fían a todos los vecinos. Vivo en un bello barrio con bengalas, extintores y gente alegre, las mujeres acá usan sables y son bellas como la curaíta de la Chuki. Y hay iglesias evangélicas y hay canutos y hay canutos y hay canutos y la tontera fascista al interior de todas estas casas. (...) Vivo en un bello y enérgico barrio en la zona sur de Santiago. Su belleza es tal que mi hermano lo graba con su celular y por la noche le muestra los videos a su guagua para hacerla dormir. (...) Aquí nadie discrimina a los flaites, porque somos todos flaites. Aquí nadie discrimina a los haitianos, porque todos somos haitianos. Aquí nadie discrimina a las guatonas, porque somos todas guatonas. Aquí nadie discrimina a los pokemones, porque somos todos pokemonos. Aquí nadie discrimina a los que hacen portonazos, porque aquí todos hacemos portonazos.
[Carreño, 2020: 116-117]
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Y si uno cuenta que vio la primera luz del mundo en el Zanjón de la Aguada, ¿a quién le interesa? ¿A quién le importa? (...) Una ribera de ciénaga donde a fines de los años cuarenta se fueron instalando unas tablas, unas fonolas, unos cartones, y de un día para otro las viviendas estaban listas. Como por arte de magia aparecía un ranchal en cualquier parte; como si fueran hongos que por milagro brotan después de la lluvia, florecían entre las basuras las precarias casuchas que recibieron el nombre de callampas por la instantánea forma de tomarse un sitio clandestino en el opaco lodazal de la patria.
[Lemebel, 2015: 45]
Las calles de esta ciudad no tienen nombre. Existe una dirección escrita, pero solo tiene un valor postal, se refiere a un catastro (por barrios y por bloques, de ningún modo geométricos) cuyo conocimiento es accesible al cartero, no al visitante: la ciudad más grande del mundo está, prácticamente, inclasificada, los espacios que la componen en detalle están innominados. (...) Esta ciudad solo se puede conocer por una actividad de tipo etnográfico: es necesario orientarse en ella no mediante un libro, la dirección, sino por el andar, la vista, la costumbre, la experiencia; una vez descubierta, la ciudad es intensa y frágil, no podrá encontrarse de nuevo más que a través del recuerdo de la huella que ha dejado en nosotros: visitar un lugar por vez primera es como empezar a escribirlo: al no estar escrita la dirección, será preciso que ella misma cree su propia escritura.
[Barthes, 2007: 45-49]
No lograr orientarse en una ciudad aún no es gran cosa. Mas para perderse en una ciudad, al modo de aquel que se pierde en un bosque, hay que ejercitarse. Los nombres de las calles tienen que ir hablando al extraviado al igual que el crujido de las ramas secas, de la misma forma que las callejas del centro han de reflejarle las horas del día con tanta limpieza como un claro en el monte.
[Benjamin, 2011: 5]
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Y de pronto, la calle, la calle lisa y que parecía destinada a ser una arteria de tráfico con veredas para los hombres y calzada para las bestias y los carros, se convierte en un escaparate, mejor dicho, en un escenario grotesco y espantoso donde, como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal.
[Arlt, 2008: 58]
Y vacas por las calles: vacas que caminaban mezcladas con la multitud, que se acurrucaban entre los acurrucados, que deambulaban entre los deambulantes, que detenían su marcha entre los que se detenían: pobres vacas cuya piel se había vuelto de barro, obsecadamente flacas, algunas pequeñas como perros, devoradas por los ayunos, con la mirada eternamente atraída por los objetos destinados a una desilusión sin fin. Era casi de noche y ellas se acurrucaban en los cruces, junto a algún semáforo, ante los portales de algún desordenado edificio público, montones negros y grises de hambre y desconcierto.
[Pasolini, 2017: 19]
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La polución turística no es un problema menor en Perú. Además del desgaste que ese ejército de borceguíes made in Primer Mundo inflige a la delicada contextura de las ruinas incas, intenso pero nunca tan persistente como el que ejercen las lluvias y vientos (y que obligarán en un futuro no muy lejano a techar Machu Picchu), además de las restricciones que acarrea (han limitado el cupo para hacer el camino del Inca, y ahora hay que reservar lugar con un año de anticipación), la afluencia de extranjeros tiene el efecto adicional, bastante extraño, de eclipsar las atracciones locales. No solo porque para contemplar un espejo hecho con una palangana de piedra o la perfección de un muro de mil años siempre hay que sortear una cortina de nucas y sombreros de europeos madrugadores —siempre más madrugadores que uno—, sino lisa y llanamente porque son tantos, tan diversos y visibles, y tan constantes con el contexto, que ellos pasan a ser la verdadera atracción. Ellos, o más bien la escena de ellos contemplando, admirando, respetando, consumiendo todo lo que la zona más vieja del Nuevo Mundo tiene para ofrecerles.
[Pauls, 2012: 19]
El turista sabe que no sabe nada, por eso compra los souvenirs horribles y hace los tours de a pie por las ciudades (el de Jack el Destripador en Londres está buenísimo: quien no lo hace por considerarlo un lugar común me da pena). El viajero no: no quiere guías. Ni en persona ni en libros. Creen que la ignorancia es la libertad y desprecian a la gente que ha estudiado para enseñarle a los demás la historia de su país. (...) El viajero padece, también, de romantización de la pobreza: son tan amables y alegres en África Oeste, dicen, no pueden creerlo, cómo sonríen a pesar de la miseria y la malaria (la enfermedad, no estoy usando lunfardo); qué felices están en comparación con los amargos europeos.
[Enríquez, 2020: 446-447]
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Hay un maravilloso montón de conversaciones en Roma. / Camino por ellas / moviéndome en zigzag, / separándolas como un peine, / escuchándolas / enredarse / a mis espaldas. / Entrata. / Uscita.
[Carson, 2018: 13]
Comencé a caminar las calles de mi propia ciudad cuando era una adolescente, y las caminé por tanto tiempo que ellas y yo cambiamos. La marcha desesperada de la adolescencia, cuando el presente parecía una eterna ordalía, dio paso a los reflexivos paseos e innumerables trámites de alguien ya no tan ensimismado, tan aislado, tan pobre, y mis paseos suelen volverse hoy revisiones de mi historia y su relación con la de la ciudad. Espacios vacíos se transforman en nuevos edificios, bares de veteranos son invadidos por jóvenes hipsters, las discotecas de Castro se vuelven tiendas de vitaminas, calles y vecindades enteras cambian su rostro. Hasta mi propio barrio ha cambiado tantas veces que a veces parece como si me hubiera mudado dos o tres veces de la ruidosa esquina desde donde partí poco antes de cumplir los veinte.
[Solnit, 2015: 296-297]
Cuando todos se vayan a otros planetas / yo quedaré en la ciudad abandonada / bebiendo un último vaso de cerveza, / y luego volveré al pueblo donde siempre regreso / como el borracho a la taberna / y el niño a cabalgar / en el balancín roto.
[Teillier, 2001: 46]
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Si algo está curvado en esta ciudad, no se debe a una planificación específica, sino porque Pedro I era un delineante descuidado, cuyo dedo se deslizaba a veces fuera del borde de la regla y el lápiz lo seguía, como también sus atareados subordinados. La ciudad descansa en verdad sobre los huesos de sus constructores tanto como sobre los pilares de madera que encajaron en el terreno. Así ocurre, hasta cierto punto, en casi cualquier otro lugar del Viejo Mundo, pero es que la Historia se ocupa perfectamente de los recuerdos desagradables. San Petersburgo resulta ser demasiado joven para tener una mitología balsámica y, siempre que se produce un desastre natural o premeditado, se puede descubrir —de entre una multitud— una cara pálida, algo hambrienta y sin edad y oír el susurro: «¡Te digo que este lugar está maldito!». Nos estremecemos, pero un momento después, cuando intentamos echar otro vistazo al que ha hablado, la cara ha desaparecido. En vano nuestros ojos recorrerán las multitudes que se arremolinan despacio, el tráfico que avanza como una tortuga: no vemos nada, excepto al transeúnte indiferente y, a través del oblicuo velo de la lluvia, los magníficos rasgos de los grandes edificios imperiales. La geometría de las perspectivas arquitectónicas de esta ciudad es perfecta para perder las cosas para siempre.
[Brodsky, 2006: 72]
La noche de nuestras ciudades ya no se asemeja a ese ulular de los perros de las tinieblas latinas, ni a los murciélagos de la Edad Media ni a esa imagen de los dolores que es la noche del Renacimiento. Es un inmenso monstruo de chapa metálica atravesado por mil cuchillos. La sangre de la noche moderna es una luz cantante.
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[Aragon, 2016]
Es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás. A veces, cuando entro de noche en una ciudad, no puedo menos de pensar que cada una de aquellas asas envueltas en la sombra guarda su propio secreto; que cada una de las habitaciones de cada una de ellas encierra, también, su secreto; que cada corazón que late en los centenares de millares de pechos que allí hay, es, en ciertas cosas, un secreto para el corazón que más cerca de él late.
[Dickens, 2017]
Para tener confianza en una ciudad extraña se necesita un espacio cerrado sobre el que ostentar un cierto derecho donde se pueda estar solo cuando el barullo de voces nuevas e incomprensibles aumente. Ese espacio ha de ser silencioso: nadie debe vernos cuando nos cobijamos en él, nadie cuando lo abandonamos. Lo más hermoso es escabullirse en un callejón sin salida, permanecer de pie frente a un portal del que se posee la llave en el bolsillo, y abrir sin que mortal alguno pueda oírlo.
[Canetti, 2017: 43]
berlín acoge sin seducir, sin exhibir, sin tentar. ciudad antihistérica por excelencia, y por eso extraordinariamente descansada. hay en esa forma de asilo una austeridad y una falta de puesta en escena que no pierden nada a cambio, que solo autorizan. sensación eufórica y a la vez inquietante de estar por primera vez en una ciudad utópica, capaz de asilar y dejar en libertad al mismo tiempo. (...) barrios como kreuzberg parecen tener el régimen de iluminación que tenían hace treinta años. ¿deprimente? todo lo contrario: caminar por la calle es un ejercicio furtivo: sombras, cuchicheos, el sonido de una bicicleta que aparece de golpe, la llamarada de un encendedor. todo tiene la exaltación sofocada de lo clandestino.
[Pauls, 2012: 132-137]
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A la caída del sol todas las ciudades parecen maravillosas, pero unas más que otras. Los relieves se vuelven más suaves, las columnas más rotundas, los capiteles más ensortijados, las cornisas más resueltas, las espiras más rígidas, los nichos más hondos, los discípulos tienen más pliegues, los ángeles van por el aire. En las calles oscurece, pero todavía es de día para la Fondamenta y para ese gigantesco espejo líquido donde botes a motor, vaporetti, góndolas, esquifes y barcazas, «como zapatos viejos desparramados», pisotean con celo fachadas barrocas y góticas, sin omitir la suya ni tampoco el reflejo de una nube que pasa.
[Brodsky, 1993: 72-73]
Esta noche, los jardines erigen sus enormes y penumbrosas plantas, que parecen campamentos nómadas en el corazón de una ciudad. Unos cuchichean y otros fuman en silencio sus pipas, mientras que otros no caben en sí de amor. Los hay que acarician las blancas murallas, los hay que se acodan en la necedad de las cercas en tanto que las mariposas nocturnas revolotean entre sus capuchinas. Hay un jardín que es un adivino que te echa la buenaventura; otro es un vendedor de alfombras. Conozco las profesiones de todos: cantante callejero, pesador de oro, ladrón de praderas, saqueador, piloto en el mar de los Sargazos, tú, marino de aguas dulces, tú, tragador de fuego, y tú, tú y tú, vosotros, vendedores ambulantes de besos, charlatanes y astrólogos, con vuestras manos llenas de falsos presentes, imágenes de la locura humana, jardines de musgo y de mica. Todos reflejan las vastas tierras sentimentales por donde deambulan los salvajes sueños de los urbanitas.
[Aragon, 2016]
La enorme ciudad se extiende en el paisaje como los restos de una gigantesca catástrofe caídos en los bosques en un orden azaroso; y una niebla surge de ella, como si todo eso no hubiera pasado hace mucho tiempo.
[Handke, 2019: 221]
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ÁRIDOS
Desde Graneros (la tierra del Coca Mendoza y del Gor do Pelotón) vendrá un furgón con chofer a buscarnos. Traerá a mi hijo, a su madre y de acá nos vamos todos a pasear a la laguna Querquel. Le cuento esto al Jota Opazo y dice que muy bien. Le aviso a la Profeta de bares y lo encuentra total. Su novio ajedrecista ―que se autode nomina Sertal― suelta el caballo. La idea es avisarle a Pipe Montaña, pero este anda montañeando en Vilches. Estoy en mi patio estrecho, pero que a punta de compost y terrazas de barro lo he estirado hasta darle espacio a tres paltos, un manzano, un durazno, un parrón, unas flores de la risa y una casa para el gato Román.
Acá es donde vivo, en una villa levantada por esas in mobiliarias que hacen casas como poleras de marca en el retail. Llegué desde el Wallmapu poco después del último terremoto, y de tanto buscar conseguí un arriendo acá: en las Puertas de Igualilandia, una zona perdida entre
Acá es donde vivo, en una villa levantada por esas inmobiliarias que hacen casas como poleras de marca en el retail. Llegué desde el Wallmapu poco después del último terremoto, y de tanto buscar conseguí un arriendo acá: en las Puertas de Igualilandia, una zona perdida entre Talca y la comuna de Maule.
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por Claudio Maldonado | fotografías Elde Gelos
Talca y la comuna de Maule, un triángulo cruzado por el estero Cajón, un curso de agua polifuncional como el Coca, servil como el Gordo Pelotón, para el regadío de las áreas verdes municipales y el descanso de neu máticos, sillones, lavadoras y uno que otro colchón marital. Pero bueno ―parafraseo a Cheever―, ¿para qué celebrar el vertedero? ¿Para qué explayarme sobre el pequeño de sastre? Aquí en Igualilandia, Correos de Chile no se hace cargo de la entrega de las ficcio nes retorcidas de Mihovilovich o de alguna exalumna que caída en la pasta me manda su primer poemario desde Tongoy. Se pierden los libros, nomás. Es que no soy de Talca ni de Maule, y esto, antes sí pudo haber sido el paraíso de infinitas extensiones de tomates y choclos, cuando no estábamos nosotros ayu dando a percolar.
Era la primera primavera de pandemia de un sábado con cara de verano y el furgón granerino ya estaba por llegar. ¿Por qué ir a Querquel? Me sonaba por esos días un lado b de Virus, «¿Qué hago en Manila?», «Todo el tiempo quería más que nunca estar enamora do de algo», decía Moura, y me pegaba duro el
volver siempre a esa laguna que estaba a vein te kilómetros de Igualilandia. Querquel era un pedazo de tierra baja, vecina e inundada por la cuenca del río Maule, tapada toda con árboles y al lado contenida por un murallón de piedra que caía en picada sobre el brillo del agua y el dorado de sus atardeceres flojos.
El furgón ya venía en San Rafael y Pro feta de bares con Sertal entraban con vinos, comistrajos y un chal gigante. Jota venía en el minibús desde San Javier de Loncomilla, donde los viejos toman hasta que les flotan los ojos, y donde la fábula orwelliana de la planta chanchera Cerdirica se chupa el agua y el aire con su tecnología holandesa de alta gama. «Hay que equilibrar el empleo y el am biente amigable», dice Santiago Azado, nu triólogo de los chanchos y chanchas, en una nota exclusiva a la revista Agrocampo.
La primera vez que fui a Querquel me lle vó un taxista enano que manejaba mejor que Toreto en tonariles. Fue a fines de marzo y de vuelta saqué muchos racimos de uvas que plagaban todo el cerro, las parras se aferra ban locas a los arbustos y a los árboles silves tres. La segunda vez que fui me llevó una si
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cóloga que primero se confundió y llegó hasta el fondo del fundo Colín. Había algo así como una hostería y le preguntamos la dirección a un campesino. Nos dijo: «No po, na que ver, la Querquel está pal otro litro, tendrían que pasar por ese camino, pero el auto no les aguanta con tanta piedra». Después supimos
al rojo, que calcinados a todo ritmo dejaron el cielo nuclear en las semanas del verano
2017. Quizás de ahí partió el no retorno y el jaguar ya no pudo con las moscas. Llamé a Gandolfo para invitarlo al paseo, pero me dijo que estaba en Santiago, en el cerril y cerruco Santiago.
¿Por qué ir a Querquel? Me sonaba por esos días un lado B de Virus, «¿Qué hago en Manila?», «Todo el tiempo quería más que nunca estar enamorado de algo», decía Moura, y me pegaba duro el volver siempre a esa laguna que estaba a veinte kilómetros de Igualilandia. Querquel era un pedazo de tierra baja, vecina e inundada por la cuenca del río Maule, tapada toda con árboles y al lado contenida por un murallón de piedra que caía en picada sobre el brillo del agua y el dorado de sus atardeceres flojos.
que el único cliente que se tomaba un vino y que paraba la oreja dentro de la hostería era Pedro Gandolfo, el crítico literario que tiene una columna en un diario nacional y que se reía extrañado de esos pajarones que insistían en la posibilidad de tomar el atajo entre los cerros, rodeados de cerros, apegados a los cerros, cerros y no colinas, cerros y cerros
Jota Opazo llegó y en el acto le pregunté si le había avisado del paseo al Nano Negro ni, su amigo fotógrafo. Me dijo que le había cortado la llamada. Yo, por algún motivo, imaginé a Negroni enojado porque a la Carlos González (una población que está cerca de Igualilandia) le decimos la San Guano por el buqué que tiran sus piletas depuradoras de
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agua con mierda. «Es que ahí vive mi papi y me ofende», nos dijo una vez Negroni en un carrete. Llegó el furgón y abracé a mi hijo, saludé a su madre y al chofer me lo presen tó como su novio. Todo listo. Nos subimos. Partimos y a las dos cuadras mi hijo sacó la guitarra y empezó a tocar sus canciones, sa lieron los tarros de cerveza y los primeros hu mos. Pasamos Unihue y ya todo era jarana: «Esta semana no supe nada, rompí los cables de la radio telechat». Cantábamos y aparecía Numpay, Ovejería negra. Profeta de bares no se hacía dramas por no llevar traje de baño. «Por ahí me las arreglo», dijo, y ya íbamos por el Chivato, medios volados, bordeando las faldas del cerro Santa Rosa. Con la «Bengala perdida» de Spinetta llegamos a la tierra de Óscar Bustamante: Santa Rosa de Lavaderos. Pensando en esos caseríos de barro y piedra, Bustamante se motivó a escribir su primera novela Asesinato en la cancha de afuera, una ficción basada en un crimen que ahí ocurrió y que causó revuelo en la región. La risa trágica de Bustamante seguro que nació de esos pagos llenos de campesinos acoquinados y a la vez agalluchos, seguro que brotó del escapar
de esos andurriales al mundo detonado, para luego caer finamente en la derrota. Recordé un pedazo inolvidable de Explicación de todos mis tropiezos:
¿Por qué estaba como un náufrago con las manos en los bolsillos parado bajo un letrero luminoso que me cambiaba el color del rostro de púrpura a granate? ¿Por qué me hacía en los pantalones y no me avergonzaba de sentir la orina convirtiéndose en hielo en mis pier nas? ¿Por qué estuve mirando durante quizás cuánto tiempo el sendero del meado rumbo a la cuneta? Algo se quebró dentro de mí, supon go. Tal vez había cambiado. No lo sabía, que ya no era el mismo y que nunca lo iba a ser.
Pasamos por el estero La Mina, donde antes llegaba gente de todos lados a hacerse la pi nocha buscando oro. Al entrar por el camino a la laguna el furgón patinó, al subir la loma aparecieron las retroexcavadoras. El ruido se mezcló con el polvo arenoso, montículos de ripio, letreros y mallas naranjas. El fur gón aserruchó lo más que pudo y una pala mecánica tuvo que dar el paso. Llegamos a la
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entrada y el chofer estacionó el furgón. Nos bajamos con los bolsos y mochilas. A todos les había advertido que en el primer tramo de caminata, los que anduvieran con pan talones tenían que arremangárselos hasta donde más pudieran.
Al chofer, que también era el novio de la madre de mi hijo y que por alguna desgracia cojeaba afirmándose en un bastón, le ofrecí
ayuda hasta que llegáramos a la explanada mayor. Pero ya no había agua que sortear en la entrada. Al bajar el nivel caminamos por una pista de lodo. La gente era siempre la misma, algunos asaban unos pollos bajo un sauce, otros escuchaban reguetón en un sitio con pasto. Había niños chapoteando en el agua y ciclistas pedaleando su ruta. La gente se adaptaba a la mutación del siste
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ma perforado. Sertal, el ajedrecista, era feliz con el paisaje y tomaba fotos de un carancho que picoteba un saco naranjo relleno de algo que de lejos olía a pelo quemado. Profeta de bares reía y mi hijo, al lado de su madre, vigi laba los pasos vacilantes del chofer. Al llegar a la explanada, donde antes vivían musgos
braceada, intenté un buceo profundo y al salir a flote me llegó el bajón. Llegué a la orilla, me acerqué a mi hijo y a modo de chunga, como no quería mojarse entero, le armé una cere monia espiritual: «Desde las aguas del Quer quel, donde todo brota y brota como el musguito en la piedra, yo te bautizo, hijo mío».
La risa trágica de Bustamante seguro que nació de esos pagos llenos de campesinos acoquinados y a la vez agalluchos, seguro que brotó del escapar de esos andurriales al mundo detonado, para luego caer finamente en la derrota. y helechos resbalosos, había un socavón del tamaño de una piscina infantil. De a poco se había llenado de botellas, latones, mascarillas y pedazos de ropa. En la ribera los mordiscos de una gran piraña metálica se habían tragado llantenes, manzanillas, tréboles, hualos, qui las, aromos y huiros. Nos acercamos y como pudimos acomodamos los trastes en las toscas partidas y nos echamos a tomar y a fumar y a conversar. Parece que Sertal fue el primero en mojarse los pies, luego se metió mi hijo y lo seguí en el acto. A lo Tiburón Contreras di una
Como un fanático delirante le hundí la cabeza hasta el fondo y emergió bañado en santidad. La tarde fue cayendo. Llegó la hora de volver a Igualilandia. Había unas carnes que asar en la parrilla. Desandamos el camino, pasamos por el lodo y nos subimos al furgón que no patinó. Las retros parecían descansar. Llega mos a la casa y nos lanzamos al jolgorio. Los días pasaron y luego fueron siempre iguales, volaban como treiles, escapaban del olvido de esa tarde dominguera en que anduvimos res pirando las heridas de Querquel.
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© Mauricio Valenzuela mr | 52
LA MEMORIA ES NIEBLA
entrevista a Mauricio Valenzuela por Daniel Rozas mr | 53
mauricio me mostró las fotografías que aparecen aquí: son extra fomes, ciegas, mudas, niponas y poco espectaculares. fotografías —como dice enrique lihn refiriéndose a la pintura de edward hopper— de una ausencia de acontecimiento. si cartier-bresson toma una fotografía cuando pasa algo, mauricio toma una cuando no pasa nada.
CLAUDIO
BERTONI
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NICANOR
mr | 55 MACUL CON IRARRÁZAVAL A 3 O 4 CUADRAS DEL PEDAGÓGICO BRUMO (BRUMA Y HUMO) CARABINEROS ARMADOS HASTA LOS DIENTES UNA MUJER ESCARBA LA BASURA AUTOS PASAN EN TODAS DIRECCIONES Y LOS TEMIBLES PLÁTANOS ORIENTALES ESTA CIUDAD ESTÁ CONDENADA A DESAPARECER.
PARRA
Para Mauricio Valenzuela (1951) la fotogra fía empezó desde cabro chico. El primo de su padre Enrique Alfonso era parte del Foto Cine Club de Chile; el primo de su mamá Tito Vázquez era un fotógrafo conocido; y su papá también fue fotógrafo. Cuenta que se juntaban los tres y hablaban de fotografía mien tras él gateaba por la casa entre los ejempla res de las revistas Life . Siendo un niño allí leyó el legendario reportaje «Country Doc tor», de Eugene Smith, uno de los primeros ensayos modernos sobre fotografía. Su papá le enseñó a revelar. Lo sentaba en una cubeta y Mauricio veía cómo aparecían las imágenes. Pese a todo ese bagaje familiar, Valenzuela no quería ser fotógrafo. Su sueño de joven era ser pintor porque tenía facilida des para el dibujo. Entró a estudiar Pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile el año setenta, pero eso duró hasta que llegó el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Ahí se quebró el mundo de la Unidad Popular y vino la nada.
Estuvo un par de años perdido. Le fue difí cil soportar el peso de la realidad que impuso la dictadura, la violencia de Estado, la atomi
zación de los individuos a través del consumo, la derrota de la izquierda y el triunfo del modelo neoliberal que impuso la Junta Militar junto a los Chicago Boys.
Por eso decidió irse a vivir a Quintero, donde vivió en un conventillo, hizo bolsos de cuero y arregló zapatos.
Cuando volvió a la capital se embarcó en un proyecto personal que lo convirtió en autor de dos fotolibros míticos: Mauricio Valenzuela (1983) y La niebla (2011).
Hoy vive en el casco antiguo de Santiago Centro, cerca de Cienfuegos, calle que aparece en su libro La niebla. Cuenta que vivió durante años en el Palacio Larraín con su mujer e hijos, ambos fotógrafos. «Pertenezco a este barrio. A pesar de que he salido por épocas, siempre vuelvo porque me marcó».
Llegó en tiempos de dictadura, pasó por la época neoliberal de la Concertación y dice que ahora, después del estallido social, el sector se parece más al barrio antiguo, cuando Va lenzuela recién se instaló. «Cuando llegué al barrio vivíamos en piezas con baños comunes y en comunidad. Estaban los bares, los droga dictos de la esquina, las viejas, los verduleros».
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Dice que durante las revueltas sociales quemaron un supermercado en el barrio, y se volvió a la economía informal que sostiene a Chile y que nadie reconoce. «Si dejara de existir, la cantidad de pobres se multiplicaría en números insospechados».
De joven se ganó la vida pintando letreros, trabajó en una tornería, y hacía fotos, pero no para vivir profesionalmente de la foto grafía. Eso hizo que Valenzuela no le tuviera que rendir cuentas a nadie con sus imágenes. Tomaba fotos como un modo de vida. Afirma que su mejor trabajo fotográfico es La niebla porque fue un instrumento de reflexión que no se guiaba por temas, sino que por sus estados anímicos.
Publicado por Ediciones La Visita y ad mirado por fotógrafos famosos como el bri tánico Martin Parr, las fotos de Valenzuela son en su mayoría retratos de las calles de Santiago, en particular del barrio Mapocho. Son imágenes líricas, existencialistas, elípticas, que a través de la neblina que cubría la capital durante las mañanas ochen teras en dictadura muestran la vida en un territorio opresivo, gris y triste.
Vemos fotografías en medio de la bruma, como si fueran sueños, carteles de cines antiguos, personas encorvadas caminando por bermas, gente desorientada, árboles mo chos, mujeres chilenas caminando apuradas rumbo al colegio o el trabajo, esquinas del centro de la capital, peladeros, el río Mapo cho, neblina, figuras solas, autos que pare cen sacados de los años cincuenta.
Escribe Antonio de la Fuente: «La memo ria está hecha de niebla y estas fotos de Mau ricio Valenzuela son pura memoria».
DEAMBULAR FOTOGRÁFICO
Mauricio cuenta que, entre 1980 y 1983, de jaba a su hijo Emiliano en la guardería hasta la hora de almuerzo y se lanzaba a deam bular por las calles del centro de Santiago, cesante, sin un peso: «Lo que pasaba por mi cabeza en ese tiempo era un poco comple jo. Vivía en una pieza, había construido mi cama, compré una estufa a parafina y to das esas cosas estaban enlazadas. Las idas a comprar el pan, llevar a la guardería a mi
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hijo o las conversaciones que tenía con mis amigos. Éramos una familia y vivíamos de una manera precaria, pero al mismo tiem po llevábamos una forma de vida original. Nuestra casa quedaba en el Palacio Larraín (en calle Moneda) y nos venían a ver amigos fotógrafos como Lucho Prieto, Óscar Wittke, Claudio Bertoni, Felipe Riobó, Paz Errázuriz, Leonora Vicuña o Álvaro Hoppe. Pasaban por mi casa y, como en ese tiem po se hacía fotografía análoga, todo estaba conectado. Yo tenía un pequeño laborato rio donde hacía copias para sobrevivir. En tonces claro: al hacer copias tenía químicos frescos, tenía papeles que les compraba a las personas que me pedían tres o cuatro copias para una exposición, y me pedían contactos. Como Claudio Bertoni no tenía laboratorio y no sabía revelar, yo le hacía las copias. In cluso recuerdo haberle revelado a Gertrudis de Moses (fotógrafa y escritora chileno-ale mana). Y había fotógrafos que iban a revelar a mi taller porque yo tenía un cuarto oscuro. Este cuarto oscuro era en realidad una pieza que estaba abandonada y que en otro tiempo había pertenecido a la servidumbre de ese
enorme palacio. Era la bodega donde deja ban los aperos de los caballos. Los dueños eran Larraín, pero en esa época ellos vivían en otro lugar de Santiago. Y estos caserones no los podían demoler porque eran monu mentos históricos, entonces arrendaban las piezas. La vida estaba conectada con la fotografía y con la forma en cómo yo vivía».
MIENTRAS LA MAYORÍA DE LOS FOTÓGRAFOS DE LOS AÑOS OCHENTA BUSCABAN IMÁGENES DE DENUNCIA, FOTOS DE PROTESTAS, TÚ CAMINABAS POR SANTIAGO Y FOTOGRAFIABAS
LA DICTADURA INTERIOR. TRAZASTE UN MAPA VISUAL INTRANSFERIBLE. REGISTRASTE UNA CAPITAL PRECARIA, SIN GRANDES ACONTECIMIENTOS. CREASTE UN TERRITORIO PERSONAL. ¿ESTÁS DE ACUERDO?
Yo no puedo explicar la fotografía de los demás, pero mi fotografía, en mi reflexión, tiene que ver con un proceso muy doloroso de ser una persona de izquierda, derrotada,
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y tener que vivir en una dictadura de dere cha que invadía toda mi existencia. No es que yo me haya planteado un plan de tra bajo. Más bien mis reflexiones surgían de las conversaciones que tenía con mis amigos con respecto a cosas concretas de la fotografía. Como esas conversaciones continuas en el tiempo que tuve con Claudio Bertoni.
¿DE QUÉ HABLABAN CON BERTONI?
Nos interesaba la fotografía. En ese mo mento la fotografía en Chile estaba en una situación de desarrollo. Las cámaras foto gráficas eran casi imposibles para gente de clase media. Y yo era pobre. Me acuerdo que llegaron unas máquinas rusas, las Zenit, que eran asequibles. Eso hizo que la fotografía fuera posible. Y no hay que olvidar que el país venía saliendo de tres años de Unidad Popular, donde la cultura se había democra tizado. Las personas en esa época nos sentíamos con el derecho a pensar en la foto grafía. Los planteamientos que se hacían, las preguntas que surgían tenían que ver con el
quiebre generacional e ideológico. Entonces nuestras preguntas eran si las herramientas con que se enfrentaba un fotógrafo eran las correctas o no. Y en esas respuestas esta ban los gérmenes de una fotografía que tenía que ver con los individuos. No éramos una generación homogénea. Hay una serie de fotógrafos, diciéndolo de forma muy gené rica, que participaban de la protesta social. Por ejemplo, Álvaro Hoppe y Chino López son fotógrafos que tienen personalidades distintas. Y otros fotógrafos eran simple mente free lance: trabajaban para agencias extranjeras y había toda una red que yo des conozco porque no me metí. Políticamente estábamos en la misma trinchera, pero esas reflexiones que cruzaban por el lugar donde yo vivía ―porque yo no me alejaba mucho de mi casa― se transferían a mi deambular por la fotografía. Y mi reflexión fotográfica era respecto a la vida, la muerte, la tortura, la dictadura, la condición existencial. Pero más que una reflexión teórica era un estado anímico. Como yo era buen dibujante, la fo tografía para mí era una forma de grabado.
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¿EL HILO CONDUCTOR DE LAS IMÁGENES, ES DECIR, EL CIELO SATURADO POR LA NEBLINA MATUTINA FUE UNA DECISIÓN PREMEDITADA?
imaginas una cápsula del tiempo. Es una có pula entre una imagen y lo que uno recuerda o siente. Y esa relación es tan natural en nuestra vida cotidiana que se reproduce en la imagen. Ese es el arte de la fotografía.
El hilo conductor de la niebla era porque mi estado de ánimo hacía que todas las cosas que yo veía fueran de un color así. Comprendía el mundo de esa forma. Hay que entender que la fotografía tiene que ver mucho con el tiempo. No con el tiempo del reloj, sino que con el tiem po en el que uno vive, cómo se desarrollan los núcleos de memoria y cómo se engarzan entre ellos. Y yo veía que las cosas eran muy difíciles en ese tiempo, que desaparecían personas a mi alrededor, que la gente se tenía que esconder en casas para no ser detenidas o torturadas.
PERO TU FOTOGRAFÍA SE DESMARCA
DE LO QUE ESTABAN HACIENDO LOS REPORTEROS GRÁFICOS EN LOS OCHENTA. NUNCA BUSCASTE LA FOTOGRAFÍA DE LA PORTADA.
BERTONI DICE QUE TUS FOTOS SON MUDAS, CIEGAS. EN TUS FOTOGRAFÍAS DE LA NIEBLA NO APARECEN ROSTROS. ¿POR QUÉ?
La fotografía trabaja con la memoria. Cuan do piensas en el pasado o en el futuro, te
Creo que hay una diferencia importante en la militancia ideológica en la fotografía. De al guna manera siento que la fotografía es ideo lógica en la manera en cómo entendemos el mundo. Mi formación de clase, política, me llevó a tener una visión de la fotografía que tú la caracterizas de esa manera. Esa era la respuesta. Mis fotografías tienen esa forma porque había algo que yo tenía muy claro: las ideologías producían estados de ánimo y los estados de ánimo eran las formas de compren der la realidad de ese tiempo. Yo viví tres años de Unidad Popular, donde se ideologizó la rea
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lidad chilena a un grado máximo. Todo era ideología. Teorizamos sobre la realidad, y yo a pesar de ser de izquierda vivía en un submun do. Siento que los intelectuales de esa época nunca hemos hecho un mea culpa. Debiéramos decir: «La cagamos».
me dijo que pusiera las fotos escritas. Y las coloqué. No te podría decir muy bien por qué escribí esas fotos. Lo he hecho toda mi vida. Pero nunca he mostrado lo que he escrito. No soy un publicista.
¿POR QUÉ ELEGISTE EL BARRIO MAPOCHO COMO TERRITORIO FOTOGRÁFICO?
¿HACIA DÓNDE DIRIGÍAS TU MIRADA EN ESA ÉPOCA?
Hay una cosa que es mágica y que la gente no se da cuenta. Y es que, en ese sector, no hay cables eléctricos como en las poblaciones. La electricidad va bajo tierra, entonces cuando tú inundas con niebla ese cielo abierto, la luz blanca puede ser brutal contra el cemento.
Mis fotos son sobre la ciudad. Santiago como metáfora de mi generación, los que vivimos en dictadura. Toca lo político, pero es lo po lítico a través de lo personal. Mi trabajo lo he hecho fundamentalmente con cámara aná loga porque trabajo con el tiempo. A medida que avanzo en la edición, las voces que defi nen mi fotografía son voces bastante oscuras.
SÉ QUE CUANDO NO TOMABAS UNA FOTO, LA ESCRIBÍAS. SON FOTOS SIN CÁMARA INCORPORADAS EN EL FOTO-LIBRO LA NIEBLA.
TE ESCUCHÉ DECIR QUE TE SENTÍAS
MÁS CERCA DE ROBERT FRANK QUE DE CARTIER-BRESSON. ¿POR QUÉ RAZÓN?
Escribía las imágenes en papel y Felipe Riobó, que fue el editor de Ediciones Económicas,
Cartier-Bresson fue muy lúcido al hablar del instante que él llamó «decisivo». El instante
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que llamó decisivo tiene que ver con que las fo tos pueden girarse y siempre van a estar equilibradas desde el punto de vista de la armonía visual. Cartier-Bresson tenía una estética muy depurada. Pero esos instantes que iba capturando, que para él eran decisivos, a mí me parece que tenían una prefabricación pre cisamente por su gran capacidad estética. Sus imágenes eran una representación del mundo que, al ir juntándose, a la vez se iban alejando de la relación que tenían los objetos entre sí. En cambio, la fotografía de Robert Frank a mí me impactó cuando la conocí. La relación que existe con el tiempo y con el espacio en Frank no es una burbuja esteticista, sino que tiene una relación que toca la realidad directamen te. Y no te hablo de la fotografía de Los Ame ricanos. Robert Frank tiene un segundo libro donde las imágenes son mucho más cercanas porque son crudas. Por ahí tengo mayor afini dad con Frank y con Sergio Larraín.
Tiene que ver con una cosa espiritual. A mí me influenció mucho el zen. Leí sobre el zen gracias a Bertoni. Claudio se acercó a mí y me dijo que mis fotografías eran zen. Los poetas americanos de los sesenta como Gary Snyder o Allen Ginsberg también estaban conectados con el zen. Y no sé cómo llegó a mis manos unos ensayos sobre el budismo zen que escribió Daisetsu Teitaro Suzuki. Él había llegado a Oc cidente y había escrito ensayos para explicar el zen. Gracias a esas lecturas tuve acceso a algo que buscaba desde chico. Cuando yo era un niño, mi madre me pasó un libro de Jean-Paul Sartre que se llama Los caminos de la libertad, sobre el existencialismo, y me marcó. Y en los tres años de la Unidad Popular tuve acceso a una cantidad portentosa de lecturas. Tenía la Antología de la poesía surrealista de Aldo Pelle grini que era una maravilla. O libros de poetas como Rimbaud o el conde de Lautréamont.
¿QUÉ POETAS CHILENOS TE GUSTAN?
¿QUÉ TE INTERESA DE LA OBRA DE SERGIO LARRAÍN?
De mi generación, Rodrigo Lira. Primero lo conocí porque él estaba dentro de esta
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pequeña ola generacional en la cual yo vivía, esta manada vagabunda de intelectuales en dictadura hambrientos y apaleados, que andá bamos por todas partes pululando. Él me fue a visitar a un lugar donde yo vivía en Ñuñoa, una especie de casa okupa. Él estaba enamorado de una pendeja que vivía ahí y de hecho me pidió que le tomara una foto para un libro
que quería publicar. Fue alucinante porque me dejó tomarle tres negativos. En una de las fotografías él aparecía con los ojos cerrados.
Y
Lira me dijo: «Quiero esa, la que salgo con los ojos cerrados». Yo perdí los negativos, pero él como poeta me gusta cuando escribe esas actas, esas declaraciones y deambula por esos senderos del pensamiento tan extraños.
FOTOS MOVIDAS DE PROVINCIA
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Jorge Polanco
© colección museo o'higginiano y de bellas artes de talca
FOTO ANÁLOGA
el niño está en el centro del encuadre las primas en la mesa el niño es tomado por la hermana mayor lo sostiene desde la cintura la mejor amiga lo observa con una cuchara en la mano su padre no ha llegado pasa toda la noche trabajando la madre se encarga de hacer la foto en la puerta cuelga un calendario y una virgen del carmen volando sobre una iglesia la puerta tiene una ventanilla al estilo de las cárceles de alta seguridad una niña sonriente mira atenta la cámara todos se ven alegres bajo la cortina roja y la televisión a color la estufa gris contrasta con las paredes verde agua las poses están siendo guardadas para el futuro hoy es el futuro el padre todavía no llega a buscar a su hija trabaja arduamente para la policía secreta
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Una foto siempre es algo extraño. Me cuesta reconocerme en el cuerpo que habito. Elijo al azar una imagen que evoca una sensación grata, aunque no tengo clara la razón. Atrás aparece el televisor que mi padre trajo de un viaje a Sudáfrica, ¿o fue Panamá? No lo sé. Eran los primeros televisores a color que lle garon al barrio. Supongo que tenía cuatro o cinco años, a comienzos de los ochenta. De trás asoma la cortina roja que me acompañó hasta la adolescencia, cuyos motivos parecen figuras de Paul Klee pero en serie popular, y la silla arreglada por un vecino, ubicada al lado del sillón. Me encantaba la jardinera que traía puesta en la foto. Creo que la sacaron luego de una operación por la que estuve en cama durante algunas semanas. Por la pose y cierto relampagueo de la memoria, supon go que me pusieron a bailar. Vivíamos en El Belloto; el color verde agua de las paredes lo tengo presente, una ráfaga vívida, junto con las sillas pequeñas ―una de las cuales aso ma en la imagen― donde jugábamos con mi hermana; la estufa que servía de soporte a la tele abre los recuerdos y sensaciones de los fríos inviernos de esa «ciudad dormitorio»,
en especial una inundación que invadió la casa de madera cercana a un estero. Creo que mi hermana aprendió a encender la estufa para los dos. Quizás sea un falso recuerdo. ¿A quién estaré mirando? ¿Quién habrá sa cado la foto? En los rumores de mi interior percibo juegos, varias personas, algarabía, una pequeña celebración. ¿Habrá sido luego de la operación? ¿Un cumpleaños? ¿Cuál es el mapa de nuestro territorio?
Perdí lo escrito sobre la segunda foto. En el análisis asomaba de nuevo la cortina roja, la lámpara que mi madre trajo de Catemu y las imágenes de S, mi amiga que no mira a la cá mara, cuyo padre trabajaba en la cni ―lo supe después, reconstruyendo el pasado―; gracias a testimonios cercanos pude recom poner su historia y la de algunos de los personajes de la población. Relaté parte de su vida en una narración acerca de un ceneta pobre que vendía pájaros en la feria. En la
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foto asoma también un primo que se quemó en la cocina y no pudo reponerse del daño que sufrió en el cuerpo, se decía que había quedado retardado ante la quemadura. Asocio la foto a la responsabilidad de los niños, la crueldad, la culpa y cierto tono de celebración en la imagen. Escribí un poema.
Los colores impresionan en las fotos aná logas, ofrecen la sensación de pertenencia a un tiempo exiliado. La puerta es la entrada de la casa en El Belloto, ¿o será el patio? Re cuerdo que este era grande y teníamos un pe queño cuarto con herramientas. Mi hermana aparece con la cara mirando hacia el lado y mi madre asoma con la misma pose. Tenía mos una cámara vertical; eran singulares en ese momento: pequeñas y con un soporte al costado, podía capturar veinticuatro fotos. Es una escena de felicidad en el rectángulo de la toma que abre la materialidad de la mi rada. La experiencia se construye, también, a partir de la imaginación; a veces me agota que nuestra literatura propenda a la tematización de lo real e incluso a una moralidad del realismo. Quizás sea la historia de los daños a la que todavía le falten relatos. Encuentro
una cita en mis apuntes. «La salud como lite ratura, como escritura, consiste ―advierte Deleuze― en inventar un pueblo que falta. Pertenece a la función fabuladora de inven tar un pueblo». La foto que miro resuena, prolonga las imágenes en televisión de los desastres naturales: calles inundadas en Val paraíso cual ríos que aumentaban su caudal cada noche. El amarillo de la foto despierta la sensación de proximidad húmeda con el verde; musgos de paisajes y memorias que se hunden hacia un lejano interior. Asimilo la casa de El Belloto a una lluvia torrencial; quizás porque el canal que pasaba cerca se desbordó mientras dormíamos, despertamos con los juguetes nadando y las camas asedia das por el agua. En esos espacios asomaban igualmente perros y gatos, cuya forma de habitar no era como las actuales mascotas, sino compañías más próximas a nuestra bes tialidad; los niños que merodeábamos entre las casas de la población. John Berger escribió un hermoso texto donde habla sobre el modo cómo miran los animales; quizás estén más unidos a la infancia porque hay una remota conexión con la lejanía de los adultos, tan ex
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traños e inhóspitos. A mi abuela paterna la veía como una amenaza; una distancia que replicaba la propiedad y la agresión, donde los niños funcionaban como objetos de sen tido y sobrevivencia. ¿Qué habrá pasado con esas niñas y ese niño a mi costado que no reconozco en la foto? Sus pantalones denotan la procedencia de clase a la que pertenece mos, la movilidad de los rastros de la vida que se extienden en el habla, los gestos y la ironía sobre las precariedades económicas. ¿Qué significa el territorio interior? ¿De dónde surge la imaginación?
Didier Eribon regresa a Reims. No quería vol ver a ese pueblo al que pertenecían sus pa dres. Joven gay, se fue a estudiar a París con Bourdieu y Foucault, y se dedicó a dar cuenta de esta lucha, distanciándose de los obreros de su barrio quienes lo maltrataban por su identificación sexual. No tuvo necesidad ni ganas de volver; se alejó de su familia, casi de
finitivamente. Cuestiona en sus libros auto biográficos la idealización de la clase obrera, el feminismo culto y burgués, la proyección de los deseos de los intelectuales en la confi guración política y, sobre todo, se interroga a sí mismo, al regresar al pueblo con la carga de su experiencia, después de la muerte de su padre. Identidad y rechazo, pertenencia y exilio, conversión y negación, vergüenza y desapego, llaman mutuamente a la puerta de su reconocimiento como persona. Tránsfuga de clase, dice de sí mismo, y en cierta medi da le otorga un rasgo distintivo: su distancia con Foucault y Bourdieu proviene del lugar de procedencia. Eribon cuestiona a sus maes tros, sobre todo a Bourdieu, por ensalzar a rufianes del barrio como movilizadores so ciales, cuando eran justamente aquellos los que lo golpeaban por ser gay; le cuestiona su ingenuidad y la necesidad, del intelectual burgués y parisino, de buscar una cierta pu reza en clases sociales que no conocen. Pero también Eribon muestra en su experiencia corporal y social el significado de la perte nencia y distancia del lugar donde nació. Aunque siempre alberga una huella mné
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mica del espacio vital de crecimiento de sus afectos, no podría haberse quedado a vivir allí. Es el territorio que habitan actualmen te muchos estudiantes chilenos, primera generación en la universidad, que portan el doble filo del conocimiento que exilia y al mismo tiempo integra estos procesos en las bisagras de transformación social. Per tenencia de clase que no se olvida, aunque algunos la quieran borrar; desplazamiento de clase en un lenguaje que se articula en cuotas precisas de distanciamientos, aunque algunos la quieran simular. Es la elaboración que no necesita del arraigo, es decir, aquel territorio como identificación unitaria que excluye a quienes no pertenecen a ese es pacio, desde el cual se piensa la patria, una cierta unidad espiritual de la comunidad o el auténtico conocimiento y arraigo en una ciudad; la concepción de lo Uno y lo Otro de los fascismos, derivada de la noción de pueblo como unidad y apropiación identita ria. Eribon escribe sus autobiografías en las ambivalencias de un territorio desterrito rializado, donde el pueblo es una invención a la que le falta un nombre.
En La sociedad como veredicto, siguiendo a An nie Ernaux, Eribon compara a sus abuelas con su admirada Simone de Beauvoir. Descarnado, da cuenta de la distancia provocada por los lugares de clase. Recurre a la autobio grafía como método sociológico, y le da un valor epistemológico al relato despreciado por las escuelas de los datos, las estadísticas y estándares en rúbricas. La reconstrucción genealógica del espacio de la memoria en las clases proletarias ―a diferencia de la pro sapia de la clase alta― indica un enfrenta miento con una memoria ruinosa, albergada en una oralidad difusa; y también imbrica un confuso proceso de incubación de violencias populares transmitidas por los padres. Eri bon muestra, además, los modos en que una clase obrera comenzó a votar por la extre ma derecha, permeada por la ideología de la competencia con los inmigrantes, o el deseo de consumir objetos que no corresponden a la imagen que ciertos intelectuales tienen del «pueblo proletario». En Chile, esta his
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toria de corto alcance está construida por nuestras lagunas propias de huacherío. Mi abuela paterna era violenta, golpeaba a mi madre, a su esposo, y se unía a mi padre en sus rituales de tortura alcohólica. Nunca me interesó rearmar su pasado santiaguino. Lo intuyo: la historia abrumadora de los lugares de nacimiento y crianza, los daños psíquicos profundos, las estrategias de sobrevivencia y aquellas formas de defensa subjetivas en un orden situado, un mundo donde deben aprenderse castraciones afectivas con ra pidez para no sucumbir. Su alzhéimer final resultó una paradójica indefensión. La para doja ―leí alguna vez― presenta en su eclipse lógico la posibilidad de un mundo paralelo: haber tenido una vida diferente a lo real dado. Comprensión, es una palabra difícil de volverla cuerpo. ¿Estaré construyendo un mundo distinto? ¿Hasta dónde continuó esa violencia íntima y externa? Mi abuela materna, por el contrario, era una mujer de campo, generosa, habituada a la vez a labores exigentes y a ocupar sus tiempos libres en las lecturas del diario y la Biblia. Doy con una cita, quizás no calce en este lugar, pero me
interesa justamente por la afición imagina tiva de mi abuela a combinar en la lectura el registro milenario con el de la novedad: «La pobreza no se define ―dice Rancière en La noche de los proletarios― en la relación de la pereza con el trabajo, sino en la imposible elección de su fatiga». A veces un nombre es una pequeña constelación o la seña de un mundo contenido. La brevedad de su nombre de pila, Rosa, evoca el paisaje del pueblo cam pesino de antaño. Pasaron largos años para intentar comprender su historia ―todavía no lo logro completamente―, a través de los relatos de un tío y mi madre; en completa impunidad, su primer esposo y mi abuelo fue asesinado. Hace pocos años, cuando me puse a indagar, recién supe su nombre y pude conseguir una foto. Pensar en su asesinato, a la edad de treinta y cinco años, en 1948, me hizo sopesar las desapariciones anteriores a la dictadura. La cantidad de campesinos, humillados y ofendidos, que han quedado así como espectros de un territorio, sin que logre uno comprender la historia personal y social; constituyen uno de los aspectos de esa «violencia que se quiere legítima», como
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decía Armando Uribe. En Chile, esta rela ción es inextricable: la memoria individual coincide con la colectiva porque se encuen tra casi fuera de la memoria, de archivos inexistentes, instituciones de héroes y so ciedades historiográficas. Das Unheimliche, lo ominoso, lo inquietante, lo familiar que se vuelve infamiliar, dice Freud, conforma
también esta experiencia de desalojos, expro piaciones y extrañezas que remontan a este «consabido secreto» y, por ende, no sabido, que podríamos contemplar en la historia de estas fotos del álbum familiar chileno. Una serie de expropiaciones de la memoria íntima que se vuelve extraña en el silencio de bru talidades, sueños y animitas de la provincia.
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© colección museo o'higginiano y de bellas artes de talca
entramos a la casa de adobe el abuelo, tendido en la oscuridad, murmura algo sobre sus hijos callamos lo suficiente y lo escuchamos escondidos desde el rincón de la pieza el abuelo está solo tendido en la puerta con sangre en las manos
la madre espera en la cocina tiene dos años con pasos erráticos pide que la subamos en brazos en las sombras de la habitación el abuelo dice su nombre la madre agarrada a mis piernas pide que la cuide le digo que todo está bien que la vida es vasta y que el abuelo de 35 años sobrevivirá la acurruco luego de hacerla dormir le doy un beso en la frente: una pequeña luz se refleja en su pupila la miro desde arriba como se mira una hija en la cuna la abrigo: es invierno, el cerro ensombrece la ventana
JUAN ENRIQUE SALINAS LAZO
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En la tercera foto aparecemos con mi her mana luego de la operación. Arriba está el oso de peluche, no sé si era de mi madre o mi hermana; las zapatillas son las clásicas de ese entonces y muestran quizás un buen mo mento. Están los juguetes que me regalaron después de la operación y que algunos niños robaron en el patio; el avión y la patrulla de policía que una vez un tío ―tratando de arre glarla― terminó quemando. Las frazadas y la cama son jeroglíficos de una memoria extraña; aunque creo recordar cuándo las trajeron, esta foto me da una sensación oní rica. Desperté en el hospital y luego en casa, cuidado por mi madre y acompañado por mi hermana más cercana en edad. Tengo una sensación grata de ese momento. Supongo que los regalos provienen del esfuerzo mater no. Las zapatillas llaman la atención porque mi hermana tuvo meningitis y pasó mucho tiempo con médicos tratando de intervenir su crecimiento, probando alternativas a sus piernas. Tiene un pie más pequeño que el otro debido a las operaciones. Sus piernas siempre fueron un asunto, incluso cuando se las fracturó al saltar del techo arrancando de
una agresión. En ese periodo, mi madre tuvo un aborto terapéutico. Una vez hablamos sobre lo mejor que fue para esa niña no haber nacido en el ambiente en el que vivíamos. Mi madre funcionaba como muro de contención a la violencia paterna que reproducía la cadena anterior, y que en cierta medida expresa la falta de contención, a su vez, de ese niño explotado desde chico, quien fue su esposo a los dieciocho y logró controlar después de la mitad de la vida, y con muchas dificulta des, sus arrebatos de ira. ¿Ganó experiencia en el arrepentimiento al ver nacer a sus nie tas? ¿Será que la natalidad como apertura de mundo ―que Hannah Arendt opone a la política del ser para la muerte― permite no solo a los recién llegados empezar de nuevo? Quizás la ausencia de su padre ―mi abuelo asesinado― y las habituales golpizas de su padrastro a mi abuela hayan habituado a mi madre a esta «cultura de la resiliencia». Es la historia de la vida como sometimiento en la provincia chilena (dicho sea de paso, gran parte de Santiago también es provinciano); el traslado de la brutalidad a todos los niveles en este largo y angosto campo de concentración.
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Una experiencia colectiva que practica golpes de estado cotidianos, sedimentando resentimientos de larga data. Con todo, me resisto a la idea de cierto realismo que propende a quitarles imaginación a las clases proletarias; las sustrae de la potencia de la ficción y recorta los relatos a una mera reproducción de lo que puede o debe representarse, justamen te como proyección de las clases altas sobre las miserias de los de abajo (¿dónde quedaría alojado el humor y sus desvíos?). Me da la impresión que es lo que ha ido pasando con ciertas lecturas estereotipadas sobre Bolaño y las provincias latinoamericanas, pero tam bién con escrituras que ocupan los poblados para prebendas individuales o convenientes simulacros en periódicos de circulación na cional, que en los últimos años, con las re des sociales y la pandemia, parecen copias vetustas de sí mismas. Quizás por esto me agota la literatura de campo cultural. Prefie ro el movimiento continuo entre el territo rio y la desterritorialización (Deleuze suma la reterritorialización como tercer eje en el flujo), que vuelve al eterno retorno de lo desconocido, indicando con estos desplaza
mientos escrituras que no tienen origen fijo o autenticidad impoluta. Algo pasa con la identidad en este país terremoteado, se nota en quienes detentan su prosapia en apellidos y repartos de tierras ―a un profesor docto rado en Inglaterra le gustaba indicar su genealogía frente a nosotros, los provincianos proletas―, mientras que la historia del hua cherío barrunta esta borradura inicial. Es el otro comienzo de la letra: mi madre guarda sus cuadernos desde cuando empezó a escri bir. Caligrafías en gótico, manuscritas y con tinta en hermosas curvas y paralelas, cuya dedicación da cuenta de cierta protección que generaba la enseñanza. La lengua materna se cultivaba en el colegio. Mi abuela tuvo once hijos, los más grandes quedaban a cargo de los más chicos, mientras ella trabajaba todo el día; la ensoñación de las composiciones de esa niña que luego fue mi madre, expresa la importancia de los profesores y la hermana mayor que la cuidaba. ¿Desde dónde viene la imaginación? Palabras, imágenes y territorio interior se sedimentan también, expandien do la cuadratura del cuaderno. A veces una ventana se abre y anima los relatos de cada
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espacio, cada dibujo de la letra, permitiendo salir de la asfixia territorial de la realidad.
¿Las líneas de los cuadernos de caligrafía ha brán sido como los espacios apaisados de la zona central?
¿Qué habrá soñado mi abuela? ¿Cuáles fue ron los deseos que tuvo para sus hijos y nie tos? El pueblo donde vivió, Cerrillos, era una sola calle adonde se entraba como en la ilustración infantil de un castillo. Un canal separaba la entrada del antiguo fundo, la casa enorme ―ya en decadencia― cubría un vasto terreno con una piscina que se veía, a los lejos, rodeada de hermosas palmas chi lenas; luego venía lo demás: la fila de casas de los inquilinos. El canal era caudaloso, las acequias cruzaban distintas construcciones de adobe y la calle no tenía iluminación. Una vez fuimos a visitar a una amiga de mi abuela, caminamos largas horas por cerros y terre nos negros de minas, hasta llegar a una casa
en medio de la nada. Su amiga tenía corderos, gallinas y todo lo necesario; la conversación se concentró en las humitas y el puma que había matado algunos de sus animales. El en cuentro entre las amigas estuvo ambientado con risas y anécdotas. Muy mayor, la anciana vivía en la soledad y riqueza natural; ¿quié nes habrán sido sus hijos? Lo digo todo en pa sado porque la descripción de estos paisajes se ha modificado; los regímenes de explota ción han secado canales y ríos; los deseos es tán entramados de deudas y el pinochetismo campea en varios familiares. Algunos primos cambian sus autos todos los años y al mismo tiempo ―supongo― les gustaría una nueva Constitución, no por convicciones seguras (¿quién las tiene en esta época?), sino por el deseo de «igualar oportunidades». Pero estas ambivalencias no impiden plantear las pre guntas de otro modo. La acumulación de los daños se enlaza tal vez a cierto duelo; en la persistencia de la destrucción se atisba una nueva provincia digital, compleja y heterogénea. El consumo se une a la necesidad de colectividad. La extrañeza es un lugar sin alambradas; síntomas donde se pierde la lo
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calización de la herida. La escritura socava un acontecimiento que desvalija; testifica en Chile distintos derrumbes. A menudo la es critura pasa por un vacío, el crecimiento de su territorio se cultiva en una ausencia. La ficción indica una promesa, quizás. Imagino a mi amiga con su padre de la cni. ¿Qué ha brá soñado esa niña? ¿Cómo se repara lo irre parable? ¿Cómo nos hemos hecho huéspedes de lo inhospitalario? ¿Los exiliados ―pre gunta Bonnefoy en El territorio interior― dan testimonio contra el lugar del exilio?
Observo la última foto. Ahora viene de un sueño: están mis hijas, mi madre, mis her manas, mi abuela materna; en otro lugar, los retratos retocados a color que mi abuela tenía de sus hijos y su primer esposo. En lugar de una escena primordial ―écfrasis de la memoria―, asoma la imagen borrosa de una promesa. La provincia es el apaisado de un cuadro común, imaginativo y experiencial
de la reparación. Alguien se va derrumbando en su interior, lleva sobre sí los escombros, y construye al frente una escollera entre el océano y la tierra. La partición del espacio es una sensación que procede de cuerpos desaparecidos, olvidados y espectrales que merodean en las habitaciones. Mutilación, quiebres y rajaduras por donde las rendijas del lenguaje dejan sentir la desolación mis traliana. El término de Rivera Garza, «ne croescrituras», pareciera tener que ver con todo esto, pero no creo que sea lo mismo. No sé si calce la cita, opto por dejarla en sus penso, aunque me da la impresión que existe un espíritu parecido sobre el retorno de los muertos. ¿Un vacío anterior que crea en el silencio un hospedaje? Sin este desfonda miento, ¿aparecerá la escritura? En Puerca Tierra , Berger aborda esta experiencia de vínculo y barrera; el lugar de la escritura como un espacio sin territorio propio. La extraterritorialidad es la comunicación de una experiencia abierta, remite al pasado de generaciones anteriores y sus expecta tivas, continuadas por el retorno espectral y utópico de sus desapariciones. Ausencias
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y violencias a las que aún les falta nombre. Cuesta tanto hablar. Cuesta tanto escribir. Vuelvo a Deleuze en La literatura y la vida , sin coincidir del todo en su alegría: «La li teratura está más bien del lado de lo infor me, de lo inacabado. Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en vías de hacerse, y que desborda toda materia vivible o vivida». La casa del lenguaje, la pro
vincia heideggeriana, todavía tiene ese olor a la clausura del suelo paterno (la patria), aunque siempre hubo algo que la traspasaba y derrumbaba; un poema parece un hori zonte que está atrás de quien escribe, una casa a cada rato terremoteada; doy la vuelta y veo un segundo el deterioro chileno como la mujer de Lot. Nuestra larga herencia de animitas y huacheríos.
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© colección museo o'higginiano y de bellas artes de talca
ALGUNA LUZ SOBRE ESTOS CAMPOS
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En principio la idea fue escribir una crónica personal de mi lugar ―una modesta justificación acerca de por qué he permanecido tan insensatamente arraigado a él durante sesenta años―, pero el duende de la escritura parece entretenerse en desviar a los caminantes cuyo punto de destino es demasiado nítido.
Las palabras son sus balizas imprecisas y escurridizas: camino, canal, cerros, culebra, coloso, cocina, Culenar, compadre, Conti, Colín, van resonando en este valle, con su minúscula aldea, ubicado a unos kilómetros al sur po niente de la ciudad de Talca, y me guían y desparraman por él y hacia fuera de él.
Por si se anima, aunque en tiempos del gps quizás las siguientes recomendaciones sean superfluas, de
1 Este texto forma parte del libro Alguna luz sobre estos campos, a pu blicarse en 2022 por Ediciones ucm.
por Pedro Gandolfo
Las palabras son sus balizas imprecisas y escurridizas: camino, canal, cerros, culebra, coloso, cocina, Culenar, compadre, Conti, Colin, van resonando en este valle, con su minúscula aldea, ubicado a unos kilómetros al sur poniente de la ciud ad de Talca, y me guían y desparraman por él y hacia fuera de él.
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cualquier modo, viniendo desde aquella ciu dad ―el centro urbano al cual mi lugar está referido— es común tomar la hoy avenida Ignacio Carrera Pinto, antes avenida Carlos Schorr por deferencia al fundador de la an tigua fábrica de papeles y cartones Schorr y Concha ubicada antaño en su vereda ponien te. Esa avenida, de cerca de un kilómetro y medio de largo, surge al sur poniente de la ciudad a partir del punto donde la avenida
lla de carretas―, una de las rutas empleadas por los viajeros que después de pasar por Talca continuaban hacia las ciudades del sur y se aprontaban a cruzar por uno de sus pasos principales ―no había puentes―, el corren toso río Maule. El perfil de ese viejo camino en la antigua cartografía es el que sigue exactamente la populosa avenida de hoy y ello explica por qué, al contrario de la norma urbana general de diseño de la ciudad, esta
En mi niñez, hace unos cuarenta y cinco años, para los escasos propietarios de automóviles de esos tiempos (los ricos), y siempre que la ruta no estuviese cortada por temporales u otro impedimento, todo el trayecto se recorría en poco más de media hora.
Dos Sur finaliza al tropezar con el célebre estero Piduco.
En el diseño original de Talca (1742), la ciudad terminaba hacia el poniente justo en ese punto —la calle Dos Sur en su intersec ción con el referido estero— y desde allí se iniciaba un camino en medio del campo hacia el sur, parte del Camino Real —un nombre pomposo para señalar poco más que una hue
avenida en su tramo inicial y final mantiene un recorrido sinuoso y curvilíneo, ya que a medida que la población de Talca fue crecien do y desbordando su planta original se fueron trazando calles y edificando construcciones a su alrededor, siempre con el esquema de manzanas en damero, pero sin alterar el di seño de ese camino. En una ciudad de planta geométrica estricta como Talca —un amigo
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ironizaba diciendo que podría haberla dise ñado Wittgenstein— estas irregularidades son siempre indicios de una vía rural preur bana. Hoy el trazo anómalo de esa avenida, a través de la matemática ciudad, subsiste como el único vestigio del camino antiguo rodeado ya densamente por villas habitacio nales, estaciones bencineras, universidades, supermercados, bancos, almacenes y centros comerciales de todo tipo. Existe incluso en sus bordes un café Kafka y un bar gótico, lla mado conde Lulo.
Al final de la avenida Ignacio Carrera Pin to, para llegar a mi valle, es preciso tomar a mano derecha la antigua ruta a Maule, ape nas señalizada, que, como dije, no es más que la continuación de aquel Camino Real hacia el sur. Cuando unos trescientos metros más adelante, pasado el caserío de Culenar, se en cuentre con el cruce donde hoy se levanta el mastodóntico colegio Santo Tomás, es preci so desviarse otra vez hacia la derecha. Esa vía lateral —en nomenclatura vial, la K 610— que se adentra hacia el sur poniente en di rección hacia la costa es, en rigor, «el camino a Colín», pueblo al cual se arriba después de
unos ocho kilómetros de marcha. Esa vía fue de tierra hasta mediados de los años sesenta, pavimentado parcialmente durante el gobier no de Frei padre —curiosamente solo el lado izquierdo de la calzada— y el resto asfaltado hace muy poco.
En mi niñez, hace unos cuarenta y cinco años, para los escasos propietarios de auto móviles de esos tiempos (los ricos), y siempre que la ruta no estuviese cortada por tempo rales u otro impedimento, todo el trayecto se recorría en poco más de media hora.
Hoy ha disminuido la distancia (al revés del tiempo de recorrido) entre Talca y Colín, ya que, siguiendo el destino de todas las ciuda des de provincia, Talca ―San Agustín de Tal ca― se derramó pródigamente en las últimas décadas devorando con celeridad kilómetros cuadrados de tierra agrícola, convirtiéndo los en población, cúmulos de casas idénticas con sus reducidos antejardines, pasajes y el rutinario tramado de calles en damero. La ciudad de Talca hacia el sur–poniente, dirección en que el valle no le opone el obstáculo de ningún río o cerro, creció desde el barrio de La Florida, La Florida talquina ―el límite
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inconmovible campo-ciudad durante toda mi infancia y juventud―, hasta más allá del caserío del Culenar, ya en vías de desaparecer por completo, aproximándose al de Talca Chico, superponiéndose a la comuna de Maule, ha ciendo sucumbir bajo el cemento los fundos de los Ide, los Reyan, los O’Ryan, parcelas más pequeñas, árboles, chacras, caserones y ran chos de adobe; el recuerdo de las personas que los habitaron, padecieron y murieron en ellos y las historias que podrían contar y ya nadie contara. Talca ya está al lado nuestro. Colín, Colinas, compadre, campesinos, chacras. Apenas puede mi retina reconsti tuir el paisaje que hace no más de cinco años se perfilaba en el lugar donde hoy se instaló el vasto estacionamiento encementado y las moles del Homecenter y el Tottus o, más al sur, los colegios Montessori, Santo Tomás, San Agustín, el cementerio Parque del Mau le, las sucesivas villas de apretadas casas para clase media o viviendas sociales. El grupo po blacional más adelantado de la ciudad hacia el campo —llamado popularmente «las casas amarillas»― es la Villa Carlos González Cru chaga, población de no muy buena fama por
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ser el sitio en que viven uno que otro narco y pato malo, cuyo nombre recuerda a un obispo católico, un monseñor rangoso que, junto al obispo Camus y el cardenal Silva Henríquez, destacó en la oposición a la dictadura del ge neral Pinochet.
Pero Talca no termina hoy en un punto, no hay una frontera precisa que la separe del campo, no hay muro ni cercado: se deshila cha, meramente se deshace o, más bien, se encuentra permanentemente en marcha, haciéndose ―y deshaciéndose― cada mes, cada día, penetrando en medio de los potre ros por una lonja o un rectángulo, desapare ciendo y reapareciendo a manchones dispa rejos. La frontera entre Talca y el campo se asemeja a las orillas de los ríos en este sector, bajos de caudal en el verano, que no vienen encausados por un lecho definido, sino que ocupan un espacio incierto que se modifica por las subidas y aluviones anuales, aunque cada vez menos potentes, domesticadas ya sus aguas por las grandes represas de la precordillera. Todavía, con todo, de pronto la ciudad se acaba y el camino ahora de asfalto se interna dando giros por un terreno llano
En mi niñez, hace unos cuarenta y cinco años, para los escasos propietarios de automóviles de esos tiempos (los ricos), y siempre que la ruta no estuviese cortada por temporales u otro impedimento, todo el trayecto se recorría en poco más de media hora. Hoy ha disminuido la distancia (al revés del tiempo de recorrido) entre Talca y Colín, ya que, siguiendo el destino de todas las ciudades de provincia sin calles ni poblaciones, bordeado a menu do por modestos o presuntuosos chalets en sus orillas que surgen en medio de álamos y zarzamoras. ¿Estamos ya en el campo? Así lo parece si el ojo se queda en la superficie de las cosas, pero si se pudiera hablar de «un espíritu de la ciudad», de su prolongación inmaterial como cultura, habría que reco nocer que engloba a Colín (y quizás todo),
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el cual, como lo contaré más adelante, a su vez, despertó urbanamente en las últimas tres décadas y comenzó también a ponerse en marcha no sabría decir si en pos de Talca o huyendo de ella. Me imagino que este acerca miento o acoso o invasión o, ya simplemente, absorción, lo vienen practicando las grandes urbanizaciones de la zona central respecto de sus caseríos periféricos desde hace décadas.
Esta indeterminación de los límites en tre campo y ciudad, empero, no solo es físi ca y urbanística, sino también cultural. Por esa irregular y mutante orilla de ciudad, ni propiamente ciudad ni campo, pululan mon tones de gente, es un territorio nómada, de emigrantes haitianos y colombianos, tempo reros urbanos, estudiantes, campesinos se miurbanizados y habitantes de la ciudad me dio huasos que viven en el borde, cuyas casas limitan con una autopista y luego con potre ros donde pastan unas vacas o donde tras las panderetas de los patios corre un canal sucio con sus sauces y después vienen las chacras y pastizales. La gente de estos bordes y de Colín mismo es también así, un engendro, mezcla curiosa entre urbana y rural, local y
global, un tipo nuevo y desde luego bastante movedizo, mestizo en muchos sentidos y sin pertenencia clara porque aquellos dos nítidos polos de antaño ―campo y ciudad― tam bién han perdido precisión e inmovilidad. No queda aquí, quién sabe si para bien o mal, casi nada del campesino a la antigua, del habitante rural de hace cincuenta años, el peón o inquilino de fundo, los patrones y ca pataces también se han extinguido o mutado hasta tornarse irreconocibles. Muy de tarde en tarde, por ejemplo, se ve a alguien mon tado a caballo: el jinete en su cabalgadura es ya casi un exotismo que brota de pronto, por ejemplo, para una festividad religiosa, como la Purísima. En cambio, se usa la bicicleta, cada vez más el automóvil ―muchos sin pa peles al día― y la micro de recorrido ―la tradicional Talca-Linares de Perales, con un horario en la mañana y otro en la tarde, partiendo del terminal de buses Lorenzo Va roli―, a la cual se han añadido cada hora las micros Taxutal que llegan al centro de Colín y recorren las poblaciones del Colín Nuevo. De vez en cuando se ve un taxi colectivo ha ciendo una carrera pirata, porque solo hasta
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© colección museo o'higginiano y de bellas artes de talca
«la Carlos González», esa avanzada de la ciu dad, hay itinerarios autorizados y llegan allí varios buses más de recorrido. Un circuito casi en desuso es el que va del centro de Co lín, doblando hacia el sur en el cruce donde se ubica el retén de Carabineros ―nuestro «barrio cívico»― y, después de atravesar la línea del tren, tomando a la derecha por la llamada «esquina borracha», sigue el camino escabroso que atraviesa el cerro conduciendo a Querquel y Santa Rosa de Lavaderos, un hermoso rincón que se extiende como un cu chillo entre los cerros de Maule y Colín y el río Maule, su frontera. Por todas estas vías ya pocos caminan a pie, salvo distancias cor tas, con la excepción de don Manuel Lara, quien merece una nota aparte, una especie de reliquia viva de otro tiempo, los tiempos del inquilinaje.
Al escribir estas notas que están afligidas por la velocidad de los cambios y por la desa parición completa de lo que existía antes de ello ―paisajes, personas, costumbres, modos de pensar, hacer y creer―, un antes, a su vez, superpuesto sobre otros estados ante riores desaparecidos hace mucho tiempo, se
me vino a la cabeza lo que me dijo una amiga arquitecta al ver los potreros que rodean Colín, llanos y arbolados todavía perdiéndose en suaves lomajes hasta un horizonte lejano: «Dentro de menos de veinte años todo esto estará construido». No niego la posibilidad de que acaso, en una buena dosis al menos, ese pasado merezca morir y estoy consciente que el tono lastimero que usted, quizás, haya advertido es solo una «estructura de senti miento», una ilusión nostálgica, que se repite de tiempo en tiempo cuando alguien mira re trospectivamente el lugar en que vive.
Hoy solo el 14 % de la población de Chile vive en zonas rurales y el aporte de la agricul tura suma, a lo más, el 13 % de la economía nacional. La inmigración campo-ciudad se produjo bruscamente a partir de finales del si glo xix. Los campesinos emigraron en masa, huyendo de la malas condiciones materiales y morales que padecían en las haciendas, atraí dos hacia el norte por el auge minero y hacia los centros urbanos mayores por la oferta de empleo y las mejores condiciones de vida que prometía la industrialización generada en las primeras décadas del xx, principalmente en
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Santiago. Entre los años veinte y sesenta, el ritmo de la emigración continuó alentado entonces por la industrialización urbana impul sada ahora por el Estado. La ciudad, en vez de cumplir las promesas de prosperidad, relegó a los excampesinos a conventillos y a las barriadas marginales: las poblaciones callam pa. Los gobiernos y las distintas instituciones políticas concentraron su atención y acción sobre la indigencia urbana que, antes de la segregación actual en barrios, era próxima, visible y gravitante electoralmente. El resto de gente que iba quedando en el campo fue entregada a su suerte y hasta bien entrado el siglo xx, el poder central había dejado un vacío en la zona que los propietarios de las tierras venían ocupando sin contrapesos des de mediados del siglo xviii. Las leyes socia les, a partir de los años treinta, incompletas y tardías para el campo, fueron ineficaces para modificar costumbres y culturas secu lares que perduraron hasta bien entrada la década del setenta.
No obstante esta merma cuantitativa y creciente de la importancia del mundo rural, la relación entre el campo y la ciudad será
Si bien en la actualidad la región del Maule conserva una alta tasa de ruralidad y en esta comuna es todavía mayor, en el valle de Colín la forma de habitar el paisaje ha cambiado radicalmente en las últimas décadas porque la política del Estado ha promovido la desaparición del rancho aislado, concentrando al hombre de campo en pueblos con una estructura urbana, a esca la menor, muy semejante a lo que podría ser una población de viviendas sociales de Santiago o de otra gran ciudad de provincia.
central en la política, la literatura y la cul tura de los dos primeros tercios del siglo, y reventará violentamente a fines de los años sesenta cuando ya menos de un tercio de la población vivía en los campos.
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Si bien en la actualidad la región del Mau le conserva una alta tasa de ruralidad y en esta comuna es todavía mayor, en el Valle de Colín la forma de habitar el paisaje ha cam biado radicalmente en las últimas décadas porque la política del Estado ha promovido la desaparición del rancho aislado, concen trando al hombre de campo en pueblos con una estructura urbana, a escala menor, muy semejante a lo que podría ser una población de viviendas sociales de Santiago o de otra gran ciudad de provincia.
El nuevo campo, el campo de Colín, subiste de un modo muy diferente al campo antiguo, presetentero, aquel cantado por la literatura criollista y que sobrevive como congelado en la mentalidad de tantos habitantes de la urbe y en el recuerdo de los colinenses más viejos.
Ese antiguo campo chileno, el que se re construye en septiembre en Santiago duran te «la semana de la chilenidad», ha muerto acá en Colín, pero es aún una potente ilusión fantasmagórica del citadino, una construcción simbólica y compleja, alimentada man comunadamente por los afanes de cierta éli te, por políticas culturales del Estado y por la
nostalgia del habitante de la ciudad y de los pequeños pueblos rurales, una sensibilidad que es un remanente ectoplasmático de la migración del campo a la ciudad.
Así, a veces puedo palpar esa sensibilidad todavía en estos días, por ejemplo, cuando converso con taxistas santiaguinos que me llevan al terminal de buses o a la estación de ferrocarril, al oír las historias de su padre o su abuelo emigrados a Santiago desde el cam po y la bucólica y pastoral descripción de la zona rural de donde provenía su familia e, incluso, de las vacaciones que, de tanto en tanto, pasan en las tierras de algún tío o fa miliar descendiente de los que se quedaron. El colmo fue hace poco cuando tomé en pleno centro a un taxista, una suerte de caricatura del huasamaco, que cuando logré interrum pir su verborrea payasesca, temeridad en que jamás incurro, y le pregunté «¿Señor, usted vive en el campo?», me respondió: «No, pero mi taita de niño me contaba de su vida en el sur y yo, le prometo, soy feliz en medio de las vacas y los caballos y, le cuento, que si usted sigue derechito por Carmen hasta el final, en La Pintana, cuando la calle ya no se llama
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Carmen, va encontrar mi solar [sic], donde tengo una yegua y dos caballos, con su pesebreras y todo y, le digo más, que si mi mujer, que no es mi señora, conviviente nomás, se me pone mañosa, yo pesco todas mis cositas y me voy a la pesebrera a dormir con los caballos». Y mientras me seguía contando con su lenguaje artificialmente pintoresco su vida de huaso en Santiago, pensaba en la fuerza que poseen estas ideologías capaces de cons truir personajes como Luis Valentín Ferrada o Manuel González, el chofer que conducía mi taxi, cuyo vínculo real con el campo era nulo (acaso el de su taita también era puro cuento) y, sin embargo, había logrado plas mar en él un prototipo que lo fascinaba y moldeaba por entero.
¿Qué de verdadero y qué de falso hay en esa imagen del campo y del huaso chileno a la antigua? ¿De dónde surge su atractivo, cómo y cuándo surgió el mito? ¿Cuál ha sido y cómo ha cambiado el vínculo social, eco nómico y cultural entre la ciudad y el campo en nuestra historia? ¿Cómo concurrió la li teratura y el arte a estas transformaciones?
Para el Estado chileno colonial o republi
cano, español o criollo, socialista o liberal, civilizar consiste en crear ciudades y pueblos, y el campo, más todavía hoy, que demográfi ca y económicamente pesa poco, es un terri torio difuso, difícil de promover a través de políticas, sin contenido preciso, más bien un telón donde proyectar ficciones y nostalgias, que no ha sido ni es prioridad. Eso no signifi ca, sin embargo, que ciudad y campo hayan funcionado desconectados ni que el campo presente rasgos del todo opuestos o inde pendientes de aquella, sino que siempre se ha dado una continuidad a veces más visible y directa, otras más subterránea y oblicua, en tre ambos. Colín ―que en documentos más antiguos aparece como «Collin» o «Collin hue»― inesperadamente, a medida que es cribo este libro, me ha ido resultando un mi crocosmos ejemplar ―quizás el instrumento óptico adecuado― para mostrar el cariz y el matiz de algunas de esas movedizas, aunque siempre promiscuas, relaciones y preguntas, forzándome a avanzar y retroceder y, sobre todo, a mezclar, con tensión y fuego, memo ria e historia, recuerdo personal e indagación acerca de esa cosa extraña llamada Chile.
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BLANCA
© Carlos Piña mr | 92
BLANCA ZÚÑIGA
por Cristián Rau
«Me parece que esa vitalidad es lo que tenemos en común en estos entornos, en donde la obsolescencia no es tan castigada como en las grandes ciudades»
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Tres señores de edad, uno con chupalla y dos con jockey, todos con sus buenas parkas, miran a la cámara y medio que sonríen. Están sentados en un paradero, de esos con tejas de arcilla, la estructura hecha en rollizos impregna dos y los muros de cemento, generalmente pintados en co lores crema-chillones, típicos de las zonas rurales maulinas. Da la impresión de que no es peran a ninguna micro ni bus, más bien parece que están matando la jornada. En la foto anterior, una pareja de vieji tos aparecen sentados —a una distancia prudentemente pudorosa—; él de sombrero y bastón, ella con un delantalci to coquetón y medias tejidas. No sonríen, pero parecen a gusto. La banca y ellos están apoyados en un muro de la drillos; se deja ver una calle de
cemento; unos yuyos que des puntan en la sombra y, más atrás, unas casas con rejas de malla de gallinero y cubiertas de zinc. Ambas fotos, la pri mera tomada en Casas Viejas y la otra en Chanco, están im presas en un sobrio blanco y negro, sin gran saturación de contrastes; sin ampulosidades estéticas.
El libro Espacio público ru ral (Sa Cabana, 2021), de la arquitecta y profesora de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca Blanca Zúñiga, muestra a través de una serie de fotografías (to madas en su mayoría por sus alumnas y alumnos), acom pañadas de algunas sucintas reflexiones, cómo los habitan tes de los sectores periféricos de las ciudades y de las zonas rurales de la región del Maule transforman ciertos escena
rios en espacios públicos «no oficiales». El frontis de un almacén de barrio, las graderías de una cancha de fútbol, el re fugio de un arriero arriba en la cordillera o un puesto con sombra, pasan a ser utilizados como lugares donde las per sonas, sin pensarlo demasia do, confluyen y comparten. Crean communitas , postula Zúñiga en el epílogo, pro poniendo que en este tipo de resignificación de escenarios por parte de los habitantes de un sector, las fronteras que separan a los miembros desa parecen, la identidad se cede para asegurar la superviven cia común.
Estas reflexiones sobre la apropiación de ciertos espa cios que no fueron pensados ni propuestos por el apara taje estatal ―o por la arqui tectura—, sirvió además
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para establecer cierto punto de contacto entre varias publicaciones recientes y más o menos locales que han sis tematizado dudas, cavilacio nes similares y que tienden a especular sobre las formas de construir/habitar espacios que, por estar situados en lu gares alejados de las ciudades y sus posibilidades, han in ternalizado en sus soluciones pragmáticas ―constructivas o de habitabilidad— sus ruti nas, oficios y prácticas vitales. Pensamos, por ejemplo, en Ruina (Bifurcaciones, 2021), de Jonnhatan Opazo, Del te rritorio al detalle (Bifuraciones, 2021), editado por Germán Valenzuela, Vivienda rural en el Valle Central (arq Ediciones, 2017), de Felipe Alarcón, y Donde la arquitectura no llegó: conversaciones abiertas con Gru po Talca (A2, 2021).
HAY UN ASUNTO QUE ME PARECE INTERESANTE COMO PUNTO DE PARTIDA. PESE A QUE EL LIBRO SE LLAMA ESPACIO PÚBLICO RURAL VARIOS DE ESTOS LUGARES, O ESCENARIOS, ESTÁN EMPLAZADOS EN SECTORES QUE PODRÍAMOS DEFINIR COMO URBANOS (O URBANIZADOS). ¿CÓMO DELIMITAS ESA LÍNEA ENTRE LO URBANO Y LO RURAL?
Hay una definición de urba no en nuestro país, que está operativa desde el 2010, mo mento en que Chile pasa a ser miembro de la ocde, y dice que para ser considerados urbanos, el sector debe contener un centro poblado de más de 200 000 habitantes. Si lo vemos desde esa perspectiva
incluso algunas ciudades de la región, tales como Curicó o Linares, debieran ser con sideradas rurales. Pero si nos vamos a lo más esencial, son lugares que aún conservan una manera de habitar que se cocina a fuego lento. Pueden tener ya ―y al fin— calles asfaltadas, pero tienen un transitar pausado... Desde mi manera de ver contienen un reloj biológico interno como grupos humanos, que habili ta a sus habitantes a generar estas instancias que fueron retratadas en el libro.
M ÁS ALLÁ DE LOS ESTÁNDARES
INTERNACIONALES, EN ESTAS «CIUDADES INTERMEDIAS» HAY UN TRÁNSITO MUY FLUIDO ENTRE AMBAS ALMAS QUE LA COMPONEN (RURAL
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Y URBANA; MODERNA Y ARCAICA) Y POR ENDE ENTRE RELOJES BIOLÓGICOS DISTINTOS. ¿QUÉ RESCATAS DE ESTE MOVIMIENTO OSCILANTE ENTRE AMBOS LUGARES?
Creo que a ratos esos relojes biológicos se contraponen. Para nosotros, los citadi nos, el tiempo es un recurso escaso, por lo tanto, un bien valioso. Me parece que en lo rural funciona distinto, por eso para nosotros esa manera de relacionarse en tre sus habitantes se cubre de extrañeza hacia nuestros ojos. Sería maravilloso que esa lentitud fuese una condi ción que permeara a nuestra existencia cotidiana.
GIULIANO PASTORELLI, EN EL PRÓLOGO A DONDE
LA ARQUITECTURA NO LLEGÓ: CONVERSACIONES CON GRUPO TALCA, SE CUESTIONA EN TORNO A «SI TIENE O NO SENTIDO CENTRAR LA PRODUCCIÓN DE PENSAMIENTO DENTRO DE LOS LÍMITES URBANOS EN UN PAÍS CON TANTA RURALIDAD» Y «CUÁLES SERÍAN LOS APORTES DESDE NUESTROS CONOCIMIENTOS SI DICHA DESURBANIZACIÓN INTELECTUAL SE LLEVARA A CABO» ME PARECE QUE ESTE TRABAJO CLARAMENTE BUSCA ESE FIN. ¿QUE PIENSAS EN ESE SENTIDO?
nera maravillosa lo que ha sido esencial para nosotros como Escuela en la forma ción de arquitectos desde sus inicios: el territorio. Eso, en el entendido de que la potencialidad de lo que tenemos no está necesariamente en las ciudades de la región, sino que en todo aquel saber ha cer que está en lo no-oficial, en los márgenes de lo reco nocido. Aquello que se hace sin un afán estético, sino que nace desde su íntima verdad.
Me parece que tanto Mar tín del Solar como Rodrigo Sheward, los miembros de Grupo Talca, lograron em paparse y cristalizar de ma
EN LA VISIÓN DE GRUPO TALCA HAY UNA GRAN PREPONDERANCIA Y RESPETO POR LOS SABERES Y LOS OFICIOS. ¿CÓMO SE APLICA EN LOS ESPACIOS QUE TRABAJASTE?
En esos espacios los saberes u oficios son clave, pues no
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son un asunto de opción. Se construye con lo que se tiene y cómo se sabe construir. El saber hacer muchas veces vie ne fuertemente relacionado a los oficios. Nosotros como arquitectos aprendemos de esa relación y la tratamos de tras ladar a nuevos lugares, pero es sin duda en estos espacios en donde ese saber hacer tie ne origen. Como decía antes, no es una opción.
PERMÍTEME VOLVER SOBRE UNA PARADOJA QUE MENCIONASTE: ESTÉTICA VERSUS VERDAD. ¿PODRÍAS PROFUNDIZARLA?
Me refiero a que hay una in fluencia muy potente desde la cultura de masas que dicta el cómo deben lucir las cosas. De alguna manera, estos lu gares mantienen su verdad
interior. Quizás me apoyo en el concepto griego de la alétheia que trabaja Heideg ger, en donde la verdad nace desde el desocultamiento, desde cuando la verdad en realidad es una revelación de la existencia en sí misma. En la manera y el modo en el que los usuarios se presentan a sí mismos frente a los otros, en lo público, pareciera haber una verdad que les es propia. A tal punto que el modo y la manera de estar en lo públi co, entre un poblado y otro, no revisten necesariamente las mismas características. Claro que estas maneras, en sí mismas, seguramente siguen una estética que les es propia, pero pareciera no estar tan a merced de una cultura de masas que es incapaz de ver, y por lo tanto reconocer, estas excepcionalidades.
PARADEROS, VEREDAS, CANCHAS DE TIERRA, EL FRONTIS DE UN BAZAR DE BARRIO O LA LOMA DE UN CERRO SON ALGUNOS DE LOS ESPACIOS QUE SE RETRATAN EN ESTE LIBRO. ¿QUÉ ES LO VALIOSO DE ESTOS LUGARES?
Nada y todo. Los espacios que ahí se consolidan no son en sí mismos. La tienda de varie dades es solo una excusa que atrae a sus fieles día a día y desde ahí se generan las ins tancias de reconocimiento, de encuentro, de consolidación de lo público; como aquella instancia en la que todos te nemos algo valioso que com partir. Es desde ahí que tam bién uno puede comprender que desde esa empatía entre aquellos que se encuentran frecuentemente, esté la capa
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© Nicolas Ahumada
cidad de ellos de organizarse, construirse como comunidad, en el sentido del communitas de Esposito, en donde cada uno se debe al otro, en don de el yo es menos prioritario, quizás, que el nosotros. Es de ahí que el lugar en sí mismo no es lo importante, sino que lo que es capaz de albergar.
LA ELECCIÓN DE ESTOS ESPACIOS POR PARTE DE SUS USUARIOS PARECE SER AZAROSA, EN TANTO QUE SON REFUGIOS PASAJEROS, A VECES SIMPLES TECHOS PARA VER PASAR EL TIEMPO. ¿CUÁL ES EL VALOR DE ELLOS EN TÉRMINOS ARQUITECTÓNICOS? TE LO PREGUNTO PORQUE PARECEN NO SEGUIR NINGÚN «PROGRAMA» DADO.
¡Exacto!, y ahí reside su belle za. No son objetos repetibles infinita cantidad de veces. No porque sean muy exito sos como espacios públicos, en una ocasión lo serán en otra locación, pues no son en sí mismos. Como sociedad nos debemos muchas veces a la producción en serie. Nues tro legado fordista ha traído como consecuencia la necesi dad de que una vez consegui do un éxito, hay que repetirlo una innumerable cantidad de veces, y con ello hemos per dido la capacidad de observar con detención y desde ahí operar. Estos lugares van en el sentido absolutamente opues to a los procesos de seriación.
¿PARECE, ENTONCES, QUE SON MÁS IMPORTANTES LAS FORMAS DE HABITAR ESTOS ESPACIOS
QUE LOS PROCESOS CONSTRUCTIVOS?
Me parece muy interesante tu ángulo, pues desde tu mirada son dos asuntos, el habitar el espacio y el proceso cons tructivo. Cuando en el libro se identifica un lugar, ese lugar está compuesto del cobijo y de lo cobijado, son una sola cosa. No existe el espacio público sin sus bordes, y no existe el espacio habitado sin sus for mas de ser habitado. Es una simbiosis que, al menos para mí, es indivisible.
En ese sentido creo que el español nos hace separar con ceptos. El idioma inglés hace una linda síntesis que nos sir ve para este caso, en donde el verbo «to be» engloba en un vocablo dos definiciones que son pertinentes a esta conver sación: ser y estar. Me parece
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que estos lugares tienen esas dos condiciones en un solo lugar. El ser en su condición abs tracta y el estar en una condi ción más concreta. Estos son los lugares del «to be».
ME GUSTÓ MUCHO QUE
LAS FOTOS TENGAN UN SENTIDO DESCRIPTIVO, QUE SIMPLEMENTE NOS MUESTREN LOS ESCENARIOS, Y QUE NO HAYA UN AFÁN POR ESTETIZAR LO SIMPLE Y A VECES PRECARIO.
Quizás ahí difiero, pues si bien los escenarios están simplemente mostrados ―y no pretendo romantizar en lo absoluto la pobreza rural, pues sigue siendo pobreza― creo que ahí hay una dis tinción que hacer. En estos lugares hay una pobreza de
medios económicos, que les dan más autonomía sobre sus opciones a los propios habitantes, pero hay un asunto central. Estos lugares guardan una riqueza enorme. En el solo acto de tener la oportunidad de sentarse en una sencilla banca de madera a ver el tiempo pasar, y desde ahí esperar a un potencial (o no) encuentro. Ahí, justo ahí, estamos frente a algo que para nosotros es un lujo. Yo diría que el bien más escaso de todos, el tiempo, y eso es algo que hay que reconocer. La po breza no está necesariamente en no tener bienes materia les. Creo que un ejemplo de ello es que uno pudiese decir que la cabaña de Heidegger en la Selva Negra era tremendamente pobre por lo sencillo de su materialización, pero creo que es innegable la riqueza
que ella contenía en tanto fue capaz de albergar todas las ideas que para nosotros aún son claves como sociedad. ESTOY DE ACUERDO. EN ESE MISMO SENTIDO, ¿CÓMO CREES TÚ QUE SE DEBIESEN PENSAR ESTOS LUGARES PARA EL FUTURO COMPRENDIENDO QUE LO IDEAL NO SERÍA TRANSFORMARLOS EN CIUDADES Y MANTENER SUS CARACTERÍSTICAS, SUS RIQUEZAS?
Ahí creo que no tengo una respuesta concreta para en tregarte, pues, para comen zar, antes de saber el cómo se deben pensar también lo que está relacionado a quienes lo debiesen pensar, entonces es difícil definir en términos metodológicos cómo se pen
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sarán si no se sabe quiénes lo pensarán. En lo concreto, es diferente el escenario de pensarlos desde un gobierno regional ( top down ) a pen sarlo desde las comunidades (bottom up). Creo que la clave está en lograr vincular ambas miradas para definir el deve nir de estas lugaridades, y eso como figura hoy no existe.
GERMÁN VALENZUELA
PROPONE QUE UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS COMUNES EN LA PRODUCCIÓN ARQUITECTÓNICA LATINOAMERICANA
RECIENTE CONSISTE EN «LA INTELIGENCIA CON QUE SE CONSIGUE MUCHO CON POCO». ME PARECE QUE ESTE ES UNO DE LOS ASUNTOS FUNDAMENTALES DE TU
LIBRO, ¿NO? CELEBRAR LA CREATIVIDAD EN TORNO A CÓMO SE SOLUCIONA CON LOS ELEMENTOS QUE SE TIENEN A LA MANO LOS PROBLEMAS URGENTES. CIERTA CHISPEZA DEL CHILENO.
Es que creo que en los últimos cien años, al menos en Chile, ha ocurrido un fenómeno bas tante característico en nues tras sociedades: pasamos de ser gestores y constructores de nuestros entornos do mésticos y productivos a ser consumidores de ellos; terce rizamos el «saber hacer» que nos hacía capaces de autoges tionar nuestros espacios. Y con eso, como sociedad, nos hemos sumido en una pobreza enorme, pues dependemos siempre de otros (maestros, Homecenter, etcétera) y esta
mos también a su merced al momento de hacernos cargo de nuestros hábitats. En estos lugares rurales aún se conservan algunas de estas lógicas de la autogestión del hábitat cotidiano, esa chispeza a la que tú aludes, no es más que ver lo que hay alrededor y saber operar con eso como materia de base. Parece sen cillo, pero no lo es tanto para alguien que nunca ha vivido en ese estado de las cosas. Al parecer esa capacidad de re accionar y salir ganando con lo que tengo a mano se acer ca bastante a lo que cotidia namente se denomina inno vación, solo que aquí no hay patentes de por medio.
PODEMOS PERCIBIR
CIERTO HILO CONDUCTOR EN ALGUNAS IDEAS PUBLICADAS
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RECIENTEMENTE Y EN CIERTA FASCINACIÓN POR LO PEQUEÑO, POR LO DESPRECIABLE —SE AVENTURA A DECIR GREGORY COHEN EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO—. «ARQUITECTURA DE ESCASEZ» LO LLAMA GERMÁN VALENZUELA O «ESTACIÓN
TERMINAL» —EL USO ÚLTIMO E IMPENSADO
QUE SE LE DA A ALGUNOS OBJETOS EN EL MUNDO RURAL— QUE SOSTIENE TOMÁS ERRAZURIZ. ¿COMPARTES ESTA IMPRESIÓN?
paz de arribar a sistemas de innovación incluso; es desde donde los hábitats nacen y, con ello, las comunidades ahí albergadas.
LA ÚLTIMA. MÁS ALLÁ DE ESTAS CARACTERÍSTICAS
SOBRE LAS QUE HEMOS ESTADO CONVERSANDO —NECESIDAD, INGENIO, OFICIO, ETCÉTERA—, ¿PODRÍAMOS RECONOCER CIERTAS FÓRMULAS COMUNES EN LA FORMA DE CONSTRUIR PRIMERO
Interesante, yo creo que con lo que describes, más que una estación terminal es la estación germinal, pues es desde esa mirada creativa sobre las cosas del entorno que soy ca
Y DE HABITAR LUEGO, EN ESTAS ZONAS RURALES? («CULTURA Y PAISAJE SE VINCULAN COMO EXPRESIÓN CONSTRUIDA» PROPONE FELIPE ALARCÓN).
Entre el construir y el habi tar me parece que hay una
relación dialéctica, en don de hay siempre una que informa a la otra, en un loop que es tan continuo como la vida misma. Habitamos y desde ahí construimos lo que luego habitaremos, etcétera. Esta lógica, yo creo, que hace que lo construido se encuen tre siempre en medio de un proceso de cambio, pues lo entiendo como una exten sión de la vida de quienes lo habitan, y esta rara vez se mantendrá en una constan te invariable, sino que todo lo contrario. Los ciclos vita les nos cambian, y con ello nuestros requerimientos con el entorno construido. Me parece que esa vitalidad es lo que tenemos en común en estos entornos, en donde la obsolescencia no es tan cas tigada como en los entornos de las grandes ciudades.
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NEONORTINOS
LITERATURA FRONTERIZA EN EL NORTE GRANDE
por Rodrigo Ramos Bañados | fotografías Samuel Salgado
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como una banda de ladrones, salimos de arica y cruzamos la frontera de la república. por nuestros semblantes hubiérase dicho que cruzábamos la frontera de la razón. y el perú legendario se abrió ante nuestra camioneta cubierta de polvo e inmundicias como una fruta sin cáscara, como una fruta quimérica expuesta a las inclemencias y a las afrentas.
LOS NEOCHILENOS ROBERTO BOLAÑO
El denominado norte grande es un territo rio anexado a chile tras la violenta gue rra del pacífico o del guano. entendemos por el Norte Grande la zona geográfica que comienza en Arica y termina en la ciudad de Taltal. Las conexiones comerciales y la con finidad cultural, en este caso la literaria, nos permiten visualizar a otro norte, desde el punto de vista chileno, en los últimos quin ce años. Este territorio abarca el sur de Perú, incluyendo Arequipa y especialmente Tacna; además de Cochabamba, en Bolivia, y en me nor medida Salta, en Argentina.
Puede decirse que «Norte Grande» es un concepto acuñado después de la novela ho mónima de Andrés Sabella. La denomina ción ha sido cuestionada con el tiempo desde la literatura, como veremos más adelante, «porque el norte de Chile de grande tiene poco», escribió el poeta Luis Moreno Pozo, en una metáfora de desencanto.
El desarrollo del comercio, a través de tratados y carreteras, bautizó al citado te rritorio como la Zona de Integración del Centro Oeste de América del Sur (Zicosur). De esta manera, Zicosur se ha transformado en una palabra para catalogar todo tipo de actividades transfronterizas comercia les con un alcance que llega hasta Para
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guay. En el área cultural de Antofagasta, por ejemplo, el apellido Zicosur lo lleva una feria del libro, un festi val de teatro y un festival de orquestas. Hasta antes de la pandemia, la feria del libro era el principal evento cul tural de Antofagasta, por su cantidad de asistentes y por el respaldo económico de la gran minería y del Estado, a través de financiamientos para la cultura. La excusa era el libro para desarrollar una feria donde se vendían hasta jabones.
El vínculo literario al que nos referiremos en este texto es más profundo y silencioso, pero a finales de la segunda década de este siglo logró una visibilidad nacional.
Puede considerarse como un hito mayor la premiación del concurso para jóvenes
Roberto Bolaño desarrollado en Arica, con el anexo de una presentación en Tacna de los ganadores y escritores perua nos. La actividad se realizó por cuatro años consecutivos, cuestionando el simbolismo de la frontera en un territorio con intereses comunes.
Arica y Tacna pueden ser entendidas como un área metropolitana que alberga alrededor de un poco más de medio millón de habitantes.
La frontera, en este caso, cumple más bien un rol buro crático. Más al sur de Arica se encuentran Iquique, Toco pilla, Calama y Antofagasta, ciudades unidas por la Pana mericana, que mantienen el común denominador de estar emplazadas en el desierto más seco del mundo.
Si podemos cuantificar el impulso literario respecto al
surgimiento de nuevas edito riales y a la creación literaria, es el eje Arica y Tacna el más prolífico de este Nuevo Norte Grande. Luego Iqui que, y en menor medida Antofagasta, que en los últimos años ha estado concentrado como un importante polo de gestión literaria y cultural.
R etrocedamos en el tiempo. Antes del conflicto bélico, en las medianías del siglo xix, Iquique era un puerto mayor para Perú; Arica había sido fundada en 1541 y Calama ya era capital provincial en 1540, bajo la bandera boliviana. Antofagasta, puede decirse, es la única ciudad novel surgida en la década de
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1860 como puerto utilitario para la floreciente industria minera que comenzaba a ex tenderse cerro arriba.
Todas estas ciudades, a las que podemos sumar a Tacna, en los años posteriores a la guerra experimentaron un proceso de «chilenización», a veces solapado y en otras cruento. El punto más ex tremo lo encontramos en las Ligas Patrióticas, una suer te de clanes paramilitares amparados por la autoridad para expulsar por la fuerza a peruanos, bolivianos y todo lo que pudiera ser considera do de «rostro andino». La floreciente industria salitrera atrajo inmigrantes de todas las nacionalidades a los nuevos territorios chilenos. Es en Antofagasta donde el crecimiento fue más explosivo y donde se
evidenció con mayor fuerza esta ola inmigratoria proveniente mayormente del sur de Chile y de países li mítrofes y europeos, espe cialmente balcánicos. De esta manera se va confor mando una identidad social más acorde al momento de la Revolución Industrial, di ferente al Chile del sur, don de prima una oligarquía te rrateniente y conservadora que se acomoda en el poder a través de la política. Desde el centro del país, donde históricamente se han tomado las decisiones, estas tierras de riquezas insospe chadas son vistas como un botín de guerra. Surge en el norte una fuerte crítica hacia el centralismo, opinión que se extiende hasta nuestros días. El caso más patente es el de Antofagasta, donde el
extractivismo privado y es tatal ha invertido lo mínimo en la región.
En ese territorio en mo vimiento de principios del siglo xx , la imprenta cumple un rol fundamental para manifestar las molestias, demandas y propiciar el debate. Surgen diarios: en las paredes son desplegados avisos de las más diversas ín doles. A medida que avanza el siglo, las malas condicio nes laborales en la minería son denunciadas a través de folletos. Las imprentas, en manos de las organizaciones obreras, cobran un real pro tagonismo comparable a las actuales redes sociales.
De estas imprentas rela cionadas al quehacer de los trabajadores surge en Iqui que la que para algunos es considerada la primera no
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vela fundacional del norte. Se trata de Tarapacá (1903), escrita bajo el seudónimo de Juanito Zola.
La anécdota que rodeó a la novela resume las conse cuencias de la aparición de una obra crítica hacia la in dustria minera y las clases privilegiadas que emanan de esta. En este caso, el li bro fue inmediatamente si lenciado. Luego, incluso, se atentó con fuego contra la imprenta y hasta con la vida de los autores. Pero vamos por parte.
Nicanor López y Osvaldo Polo dieron vida al seudóni mo Juanito Zola. Ellos man tenían una imprenta y un
periódico llamado El Pueblo, cuya línea editorial era delatar las malas condiciones laborales de los obreros en contraposición a los privile gios de la clase adinerada de Iquique, visible en espacio sas casonas de pino Oregón de la calle Baquedano, toda vía muy bien conservadas. La novela, a su modo, se ade lanta a la fatídica matanza de la Escuela Santa María, el 21 de diciembre de 1907. Ta rapacá lleva las ideas críticas del periódico a la literatura. Las opiniones posteriores sobre la calidad del texto son dispares, sin embargo, lo valioso es que retrata muy bien una época de profundas divisiones sociales.
Más adentro del siglo pasado, un caso menos extre mo lo padeció la novela Car nalavaca (1932), de Andrés
Garafulic. Carnalavaca hace referencia a una gran mina de cobre que cambiará la historia del país. La alusión es a Chuquicamata. Con un discurso crítico y político, Garafulic aboga por la nacio nalización del cobre que en Carnalavaca está en manos de capitales estadounidenses. El mérito de esta novela es que proyecta el actual mapa de la minería en el norte de Chile, donde a excepción de Codel co, todas las minas son pri vadas. Carnalavaca padeció el silenciamiento en su tiempo, especialmente en los medios de la propia región minera. El crítico literario Yerko Mo retic, en un artículo de épo ca, puntualiza que «a causa de razones obviamente políticas, ha sido olvidada o sub estimada por la mayor parte de los críticos».
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Un relato más amable es la novela Norte Grande (1944) del carismático poeta Andrés Sabella Gálvez. A diferencia de las novelas anteriores, Norte Grande ha sido muy difundida en esta zona a través de la cofradía literaria que el escritor formó durante su vida. Si bien el nombre de Sabella está más relacionado a la poesía, aquí incursiona en la prosa con una obra que en su momento generó todo tipo de reacciones por eng lobar la crónica, la poesía, la historia y, por cierto, la prosa. El libro sigue provo cando polémicas por la omi sión de cruentas matanzas, sin embargo, es una pieza fundamental en la historia literaria de aquel territorio del país. Norte Grande contó la historia del salitre con sus logros y desesperanzas.
L a literatura nortina pre dictadura es generosa. Las temáticas comunes pueden englobarse en la minería con las alabanzas hacia su traba jador; un hombre rudo que soportó desventuras sociales y climáticas para arraigarse en la hostilidad del desier to. Hay frases significativas como «el hombre que domó el desierto». Siempre la fi gura masculina en el pedes tal, dejando a la mujer en un segundo plano o sumida a labores de esposa, cantinera o prostituta. En menor me dida, la literatura hace refe rencia al mar, especialmente con Salvador Reyes en sus cuentos de El incendio del as tillero (1964).
Los narradores que mejor reflejan estos tópicos son Mario Bahamonde y Luis González Zenteno. A ambos
los une la raíz comunista, en una época en que la intelectualidad nortina simpatizó con las ideas que acuñaron los obreros del salitre y luego del cobre.
Bahamonde se transfor ma en una figura funda mental dentro de lo que se puede hablar de identidad. Mezcla un trabajo poético, ensayístico y en prosa. La mayoría de sus cuentos es tán basados en este hombre nortino, a ratos vivaz, ale gre, violento y otras veces triste, que abrió camino en la pampa agreste. De Baha monde es la frase que dice que «el nortino es hijo legí timo de la aventura», que se desmarca de los pueblos ori ginarios y hace referencia a quienes poblaron el norte pese a todas las inclemen cias climáticas y laborales.
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La cita de Bahamonde per manece vigente en el tiempo al revisar las nuevas mi graciones, especialmente de colombianos y venezolanos que se han asentado en dicha zona. Bahamonde también podría decir de ellos que son nortinos, «hijos legítimos de la aventura».
El iquiqueño Luis Gonzá lez Zenteno, cuyo legado es poco conocido, reflejó muy bien el movimiento obrero de Luis Emilio Recabarren en las obras Caliche (1954) y Los pampinos (1956). Al igual que Bahamonde, y tantos más como Homero Bascuñán, su trabajo no ha sido rescatado ni conectado con las nuevas generaciones de lectores.
Es Andrés Sabella, con su labor de articulador en los medios de Santiago y caris ma, el principal responsable
de la visibilización de la lite ratura nortina a nivel nacional. La frase de Pablo Neruda es clara: «Mientras Sabella nortiniza la literatura, yo la ensurezco». En Antofagasta es, sin duda, el escritor más influyente, en una ciudad que siempre lo buscó y en contró como maestro, poeta y amigo.
Yolanda Nana Gutiérrez, poeta de Arica que vivió gran parte de su vida en ese lugar, es una autora a quien le faltó más reconocimiento nacio nal en vida o, por lo menos, eso dicen las crónicas sobre ella. Sus poemas, que caben en lo que Nicanor Parra de sarrolló como antipoesía, recorrieron el mundo; fue ron recopilados en The South America of the Poets (1970) con traducciones al inglés, francés e italiano. Recibió
elogios de Parra, Pablo Neru da y del mismo Andrés Sabella por su poesía. También cultivó la narrativa y apare ció en varias antologías.
E n Arica surge Tebaida, una revista literaria-poética que va a transcender. Aparece en 1966, pero hay que esperar hasta 1968 para ver editada su primera publicación con ese nombre, bajo el alero de Alicia Galaz y Oliver Welden, donde sobresalen las xilogra fías de poesía visual de Gui llermo Deisler. Este último es una figura trascendental en la primavera de las artes plásticas en Antofagasta, a finales de la década del sesenta y principios de los setenta. Fue
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académico de Artes Plásticas de la sede Antofagasta de la Universidad de Chile, época que coincidió con Mario Ba hamonde como jefe de Exten sión de esa sede.
El nombre Tebaida provie ne de Tebas como concepto, una fortaleza en el desierto, «un desierto de amistad», se ñaló Galaz en una de sus en trevistas.
En Tebaida , que conectó los setecientos kilómetros que separan Arica de Anto fagasta, participaron, en tre otros, los poetas Óscar Hahn, Ariel Santibáñez, Guillermo Ross-Murray, An drés Sabella, Miguel Morales Fuentes, el tocopillano Luis Moreno Pozo y Héctor Cor dero. Miguel Morales Fuentes, conocido bajo el apodo de Tipógrafo Huraño, se ha transformado con el paso del
tiempo en un referente poé tico de Antofagasta, cuya pequeña obra, en cantidad, ha conectado generaciones por su sutileza.
Un hecho importante de Tebaida es el vínculo con Perú, el más prolífico que se había dado entre ambos países, a través de autores como Wins ton Orrillo, José Luis Ayala, Alberto Varcárcel, Omar Aramayo, Rosa del Carpio, Arturo Corcuera, Alejandro Romualdo, entre otros auto res. El grupo además organizó numerosas actividades como talleres de poesía y recitales. No solo es referencia a nivel nacional, sino que interna cional a través de Guillermo Deisler. Esto transformó al trabajo de Alicia Galaz y Oliver Welden en quizás el proyecto literario de mayor trascendencia acuñado en el
Norte Grande hasta la segun da década del siglo xxi, teniendo a Arica, nuevamente, como escenario.
E n dictadura la edición de libros decrece, como es de suponer, por las propias li mitaciones de la época. Ariel Santibáñez es perseguido y desparecido; Eduardo Díaz Espinoza es proscrito y per seguido; y Andrés Sabella es sacado de su cátedra de la Universidad Católica del Norte, liderada por un mi litar, por razones políticas. Las carreras humanistas van desapareciendo y, a su vez, surgen otras enfocadas hacia los negocios y la minería. Sa bella se refugia en su casa de
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calle Uribe en Antofagasta, donde continuó escribiendo artículos, algunos crípticos contra la dictadura, para re vistas como Hoy, y reunién dose con sus discípulos.
En un aciago panorama para la edición de libros so bresale la novela Ruta Pana mericana (1979) de Mario Bahamonde, que puede con siderarse la primera «novela contemporánea del norte», es decir, una novela cuyo leit motiv no es la minería y to dos sus vericuetos. El texto puede leerse como una me táfora de un viaje al desa rraigo o al exilio; o tal vez, la referencia a la dictadura y el viaje sin retorno. No podemos dejar de men cionar la labor de varios ensayistas e investigadores como Sergio Gaytán Marambio, Germana Fernández, el pro
fesor Huberto Plaza, Osval do Maya o Mauricio Ostria, quienes durante décadas sis tematizaron el trabajo de los escritores y escritoras de ge neraciones anteriores, y fueron capaces de hacerlos circu lar a las nuevas generaciones. Destacados de los años ochenta, en Iquique, son los poetas Cecilia Castillo, Jai me Ceballos y Juvenal Ayala, quien también se ocupó de la investigación literaria. A me diados de esa década surgió una peña conocida como La Guayaba, que fue escenario para trovadores, algunos ins pirados en la poesía de Miguel Hernández. En Antofagasta, por su parte, sobresale la poe ta Nelly Lemus, cuyas letras inspiraron canciones del grupo Illapu, como «Arrurrú la faena», «Morena Esperanza» o «Escribo», por ejemplo.
El Norte Grande como concepto es cuestionado. Luis Moreno Pozo escribe en un poema: «Yo descubro todo un norte diminuto, em polvado de hambre, sombra y silencio, gimiendo con olor a perros».
Andrés Sabella fallece en Iquique el 26 de agosto de 1989, terminando una de las más sobresalientes carreras literarias en la historia del norte. Dejó un legado profundo y brillante, aunque sin buscarlo opacó la carrera de otros autores menos carismáticos.
E l regreso a la democracia marca a nivel nacional un reinterés por nuevas voces
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narrativas. Las editoriales multinacionales buscan autores y, de esta manera, co mienzan a fijarse en escrito res que vienen llegando del exilio o de zonas periféricas del país, como Punta Arenas. Patricio Riveros Olava rría es un autor que viene retornando del exilio. A me diados de los noventa regre só a Iquique para radicarse en el barrio El Morro, luego de vivir afuera, primero en Holanda y luego en Cuba. Tras casi un año en el exte rior, Riveros Olavarría zafó de la expulsión con ingenio. Junto a su tío propiciaron que un conocido empresa rio de derecha enviara una carta a un diario de Iquique, afirmando que Riveros era un extremista. La misiva le significó asilo político en Eu ropa. A fines de los noventa
publicó su libro de relatos en una editorial multinacional y fue cronista del diario El Nortino de Iquique, momen to donde pude conocerlo per sonalmente en mi calidad de estudiante en práctica.
Entremedio destaca en Antofagasta el prolífico Víc tor Bórquez Núñez. Este, que ya despuntaba en los años ochenta como discípulo de Andrés Sabella, genera un relato urbano, detallista, de atmósfera, muy influenciado por su pasión que es el cine. Un cuento suyo fue llevado a cortometraje por la falleci da cineasta Adriana Zuanic. Uno de los grandes méritos de Bórquez es abordar la temática homosexual. Es el primer autor que se dedica exclusivamente al tema en el Norte Grande, con ciertas excepciones en su obra.
En la misma década, en 1994, aparece publicada La reina Isabel cantaba rancheras (1994), de Hernán Rivera Letelier, novela que puede considerarse como el primer best seller del Norte Grande y el inicio de la carrera de uno de los escritores más vendi dos, traducidos e importan tes en los últimos veinte años en el país. El mayor mérito de Rivera Letelier es generar una gran obra sobre la pam pa salitrera, a través de un anecdotario que combina los problemas sociales con el hu mor negro, en una suerte de picaresca. Todo esto, a través de una singular prosa poética que ha sido elogiada a nivel internacional, como también criticada de cursi por algunos críticos nacionales.
Antes de La reina Isabel , Rivera Letelier era un poeta
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pampino cuyos textos no eran desconocidos en el ambiente literario de Antofagasta y María Elena de finales de los años ochenta. Sin embargo, su destino de escritor autodidacta, como le gusta defi nirse, cambia totalmente al publicar su primera novela. Luego vienen Himno del ángel parado en una pata (1996) y la que es quizás su mejor obra, Fatamorgana de amor con ban da de música (1998).
La presencia de Rivera Letelier es parte del paisaje urbano de Antofagasta. El escritor habitualmente toma café en la peatonal Prat, oportunidad donde comparte con sus lectores, firma libros y se da tiempo para sorpren der a más de un transeúnte con su peculiar sentido del humor. Ha sido postulado al Premio Nacional de Litera
tura en varias ocasiones, sin éxito hasta la fecha.
Uno de los momentos li terarios más vibrantes lo produjo la desaparecida uni versidad privada José Santos Ossa (ujso), a través de un inédito programa de literatu ra encabezado por la acadé mica Patricia Bennett. Aquí se publicaron libros con una edición cuidada y un diseño que sobresale. Destaca, entre otros, el autor Patricio Jara, que se había hecho conocido a nivel del underground como fanzinero de metal. Llega a la literatura influenciado por autores como Lovecraft o Stephen King, además del incentivo del profesor Hu berto Plaza. Sus cuentos so bresalen en las primeras versiones del naciente concurso de cuentos para escritores de la Universidad Católica
del Norte. En adelante, Jara se transforma en un actor importante de la literatura en Antofagasta, corriendo por un carril distinto al de Hernán Rivera Letelier. Jara, con un tono preciso, riguro so y en momentos amparado en investigaciones histórica, sobresale desde dicha ciudad a nivel nacional. El interés por la historia genera obras notables como El Sangrador (2002) o Quemar un pueblo (2009), que abordan una Antofagasta anterior a la Guerra del Pacífico.
Las temáticas en narra tiva dan cuenta de un nor te urbano, con personajes que evaden la realidad y, en otras ocasiones, cometen actos propios de cuento negro. En los relatos hay un concreto cuestionamiento hacia la condición de ciudad
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de paso minera o universita ria, con su población flotante, nombre de una antología. La mentablemente en el mejor momento de este proyecto editorial, la universidad es vendida y pasa a ser parte de la cadena de la Universi dad del Mar. Patricio Jara se radica en Santiago. El res to de los autores como Juan Luis Castillo, José Ossandón o Enrique Pizarro no sigue publicando, a excepción de Iván Ávila, quien con el paso del tiempo interactúa como guionista y escritor. Ávila retoma las publicaciones en los últimos tres años, con un nuevo impulso a través de Ediciones Hurañas, edito rial cuyo trabajo revisaremos más adelante.
Más joven, pero conecta do con este nexo de la ujso y los talleres de Patricio Jara,
es Francisco Schilling. Este autor antofagastino se radica en Santiago, donde publica la novela Los Héroes (2015), so bre la Batalla de la Concep ción. Esta revisión de autores nortinos sobre la Guerra del Pacífico se complementa con la novela Prat (2009) de Patricio Jara y la antología Pacífico: historias de la guerra (2020), donde, entre otros, participan Jara y Schilling.
La época del programa de literatura de la ujso coin cide con la aparición del suplemento «Sabella» de El Mercurio de Antofagasta, que fue una revista originada por el director Marco An tonio Pinto y el periodista Sergio Concha Gamboa, que dio la posibilidad de publicar textos literarios a autores lo cales, como también fue un espacio de entrevistas y rese
ñas para libros. El arribo de un nuevo director al diario, Arturo Román Herrera, sacó de circulación a la revista al calificarla carente de interés. El círculo Manuel Durán Díaz siempre se mantuvo presente en medio de los años noventa, con Eduardo Díaz a la cabeza y una gene ración de poetas como Ro gelio Cerda, Miko Cepeda, Eduardo Farías Alderete, Álvaro López Bustamante y Esperanza Díaz, entre otros, que se mantuvieron aparte por una posición más críti ca o política en algunos ca sos. Y, en otros, puramente estética. El círculo Manuel Durán Díaz generó publica ciones como fanzines y li bros durante esos años, sin embargo, su fuerza radicó en los recitales poéticos. Fuerza que se mantiene hasta la ac
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tualidad, con otros nombres pero quizás con más camaradería entre sus integrantes. En los próximos años, la literatura en Antofagasta en tra a una fase donde interesa más la gestión cultural.
E n 2005 Antofagasta es sede del Segundo Encuentro de Poetas Jóvenes. La activi dad, organizada por el poeta Eduardo Cuturrufo, contó con la presencia de Tomás Harris, Teresa Calderón, Miguel Morales Fuentes y Juan Malebrán, entre otros, además de cincuenta poetas provenientes desde Arica hasta La Serena. Hubo po nencias, recitales poéticos y una recordada bohemia en la
residencial que los cobijó. Una aparición fugaz en la escena literaria de Anto fagasta fue la del Colectivo Nueva Nortinidad, donde participan autores como Álvaro López, Kamila López, Juan Luis Castillo Yupanqui, Eduardo Farías Alderete, Víctor Escobar y quien escri be. El objetivo de este grupo fue proponer temas que cru zan a las ciudades del norte, los cuales, en muchos casos, no habían sido descifrados como un fulgurante nacio nalismo provocado por la in migración, el diario vivir en una población periférica y la nueva clase media aspira cional, efecto de la minería y la narcocultura. El colectivo propuso tres manifiestos, un ciclo de cine, carretes y lue go se diluyó. Parte de los au tores del grupo participaron
en 2009 en una antología virtual de escritores de Arica y Antofagasta, impulsada por la editorial Cinosargo de Arica, cuya edición estuvo a cargo de Daniel Rojas Pachas, siendo un enlace entre autores de ambas ciudades después de Tebaida . El tra bajo puede encontrarse en Google.
La gran minería, a través de sus recursos destinados a la cultura, se transformó en la plataforma para que gestores culturales organizaran gran des proyectos, especialmente en Antofagasta y, en menor medida, en Iquique. Estos mi llonarios recursos, sumado al aporte estatal para la gestión literaria, se concretaron en la Feria Internacional del Libro Zicosur, Filzic.
El evento, organizado por el poeta e ingeniero comer
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cial Patricio Rojas Figueroa, surgió con el objetivo de enlazar diversas expresiones artísticas en torno al libro. Y esto, con una variada oferta artística, transformó a la feria en un esperado panorama de entretención cultural en Antofagasta. La Filzic logró sus mejores momentos cuan do se organizó en el patio de la empresa de ferrocarriles en dicha ciudad, oportuni dad en la que participaron autores de la talla de Leonar do Padura o Gioconda Belli, entre otros. La amistad en tre Patricio Rojas Figueroa y Hernán Rivera Letelier permitió a este último trans formarse en el anfitrión de la feria. La poeta antofagastina radicada en Santiago, Soledad Fariña, también fue una invitada habitual. La crítica que se le hizo a la actividad
en sus últimas versiones fue la abundancia de comercio ajeno a la cultura. Un stand con libros podía ser vecino de uno que vendía jabones u otro con quesos artesanales. Claramente se había perdido la esencia.
Un momento alto de Filzic se logró en agosto de 2013, cuando Antofagasta, como ciudad y sorprendentemen te como referencia literaria chilena, fue invitada a la Feria del Libro de Lima. La delega ción nortina fue encabezada por Hernán Rivera Letelier y Víctor Bórquez. Junto a ambos autores viajaron alre dedor de treinta artistas, de diversos géneros, quienes se presentaron en el escenario de la actividad. Fui como periodista acompañando a la de legación. Lo que rescato más fue la conexión de los escrito
res antofagastinos con los de provincias peruanas, diálogo que coincidió en cuanto a la crítica hacia el centralismo de Santiago y Lima.
A una menor escala surgió en Antofagasta la Fe ria del Libro Crea, Arma tu Libro, organizada por el poeta Danilo Pedamonte. A diferencia de la grandilo cuencia de Filzic, esta feria dio cabida a editoriales in dependientes de Santiago y de regiones, lo que permi tió un diálogo concentrado solo en la literatura. La fal ta de recursos desvaneció al evento, después de tres versiones. Pedamonte más tarde se transformó en un reconocido librero, además de continuar con su labor de poeta, cronista y pintor, transformándose en una de las personalidades carismá
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ticas del ambiente literario antofagastino.
La minería, a través de empresas como sqm y Es condida, levantó una serie de concursos de cuentos, con premios millonarios que contrastaron claramente con la realidad de otras ciudades de Chile. Es decir, en un mo mento, y esto a principios de la década de 2010, Anto fagasta era una suerte de El Dorado literario. Por ejem plo: dos millones de pesos al primer lugar del concurso de cuentos de la pampa, impul sado por sqm, con Rivera Le telier como jurado principal; un millón y medio de pesos para el primer lugar del con curso de cuentos de la Uni versidad Católica del Norte, auspiciado por Minera Escondida, y los consabidos «100 palabras», apoyados
por la misma minera. Esta inusitada cantidad de dinero por escribir un cuento gene ró masivas participaciones.
Un ganador que se repitió en estos concursos fue el escritor Andrés Olave, bajo el seudónimo de Sebastián Fu rios. Olave, quien es un lec tor empedernido y seguidor de autores estadounidenses como Thomas Pynchon, se radicó en San Pedro de Ata cama. Publicó una novela de nominada La tienda de regalos (2015) por la editorial Ab ducción de Santiago. De es tos concursos, solo sobrevive el de la Universidad Católica del Norte para escritores de la zona comprendida entre Arica y La Serena, y que ya lleva veintitrés versiones. Ganadores de este concurso, ente otros, han sido Patricio Jara, Sergio Moya, Álva
ro López y Patricio Riveros
Olavarría. Sin embargo, la deuda de este evento es con el género femenino. A la fe cha no hay ninguna mujer que lograra el primer premio, considerando una serie de autoras que participan constantemente como Aida Santelices, quien sí ha sido destacada en otros certáme nes literarios.
A finales de la primera dé cada del 2000, Arica man tiene una comunidad lite raria bastante activa que puede revisarse en la anto logía Heptadárica (2001), donde participaron autores como Rodolfo Kahn, Reinal do Hugo, Jorge Cannobbio
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y Markos Quisbert, entre otros. La actividad literaria también estuvo presente en la labor del grupo Rapsodas Fundacionales, con diversas publicaciones en narrativa y poesía.
A mediados de la década irrumpió en el panorama ari queño el escritor chileno-pe ruano Daniel Rojas Pachas. El autor estudió Pedagogía en Lengua en la Universidad de Tarapacá. Junto a él, otros jó venes ariqueños como Mauro Gatica, Rolando Martínez y Tito Manfred, por mencio nar a algunos, provocaron una nueva renovación del panorama literario ariqueño. Gatica proyecta una mirada cruda de vivir una nacionali dad impuesta en un contexto de frontera.
Un hito trascendente que representa el interés de mi
rar hacia al norte, de pro fundizar la frontera, en vez de dirigirse hacia el centro de Chile como lo propone Fi lzic en Antofagasta, es el en cuentro Guillotina en 2011, que propiciaron Daniel Rojas Pachas y Gatica. Guillotina, desde su origen, encadenó un trabajo asociativo entre autores de Arica e Iquique con Perú y Bolivia, logran do réplicas en Arequipa y La Paz. En los encuentros circularon editoriales como Canita Cartonera de Iquique; Yerba Mala de Bolivia; Dra gostea, Cuadernos del Sur y Cascahuesos de Perú; ade más de la naciente editorial Cinosargo. De aquellos nexos y la participación de autores como Juan Malebrán, Mille Torrico, Martín Zúñiga, Ro lando Martínez, entre otros, surgió luego el encuentro
literario Tea Party, que en un lapso de cinco versiones llevó a Arica un centenar de poetas latinoamericanos, que cimentó un espíritu de con fraternidad.
Cinosargo es el proyecto de página web y posterior editorial de Rojas Pachas, que comienza a desarrollar un catálogo que llama la atención a nivel nacional, a pesar de las desprolijidades en la edición. Genera espa cios para textos de narrativa que se sumergen en los vi deojuegos, la ciencia ficción y especialmente el terror, a través del autor Pablo Es pinoza Bardi quien exalta una versión del género muy explícita donde confluyen el canibalismo y el gore , lo que le ocasiona una serie de fans tanto en Chile como en Perú. Sin duda es un autor
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que quizás por la aspereza del tema no ha sido valorado en su real magnitud.
La editorial Cinosargo y después La Liga de la Justicia, encabezada por Mauro Gatica y Tito Manfred, editan sus libros en Tacna. El propósito es abaratar los costos. A tra vés de un trabajo hormiga, los libros en mochilas llegan a cuentagotas a Chile, en un tránsito con un sabor hasta romántico. Rojas Pachas, por ejemplo, hasta arrienda una bodega en Tacna. A ve ces viaja dos o tres veces a la semana a buscar libros.
El nexo con Perú se hace estrecho. Autores del otro lado de la frontera como Kreit Vargas son publicados en las editoriales de Arica. Cinosargo se inserta en el circuito de ferias del sur de Perú. Mientras, editoriales
del otro lado se hacen conoci das en el norte chileno. Una de estas editoriales es Cua dernos del Sur, liderada por el carismático autor peruano Willy González.
A principios de los años 2000 el panorama literario en Iquique está remitido al ya mencionado autor Pa tricio Riveros Olavarría y a la Universidad Arturo Prat (unap). La publicación más popular de los años noventa tuvo relación con la crónica sociológica, como el libro Del Chumbeque a la Zofri (1970) de Bernardo Guerrero. Esta obra se transforma en un fenóme no que revalora la historia de la ciudad.
A los anteriores autores se suma el trabajo silencioso del poeta Pedro Marambio, quien ha publicado libros de poesía como Reinos extraños
(1990) y Corazón a tientas (2002).
El galardón al poeta iqui queño Óscar Hahn como Premio Nacional de Litera tura, el año 2012, se miró desde lejos de Iquique, pues el autor hacía años que había dejado la ciudad. Algo simi lar sucedió en 2014 cuando el narrador antofagastino Antonio Skármeta recibió el mismo reconocimiento. Su relación con Antofagasta se remitía a sus primeros años de vida.
En Santiago, el iquiqueño Diego Zúñiga publica la no vela Camachanca (2009), la cual relata el viaje de un jo ven con su padre hacia Tac na. Al igual que Patricio Jara, Zúñiga desarrolla su carrera literaria en la capital. En am bos casos se desprende la idea de que quedarse en provin
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cia significa estancarse. Los dos publican en editoriales multinacionales y cuentan con una red de medios a ni vel local e internacional, que constantemente destaca su trabajo. Zúñiga reconoce que Iquique, donde pasó la infan cia, es su lugar, su obsesión. Patricio Jara, al igual que Hernán Rivera Letelier, tiene una calle con su nombre en Antofagasta. A diferencia de Hahn y Skármeta, cuya obra literaria tienen poco y nada de guiños a sus ciudades de origen, Jara y especialmente Zúñiga, cuya obra alcanza in sospechados caminos, siem pre regresan a Antofagasta e Iquique, respectivamente, en sus textos.
Es a finales de la primera década del año 2000 donde se produce un movimiento literario acuñado en los ba
res de Iquique, en particular en los locales Democrático, Colocolo y Cupurucho. Apa recen poetas como Juan Ma lebrán, Danitza Fuentelzar, Juan Podestá y Roberto Bustamante. Se genera un diálo go entre distintas instancias artísticas, enriqueciendo la calidad de las obras. En con traste a Antofagasta, donde el arte y la gestión cultural dependen del paladar de la empresa privada, en Iquique se proyecta una creación más crítica y, por ende, vanguar dista. La conexión con los au tores de Arica se profundiza, a diferencia de Antofagasta, donde lisa y llanamente no hay vínculos.
Con el tiempo, el poeta Juan Malebrán y el poeta ariqueño Mauro Gatica se radican en Cochabamba, Bolivia. El primero dedi
cándose a la gestión cultu ral desde el centro cultural Matadero, donde lleva a cabo un intenso intercambio cultural entre ambos países, dando a conocer autores a ambos lados de la frontera. Gatica, en cambio, junto a su pareja Patricia Requiz, poeta boliviana, emprende la editorial cartonera Elec trodependiente, desde don de publican a autores chile nos y bolivianos, a través de un sobresaliente trabajo de encuadernación artesanal. Esto provoca un renovado interés de parte de lectores bolivianos hacia obras de au tores del norte de Chile.
A mediados de la década pasada, los poetas Roberto Bustamante y Juan Malebrán organizan el Festival Literario Matute. El nombre hace referencia a la bolsa
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matutera, donde se traslada mercadería entre ciudades fronterizas. Matute, junto a Tea Party, cumplen el pro pósito de generar lazos entre autores fronterizos, además de irrumpir en espacios pú blicos con el fin de difundir los textos.
Es Juan Podestá con su li bro de cuentos Playa panteón (2015) quien devuelve la na rrativa a Iquique, después de Patricio Riveros Olavarría. Podestá, con una fijación en el cuento negro, crea his torias entre el desierto y la frontera. Un antecedente importante es que este es el primer libro de autores nor tinos que publica la edito rial de Valparaíso Narrativa Punto Aparte, con la editora Marcela Kupfer. Poste riormente y con el mismo sello vendrán los libros de
mi autoría, Namazu (2013) y Pinochet Boy (2016), y dos novelas de Daniel Rojas Pa chas, de las que más adelan te hablaré.
con énfasis en la frontera de Arica y Tacna.
Arica con el paso de los años se consagra como centro de la literatura joven nacional, bajo el afán del Ministerio de la Cultura por descentra lizar. La ciudad es sede por varios años consecutivos de la premiación del concurso para escritores jóvenes Ro berto Bolaño. Otra razón más subjetiva para desarro llar este evento puede tener como antecedente el poema de Roberto Bolaño «Los neo chilenos», donde el escritor narra un viaje hacia el norte,
Un hecho destacable se produjo en el marco de la premiación 2013 del Rober to Bolaño en Arica, cuando se lanza la antología Nunca salí del horroroso Chile (2013) ―nombre en alusión al poema de Enrique Lihn―, de Cinosargo, que incluyó a autores de ambos lados de la frontera, además de un grupo de Santiago al sur, con presentaciones tanto en Tacna y Arica. Los viajes a esta ciudad peruana son un cuento aparte para los au tores de Santiago. Algunos, por desconocimiento, se sor prenden con la interacción fronteriza. Tacna les resulta una vía de escape donde parece estar todo permitido, a diferencia del frío y marcial Chile de la capital, o del sur.
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En la segunda mitad de década pasada surge en Arica la editorial Lusevo, del narrador Luis Seguel Vor phal ―de ahí el nombre de la editorial―, que en el último tiempo ha sobresalido por abordar en sus novelas temas como la contamina ción por el plomo en Arica y el abuso en la Iglesia ca tólica. Es en Lusevo donde el académico antofagastino Benjamín Guzmán publica su Proyecto Citadelle (2019). Se trata de un ensayo sobre memoria, política y violen cia sustentado en cuatro novelas del norte que son Random de Rojas Pachas, Los Héroes (2015) de Pablo Schilling, Los Tambores de Doménico Modugno (2015) de Luis Seguel y Ciudad Berraca (2018), de quien escribe.
Editorial Aparte es el pro
yecto editorial del poeta y profesor ariqueño Rolando Martínez Trabucco, que se propuso sostener un catá logo exigente de poesía, en sayo y crónica con autores de diversas partes de Chile. De los autores nortinos des tacan Juan Malebrán, Juan Podestá, Rodrigo Rojas Te rán, la peruana Estefanía Bernedo y Mauro Gatica, de cuyo libro nos referiremos al final de este texto. La cuida da edición y la distribución de los libros le dieron una notoriedad nacional a esta editorial. Uno de los textos más emblemáticos de Apar te es el poemario Cumbia á cida (2020), de Rojas Te rán, donde utiliza la cum bia chicha, muy escuchada en el norte de Chile, para revelar entre otras cosas la explotación laboral agrícola
en los valles de Arica. Sin vi sualizarlo, y quizás solo describiendo su entorno, Rojas Terán creó uno de los textos poéticos más potentes apa recidos en los últimos años en el norte.
Iquique en la actualidad mantiene dos interesantes proyectos editoriales, Nava ja y Sismo. La primera es li derada por el poeta Roberto Bustamante y mantiene un catálogo con autores locales y de otras partes del país. Sismo, a cargo del poeta e investigador literario Jona than Guillén, también ha apostado por los autores re gionales y, en especial, por las nuevas voces femeninas, a través de Áridas: mujeres poetas emergentes (2020). Es en Sismo donde Bustaman te publica su libro de poemas Zaire (2021), en cuyas pági
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nas hace referencia a hechos de África, a sus dictadores, sus luchas, para enrostrar nos en la cara lo parecidos que somos en Chile o en Sud américa.
En Antofagasta surge Ediciones Hurañas, cuyo nombre es un homenaje al poeta Miguel Morales Fuen tes, conocido como el Tipó grafo Huraño, a cargo de la académica de Periodismo de la Universidad Católica del Norte, Constanza Cas tro. Son publicados auto res locales como Jorge Ci fuentes, Verónica Arévalo e Iván Ávila, o el rescate de la obra de Miguel Morales Fuentes, con una traduc ción al inglés. Sobresale la antología Zona de sacrificio (2019), con cuentos que re tratan la, a ratos, fútil vida en una ciudad minera. Uno
de los libros más destacados de Hurañas es Geografía del desastre (2015) de Jorge Ci fuentes, quien compone un entramado literario como una vía de escape ante una decepcionante ciudad, don de ni siquiera los bares ni la droga tienen un buen sa bor. La distribución es local y puede considerarse como exitosa, si el éxito se puede medir en ediciones agotadas de alrededor de trescientos cincuenta ejemplares. Los libros son vendidos dentro del circuito de librerías y especialmente en los bares de Antofagasta, como La Leonera, que al igual que el Democrático en Iquique, o el Pacífico en Arica, se trans forma en un reducto literario. Iván Ávila, reconocido periodista y guionista, es quien mejor vende sus libros
en el circuito de bares. Debemos mencionar también a tres narradoras antofagastinas: María Luisa Córdova y Andrea Amos son, ambas provenientes del periodismo. La primera es oriunda de Copiapó y se da a conocer con su novela Mamerta (2017), que descri be el proceso de la materni dad. Amosson, después de un periplo por varias ciu dades de Chile y el mundo por estudios, se radica en Estados Unidos, donde pu blica varios trabajos, pero es su novela Las mujeres de la guerra (2019) la que le da no toriedad nacional e interna cional. La autora adopta el tema de la Guerra del Pacífi co desde el punto de vista de las mujeres. La tercera es la poeta Zuleta Vásquez, quien con una sobrecogedora sen
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sibilidad ha desarrollado una silenciosa y valorada obra poética. Sus trabajos de a poco se han dado a conocer en otros lugares del país.
La gestión de Ediciones Huraña y de las iquiqueñas Sismo y Navaja permite sos tener que ya no es necesario mirar al centro para mante ner un proyecto editorial en provincia. A esto se suma la importancia, en ambos ca sos, de generar clubes de lectura regional.
A modo de conclusión, el panorama actual de la lite ratura en este Nuevo Norte Grande es de constante re troalimentación entre las ciudades. Una muestra de lo anterior, a nivel de difusión, es el Ciclo de Escritores y Creadores del Norte, gesta do por Roberto Bustamante y el artista plástico Fernan
do Ossandón. Salvo en el caso de Aparte, cuya apuesta es a nivel nacional, las edi toriales locales pueden sub sistir dentro de los circuitos locales, sin mayores problemas, lo que de alguna ma nera permite a los autores escribir desde y para sus te rritorios. El intercambio con escritores de Perú, Bolivia y Argentina se propicia en en cuentros como Matute o Tea Party, y en una mayor escala en Filzic. Ciertamente para la literatura de este Nuevo Norte Grande las fronteras son imperceptibles, pero sus letreros, sus hitos y su his toria hacen referencia a la procedencia de limitar vio lentamente el territorio.
Quizás Mauro Gatica en su libro La Comarca (2021), que se presenta como un en sayo poético, sea la voz más
potente y cruda para disec cionar este territorio fronterizo impuesto, cuyo origen está en una cruenta guerra por intereses económicos. Gatica escribe: «En un Baño Público del Terminal Inter nacional», dice, «Imagino un Chile / sin chilenos».
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ALGUNA VEZ SALÍ VESTIDA DE PLUMAS Y TACOS AGUJAS
SILVIA
POR
FALORNI
«traduttore, traditore», dice el famoso proverbio italiano. Especialmente tratándose de literatura, no pareciera extraño pensar que sea prácticamente imposible tra ducir un texto sin «traicionarlo». Es evidente que, además de la narración, son muchos los elementos que componen y caracterizan un libro: la forma en que el autor o la autora utiliza las palabras, construye las frases, inserta elementos culturales y describe lugares y personas; y hasta el efecto que la lectura produce en quienes leen está ligado a las culturas involucradas. En muchas oportunidades, comentando mi trabajo de traducción de obras del autor chileno Pedro Lemebel, me han preguntado: «¿Cómo lo haces? ¡Debe ser imposible traducir a Lemebel!». ¿Imposible?, no. ¿Difícil?, por supuesto. ¿Dolores de cabeza?, sin la menor duda. Para más claridad, voy a citar a la traductora del mismo autor en lengua inglesa, Gwendolyn Harper: «Siempre que le digo a alguien aquí en Chile que estoy traduciendo a Pedro Lemebel, la noticia provoca tanto admiración como algo similar a la piedad». Pero al final, cuando tocan el timbre y vienen a dejar las copias del libro recién impresas, no hay nada más emocionante que abrir el paquete y tocar con la mano el producto de tanto sacrificio: oler las páginas frescas, con olor a tinta, e imaginarse a todas las personas que, gracias a esa traducción, tendrán acceso a un pedacito de mundo chileno. Porque la traducción construye puentes, y sí, merece la pena.
Conocí la obra de Lemebel después de terminar mis estudios de pregrado en Mediación Lin güística en Italia, donde nací y viví hasta hace pocos años atrás. Tenía alrededor de veintitrés
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años cuando, aburrida de la eterna búsqueda de trabajo posuniversitaria, decidí participar en un laboratorio de traducción que tenía el objetivo de publicar una recopilación de crónicas escogidas entre las contenidas en Háblame de amores (2012), de Lemebel. Fue amor. Quedé atrapada en esa escritura tan coloquial y rebuscada a la vez, tan metafórica, tan cortante, tan violenta y delicada al mismo tiempo. Lo primero que hice después de la publicación del libro fue volver a estudiar, y en 2017 estaba terminando el magíster en Lingüística y Traducción Literaria en la Universidad de Pisa. Mi tesis, la traducción de otro libro de Lemebel: De perlas y cicatrices (1998). Ahora sí estaba sola; no tenía el apoyo y la guía que había tenido en la opor tunidad del laboratorio, y me enfrenté con un proceso de traducción mucho más complicado. Un día me senté con una compañera para almorzar en la placita frente al edificio del departamento de Idiomas. Comentábamos nuestros trabajos, y recuerdo mi preocupación por lo desesperante que se me estaba revelando la traducción. Mi compañera me recordó que había llegado un correo que anunciaba una beca para una pasantía y se podía escoger el lugar según la necesidad. Me dijo: «¡Deberías postular!». La idea me pareció de lo más descabellada y, obviamente, al final postulé el último día antes del cierre. Fue así que algún día de octubre me compré un pasaje, hice las maletas y llegué a Santiago con la sensación de que todo fuera un sueño. Uno que dura todavía cuatro años después, mientras escribo esto en Talca donde vivo con mi pareja, tres gatos, mis libros traducidos y un tanto de incredulidad.
Lo que pasa es que en Chile ocurrió algo mágico: cada día me sentaba en el patio de un hostal en Ñuñoa, a dos pasos de la Universidad de Chile, y leía las palabras de Lemebel sobre el río Mapocho, el bar Las Lanzas, el garaje Matucana 19, el barrio Bellavista o el cerro San Cristóbal. Tan solo tenía que tomar una micro para conocer esos lugares, caminar por las calles que él describía en el libro que tenía entre mis manos, mientras respiraba el mismo aire de los y las protagonistas de las crónicas. Fui al barrio Lastarria, donde Lemebel vivía, y conocí a sus amigos y amigas. Miré los mismos programas en televisión, escuché la mis
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ma radio, canté las mismas canciones, tomé la misma micro. Estaba en el libro mientras lo traspasaba a mi idioma, en una suerte de catarsis que hacía que las páginas pasaran a través de mis ojos a mi cuerpo, me llevaran por la ciudad y luego me trajeran de vuelta al patio del hostal, para que las palabras volvieran a aparecer en mi computador, traducidas al italiano. No obstante, tampoco fue un proceso fácil. Sin duda la escritura de Lemebel es un rom pecabezas para cualquier traductor o traductora: empezando por lo más básico, como los chilenismos, la comida (¡ay, qué asombrosa variedad de mariscos!) y los modismos, hasta enfrentarse con problemas más serios a la hora de describir esas personas caracterizadas por rasgos lingüísticos que las distinguen sin tener que decir más: las señoras cuicas, los huasitos, el flaite y su lenguaje codificado; ni hablar de la variedad de expresiones fantasio sas para designar a una persona homosexual y todo el vocabulario que viste «de plumas» la escritura del autor en torno al tópico. ¿Y qué tal las referencias semiocultas al cancionero popular? Miren estos extractos ―tomados de las crónicas «República Libre de Ñuñoa» y «Los Prisioneros»―, poniendo atención a lo que ven subrayado y en negrita:
Desde Ñuñoa, el habitante puede creerse afortunado de corretear en bicicleta por sus anchas avenidas sombreadas de árboles, y ostentar cierta libertad de provincia, cierta pituquez de pueblo chico, donde no hace falta casi nada: ni las plazas, ni la municipalidad, ni el estadio, ni las univer sidades, ni tampoco esos colegios clasistas con nombre de santo inglés, donde los hijos de Ñuñoa aprendieron las vocales con acento extranjero. Esos Colleges, Academys, School, donde estudiaron juntos, hicieron la cimarra juntos, se pajearon juntos, y se fumaron sus primeros pitos escuchando a Silvio Rodríguez, y luego y pronto y después, terminaron allegados a la casa familiar, hippientos y solterones bostezando los cuarenta.
Ellos hicieron bailar la protesta con las cuatro notas de su poético pop, su sencillo pop, su irónico pop, y la lírica resentida de sus letras burlándose de los que no se llamaban ni González ni Tapia.
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© Leonora Vicuña
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Leonora Vicuña
Tenemos una mezcla de chilenismos, invenciones, y una referencia a la famosa canción de Los Prisioneros. Se darán cuenta enseguida (o mejor dicho, ¡altiro!) que ciertas expresio nes representan un desafío traductológico que tal vez puede obligar a tomar decisiones que favorecen un elemento a costa de otro, y es donde hay que admitir que, a veces, no se puede «salvar todo». Pero, ¿es necesario salvar todo? ¿Qué significa, en realidad, traducir?
La palabra «traducir» tiene una etimología hermosa: del latín traducere, el lema se com pone de trans («de un lugar a otro») y ducere («guiar»). Guiar de un lugar a otro. Lo encuentro fantástico. ¿Qué es la traducción, sino un medio para acompañar a las personas en un mara villoso viaje? Cuando viajamos a un lugar que no conocemos, donde se habla otro idioma, se come otra comida y se vive de otra manera, la única forma de tener una experiencia enrique cedora es abrirse a las novedades, aprender sobre esa cultura, su historia, su arquitectura, sus calles, sus perfumes. Eso es lo que la traducción de un libro debería regalarles a quienes leen. Para lograr eso, retomando mi precedente pregunta, no es estrictamente necesario «salvar todo», sino encontrar el balance entre el estilo de la escritura, la historia que se nos cuenta a través de ella y la comprensibilidad en el nuevo idioma. Construir un puente sólido. En la práctica, no es fácil, pero se puede. ¿Cómo encontrar ese balance? Es importante no «domesticar» el texto donde no es necesario. Para hacer un ejemplo banal, ¿qué suerte de experiencia les estaría ofreciendo a quienes leen si todas esas variedades de mariscos que mencioné antes las redujera a un par de vongole (almejas)? ¿O si, simplemente, borrara todo el vocabulario colorido usado e inventado por Lemebel? Hay términos que no se pueden perder en el camino; sin embargo, si se fijan en el siguiente ejemplo, se van a dar cuenta de lo complicado que puede ser lograr ese objetivo (y ojalá el problema mayor fuera el marisco). Los que siguen son nombres travestis escogidos del listado al final de la crónica «Los mil nombres de María Camaleonte», contenida en Loco Afán (1997):
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pinche la maricombo la putifrunci la ilusión marina la yo no la no se fía la pide fiado la loca de la cartera la multimatic la maría lui-sida la sui-sida la depre-sida la insecti-sida la ven-sida
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En suma, harto difícil, pero debemos entender lo que hace del libro ese libro y trasmitirlo al otro idioma para que sea comprendido en su verdadera esencia. Como ya he destacado, en mi caso fue fundamental (y lo sigue siendo) mi estadía en Chile, pero no es siempre posible viajar físicamente al lugar de procedencia del libro. A veces, teniendo suerte, se puede hablar con el autor o la autora. Pero la verdad es que en algunos casos no se puede hacer nada de nada, y una simplemente se queda con el libro en la mano y su computador. ¡Y menos mal que ahora existe Google! En el pasado hubo tiempos bien difíciles para quienes quisieran dedicarse a la traducción. Ni quiero imaginármelo.
A este propósito, recuerdo lo que nos enseñó un muy buen profesor que tuve en la univer sidad. Durante un taller hicimos un ejercicio sobre un libro que él mismo estaba traduciendo: Exit West de Mohsin Hamid. Lo que el profesor hacía era, prácticamente, un análisis científico del libro, en el que iba anotando y clasificando distintos elementos textuales. Personajes, lugares, las acciones y cualidades asociadas a estos, y más. Un tremendo trabajo que le permitía deconstruir y reconstruir el entramado del libro, como si fuera a quitarle el reves timiento para buscar la estructura y luego volver a ponérselo, pero de otros colores. Esto también venía acompañado de un trabajo de estudio del contexto de producción de la obra y de su autor. Lo encontré genial. Ya se estarán dando cuenta de cuánto trabajo, esfuerzo y dedicación se esconden detrás de este oficio.
Cualquiera sea la técnica o la estrategia utilizada, lo que importa es bajar en las profun didades del libro. Entender lo que se esconde entre las líneas, pensar en quién, cuándo y cómo lo escribió. Solamente así se puede transmitir el contenido de un texto sin traicionarlo, ofreciendo una lectura enriquecedora y construyendo ese famoso puente. El trabajo de tra ducción, de esta forma, les ofrece una oportunidad única a quienes traducen: sumergirse y llegar a formar parte, a través del libro, de la cultura de procedencia del mismo, y aprender como nadie sobre el territorio que lo vio nacer y que es contenido en él.
En particular, las crónicas de Pedro Lemebel representan un tipo de escritura tan entre
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lazada con el territorio y la urbanidad chilena que, podríamos decir, son una de las mejores lecturas para conocer el país en todos sus aspectos. Al menos lo fueron para mí. Los textos contenidos en De perlas y cicatrices ofrecen fotografías nítidas de la sociedad chilena que cues tionan la herencia cultural del Chile de la Transición. Dicho cuestionamiento se revela a través de una voz que recorre diferentes espacios sociales, siempre desde el punto de vista de la marginalidad, y que saca a la luz la segregación y jerarquización haciendo uso de un género literario, la crónica, que nació como instrumento para contar las grandes gestas de los guerreros en la antigüedad. El uso de la crónica de Lemebel representa un acto de rebelión, y toda su poética escritural se mezcla con los coros de las revueltas sociales que ocurrieron en el país a partir de octubre de 2019. Cabe mencionar también que su estilo de escritura reproduce la oralidad y representa, prácticamente, un manual de instrucciones (nunca tan obvio, pero sí es un corpus muy abundante) para hablar el español chileno. También contie ne expresiones poéticas y gusto por la palabra, todo ello insertado en una mirada trágica, a veces melodramática y a la vez irónica e irreverente.
Por todas estas razones, muchas veces he pensado que leer y traducir a Lemebel es como tirarse al agua helada. Sus crónicas son como el océano chileno: agua heladísima, pero ex tremadamente rica en minerales y biodiversidad. Lectura (y traducción) difícil, pero gene rosa. Y a propósito de agua, ¿se acuerdan de Ranma ½? Ese joven que un día cayó al estanque encantado y que si tocaba agua fría se transformaba en mujer. El anime japonés. Bueno, ya que estamos con metáforas, podemos decir que la traducción es casi lo mismo que tirarse a un estanque encantado, pero nunca sabemos en qué nos vamos a transformar.
Alguna vez salí vestida de plumas y tacos agujas.
Alguna vez salí llorona.
Alguna vez salí asesina.
Alguna vez salí víctima.
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Alguna vez salí enamorada.
Alguna vez salí cantante.
Alguna vez salí encapuchada.
Alguna vez salí bailarina.
Alguna vez salí pájaro.
Alguna vez salí creyéndome toda una escritora y me puse a copiar a lemebel en mi artículo sobre lemebel.
Aparte del intento de chiste, esto es en serio. La traducción nos trans forma, y cada vez que trabajamos con un texto nuevo le agregamos un pedacito a nuestra alma. Aprendiendo nuevos lenguajes, nuestra iden tidad también se transforma un poco. Personalmente, es con mucho orgullo que me atrevo a decir, al cabo de años de estudio, que ya estoy toda una chilena po, ¿cachai?
© Leonora Vicuña
de Elde Gelos intervenida por Asma Brath
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VEINTE AÑOS DE PROVINCIA EN UN PUÑADO DE
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LIBROS pesquisas imposibles, mapas sin territorio, cementerios y nómades Jonnhatan Opazo Una modesta proposición:
Antes de partir, una precisión metodológica para sortear este breve paseo lleno de baches y moras salvajes venidas de la imaginación de Lovecraft: no proponemos de ninguna forma un canon ni mucho menos un ranking, adicciones propias de una época de velocidades varias que modula su rapidez en listas para el consumo de fin de semana. No somos el Reader’s Digest ni la Revista de Libros. Aclaración necesaria en tiempos que el ímpetu de consumista se disfraza de crítica literaria, redes sociales mediante: «impresentable que no esté la novela de Perico los Palotes», dirá el estudiante de Literatura o Periodismo que salvó dos años de su vida con una beca dedicada al estudio de escritores que son la promesa mejor guardada de su cuadra. Comentamos los libros que tenemos a mano, algunos rastreables rápidamente en el tráfago del marketing de las editoriales indie; otros, para mala fortuna de sus autores, esperando ser encontrados por investigadores y adictos a la petite histoire. La lista, como el Santuario de sor Teresa, está incompleta. Dicho eso, podemos comenzar.
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LA PROVINCIOLOGÍA COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES
Ambos libros compendian un trabajo de hor miga realizado por años. En el caso de Mario Verdugo, Arresten al santiaguino! Biblioteca de autores regionales (Overol, 2018) es, en pa labras del mismo autor, «la cara infame de una investigación» que busca «indagar en las escalas locales de intelección y experiencia li teraria, en la construcción simbólica de los te rritorios no metropolitanos, en las narrativas estereotípicas sobre las provincias de Chile».
A pesar de la infamia, la contratapa del li bro no escatima en colocarlo «en la tradición de autores como Wilcock, Plutarco, Max Aub o John Aubrey». Modestia aparte, los perfi les que Verdugo ofrece son indagaciones en torno a obras tan particulares como desco nocidas. Yosuke Kuramochi, Pepita Turina y León Ocqueteaux son algunos de los escri tores a los que Verdugo resucita como a un Lázaro en su lecho. Cadavéricos y algo apolillados, estos autores regionales gozan de una segunda vida en la que pueden campear a sus anchas, no sin ser agarrados para el chuleteo.
Por ejemplo: «Según se dijo en cierta reseña, si Julio Iglesias Meléndez hubiese tenido que elegir entre sus propios libros y una mujer bella, aun la más bella del mundo, se hubiera quedado de seguro con los libros».
Viaje al fin de la noche de la provincia que consigna a excéntricos varios, desapareci dos, uno que otro contemporáneo y, cómo no, poetas. Malos o buenos, da lo mismo. La poesía chilena, a pequeña o gran escala, suele acumular historias esperpénticas para el uso del detective o el ilustrador.
Territorios invisibles (Inubicalistas, 2017), de Felipe Moncada, toca una tecla similar aunque algo alejada de las infamias propias de la investigación de posgrado. Moncada, como Verdugo, se sirve del dispositivo libro para compendiar un trabajo de años. Estos territorios inubicables que Moncada foto grafía, sin embargo, respiran de otra forma. Sin la cortapisas de la prensa —la mayoría de los textos de Mario Verdugo aparecieron inicialmente en The Clinic y otros en estas
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mismas páginas—, Moncada se permite devaneos y vagabundeos varios en donde la anécdota histórica se encuentra de cara con la digresión epistemológica o el arte sublime de irse por las ramas.
A diferencia de Verdugo, Moncada escoge un corpus viviente y en desarrollo: la mayoría de los autores que aparecen en el libro, dis persos todos desde la frontera norte hasta los canales australes, siguen activos como poe tas, críticos o ensayistas. Bernardo González, Américo Reyes, el mismo Verdugo —mise en abyme—, Ricardo Herrera, Alejandro Lavín o Chiri Moyano son algunos de los citados
La cercanía con los estudiados le posibili ta a Moncada, si nos permiten la expresión, un acercamiento aurático a esos libros cuya circulación es limitada y espectral. Miremos esta descripción de Casa deshabitada ( Edi ciones del Herrero, 2010) de Pablo Araya: «Usando sus conocimientos de artesano de la madera, ha construido la extensión del con tenido del libro en una bella autoedición, de manera que el esqueleto externo del libro (la caja que lo contiene) es la persiana de una ventana, el marco de una puerta, o un viejo
portón de alerce con bisagras de madera». Milagros de la autoedición, que cuando no es un estrepitoso fracaso logra artefactos que son la consumación de un afecto vital del que la escritura no es más que uno de sus tantos epifenómenos: «Así el libro es el fragmento de una vieja casa en miniatura y los dedos del lector al pasar de papel en papel (otra forma de la madera), podrían ser los pasos de un cu rioso que asoma a pasillos y corredores, oye voces en la penumbra, se tropieza con obje tos en desuso, de manera que el objeto-libro posibilita estimular la imaginación para in ternarse más allá de la lectura, en el lenguaje de la materia».
Libros para provinciólogos y curiosos de las tramas invisibles de un territorio lleno de poetas, narradores, chamulleros, luchado res, memoriosos; gente, en fin, con ganas de contar algo, de hacer cortocircuitos con el lenguaje o sencillamente atizar los carbones de la memoria antes que caiga la noche.
A modo de posdata habría que consignar «Perdidos leyendo traducciones», la colum na de Cristóbal Gaete en la revista La palabra quebrada . Cristóbal, todo sea dicho, habría
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estado mucho más capacitado que nosotros para acometer esta tarea. En esa columna, como un Juan Forn del Cardonal, vagabun dea en libros poco o mal leídos, vendedores de cuneta, escritores secretos, poetas sui cidas. A ratos parece una continuación en clave no ficción de Crítico (Garceta, 2016). En otros, un ajuste de cuentas con la me moria personal, atado porfiadamente a la literatura. En cualquier caso, es un corpus que todavía se está escribiendo. Quizás lo tengamos en nuestros estantes haciéndole compañía a Valpore (2009; Garceta, 2015) y Motel ciudad negra (Hebra, 2014). Quién sabe. Quizás Cristóbal quiera dejar esos tex tos dispersos y diseminados en papel diario. Ya veremos.
el arte de escribir cuentos». En el punto número once, a modo de digresión, escribe: «Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, de Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas».
No sabemos cuántos cuentistas leyeron a Lee Masters, pero sí podemos calcular ―a vuelo de pájaro― cuántos poetas chilenos lo hicieron y se sirvieron del procedimiento para darles voz a canallas, migrantes desdi chados, cazadores de recompensa, pastaba seros y exploradores. Ya no a la manera del Canto general, sino a la manera de los cuchi cheos en voz baja.
PUEBLOS INVENTADOS, POLIFONÍAS
ESPECTRALES: PASEO POR UN PAÍS IMAGINARIO
Faltaban seis años para su muerte. Con va rias ruedas pinchadas, en 1997, Bolaño es cribe una lista de recomendaciones «sobre
Partamos por el norte. «Bienvenidos al ce menterio más viejo de Chile». Esa frase abre La comarca. Ensayo sobre el desarraigo (Aparte, 2021) de Mauro Gatica. Antes de esta nueva edición, La comarca circuló en una edición cartonera a cargo de Fugitiva Ediciones. En ese limitado tiraje, encuadernado a mano con hojas de oficio, Gatica empujaba su obra hacia el libro-objeto: a medida que avanzá
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bamos en los poemas, aparecían mapas de la frontera, fotografías, transcripciones de archivos del siglo xix, además de una infinitud de epígrafes que nos avisaban que teníamos en nuestras manos el trabajo de archivista poseído por los fantasmas del desierto.
El texto vuelve a nosotros sin esos recor tes, algo más higienizado, pero sin perder el sistema nervioso que anima este monstruo deforme armado con cuerpos de soldados muertos en batallas de violencia absurda, chicos que roban osamentas del cemente rio, entre otros.
«De Chile nos botaron por peruanos / y acá nos despreciaban por chilenos. // Llegamos a Lima / a sufrir lo imposible», leemos en el poema «Olga Contreras Taucare». Mauro Gatica ―esto lo supimos en una conversa con él hace un par de años― escribió este libro contra el patriotismo de cuneta de una ciudad encajonada entre desierto, mar y frontera. Un espejismo hecho de calaminas, palmeras y prostíbulos. Muchos de los poemas son transcripciones de relatos encontra dos en la biblioteca de la ciudad donde vivía antes de migrar hacia Bolivia. Todas esas
voces fisuran la inocencia perversa del rela to nacional para revelarnos su anverso: una ciudad fronteriza donde se trafica cocaína en ovoides y el Morro de Arica, postal turística por excelencia, es el lugar donde los suicidas saltan al vacío.
El libro archiva voces que están en el bor de de los relatos oficiales. Se transforma así en el gemelo oscuro del himno nacional con sus versitos naïve. Como se apunta en el poe ma «En un baño público del terminal inter nacional»: «Imagino un Chile / sin chilenos».
Pienso una novela de corte futurista: en un Chile sin árboles ni ríos, las toponimias mapuche han sido reemplazadas por nombres en inglés. En ese país devastado, el castellano es una seña lejana, cosa de viejos y eunucos románticos perdidos en un pasado ectoplas mático. En ese futuro imposible podría estar Black Waters City (Nuevenoventa, 2018) de Américo Reyes, que los neochilenos consig narían como «ciudad de las aguas negras» ig norando la lengua que les dio el nombre.
Antología de Black Waters City (2018) es va rias cosas a la vez: Américo revisita su obra, recicla sus poemas y les asigna otras auto
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rías. Multiplica el yo poético en una variedad de heterónimos que cuentan las miserias y alegrías pobres de un Curicó que es más real que el Curicó en que Américo Reyes dilata sus días. Más real porque sabemos que ese mundo posible terminará por devorarse los murmullos del día a día.
A esta antología se le podría aplicar una cita de Borges que usa Zambra en la contra tapa de otro libro que nombraremos más ade lante: «Es una lástima que la palabra poeta haya sido dividida en dos», a propósito de los poetas que cantan y los que cuentan histo rias. Américo maneja ambos oficios, los sub sume a su imaginario de porno de matorral y fisura el Maule patrimonial con su pueblo barroco y dicharachero.
Un poco más al sur de este imaginario polifónico, Colonos (Cuneta, 2011) de Leo nardo Sanhueza y Animitas (Gramaje, 2015) de Yeny Díaz Wentén funcionan como un coro de fantasmas. En el caso de Sanhueza, las pellejerías de los migrantes europeos en la Araucanía durante el siglo xix . Colonos rastrea en las miserias de una República he cha con tres listones y una plancha de zinc
donde los migrantes europeos de segunda llegan con promesa de Jauja y se van con las manos vacías o derechamente no se van por que se quedan acá, muertos: «¿Qué estamos haciendo aquí Franz, August, Bernard, / en tre cuatro palos parados, borrachos como polillas / que se desploman de la luz al licor, mientras el viento / y la lluvia tocan sus po lonesas sobre el barro?».
Como reza el coro de cierta cancioncita pop, «estamos viviendo en tierra robada». Los colonos que Sanhueza trae a la vida mue ren en tierra robada, sin gloria.
En el caso de Animitas, Díaz Wentén hace cantar a esas grutas que, diseminadas a lo largo y ancho del Chile real e imaginario, nos recuerdan que caminamos sobre huesos. Díaz a ratos nos recuerda a Violeta Parra: además de recopilar historias, su prosodia es la de las cantoras campesinas. Su repertorio de sím bolos también: «Hay noches en que vemos pa sar al diablo / con su hocico lleno de nombres, baila / y su sombra enciende la luna. // Por las noches nos colgamos del brazo de algún ca minante / y lo dejamos en su casa, para que vuelva / todos los días por el mismo caminito».
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El libro también es un tributo a sus muer tos, a los muertos del extractivismo salvaje que campea a sus anchas a lo largo y ancho del territorio (Víctor Mendoza Collío, «¡Ay! Que balas por la espalda. / ¡Ay! Que rabia de mil perros.»); a los muertos de la dictadura militar (Víctor Lidio Jara Martínez, «Pobre vine y como pobre morí / con los huesos al aire / y sin manos mi guitarra quisiera to car, / tocar al Dios de mis canciones y / pre guntarles por qué»); a los suicidados y su tragedia antigua (Antenor Casio Sánchez Quintero, «lo pillaron colgado del cerezo junto al camino de las Dianas. Dicen que sus deudas con el cielo eran infinitas y su mujer, Toda Vitalia, huyó hacia el norte con su her mano Cleofe de la Cruz»).
El mote de «cementerio más lindo de Chi le», dice Christian Formoso, viene de la tra dición oral puntarenense. Puntualiza: «Re conozco en el patetismo del mito local, los elementos de la lengua-geografía representa dos, no por símbolos tradicionales (bandera e himno en el caso chileno) sino (…) por aquella misma almohada sobre la que todos hemos de soñar». El libro en cuestión —El cementerio
más hermoso de Chile (Cuarto Propio, 2008)— es el Spoon river más austral de nuestro territorio. Formoso, a la manera de un arquitecto de lugares imposibles, piensa el volumen como un paseo por distintos pabellones.
El ejercicio acá es similar a Colonos y La comarca: el poema funciona como un registro de oralidades espectrales que son resucitadas en esta singular danza macabra. El fantasma como reverso le permite al autor jugar tam bién con los reversos delirantes de la consti tución identitaria de Punta Arenas. Sirvan de ejemplo estos versos: «“Punta Arenas es una tremenda / oportunidad de negocios / porque se trata del cementerio / más hermoso de Chile” // El ejecutivo local / señaló que Mc Donald’s / Cementerio garantiza / calidad y servicio / como en otros países (…) Por ello la empresa / tiene presencia / en el 97,7 % / de los grandes / cementerios chilenos».
El sueño de la razón produce monstruos de diversa ralea. Las mutaciones perturbadoras que el modelo neoliberal introduce en nuestros territorios reales e imaginados, como si de una semilla de legumbre sometida a ra diación y agrotóxicos se tratase, son abor
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dados por las obras citadas como un modo de conjurar la subjetividad que esa devastación produce a mansalva. Todos estos cemente rios, pueblos inventados, coros de fantasmas, en fin, son un poco eso: el murmullo enlo quecido del viento que sopla por igual entre el cableado eléctrico, los pinos radiata y un roble huacho que pronto van a talar.
vivos o no, que nos hablan de una permanen cia y una memoria territorial común, ya sea en el valle de Huasco o en el Aconcagua.
INVESTIGADORES DE OFICIOS Y OTRAS HIERBAS
Una definición que nos parece adecuada para tratar estos trabajos es la que propone Vania Cárdenas en Tierras blancas de sed. Cartografía oral del valle de Huasco (Inubicalistas, 2019): «Más allá de las líneas rojas con las que en el mapa se encuadra la nominación del terri torio y sus límites físicos, existen espacios que el cartógrafo ha dejado en blanco como esperando ser escritos desde el tránsito de sus habitantes, desde sus movimientos». Movimientos, migraciones, que se suceden al ritmo de las transformaciones productivas de cada zona del país, pero también oficios,
Entre el cambio climático y la constante migración campo-ciudad, las prácticas de los sectores campesinos del país van desapareciendo o adaptándose. Oficios campesinos del valle del Aconcagua (Inubicalistas, 2017) de Cristian Moyano Altamirano se detiene en estas dinámicas como antropólogo y arqueó logo cultural para «poner en valor» ―que se repite en este tipo de trabajos― los diversos oficios de distintos caseríos de la zona del Aconcagua. Moyano es explícito en sus mo tivaciones: «El arraigo que siento hacia mi pueblo, es la inspiración y motivación para revivir parte de la historia de Quebrada Al varado y sus alrededores, escudriñando y desempolvando retazos de estas».
El lector encontrará en este libro, que ya cuenta con una segunda edición, testimo nios, fotografías y gráficas que ilustran los resultados del trabajo de Moyano, sea para oficios extintos como para aquellos que si guen vigentes. Así, por ejemplo, nos entera mos del trabajo de los pozos neveros. Como
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el nombre lo indica, el oficio consistía en al macenar la nieve que caía en el cerro Punta Imán en unos hoyos cavados en zonas altas del cerro. Los trabajadores, además de cavar, debían volver en invierno a apisonar la nieve. Llegada la primavera, los trabajadores iban cerro a arriba, sacaban la nieve de los pozos, la cortaban en grandes cubos y la transpor taban con tropas de burros. La lista de oficios continúa con hortelanos, pajareros, trabaja dores del adobe, entre otros.
El ya mencionado libro de Vania Cárdenas va en una línea similar. Los testimonios, en este caso, permiten reconstruir una geogra fía sensible de una población trashumante cu yos oficios los obligan a llevar una vida al día. Pero discuten también como un modo de re presentación, literario e historiográfico, que ha relegado al norte imaginario a la actividad salitrera y al minero que encontramos en Sa bella o en las crónicas de Homero Bascuñán. Cárdenas habla de formas de vida de hombres y mujeres que, a lo largo y ancho del Valle de Huasco, van ejerciendo de arrieros, agriculto res o mineros. Su trabajo permite conformar, en sus palabras, mapas sensibles sin fronteras
fijas. Formas de ser que desafían los identaris mos fijos que ponen la pauta en el siglo xxi.
Pero Cárdenas toca un punto clave: la tarea de recoger el testimonio y enmarcar lo dentro de una continuidad histórica nos permite una lectura política. La vida de estas pequeñas comunidades como ejemplos de re sistencia ante el modelo económico que hoy hace aguas por todos lados. La autora cierra el libro con una expresión de Walter Ben jamin: «La humanidad se frota los ojos». El gesto de quien se despereza y puede ver más allá, sea hacia el futuro o hacia un pasado que destella en un momento de emergencia.
Leticia Zapata, Jonathan Vera y Loreto Arias publicaron Oficios del río Maule. Rescate, promoción y valoración de las prácticas culturales de la cuenca del río Maule (2017). A diferencia de los dos libros comentados más arriba, este título, desarrollado con un fondo estatal, no cuenta con los canales de distribución edito rial tradicionales. Es el caso, lamentablemen te, de muchas investigaciones de este tipo. Nosotros logramos conseguirlo a través de un website de Facebook que promocionaba las actividades del proyecto.
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Lamentable, decimos, porque el objeto li bro es de buena factura y trae un apartado de fotografías antiguas que hacen que la investi gación tenga un espesor mucho mayor. Junto con el trabajo de entrevistas y caracteriza ción histórica ―estamos hablando de un oficio que comienza a finales del siglo xviii―, la mezcla de testimonio y fotografía permite acceder a una dimensión distinta de la me moria común. Que hayan sido tomadas en un tiempo en que la fotografía análoga reducía la posibilidad de disparos nos habla un poco de la importancia del oficio en la constelación del relato familiar: el trabajo como construc tor de una subjetividad que está ligada a un modo de vivir lo común.
Huella al mismo tiempo espectral, en un país ―y un territorio― donde las transfor maciones históricas vienen acompañadas de la mutación de las matrices productivas y, con ello, la disolución de estas comunida des. En el caso de Constitución, nos dicen los autores, el golpe de Estado del 73 y la instalación de la celulosa Arauco.
Algo similar ocurre con Lo Figueroa, paisaje cultural (2021). El libro corresponde a la te
sis de grado de la arquitecta Daniela Vilches. Tuvimos noticias del trabajo a través de redes sociales y para cuando quisimos adquirir un ejemplar ya se habían agotado. Conseguimos el pdf con la autora ―práctica subterránea y efectiva de circulación que a estas alturas es una institución en sí misma― y lo con signamos acá por las mismas razones que los títulos anteriores: Vilches traza una carto grafía sensible de una pequeña comunidad de la zona central chilena con dos objetivos visibles: levantar un puñado de información dispersa sobre Lo Figueroa y densificar su pe queña historia con un trabajo que aporta una mirada histórica, pero también archivística y, por qué no, artística. De este modo, el li bro ofrece una mirada compleja cuyo interés no es exclusivamente académico: «Veintiséis años después vuelvo a este lugar, esta vez con una mirada diferente ―nos dice en el pró logo―. Me asombro a descubrir cosas que antes no vi, la imagen es la misma, pero esta vez hay más cosas por ver».
La investigación como una cuestión vital, que despliega potencias que permiten que los habitantes de un lugar reconstruyan tra
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mas vitales. Daniela, en este caso, explora la dimensión del paisaje como un elemento que atraviesa el relato de la comunidad investigada: «En esta localidad se distingue la fuerte influencia de la actividad econó mica sobre el territorio. Aquellos tejidos y tramas de cultivos que matizan junto con la configuración del habitar doméstico». En las fotografías, que la autora logró recopilar a través de trabajo de campo, vemos cómo esta ligazón entre trabajo, identidad y te rritorio se traduce en formas de vida: en una fotografía cuya fecha aproximada es 1960, vemos a cuatro mujeres. Al centro, la madre lleva un vestido oscuro y carga en brazos a quien suponemos es su hija menor. La acom pañan dos niñas vestidas de manera similar aunque con colores claros ―el blanco y ne gro no nos permite saber esto―. Las muje res están rodeadas de matas de choclo aún en crecimiento y atrás, justo a su derecha, vemos un árbol que tal vez sea un ciruelo. Las fotografías que se suceden reproducen una estructura similar: son estampas de la vida campesina del Maule. La secuencia más interesante corresponde a una serie sobre el
Club Deportivo Unión Figueroa, que según un documento presente en el libro fue fundado en 1932. En la serie de fotografías podemos ver los distintos uniformes que cada generación de jugadores acuñó para su época, así como el paso del tiempo proyectado en los cortes de pelo y el uso de patillas a la vieja usanza.
A modo de coda: la lista de investigacio nes con enfoque similares merecería un tra bajo de archivo en sí mismo. Es cosa de mirar la cantidad de proyectos Fondart y afines que año a año, en diversas líneas, levantan rela tos, archivos o investigaciones en torno a la multiplicidad de temáticas que emergen en cada rincón de este angosto pasillo que co necta el desierto con el mar austral.
LAS RUINAS DE VALPARAÍSO
Si en los libros anteriores acusamos recibo de un trabajo por recuperar las memorias lo cales, sea en oficios, prácticas o archivo, los ensayos de La destrucción de Valparaíso. Escritos antipatrimonialistas (Inubicalistas, 2020), de Pablo Aravena, lee entre líneas estas estra
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tegias contemporáneas por recuperar simbó licamente modos de vida que materialmente han sido destruidos o desplazados. Valparaí so, podríamos argumentar, es apenas un sín toma de un fenómeno que se viene dando a gran escala en Chile. A saber, la patrimonialización como estrategia del Estado para ha cerle un saludo a la bandera a un pasado que discursivamente es afirmativo del statu quo.
La reflexión de Aravena nos recuerda a otros teóricos que han advertido este fenó meno que se multiplica en diversos lugares de la cultura. Simon Reynolds, por ejemplo, trabaja esto largamente en Retromanía (Caja Negra Editora, 2012). La adicción del pop a su propio pasado, sirviéndose, entre otras co sas, de ideas como los futuros cancelados de su amigo Mark Fisher. El horizonte reflexivo de Aravena discute con las consecuencias que a una ciudad portuaria con un pasado prole tario e intelectual potente le significaron la persecución política en 1973 y la declaración del turismo como actividad esencial en los noventa.
Vale la pena citarlo. Cuando habla del 18 de octubre del 2019 y los saqueos, Ara
vena dice: «Se deshacen de una ciudad que no les brinda nada más que la escenografía melancólica de sus vidas desperdiciadas. ¿Y los “valores patrimoniales”? Pues será cosa de turistas, emprendedores de la cultura, el Ministerio respectivo y de esos micronacionalismos que practican el culto chauvinista a la ciudad».
Volvemos a lo que decíamos al principio: hay que leer este libro y preguntarse si la des trucción de la sociabilidad popular y el exceso de patrimonialismo no terminará por trans formar nuestras ciudades en cáscaras hue cas, simulacros de un mundo del que queda una maqueta y algo más.
DOS LIBROS AUSTRALES
Puede que el frío y la lluvia del sur chileno hagan que sus escritores se inclinen por el arte sublime de contar historias. Raúl Ruiz, quizá el más excelso exponente del arte de la evocación verbal, habla en varias entrevistas de su infancia chilota junto al radioteatro y las historias de brujos.
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Paganas patagonias (Lom, 2018) de Óscar Barrientos es un libro que revitaliza esta tradición tan vieja como la presencia humana en la Tierra. Los relatos reunidos en este volu men son un bestiario de excéntricos, paisajes hostiles y monstruos imaginarios. Barrientos, por supuesto, se permite también una suerte de crítica cultural en clave ficción al describir las prácticas absurdas de los mercanchifles del turismo y la academia. Así, por ejemplo, nos encontramos con un grupo de autoayuda que promueve las bondades del devenir-cas tor o un agente turístico que necesita salvar a toda costa el turismo en temporada baja a partir de prácticas contra natura. Una mala lectura podría catalogar el libro de heredero del realismo mágico, cuando lo cierto es que a través de la parodia y el esperpento lo que Barrientos hace es fisurar esa representación para mostrarla desnuda y medio indigna en su condición de puro simulacro. Una memoria negra de la Patagonia es la que presenta Galo Ghigliotto en El museo de la bruma (Laurel, 2019). La premisa del libro es sencilla: un grupo de investigadores ―se nos dice en las primeras páginas― quiere
reconstruir el catálogo de un museo pata gónico que fue misteriosamente quemado. Con ese pie forzado, un poco a la manera de los ejercicios de la Oulipo, Ghigliotto va narrando poliédricamente la Patagonia en su versión más macabra: coto de caza para hombres blancos y europeos que acabaron con los habitantes originales de esa zona austral; tierra incógnita para personajes como Magallanes, Darwin y Bruce Chatwin; campo de concentración durante la dictadu ra militar; refugio de nazis que sortearon los juicios posguerra y envejecieron para servir de soldados a Pinochet; y así.
Un libro que a todas luces es heredero de In Patagonia del ya mentado Chatwin, en tanto supone un viaje al fondo de ese sur austral imaginario. Libro, todo sea dicho, poco usual en Chile, que parece tener tanto cobre como novelas confesionales. El museo de la bruma, pensamos, se parece mucho más al cine documental de José Luis Torres Leiva o de Tiziana Panizza que a otras obras literarias que se publicaron ese año. Todavía más: libro que nos invita a pensar un poco ―como no se suele hacer por estos lados―
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en torno a esa dicotomía nefasta de civili zación y barbarie, que aparecería con tanta frecuencia en ciertos cronistas chilenos tras la revuelta de octubre.
Dos libros sobre un sur austral que tiene tantas capas como líquenes los bosques de la Patagonia.
comprometida no debería serlo tanto por su explícita adscripción como por el compromiso de contar esas vidas mínimas que el olvido se traga. Las crónicas de este volumen narran las peripecias de la militancia política de izquier da en un pueblo como Parral, que como otros del Valle Central llevan sobre sus hombros el peso de la cultura patronal.
LA CONJURA DE LOS FANTASMAS
El informe Rettig debería tener un anexo donde se consignen a todos los torturado res ―militares, carabineros, otras Fuerzas Armadas― que murieron tranquilamen te en sus casas sin recibir ninguna clase de condena. Un deseo quimérico en un país de criminales que cada cierto tiempo son recor dados por los hijos o nietos de las víctimas de torturas y desapariciones.
En el pueblo hay una casa pequeña y oscura (La Pollera, 2021), del narrador y guionista Vla dimir Rivera Órdenes, es un ajuste de cuentas doloroso con su pasado y, por añadidura, con el fantasma de impunidad y violencia que ronda en las calles de Parral. Una literatura
El Chile que muestra la crónica de Rivera es el Chile que el relato neoliberal ahogó rápida mente con sus guirnaldas de plástico y la vida en cuotas. El nacimiento del campamento 21 de noviembre, fundado entre otros por el pa dre del autor ―«ninguna calle lleva el nom bre de mi padre», dice Vladimir mirando a la cara a la Historia―, los militantes de izquier da acribillados y arrojados al río Putagán, los compañeros de curso que terminaron de mili cos o devorados por la depresión. El libro es un caldo de natre con alquitrán y tripas de gato: un trago amargo de memoria en el país de los emprendedores que dan vuelta la hoja y miran hacia adelante.
Libro militante, decíamos, con una memo ria personal que se construyó dándose cabeza zos contra un muro de plomo. Como Vladimir,
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varios, muchos, tantos, en el coro trágico que de vez en cuando vuelve y hace temblar las vitrinas, las comisarías y los carros policiales con rabia vieja.
AL CIERRE
No por culpa sino por amor al oficio, consignamos acá algunos libros que nos habría encantado colocar en esta lista si el tiempo y el acceso a los libros nos fuese menos mezquino.
Coyhaiqueer (Ñire Negro, 2019) de Ivonne Coñuecar
Desove (Cagtén, 2018) de Claudia Jara Bruzzone Spandau (Tácitas, 2013) de Gloria Dünkler
Sentido de lugar (Komorebi, 2021) de Sergio Man silla
Escribir & tachar. Narrativas escritas por mujeres en Chile (1920-1970) (Overol, 2020) de Ana Traverso y Andrera Kottow
Ciudad berraca (Alfaguara, 2018) de Rodrigo Ramos
Tríptico de Cobquecura (Liberalia, 2007) de Andrés Gallardo
—Explicación de todos mis tropiezos (Uqbar, 1995) de Óscar Bustamante
Isla Riesco (Jamspter, 2019) de Mariana Camelio
© colección museo o'higginiano y de bellas artes de talca
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EDITAR DESDE AQUÍ
por Yanko González | fotografías Elde Gelos
DAR LA BATALLA COMO SI SIRVIERA:
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Para comenzar, so pena de majaderías diacrónicas, quiero compartir algunas minucias del pasado local —porque si no es en Medio Rural, ¿dónde?― que, debido a su presencia eminentemente oral, requieren registrarse de algún modo. Seguidamente, conformado el contexto y algunos casos, quiero abordar ciertas derivas reflexivas so bre la edición «situada». Ahora bien, debo advertir de plano que no me formé, ni quise, ni estaba en mis mejores pesadillas oficiar de editor, aun a tiempo parcial. Me basta larga mente con el enredo y la sospecha que susci ta, mayormente en la academia, el embutido
que arrastro desde cabro, que es la de escribir poemas y ganarme la vida como antropólo go. Digo, fui arrojado a la edición ―y a una bastante singular, la universitaria― debido a mi bibliofilia, pero, sobre todo, por la ver güenza. La vergüenza de estar en una uni versidad con más de sesenta años de historia, formadora intelectual de gran parte del sur austral de Chile y epicentro de movimien tos culturales y literarios cardinales para la propia intelección territorial, huérfana de un sello editorial, desabrigada imperdona blemente de libros propios. Desde mi punto de vista, aquello era más que una omisión burocrática de cariz económico o un sesgo de la derecha antiintelectual o agropecuaria. No. Era tanto una traición a la idea de universi
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dad humanista ―idea grabada a fuego por su rector fundador, un mestizo penquista, «federalista», discípulo de Alejandro Lipschutz y mirado en menos por la germanidad local, como lo fue Eduardo Morales Miranda― como también un desprecio por el objeto y por el soporte libro en todas sus poliédricas formas, y que, para más remate y como se sabe, ha sustentado históricamente a la uni versidad como institución desde el Medioevo (sin los editores venecianos no conoceríamos un ápice de lo que escribieron y tradujeron los sabiondos de la Universidad de Padua).
En fin, una vulgaridad que por vergüenza me lanzó a batallar y a colaborar con las ganas de colegas, amigas y amigos para impulsar una editorial. Por muchos años la universi dad mantuvo una imprenta (la «Central de Publicaciones»), donde se imprimieron in formes, catálogos de carreras y discursos y donde, con el apoyo del rector Félix Martínez Bonati, brotó de sus prensas una de las más bellas revistas de arte y creación literaria de la década de los sesenta, Trilce, de la mano del grupo homónimo. Pero se trataba de una imprenta, no de una editorial. Es decir, pren
sas sin criba ni criterios de calidad científica o creativa de las obras a publicar y desligada de toda la jodida cadena eslabonada de la edi ción (evaluación, gestión de derechos, arte y diseño, distribución, promoción, etcétera).
En rigor, hasta bien entrada la década de los setenta la producción de libros litera rios o de «literatura de imaginación» desde el aquí ―Valdivia y parte del sur de Chi le― era escasa si descontamos esa prensa de tipos alzados y devenida en offset de la Universidad Austral de Chile. Al menos, ahí salieron algunos títulos autoeditados, como los del propio grupo Trilce. Después, el golpe de Estado no hizo más que conver tirla en una prensa de informes, arqueos y boletines. Pero hacia fines de la década los setenta, se articula desde algunos colecti vos de escritores y artistas plásticos (los grupos Matra e Índice fundamentalmente) una incipiente actividad de publicaciones. Una pequeña imprenta tarjetera sirvió como única infraestructura de Ediciones Siglo xv Artesanía Gráfica, animada por el narrador Pedro Guillermo Jara y el artista plástico Ricardo Mendoza. Su sello publicó algunos
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libros, como el poemario de Jorge Ojeda Águila Chatarra (1982), y diversas revistas culturales, como los primeros números de Oh Valdivia y Caballo de Proa. A poco andar, a comienzos de los ochenta, el mismo Ricar do Mendoza junto a otros artistas fundan en Valdivia Ediciones El Kultrún, de larga historia y calado, clave en el desafío de des concentración cultural y literario del país.
A finales de los años ochenta y principios de los noventa se le sumarán las pequeñas editoriales literarias, como Paginadura, di rigida por los críticos y poetas Óscar Galindo y David Miralles, y Barba de Palo, comanda da por el poeta Jorge Torres. A esas alturas temporales, estos sellos conviven con otros, como Alborada de Jorge Santamarina o Ma risa Cuneo Ediciones, dedicadas a publica ciones de divulgación científica, y algunas imprentas que fungen a veces como edito ras, como la del poeta Mario Contreras en Castro o la imprenta Cóndor en Ancud. A mediados de los noventa se suma otro sello prolífico que arriba a Valdivia, Editorial Fér til Provincia, liderado por Heddy Navarro y Bruno Serrano, y más allá surgirán otros se
llos relevantes, como Polígono en la ciudad de Puerto Montt, entre otros. No obstante, creo que Ediciones El Kultrún se destacará por sostener una actividad editorial siste mática y progresiva, apostando de manera deliberada por literaturas territorializadas o de producción situada, interpelando críti camente la subordinación político-escritu ral, inscribiendo gran parte de su esfuerzo en una fricción con las literaturas fijadas y sacramentadas por la recepción del mercado o el prestigio de la escucha académica san tiaguina. No es casual que bajo su firma apa rezca casi la totalidad de las obras de Maha Vial, Jorge Torres, Rosabetty Muñoz, Cle mente Riedemann, Mario Contreras, entre otros autores fundamentales de la literatura reciente del sur de Chile. Como se sabe y sal vo por su desdén por el comercio de libros, el funcionamiento de El Kultrún se emparenta con las primeras editoriales de Occidente. El criterio que la guía responde a las filias y fobias de su único responsable y editor, Ricardo Mendoza, que cual Aldo Manucio funge además de crítico y lector, de diseña dor y conceptualizador visual de cada título,
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dotando de una fuerte presencia identitaria a sus libros. Así, por su pertinacia, continuidad y cualidad, Ediciones El Kultrún ha sido y es un excepcional hito geocultural, pues ha po sibilitado contar fuera de la centrópolis con uno de los mejores editores del país, tanto por sus altos conocimientos en composición, prensa y gráfica, como textuales, estéticos y literarios. Por lo mismo, Mendoza aunó, en un tiempo de extrema precariedad formati va, a tres o cuatro sujetos en uno. Es cierto que parte del quehacer de todo sello lo dejó fuera casi desde sus inicios, como lo es una expedita distribución y comercialización de sus libros, pero como toda microeditorial atendida por su propio dueño, esas labores excedían las propias fuerzas o su interés. Al mismo tiempo, debido a los imperativos de sobrevivencia del sello, se autoimpuso la publicación de libros por encargo que, con todo, no opacaron su magisterio y curatoría en la edición de libros altamente relevantes para la literatura chilena reciente más allá de San Bernardo. Con todo y con casi trescien tos títulos publicados, El Kultrún ha sido un ejemplo que ha fungido como un eslabón dia
crónico con un nutrido, inédito y auspicioso campo editorial provincial, con sellos ya maduros o en proceso, como Arte Sonoro Aus tral, Komorebi, Libros Verde Vivo, Trafún Ediciones, Austrobórea Editores, Ediciones A89, entre otros, los cuales están articulándose en un colectivo de editoriales del sur austral de Chile. Un breve paréntesis: resul ta muy importante desde el punto de vista del desarrollo, espesor y desconcentración editorial y literaria la experiencia de Ofqui de Temuco ―con un catálogo objetual muy cuidado y deliberadamente territorial―, Cartonera Helecho de Puerto Montt, Ñire Negro en Coyhaique y la refortalecida Edi torial de la Universidad de Magallanes. Es notable en este sentido la presencia y cons tancia de Austrobórea Editores y Ediciones A89, ambos sellos situados en la comuna de Paillaco ―«provincia de provincia»― y no tablemente activos.
Como se colegirá, son demasiadas dé cadas que la Universidad Austral de Chile, responsable no solo de diseminar o extender conocimiento, sino de provocarlo, suscitarlo, incorporarlo, soportarlo y hacerlo transitar,
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estaba ausente y muchos de sus miembros o autores publicaban en editoriales universitarias o comerciales de Santiago o el extran jero. En el intertanto, decenas de universi dades en Chile ya contaban o comenzaban a contar con editoriales. Resultaba evidente que la fundación de editoriales en el seno de estas instituciones ―véase el caso de Eudeba en Argentina, ediciones de la unam en Mé xico, para no hablar de Oxford University Press― ha sido, históricamente, la verifica ción pública de su vocación pública y, en to dos los casos, expresión de su consolidación, proyección y compromiso social.
Así, de manera tardía, la Universidad Aus tral publica finalmente su primer título bajo su propio sello editorial hacia 2014. Desde ese año, lo que vino fue menos la ansiedad por «ponerse al día» con todo lo que la uni versidad había dejado de publicar en sesenta años, que la urgente cavilación sobre el lu gar, el estar allí de la edición. Cuestión que nos pareció crucial para no terminar en una desaliñada imprenta de actas de congresos, fardos de papers envueltos en tapas, o repli car acríticamente otros proyectos editoriales
metropolitanos de boutique. Es decir, se trata ba de resolver un cruce complejo que pasaba por la exigencia de ser un sello universitario, situado en un espacio periférico, con un pre supuesto y capacidades limitadas y rodeado de una progresiva y activa producción editorial independiente y universitaria, pero em plazado en territorios con precarios circuitos de circulación, metabolización y absorción de lo producido.
«Dar la batalla como si sirviera» fue y es el lema de este trance, pues implicaba la obli gación primera de una detención reflexiva: entender que no se puede competir con las transnacionales que saturan por volumen los escaparates de las cadenas de librerías (lo que genera, entre otros pesares, que cualquier li bro se convierta en un yogurt: caduca rápido y velozmente es remplazado). Tampoco po demos competir con las editoriales universi tarias metropolitanas con presupuesto hol gadísimo, o con editoriales de la centrópolis con acceso histórico y privilegiado a la hoy esmirriada y desfalleciente prensa cultural, o con editoriales situadas en instituciones de investigación cuyos miembros escriben libros
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y se han sublevado sistemáticamente contra la tiranía del paper. Igualmente, se hacía necesario entender, bajo estas limitaciones, que el desarrollo de un catálogo no podía estar se cuestrado por servirse a sí misma, publicando solo a sus docentes (problema grave en muchas editoriales universitarias). De la misma forma, entendimos que una editorial univer sitaria, de vocación pública y «situada», está mandatada a articularse al ecosistema del libro territorial, es decir, no replicar ―res tando las escasas fuerzas― las colecciones y líneas de otras editoriales del acá (como la vital colección de poetas y narradores del sur de Ediciones El Kultrún), más bien lo opues to: servir al resto de editoriales independien tes o microeditoriales, libreras, libreros y mediadores, cuyas coordenadas, más allá de nuestros síes y noes estéticos y curatoriales, fortalezcan el espesor simbólico y lectoría de sus espacios como un modo abiertamen te politizado de corregir las desigualdades culturales infranacionales, pero también infrarregionales. Finalmente, y aunque pa rezca una paradoja, un sello ―universitario o no― no puede traducir la identidad geo
cultural donde opera en una jaula fetichista, monologante y chovinista, empecinada en satisfacer su propio ego y espejo territorial. Curiosamente, si queremos lograr el predica do político-territorial, creando, fortalecien do y desconcentrando autorías y lectorías, el camino debe sostenerse no en un equilibrio ramplón entre lo propio y lo ajeno, sino en un énfasis extraordinariamente dinámico y dialógico, entre el aquí, el allá y el mucho más allá. Esto es lo que ha ido guiando nuestro catálogo y creo que es clave en la actual hora de la edición desde el aquí.
Ejemplos en esta frecuencia conocí en el mundo de la edición inglesa y catalana, pero muy distante de nuestras condiciones ob jetivas. Por lo mismo, déjenme acudir muy brevemente a un par de casos más cercanos para cualificar esta mirada. Quiero referirme al caso de la editorial Vox ―ahora llamada Vox-Lux―, dirigida por Gustavo López des de Bahía Blanca. Gustavo comenzó hacia el año 1993 a editar básicamente poesía, desde un espacio similar por lejanía y configuración socioespacial a algunas ciudades intermedias del sur de Chile. Todo indicaba que sería un
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intento, como otros, destinado a potenciar y repotenciar la producción poética local, levantando de algún modo las banderías a veces quejicas y ensimismadas ante el vór tice porteño o rosarino que todo lo borra, lo abduce o sacraliza con su canon y sus mil editoriales de poesía. López y la patota lírica que lo apañaba hicieron una ruta peculiar para el momento: comenzó a publicar autogestiona damente lo más granado de la poesía joven latinoamericana y de Bahía Blanca, es decir, construyó un catálogo donde Marcelo Díaz, Lucía Bianco, Mario Ortiz, Sergio Raimon di, entre otros bahienses, convivían mano a mano y sin pasar por Buenos Aires, con lo más destacado de la poesía emergente con tinental. En poco tiempo estaba publicando una antología de poesía joven chilena, pero también belga, alemana, e hizo circular por varios países (Gustavo con gran esfuerzo in tentaba viajar acompañando a sus autoras y autores) a los bahienses junto a los hoy reconocidos Arturo Carrera, Fabián Casas, Laura Wittner, Martín Gambarotta, Mari na Mariasch, Daniel Samoilovich, Washin gton Cucurto, Alejandro Rubio, Luis Chávez,
Homero Pumarol, entre muchos otros, y en cuidadas y primeras ediciones. De tal forma y por casi una década, si te querías enterar de la poesía argentina y buena parte de la poesía latinoamericana joven, debías pasar de largo, pararte en Bahía Blanca y descifrar el catálogo vivo que Vox estaba vertiginosa mente construyendo y comunicando. Un solo movimiento político-curatorial y te rritorial ―no de musculatura económica ni institucional― desordenó y desconcentró el canon y, simultáneamente, lo más importan te, reveló y relevó las enormes voces propias.
En nuestro caso, junto con abrir las obliga das colecciones científicas y académicas, re servamos el estrecho margen presupuestario que quedaba para articular en libros algunos de estos puntos de vista que he compartido: abrimos colecciones ausentes en nuestro te rritorio y parte del país y que creí muy nece sarias en tanto compromiso social de la uni versidad para la mediación y fomento lector, como los libros sobre libros, la lectura y la cultura escrita; otras que disputan en el ám bito del ensayo contingente los nudos críticos en la relación conocimiento especializado/
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sociedad, y una de las últimas colecciones y con la cual queremos honrar estéticamente al objeto libro a través de su diseño y materia, la colección Caballo de Proa ―tributo a la desa parecida revista homónima y «más pequeña del mundo» que dirigía desde Valdivia el fallecido narrador Pedro Guillermo Jara― de traducciones de literaturas contemporáneas excepcionales, vertidas, algunas por primera vez, al español y preferentemente hechas por escritoras/escritores del sur de Chile, de tal modo de domiciliar esas voces y encomiar las autorías territoriales. Así, la editorial cubre espacios débiles en cuanto al conocimiento de literaturas relevantes, desconocidas o au sentes en nuestra lengua y tradición; abre otras lecturas formativas ―la mayoría son antologías cuyo diseño se enfoca a lectores jóvenes― y las coloca a disposición de ma nera prioritaria en el territorio. Ahora bien, no somos ingenuas ni ingenuos: hay un «efec to colateral» muy interesante desde el punto político en el campo de fuerza socioliterario: si el poeta y ensayista Luis Felipe Fabre en el d. f. o el crítico argentino Edgardo Dobry en Barcelona quieren leer al maravilloso David
Antin en castellano, sabrán que su ojo lector tendrá que viajar hasta el sur de Chile para capturar a Antin y de paso al poeta valdiviano y patiperro Andrés Anwandter, quien lo tra duce. Lo propio ocurrirá con el excepcional poeta alemán Helmut Heißenbüttel, prácticamente inédito en nuestra lengua y traducido desde Valdivia por Breno Onetto. Claro, eso implica un largo trabajo curatorial que hemos ido haciendo con muchos amigos y cómplices que forman parte de nuestro comité de cola boradores de esta colección y de esta quimera, pero ese es el motor de la edición territorial: dar la batalla como si sirviera.
Finalmente, y a la luz de estas señales, vale la pena insistir en que este artilugio de venido códex o epub es, fundamentalmente, una máquina para pensar, aun mucho antes que se escriba e imprima. A pesar de todas las debilidades de la historia, de las «condiciones objetivas del aquí», editar libros desde el aquí supone deberes reflexivos que anteceden a la mera elección o criba e impresión: supone transformar el proceso en énfasis y los libros en un punto de vista, política y territorial mente interpelante.
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SERGIO
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SERGIO MANSILLA
«La “suralidad” es un sentir y una condición: un habitar entre el hoy y el ayer, pero asumiendo que se habita solo en el aquí y el ahora»
por María José Cabezas Corcione | fotografías Samuel Salgado
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El académico y poeta Sergio
Mansilla publicó, en 2021, el libro Sentido de lugar: ensayos sobre poesía chilena de los te rritorios sur-patagónicos en la editorial valdiviana Komorebi Ediciones, un interesantí simo y extenso ensayo donde escudriña y propone nuevas visiones respecto a la poe sía del sur y sus diferentes denominaciones de origen. El volumen está compues to por veintidós textos que recorren la obra de destaca dos autoras y autores desde la selva valdiviana hasta la Patagonia, donde resaltan autores como Maha Vial, Verónica Zondek, Jaime Luis Huenún, Bernardo Colipán, Ivonne Coñuecar, Marlene Bohle, Christian Formoso, entre otros. Convencidos de que algo particular se trama en la re
lación entre editor y autor, le pedimos a María José Cabezas Corcione, de Komorebi Ediciones, que entrevistara a Sergio Mansilla para pro fundizar sobre esta valiosa propuesta y cómo aporta al necesario rescate de las poé ticas del sur de Chile.
DESDE UN ÁMBITO MÁS GENERAL, Y TOMANDO EN CUENTA LA IDEA DE QUE «LOS POETAS SABEN Y SIENTEN QUE EL LUGAR QUE HABITAN AL MISMO TIEMPO LOS HABITA
A ELLOS», ¿PODRÍAS PROFUNDIZAR A QUÉ TE REFIERES CON ESTO Y CÓMO LO DESARROLLAS EN SENTIDO DE LUGAR?
Habitar en su sentido más primario alude a crear há
bitos y actuar en función de ellos. Tener hábitos es actuar ante determinadas circuns tancias de un modo reitera tivo y familiar. Los lugares son circunstancias espaciales que nos obligan a adaptarnos a ellas. Y adaptarnos impli ca crear modos de acción que hacen que nuestro acontecer diario se torne familiar y con sentido. Siempre ocurre así; lo que sucede es que a menu do los lugares donde estamos o habitamos no son lugares fuertes, es decir, los vivimos simplemente como circuns tancias externas en las que hemos sido depositados por el destino, por la vida, por deci siones con frecuencia pura mente pragmáticas. Existen, sin embargo, lugares cargados de un aura identitaria poderosa, por distintos mo tivos; por ejemplo, porque
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tienen una larga historia, porque poseen paisajes de extraordinaria belleza, por que en ellos hay ya instala da una tradición identitaria marcadora de diferencias sustanciales en relación con los demás. Chiloé podría ser un ejemplo de este último caso. En Sentido de lugar par to de la idea de que el sur y la Patagonia son lugares fuertes; y no es una idea puramente arbitraria, pues al revisar la poesía escrita en y desde esos lugares, diversas marcas de lugar ingresan a la escritura a modo de huellas referencia les que nos obligan a transi tar recursivamente entre el texto y su espacialidad (o es pacialidades) referida, nom brada, mencionada, evocada. Creo haber puesto en eviden cia este punto en los ensayos que componen el volumen.
Y dado que eso es así, creo que es lícito sostener que los lugares nos habitan, una formulación metafórica para decir que nuestras estructu ras de sentir se hacen en y con nuestras experiencias de lu gar, solo que tales experien cias no se reducen ya a la sola percepción de la espacialidad física, sino que incluye toda la trama social, cultural, fa miliar, vital que acontece en los lugares donde trans curre nuestro vivir. Desde este punto de vista, el lugar es también un acontecimien to. Y en tanto tal, puede ser, como muchas veces lo es, un acontecimiento flotante, no arraigado a ninguna geogra fía en particular que tenga un sello de singularidad no intercambiable, sino justa mente al revés: un aconteci miento que habla más de una
transitividad desarraigada, marcada por el nomadismo o la sola provisionalidad del vivir, como lo sería un hospital, una cárcel, un campo de concen tración. Así es como he concebido la noción de «no-lugar» en el libro, si bien no dejo de hacer mención a Marc Augé, quien acuñó el concepto en el campo antropológico y sociológico.
EN EL LIBRO ABORDAS LA ESCRITURA DE POETAS
VAN DESDE LA SELVA VALDIVIANA HASTA LA PATAGONIA. ADEMÁS,
A PARTIR DE OBRAS DE AUTORAS Y AUTORES QUE EN CIERTA FORMA DISTINGUEN
QUE HABITO
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QUE
REFLEXIONAS
UN «LUGAR» —POR MENCIONAR, LA CIUDAD
(KULTRÚN, 2012; APARTE, 2021) DE
VERÓNICA ZONDEK, TERRITORIO CERCADO (KULTRÚN, 2015) DE MAHA VIAL O REDUCCIONES (LOM, 2012) DE JAIME LUIS HUENÚN—, PERO A SU VEZ
EXHIBES A OTROS AUTORES MENOS CONOCIDOS Y QUE SE DISTANCIAN DEL CANON METROPOLITANO O CENTRALISTA. A PARTIR DE ESTO, PODRÍAS COMENTARNOS LA MOTIVACIÓN POR RESCATAR A ESTOS AUTORES, POR EJEMPLO, RAMÓN QUICHIYAO Y SU «POÉTICA DE LOS BOSQUES», O MARLENE BOHLE Y SU PARTICULAR VISIÓN COMO MUJER SOBRE LA COLONIZACIÓN ALEMANA, Y QUÉ SIMBOLIZA ESTA INCLUSIÓN, DESDE EL SENTIDO Y CONSTRUCCIÓN DE UN LUGAR.
Mi interés por los poetas no metropolitanos, ligados a territorios periféricos, a la provincia, viene de muy atrás. Es parte de mi propia experiencia de vida. Me formé como escritor en la pro vincia; en la provincia me formé como crítico. Incluso en los tiempos en que estu dié en los Estados Unidos, lo hice en una universidad que geográficamente se ubi ca en el noroeste de ese país, cerca ya de la frontera con Canadá. Seattle es una ciu dad grande, pero por su ubi cación y por su historia (se funda en el siglo xix ) está, podría decirse, en los um brales de la nación estadou nidense. Su paisaje se parece mucho al del sur de Chile, de modo que las circunstancias de la vida me han llevado al sur incluso estando en el he
misferio norte. Siempre me ha interesado la poesía de todas partes del mundo en lo que concierne a mis lec turas como escritor, pero a la hora de estudiar sistemáticamente a autores u obras, he preferido siempre aque llos y aquellas que denotan periferia , no centralidad (ni geográfica ni canónica), si bien puede que algunos de esos autores lleguen a ser más tarde figuras paradig máticas. Y si mis trabajos en algo contribuyen a ello, habrá valido la pena el es fuerzo. Se trata, podríamos decir, de una opción cultu ral-política en el sentido de poner atención en quienes no necesariamente la han tenido fácil para llegar a convertirse en escritores, no solo por el hecho de que es naturalmente trabajoso ha
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cerse de un lugar en el cam po literario sino, sobre todo, porque han tenido que bata llar a veces duramente para asegurar la sobrevivencia propia y de los suyos. Naturalmente, situaciones como estas las hallamos en todas partes; pero mi interés por el sur y la Patagonia arranca también del hecho de que es tos territorios han sido y son mi casa geográfica, mi casa simbólica, mi casa de memo ria. Escribir sobre poetas de estas latitudes es también un reconocimiento a los míos.
En este contexto es que he puesto atención en Ra món Quichiyao y Marlene Bohle. Se trata de autores nada estudiados hasta aho ra, con obras de muy escasa circulación, pero que, desde mi mirada, ofrecen podero sas representaciones de su
entorno-lugar-comunidad. Quichiyao habla de la selva valdiviana, aunque no desde una perspectiva meramen te paisajística: propone una especie de conversación con el bosque cuyos interlocutores son los árboles y los huma nos que han vivido o viven en él. De manera que su poesía es una incursión en la memoria, en su memoria, en la de su comunidad, mas también es una incursión en la botánica, en la geografía. Veo en la mirada de Quichi yao una forma simbólica de relacionarse con la naturale za que va a contracorriente del modo más conocido de tratar la naturaleza en la literatura latinoamericana: como expresión o representación de la barbarie, de lo monstruoso. O bien al re vés: como un espacio idíli
co. Aquí no es ni lo uno ni lo otro. Es, nada más, el espacio del transcurrir de vidas signadas por una memoria trágica de despojos causa dos por procesos de colonización intranacionales (siglo xix principalmente). En el caso de Bohle, me llamó la atención su mirada femeni na sobre las mujeres de su pueblo de origen, Salto Chi co, cerca de Puerto Montt. Sobre todo, porque explora situaciones asociadas con la colonización alemana o germánica, que revelan una cara nada conocida de ese proceso: el rol subalterno de las mujeres, no solo de las de origen germánico, sino de todas quienes, por una razón u otra, no han sido las vencedoras de ninguna historia: las locas, las suici das, las infieles, las mujeres
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solas después de los cuarenta años, las oficiantes de trabajos paupérrimos, las que se convencen de sus propias fantasías. Estas situacio nes también son las marcas identitarias del sur de Chile.
UNO DE LOS ASPECTOS QUE ABORDAS Y PROBLEMATIZAS CORRESPONDE A CONCEPTOS QUE ESTÁN PRESENTES EN LA LITERATURA CONSIDERADA «DEL SUR» Y QUE HAN DEVENIDO EN CLICHÉ DURANTE LOS ÚLTIMOS AÑOS, TAL COMO «SURALIDAD», «LARISMO» O «TERRITORIO». SE PUEDE ENTENDER QUE A LO LARGO DE ESTOS ENSAYOS INTENTAS DISCUTIR Y PONER EN TELA DE JUICIO
ESTAS PRELECTURAS Y APORTAR OTRA MIRADA DESDE DONDE ABORDAR LA ESCRITURA DE ESTOS LARES. SI PUDIERAS EXPLICARNOS DE QUÉ SE TRATA ESTA IDEA O BÚSQUEDA POR DESMITIFICAR LAS NOCIONES USUALMENTE ASOCIADAS A «LO SUREÑO».
Los lugares necesitan ser cartografiados de alguna manera para diversos efec tos. Para la literatura chi lena sureña, en particular para la poesía, el peso de la tradición lárica es enorme y a veces no deja respirar, en cuanto que a lo lárico se lo suele tratar como una marca registrada total e indeleblemente caracterizadora de la identidad y naturaleza de la poesía chilena contempo
ránea del sur. Riedemann reparó hace ya un tiempo en el efecto pernicioso de este estereotipo de lo lárico para comprender y apreciar la poesía chilena sureña en su diversidad y poliva lencia. Introdujo, creo que con enorme acierto (lo digo en el libro), el concepto de «suralidad». Y yo me apro pio de este hallazgo teórico, pero hago un esfuerzo por complejizarlo un poco más de manera que el resulta do final sea no un simple rechazo a los estereotipos, sino un esfuerzo por ver la dimensión de verdad y de no verdad que puedan tener ta les estereotipos y las propias categorías analíticas utili zadas, confrontados ambos con una visión historizada de la realidad de la que la poesía se hace cargo. Si lo
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conseguí o no, eso lo deci dirá el lector. El ejercicio de desmitificación es esencial a la crítica, y la crítica litera ria no es ajena a esta tarea, por supuesto. Pero tampoco hay que perder de vista que la desmitificación puede vol verse también otra forma de mitificación. Mi esfuerzo, en consecuencia, propone una forma de leer que opere en varias dimensiones, de ma nera que lo que se ve válido en una dimensión, no nece sariamente lo es si cambia mos la dimensión de la mi rada. ¿Lo lárico tiene validez como marca singularizadora de al menos cierta poesía del sur? Sí lo tiene, lo cual no quiere decir que sea «copia» de la estética de Teillier, y si aun lo fuera, ¿por qué no pensarla como resultado de un modo de tratar con la rea
lidad material de los lugares y no como simple extensión de una cierta tradición poé tica? Existe también lo que se suele llamar afinidad de sensibilidades, que obedece a respuestas similares ante circunstancias similares, aunque puedan pertenecer tales circunstancias a tiem pos muy diferentes. Esta es la tesis que deslizo en un ca pítulo cuando sostengo que el «larismo» sureño (que no define en absoluto a toda la poesía de esta latitud) es más una «coincidencia» de circunstancias con las de Rilke en su tiempo, que una simple prolongación de la poética teillieriana.
O «TERRITORIO» DE LOS POETAS, Y QUE SE INSINÚA EN SENTIDO DE LUGAR, ES LA CONCEPCIÓN Y VALOR QUE TIENEN LOS SÍMBOLOS Y EXPERIENCIAS ASOCIADAS
A LA INFANCIA. SABEMOS TAMBIÉN QUE EN TU FORMACIÓN COMO POETA, EL HABITAR EN CHILOÉ
FUE DETERMINANTE EN TU ESCRITURA Y EN LA REFLEXIÓN DE OTRAS POÉTICAS. EN ESE SENTIDO, ¿CÓMO
CREES QUE INFLUYE EN TU INFANCIA CHILOTE EL CONCEPTO DE «CHANGÜITAD»?
OTRO ELEMENTO ATRACTIVO QUE SE PUEDE ASOCIAR AL «LUGAR»
Changüitad es en realidad un topónimo. Alude a un sector rural ubicado a unos cuatro o cinco kilómetros al norte de Curaco de Vélez por la costa,
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en la isla de Quinchao. Ahí me crie («me crecí», diríamos en Chiloé). Hace ya mu chos años que no vivo ahí. La casa de infancia, construida por mi abuelo probablemente en la década de 1920, ya no existe. Solo la tierra per manece, librada ahora de sus habitantes que la cultivaban, que la rozaban, que le arran caban los necesarios frutos y bienes para sostener la vida humana en un lugar paisa jísticamente muy bello, pero también muy hostil, sobre todo en una época como las de los años de 1960 cuando ir a la escuela nada más era un esfuerzo enorme. Debía yo caminar una hora para ir y otra para volver por la playa. Ese mundo ya no existe. Ha sido reemplazado por formas de vida propias de la moder nidad consumista, aunque
también con facilidades ini maginables en mi infancia: caminos pavimentados, luz eléctrica, comunicaciones globales, apertura al turismo a gran escala, acceso mucho más masivo a la educación avanzada. Soy de aquella parte de la humanidad que ha sido testigo de la desapari ción de su mundo de infancia y la sustitución de este por un mundo nuevo, con todo lo bueno y lo malo de ambos mundos. Por eso la memo ria, la conciencia de lugar, transita entre mundos anta gónicos, y, en consecuencia, a menudo nuestra literatura parece contradictoria , osci lante entre la nostalgia y la aceptación de un presente en el que no llegamos nunca a sentirnos completamente en casa. Tampoco la nostalgia es la solución estética ni menos
ética, sino solo un sentimien to que aparece y desaparece como los catricos, esos ríos subterráneos que asoman a la superficie de tanto en tanto. La «suralidad» es un sentir y una condición: un habitar en tre el hoy y el ayer, pero asu miendo que se habita solo en el aquí y ahora en realidad. La literatura en este entorno con frecuencia es un home naje a la memoria de esos se res humanos que sufrieron el territorio o el lugar, que a su manera trabajaron para que sus descendientes no vivan las estrecheces y sacrificios que ellos vivieron.
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©
colección museo o'higginiano y de bellas artes de talca
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SUTURAR LAS CONFIANZAS
por Rosabetty Muñoz
COORDENADAS CONSTITUYENTES: mr | 185
TODO SE JUEGA EN EL TERRITORIO DEL LENGUAJE
Las palabras armarán la trama de las nuevas relaciones, del nuevo habitar, de la nueva con vivencia. Por eso es tan importante que haya saberes distintos, variadas hablas, decires que han estado postergados, como la de pueblos ancestrales o las mujeres o las comunidades que viven en lugares muy apartados de los centros de poder, o las de poblaciones que sufren los costos del mal llamado progreso y que son asumidos como lugares de sacrificio, aceptados como daños colaterales del sistema.
El desafío es desplazar el lenguaje de exper tos jurídicos o de la vociferación de lo econó mico como lo fundamental hacia otras formas de comunicar; eso se hará llenando los vacia dos de palabras, se construirá persiguiendo los significados, los sentidos, repasando una y otra vez cómo se entiende cada concepto.
Discutir el lugar de las palabras, recupe rar la simpleza. Eso que ya sabe nuestra gente más sencilla: el valor de la poesía. Porque sienten que aunque las ideas sean complejas, la metáfora sirve para comprender por medio
de imágenes mundos más amplios. Es el en tendimiento lírico que está en las canciones de Víctor Jara, en la poesía de Violeta Parra, en las crónicas de Lemebel, todo ese lenguaje que ha saltado las vallas de lo enmascarado y ha usado las figuras para taladrar la costra superficial y acceder a verdades tan necesarias como el agua.
Se habrá de escribir una Constitución que podamos comprender todos, que podamos contar a los niños, que podamos leer con emo ción, sintiéndonos parte.
El lenguaje no puede crear contra la reali dad, el tan ansiado encuentro con otros no se puede dar en el cuerpo muerto de un escrito sin sangre.
Por eso, los constituyentes trabajarán en el abierto espacio de la creación:
Primero, hay que afinar el oído, la com prensión, sintonizar con lo que expresa la gente en las calles, en las poblaciones, en los pueblos perdidos del largo territorio; hay que sintonizar permanentemente para reconocer cuando las cosas están dadas para cons truir realidad.
Segundo, rectificar el lenguaje. Lo que ex
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presa debe ser lo que significa porque si no es así, se queda sin hacer lo que necesitamos con urgencia. Si no se corrigen las palabras, el decir, se falsean expectativas, se obscurece la confianza.
Tercero, buscar lenguaje inspirador que eleve el tono interior, que convoque a actuar según códigos que nos mejoren, nos devuel van la dignidad, ya no por decreto o por ac ción del Estado, sino por nuestras propias acciones y decisiones.
sus profundas capas vivas y que guarde la fra gancia de lo que hemos sido en distintas épocas, un Chile que es múltiple y que es capaz de transformarse sin dejar sus maravillas atrás.
Vivenciar (como decía Mistral) a los pue blos originarios, raíces de nuestra cultura; a los inmigrantes que enriquecen nuestro quehacer, nuestra comprensión de la rea lidad, a los distintos habitantes que no han tenido voz ni han participado de lo que en tendemos como país.
DESMONTAR LA MAQUINARIA QUE SAJÓ EL TEJIDO SOCIAL
Una tarea imprescindible será escuchar esa historia que está sepultada en la calle y en los cuerpos. Después de largas décadas sin consi derar las vidas mínimas, se debe atender a lo particular, a la historia local; no es tiempo de grandes discursos, sino de atención a lo pe queño que, sumado, va formando comunidad.
Tenemos la posibilidad de soñar un Chile que acoja la enorme diversidad de culturas que conviven en el territorio común, que abra
Reparar en la cantidad de términos que se han ido abriendo camino y conquistan áreas que parecen lejanas, reparar en cómo fueron permeando, colonizando la cultura o en la educación, la salud. ¿Por qué debiésemos ha blar de consumidores culturales o industria cultural, o déficit hospitalarios o clientes en clínicas y escuelas? En estos meses de pande mia es determinante cómo nos enfrentamos a una situación extraña y remecedora: todo el aparato informativo vomita números. La muerte es un número, los cuerpos enfermos son números. Sabemos que podemos armar un nuevo pacto social porque el trato inhu mano todavía nos asombra, todavía no cru
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zamos la barrera de la indiferencia. Estamos en un momento crucial en que podemos desbancar una legitimada forma de palabreo, esa que ha ido oscureciendo y degradando otras. Como la poesía, o la filosofía.
Se fue formando una masa de palabras para guiar al rebaño ―digámoslo así―, llevándolo a considerar que solo aquello que nos trae éxi to dentro del sistema nos define: si logramos tener, depositar, cuantificar, es que hemos lo grado «ser alguien». Todo lo que queda fuera de las cifras es puesto en duda, marginado. Se constituye un espacio de solos que compiten, que van desdibujando los límites de los valo res que traían generaciones anteriores, se va difuminando la frontera entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto.
Heidegger enseña que la palabra es la casa del ser. De modo que si el lenguaje se desmo rona, se desmoronan modos de pensar y de existir. El lenguaje es un tejido fino y sedoso en el que se da forma al mundo.
En un país que fomenta la competencia y el individualismo, las palabras se van sumando a ese paradigma y ahondan en la brecha, la rotura de las confianzas. Entonces, el nuevo
pacto social buscará cómo decir un país que privilegia otra manera o maneras de ser humano, donde es más importante la persona que los bienes y es más importante armar for mas de ser con los otros, una celebración de estar juntos, una forma de resolver los problemas en forma comunitaria.
RESPETAR EL HABITAR DE LAS COMUNIDADES
Se trata de una misión preciosa: es constituir lo que queremos, fundar una sociedad distin ta, diversa, plural. Desde los principios bási cos, la idea es sembrar la metáfora de lo que realmente tiene valor considerando quiénes somos, quiénes queremos ser y cómo quere mos habitar estos lugares.
Crear un nuevo contrato social exige revi sar y conocer las distintas comunidades que componen un mapa del que solo se han dibuja do los contornos generales. Habrá que ir componiendo con las voces de sus representantes, las vidas ignoradas de tantas localidades para situarlas en relieve.
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Hasta ahora no había espacio para pensar el desarrollo desde las especiales formas de vida en las provincias, por ejemplo. Más bien formábamos parte de un país cuyas leyes im piden maneras de relacionarse en forma ar mónica con la naturaleza/el medio natural, que dificultan el organizarse, que no permiten que las pequeñas y dispersas comunidades re suelvan sus problemas de acuerdo a su manera de entender la realidad. Volver al respeto por la propiedad comunitaria y resguardar bienes esenciales como el agua, el mar, las semillas. Que no pertenezcan a privados. Pensar Chiloé (de nuevo la lírica) como metonimia, como un espacio político, territorial: que permita a to dos tomar decisiones ligadas a sus problemas específicos y vinculadas con el patrimonio. Resguardar la riqueza humana y natural por medio de la voz ciudadana reunida, consejos de ancianos que toman decisiones atingentes a la comunidad. Y todo esto en permanente diálogo, atentos a la evolución del tiempo en otras latitudes. Somos parte de un sistema mayor y complejo, eso hay que considerarlo. Quiero decir que no somos, o no debiéramos ser, los vivientes del sur, los defensores de una
visión bucólica; no somos y no debiéramos ser los guardianes de un supuesto paraíso natural donde los seres humanos son mejores que en el centro o las grandes urbes. Más allá de los estereotipos y prejuicios nuestro esfuerzo ha de ser «decir el sur», pero uno diverso, con las puntas afiladas, con todas sus impiedades y también maravillas.
Entonces, los constituyentes habrán de respetar la diversidad y defender las particu laridades de los territorios a la hora de pensar en las políticas públicas. Cuidar que la toma de decisiones políticas considere siempre los valores y voces locales.
Se requiere disponer la mesa para que sean los invitados los que hablen. Disponer el en cuentro, pulir las palabras y celebrar con ellas un encuentro.
EL PORVENIR NUESTRO ESTÁ ALLÁ ATRÁS
Quiero pensar en el ejercicio de la memoria como patrimonio. Más allá de las huellas ma teriales, de los objetos o construcciones que son señas de una determinada cultura (tam
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bién importantes de considerar), pienso en las manifestaciones afectivas, emotivas, que fueron conformando el tejido cultural de nues tras distintas culturas. Todos esos elementos que parten de la gente y han dado cuerpo a un imaginario particular, una forma de entender el mundo que es significativa e identificable frente a otros modos de ser y vivir.
Hay tantas comunidades que se fundan sobre una masa de palabras no dichas, de un silencio preñado que sostiene la lengua. Que mira a los que no están, que los sigue recor dando. La palabra es un gesto límite, signos que permiten fijar el escurridizo tiempo, el aire, ciertas formas de mirar, contar, amar. Cuando se van los antiguos, ¿qué queda de sus palabras? ¿Cómo se decía…?
Su espíritu se fundió con el de todos los de sus antepasados y ese denso aliento permane ce suspendido en la composición del aire nues tro. Respiramos el polvo dorado de los que no están, somos ellos en la finísima materia que se adhiere a las fosas nasales, que entra en oleadas al aterciopelado paisaje interior.
Detrás de nuestros gestos, entonces, repo sa el silencio espeso que heredamos. Enormes
territorios de palabras perdidas y con ellas, un mundo por decir: ¿cómo nombraban el goce de ver encenderse los ñires? ¿Cuál era la forma en que compartían el milagro de ver abrirse los fiordos frente a ellos? ¿Cómo de cían la majestad de los hielos, la dulzura de un canal manso? ¿Cuáles eran sus palabras para el amor? ¿Se demoraban nombrando el paisaje del deseo o solo respondían a la urgen cia de la carne? ¿Tenían voces para el miedo, para la profunda indefensión de sus cuerpos desnudos? ¿Cómo sentían el aire purísimo, la suavidad de las aguas, la enormidad de los ris cos? ¿Nombraban de cuántas formas al viento que doblaba las copas de los árboles, al que sil baba furioso alrededor de su choza, al que les murmuraba mensajes de sus muertos al oído? ¿Cómo señalaban el azul de todas las formas que el agua y el hielo desplegaban?
Toda esa materia vital, el encuentro pri mario con un mundo imponente, de belleza extrema, no ha desaparecido. Todo ese tejido de voces da forma a la sombra que nos sigue, aunque no queramos verla/sentirla.
Es central el reconocimiento de las cultu ras ancestrales. Reconocer y abrazar nuestra
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historia que sabemos milenaria.
El derecho a la cultura es interdependiente de otros derechos como la educación o la autodeterminación, que permitirá que cada territorio responda a sus propias necesidades y formas de vida. Así no volverán a perderse ricas tradiciones o manifestaciones culturales por el obligado cambio de vida de los habitan tes, según modelos impuestos que nada tienen que ver con su propio proceso histórico.
desde las voces antiguas de nuestros pueblos originarios. Se trata de pensar un país que respeta su espacio natural y convive armo niosamente con las especies que no son suyas, sino parte de un ecosistema que a todos nos permite vivir y prosperar.
LA DICHA DEL AGUA
Estamos compuestos de agua. Esta es la gran metáfora sobre la que se funda la idea del país que queremos armar: aquello que es vital no puede ser objeto de transacciones comerciales ni estar expuesto a la propiedad, no se puede privar de su uso o beneficio a nadie. Cualquier diálogo posible, parte del cambio del eje que sostiene la estructura del cuerpo total del país y esa imagen del agua, la fuente de vida, nos recuerda que hay temas intransables.
Como zahoríes buscando sentido, el con cepto del «buen vivir» fluye fresco y nutritivo
Hemos visto la dicha del agua evaporar se, hemos visto camiones aljibes repartiendo litros en casas, a los animales sedientos ba beando en las pampas. No puede hablarse de progreso si hay familias que no tienen agua potable. No se puede hablar de desarrollo si el agua tiene propietarios y si la explotación de algunas empresas contamina nuestro líquido vital.
Caminando hacia el buen vivir, con el agua como elemento primordial para el ecosistema, avanzamos hacia todo aquello que representa la dignidad que tanto se ha pedido/exigido en las calles: respeto a los derechos humanos, ha bitación, trabajo, jubilación, salud igualitaria y de la mejor calidad posible.
Los derechos sociales básicos están contenidos en esta metáfora esencial. Sin esta agua propia de la vida no es posible siquiera pensar en el porvenir.
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INTERCAMBIAR SABERES QUE NOS AYUDEN AL BUEN VIVIR
Y entrar de lleno a pensar en una educación que piense orgánicamente en otra forma de enseñar, de aprender los saberes de las comunidades y al mismo tiempo dialogar con el mundo abierto fuera de nuestros territorios. Hay experiencias aisladas, hay esfuerzos par ticulares, pero falta una orientación general, una columna vertebral que nos sitúe en el fu turo sin abandonar la rica cultura ancestral. Dibujar un país que cuide a sus ciudadanos dándoles educación pública de calidad, que les garantice una formación y un derecho a la felicidad. Formar almas como decía Gabrie la Mistral y no trabajadores para la economía o intereses empresariales. Sin colegios que ahonden la desigualdad y la separación entre sus ciudadanos.
Una educación pertinente nos impulsará a soñar un sur libre y soberano. Que tiene con ciencia de sus orígenes y desde allí se dispara, respondiendo con imaginación, reflexión, creatividad, al necesario diálogo con otros territorios.
Para que exista un verdadero desarrollo, la educación tiene que participar formando ciudadanos críticos, responsables, comprome tidos, que se sientan llamados a compartir el bien común aun desde los lugares más remo tos, no en la estrechez con que se estigmatiza lo provinciano, sino en la capacidad de com partir el destino de pertenecer a un territorio que se recrea constantemente.
EL ARTE, UN PAN EN TODAS LAS MESAS
El arte es fundamental a la hora de recoger nuestra memoria patrimonial. En estos días de peste nos ha quedado claro que necesita mos de las resoluciones colectivas, de la unión y la cooperación comunitaria. No es en sole dad como podremos vencer esta pandemia, sino en conjunto, entre todos. Tal vez sea la oportunidad para volver a pensar en nuestra cultura ancestral, tan llena de recursos, para resistir en entornos duros con un clima feroz. Sostener el ánimo, la energía, la pasión aun en medio de una pandemia, fue una labor de todos: hablar desde la esquina y señalar «allá
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está el porvenir que soñamos» mientras la ca lle mostraba su cruda carne de desesperación y desamparo.
Es necesario un arte que comunique, abra canales de exploración para reconocernos y comprender el mundo que habitamos. Ese goce profundo del descubrimiento no puede estar concentrado en élites o tratado como suntuario; tiene que garantizarse un acceso universal a todas las expresiones artísticas y a los espacios públicos liberados para el libre de sarrollo de las artes. Puesto que las expresio nes artísticas son reflejo de nuestras culturas, creemos que los artistas y actores culturales deben ser parte de nuestra familia, de nuestro presente y nuestro porvenir.
Desde los espacios locales, la creación artís tica tiene desafíos propios. Hacer arte desde las provincias nos exige una alerta constante para no caer en folclorismos, pero tampoco puede ser complaciente con sus propios cote rráneos que igual trampean con la idea de la belleza superior de nuestro territorio.
El tejido cultural del que formamos parte es complejo y representar su densa carne es un reto, por eso es tan importante borronear
la idea de un centro que administre la legiti midad de los discursos. El reconocimiento del valor que tienen las distintas obras es esencial para el desarrollo artístico desde las diversas culturas que componen nuestro largo país.
Queremos un país donde esté representada toda la riqueza del gran tapiz que somos. Desde octubre del 2019 asistimos al desplie gue de una cultura colorida, rica en ternuras ancestrales, antiguas memorias que buscan las formas de sanar las heridas que provoca un sistema injusto: escuelas de rock, mura lismo, danzas pintadas, música, poesía, toda una resistencia que ha servido para hilvanar esta fuerza vital que ahora debe ser declarada y valorada en el nuevo pacto social.
Reconocer, entonces, la diversidad que so mos y permitir que se desplieguen cuerpos, imaginarios, territorios, enriqueciendo la vida comunitaria, es nuestro empeño hoy. Como un archipiélago unido por las aguas de una cultura común.
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EGON MONTECINOS
© Eduardo
Mardones y Carlos Toledo mr | 194
por Stefano Michelet Dellamaria
«La
reforma a la descentralización se parece mucho a la Hidra de Lerna:
le
cortaron la cabeza al intendente y aparecieron el gobernador regional y el delegado presidencial»
MONTECINOS
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Egon Montecinos Montecinos es uno de los máximos expertos chilenos en descentraliza ción. Vive en Valdivia, pero nació en Pichi rropulli, una localidad rural de la comuna de Paillaco, que en mapudungun significa «pueblo pequeño». Académico de la Universidad Aus tral, fue intendente de la región de Los Ríos entre el 2014 y el 2017. Es un fanático del re gionalismo y de Colo-Colo: «En el fútbol y en el amor no importa descentralizar», nos acla ra de inmediato. Se define como un «animal territorial» porque se movió durante casi toda su vida en un radio de doscientos, trescientos kilómetros a la redonda. Como si Pichirropulli fuera su centro de gravedad. Inquieto con los temas de la política, es irónico para expresar sus ideas y usa muchas metáforas para hacer comprensible la jerga académica. «Cada acto público debe ser un acto de pedagogía», afir ma. Como de costumbre en estos tiempos, nos encontramos en una plataforma virtual, a la distancia, para conversar sobre territorio, regionalismo y descentralización.
¿CUÁNTO HA INFLUIDO LA VIVENCIA DEL PUEBLO CHICO EN TUS BÚSQUEDAS
PERSONALES Y PROFESIONALES?
Ha sido fundamental para darle un sello a lo que investigo, hay mucho de proximidad en mi vida y en la agenda de investigación que desarrollo. Por ejemplo, el estudio de caso siempre es mi método. Y en la dimensión de mocrática igual; me crie en dictadura, nací en 1973, y me acuerdo que viví ahí hasta los veintiséis. Entonces, gran parte de mi vida la viví en un pueblo chico en dictadura y veíamos de manera muy periférica la política global, pero sucedían cosas que eran propias de ese tiempo, como el soplonaje. Afortunadamente, en el pueblo no hubo desapariciones, estuvo cerca. Pero mucho soplonaje, líderes políti cos a los que no les resultaban las cosas por ser de territorios marcados, en la periferia. Todo esto ha definido mi investigación y mi forma de ser, las relaciones cara a cara son fundamentales.
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¿Y EN LA POLÍTICA?
En lo político también, uno de mis sellos fue darles un lugar protagónico a los sectores apartados, alejados. La política para mí siempre ha sido una tangente, está ahí porque la estudio ―especialmente los temas locales y regionales―, me gusta, pero para observarla, jugar cuando se puede, pero no para hacerla una forma de vida. Ahí me falta algo, quizás lo que para algunos se llama ser un «animal polí tico». Debe haber algún gen o algún virus que se te mete y te transforma en animal político y hace que te dediques a eso toda tu vida. Yo me considero un animal político, pero un gato, no un león. Me meto cuando puedo, cuando quiero y por supuesto cuando me invitan. No acostumbro meterme donde no me invitan, cuando me nombraron intendente no me fui a ofrecer a La Moneda. Me apasiona mucho más investigar, sistematizar, explicar, comprender procesos asociados a todo eso que se juega en la política. Me siento como esos comentaristas deportivos que tuvieron la posibilidad de jugar
a la pelota. Tuve el privilegio de ejercer el rol de capitán del equipo acá en la región donde nací y me crie, siendo un hijo de la periferia. Eso me emociona. No tengo ganas incontro lables de volver a la política, tampoco una negación de lo que hice, muy por el contra rio, estoy orgulloso de haber implementado innovaciones en democracia participativa que quedaron, como el Fondo Regional de Inicia tiva Local Participativo.
¿CÓMO CREES QUE LOS CIUDADANOS DE A PIE ENTIENDEN LA NOCIÓN DE TERRITORIO?
Explicar el territorio es complicado, porque en el imaginario está asociado a la comuna, a la provincia, a la región. Es decir, a límites administrativos, no a construcciones sociales. A veces la gente lo asocia a «identidad». En tonces las personas no lo conceptualizan como territorio, sino a «cómo somos en regiones»: el chilote, el valdiviano, el unionino, el riobue
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nino, etcétera. Nosotros, los regionalistas, les agregamos otros elementos: el poder, lo económico, las vocaciones productivas. Y ahí ya se me pierde la ciudadanía. Cuando hablas de territorios ganadores, perdedores, competitivos, la gente se pierde y nosotros también. En general el regionalista tiene un problema grande: no sabe explicarle a la gente de Liquiñe, Neltume, de Pichiquema, de los territorios apartados, qué diablo está defendiendo de su vida cotidiana. Como re gionalistas tenemos una misión: ciudadani zar esto para que sea efectivamente un tema de agenda pública, no de élite.
¿NO LOGRA ENTONCES EL MOVIMIENTO REGIONALISTA CONECTAR CON LA CIUDADANÍA?
Creo que no. Una de las críticas que les hago a los movimientos regionalistas en Chile y a quienes estudiamos el regionalismo es que estamos plagados de hombres y se pierde la dimensión femenina del territorio, que tiene mucho que ver con la proximidad,
con las señales del día a día, con la capaci dad de diálogo permanente. En general, la masculinización de la política tiene que ver con la imagen del gerente preocupado de los grandes temas; ese ideario, en mi con cepto, está en retirada. Ricardo Lagos es la expresión de eso, pensando al país en cin cuenta años más. Hoy la gente en regiones quiere, además de eso, otra cosa: escucha y solución a sus problemas. El movimiento regionalista en Chile también es elitista y no traduce sus conceptos en el lenguaje de la vida cotidiana, no logra seducir al habitante común de regiones. Si ya el tema de la des centralización es de élite, los regionalistas lo hacen aún más. No saben explicar, y digo «no saben» porque a mí me gusta explicarle a la gente qué es esto del regionalismo y la descentralización. Pero tampoco es un tema que a la gente le seduzca mucho, como para que se tome la sobremesa de un almuerzo familiar el día domingo o una conversación entre amigos con el asado. El tema no está ahí: hoy importan las pensiones, la educa ción gratuita, la mala calidad de la salud, la corrupción en la política, etcétera.
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A PROPÓSITO DE ESTO, EL ESTALLIDO SOCIAL DEL 2019 SE PUEDE ENTENDER COMO UNA CRISIS DE LO COTIDIANO. ¿CUÁNTO CONTARON LAS REIVINDICACIONES TERRITORIALES? ¿FUE LA DESCENTRALIZACIÓN UN TEMA?
No mucho. Sería muy fanático si te dijera que la descentralización fue parte de los diez te mas que estaban en la agenda pública al mo mento del estallido social. Probablemente, fue en la racionalización del estallido social cuando aparecieron los alcaldes y otros líde res políticos diciendo que el centralismo los tiene agobiados y que también en regiones van a protestar. Pero acá en Valdivia, en Puerto Montt, la gente protestaba porque la salud, la educación, las pensiones son miserables. Por que el petróleo, la bencina, está allá arriba. No fue el tema central. Cuando en noviembre de 2019 se firmó el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, allí recién se racionaliza ron los problemas que teníamos acumulados.
Sin embargo, era un tema que desde hace un par de años estaba en la agenda política, luego de que se discutiera y aprobara ―en
2017― una reforma descentralizadora. El tema estaba tan aislado que fracasó. Fracasamos. La reforma a la descentralización se parece mucho a la Hidra de Lerna: le corta ron, metafóricamente, la cabeza al intenden te y aparecieron el gobernador regional y el delegado presidencial. Este último es la ex presión del centralismo, de negarse a perder poder, control. La presidenta Bachelet planteó la elección directa de la principal autoridad regional, el intendente. En ese entonces, lo único que no se definió descentralizar fue la cuestión de la seguridad interior, ahí estamos todos de acuerdo. Pero solo eso, no la gestión y la coordinación de los servicios. Y hoy día el delegado tiene capacidad de gestión de servi cios públicos: significa priorizar agenda, de signar y coordinar seremis, ser el responsable político de vialidad, de los caminos indígenas, etcétera. Ahí fracasamos como centroizquier da. El problema es que en esta materia de la descentralización el progresismo es muy con servador en Chile. Yo me considero progresista, de centroizquierda ―no de izquierda―, pero parezco ultraprogresista al lado de estos gallos que son muy conservadores a la hora de
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distribuir poder en el territorio. Jaime Quinta na, Guido Girardi, por ejemplo, u otros como la mayoría de los senadores democratacristia nos, algunos socialistas. La mejor expresión de lo que te estoy diciendo es que en el Senado la bancada regionalista es transversal, desde la udi hasta el Frente Amplio, pero es minorita ria. Ese es el progresismo en Chile.
MUCHOS DICEN QUE TENDREMOS UN «MONSTRUO DE DOS CABEZAS» CON EL GOBERNADOR REGIONAL Y EL DELEGADO PRESIDENCIAL COGOBERNANDO. ¿CÓMO CREES QUE SE CONSTITUIRÁ EL NUEVO ESQUEMA DE GOBERNANZA REGIONAL? ¿COLABORACIÓN? ¿COHABITACIÓN TENSA? ¿CONFLICTO ABIERTO?
Primero, yo creo que no va a ser un mons truo de dos cabezas. Las regiones nunca han sido monstruos, son ovejitas. Se van a poder dar diversos escenarios, va a depender mucho del territorio, de cómo son las dinámicas políticas de las regiones. Yo me imagino que en territorios que tienen menos
exposición mediática, menor importancia país, podría haber mayor colaboración. En los sectores donde la ciudadanía tiene un rol protagónico en la gestión pública puede haber más colaboración, porque puede ser el cable a tierra y decir: «Oigan, déjense de pelear y preocúpense de los temas impor tantes». Pero en Santiago va a existir un problema de cohabitación política muy im portante. Por más o pocas atribuciones que tenga el delegado, ahí vas a tener una diná mica política nacional instalada en la región Metropolitana, que es muy conflictiva en temas de orden público. El gobernador re gional va a ser un jugador de veto que se va a unir mucho con la ciudadanía, va a estar en sintonía con sus demandas. Y el delegado va a ser un «presidente chico» para disolver marchas, etcétera, como lo era el intenden te, pero con menos exposición mediática.
¿DÓNDE SE ORIGINA ESTE PROBLEMA?
Yo creo que lo complejo acá es que la función de gobierno no se deja completamente esta
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blecida en el gobernador regional, se com parte. La legitimidad ciudadana claramente está del lado del gobernador, pero una par te de la capacidad de gestión va a estar por el lado del delegado, primero. El delegado puede nombrar a los seremis, es el encargado de coordinar a los servicios públicos desconcentrados y deberá hacer presente a las autoridades nacionales competentes las necesidades de la región de manera oportu na. Es una gran fragilidad de este modelo, que creo va a producir relaciones poco coo perativas.
Ahora, el paso había que darlo con otros pa sos secundarios que no se dieron, como, por ejemplo, dejar al delegado presidencial redu cido a funciones de seguridad interior o de fiscalización de servicios públicos. Así era el diseño original de la reforma: que coordinara las policías, extranjería y fiscalizara si un seremi anda dejando en la mañana al hijo o hija en la escuela con el auto fiscal o si maneja tomado. Fiscalizar, que es distinto a coordinar. Ahí creo que está la principal falencia de la reforma política.
¿Y A NIVEL FISCAL?
¿SE PUSO LA CARRETA POR DELANTE DE LOS BUEYES AL COMENZAR POR LA ELECCIÓN DE GOBERNADOR REGIONAL, CUANDO HAY UN CONJUNTO DE CUESTIONES QUE AÚN NO ESTÁN REGULADAS?
Si aplicamos la teoría secuencial de la descentralización, somos un país atrasado en términos de descentralización política. Por lo tanto, yo creo que había que dar este paso.
Después debería haber venido la parte fiscal: aumentar el fndr (Fondo Nacional de De sarrollo Regional) o fortalecer la capacidad de decisión del gobernador para cambiar partidas presupuestarias de recursos que ya están asignados centralmente. Pero no, sigue siendo el ministro. En mi concepto se debía dar el paso, pero se dio de manera in completa. Como dice el colombiano Leyva Botero, la mayoría de los procesos de des
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centralización en América Latina fracasan porque le dan mucho énfasis a la autonomía política y poco a las relaciones entre los ni veles de gobierno.
Y transmitamos este mensaje: si vamos a seguir con un modelo unitario, el delegado presidencial no tiene por qué tener atribu ciones de gestión.
¿LA RECIENTE REFORMA ES EL TREN POSTRERO? SI NO FUNCIONA, ¿TENDRÁ SENTIDO SEGUIR HABLANDO DE DESCENTRALIZACIÓN, LUEGO DE DÉCADAS DE PROMESAS INCUMPLIDAS?
¿ES EL FEDERALISMO UNA VÍA POSIBLE?
Si no hubiese existido el proceso constitu yente, mi respuesta habría sido que hay que probar y profundizar esta reforma, al menos durante uno o dos períodos, y hubiese in sistido mucho en reducir las funciones del delegado presidencial. Pero con el proceso constituyente, creo que esta reforma tiene muy poca vida. De hecho, he evitado todos los llamados de los regionalistas a mejorar la. Es una guerra pirriana que yo no estoy dispuesto a dar. La gran batalla se está dando por allá en la constituyente, ¿y nosotros queremos ir a dar una pequeña batalla? Me jor incidamos en lo constituyente, hombre.
Si vamos a pasar a un modelo federal, asig némosle un propósito. No como el federalis mo de los argentinos, de los venezolanos, de los brasileños, que no lo tienen. Nosotros sí podríamos construir un federalismo con pro pósitos, como la reivindicación indígena, la desigualdad territorial. O avanzar en un mo delo regional como el italiano, el español o el colombiano, que me gustan mucho. He con vencido a un par de amigos a que incidamos en el proceso constituyente y que dejemos que esta reforma avance. Que Piñera pase a la his toria en este tema como lo hace en los otros, es decir, implementando algo que nunca qui so apoyar. Hay que tener los ojos puestos en la gran batalla, no insistir tanto en mejorar esto, creo yo, porque este gobierno no tiene vocación por mejorarla.
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EN UNA RECIENTE COLUMNA ESCRIBISTE QUE DESCIFRAR LA IDEA DE DESCENTRALIZACIÓN EN CIERTOS ACTORES POLÍTICOS ES IGUAL A
DESMENUZAR LA IDEA DE «PAZ PARA EL MUNDO», DADO QUE TODOS QUEREMOS PAZ, PERO ALGUNOS LA QUIEREN A PUNTA DE «BALA Y TANQUE». ¿CÓMO RECEPCIONA LA INSTITUCIONALIDAD POLÍTICA REGIONAL ESTE PROCESO? ¿SERÁ CAPAZ DE CONSTRUIR POLÍTICAS PÚBLICAS SI NUNCA LO HA HECHO REALMENTE?
Sin proceso constituyente, hubiésemos teni do que hacer un gran esfuerzo. Con proceso constituyente, los únicos que la van a pasar mal en términos políticos son los nuevos go bernadores regionales. Van a tener tres años… olvídate: el primer año no van a tener presu puesto propio, recién el segundo año van a elaborar su presupuesto. Solamente en 2023 los gobernadores elegidos ahora van a tener su sello. Y el 2023 capaz que tengan que re hacer la estructura organizacional regional. Este primer período va a ser horrible. Yo creo
que la institucionalidad política no ha discuti do cuál es el propósito que le quieren dar a la distribución del poder en el territorio. ¿Qué queremos resolver? Todo el espectro político, de izquierda a derecha, quiere descentralizar. Pero cuando tú comienzas a conversar con políticos de derecha y les dices: «Ok, pero ¿en qué consiste tu idea? ¿Vas a aumentar el gasto subnacional de 14,5 % a 27 %, para ponernos a la par de la ocde?», te responden: «Mira… sí, pero con instrumentos que permitan sos tener el control del centro». Bueno, entonces tú no quieres descentralizar, quieres seguir administrando las formas de distribución territorial del poder político que instauró la Constitución de 1980, que produce actores subnacionales débiles. La dictadura quería te ner competidores débiles a nivel subnacional en la salud y la educación para que el merca do hiciera lo suyo. Colombia tiene un mode lo neoliberal como el nuestro, pero también Estados regionales tan fuertes que financian las universidades regionales hasta el 70 %.
¿De qué estamos hablando cuando hablamos de descentralización a nivel territorial? ¿Del modelo chileno perfeccionado, es decir, sin
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gobierno regional fuerte, para que el mer cado entre y haga lo que quiera? No, ahí es donde la derecha no quiere y la izquierda se queda pasmada. La distribución territorial del poder político es ideológica. La institucionali dad política local poco ha procesado esto, y los regionalistas también: cuando te pones agudo emerge su visión conservadora, apocada, de quien ha tomado la descentralización como un eslogan. «No te pongas comunista, no te pongas extremo», me dicen. De inmediato aparece ese complejo de hablar de ideología, de hablar de política en los temas políticos te rritoriales. Es como si un futbolista te dijera: «Ya po’, no te pongas jodido. No hablemos de fútbol, no futbolicemos la discusión». Es un poco contradictorio.
MUCHO SE HABLA DEL CLIENTELISMO EN LAS MUNICIPALIDADES Y POCO DEL CLIENTELISMO EN LOS GOBIERNOS Y CONSEJOS REGIONALES, A LA HORA DE DISTRIBUIR LOS RECURSOS DESTINADOS AL TERRITORIO. ¿ESTE PROCESO AYUDARÁ A CAMBIAR CIERTAS DINÁMICAS?
Sería muy optimista si te dijera que sí; pero al menos le va a hacer algo de contrapeso a la captura política de los intermediarios con el gobierno nacional, que son hoy día los par lamentarios y algunos alcaldes con más peso. Pero no creo que con esto se sane el clientelismo político, incluso lo puede llegar a reprodu cir. Pero este es un análisis más de aula, por que si lo dices públicamente los detractores del proceso te van a decir: «¿Viste? Va a ser lo mismo». No se va a acabar la captura polí tica y el caudillismo que hay en regiones, pero las fuerzas políticas se van a descentralizar de alguna forma, van a haber bolsones electora les en que van a tener que ir a negociar y no a imponer. Probablemente esto va a llevar a que descentralicemos también los partidos políticos. Por ejemplo, hoy día, para inscribir a un candidato de la comuna de Maule, Cal buco o San Juan de la Costa, al candidato a concejal de esa comuna lo tiene que inscribir su presidente nacional del partido, en Santia go. Es decir, el presidente regional no tiene ninguna incidencia, al menos formal. Eso es una distorsión, porque si hubiera una reforma política que define que los partidos a nivel re
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gional pueden llegar a acuerdos e inscribir los candidatos en el Servel regional, otra cosa pasaría. Se comenzarían a empoderar las élites regionales, que hoy día no pasa. Una reforma de este tipo ayudaría a hacer contrapeso.
¿ES LA ESCALA REGIONAL UNA BUENA ESCALA PARA DESCENTRALIZAR? CREO QUE ES UNA DIMENSIÓN ENGAÑOSA, DIFÍCIL DE COPAR PARA LA SOCIEDAD CIVIL. ¿QUIÉNES TIENEN LA POSIBILIDAD
O LA CAPACIDAD DE SER ACTORES A ESCALA REGIONAL?
Otra vez: depende del propósito. Cuando se crea la Corfo, se territorializa el país. Diseña territorios de planificación económica para reconstruir Chile. Luego la Odeplan hace lo suyo, pero también con una lógica de arriba hacia abajo, para el desarrollo económico. La dictadura persigue la seguridad interior y tiene fines geopolíticos. Nunca hemos construido territorios con fines democráticos a nivel regional, jamás. Las demandas de Los Ríos, de Ñuble, las que se están fraguando
en Aconcagua, son demandas provincia les. Yo tengo una tesis, de que ―en una de esas― con la constituyente vamos a volver a las veinticinco provincias, que fueron las que generaron identidad y son capaces de cohesionar. Pero nunca el propósito ha sido empoderar territorios, nunca habíamos ele gido autoridad regional. No hay rendición de cuentas. En Chile las diferencias se dan a nivel comunal, no a nivel regional. Mi respuesta no es taxativa, exhaustiva, pero claramente nunca hemos tenido la posibili dad de construir territorios regionales desde abajo, si no, hace rato tendríamos federalis mo o un Estado regional. Las regiones siem pre se han construido desde arriba, y esa es su gran dificultad para tener élites políticas y sociedad que las sostengan. Entonces la actoría social es más comunal. Mi esperanza es que los gobernadores sean gatillantes de identidades regionales.
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© Felipe Contardo y Antonio Chaparro
LA CULTURA EN TIEMPOS CONSTITUYENTES
I. LA CULTURA COMO FUERZA TRANSFORMADORA
El mundo de la cultura ha jugado siempre un rol muy relevante en todos los grandes avances en favor de una sociedad más democrática. Basta recordar los años sesenta y setenta, momentos de una verdadera explosión creativa en los más diversos ámbitos, y también los ochenta, donde las más diversas expresio nes culturales se entrelazaban en la protesta social contra la dictadura. Como entonces, desde octubre del 2019 podemos ver cómo la calle en insurgencia se expresa en los muros de la ciudad, la música, la poesía, la fotografía, el teatro, el audiovisual, etcétera. Canciones como «El derecho de vivir en paz» o «El baile de los que sobran» vienen a transformarse en símbolos del movimiento, himnos contra la brutal represión, puentes también entre diversos momentos
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por Paulo Slachevsky | fotografías Cristián Labarca
históricos donde la esperanza se refleja en las voces y en el brillo de los ojos de las y los manifestantes.
Lamentablemente, como sucedió en los años ochenta, los sectores populares, la calle y la cultura misma, verdaderos motores de los cambios, quedan de lado, y en la institu cionalización del nuevo período se les asigna un rol totalmente secundario. Meros espec tadores unos, teloneros los otros.
En el momento constituyente que vivimos no debemos repetir la misma historia. Ni los sectores populares ni la cultura pueden quedar ausentes si queremos hacer realidad los anhelos de una vida digna que reclama el país. No pueden ser una vez más los mis mos de siempre, los que han administrado el modelo por más de tres décadas, quienes dominen la constituyente. Y no se trata solo de un tema de forma, de asignarles espacios en la Convención Constitucional a represen tantes de los movimientos sociales, de los pueblos indígenas o al mundo de la cultura. Es un tema de fondo, del país que queremos y de las posibilidades de construirlo que nos otorgará la nueva carta magna.
La cultura, en su sentido amplio como en su sentido referido a las expresiones culturales propiamente tales, es básica para avanzar hacia una sociedad más justa, fraterna, igua litaria y libertaria. Requerimos un profundo cambio cultural en la forma de hacer política, en la manera de relacionarnos con la natura leza y con el prójimo, liberándonos de la cul tura de la competencia, de la dominación, de la cultura de explotación de unos sobre otros, de la cultura patriarcal.
Los desafíos de la cultura, como del libro mismo, son transversales a muchos de los de safíos que enfrentamos como país y es fun damental integrarlos en un lugar central de nuestra vida política y social. La educación que tenemos, la baja participación democrá tica, nuestra condición de simples exportado res primarios donde domina la lógica extrac tivista que arrasa con la naturaleza, la brutal desigualdad, están estrechamente vinculadas a déficits culturales y a una mentalidad polí tica que reduce la estrategia de desarrollo a una serie de índices macroeconómicos. ¿Es acaso posible pensar en una real democracia sin sujetos activos, pensantes, críticos; me
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jorar nuestra educación sin elevar los nive les de comprensión lectora; romper el cepo que nos limita a exportadores primarios sin fomentar una ciudadanía creativa y produc tora que pueda potenciar toda la riqueza de nuestras mentes?
Parafraseando a Antonio Gramsci, quien señala que «somos todos intelectuales» en sus notables Cuadernos de la cárcel, somos todos creadores, productores culturales. Todos te nemos una mente capaz de tener su propia visión del mundo, «participar activamente en la producción de la historia del mundo, ser guías de sí mismos», si logramos liberarnos de «una concepción de mundo “impuesta” mecánicamente por el ambiente externo, y por lo tanto por uno de los tantos grupos so ciales en los cuales cada cual se encuentra au tomáticamente incluido desde su entrada en el mundo consciente». Para una vida digna, es fundamental potenciar esa capacidad de ser sujetos activos, constructores de la vida cultural, social y política. Como individuos, comunidades y como países.
También, para evitar reflujos reacciona rios, como en los años treinta del siglo xx,
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como hoy en día con los Trump y Bolsonaro, hay que democratizar la cultura, el libro, hacerla accesible a todas y todos, no solo a las élites. Lograr una mayor densidad cultural en el conjunto de la población, activar todas las mentes, no solo es un buen antídoto contra las demencias, sino también contra el auto ritarismo y la pérdida de sentido y valor de la democracia
Para un mejor vivir, un vivir con los otros y no contra los otros, con la naturaleza y no sobre la naturaleza, se requiere, de manera urgente, un profundo cambio cultural, po ner en un lugar central a la cultura, en toda su amplitud de sentidos como en sus expre siones concretas. Y ello debe reflejarse en la nueva Constitución, condición necesaria, aunque evidentemente no suficiente.
II. LA CULTURA EN LA NUEVA CONSTITUCIÓN
No es casualidad que en la Constitución del ochenta esté ausente la cultura, apenas aparece cuatro veces a lo largo del texto y
como un elemento sin mayor relevancia. Gran diferencia con las constituciones de países como Ecuador, Bolivia y Colombia, donde la palabra cultura está presente de manera transversal: ciento veintinueve en la de Ecuador, cinco de las cuales como diversidad cultural; veintinueve en la de Co lombia; noventa y nueve en la de Bolivia. Desde el mismo preámbulo y el artículo 1 de la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, vemos la importancia que se le da al concepto: «Bolivia se constituye en un Estado Unitario Social de Derecho Pluri nacional Comunitario, libre, independien te, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías. Bolivia se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico, dentro del proceso integrador del país». Más adelante, entre otras refe rencias, el artículo 98.1 señala: «La diver sidad cultural constituye la base esencial del Estado Plurinacional Comunitario. La interculturalidad es el instrumento para la cohesión y la convivencia armónica y equilibrada entre todos los pueblos y na
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ciones. La interculturalidad tendrá lugar con respeto a las diferencias y en igualdad de condiciones». Queda así explícita, en la misma Constitución, la radical importancia de la cultura. Se trata de un derecho básico, y no puede quedar a merced de los intereses y voluntades de los gobiernos de turno. De hecho, el derecho a la cultura ya está presente en los artículos 22 y 27.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948: «Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación interna cional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y cul turales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad»; «toda persona tiene derecho a tomar parte libre mente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el pro greso científico y en los beneficios que de él resulten», siendo considerado un derecho humano de segunda generación, protegido y garantizado por el Pacto Internacional
de Derechos Económicos, Sociales y Cul turales de 1966 de las Naciones Unidas, el que parte del concepto mismo de dignidad. Este señala: «Reconociendo que, con arre glo a la Declaración Universal de Derechos Humanos, no puede realizarse el ideal del ser humano libre, liberado del temor y de la miseria, a menos que se creen condiciones que permitan a cada persona gozar de sus derechos económicos, sociales y culturales, tanto como de sus derechos civiles y polí ticos».
Lamentablemente, en tiempos de he gemonía neoliberal, se tiende a confundir los derechos con el acceso, con el consu mo. Como si la participación democrática fuera solo el voto. En los mismos diálogos ciudadanos del proceso constituyente de Michelle Bachelet, la palabra cultura se reducía al derecho al acceso a la cultura. Pero es mucho más que un tema de acceso, el mismo pacto de 1966 reconoce el dere cho de toda persona a «participar en la vida cultural» y hace explícito la necesidad del «desarrollo económico, social y cultural». Es fundamental entender los derechos cul
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turales en un sentido amplio: a nivel per sonal; a nivel de las comunidades locales; a nivel de los pueblos, como es el caso de los pueblos indígenas; y a nivel de los países: el derecho a la protección y fomento de sus expresiones culturales.
Para hacer efectivo ese derecho a nivel de los pueblos y naciones, y haciendo frente a la concentración, la uniformización y do minio de un tipo de expresiones culturales que potencia el mercado, las que a su vez marginan y anulan las expresiones cultura les locales, se elaboró y aprobó la Conven ción sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales de Unesco del 2005. Esta ayuda a enfrentar una división internacional del trabajo que fortalece los tratados de libre comercio, que busca consolidar un modelo con países pro ductores a nivel intelectual y cultural mien tras otros, meros exportadores primarios, quedan como consumidores en la materia. Los países tienen el derecho y el deber de proteger y fomentar sus expresiones cultu rales, y eso es necesario consagrarlo en el texto constitucional.
III. LA CULTURA EN LA CONSTRUCCIÓN DE FUTURO
En tiempos de protestas y pandemia, cuando tanto se habla y condena la violencia de los manifestantes, encarcelando injustamente a muchas/os jóvenes cuya lucha posibilitó el momento constituyente presente, hay que ser conscientes de que hace tiempo vivimos cotidianamente en la sociedad toda, y en el ámbito cultural en particular, tres «pande mias» que han ejercido una violencia bestial sobre todas y todos, y sobre nuestras expre siones culturales:
• El colonialismo, y en particular el colo nialismo cultural, que ayer y hoy margina nuestra creación y producción cultural.
• La dictadura cívico-militar y su brutal re presión contra el otro, la crítica, el pensar y el arte, que provocó un abrupto corte en nuestro desarrollo político, social y cultu ral en el largo camino de conquista de los derechos, y cuya mentalidad represiva sigue instalada en la base legal y mental de nuestra institucionalidad y sociedad.
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Y el neoliberalismo, que entre otros ha mercantilizado la producción cultural, concentrando en manos de multinaciona les «lo que vende», enfatizando la lógica de la competencia y los concursos que termi nan anulando los sentidos de comunidad, excluyendo y limitando la bibliodiversidad como la diversidad cultural misma. Ese dominio tiende a desactivar igualmente el sentido liberador y trasformador del que hacer cultural, al reducirlo todo a simples mercancías. Toda la potencia cultural del qué se dice, se esfuma en la maraña del dónde y cómo se dice. Para revertir esas fuerzas poderosas que marcan nuestras mentes, se requiere pen sar y trabajar culturalmente en los diversos niveles, y sentar bases en la propia Consti tución, como un Estado social de derecho, plurinacional, democrático, garante de los derechos políticos, sociales, económicos y culturales, que proteja y promueva la diversidad de nuestras expresiones culturales. Es imprescindible revalorar la cultura y también a quienes se dedican a ello coti
dianamente, garantizando sus derechos so ciales para una vida digna, como la salud, la educación, la previsión, etcétera. Como país, una y otra vez celebramos a Gabrie la Mistral y Pablo Neruda, pero ¿cómo es posible potenciar nuevas y nuevos Mistral, Parra y Neruda si excluimos su creación porque no vende? Es urgente liberar a la cultura del mercado, fortaleciendo un eco sistema diverso y justo, que plasme en la Constitución la relevancia del tema y le dé continuidad en una institucionalidad cultu ral potente, que lejos de considerar un gasto los recursos en cultura, una pérdida, se asu ma como una apuesta de presente y futuro para la comunidad que construimos, en un pilar central de la estrategia de desarrollo del país, que nos permita salir de su lógica extractivista. Que integre transversalmente los desafíos culturales en la institucionali dad toda, como por ejemplo en el Ministerio de Educación, el cual debería jugar un rol central, enfrentando el colonialismo cultural que le domina, valorando la creación propia y de países hermanos. Como decían las huelguistas de la industria del textil a
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principios del siglo xx, queremos pan, pero también rosas. La cultura es el espacio para que florezcan las rosas.
Basta en tal sentido de seguir gastando en tanques, carros y tecnología para afinar el control ciudadano y la represión, basta de gastar el dinero de todos los chilenos en escopetas y proyectiles antimotines que arrancan los ojos a nuestros jóvenes. Debe mos contar con recursos para que se multi pliquen los libros, el canto, la danza, la fo tografía, las producciones audiovisuales, las obras de teatro, los muros vivos que vemos desde octubre y tantas expresiones cultu rales que siguen emergiendo, potenciando una sociedad creativa, con la mirada atenta, productora a nivel intelectual en los más di versos ámbitos y disciplinas.
Y al igual como fue la experiencia de la Política Nacional de la Lectura y del Libro 2015-2020, que se elaboren e implementen de manera participativa políticas cultura les generales y por área, donde se vinculen también estrechamente los recursos en esos ámbitos con la política misma ―cosa que no ha ocurrido―, permitiendo abrir círculos
virtuosos a nivel creativo, donde las diver sas instituciones y programas vinculados se comprometan verdaderamente con un ob jetivo común. Para todo ello, desde la Cons titución hasta las políticas públicas mismas, es básico y necesario recuperar el habla, el diálogo, la primacía del bien común; arti cular iniciativas, intercambios, y no seguir funcionando como islas en cada ámbito, en cada área, donde prima más la competencia que el trabajo mancomunado.
IV. A TERMINAR CON TODO APARTHEID CULTURAL
Cuando iniciamos Lom en marzo de 1990, en momentos que terminaba la dictadura y se abría el camino de una larga transición, sin verdadero arcoíris, sin destape posdicta torial, dominaba el gris de en la medida de lo posible. Se fueron esfumando los tejidos de la resistencia antidictatorial, apagando las voces independientes en los medios de comu nicación y los medios y espacios autónomos mismos. Cada uno parecía armar su propio
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camino de sobrevivencia en el reino de la jun gla neoliberal en que se transformó Chile. Y si bien era posible hacer cosas, aportar desde otras lógicas, en esa senda individual poco se lograba cambiar; en gran medida cada uno quedó limitado a ser una voz testimonial de «El sur también existe». En nuestro caso, el cruce de caminos con Ediciones Trilce, Txalaparta y era en el Salón Iberoamerica no de Gijón que organizaba el escritor Luis Sepúlveda, posibilitó aunar energías para un trabajo conjunto en el ámbito del libro, en resistencia desde la edición independiente contra el dominio de un sello comercial, co lonial y de concentración por sobre el senti do cultural y liberador del trabajo —valga la redundancia— con el libro.
A ese encuentro y el desarrollo de ini ciativas conjuntas, le siguió ―junto a siete editoriales locales― la fundación de la Aso ciación de Editores Independientes de Chile, hoy Editores de Chile, que reúne actualmen te a cerca de cien editoriales independientes y universitarias; así también, junto a otras asociaciones del mundo de la cultura, nace la Coalición Chilena para la Diversidad Cultu
ral y surge la Alianza Internacional de Edi tores Independientes, que reúne a muchas editoriales independientes de diversas lati tudes. Desde esos espacios, se aunaron las voluntades para un trabajo de largo aliento en favor de revalorar y reconocer la importancia de la creación local, de un intercam bio diverso y equilibrado a nivel cultural, de potenciar ecosistemas locales del libro, don de el mercado no puede dictar el modelo y la ley, donde es imprescindible recuperar el sentido público y de bien común que tiene el quehacer cultural. La propuesta Una Política de Estado para el Libro y la Lectura, fruto de la Mesa del Libro en la cual Editores de Chile jugó un papel central, puso el énfasis en la necesidad de tener políticas públicas sistémicas en la materia. Esta iniciativa es tuvo a la base de la primera Política Nacional del Libro y la Lectura, nunca implementada, así como la que se elaboró e implementó de manera participativa en el segundo gobierno de la presidenta Michelle Bachelet.
Sin duda estos esfuerzos colectivos cons tituyen pequeños «corrimientos de cerco» en un sistema que posibilita un brutal do
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minio de una industria del entretenimiento que, como señala la carta abierta «¿Qué se dice y dónde se dice?: carta abierta de las y los editores independientes a los autores, autoras e intelectuales comprometidos con un mundo más justo» de la Alianza Interna cional de Editores Independientes, de julio de 2020, limita la fuer za transformadora del trabajo cultural. Creemos que es necesario fortalecer ese trabajo desde abajo, desde los artífices del quehacer cultural, en una acción conjunta de estos en cada sector y entre los diversos ámbitos, en favor de una real democratización cultural, de consolidar ecosistemas sustentables en cada área. No nos cabe duda que son caminos lentos y que se hace necesario realizar el trabajo de las hormigas, pero hoy más que nunca tenemos la oportunidad de dar un salto cualitativo y cuantitativo al plasmar en la Constitución misma la cultura como uno de los ejes que nos permita establecer un piso diferente, una mirada diferente, verdaderamente democrática, multiplicando desde la diversidad, desde el espacio público, desde la independencia, desde lo territorial, las capacidades creativas de todas y todos, que posibiliten terminar con todo apartheid cultural.
Los desafíos de la cultura y de la educación, el derecho democrá tico a la información y la comunicación, al acceso al conocimiento, a la diversidad cultural, la lucha por una vida digna, como la pro tección de nuestra biodiversidad, son desafíos interrelacionados, no mundos separados, que tienen que ver con el tipo de democracia que queremos, de ciudadanos y sujetos activos o simples y limitados consumidores. Démosle a la cultura, en este momento histórico, toda la potencia liberadora, comunitaria y constructiva que tiene.
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por Lucy Oporto |
Cristián
fotografías
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no, ninguno tenía un alma.
JUAN DE QUINTIL
cosa, en efecto, terrible y voluble es el discurso humano , vario en sofismas , y agudo , penetrando en los oídos para imprimirse en la mente y dominarla; una vez que ha persuadido a quienes ha arrebatado a que lo amen como verdadero, allí dentro permanece , por más falso y engañoso que sea , imperando como un prestidigitador , que tiene por aliado al mismo que ha embaucado.
discurso de acción de gracias de san gregorio taumaturgo a orígenes de alejandría
ESPÍRITU E INSTINTO
Desde octubre de 2019, Chile viene precipi tándose de modo manifiesto hacia la barba rie y la crisis total: moral, espiritual, política, social, institucional, económica y sanitaria. Tales aspectos apuntan a dimensiones de la cultura entendida, en principio, como lo pro pio del ser humano en lo relativo a la transfor mación de su mundo y de sí mismo. Las relaciones y tensiones entre instinto y espíritu intermediadas por arquetipos y sím bolos han sido ampliamente estudiadas por C. G. Jung. Dicho espíritu, en cuanto hiper conciencia y saber absoluto superior y ante rior a los seres, aunque insondable, puede ma nifestarse como fuerza, potencia, energía en movimiento, presciencia, inteligencia y crea ción, haciendo posible la objetivación del alma humana a través de imágenes, arquetipos y símbolos, para que esta pueda conocerse a sí misma. De ahí que la elaboración del instinto solo sea posible a través de las imágenes arquetípicas, y que la primacía del instinto, sin más, solo conduzca al automatismo de un estado de inconsciencia carente de conocimiento.
El punto de partida es aquí la cultura en tendida como objetivación del alma arraigada en el espíritu de la profundidad, y en considera ción de este, en oposición a cualquier forma de barbarie, ignorancia y decapitación de la conciencia. El presente ensayo examina de terminados eventos y expresiones en confron tación con esta proposición.
CULTURA Y BARBARIE
En el curso de la historia de Occidente, el término «cultura» ha tenido dos significados principales. Por un lado, refiere a la formación del ser humano en orden a su mejoramiento y perfeccionamiento. Y, por otro, al producto de dicha formación; esto es, «el conjunto de los modos de vivir y de pensar cultivados, ci vilizados, pulimentados a los que se suele dar también el nombre de civilización».1
El primer significado de «cultura», relativo a la formación del ser humano singular, corres ponde a la paideia de los griegos y a la huma
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nitas de los romanos de la época de Cicerón y Varrón. Ambas concebían la educación del ser humano en el horizonte de la plena realiza ción de su naturaleza, a través de la búsqueda de la verdad, del conocimiento de sí mismo y de su mundo. Y, en ambas, la filosofía tenía una importancia fundamental debido a su re lación con la investigación.2
En cuanto al segundo significado, relativo al producto de dicha formación, el término «cultura» ha sido empleado sobre todo en los ámbitos de la sociología y la antropología, en el sentido de «conjunto de modos de vida creados, aprendidos y transmitidos por una generación a otra, ante los miembros de una sociedad particular».3 En este caso no se trata ya de «la formación de un individuo en su hu manidad o en su madurez espiritual», sino de «la formación colectiva y anónima de un gru po social en las instituciones que lo definen».4 Tal entendimiento de la cultura ha sido consi derado útil en los campos de la sociología, la antropología y la filosofía contemporáneas, ya que no hace referencia «al sistema de los valores al que orientan estos modos de vida», abarcando así «tanto la civilización más evo
lucionada como las formas de vida social más toscas y primitivas».5
Ahora bien, antiguamente las humanidades, las humaniores litterae, comprendían el estudio del griego y del latín, la gramática, la retórica, la poesía y la historia. Las «Letras humanas» eran así llamadas porque se consideraba que humanizaban al ser humano, puliéndolo, ci vilizándolo y apartándolo de la animalidad.6 En confrontación con este horizonte, y dada la actual crisis, es pertinente considerar el origen de los términos «barbarie», «bárbaro», «vandalismo» y «anomia».
«Barbarie» deriva del latín barbaries. Signi fica «falta de cultura o civilización» y «fiereza y crueldad». Por otro lado, «bárbaro» deriva del latín barbarus, y este del griego βάρβαρος (bárbaros). Es una voz de origen onomatopé yico, a partir del sonido bar. 7 «Bárbaro» es la expresión con que griegos y romanos nom braban a los extranjeros, en oposición a civis, «ciudadano». Después, dado que «los bárbaros estaban generalmente menos adelantados en civilización que los romanos, bárbaro pasó á significar lo opuesto de humanus, esto es in culto, grosero, ó ignorante, opuesto á doctus;
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y, por último, el que habla mal, opuesto á di sertus, diserto».8
Y aunque «bárbaro» y «cruel» pueden ser entendidos como sinónimos, existe una dife rencia entre estos. «Cruel», crudelis, deriva del latín cruor, que antiguamente se usó en castellano, y significa «sangre derramada». Sanguis «es la sangre que mantiene la vida, la sangre que circula». En cambio, cruor «es la sangre cuajada, la que se derrama, la que sale de una herida». De ahí «crudeza», «crudo» («que todavía tiene el cruor; esto es, no cocido»), «crueldad» y «cruentamente» (esto es, «con derramamiento de sangre»), entre otros.9 «Cruel», crudelis, «es el que no tiene piedad, ni compasión; el que se complace en hacer sufrir á sus semejantes».10 No obstante, «uno es bar barus por su origen, por sus costumbres, por su falta de cultura intelectual, por su idioma; y el crudelis lo es por instinto, por mala índole».11 En relación con los anteriores, «vandalis mo» designa la «devastación propia de los ván dalos» y, de modo general, «espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana».12 El término deriva de «vándalo», y este de wandle, «nombre de una tribu escan
dinava ó germánica (…), formado del alemán wandelen, andar, caminar». «Vandalismo» ha sido entendido como «sistema destructor de las ciencias y las artes; por alusión á los ván dalos, pueblo bárbaro, que habiéndose hecho dueños de Roma en el año 455, saquearon aquella capital, y destruyeron todas las obras maestras del arte que allí se conservaban».13
Por último, «anomia» significa «ausencia de ley» y «conjunto de situaciones que deri van de la carencia de normas sociales o de su degradación».14 Deriva del griego ἀνομία (ano mía): «Falta de leyes; desprecio de las leyes, injusticia, maldad».15
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El actual devenir de Chile en su hundimien to, ostensible en su barbarie, vandalismo y anomia, corresponde a una especie de clima interior, al presentimiento de algo obsceno, descarnado y enorme , pero indeterminado e incomprensible de suyo: la posibilidad de una instintividad sin espíritu; esto es, una di sociación radical, una ausencia y un vacío
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espiritual en que la pregunta por el senti do de la vida sería superflua, porque la vida misma, en su forma noble y autoconsciente, sería imposible.
La corrupción, disolución y banalización de expresiones como «cultura», «resignificación» y «dignidad», entre otras, constituyen una manifestación más de este proceso de precipitación en la barbarie que ha venido brotando desde dentro de Chile tras una in cubación indeterminada e invisible, en últi mo término, como si el oscuro marasmo que mostraba su superficie hubiese ocultado un monstruo, un espíritu inmundo o un no-ser. Dichas expresiones han exhibido sus límites e, incluso, su impostura, con ocasión de los eventos de octubre de 2019, seguidos de la ex tensa peste mundial. Ambos, acontecimien tos disolventes en vistas a la descomposición y la muerte.
Un ejemplo de esta degradación cultural se relaciona con el monumento al general Ma nuel Baquedano (1928), del escultor chileno Virginio Arias (1855-1941), debajo del cual yace la tumba del Soldado Desconocido.
El viernes 5 de marzo de 2021, la estatua
ecuestre fue incendiada, en el marco de una nueva jornada de desórdenes, y tras meses de intentos de destruir definitivamente el monumento por hordas que venían reunién dose en la plaza Baquedano y sus inmedia ciones periódicamente, incluso desde antes de octubre de 2019. Días después, y luego de un intento de cortar las patas del caballo Diamante con un esmeril, el Consejo de Mo numentos Nacionales hizo retirar la esta tua de la resignificada «plaza de la Dignidad», para beneplácito de quienes solo esperaban ganar un trofeo y, así, tener la satisfacción de haber podido ejercer su miserable pe queño poder, al modo de las barras bravas y otras hordas estúpidas e ignorantes, como los saqueadores y los linchadores.
Y ahora, ¿qué viene? ¿Cuál sería la esme rada y profunda propuesta cultural de la hor da? ¿En qué consistiría la triunfal «dignidad» de estos seres?
La permanencia o no de monumentos his tóricos en un determinado lugar puede ser objeto de discusión, pero que estos sean sis temáticamente vandalizados durante meses, y a vista y paciencia de la fuerza pública, es
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inaceptable. En este terreno de lo indiferen ciado y disolvente, los monumentos, estatuas, iglesias, centros culturales, universidades, hoteles, la red del metro y otras instalacio nes, tanto públicas como privadas, están en un mismo nivel respecto de la descarga impulsiva e instintiva colectiva, indiferenciada y anónima que, en efecto, acabó destruyén dolas con ocasión de los eventos de octubre de 2019 y posteriormente (entre muchos otros, el Museo Violeta Parra, el Centro Arte Alameda, la Universidad Pedro de Valdivia y el Hotel Principado de Asturias, que fueron incendiados; todos, en las inmediaciones de la plaza Baquedano). Constituyen formas de barbarie y, hasta la fecha, los afectados por esta violencia sistemática a lo largo de Chile, en ciudades devastadas y arruinadas como Valparaíso, por ejemplo, continúan siendo mayoritariamente ignorados o considerados en el último lugar tanto de las prioridades so ciales como en los asuntos de debate público. Un caso ejemplar de ceguera ante la evidencia de la pendiente a la barbarie y la escalada de la violencia en curso son las declaraciones del historiador Sergio Grez
Toso, académico de la Universidad de Chi le, quien justificó la quema de la estatua de Baquedano en los siguientes términos: «Hay un cuestionamiento de la idea y de la historia del Estado-nación de Chile, centralista, ho mogeneizador, excluyente, con conducción oligárquica la mayor parte del tiempo, y de sus símbolos».16
¿En serio? Pero cuestionar la idea y la his toria del Estado-nación supone la facultad de pensar, razonar y analizar, así como una capacidad de conciencia y autoconciencia que los perpetradores de estos y otros hechos similares no han demostrado tener. No obs tante, para Grez, esta «desmonumentaliza ción de facto por parte de los manifestantes en distintas ciudades del país», acontecida «con el denominado estallido social», ad quiere un carácter épico: «Hay que entender las historias y memorias colectivas como un campo de luchas entre fuerzas opuestas que tratan de significar o resignificar determi nados personajes, símbolos o períodos de la historia. Hay una lucha por la memoria que es constante y dinámica».17
Ahora bien, conforme a sus declaraciones,
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dicha significación o resignificación está en función del «presente con perspectiva de futuro», porque «lo que manda es el futuro, lo que ordena el relato y la reconstrucción histórica no es el pasado en sí, sino la pers pectiva de futuro que de manera consciente o inconsciente los historiadores e historiadoras quieren dar a ese relato e interpretación».18
«Resignificar» y «resignificación» son términos bastante usados actualmente en ámbitos tales como la psicología, la historia, la educación, el arte, la política, la economía y el campo de la cultura en general. Deno tan la concesión de una nueva significación, orientación o valor a determinados acon tecimientos, conductas, hechos históricos, costumbres, tradiciones, obras o maneras de enseñar, entre otras manifestaciones, confor me al devenir o el surgimiento de nuevas con cepciones o interpretaciones en el marco del saber, aunque también con fines ideológicos.
El 18 de octubre de 2020 fue celebrado el primer aniversario de la «primavera de Chile», que incluyó, entre otros hechos violentos, el incendio de dos iglesias decimonónicas en el centro de Santiago. Mientras la cúpula de
una de estas se desplomaba, la horda vito reaba extasiada ante el penoso espectáculo. Poco después, el 23 de octubre de 2020, dos días antes del plebiscito de entrada al proceso constituyente, una intervención digital fue publicada en YouTube:19 durante una nueva jornada de desórdenes en la plaza Baqueda no, aparece un helicóptero transportando una enorme estatua del perro llamado Negro Matapacos, el ídolo teriomorfo de esta horda de perros y su santificada «otredad». Dicha estatua es puesta encima del monumento, mucho más pequeño, el cual desaparece ins tantáneamente y sin señales de destrucción o de «efectos colaterales», aplastado bajo el peso de aquella.
¿Es este un ejemplo de resignificación en el marco del saber? ¿Es esta una forma de re significar «personajes que la masa identifica como símbolos del Estado-nación», en tér minos de Grez? Y, si esto es así, ¿cuál sería la diferencia fundamental entre la imagen del denostado general Baquedano en una época que no es la suya, y la del santifica do perro Negro Matapacos surgido en esta? ¿Son intercambiables para «la masa»? Y, por
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último, ¿cuál sería, en este caso, la «pers pectiva de futuro» que «manda» el relato o interpretación histórica?
Si, en último término, la reconstrucción histórica depende de la arbitrariedad de la masa y su vacío del pensamiento, y si hay historiadores funcionales a su voluntad en vilecedora, entonces no hay verdad históri ca, y «resignificar» se acercaría, más bien, a «mentir», «tergiversar», «acomodar», «falsi ficar» y «manipular» los hechos de la realidad. Incluso a «posverdad», término ampliamente difundido que acusa tanto la disolución de la necesidad misma de buscar la verdad como el cinismo que se place en esta decadencia. Así las cosas, los historiadores, igualmente capricho sos, podrían ofrecer cualquier visión, pues solo desempeñan una función, a saber, «ordenar el relato de manera consciente o inconsciente» en vistas a un hipotético futuro determinado por la masa. Es decir, sin ningún cuidado por inda gar en la naturaleza de esos hechos, ni mucho menos en sus propias motivaciones, conscientes o inconscientes. Pues, al parecer, ni siquiera los hechos cuentan, sino tan solo «el relato» y sus efectos manipuladores según convenga.
«DIGNIDAD», FASCINANTE VIOLENCIA
El término «dignidad» significa, entre otras acepciones, «cualidad de digno», «exce lencia, realce», «gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse». 20 Deriva del latín dignitas , que significa, asi mismo, «valor personal, dignidad, mérito», «virtud», «consideración, estima», «con dición, rango, honor», «sentimiento de la dignidad, honradez», «belleza majestuosa, magnificencia». 21 Las principales acepcio nes de este término y su etimología indican que la dignidad es un valor superior, cuyo horizonte es el florecimiento, perfecciona miento y ennoblecimiento de lo humano, mediante el autoconocimiento y el desarro llo de sus mejores facultades.
A partir de octubre de 2019, el término «dignidad» se posicionó con la sustitución del nombre «plaza Baquedano» por el de «plaza de la Dignidad», correspondiente a uno de los focos de más intensa, sostenida y visible destructividad en el centro de Santiago. Así, paradójicamente, la dignidad fue exigida de modo abyecto, mediante la
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destrucción, la barbarie, el vandalismo y la inmundicia, sin mayores demostraciones de escándalo público ante estos hechos. Es más, se ha ido posicionando con toda natu ralidad, incluso entre personas ilustradas y del ámbito académico, la idea de que esta violencia sórdida e impune habría hecho po sible la realización del plebiscito de entrada al proceso constituyente del 25 de octubre de 2020 y a las elecciones para la Conven ción Constitucional de los días 15 y 16 de mayo de 2021, como si estos eventos, por sí mismos, debiesen ser considerados ya en el cumplimiento de la vociferada transforma ción de Chile. ¿Es que acaso parte de dicha legitimación consiste en postrarse ante la barbarie y sus agentes como acción de gra cias? Sin embargo, esta es otra manifesta ción de ceguera y fascinación provocada por el apetito de poder asociado al despliegue de la barbarie, y otra forma de manipula ción que, una vez más, niega el peso real de sus devastadoras consecuencias, en favor de su deificación.
Peor aún, a la luz de estas consideracio nes, el término «dignidad», tal vez el más
corrompido junto con el de «cultura», de viene repugnante, vomitivo, ya que ha sido pervertido, deformado y convertido en una máscara conveniente, una impostura, una forma de encubrimiento del lumpen fascismo , 22 y una forma de legitimación de la barbarie, a través de la victimización, la manipulación, el cinismo, el desprecio por la búsqueda de la verdad, y la incapacidad de hacerse cargo de las responsabilidades personales, cómodamente delegadas en la horda de vándalos y su épica rastrera, opor tunista y falsa.
En suma, el uso del término «dignidad», despojado de su espíritu, encubre una fór mula representativa del lumpenfascismo, manifestada a través de aquel movimiento pretendidamente liberador: «Si los podero sos pueden abusar, robar, saquear, depredar, invadir, destruir, incluso violar y matar im punemente, ¿por qué no nosotros, “los más vulnerables”?».
Así se cierra el círculo de la fascinante violencia, de los prestigios de la barbarie con su anhelada impunidad y poder, de la instintividad pura y su imposible espíritu.
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NARCOFASCISMO, PSICOPATIZACIÓN, PSEUDOHUMANIDAD
Una de las manifestaciones más siniestras de esta paulatina destrucción y corrupción de la cultura es el fenómeno del crimen organizado, el sicariato y el narcotráfico, cuya expansión, transnacional incluso, viene manifestándose abiertamente en Chile desde antes de octu bre de 2019. El término «narcocultura» es, por sí mismo, aberrante, pues concede a este fenómeno un estatuto y una dignidad que no corresponden a la cultura en su antigua con cepción, cuyo foco era la formación integral del ser humano a través del conocimiento y el autoconocimiento. Aunque tal vez sí corres ponda al moderno entendimiento de cultura, capaz de nivelar distintos modos de vida, ig norando los sistemas de valores y jerarquías asociados a estos.
El crimen organizado, el sicariato y el narcotráfico, con su pseudoestética, su pseu dopensamiento y su pseudohumanidad, vulgaridad, ostentación y estridencia, constitu yen la culminación del lumpenfascismo y su industria del envilecimiento; esto es, la transver
salidad de la dominación y su emancipación, legitimadoras de la barbarie, desde «los más vulnerables» hasta los grandes amos invisi bles, unidos por la avidez y el devoramiento, tanto de objetos como de seres humanos: la ilimitada realización, sin principio ni fin, del hedonismo de la sociedad de consumo, el verdadero fascismo, en términos de Pasolini. La autoani quilación de Chile.
Fuegos artificiales hasta altas horas de la madrugada, ráfagas, animitas levantadas en recuerdo de adolescentes asesinados, conver tidos en sicarios, que asesinan o se asesinan entre ellos, y «narcovelorios», «narcofunera les» o «funerales de alto riesgo» escoltados por la fuerza pública, además de su penetración en el mundo político y la presencia de cárteles extranjeros operando en Chile, son algunos de sus aspectos visibles, signos obscenos de su prepotencia y poder corruptor y disolvente.
¿Qué harán las ciencias naturales y socia les, el derecho, la pedagogía, las artes, lo que aún queda de las humanidades, la teología y la filosofía ante este fenómeno? ¿Tendrán, acaso, el descaro de «resignificarlo»? ¿Lo es tudiarán o pensarán, para combatirlo o para
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legitimarlo? ¿Surgirán disciplinas y filosofías prontas a justificar su pretendida dignidad cultural y su «otredad»? ¿Es que ya existen?
El crimen organizado, el sicariato y el nar cotráfico no son una cultura. Son, cabal mente, manifestaciones de la psicopatización terminal de la sociedad chilena: un pensamien to que no piensa, un vacío del pensamiento habitado por el mal en su vileza constitutiva, ínsita en su abismo, sus tinieblas, su promis cuidad expansiva, indiferenciadora, carente de sentimientos, y su monstruosa ausencia de alma y espíritu.
Peor que la dictadura, peor que la peste, peor que la miseria, peor que la muerte, peor que la crisis en curso, peor que el nigérrimo abismo: instintividad pura y barbárica, enteramente ajena al espíritu y contra el espíritu. Narcofascismo: la transgresión absoluta, el mal absoluto.
¿Qué hará este país cruel, frívolo y vil, negligente y autocomplaciente en su desi dia, junto con su educación paupérrima, sus algoritmos triunfalistas y su costoso capital humano avanzado, frente al crimen orga nizado, el sicariato, el narcotráfico y sus lacras abominables?
EL ESTADO DE LAS COSAS
Según Jung, el acontecer histórico es una oca sión para que la fuerza del inconsciente colec tivo o lo desconocido psíquico se manifiesten. Los elementos aquí presentados apuntan a una progresiva descomposición en varios ni veles, correspondientes a la crisis en curso. Tales elementos son, primero, la corrupción del lenguaje, que se muestra a través de térmi nos como «cultura», «resignificación» y «dig nidad», cada vez más espurios y despojados de su espíritu, irradiación y fuerza. Segundo, la desolada ruina del monumento al general Ba quedano, debido a la instintividad de la horda. Tercero, las ciegas declaraciones del historia dor Grez, justificando la vandalización de los monumentos. Y cuarto, la extraña y siniestra adoración colectiva a la imagen del perro Ne gro Matapacos, que apunta a un poderío de lo meramente instintivo, en vistas a su rea lización futura. Estas situaciones, imágenes y declaraciones son manifestaciones de una destrucción de la cultura, en mayor o menor grado, y validaciones, abiertas o encubiertas, de la barbarie en curso. Casi se diría que la fas
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cinación e hipnosis provocadas por la violencia desatada a partir de octubre de 2019 ha permanecido hasta ahora, aunque de otro modo.
El caso del historiador Grez, entre otros intelectuales y académicos chilenos y extran jeros, es particularmente inquietante, pues se trata de una persona educada e ilustrada que aparece validando la degradación, la barbarie y la anomia. Lo peligroso es el alto grado de irracionalidad encubierta presente en sus de claraciones. Es una muestra de que el proceso en curso es inconsciente, regresivo, maligno, destructivo y disolvente del pensamiento.
El futuro es incierto y siniestro, a pesar del triunfalismo que ha despertado en algu nos la merecida derrota de la derecha y la ex Concertación de Partidos por la Democracia en las elecciones para la Convención Cons titucional y demás. De ahí la necesidad de perseverar en interrogantes relativas a las relaciones entre espíritu, instinto, cultura y barbarie: ¿es posible recomponer los nexos entre instinto y espíritu, en orden a un auténtico desarrollo de la cultura? ¿Subyace fatal mente la barbarie a la cultura? ¿Permanece la barbarie como un fuego negro que arde pero no
ilumina, como una irradiación latente y sote rrada, hasta que aquella vuelve a reactivarse con ocasión de alguna crisis profunda de lo humano? ¿Es la barbarie inherente a la na turaleza humana, más bien que la necesidad de conocer, crear y construir a través de la cultura? ¿Es la violencia que busca legitimarse en la historia, referida por Armando Uribe, una forma autónoma de barbarie e instintividad sin espíritu?23
¿Y qué hacer en medio de estas duras tensiones? ¿Qué queda? Tal vez, solo perse verar en silenciosos esfuerzos constructivos personales y de pequeñas comunidades, don dequiera que estén, a pesar de la precariedad material y, sobre todo, humana. Y nunca, ni siquiera en medio de lo peor de lo peor, re nunciar a pensar ni abjurar de la capacidad de conciencia. Porque una vida sepultada en la miseria espiritual, moral y material, en la abyección y la inconsciencia; una vida sepul tada en la barbarie, el fascismo y la maldad sin límites, no merece ser vivida ni ser considerada vida. Porque una vida sin espíritu, o contra el espíritu, es y será el infierno, el cruento vacío de la aniquilación y extinción de lo humano.
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NOTAS AL FINAL
1 Abbagnano, N. (1993 [1961]). Diccionario de filosofía. «Cultura». Fondo de Cultura Económica, p. 272.
2 Cf. Op. cit., p. 272.
3 Op. cit., p. 276.
4 Ibid.
5 Op. cit., p. 277.
6 Cf. Monlau, P. F. (1856). Diccionario etimológico de la lengua castellana. «Humanidades». Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra, pp. 300-301.
7 Real Academia Española (2001). Diccionario de la lengua española. «Barbarie», «bárbaro». Vigésima segunda edición.
8 Diccionario etimológico de la lengua castellana. «Bárbaro», p. 209.
9 Op. cit., «cruel», p. 239.
10 Op. cit., «bárbaro», p. 209.
11 Op. cit., «bárbaro», pp. 209-210.
12 Diccionario de la lengua española. «Vandalismo».
13 Diccionario etimológico de la lengua castellana. «Vándalo», «vandalismo», p. 450.
14 Diccionario de la lengua española. «Anomia».
15 Pabón de Urbina, J. M. Diccionario Manual Griego. Griego Clásico-Español. Vox, p.53.
16 Entrevista de Claudia Carvajal G. a Sergio Grez Toso (https://radio.uchile.cl/2021/03/06/sergio-grez-y-fue go-a-monumento-a-baquedano-hay-un-cuestionamiento-de-las-historias-oficiales-hegemonicas/): «Se entiende mejor el papel jugado por ciertos académicos en el extravío de muchos jóvenes. En estado de éxtasis ante la posibilidad de materializar, por fin, la soñada toma del poder por los revolucionarios, han dado soporte ideológico al frenesí,
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sin mayor preocupación por converger con los delincuentes. Esos académicos, en todo caso, se han cuidado de observar la marcha de la historia desde un lugar protegido. Su propio pellejo no ha estado en riesgo. Tampoco el sueldo que les paga el Estado Nación». (Muñoz Riveros, S. «Los padrinos de la violencia». En La Tercera, 10/3/2021, https://www.latercera.com).
17 Entrevista de Claudia Carvajal G. a Sergio Grez Toso, op. cit.
18 Ibid.
19 «Momento exacto. Intervención digital sobre plaza Dignidad»: https://www.youtube.com/watch?v=hXmr 9JeBlw4&t=297
20 Diccionario de la lengua española. «Dignidad».
21 Diccionario ilustrado latino-español /español-latino. «Dignitas». Bibliograf / Vox, p.141.
22 Cf. Oporto Valencia, L. (2015). La maduración de la Serpiente. En Los perros andan sueltos. Imágenes del postfascismo. Editorial Usach, pp. 249 y ss.
23 Cf. Oporto Valencia, L. (2015). Espíritu fascista y teratocracia infernal. En Los perros andan sueltos. Imágenes del postfascismo. Editorial Usach, pp. 177 y ss.
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COLOFÓN
CRÉDITOS OTRAS FOTOGRAFÍAS
P.172 CARLOS PIÑA | P.178 NICOLÁS AHUMADA P.184 EDUARDO MARDONES Y CARLOS TOLEDO P.196 FELIPE CONTARDO Y ANTONIO CHAPARRO
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