N.8 - CONTRA SANTIAGO
Maule, Chile 2016, año 4
EDITORIAL
CO NT RA IAGO SANT
Hace unos tres años en la sala de un preuniversitario en Llolleo, facilitada por un profe militante comunista, un grupo de escritores provincianos firmaron el manifiesto de los Pueblos Abandonados. Ahí, los poetas representantes de los equipos chicos se armaban “frente a la banalidad burda de los cánones que la razón metropolitana dictan”, proponiendo que “la escritura territorial se manifiesta como una propuesta simbólica y material de la diversidad de prácticas escriturales de nuestro país”. Siguiendo el paso dado por estos Pueblos, que, por un lado, es una pataleta –un camote inofensivo y artero–, una jugada frente a la impotencia del “Santiago es Chile”, y por el otro, un discurso necesario que pretende hacerse cargo del trabajo artístico hecho a espaldas de la metrópolis, este séptimo número de Medio Rural lo hacemos Contra Santiago y otras Capitales. Partimos revisando la miserable vida de los pelusas del Mapocho, en la voz de Gómez 2
Morel, quien además nos regala el decálogo del Código del honor del hampa, un listado para comportarse como un ratero decente. Seguimos con una crónica desde el corazón de Sanja city que rememora el odio que poseía al autor, cuando alguien –por allá en los noventas– aparecía con un reproductor mp3, quebrando sin piedad la mística del mundo análogo. Marcelo Mellado, embajador auto proclamado de los Pueblos Olvidados, larga su enjundiosa retórica contra todo aquello que suena a centralismo, mientras es oteado perversamente por una docente universitaria. Y así vamos avanzado, mirando cómo ha sido descrita la capital desde la música popular; además nos damos el lujo de publicar a dos poetas ilustres de la Unión Chica: Iván Teillier y Álvaro Ruiz, y rayamos en los muros capitalinos el cáustico Santiago Punk de Carmen Berenguer, publicado hace justos veinte años pero que suena como si hubiese sido escrito anteayer. Seguimos juntando rabia a través de la selección de fotografías de Emiliano Valenzuela, una sórdida visión de la noche santiaguina y sus desechos. Elicura Chihuailaf, poeta mapuche insigne, conversó largamente con nosotros y reivindica su tierra y sus raíces hablándonos de poesía, de lenguaje, de memoria y de la Casa Azul donde nació. Acompañamos también a un adolescente curicano, ensimismado ante la visita de Aylwin a la provincia y como, “en la medida de lo posible”, casi-casi logra llevarse a todos sus compañeros a un viaje “todo pagado” a conocer la capital del Reyno. Rematamos con la invitación a redescubrir Conti, donde según el autor “está la acción verdadera”, ciudad con más historias que guionista de Hollywood. Don Jorge Teillier, cabreado de que le repitieran el mote de lárico, fue quien prendió la mecha que inspiró este número al decir que los poetas santiaguinos no pueden ser nada. Nosotros no vamos tan lejos, simplemente queremos plantar hidalgos nuestra banderita, para hablar de igual a igual con el discurso hegemónico hecho desde Santiago y sin mirar más allá de sus edificios. Armamos, entonces, este séptimo número de Medio Rural, parapetados en la sombra larga y restrictiva de la capital, donde todo llega y donde todo empieza a morir.
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Alfredo Gรณmez Morel
El cรณdigo del hampa Por Medio Rural
El escritor y delincuente, Alfredo Gómez Morel, nace en Santiago el 23 de Diciembre de 1917. Hijo de una prostituta llamada Ana Morel Serrano y del estudiante Agustín Gómez Aránguiz, hijo de un diputado por Santiago del Partido Nacional, Gómez Morel viene al mundo producto de la relación de una noche. La pareja se conoció en Punta Arenas cuando el joven Agustín acompañaba a su padre en una gira electoral. A los tres meses de vida, Alfredo Gómez Morel fue abandonado por su madre a la entrada de un conventillo de la ciudad de San Felipe. Doña Catalina Oliva de Osorio decidió tomarlo bajo su protección en la chacra Santa Catalina. Después de dos años de cuidados, la señora Oliva se vio obligada a internarlo en el convento-orfelinato de las monjas carmelitas de la misma localidad debido a las presiones de su marido. A la edad de siete años, y a causa a los continuos maltratos que sufrió al interior del recinto por las monjas del lugar, se fugó del orfanato y volvió a vivir con Catalina Oliva hasta los once años. Allí recibió su primer nombre: Luis. El propio Gómez Morel lo relató así en su testimonio biográfico aparecido en 1971 en tres entregas publicadas en la revista Paula: ¿Por qué me convertí en delincuente?. Llegué a la conclusión de que debía fugarme. Lo hice. Antes me fui a la despensa y me robé algunos alimentos. Al cruzar el patio vi un palo de escoba apoyado en una palmera. Monté en él y me largué hacia el mundo”. Pero antes que Alfredo Gómez Morel pudiera emprender vuelo propio, su madre biológica, viajó a San Felipe y reclamó su tutoría legal a Catalina Oliva de Osorio. Ana Morel trasladó a su hijo a Santiago y le cambió el nombre por segunda vez: Vicente.
LOS PELUSAS DEL MAPOCHO Su padre, Agustín Gómez, utilizó su red de contactos para que Gómez Morel ingresara al internado de La Gratitud Nacional en donde permaneció por un lapso de tres años, asumiendo su nombre definitivo: Alfredo. En esta institución sufrió vejámenes por parte de los sacerdotes que oficiaban de 5
profesores. Así lo expresa en el prólogo de su novela El Río: “En el colegio, tanto en el alma como físicamente, fui golpeado por otras dos personas que jamás creo debieron cruzarse en mi vida. Fueron dos sacerdotes depravados sexuales”. Estas traumáticas experiencias lo hicieron escapar del colegio, y entró en contacto por primera vez con los pelusas del río Mapocho. El impacto fue total: “Pero la fugaz percepción que tuve de ese mundo lleno de basura, plagado de perros tristes y habitado por niños de mirada torva, me atraía. El río tenía un sentido, tenía un encanto. Desde que conocí el Mapocho supe que él era otra manera de llamar a la libertad y el amor”.
LA EDUCACIÓN DE UN LADRÓN Incitado por sus nuevos amigos, los pelusas, Alfredo Gómez Morel comenzó a delinquir y fue expulsado del internado La Gratitud Nacional por hurto. Nuevamente gracias a la influencia política de su padre, Gómez Morel comenzó un recorrido por diferentes instituciones educacionales como el Patrocinio de San José, el Internado Barros Arana y el Instituto Zambrano. Fue expulsado por robo de todos los colegios, y su vida siguió asociada al delito, siendo derivado por las autoridades a la Casa de Menores ubicada en la calle San Francisco. La estadía le sirvió de escuela donde cursó clases de carterismo, cuenteo y escapeo con los delincuentes mayores, para finalmente titularse de choro.
EL CÓDIGO HAMPA El escritor Mario Silva es considerado la nueva voz de los bajos fondos de la literatura chilena. De niño estuvo internado en la Fundación Mi Casa, y le tocó compartir vivencias con los pelusas del Mapocho que eran derivados a la institución. Leyó El Río a los catorce años y actualmente se perfila como una de las voces más potentes del mundo marginal. Silva 6
sostiene que antiguamente en el mundo del hampa existían códigos muy distintos a los del día de hoy: “Ahora, la característica más marcada
es que no hay códigos”; cuenta que dentro del universo delictual existían niveles: “El lanza internacional era considerado el playboy del hampa, y Gómez Morel llegó a tener el equivalente a un doctorado universitario”. La vida de Alfredo Gómez Morel transcurrió hasta los 18 años entre el Mapocho y la cárcel. En una de sus primeras estadías en la prisión de Valparaíso, conocido como Los Pimientos, se convirtió en amigo de uno de los príncipes del hampa de Chile: El Ñato Tamayo. Él lo instruyó en el Código de honor del hampa. Alfredo Gómez Morel lo relató así en su testimonio biográfico publicado en la revista Paula:
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1.- Nunca delates. 2.- Jamás des filo (quedarse con la mayor parte de un botín ganado con uno o más compañeros de robo). 3.- Nunca preguntes lo que no te digan, pues si te dicen algo es porque no quieren que lo sepas. 4.- No te metas nunca con la mujer de otro choro. 5.- Si te caes en una biaba, en el juzgado debes 8
limpiar a tu compañero y tienes que cargarte tú (dicho de otra forma: si la flagelación en Investigaciones me obligaba a confesar el nombre de un compañero, ante el Juez debía decir que no lo conocía y tenía que asumir solo la responsabilidad y autoría del robo). 6.- Jamás falles a un apuntamiento (cita que se dan dos o más delincuentes). 7.- Cuando caiga en cana un compañero tuyo, tienes que mandarle el paquete (ayudarlo semanalmente con alimentos) mientras él esté en cana. 8.- Nunca debes enseñarle lo que sabes a un gil avivado (novato). 9.- Cuando otro choro te haga algo, tienes la obligación de avivarnos si es que te ha sapeado o de cobrar tu plata, tú, si es que te verduguearon o te dieron harina (debía alertar al grupo delictual en caso de delación o estaba obligado a hacer mi propia justicia si un socio me apuñalaba o se quedaba con mi parte de un botín. 10.- No te olvides jamás que un verdadero delincuente, nunca usa la violencia sino la cabeza; por eso tienes que detestar a muerte a los sarteneros (asaltantes) y a los cuelgas de ajo (cogoteros).
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EL RIO En la década de los sesenta, Alfredo Gómez Morel fue indultado y quedó bajo la protección de algunos benefactores como Blanca Elena Grove, los doctores Milton Calderón Dosset, Francisco Hoffman, Guillermo Varas y Claudio Naranjo. En ese período comenzó a escribir su primera novela titulada El Río; el libro es un relato autobiográfico que escribió como parte de una terapia de rehabilitación delictual y que tuvo 17 ediciones en Latinoamérica, y fue publicada en Francia por la editorial Gallimard, con prólogo del Premio Nobel Pablo Neruda quien lo tildó de “clásico de la miseria”.
VIVIR PARA CONTARLA “La primera vez que conocí a Alfredo Gómez Morel fue gracias a mi amigo Milton Calderón”, recuerda el siquiatra Claudio Naranjo. “Milton me contó que su hijo estaba compartiendo celda con un hombre fascinante que quería escribir sus memorias”. Naranjo y Calderón ayudaron a Alfredo Gómez Morel haciéndole llegar a la cárcel de Valparaíso útiles básicos para escribir como papel, lápices y una lámpara. “Él me contó que se sentía como un gusano y que su vida no tenía sentido. Como yo trabajaba en siquiatría, creí que era fundamental que mis pacientes pudieran entender su propia vida mediante la escritura”. Naranjo comenzó a reunirse con Gómez Morel en una oficina pintada de negro donde trabajaban en la oscuridad. Ahí fue testigo de sus primeras entregas de material. “Yo le sonsacaba todo lo que podía”. Poco a poco, Alfredo Gómez Morel fue atreviéndose a contar su vida, y en ese proceso estuvieron trabajando codo a codo por varios meses. “Yo veía un proyecto de libro en potencia, y estimaba que Gómez Morel estaba frente a una oportunidad única en su vida para presentarse desnudo frente al mundo y sanarse”.
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LA CAIDA EN DESGRACIA Pese a que recibió todo tipo de elogios, tras la publicación de El Río la situación personal y económica del escritor fue empeorando debido a su alcoholismo. El 28 de diciembre de 1976 apareció publicada una carta al director en el diario Las Últimas Noticias firmada por Alfredo Gómez Morel, donde anunciaba un estado grave de salud: “Estoy gravemente enfermo: corazón, estómago y, posiblemente, hemiplejía”. En la carta solicita ayuda y pide regalos para sus hijos. Cuenta que vive en una rancha ubicada en Once Poniente N°8380 en la población San Gregorio de La Granja. Luz Alvial, la viuda de Gómez Morel, rememora con amargura aquella época. Recuerda que pudieron salir a flote gracias a la gestión de Jorge Vargas, quien trabajaba en la dirección de desarrollo social de la Municipalidad de La Granja. Vargas señala que Alfredo Gómez Morel lo visitaba los fines de semana cuando necesitaba un descanso, y que disfrutaba especialmente el jardín de su casa para leer y escribir. “Yo trabajé en la Municipalidad de la Granja en el año 1976, y lo conocí a través de un amigo en común. Mi amigo me dijo que tenía un conocido que se llamaba Alfredo Gómez Morel, y que estaba en una situación muy precaria: su salud era pésima (diabético, hipertenso, escuchaba mal y sufría problemas a la vista), y que tenía una orden de desalojo porque no había pagado el arriendo. Yo le pregunté dónde vivía y él me dijo que en la población San Gregorio”. Vargas le consiguió un trabajo a Gómez Morel en la sección de informaciones de la Municipalidad de la Pintana. “La Municipalidad aún no estaba completamente construida así que se necesitaba alguien que informara al público. A mí me pareció que Alfredo era la persona indicada, así que le habilitamos una oficina con teléfonos para que pudiera trabajar a gusto, y dispusimos que almorzara sin costo en el casino”. Alfredo Gómez Morel duró un año en el trabajo. “El me decía que perdía la cabeza con la plata porque se sentía como un rey”, afirma Jorge Vargas. “Como recibía la plata, así la gastaba y la botaba”. El escritor Mario Silva recuerda haber 11
conocido a Alfredo Gómez Morel a fines de los años setenta en la Feria del Libro de Santiago y cuenta que estuvieron conversando por alrededor de veinte minutos. Su impresión fue que Gómez Morel ya estaba desengañado del mundo y que parecía una persona gastada. “Vi en él una mezcla de amargura y enfermedad, y tenía un aspecto enfermo y cansado: la vida lo estaba abandonando”.
TRISTE, SOLITARIO Y FINAL Las últimas señales del autor se encuentran en diferentes periódicos de la época. En ellos se informa que el 15 de agosto de 1984 a las 7 de la mañana habría fallecido el escritor chileno Alfredo Gómez Morel en una pensión ubicada en Balmaceda 1372, en la población San Rafael de La Pintana. Luego fue habría sido llevado a las losas del Instituto Médico Legal de Santiago como un NN. A la espera de algún pariente que lo reconociera y le diera sepultura. Lo cierto es que su certificado de defunción indica que murió de una cardiopatía hipertrófica e insuficiencia aguda miocardial y traumatismo de hombro izquierdo. Luz Alvial señala que Gómez Morel murió completamente olvidado. “Alfredo murió tirado en la rancha, y de allí se lo llevaron después al Instituto Médico Legal. Tres días estuvo ahí sin que nadie lo fuera a buscar (…) Ni siquiera lo enterraron con su nombre. De hecho, le pusieron el nombre de Luis Morel Gómez en la lápida”. El escritor nortino, Andrés Sabella, publicó una crónica en El Mercurio de Antofagasta el 29 de agosto de 1984, en la que despidió a Gómez Morel. “Alfredo murió tal como los personajes de
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sus libros, peleando, a vida y muerte, con la vida y la muerte (…) Sencillamente se perdió en el mundo”
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YO ODIABA EL MP3
“Internet parecía una cosa de gente con plata, de gente capitalina, y el mp3 una marca de clase ante la cual se despertaban los más profundos sentimientos de odio”. Por Jonnathan Opazo
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1.
Para los que crecimos en los 90, la televisión,
la calle y los videojuegos fueron nuestra única biblioteca. Jugando Street Fighter o 1945 conocimos algunos pormenores de la guerra fría: que los yanquis tenían bases militares en distintos países, que los rusos gustaban del vodka y los abrigos de piel. Supimos, luego de la masificación de la televisión por cable, que algunas ciudades gringas tenían un perfil parecido al que iban tomando las nuestras: casas abandonadas llenas de graffitis donde algunos tomamos nuestras primeras cervezas, skaters que recorrían en pandillas las ásperas calles de una provincia que todavía guardaba rincones de tierra y adobe, drogadictos ojerosos perdidos en un sueño de pasta base –la heroína es demasiado cara para el tercermundo–, extranjeros dueños de pequeños centros comerciales, entre otras cosas. Series como Los Simpsons, con su aire de terruño lleno de personajes sórdidos, ingenuamente corruptos, o películas como Slacker, en donde las calles se transforman en una vitrina de rarezas, gente aburrida, perdida, funcionan como un esquema desde el cual mirar a través de la espesa capa de tedio que, a contrapelo de las ciudades donde las cosas ocurrían, cubría el cielo claro y prístino de la provincia. Para llegar a semejante conclusión, sin embargo, tuvieron que pasar 25 años.
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2.
Yo, sin embargo, iba a contar otra cosa.
Yo odiaba el mp3. Algo había en ese formato, en la facilidad de su porte, en su fácil acceso, que me irritaba profundamente. Por razones ajenas a mí, viví en distintas casas de San Javier y Constitución. Estoy hablando de un período que va desde el 98 hasta el 2009, aproximadamente. En esos años, que en el vértigo de las transformaciones tecnológicas parecen lejanos, ajenos, casi remotos, solíamos recurrir al tráfico de casettes y cedés. En un principio, por supuesto –y esto es, sospecho, una actitud estúpidamente provinciana–, ignoraba o quería ignorar que muchos de esos cedés habían sido quemados en un computador con acceso a internet y reproductores de mp3. El maldito mp3, el puto mp3. Tener internet en esos años, por exagerado que suene, era un lujo. Imaginará el lector que, ergo, tener una discografía, determinado LP de determinada banda, implicaba costos de tiempo, búsqueda, y otras tonteras que ahora parecen, en el abismo que los tiempos actuales siembran entre año y año, primitivos, de una época anterior a la invención de la rueda. Y así, conseguir, por ejemplo, el primer demo donde Deftones grabó temas bellísimos, con poca producción, honestos, era una especie de ganancia que la tribu –los amigos de siempre– apreciaban, agradecían: se introducía, en nuestras vidas típicamente provincianas, lo novedoso. Se introducía, en nuestros días parsimoniosos en apariencia, lo interesante. Entraba, como por una puerta sagrada en el sagrado templo de la adolescencia, un regalo del cielo. Y copiábamos, reproducíamos, escuchábamos como fieles ante una prédica que hacía descender de las alturas al mismísimo Dios. Pero de pronto aparecía entre la tundra de nuestra puerilidad un tipo cualquiera, alguien que podría ser tu primo, tu hermano o tu vecino. Y espetaba, sin pudor: “tengo la discografía de todas las bandas que te gustan en mp3. Las bajé de internet”. Ardía Troya, el Pentágono, las Torres Gemelas volvían 16
a crecer sólo para ser destruidas. Era una tontera, lo sé. Una actitud, por buscarle un nombre, fascistamente provinciana. Internet parecía una cosa de gente con plata, de gente capitalina, y el mp3 una marca de clase ante la cual se despertaban los más profundos sentimientos de odio. Yo, mis amigos, queríamos el formato físico. El disco. La portada fotocopiada. El orgullo del pirateo. El orgullo de “vivo acá, tengo ese disco y no necesito vivir en una gran ciudad para estar al día”, aunque en el fondo de nuestros corazones evidentemente provincianos sabíamos que no era así. Así fue pasando el tiempo. Nos fuimos poniendo menos adolescentes, menos tercos.
3.
Había en esa trivialidad, y esto puedo decirlo
con el paso de los años que todo lo ablandan, que todo anestesian, una especie de necesidad desesperada por encontrar un código, una clave, un terruño imaginario donde habitar y reconocerse. Coleccionar rarezas, bandas sin mucha circulación, era construir la Gran Muralla que mantuviera a los bárbaros lejos de nuestra presencia. Era todo cuestión de civilización y barbarie. Para qué voy a hablar de discos originales: animales preciosos, exóticos, altares en medio de la precariedad. Prestar un disco original, probablemente comprado en la capital, siempre tan lejana, siempre tan ajena, siempre tan distante, suponía la construcción de un lazo de confianza o la reafirmación del mismo: había que cuidar la débil superficie donde estaban quemadas esas canciones que nos transformaban la vida, esos acordes que articulaban la filigrana en donde podíamos reconocer nuestras historias personales, ¡habrase visto tontera más grande! Pero así era. Recuerdo con regocijo, por ejemplo, a un tipo cuya pared estaba tapizada 17
de casettes piratas. Dedicaba a cada uno de esos ejemplares un trabajo de artesanía: copiaba cuidadosamente los caracteres de la banda, los nombres de los tracks, su duración, el año y algunos datos extras, en caso de conocerlos. Pese a que su pronunciación del inglés era precaria –el Kill’em All de Metallica se llamaba el “quilmeal” –, había en él una vocación de bibliotecario. Ignorábamos que la cadena de producción comenzaba en el mp3, continuaba en el CD-Rom y terminaba en el casette. El fetiche de la mercancía cultural. Había que esconder eso para que el objeto tuviera valor en las todavía vírgenes tierras que eran nuestras
ciudades. Era eso o la nada. Así de exagerados, de pueriles, de inocentes, ¡así de gaznápiros!, sí, podíamos llegar a ser.
4.
Dije que el tiempo pasaba y, ah, las heridas se van cerrando, cubriéndose todo bajo un manto de silencio. Varios migramos forzosamente. Los cedés y casettes fueron quedando obsoletos. Se rayaban los discos, las caseteras se llenaban de polvo y la radio soltaba sonidos espectrales: conocimos el vaporwave antes de que se llamara vaporwave. El páramo que conocimos no había cambiado tanto. Pero internet se había masificado. ¡Y el mp3! No había nada que hacer. Lo que si había era algo concreto: crecer, espabilar. Adaptarse. Aunque el páramo siguiera igual de yermo. Aunque los discos siguieran sin estar a nuestro alcance. Menos los conciertos. Todo lo digital pasó a ser una suerte de anestesia, de sucedáneo de nuestra sed de música o de cine o de lo que fuera.
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5.
Mirar el presente a la luz de ese resentimiento vago, de ese odio injustificado, de ese fascismo de cuarta, deja a cualquiera curado de espanto. Caminar por la capital y encontrarse una tienda de vinilos, bandas que editan sus trabajos en casette, con diseños que intentan agregarle un valor distinto, una vuelta al objeto, no deja de producir cierto pasmo. ¿Para qué si hay internet? ¿para qué si hay torrent? ¿y qué Youtube? ¿y qué los años, la tecnología que siembra los campos de velocidad, de tiempo fragmentado y roto? La lógica –la historia no es historia sin sus paradojas– parece haberse invertido. Frente a la acumulación torrencial de información –el mp3, ah el mp3 es, al fin y al cabo, información, nada más que información–, adquirir un disco vuelve a ser un símbolo de estatus, un código, una lengua que designa identidades en un terruño imaginario. En la inmensidad de la ciudad, en el gélido anonimato que propugna como ethos, el regreso del objeto-música vuelve a instalar lo sagrado en el imperio de lo profano. Visto a distancia parece una ridiculez Visto a distancia parece una tontera. Coleccionar discos, teniendo todo al alcance de la mano, parece un gesto típicamente provinciano: un echar raíces en tierras ambiguas, bajo las cuales se guarece un fondo cenagoso y tóxico. Retromanía, que le dicen. Yo, me quedo con el mp3
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Fotos por Héctor Luis Labarca Rocco
Marcelo Mellado, escritor:
“Chile es tres comunas de Santiago” Por Cristián Rau
Marcelo Mellado es quizás el único escritor
chileno que tiene un pie en la literatura oficial –esa que publica, recibe premios y goza de cierta fama– y con la otra extremidad, la más hábil, le da patadas y hace zancadillas a todo lo que suene a mundo central. Mellado es consciente de esa doble militancia: por un lado escribe regularmente en The Clinic; obtuvo el Premio de la Crítica UDP por Ciudadanos de baja intensidad (2007); publicó en la editorial internacional Sudamericana; comparte colección con ilustres como Parra, Sarlo, Uribe, Donoso y Bolaño; por gusto trabaja con Hueders (la única grande de las independientes nacionales) y habla de sus amigos el Rafa (por Gumucio) y el Zambra pero les deja caer la maldad: son sus “amigotes santia-
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Será por cuestión de verosimi-
litud narrativa. También trato que no se me identifique demasiado con guinos, cómodos, qué están seguros que Santiago es Chile”; ellos para quienes “la literatura es un fenómeno editorial que se sanciona en Europa”, dice Mellado con sorna pero con un poco de pica. Por otro lado, ocupa estas concesiones de escritor conocido para desarrollar su discurso basado en un odio hacia la capital y ciertas figuras de las denominadas élites. Por ejemplo, del intocable gurú de izquierdas Gabriel Salazar dice: “En una palabra, insoportable. El Quelentaro Salazar tiene por cierto esa soberbia y voluntad de representación de verdad revelada”. En una carta abierta al ex presidente Piñera le dice directamente que lo odia, y luego escribe “tú erís de la generación más posmoderna, de la que no tuvo complejos y armó los tremendos negocios privatizando hasta la ordinariez. Tú perdiste el pudor, de ahí tu abacanamiento de chulo enfermizo”. Y a su país lo nombra, citando a Lihn, como el “horroroso Chile” o ya más directamente como el país culiao. Dices por ahí que uno de los aspectos importantes de tu narrativa es “desarmar ciertos grupos de poder”. ¿Parece que las chuchadas, la ironía y la mala onda son las armas más utilizadas para ese fin? 22
eso, para no parecer obvio. Acabo de escribir una novela de fantasía heroica, que también es una metáfora del Chile posible. Tengo la obsesión de territorio, por eso de pronto elegí la estrategia reprochadora. Puede que ahora cambie, que me ponga más amoroso, más emotivo, porque uno se pone vieja. Ahora, todos te recuerdan lo otro; me imagino, sin querer compararme con Sinatra, pero él debe haber estado hasta las weas con que le pidieran cantar My way. Esto de la tecla reprochadora o imprecadora, a veces es una lata, a veces quieres ser más señorita.
¿Esta postura te ha dado una
imagen de tipo difícil? Soy como idénticamente igual (sic). En lo personal no soy tan descriteriado, pero no tengo protocolos muy serios. Trato de ser respetuoso de las señoras, de los mushashos (sic), y no ser epatador, er niño mardito (sic again). Pero soy descreído, hay cosas que ya no son para uno, entonces probablemente me sale muy natural una cierta dinámica del desprecio, pero es como un gesto de duda, como que no creo. Yo no soy un rockstar con la sonrisita, uno es nada.
De alguna forma una de las
bases de tu discurso es la siguiente:
“En el horroroso Chile, si quedas fuera de ciertos circuitos o sectores de Santiago estás fuera de la modernidad”. ¿Será tan así?
Es la crítica a la clase política que
decidió que Chile es tres comunas de Santiago. El resto del país son lugares donde ellos van a veranear o tienen parcelas. Es una decisión político-administrativa perversa que tiene que ver con el clasismo chileno endémico. Chile es un roto de mierda, un huevón roto, Chile es clasemedianía. Y la oligarquía también lo es.
En un artículo dices que los dese-
chos que arroja el Mapocho a los pueblos vecinos son la perfecta metáfora de qué significa vivir en provincia. ¿Ves así de terrible la situación? ¿Son las provincias el basurero de la capital?
No te quepa ninguna duda. Es la
definición misma de Chile, o sea del Chile no santiaguino, que es casi todo: el basurero de Santiago. Esto no es sólo en un sentido metafórico, sino que también práctico, a Valparaíso van los santiaguinos a mearlo, a cagarlo. Tus personajes no son tan malditos ni tan perdedores, más bien de la mitad de tabla para abajo. Quizás por eso los sentimos reales, no se hace necesario situarnos en un contexto novelístico para reconocerlos. ¿Te parece?
El trabajo del héroe es complejo de
construir. Evidentemente yo pienso en medianía, un mero testigo ilusorio sin 23
mucha capacidad de síntesis del mundo; un habitador complejo. No son víctimas, sino que observadores complicados, que la realidad los afecta, pero que no sufren tanto. Personajes que no son tan víctimas, precisamente porque como son paranoicos y desconfiados, logran sobrevivir. Pero no son demasiado heroicos, son sólo observadores.
PUEBLOS OLVIDADOS
Marcelo Mellado parece un
escalador citadino. Zapatillas de montaña, pantalones de poliéster negro, chaqueta roja media hippie, anteojos con la montura negra y blanca; el pelo un poco desordenado, el Mac bajo el brazo y un té, que toma a disgusto (acaba de salir de una clínica por un problema gastronómico; “tuve que renunciar al sistema público para sobrevivir”, se justifica).
– Se ve bastante joven.
Cuchichea por lo bajo una pro-
fesora, con el colmillo largo, desde los primeros asientos de una sala a medio llenar en la Universidad Autónoma de Talca. La exposición de Mellado se titula Escritura y Territorio en la Provincia.
¿Qué chucha haces en San Anto-
nio?- es una de las ciudades más feas de Chile.
Con esta sofística pregunta que
le hizo una amiga, Marcelo Mellado parte su charla sobre el territorio y la experiencia narrativa. Él ha vivido casi toda su vida en ciudades provincianas: Concepción primero; Chilóe después, durante la dictadura; San Antonio por un buen tiempo, hasta que como profe no le daban pega en ningún lado y ya se había peleado con casi todos y de ahí se fue al Puerto con mayúscula, a Valparaíso. Esta vida de provincia o mejor dicho: esta vida de profesor con inclinaciones artísticas en provincia, ha sido uno de los aspectos que mejor se pueden percibir en su obra; todas, o casi todas sus narraciones suceden en pequeños circuitos provincianos.
La obra de Mellado está circuns-
crita en la precaria vida de profes, de artistas y, peor aún, de los culturosos (una de las palabras favoritas del autor y que describe a los operadores culturales de escaso pelaje: “eso es típico de operador PPD”, dirá a modo de ejemplo). “He sido un escritor todo terreno que trabaja, que hace crónica, que le hace los discursos al dirigente de la constru que se está presentando a algún cargo menor, hace canciones para los rockeros locales. Eso fue lo que me tocó hacer. Y ser despreciado por el mundo
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oficial. El arte, la producción cultural
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en general, fue siempre secundarizada”, explica.
En Llolleo, hace tres años, en
un preuniversitario que les prestó un profesor comunista, un grupo de narradores, poetas y editores –puros culturosos de provincia– entre los que destacaban Mario Verdugo y Claudio Maldonado por el Maule; Rojas Pachas por el Norte y La Frontera; el magallánico Óscar Barrientos y el propio Marcelo Mellado camiseteado por el puerto del chupete Suazo, crearon un colectivo denominado de los Pueblos Abandonados. La idea nace inspirada en el concepto de Cortázar, de la joda, que sería según Mellado, simplemente el webeo. Y como dice el dicho: “entre webeo y webeo, la verdad se asoma”, estos olvidados le agregaron un concepto crítico.
En el manifiesto del grupo dice
que buscan “una nueva voluntad de escritura, centrada en la independencia y las autonomías locales, y que pretende ensayar la reescritura territorial como registro de estas prácticas, se propone como una poética que le hace frente a la ofensiva canónico institucional que las políticas culturales de la derecha y de la concertación han promovido”. 26
¿Cuál es la idea detrás de los
Pueblos Abandonados?
Eso está bien explicado en el
manifiesto, que parte diciendo “un fantasma recorre la república”, parafraseando el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, que dice “un fantasma recorre Europa”, y el fantasma es la política. Ahí se hablaba del martinrivismo, concepto que acuñó Óscar Barrientos, y que alude a esa anécdota en la novela de Blest Gana, en que el protagonista, una especie
un campo de batalla, una manera
de Carmela que viene a hacerse a
de decir: “oye, ¡aquí estamos!”. Es
la ciudad, a trabajar, pero en la
también una pataleta.
novela no se dice bien cuál es la razón porque Rivas llega a Santiago.
Eso es como nebuloso, hay algo de
cariedad, el desamparo, como
una deuda, pero más que una deuda
registro de identidad”. Reconocen
monetaria, él viene a cobrar un favor.
la mala situación de los territo-
En Chile el favor es una deuda. Y
rios extra santiaguinos y la eligen
ahí, en esa deuda, está el origen de la
como discursiva.
putrefacción de la República.
Ustedes “proponen la pre-
Yo aprendí a vivir precaria-
mente, lo que es una astucia, pero
¿Cuál es el fin de este colectivo?
tiene que tener un componente de
La estrategia es una postura
diseño muy brutal porque al lado
crítica que recobra más por una
está la depresión, lo miserable. Vivir
voluntad de archivo que por conti-
precariamente no es miserable, pero
nuidad histórico-cultural las viejas
no se lo recomiendo a nadie porque
prácticas de las escuelas literarias de
no sé todavía si lo he logrado. Pero
las vanguardias artísticas. Es tam-
desde el punto de vista político-cul-
bién una astucia para la ampliación
tural, sobretodo en este país que
del campo cultural, como si fuera
es brutalmente arribista, donde las clases dirigentes son asquerosamente no empáticas, miserables. En la provincia hay una estética de la precariedad, una poética, y ésta, 27
incluso, tiene cierta productividad que obviamente es un discurso que va totalmente en contra del proyecto neoliberal de desarrollo.
¿Qué pasa con la clase media?
Ese es un tema no menor. Ahora
estamos trabajando en un proyecto para terminar con el duopolio en Valparaíso y hemos tenido que aliarnos con el cuiquerío, claro uno tiene que aliarse con los que tiene que aliarse. Y esto es bastante paradojal: muchas veces los pobres no son lo más aliados. Eso en San Antonio ya me pasó, con los más pobres hay sintonía, como con los pescadores, pero las clases medias de los pueblos chicos y abandonados son los peores enemigos, son los martinrivistas, son los yanaconas. Ellos quieren el mall, quieren el consumo, quieren el McDonalds, y uno puede entender por qué.
¿Cómo se hace para que esta
literatura producida en los márgenes no se quede ahí y tenga cierto efecto?
La legitimidad de esa práctica
tiene que ver con estrategias de sobrevivencia y de producir obra, que ocupe lugar en el campo cultural.
Hay que ser muy fino en el diseño de estas estrategias, porque si no caes en el margen justificatorio, donde vives de modo miserable porque no tienes estrategias. El típico poeta sobreviviente de Valparaíso, que está lleno, porque ahí se pude vivir miserablemente pero bien; tení espacios, hay tribus.
Volvemos a algo recurrente en tus
textos: “los poetas son como ratas”.
(Risas) Ahí hubo una estrategia
perversa de mi literatura: pelar a los poetas. Es divertido cuando uno habla de estas cosas en otra parte, en México decíamos “la poesía en Chile es una lata”, hablando de Neruda y Parra que son considerados cánones. De Neruda decir que era política cultural del Partido Comunista, “que era un invento”, eso es rebajar a los poetas. Fundamentalmente la poesía en Chile es un método de sobrevivencia de ciertas capas clasemedianas –haciendo una reducción ridícula, obviamente–. Por supuesto, la estrategia es decir cosas absurdas y luego fundamentarlas; varios poetas cayeron en el juego y terminamos en unas disputas estúpidas. Porque, claro, si uno tira una frase como esta y alguien engancha, hay claramente síntomas de locura. Era un juego de generalizaciones.
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a Germán Marín a San Antonio, y él con ese vozarrón me dice: “huevón a
Pero algo hay.
En la artificialidad hay una estrate-
la wea que me trajiste, a una velada artística, qué humillante”. En ese
gia de sobrevivencia, que uno puede ras-
sentido, una de las claves dentro
trear en la literatura renacentista, done
de los Pueblos Abandonados, y que lo
el pícaro es un poco eso: un engañador,
aprendí siendo profesor en liceos
un poeta, un sobreviviente. Es como
rudos, es estar siempre atento a lo
una estrategia peñera, jodíamos con el
que viene de la galería. Cuando uno
tema de la peña, “chuu, viene un tipo a
está en un acto en el gimnasio y el
recitar”. Jugar con esos cánones que nos
profesor sube al estrado y va a decir
impuso la resistencia cultural.
una serias palabras, empiezan los
Hace poco, en Viña, en un lugar muy
murmullos de atrás, de la galucha,
raro con una amiga cuica – a todo esto,
ese mundo a mí me falta mucho.
a uno lo exhiben como bufón, “tu erí
Esa cuestión de tener siempre ojos
artista” te dicen - había un tipo que iba
en la espalda, la mirada crítica, de
a recitar. Le dije a mi amiga: “Te apuesto
no creérselas nunca es fundamen-
que va a recitar La casada infiel” y partió:
tal, porque cuando empiezas con la
“Y que yo me la llevé al río/ creyendo
solemnidad, tú te mueres
que era mozuela, / pero tenía marido,
.
etc”. La idea de cultura que existe en provincia, en las municipalidades, tiene que ver con solemnidad. Una vez llevé
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Pulla inconclusa: la crítica a Santiago en la música popular Por Rodrigo Burgos
¿Cómo la música popular chilena ha observado a Santiago? Pareciera que más que referencias barriales concretas y de tono inspirador o nostálgico, hay una constante que a veces se traduce en sorna, otras en denuesto y unas últimas en franca denuncia hacia la metrópoli. Un recorrido desde Ángel Parra a Mauricio Redolés, pasando por Víctor Jara, Fiskales Ad Hoc y Panteras Negras, entre otros, parece confirmar la premisa. La cartografía musical santiaguina siempre ha sido una extraña asignatura pendiente en el ámbito de la música popular. Muy fácilmente podemos echar mano de unas cuantas novelas que de distintas formas se insertan y a la vez utilizan la urbe: El Río de Gómez Morel, Hijo de Ladrón de Rojas, El Obsceno Pájaro de la Noche de Donoso, El Roto de Edwards Bello. Todos estos textos reinterpretan la ciudad, la capital, con sus claras distinciones entre sí, pero con la huella de la decadencia, de la pobreza vil, del letargo provinciano. En la música no ocurre algo similar o al menos la tarea de rastrear la 30
Giros en la Nueva Canción ciudad como una presencia explícita
Es en cantores como Ángel Parra o Payo
resulta un poco más laboriosa. Si
Grondona donde se nota un interés en
nos remontamos al folclore y, claro,
la ciudad, en ese mundo moderno. “Mi
a Violeta Parra como matriz del mé-
camisa es wash and wear y mi espíritu
todo, encontramos un mito, uno que
también”, canta Parra en El Drugstore,
se repite con variaciones dentro de
tema de su disco Canciones Tradicionales,
su música: la sobrevivencia frente a
de 1969. Es un tema con dos métricas
la agreste amenaza de la vida. Y este
distintas, un foxtrot y una tonada. Con
es de hecho un mito rural, primi-
la primera ilustra todo el mundo bur-
genio, opuesto al universo ciuda-
gués que merodea el centro comercial de
dano. La vida campesina como una
Providencia, tomando bebidas, comen-
pátina de malditismo, de condenada
tando los últimos lanzamientos de músi-
errancia. Y es desde esta base de la
ca anglo, paseando con levedad y coque-
cual emergen movimientos como la Nueva Canción Chilena. La pelea que el jornalero, que el inquilino entabla con su propio infortunio y con el ladino escenario al que el patrón, el latifundista, lo invita a subir con malas artes. De alguna forma la música popular chilena, particularmente hacia mediados de los sesenta, necesitaba esa conciencia pertinaz del origen de nuestra cojera social, a modo de una revelación que poco a poco nos trasladase a la acción, a trocar ese desmedro.
31
tería. Dentro del segundo ritmo, la tonada, Parra desliza el compromiso, la soberanía y el cuidado del patrimonio: la identidad que no se debe transar. Es una antítesis propia de aquel tiempo, algo forzada con una ironía un tanto desastrada que definitivamente no ha envejecido bien, pero muy útil como antecedente de la ciudad como escenario de disputa sociopolítica. El caso de Grondona diríamos que opera mejor. Quizá porque su formación lo acercaba de manera más íntima al folk estadounidense de donde aprendió, entre otras cosas, el manejo del banjo y la inclusión del sarcasmo en sus letras. Ahí está La Circunvalación Américo Vespucio. “La Circunvalación es democratizante, al norte los pirulos, al poniente los picantes; la circunvalación, obra de ingeniería, al oriente negociados, al poniente cesantía”. Hay una visión que cruza ambas canciones: la ciudad con su profunda inequidad, la expresión de una desigual plataforma que donde aporta confort para unos, reduce a muchos a otros a la miseria. Ahora bien, es Víctor Jara quien acomete la tarea de convertir a la ciudad o al menos una parte de esta en un espacio de épica y gesta. Es en La Población, álbum de 1971, en que Jara hace por las tomas y los precarios asentamientos de La Victoria y otros sectores de 32
Santiago lo que el Sgt’ Pepper obra
tinente-, hacia las colinas, donde el aire
por el verano psicodélico de 1967. Es
era más limpio y no existía smog, donde
un álbum de celebración, donde se
las áreas verdes eran más hermosas; para
suceden las viñetas que rescatan el
estar a tono con el lugar se levantaban
coraje y generosidad de los poblado-
casas más bellas, espaciosas, donde sus
res que construyen un futuro para
habitantes vestían trajes de tela prolén
sus familias en un espíritu de si-
y manejaban un auto Peugeot. Este es
nergia comunitaria. Probablemente
el contexto de “Las Casitas del Barrio
constituyó la mejor hora de la obra
Alto”, en que Jara embiste con saña a
de Jara. Santiago aparece nuevamen-
la burguesía capitalina, señalándonos
te pero en absoluto contrapunto al
como agentes sediciosos. Es una canción
año siguiente. Al presentar la can-
menor dentro del repertorio del cantau-
ción en vivo, Jara hablaba de aquel
tor y, curiosamente, demuestra que Jara
lugar que existía en Santiago -y que
lograba cotas más altas cuando era su
al viajar por América Latina también reconoció en otras capitales del con-
bonhomía la que guiaba su música y no una contingencia que se traducía de forma un tanto torpe.
33
Andesground hippie En las primeras expresiones del rock chileno más avispado, no es fácil encontrar ejemplos de una escritura citadina y menos aún atenta a los conflictos de distinta naturaleza que se escenificaban en las coordenadas urbanas. El hippismo chileno –y el de cualquier sitio, huelga decir- tendía al solipsismo,
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al flujo de conciencia y al viaje interior liberador. Los problemas del concreto quedaban para más adelante. Sin embargo, es en Los Blops donde se hallan algunos resquicios interesantes. Todos a cargo de Juan Pablo Orrego, el bajista de la banda que en su trayectoria posterior se convertiría en un importante activista medioambiental. Primero, en Maquinaria, canción citada en el debut del grupo en 1970. “Y aquí estamos todos viviendo maquinita, y aquí estamos todos jugando el engranaje, el grito que el pájaro gritó
Gritos desde el suburbio En los ochenta, la oscuridad dictatorial, el parduzco universo santiaguino, pilla una válvula expresiva a través del punk. En 1987, Fiskales Ad-Hoc graban unas primeras y rudimentarias maquetas. Entre las canciones está Santiago Violento. “Este Santiago no es diversión, este Santiago no es paz y amor. Este Santiago es violento”, escupe Álvaro España. Catorce años después la banda deforma el Viva Las Vegas de Presley, titulándolo Viva Santiago. “Qué magnifica es esta visión, estoy viendo a mi ciudad, las sirenas me han despertado mi neurosis no va a acabar. Tengo miedo de no sobrevivir, cincuenta maneras de cómo morir, ya no eres grato te lo dice Lavín”. Es la ética punk: desfondar murió en silencio”. No es disparatado ver aquí un reparo a la alienación moderna, a la disociación del progreso, la cual se encarna en la metrópoli y su tráfago incesante. Justo un año después, en el álbum Del Volar de las Palomas, Orrego profundiza en su queja a través del tema Pisándose la Cola.“Yo me voy me voy muriendo y tu ahí floreciendo, tú te vas desvaneciendo y yo aquí siempre mirando. Del canto de los gorriones no tengo nada que decir y el vuelo de los aviones solo me hace callar”. El ruido, la enajenación, nos acechan.
el hollín del sistema, la encarnación fascista de los modos de vida urbanos. Vuelve a aparecer un Santiago que ya no solo es injusto en su planificación y que quizá aún conservaba cierto romanticismo, pero gracias al neoliberalismo ya ha adquirido una consistencia paquidérmica, monstruosa. Es una pustulosa urbe, una agria y torva entidad que secuestra la honestidad en favor de un ilusorio progreso. A medida que el régimen democrático se asienta con todos sus peros, una escena musical marginal comienza a reconstruir sus límites geográficos, a
35
metaforizar su urbe con desparpajo.
de muertos hecha; un accidente, fue
El hip hop en su derivada gangsta
de repente, son las disculpas de los
buscaba expresar el tumultuoso
indecentes. Paco corrupto, cerdo,
mundo de los arrabales, enfatizando
ignorante, no eres mi amigo ni lo
en la desmesura de la represión, en
fuiste antes. Es un delito ser un
el estigma endilgado por la Auto-
poco pobre, ser morenito y no tener
ridad y, por otro lado, la corajuda
un cobre”. Es una narración que se
resistencia del joven perseguido. Era
hace cargo del exceso policial, del
unespacio propicio para armar un
control marcial que no obstante
proyecto artístico desde la carestía.
haber concluido la Dictadura sigue
Bastaban el ingenio y una mínima
asolando a amplios márgenes de la
destreza tecnológica. Ya en 1993,
capital. Es un Santiago que sesga,
Lalo Meneses y sus Panteras Negras
violenta y condena.
demarcaban de forma pionera la ruta del hip hop nacional más combativo. El histórico Guerra en las Calles ofrece un intenso fresco de lo que una ciudad como Santiago ofrecía a una parte no menor de sus habitantes. “Los calabozos, sucios rincones, cuántas torturas y humillaciones. No te confías, mira con sospecha, hay una lista
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Nostalgias del bello barrio
cines dan las películas del guatón Ruiz y la música de Los Jaivas no ha
No hay cantautor chileno que se
sido destruida a hachazos… en que el
haya apropiado con mayor pertinen-
proyecto cultural no ha sido culeado
cia y brillo de sus cunetas, esquinas y
ni tampoco nos han borrado los
plazas que Mauricio Redolés. No es tan
murales que anuncian la venida del
difícil concebir que lo que fue Village
afamado grupo chicano de rock Los
Green para Ray Davies –un condado
Lobos”.
mítico que metaforiza la decadencia de
Unas últimas líneas para Juan
su país- es la Plaza Yungay para Redo-
Mateo O’Brien, el legendario miem-
lés. Un espacio donde aún se vive o al
bro de los Vidrios Quebrados, quien
menos se intenta vivir una especie de
en 2013 junto a Matorral publicó el
comunión barrial enfrentándose a una
notable Gran Avenida, un disco con-
configuración socioeconómica que tarde
cebido en caminatas, cruzando a pie
o temprano transformará ese hábitat
avenidas y comprando fósforos en el
en una marmórea circunscripción de
almacén de la esquina. En la byrdiana
centros comerciales. En su primer disco,
Amnesia aborda la vida de población,
Bello Barrio, de 1987, el recitativo homó-
las pichangas, las onces de domin-
nimo nos ofrece el corpus redolesiano
go, la complicidad de los vecinos,
ante el cual de distintas formas girarán
hasta que el golpe de suerte de una
las motivaciones del poeta-cantor. “Hay
de las familias termina con el idilio
la alegría de la utopía que nos negó
transformándolo en discriminación
este siglo; ven a vivir esta fragilidad
y desdén.“Es tal el contento con la
peligrosa de corromperse. Aquí nadie
nueva riqueza, protegen con celo el
discrimina a los negros porque todos
nuevo peculio, basta ya de rotos nos
somos negros, aquí nadie discrimina a
mudamos en julio. Así se mudaron
los obreros porque todos somos obre-
las familias más tiesas hacia Vita-
ros; aquí nadie discrimina a las mujeres
cura, La Reina, La Dehesa. Y de ahí
porque todos somos mujeres… Bello
en adelante fue solo el olvido, de la
barrio, bello barrio, bello. En que los
población no recuerdo haber sido”
. 37
LA VIRGEN DE LOS TAJOS (1995) Fragmento Álvaro Ruiz
Esta es la virgen de los tajos, la insurrecta, la madre de los suicidas. Está llena de dolor por ellos, los poetas, que ahítos, no soportaron el peso de los fardos, la mediocridad del hombre insensato, de aquellos infames que confundieron el presente con la eternidad, ignorantes de que los muertos son dos veces diez más que los que aún poseen el milagro de la vida.
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Yo soy la virgen de los tajos, tengo 25.920 años, he dado una vuelta feroz y larga, pasando y pasando a través de continuos equinoccios y solsticios. Soy la línea imaginaria entre los puntos opuestos, una señal oculta entre los arbustos bajo un cielo sin estrellas encendidas. Yo soy la virgen, yo soy la virgen de los tajos, la librepensadora, la inmisericorde, la prisionera, la revolucionaria, la señalada y la absuelta, la peor, la peor de todas. Bajo la órbita de un astro perdido cuya sombra rebasa mis sombras y tal como el silencio silencia, en mí un agujero traspasa el universo. Por él observarás el pánico celeste, un desorden perfecto en extremo preciso. Nunca me interesó la felicidad, siempre algo de necedad encontré en ella. Yo soy la virgen,
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yo soy la virgen de los tajos,
a ellos rijo desde lo alto de la única colina del valle, donde los pastos crecen irrigados por aguas cristalinas y el sonido de ellas los adormece en mi regazo. Aún leemos a los poetas primeros de todos los tiempos. No doy nombres porque la poesía es una y es sola, un libro incompleto escrito sin vanidad. Los ruiseñores se posan en mis brazos extendidos,
que es amor a todos estos miserables suicidas. En mí refulgen los siete estados de conciencia y mi corona es una aureola violácea. Yo soy la virgen de los tajos, la virgen de los negros, de cristianos y musulmanes, de judíos y araucanos. Yo soy la virgen de todos aquellos que sanan su espíritu en este tránsito breve. La perfecta y trastornada por amor a los poetas. Yo no rezo, le hablo a la creación, que es mi padre
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y le pido a su infinitud una nueva rueda de madera para que gire y como el dínamo haga más potente la luz. Esta es la virgen de los tajos, la protectora de desastres, la inmaculada, yo recibo a los difuntos poetas cuando llegan a este nuevo estadio y al verlos, enmudecen pálidos de curiosidad, entonces les susurro en sus oídos que volverán a nacer porque morir es mentira y así, en aquel estado, balbuceantes palabreros, los llevo al superior, que como antes dije, es mi padre, y guardo sus poemas y sus memorias en mi corazón, que es el sagrado, en este valle que regento por amor y por trastorno.
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SABANA Por Emiliano Valenzuela
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POEMAS de
Ivรกn Teillier
Los textos seleccionados pertenecen al libro Poemas de Ivรกn Teillier a publicarse por Lecturas Ediciones.
ULLA JACOBSON Música, luciérnagas, árboles. Arboles y oscuridad y tus ojos grises que miraban fluir el arroyo en cuya orilla el vagabundo soplaba cardos y su armónica rota. Solemnes volaban las grullas. Las puertas del bosque ansiaban cerrarse para siempre. Todo era demasiado hermoso. Arboles y oscuridad. Música y Luciérnagas. Sólo que tu sonrisa entristecía la tarde, hasta que Göran lanzó al aire mi gorra de bachiller. Él, tu amor. El único que pudo llorar ante la tumba sin flores.
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MAGDALENAS Ellas desafiaban el poder de la lluvia. Despojadas de carmines, fuego, rimmel, tornadas en girasoles marchitos, hadas de la pobreza, clamaban por mรกs lluvia. Iracundas pecadoras, sobrevivientes del fuego y la ceniza.
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¿UN EPITAFIO AHORA? ¿ Un epitafio ahora? Grita el tonelero. Ríen las niñas de la vida. No estaría mal, pienso, escribir mi epitafio bajo este cielo harto de dar pájaros a luz.
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ELIJO LA PENA Elijo la pena
y me dedico estas seis lĂneas. Faulkner: entre la pena y la nada elijo la pena.
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Carmen Berenguer
“Los maniquíes lucen saludables. Son felices. Están siempre sonriendo”. Gonzalo Millán
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Punk, Punk War, war. Der Krieg, Der Krieg Bailecito color obispo La libertad pechitos al aire Jeans, sweaters de cachemira Punk artesanal made in Chile Punk de paz La democracia de pelito corto Punk, Punk; Der Krieg, Der Krieg Beau monde. Jet-set rightists Jet-set leftists Pantaloncitos bomba PaĂąuelito hindĂş Chaquetitas negras, Carlotitos Liberalismo Taiwan Balitas trazadoras para mantenerte Cafiche marihuanero.
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FMI, la horca chilito en prietas Tanguito revolucionario Punk, Punk; paz Der Krieg Whiskicito arrabalero Un autito por cabeza Y una cabeza por un autito (BMW, Toyota, Corolla Japan) JaponĂŠs en onda La onda provi on the rocks Rapaditos Hare Krishna Hare hare Sudoroso mormĂłn en bicicleta Aleluya la paz Palitos de chancho Caldo de cabeza.
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Footing, footing a los cerros Unemployment, 42ª street La cultura viene de Occidente La alameda Bernardo O’Higgins en el exilio Alameda las delicias, caramelos candy Nylon, nylon made in Hong-Kong Parque Arauco Lonconao Top-less cuchufletos, silicona Rapa-nui en botellas Colchones de agua en la cúpula Coito colectivo.
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Pacos macumberos, lumeros Cucas, guanacos, loros soplones Der Krieg, Der Krieg; Punk, Punk La raza old england toffee Sampoñita lagrimera Huayñito hard-rock Police, police, Punk, Punk Guitarrita beatle Virgencita del Carmen Patroncita del ejército.
en Huellas de Siglo (1986)
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FotografĂa de Emiliano Valenzuela
Elicura Chiuailaf:
“Los estados que nos han colonizado ejercen su colonización antes que todo en las palabras” Por José Tomás Labarthe
Elicura, amigo, este número de
nuestro territorio por el ejército del
la revista Medio Rural es un número
Estado)– Chile no ha asumido su
“contra Santiago”, versus la capital.
identidad, su hermosa morenidad.
La odiosidad no es el eje, sino el diá-
Y me refiero al Chile profundo, al
logo, la contraparte. En esa relación
denominado “pueblo” chileno, que
conflictiva, problemática, pienso de
intenta descolonizarse también e
inmediato en ti y en tu rol de poeta
intenta responder a nuestra búsque-
de tu comunidad, ejerciendo siempre
da de diálogo. Digo esto porque me
tu palabra, tu oralitura, frente a los
parece que hay dos chilenidades. Si
no mapuches, frente al chileno.
tomamos en cuenta además la “historia oficial”de este país podemos
¿Cómo es, en ese sentido, esa
constatar que existe la chilenidad
relación de estar “contra” Chile o,
huérfana –sin padres ni madres de
mejor dicho, que Chile esté “contra”
la “patria”– y profunda, mezclada
el pueblo mapuche?
con nuestros pueblos, y desde cuya
legitimidad han surgido adelantadas
Es una relación profundamente
problemática porque hasta ahora –
y adelantados como Gabriela Mis-
más allá de la denominada “Pacifica-
tral, Pablo Neruda, Pablo de Rokha,
ción de la Araucanía” (la invasión de
Violeta Parra, Víctor Jara, etcétera. 63
La otra es la chilenidad del poder:
Chile de Regiones Autónomas donde
superficial y globalizada (enajenada),
florezca el maravilloso jardín de la
sólo con padres de la “patria”, esos
diversidad.
que avasallaron a nuestra legitimidad
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e instalaron la blanquizadora “lega-
En la apertura de tu ensayo “Re-
lidad” del Estado cuya presentación
cado confidencial” haces una dis-
desde su centenario señala que: “Los
tinción entre la gente no mapuche
indígenas de Chile eran pues escasos,
(pukamollfvñche) y toda tu gente
salvo en la región sur del valle longi-
(kompu che). ¿Esa diferencia va más
tudinal, esto es, en lo que después se
allá de la palabra, cierto? ¿Cuál es
llamó Araucanía. Por otra parte, las
su verdadero sentido,
condiciones del clima muy favorables
su significado?
al desarrollo y prosperidad de la raza
blanca, hizo innecesaria la impor-
que nos han colonizado ejercen su
tación de negros durante el período
colonización antes que todo en las
colonial… A estas circunstancias debe
palabras. Me parece que nosotros te-
Chile su admirable homogeneidad
nemos que resistir también desde la
bajo el aspecto de la raza. La blanca o
profundidad de ellas y descolonizar-
caucásica predomina casi en absoluto,
nos desempolvándolas, recuperando
y solo el antropólogo de profesión
el territorio de sus significados, pues
puede discernir los vestigios de la
las palabras –que habitan antes en
sangre aborigen, en las más bajas ca-
el silencio y luego en la gestualidad–
pas del pueblo”. Reitero, aunque está
permanecen siempre prístinas en su
claro que ha avanzado, veo a la chile-
forma, su color, su aroma, su textu-
nidad profunda con una tarea –en va-
ra. Mira, para graficar lo que afirmo,
rios aspectos– aún pendiente: asumir
antes fue el imperialismo español y
su identidad, su hermosa morenidad.
hoy el imperialismo estadounidense
Amar las vertientes y los ríos que
(al que, como sabemos, se adscribe
fluyen bajo la muralla que esos otros
el Estado chileno) quien obnubi-
chilenos instalaron con ladrillos que
ló algunas palabras con el fin de
son los conceptos unívocos respecto
justificar su avance colonizador. Así,
de lo que es el progreso / el desarrollo
se definió como “norteamericano”
(“contra” la naturaleza y no “con” la
y se adueño de Norteamérica, luego
naturaleza), la salud, la educación,
como “americano” y entonces entró
la legalidad. Me parece que nuestra
por todo el territorio de nuestro
tarea común y urgente hoy es derribar
continente, derribando e instalando
esa muralla para habitar por fin en un
gobiernos y usurpando las riquezas.
Los imperialismos y los Estados
¿Hay alguna resistencia que
ejerzan ustedes en el ámbito de
pero que no ha sido –ni es–winka (usurpadora).
las palabras? Hasta hoy nuestra gente utiliza la
palabra winka / “usurpador” para
tú vives en el campo, ¿qué te pro-
Varias preguntas relacionadas:
referirse a los poderosos del Chile
voca viajar a Santiago, a la capital
superficial y enajenado, dueños del
de Chile? ¿Qué te provoca viajar a
Estado. Entonces, para delimitar
Temuco, la capital de la Araucanía?
con claridad el significado de esa
¿Cómo ves el estado de vida en esas
palabra, para evitar su intencionada
ciudades en oposición a la vida
equivalencia a todas las chilenida-
rural, campesina?
des, propuse –para contribuir al
diálogo que siempre hemos busca-
Como la dualidad está en el univer-
do– recordar la palabra kamollfvñche
so y por ello en la Tierra y en cada
que significa “no mapuche”, persona
uno de nosotros, me parece que las
que puede ser o no amiga nuestra
ciudades tienen aspectos positivos
Temuco es un Santiago chico.
65
hoy opacados o reducidos por sus aspectos negativos como la contaminación y el estrés o estrechamiento (como se dice en el campo) que –desde luego– es mayor mientras más crece la ciudad.Mi posición frente a la realidad de lo citadino y lo rural la he expresado en algunos poemas como éste que es parte de mi libro Ruegos y nubes en el Azul:
ENTRE LAS NUBES
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De pie ante la ventana
del edificio de este atardecer
he gozado de los arreboles
Mas ahora contemplo la nube siniestra de la polución
Cómo desdeña a sus hijas, a sus hijos, me digo
el ser humano en la ciudad
Bebo un último vaso, el agua de la vida
Y me lanzo a recoger vertiginoso alguna estrella
que, no dudo (pues la oigo)
está creciendo y brillará
desde la amorosa constelación de tus Sueños
¿La Pacificación de la Araucanía si-
La poesía mapuche, tu poesía,
gue vigente? ¿Tras los españoles, y luego
está muy ligada a la tierra, a la
el Estado Chileno, tiene hoy otro rostro?
naturaleza. ¿Existe aún esa forma de
vida o es una rememoración román-
Por obra de la galopante desigualdad
neoliberalista (el libertinaje del merca-
tica de tu niñez, de formas de ser
do político-económico), campo y ciudad
antiguas, extintas? Te lo pregunto
viven bajo la violencia cotidiana ejerci-
pues hoy los campos se encuentran
da por los continuadores de la “Pacifi-
sumamente intervenidos por el
cación de la Araucanía” y de la “Pacifi-
hombre, las máquinas, los químicos,
cación de Chile”. Empresas forestales,
la erosión, la devastación. En ocasio-
hidroeléctricas, mineras, pesqueras;
nes da la impresión que la vida en
empresas de la salud, de la educación,
armonía con el campo ya sólo tiene
de la vivienda, de la legalidad, de la
espacio en la poesía…
(des)información, que –avaladas por el
68
Estado– han creado y sostienen lo que
La palabra nos la regala –con
ellos llaman el “problema” mapuche, el
toda ternura– la Naturaleza, nuestra
“problema” estudiantil, el “problema”
MapuÑuke /Madre Tierra, dicen
de las redes sociales, etcétera.
nuestras Ancianas / nuestros An-
cianos. Es cierto Tomás, mi poesía es
salvo –claro– en aquellas agredidas
sobre todo memoria de mi infancia
más ferozmente por la ambición del
que transcurrió en la comunidad
neocapitalismo forestal que es el
de Kechurewe, lugar al que regresé
más evidente, pues implica dramáti-
definitivamente hace ya una década.
ca disminución o desaparición de las
Pero también memoria de un pequeño
fuentes de agua, de flores y hierbas
pueblo –Cunco– en el que vivimos con
medicinales, de insectos, de animali-
mis padres. Allí habitamos una casa
tos, de pájaros, y la terrible erosión.
de madera rodeada de flores, de árbo-
les frutales, de aves (gallinas y patos),
y de una inmensa huerta.
distinto, con un estado que reconoz-
Permitámonos soñar un Chile
ca nuestra multiculturalidad, en la
¿Es también memoria de tus luga-
cual la cultura mapuche tenga una
res de estudio: el Liceo de Temuco y
posición de privilegio en nuestra
la Universidad de Concepción?
forma de reconocer y reconocernos
Sí, es también memoria de mis
en el mundo. Un país con dos idio-
años de estudiante interno en el Liceo
mas, el español y el mapudungun.
de Temuco cuyo patio colinda con el
Un país con varias cosmogonías.
cerro Ñielol; a sus bosques accedía-
¿Cómo sería ese país? ¿La capital
mos en las horas libres. Es también
estaría ubicada entre el río BíoBío y
memoria del campus de la Univer-
el Toltén?
sidad de Concepción, donde viví y
estudié; un amplio lugar con prados,
lloso. Nuestros idiomas dialogando
árboles, flores, pájaros, pudúes y una
con el castellano, haciendo más
laguna con cisnes y patos. Desde esos
rico el conocimiento de nuestros
espacios rurales escuchaba a veces los
niños y niñas, en la plenitud de la
sonidos de la ciudad.Todas las cultu-
diversidad. El maravilloso jardín del
ras sufren transformaciones porque
mundo expresando todos sus colo-
son seres vivos que acogen elementos
res. Asumiendo todos que cuando
–que consideran positivos- de otras
una flor / una cultura se marchita
culturas y los armonizan o intentan
o desaparece todos perdemos. Me
armonizarlos con su manera de ser
parece que cualquier pueblo –o
(su visión de mundo). Me parece que
ciudad incluso– podría ser el centro
en nuestras comunidades aún se vive
coordinador / la mesa de diálogo de
en mucha armonía con la naturaleza,
nuestras autonomías.
Sería –sin duda– un país maravi-
69
EL TIEMPO QUE SUEÑA. QUE SOÑAMOS. QUE NOS SUEÑA La Palabra surge de la Naturaleza y retorna al inconmensurable Azul desde donde nos alegra y nos consuela Cuando la Palabra cree / imagina interrogarse no es sino lo innombrado que la interroga para sacudirla para desempolvarla, para intentar devolverle su brillo original ¿Para qué entonces el deseo de decirlo todo si, como en un tejido, el Ahora –en el tiempo circular– existe y se completa con las hebras del ayer y del mañana?
Así nos dice el tiempo que sueña
que nos sueña. Que soñamos
Tú Recado confidencial a los chilenos es de 1999, antes del cambio de siglo.
Han pasado ya 16 años, ha corrido harta agua, agua que se ha ensuciado mucho últimamente, con el conflicto mapuche muy vigente. ¿Podrías actualizarnos un poco este recado?
Algo ha cambiado en Chile, me digo; algo ha cambiado en el trato del Estado
chileno hacia nuestro pueblo, mas ¿qué ha cambiado? Es el Estado quien generó el denominado conflicto y resguarda a los poderosos que lo sostienen. Pienso en mis hijas y en mis hijos, pienso en mis antepasados muertos. Me dicen: no, no somos solos; no estamos solos. Hoy día, ante la amenaza de la anulación y de la destrucción, en el espíritu y el corazón de la humanidad (de Chile por lo tanto) silenciosamente germina y se construye algo que responde a las leyes de la lenta reconsti70
tución de las hebras del más antiguo
y la devastación de la naturaleza es
tejido universal, me sigo diciendo.
lo cotidiano. En Chile, entre 1997 y
Un tejido en el que están todos los
2016 varios de nuestros hermanos
seres vivos, y aquellos aparentemen-
fueron asesinados (asesinatos que
te inanimados, que nacen, mueren
han quedado en la impunidad); ha
y se transforman, sostenidos por la
aumentado la cantidad de presos
memoria de su almidad, su identi-
políticos mapuche; se ha multipli-
dad que le recuerda su función en el
cado la intervención y contamina-
ecosistema de la Tierra y del Univer-
ción y amenaza a los ríos y lagos
so cuya energía le regala entonces
(hidroeléctricas y salmoneras) y la
–con ternura infinita–sus Pewma, sus
desaparición de los bosques nativos
Sueños. Mi Recado… es una conver-
y su reemplazo por monocultivos de
sación dirigida en primer lugar a los
eucaliptos y pinos que secan las na-
chilenos y chilenas, pero también
pas que verdecían nuestro territorio.
a los habitantes de nuestro conti-
Etcétera. La pregunta de mi Recado
nente y a toda la humanidad. En la
Confidencial sigue siendo: ¿qué ha
realidad, como vemos, la violencia
cambiado en Chile? 71
Puedes comentarnos más acerca de
tu siguiente poema:
… “Podría ser inmensamente feliz me digo Pero cómo, si tú –lejana– estás llorando?”
corazón, hasta hacerla –ojalá– transparente. Por eso la poesía también denuncia, también enrostra.
¿Para terminar, serías tan amable
de hablarnos más de esa Casa Azul en
Me parece que todos buscamos la
que naciste? Es esa una metáfora muy
felicidad –esa luz misteriosa– en el
potente, hoy, en este mundo contami-
amor con alguien. Pero me pregunto:
nado, opaco, incoloro.
¿qué busca la luz que vaga en el uni-
verso finito o infinito? Cuando nace
una metáfora sino más bien una des-
una nueva estrella se extingue otra
cripción del lugar en que nací y crecí.
que nos iluminó la oscuridad de otro
La casa que habito. Mi tuwvn/ espacio
tiempo. Cuando eso sucede, antes de
físico, mi kvpan / linaje / y kvpalme /
morir –se dice– nos envía, como una
comunidad. Las ramas que conforman
lágrima, su último destello.
lo que hoy se conoce como el árbol
Pero para mí no es exactamente
de la identidad o almidad: territorio,
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¿La poesía, contra qué o quién
historia, idioma, visión de mundo (la
conversa?
manera de ser). Aunque tienes razón
Tomás, si pienso que el color de la
La palabra poética vive en todos,
está en todas partes. Es la llave que
Casa Azul se debe a que mis padres
nadie ha perdido y que, como se ha
tenían siempre muy presente nuestro
dicho, nos permite abrir puertas que
Kallfvepew, el relato del origen del es-
nos comunican con todo el mundo.
píritu mapuche, que dice que venimos
Su objetivo primordial es –me parece–
desde Azul del oriente, desde donde se
dialogar; instalarse como una conver-
levanta el Sol. Azul es entonces la ener-
sación entre nuestro espíritu y nuestro
gía que habita la casa transitoria que
corazón. En la cultura mapuche, nues-
es nuestro cuerpo que en su finitud se
tras mayores / nuestros mayores dicen
vuelve agua, aire, fuego, verdor cuando
que la palabra poética es en nuestro
su energía completa el círculo de la
espíritu el agua que hay que hacer fluir
vida (que es siempre breve) regresando
para que vaya pulimentando poco a
al infinito, el lugar desde donde vino:
poco esa dura piedra que es nuestro
el azul
.
L A BELLEZ A , ESE TR ANSITORIO TE MBLOR En lo visible, Wenuleufv el Río del Cielo
que nos mira y es observado por nosotros
sombras apenas, fugaces
embelesándonos en nuestra verdadera
condición: la Luz
Y en lo invisible, el Balsero de la muerte
aguardando –para cumplir su oficio-
nuestros tristes cantos de separación
Itro fil Mogen dice nuestra gente:
la totalidad sin exclusión, la integridad
sin fragmentación de todo lo viviente
La belleza del vivir, de la vida
La belleza que está en todo, en todas partes
y que podemos celebrar en cada instante
si despertamos todos nuestros sentidos
para apreciarla
para disfrutar de sus colores
(que nos recuerdan también el dolor)
sus texturas, sus aromas, sus sabores
dicen nuestras Ancianas, nuestros Ancianos
La Belleza, ese transitorio temblor
que interrumpe el diálogo entre nuestro
espíritu y nuestro corazón
para convertirlo luego en coros sublimes
que dan sentido a nuestro breve transitar
por la Tierra.
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AYLWIN Y LAS ARDILLAS Por Claudio Maldonado
Conocí a don Patricio en el otoño de 1991. Él hacía sus
primeras armas como presidente de Chile y yo ingresaba a las filas del Liceo Luis Cruz Martínez de Curicó. Con el atentado al Pelado Guzmán, en pleno abril, sentí miedo que el partido del Colo Colo con el Barcelona se suspendiera. “Na’ que ver, hueón”, me dijo el Mono Valdés. Y mi yunta tenía razón, no era para tanto, total la cosa era en Guayaquil. 2 a 2 al final, con un regalo del arquero, que Dabrowski aprovechó con un puntete. Pero volvamos a Patricio y yo. Una mañana, casi al terminar la última hora, el profesor Eulogio Fantobal entró a la sala y dio la noticia: la Municipalidad, en conjunto con la Gobernación, preparaba los festejos para recibir al presidente en su primera visita oficial a la ciudad. Dentro de las actividades se contemplaba un concurso interescolar de afiches de bienvenida en honor al mandatario. Por cumplir dejó un par de copias de las bases y escapó. Con el Mono Valdés dibujábamos a los compañeros, la cara del Patán que era igualito a Cafú, la expresión del 30 calugas, símbolo de la ordinariez máxima, cuando furioso se refregó por los genitales su investigación sobre el imperio austro-húngaro, en protesta por el 1.2 que le había puesto el Loco Palma. Había que sobrevivir a la jungla de un liceo con goteras y compañeros de hasta 20 años arrancándose ramilletes de bellos púbicos para meterlos en los cuadernos de los otros, tirando mesas desde el segundo piso y ejecutando un sinfín de porquerías que yo, un pendejo de 13 años, no podía dejar de vacilar a todo pantanal. Al salir de clases le dije al Mono: “Voy a participar en ese concurso que dijo el Fantobal, total me compro una cartulina y me pongo a inventar algo ¿cómo sabís?”. El señor Fantobal había sido escueto, pero en las bases estaba todo claro: se elegiría un afiche por establecimiento y luego la gran final sería en el gimnasio cubierto, con Aylwin como único jurado. El premio sería un viaje al Palacio de la Moneda con todo el curso y con todos los gastos pagados. Pero ¿qué haríamos frente a los demás cursos, y más aún frente al Instituto San Martín de los curas Maristas, o frente al talento de las minitas de la Inmaculada Concepción, o frente a los guarenes del Politécnico Juan Terrier, que sí sabían de dibujo 75
técnico? Llegué a mi casa, tomé once y fui donde la señora Saida a comprar materiales. Despejé una parte del comedor y repasé las instrucciones: el afiche debía mostrar la alegría por la democracia recuperada. Nunca fui bueno para el realismo, siempre incapaz de hacer un florero, o un cuerpo entero de medidas fidedignas. Opté por lo simple: el papel calco. Mi propuesta artística fue: en el afiche tenían que aparecer un grupo de estudiantes y detrás de ellos la plaza con sus palmeras sin cocos y carruajes tipo victoria. Era complejo dibujar victorias, sus recovecos de fierro forjado, sus cocheros y carrozas me llevaron a la decisión de mostrar la mitad de una rueda trasera y una cola de caballo agitada en la otra esquina. Los estudiantes debían estar felices, con brazos en alto y la boca abierta de emoción. Impregnados de júbilo verían aparecer a su excelencia, emergiendo como un cristo desde el cerro o montado en un Ford descapotable. Pero no me daba el cuesco para eso. Pensé en dibujar sólo la cara, calcar una del Topaze, pero tampoco era la idea. El slogan surgió al instante: “¡Con la fuerza de todos, bienvenido presidente!” No le pondría color, todo sería en lápiz pasta negro. De alguna parte sacaría a ese puñado de jóvenes. Revisé el diario La Prensa y nada, hojeé una par de Terceras y nada, hasta que miré la pequeña biblioteca. Mi abuelo siempre recibía a los mormones, a los pentecostales a los evangélicos y a todo tipo de grupos misioneros. El viejo los tenía horas y horas en el living, discutiendo, reflexionando, criticando. Era común que terminaran chatos, agobiados por no haber avanzado ni un pelo en la conversión. Gracias a esto se fue armando una contundente sección con lo mejor de la literatura cristiana. Ediciones full color de Dios en la palabra, El despertar de la Luz, Mensajes del Nuevo Milenio y todos esos volúmenes empastados que anunciaban las calamidades de la tierra, pestes, guerras nucleares, la insolencia de la gran ramera vestida de fucsia y borracha y montada sobre un león de siete cabezas. Todo con ilustraciones de impacto inmediato: niños bajo los escombros de un mega terremoto, fanáticos con ojos desorbitados adorando al dinero en un casino, hijos cacheteando a sus madres, madres cacheteando a sus maridos, maridos cacheteándose a las criadas. El mundo era corroído por el cuché triturante de Satán, que a pesar de todo no podía corromper a esos 76
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negros, chinos, indios y gringos que aparecían en un paraíso campestre, abrazando tigres y acariciando osos. Todos felices, bajo un sol radiante y comiendo palanganas de frutas. Fue en esas páginas donde encontré al grupo de estudiantes para calcar en el afiche: chicos y chicas con pecas miraban al cielo, listos para ser llevados al paraíso. Calqué la imagen de los pecosos felices y el concepto se formó. Las victorias sugeridas y las letras del slogan convincentes. Sólo quedaba dibujar al presidente. Eran las cinco de la mañana, tenía sueño, me sentía nadar contra la corriente ¿qué podía hacer yo frente a los mateos del A o del B o del C? Seguí pensando hasta que opté por la síntesis, porque el afiche era eso, un resumen perfecto de mi alegría por la llegada del nuevo presidente. Decidí hacer sólo el brazo de Patricio saludando a todo el pueblo curicano, un brazo forrado en un terno elegante, unos dedos medios ancianos, pero vigorosos, moviendo un pañuelo blanco en dirección a la plaza. A las 7 me dormí, a las 7:30 mi madre empezó a gritar, a las 7:45 estalló: “¡Levántate po’ oyeee, vay a llegar atraso oyeee, levántate po’ oyeee!” Tomé la mochila, enrollé el afiche y partí. A mitad de mañana fui a la oficina del señor Fantobal. Debió haber dicho: déjalo por ahí y anota tus datos en ese cuaderno o tal vez no me dijo nada y siguió leyendo su TV Grama. Pasaron las semanas y con el Mono Valdés seguíamos dibujando, mientras el Colo Colo, muerto de miedo, le ganaba 2 a 1 la U limeña. En la tele aparecía un barbón acusado de haberle disparado al Pelado Guzmán. La vida continuaba en mi IRT con ecualizadores, escuchando a un grupo que se llamaba Los Tres y con el Mono al lado, esperando que Los Prisioneros recapacitaran y volvieran a ser los pesados de siempre. Hasta que llegó el momento, fue en matemáticas. Esta vez el señor Fantobal entró a la sala e informó: “se ha elegido el afiche que representará a nuestro liceo en la final, será en el gimnasio cubierto y el premio, como es sabido, en caso de triunfo, será un viaje a la Moneda con todo el curso. El elegido es de acá. “¿Quién es Claudio Maldonado?” En otras circunstancias la emoción me hubiera disparado, pero yo sabía lo que vendría. Los 42 compañeros aprovecharían el momento de relajo y aparte de patear las mesas, aullar como coyotes, graznar como cuervos y destrozar los cuadernos, me darían una capotera contunden79
te. En el acto me atrinqué en una esquina. “¡¡Güena güena, Maldooooooo!!”, comenzaron a gritar. Eran 42 hienas eufóricas, que veían en mí la mejor cara del Primero G, un acercamiento a eso que llamaban la educación entretenida al servicio de una vida gozadora. El señor Fantobal se acercó y los espantó a todos con un gesto. Me estrechó la mano y le dijo al curso: “Si Maldonado gana harán un viaje realmente inolvidable”. Los macacos me lucían sus garras y sus colmillos, listos para las patadas y los abrazos dolorosos. Pero Fantobal los contenía con una sonrisa. “Güena güenaaaaaaa Maldonaoooo culiao”, me gritaba el Rodríguez, “Tenís que ganaaaar, Maldonao, sino te vay a comerte la pulenta capotera”, chillaba agargantado el Onzueta. Mientras el Sobaco Quezada salía corriendo por el pasillo junto al Mauricio Yévenes gritando la buena nueva: “¡¡Nos vamos a la Monea! chupen la que cuelga, nos vamos a la Moneaaaaaaa!!” Ante el caos, el señor Fantobal sólo atinó a decir que el afiche se enmarcaría y que el liceo corría con todos los gastos. Yo sólo debía concentrar mis afanes en llegar aseado a la ceremonia, de uniforme completo y con la insignia y los zapatos brillando en su negrura. No tenía dramas con el largo del pelo, porque en ese tiempo yo me creía Depeche Mode. Poca bola me dieron en la casa. Mi abuelo se divertía reparando lavadoras y jugueras que encontraba en la calle, mi madre se azotaba el lomo subiendo y bajando carros en el hospital y mi abuela cocinaba para todos. A la vida poco le importaba mi momento, y eso tenía un buen sabor. Mi tía Vilma, la única enterada del evento (aunque había votado por el Sí y por el Büchi “diferente”) sabía que la raya de mis pantalones exigía un súper planchado. “Porque como te miran te tratan y más si el Aylwin, ese viejo huevón que parece que se está riendo de una, te tiene que dar el premio” Las semanas pasaron. Ese día me citaron temprano. A eso de las 10 el gimnasio repleto. Después de advertirlos y amenazarlos hasta la náusea, la dirección dio el permiso para que el G estuviera en las graderías. Siempre vigilados por el Perro Contardo, el inspector general, que ladró fuerte y claro: “No quiero ningún tipo de proyectiles, ni orgánicos ni artificiales, ni gritos estúpidos, ni cantos groseros, si tienen ganas de alentar aplaudan fuerte o rásquense la mollera”. Comenzó el acto: bailes de cueca, el Mira 80
niñita de Los Jaivas en flauta traversa, el Imagine de Lennon en guitarra clásica, el orfeón de Carabineros, una comitiva de jugadores del Curicó Unido haciendo dominadas con la pelota, discursos del alcalde, del intendente, del presidente del Colegio de Profesores y de un sinfín personajes que aparecían, se esfumaban y le daban el pase a otros que volvían a desaparecer. Uno de los organizadores avisó que los seleccionados teníamos que bajar a la cancha y prepararnos. Al frente del escenario los afiches lucían en sus atriles. Partió el himno nacional. Nadie cantaba más fuerte que el Primero G. Los otros colegios miraban con risa “¿por qué tanto ahínco?, ¿Por qué tanto show?, ¿Si no tenían nada que perder?” Estaban en un error, el Patán y el 30 calugas querían llegar a la Moneda y yo era el guía destinado. De pronto una fanfarria. Entró la comitiva de gobierno escoltada por carabineros, detectives y periodistas de todos los rincones del país. Fue un silencio casi natural. De la mano de su señora esposa ingresó don Patricio Aylwin Azócar. Tanto fue el silencio que el locutor nos invitó a ponernos de pie para aplaudir con confianza. Los curicanos se expresaron, el estallido fue atronador. Don Patricio dejó a su esposa en el escenario y se acercó a nosotros. Primero saludó a la minita de la Inmaculada Concepción, luego al morocho del Politécnico, luego al colorín del Colegio Vichuquén, luego al cuico del San Martín y así, hasta que finalmente me extendió la mano. Me dio una tentación de risa, de pura ansiedad por saber el final. Atrás de mi cabeza el jolgorio del G: “¡Maldonado a la Monedaaa, Maldonado a la Monedaaaaaa!”. Aylwin elegiría al ganador. Se dirigió a los atriles. A esas alturas todas las barras estaban con las trenzas sueltas. El presidente sonrió al contemplar el afiche del liceo de niñas: una paloma rompiendo sus cadenas y posándose en un libro gigante, en cuyo lomo decía Verdad y Reconciliación. El del politécnico dibujó una micro de recorrido interurbano repleta de estudiantes llegando al palacio y con don Patricio saludándolos desde el balcón. Era un dibujo perfecto, con remolinos de 81
colores y una perspectiva técnica avanzada. El slogan no era menos emotivo: “Pare, chofer, que Chile es mi futuro”. Hasta que llegó a mi afiche. Estuvo como un minuto en contemplación, tiempo suficiente para que la fuerza G estallara en zalagarda total, tanto así que el presidente rompió el protocolo y saludó a los cabros. Se paseó por todas las obras, sonriendo, moviendo la cabeza afirmativamente, hasta llegar al último competidor que representaba al Instituto San Martín. Este afiche tenía como protagonista a un estudiante del sector rural. Era un huaso de espuelas y manta y sombrero y una mochila macanuda repleta de libros. Este joven (que figuraba de espaldas) miraba intrigado las entradas de un extenso e intrincado laberinto que se erguía en el horizonte. La idea fuerza era qué camino debía tomar para llegar al final y así alcanzar unos cuadros ubicados en las puertas de salida. Estos cuadros decían: “Amor, solidaridad, respeto, responsabilidad, patriotismo”. Pero este huaso no la tenía tan fácil, pues entre los pasillos del laberinto aparecían unas dinamitas en cuyo interior se podía leer: “sexo, drogas delincuencia, corrupción, flojera” y otros pecados que destruirían la vida del huaso lanudo. Llegó el cierre de la evaluación y don Patricio se reunió con sus asesores. El gimnasio hervía. “Si nos ganan les pegamos, si nos ganan les pegamos” cantaba el G golpeando un basurero de lata. Porque la ilusión de los cabros estaba ahí, ir a la Moneda con los gastos pagos, quedarse en un hotel de lujo, tomar Fanta y Coca Cola hasta reventar, degustar pollos asados, tomarse fotos, dibujar un pico en el baño del Palacio y todo gracias a Maldonado y su dibujo. El presidente subió al escenario y el locutor se dispuso al veredicto: “Señoras y señores, estimadas autoridades y estudiantes, por decisión de su excelencia, el señor Presidente de la república, don Patricio Aylwin Azócar, procedo a dictar el fallo, no sin antes señalar que como finalistas han quedado los afiches pertenecientes a Esteban Munita Fritz del Instituto San Martín y a Claudio Maldonado Maldonado del Liceo Luis Cruz Martínez”. Segundos de congelación: el bombo en mute, el Perro Contardo
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dejando a un lado su boki tokie, los fotógrafos y las cámaras de televisión, con todas sus luces, apuntándonos. El locutor nos despertó: “El ganador es Esteban Munita Fritz con su afiche titulado El laberinto de mi Chile querido”. Una pena en forma de alivio pobló mi corazón, los del San Martín aplaudían felices y los del G parecían no comprender la derrota. Yo no quería ver la cara del Jerry, oriundo de Cordillerilla, la rabia del huaso Serrano, de Comalle. La derrota estaba ahí, no conocerían La Moneda, no volverían a creer jamás en el arte del afiche como dispositivo honesto para adentrarse en la realidad concreta de la nueva historia nacional. Con paso cansino y calculado el presidente se dirigió a Munita Fritz: “Felicidades, hijo, en ese laberinto estaremos siempre para apoyarte”. Yo, como buen perdedor, esperaba que el caballero desapareciera y me dejara en paz con mi aflicción, pero como aún parecía querer penetrar más en la curicanidad, me estrechó la mano y en un tono muy docto me indicó: “Los segundos lugares también tienen su mérito, estuvo compleja la decisión, pero para la próxima menos realidad, joven, menos realidad”. Podría inventar que ante tamaño acertijo quedé reflexionando, que en el transcurso de mi vida la frase: “menos realidad, menos realidad”, representó algo más que un detalle dentro de la historia, tal vez un simbolismo que cruzó todo mi ideario de animal político. Pero no fue así, a los segundos la olvidé y recién ahora la recuerdo: “menos realidad, joven, menos realidad”. En ese momento mi
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única preocupación era haber dejado a un curso destrozado, con una frustración que inevitablemente recaería en mí y en forma de agresión. Ni siquiera era viernes, era martes, al otro día debía enfrentarlos a todos. En la noche no dormí, recordaba la observación crítica del 30 calugas por no haber coloreado, recordaba el gesto del Cervela, dejándose llevar por el entusiasmo del concurso y rajándose con un berlín y un Kapo. Cuando llegué ese miércoles entré con la táctica del borracho que llega tarde a su casa y se larga a putear para que no le digan nada. Yo me aferré como pude a esa débil magia: “el Aylwin vale callampa, el huéon que ganó no tenía ni slogan, en cambio mi afiche estaba clarito”, “fue pura mala cuea, nos cagaron porque éramos del liceo no más” o “puta la hueá, da rabia, estoy seguro, la hueá estaba toda arreglá”. En esa dinámica estuve toda la mañana, despotricando a viva voz para moderar cualquier arrebato. Nadie parecía prestarme atención. Quizás la visita del Colo Colo a la Bombonera los tenía en otra frecuencia. El partido lo daban por un canal privado y pocos tenían antena, las tapas de olla no servían, había que asegurarse con algún vecino. Incluso me arriesgué a interrumpir los vaticinios y comentarios tácticos de los más viejos y seguir con la cantinela: “Puta cabros, ojalá empate el Colo Colo, na que ver la hueá de ayer”. En la última hora nos tocaba con el Salas. Hacíamos una guía de sinónimos cuando entró Fantobal: “Muchachos, la idea era ganar, pero Maldonado dio su mejor esfuerzo, lo importante fue competir y quedar en la final, ya habrá otras instancias donde puedan llegar a La Moneda, ¿y quién sabe cómo funcionarios? ¿O flamantes académicos? ¿O artistas? Por eso deben mejorar su conducta y notas, si quieren algún día estar allá, en el reconocimiento máximo”. Todo en calma, menos yo. Levanté la mano y antes que Fantobal hiciera el ademán de salir le pregunté: “Oiga, profe, usted que estuvo ahí, al lado del presidente, ¿por qué no eligió mi afiche?” Fantobal se me acercó riendo y contestó: “Puta, Maldonado, íbamos súper bien, pero el pañuelo que le dibujaste era muy grande, parecía sábana y blanco más encima. El presidente incluso tiró una talla, nos dijo: “vaya, vaya, con este pañuelo, pareciera que me estoy rindiendo”. Apenas el señor Fantobal terminó de hablar, un grito comanche destruyó la
.
paz, cerré los ojos, apreté los dientes y sentí el chaparrón implacable de escupos, arañazos y combos sobre mi cabeza
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“Tráiganme clichés nuevos” (apuntes de literatura maucha) Por Mario Verdugo
La acción verdadera está en la costa maulina, en Constitución,
en la desembocadura del río y en las sucesivas reconversiones productivas que han hecho de la zona un armagedón continuo. Nada de ese registro figuró en los sensibleros despachos de TVN luego del 27F; nada de ello parece haber interesado tampoco a las lumbreras arquitectónicas de Elemental, la oficina de Alejandro Aravena que hoy se encarga de reconstruir la ciudad y alistarla para su siguiente catástrofe. Al lado de Constitución, Talca no es más que un lugar de paso, o el “medioevo” de la propia biografía, como lo escribiese Juan Marín recordando el tren de trocha angosta que lo llevaba desde el puerto luminoso hasta el panóptico liceano de la capital regional. Es tal la cantidad de novelas, cuentos, ensayos y poemas referidos a Constitución, y es tal el olvido que pesa sobre casi todas estas reliquias, que no podría sino hablarse de un imperdonable desperdicio simbólico, una farra de imágenes, acaso las únicas con potencial para ir discutiendo la machacante hegemonía que espacios como Chiloé y Valparaíso mantienen sobre el imaginario del país. En Conti hay relato oligárquico, melodramático, aventurero, fantástico, weird, ecocrítico, proletario, epopéyico, lárico y, desde luego, apocalíptico. Suficiente, ya está dicho, como para plantarle cara a la pincoya y a los orejas largas, al chiflón del diablo y a la pampa calichera, a los señoritingos del Cerro Alegre y a los náufragos del Cabo de Hornos. Bien lo expresó alguna vez la semióloga Yolanda Sultana: “es tan barato el pescado y no lo sabemos utilizar”. A escala nacional Constitución apenas existe en la forma de una borrosa periferia, una tabla rasa de la que es factible disponer sin culpas, y en la región ningún personero espabilado da señas de entender lo que allí se juega: la posibilidad de otra historia y otro territorio, no únicamente la historia y el territorio de Chile, sino las evidencias de un microcosmos complejo y resistente, capaz de desafiar también aquella visión que sólo ve estancamiento y hastío más allá de la metrópoli. En su literatura, Constitución encarna por momentos el tipo de pueblos costeros que antaño estudiara el antropólogo Steven Morrissey, pueblos grises donde cada día es como un domingo aburrido, y donde la mayor esperanza de romper la rutina es que caiga de pronto una bomba atómica. Pero en Conti lo cierto es que las bombas sí caen; 87
todo en realidad cae, todo se frustra, todo desaparece y algo distinto se levanta después, siempre.
*** La demanda de repercusión cultural no es en este caso una completa primicia. Faluchos, novela de Leoncio Guerrero publicada en 1946, arranca con una santiaguina deseosa de pintar nativos desnudos, o de llevárselos al maestro Cicarelli como botín icónico. Y en un cuento de Mariano Latorre las autoridades locales planean contratar a Nicanor Plaza para que esculpa por fin la heroica anatomía de un guanay. Los dramas que desde hace siglo y medio vienen ocurriendo en la Isla Orrego, la Barra, la Piedra de la Iglesia, la Poza y el Mutrún, hubiesen sido una perfecta respuesta para los berrinches que Guillermo Cabrera Infante atribuía al productor hollywoodense Sam Goldwyn: “Estoy aburrido de viejos clichés, tráiganme clichés nuevos”. Por motivos insondables esa consagración nunca ha terminado de cuajar, y así aconteció igualmente con Maule, la película que Chile Films prometió rodar en los 40 a partir de un premiado libro de Tomás Montecino. En función de tales experiencias truncas, el casi-casi ha sido la tónica de una especie de subgénero maucho que podría rotularse ficción infraestructural o narrativa de obras públicas. A ese rubro se integran hitos como la construcción del ramal y el puente Banco de Arena, las iniciativas para regularizar la actividad portuaria, la depredación de los bosques de pellín, el surgimiento del balneario y las consecuencias nada aromáticas de la celulosa. Una mezcla de tragedias naturales y fails ingenieriles se ha ensañado con Constitución hasta un punto no muy distante de lo que se tiende a pensar de Haití o Bangladesh. Ya sea en trabajos académicos como los de Cortez y Mardones, o en textos más ensayísticos como el que Carlos Acuña titulara Nacimiento de Nueva Bilbao, la historia local asoma plagada de dificultades burocráticas. Acuña, por ejemplo, cita el malintencionado informe de un funcionario penquista acerca de la navegación fluviomarina (“sólo aceptaría que mi barco entrase por ahí si primero me asegurasen el valor de él, y otro fuese dentro y no yo”), mientras que la investigación de Cortez y Mardones se retrotrae a mejoras que solían anunciarse para dos años y acababan 88
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demorándose treinta por parte baja. Tal como lo tematizarían Latorre, Montecino o Guerrero, la “perla del Maule” a menudo debió salir a flote contra viento y marea (obvio), pero además contra tsunamis, crecidas, hedores, bulldozers, políticos macucos, arquitectos geniales, veraneantes de Talca e intendentes que atornillaban al revés.
*** A los mauchos –o constitutanos, o constitucionenses, o porteños, o simplemente maulinos, según se les llama en fuentes diversas–, la naturaleza y la cultura les jugaron malas pasadas desde un principio. Oñederra y el resto de los fundadores vascos tuvieron que arreglárselas sin contar con papel para escribir sus documentos, ni con caballos para trasladarse a los núcleos administrativos del reino. Más tarde, los tranques y canales de regadío desangraron al Maule y embancaron sus aguas, impidiendo la entrada de buques de gran calado. El hecho fue clave y marcó la progresiva centralización del viejo orden este-oeste, hasta entonces autónomo en buena medida. Cuando se creyó que el tren serviría para sacar otra vez la producción agrícola, al final sirvió para traer turistas mojigatos o pintamonos. Y aunque a ese respecto se importaron ingenieros de nombres eufónicos (Bergdahl & Bristed, Cardemoy & Capdeville), a la postre los molos del puerto marítimo quedarían abandonados “como cetáceos inexplicables”, de acuerdo al testimonio in situ del poeta Manuel Francisco Mesa Seco. La ficción infraestructural, como puede verse, nunca se ha resuelto en un happy end, si bien el panorama podría cambiar en virtud de Elemental y su nuevo Proyecto de Reconstrucción Sustentable, entre cuyos artífices se halla nada menos que el geógrafo Marcelo Lagos (!!!). Libros mediante, por ahora un consuelo posible es continuar desempolvando las activas reacciones que la población ha dispuesto para combatir lo que parece un boicot de “todo el infierno junto” (Oñederra dixit). En ese sentido las parrafadas de Pablo de Rokha pueden revelarse prototípicas, especialmente cuando el de Licantén
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despliega voces y personajes en conflicto con el imperialismo, los explotadores de Putú y Perales, la justicia chilena, el latifundio, la industria maderera y sus pinos que crecen lentos “como yegua de tonto”. La resistencia más fuerte, no obstante, proviene sin duda de los guanayes. Son ellos –valientes al extremo de navegar hasta California con un par de huilas en vez de velas– los auténticos jovencitos de esa película que pudo sacudirle a Sam Goldwyn el tedio que ya iba sintiendo por sus espartacos, sus marcianos y sus cowboys.
*** Con frecuencia los guanayes despuntan como superhombres “de pata rajada”. Remeros, cargadores y marinos de piel cobriza y camisa de tocuyo, su denominación no parece tener un fundamento étnico, aun cuando hay quienes especulan concierta raigambre en una remota comunidad indígena (los huanahues), o de lo contrario comparan su fisonomía con los patos peruanos del guano, que acostumbraban emigrar hacia el sur en busca de sardinas. Se diría que estos héroes nacieron literariamente en extinción y que su vida cotidiana siempre fue una suerte de holocausto. Tanto Latorre como Mesa Seco, González Bastías y Óscar Bustamante los ensalzan cuando están por ahogarse, de manera que un guanay libresco casi siempre resulta ser el último, y el que personifica en suma el triste fin del Maule Antiguo. Por supuesto que no se mueren sin patalear, y de ahí que sea tan usual verlos como protosurfistas que sortean olas enormes, como paladines de la capacitación laboral o como filósofos espontáneos. Su conducta ante la adversidad desmiente la impresión de monotonía que otros autores le imputan al entorno de Constitución. En Playa negra, de Luis Orrego Luco, lo que predomina es en cambio el remedo de las modas de París y Santiago, el letárgico “run-run de los moscardones” y la mansedumbre del populacho que llama al desprecio o la ternura con expresiones como “asujétate Chuma”. Ambientada a fines del XIX, la novela de Orrego aporta datos sobre el
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arraigo regional de algunas familias ilustres o –dependiendo de la perspectiva– más bien nefastas (Aylwin, Mac Iver, Cousiño, Doggenweiler), cuya vestimenta es reseñada aquí con un nivel de detalle similar al que Patrick Bateman empleara en American Psycho. Las “clases escogidas” celebran fiestas de ricos y famosos; sus patriarcas se desplazan por una escenografía tan repetitiva como la de los Picapiedras (astilleros, roqueríos, chalets); y sus herederos se dan a beber champaña de boca a boca, suscriben las bondades del foot fetichism o se besuquean los brazos a la usanza del gato Tom. El novelista no pierde oportunidad de compadecer a los pobres que también habitan ese huevonódromo, y por si quedasen dudas acerca de quién es quién, se instala a sí mismo –de niño– haciendo un cameo en la pintoresca isla que hasta hoy lleva el apellido de sus abuelos.
*** Constitución llegó a ser: a) el primer balneario de la República cuando Viña era un puro caserío; b) un puerto medio cosmopolita cuando en Valparaíso ni soñaban con venderle merluzas a la Unesco; y c) el paradigma de una concepción del territorio que se basaba en las cuencas fluviales y no todavía en la longitudinalidad de los modernos sistemas de comunicación y transporte. En diferentes períodos irían esfumándose las damas de crinolina, los robles endémicos (nothofagus glauca), las embarcaciones a vapor y los pejerreyes que Latorre extrañaba angustiosamente. Capitalismo y centralismo habrían de au93
narse para entronizar la faceta más implacable de la modernidad, aquella que Efraín Barquero corporizó como un navío siniestro, cargado de dolor y de sangre. Pero la memoria de una época dorada aún no desaparece del todo. Así se ratifica en las crónicas de Emma Jauch y de Cynthia Rimsky, o en los estudios de la historiadora Valeria Maino, donde los lugareños conversan de sucesos de hace
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un siglo como si hubieran ocurrido ayer. A veces la nostalgia cobra el aspecto de un reclamo identitario con expectativas realistas, y otras se endilga por la mitificación y la fantasía. Tomás Montecino describe las nupcias del Genio del Mar y la Diosa Maule al interior de la Piedra de la Iglesia, y algunos de sus colegas narradores abultan un elenco teratológico que incluye al duende Metete y a un falucho-fantasma, el Dalcantú. A Constitución tampoco le faltan hijos frikis, empezando por el que quizá sea el escritor más chistoso del planeta, César Cascabel, y siguiendo por Alfonso Reyes Messa (conocido por sus vanguardistas Doce poemas en un sobre) o Ricardo Boizard alias Picotón (que en sus notas políticas vapuleaba a la derecha por prostibularia y a la izquierda por pornográfica). El recuento patrimonial es, en cualquier caso, harto más llamativo que la Condorilandia de Cumpeo o los ovnis de San Clemente. Como anotaba Leoncio Guerrero volviendo de Quivolgo y ante una grúa inutilizada, habrá que esperar dos mil años para que “sabios arqueólogos descubran nuestras ruinas”, y comprueben de una vez por todas
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que allí hubo –cataclismos aparte– “un avanzado grado de civilización”
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