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Periódico de Evangelización Integral No. 767 - Año XV

01 de Noviembre de 2015

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EDICIÓN ESPECIAL Diócesis de San Juan de los Lagos, Jal. Colaboración: $8.ºº

Ordenaciones diaconales

10 Nuevos Diáconos para la Iglesia

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EDICIÓN ESPECIAL DEL MENSAJERO DIOCESANO

ORDENACIONES DIACONALES

Pbro. Francisco Javier Rodríguez Meza Este sábado 31 de octubre, por gracia de Dios e imposición de manos de nuestro pastor, Mons. Felipe Salazar Villagrana, diez jóvenes han querido hacer lío, como dice el Papa Francisco, pues han querido consagrar sus vidas al servicio del Señor, quien les ha llamado y en este día confirma su elección, como diáconos.

Directorio Director y editor Padre Ildefonso García Pérez Subdirector Padre Juan Manuel García Hernández subdirector@mensajerodiocesano.com Formato Padre Francisco Javier Rodríguez Meza Seminarista José Guadalupe Velázquez Seminarista Adrián Ulises Hernández Seminarista Emmanuel Ponce Castañeda Seminarista Jesús Deciderio Mercado Suplemento Arandas Fátima del Rosario López Gazcón arandas@mensajerodiocesano.com Página Juvenil Rakel Miranda reichel_rmg@hotmail.com Publicidad Susana del Carmen Martín Jiménez 01 (378) 712 0490 Capilla de Guadalupe 01 (474) 742 0915 Lagos de Moreno, Jalisco publicidad@mensajerodiocesano.com Distribución Omar Jiménez Juan Diego López Gazcón En Internet www.mensajerodiocesano.com Correos edicion@mensajerodiocesano.com Suplemento Arandas: arandas@mensajerodiocesano.com Contáctanos Centro Diocesano de Comunicación 01 (395) 785 0237 San Juan de los Lagos, Jalisco Impreso en Guadalupe Comunicaciones

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Y, ¿quién es un diácono? ¿Qué hace el diácono? Pues el diácono es directamente un colaborador del obispo, y participa de una manera especial en la misión y gracia de Cristo. Quien recibe la ordenación queda marcado con un sello (es un sacramento que imprime carácter) que nadie puede borrar, ni hacer desaparecer, y que le configura con Cristo que se hizo “diácono”, es decir, el servidor de todos. Al diácono le corresponde asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración eucarística, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y el ejercicio de la caridad. (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1570) A esto sólo hay que añadir que el diácono también asiste a los enfermos (pero no puede ungirlos con el óleo de los enfermos) y les lleva el viático. Su origen se remonta a la primera comunidad, que nos habla Hechos de los Apóstoles, ahí se nos narra la necesidad de la comunidad de la asistencia en la caridad, así como la atención a las viudas, los pobres, los enfermos, por ello los apóstoles convocaron a la comunidad para que eligieran a varones llenos del Espíritu Santo y sabiduría, además de gozar de buena reputación entre los miembros de la comunidad, así la comunidad los eligió y se los presentaron a los apóstoles, oraron y les impusieron las manos.” (Hechos 6, 1-6) Así que el día de la ordenación somos participes de cómo el obispo les impone las manos suplicando la asistencia del Espíritu Santo y pidiendo que el mismo Espíritu actúe en la Iglesia por su medio. Algo que tampoco falta y que es muy importante para la ordenación es la plegaria de ordenación, así que la imposición de manos y la plegaria de ordenación son necesarias para que se dé el sacramento del orden. La ordenación, en cualquiera de sus grados se celebra siempre en la Eucaristía, concretamente después de proclamar el Evangelio. Esta celebración inicia con la llamada

y presentación de los candidatos. Dicha presentación la hace el padre rector del Seminario, quien se dirige al obispo; le informa además que la comunidad cristiana ha sido consultada sobre la idoneidad del candidato y que los responsables de su formación no tienen nada en contra de su ordenación. Después de la homilía los candidatos prometen solemnemente y frente a la comunidad cristiana y su obispo, quien la preside, que desempeñaran su oficio según sus fuerzas, como un servicio para la Iglesia y en obediencia al obispo. Quien ha emitido dicha promesa pone sus manos entre las del obispo como signo de depositar sus manos en las de Dios, allí donde la libertad no se vende, sino que se conquista. Dios aferra sus manos no para retenerlas, sino para abrirlas. Luego el obispo invita a orar a todos los presentes por el candidato, quien se postra en el suelo. Su rostro mira al suelo. Es un signo muy antiguo, expresa la entrega del ordenando a Dios. Es un signo de la total dedicación a Dios, del reconocimiento de la propia debilidad y humanidad. Recordemos que Dios le ha llamado en su debilidad, por ello mientras el ordenando está tendido en el suelo, la comunidad canta la letanía de los santos. Después del silencio y de la imposición de las manos, el obispo eleva al Señor una oración, puede ser rezada o entonada, con la que se consagra al ordenando y en la que se recogen las funciones más importantes del diácono. En esta plegaria se resalta que el diácono es colaborador de los obispos y de los presbíteros, es además maestro de la fe y anunciador de la palabra de Dios: “Envía sobre ellos, Señor, el Espíritu Santo, para que fortalecidos con tu gracia de los siete dones, desempeñen con fidelidad el ministerio […] […]Que resplandezca en ellos un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por los pobres y enfermos, […] […] de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo, que no vino a ser servido sino a servir, merezcan reinar con él en el cielo.”

(Cfr. Ritual de Órdenes, Buena Prensa, 2005, p. 205-206) Y después de la oración consecratoria se reviste el diácono con la estola cruzada y la dalmática. Enseguida el obispo le entrega el Evangeliario diciendo las siguientes palabras: “Recibe el evangelio de Cristo del cual has sido constituido mensajero; esmérate en creer lo que lees, enseñar lo que crees y vivir lo que enseñas.” (Ritual de Órdenes, p. 207) Entonces, después del saludo de paz que da el obispo a quien ha sido ordenado, la misa sigue con la presentación de los dones de pan y vino, que ya quien ha sido ordenado prepara y dispone sobre el Altar. Por último, solo cabe señalar que nuestra iglesia diocesana se llena de gozo, pues diez hermanos nuestros han sido llamados y elegidos por el Señor, dueño de la Mies, para su servicio, en el orden de los diáconos. Así vemos que nuestra Iglesia está completa, pues, en palabras de San Ignacio de Antioquía: “Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo que es imagen del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles: sin ellos no se puede hablar de Iglesia”. (San Ignacio de Antioquia, Trall. 3, 1) Sigamos haciendo oración por ellos, para que ese sí que han dado sea firme y claro, y por las vocaciones al sacerdocio.


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CONOCIENDO UN POCO MÁS...

EL SACRAMENTO DEL ORDEN

¿QUÉ NOS ENSEÑA EL CATECISMO DE LA IGLESIA? Adrián Ulises Hernández Cervantes 2º de Teología En esta edición especial, con ocasión de la ordenación diaconal de diez hermanos de nuestra diócesis, hemos querido presentar un acercamiento al Sacramento del Orden. Este artículo lo hemos preparado con base en lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica. Primeramente, debemos recordar que el Orden es uno de los siete sacramentos de la Iglesia, es decir, uno de los signos sensibles de la presencia de Cristo en medio de nosotros. Bautismo, Confirmación y Eucaristía, corresponden a los llamados sacramentos de iniciación cristiana. El Bautismo es el que nos introduce a la vida de la gracia en Cristo, nos hace miembros de la Iglesia, nos infunde el Espíritu Santo, nos borra el pecado original y por él es que podemos tener acceso a los demás sacramentos. La Confirmación es el sacramento por medio del cual el cristiano bautizado recibe la unción del Espíritu Santo para ser testigo del Señor Jesús. La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, es el sacramento que de modo especial nos une a Cristo al comulgar su Cuerpo y su Sangre. Hay otros dos sacramentos que son llamados sacramentos de curación y son la Reconciliación y la Unción de los Enfermos. Por la Reconciliación recibimos el perdón de Dios por nuestros pecados y somos fortalecidos con su gracia para emprender nuevamente el camino de la vida en amistad con él. En la Unción de los Enfermos, quien lo recibe es asistido por Dios para sobrellevar adelante los padecimientos físicos que debilitan o disminuyen la salud. Los dos sacramentos restantes se conocen como sacramentos al servicio de la comunión o de la misión de los fieles y son el Matrimonio y el Orden Sacerdotal. Por el primero, dos personas, varón y mujer, reciben la bendición de Dios para emprender juntos el camino de santificación

mutua, para formar una familia, comunidad de vida y amor y núcleo de la sociedad, en la que los hijos serán el fruto de la donación y entrega entre los cónyuges. Finalmente, por el sacramento del Orden, algunos miembros del pueblo de Dios, elegidos por vocación divina y vocación eclesial, son ungidos con el Espíritu Santo para cumplir de modo especial, en persona de Cristo, la misión de enseñar, santificar y regir a los fieles que formamos el Pueblo de Dios. ¿Qué nos dice el Catecismo sobre el sacramento del Orden? Hablemos primero sobre el origen del nombre. Para los antiguos romanos, el Orden era un cuerpo constituido en sentido civil, sobre todo entre los que gobernaban. La ordenación designaba, por tanto, la integración a dicho Orden. En la Iglesia, la palabra Ordenación se refiere al acto sacramental que incorpora al orden de los obispos, presbíteros o diáconos y que va más allá de una simple elección o designación, ya que, a quien lo recibe, se le confiere un don del Espíritu Santo que le permite ejercer un poder sagrado, proveniente de Cristo. En el Antiguo Testamento leemos que Dios eligió de entre todo el pueblo de Israel a la tribu de Leví para que fuera la que en el nombre de todos los israelitas ofreciera constantemente los sacrificios para el perdón de los pecados y para intervenir en favor de todos los hombres. A esta tribu de Leví pertenecían Moisés y Aarón. Nadie que no fuera de esta tribu podía ofrecer a Dios un sacrificio en favor del pueblo, ya que el servicio de los levitas se debía a una elección divina. Este ministerio descrito en el Antiguo Testamento no era sino una prefiguración del sacerdocio ministerial establecido a partir del Nuevo Testamento; de hecho, en las plegarias de ordenación, en cada uno de sus grados, se hace referencia

al pueblo de la Antigua Alianza y al sacerdocio ejercido por Aarón y los levitas. En el servicio que desempañan los ministros ordenados es Cristo mismo quien se hace presente en su Iglesia como Cabeza. Cuando un ministro celebra un sacramento, los frutos de la gracia se derraman abundantemente en la persona de quien los recibe, ya que por medio del ministro, Cristo obra realmente. Este sacerdocio, llamado ministerial, a diferencia del sacerdocio común que todos poseemos por el bautismo, es la función que el Señor encomendó a los pastores de su pueblo. Se trata de un verdadero servicio, instituido a favor de los hombres y de la comunidad de la Iglesia. Si por un lado el sacerdote representa a Cristo, por el otro actúa también a nombre de toda la Iglesia para presentar a Dios la oración que ella realiza y de manera especial, cuando en su nombre, ofrece el Sacrificio Eucarístico en la Misa. Que haya una ordenación, ya sea de un obispo, un presbítero o un diácono, es un acontecimiento muy importante para la vida de la Iglesia, por ello se procura que haya una gran concurrencia de fieles. Los ritos esenciales de la celebración de ordenación son la imposición de las manos que el Obispo realiza sobre quien será ordenado y la oración consecratoria por medio de la cual, el mismo Obispo pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el candidato es ordenado. Sólo el Obispo puede conferir el

sacramento del Orden. Hay otros signos importantes en el rito de la ordenación, como la presentación del candidato, el canto de la letanía de los santos, la unción con el crisma en el caso de los obispos y los presbíteros, la entrega del cáliz, la promesa de obediencia para los presbíteros y los diáconos, entre otros. Que haya una ordenación, ya sea de un obispo, un presbítero o un diácono, es un acontecimiento muy importante para la vida de la Iglesia, por ello se procura que haya una gran concurrencia de fieles. Los ritos esenciales de la celebración de ordenación son la imposición de las manos que el Obispo realiza sobre quien será ordenado y la oración consecratoria por medio de la cual, el mismo Obispo pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el candidato es ordenado. Sólo el Obispo puede conferir el sacramento del Orden. Hay otros signos importantes en el rito de la ordenación, como la presentación del candidato, el canto de la letanía de los santos, la unción con el crisma en el caso de los obispos y los presbíteros, la entrega del cáliz, la promesa de obediencia para los presbíteros y los diáconos, entre otros. Sólo el varón bautizado puede recibir válidamente la ordenación, esto porque Cristo eligió a doce varones para que formaran el Colegio de los (continúa en la página siguiente...)


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(viene de la página anterior) Apóstoles; ellos, a su vez, cuando eligieron a sus colaboradores, hicieron lo mismo. Dado que la Iglesia se reconoce unida a esta decisión del Señor, es que no se realiza la ordenación de mujeres. Dado que como todo sacramento se trata de un regalo divino, nadie puede decir que tiene el derecho de ser ordenado. Quien de alguna manera ha sentido el llamado para seguir al Señor en el sacerdocio ministerial, debe someterse a la Iglesia que se encarga de confirmar la autenticidad del llamado. No se trata de un deseo personal, sino de una elección divina que la Iglesia ratifica al admitir al Orden a quienes, después de un camino de formación inicial, han mostrado signos de idoneidad, y luego de que

se ha realizado un serio proceso de investigación y discernimiento. De antemano sabemos que nadie es merecedor de recibir este Sacramento. Una de las cosas que caracteriza a quien recibe el sacramento del Orden es el celibato. Quien recibe este sacramento asume, en un acto libre y con obsequio generoso de su voluntad, el compromiso de ser célibe. En nuestra diócesis, pocos días antes de recibir el sacramento, los candidatos a diáconos hacen promesa de celibato perpetuo. Al igual que el Bautismo y la Confirmación, se dice que el sacramento del Orden imprime carácter; en otras palabras, es indeleble, no se borra de la persona que lo

recibe. Una vez que se es ordenado, se es ordenado para siempre; no se trata de un sacramento que se reciba con validez para un tiempo determinado, ni tampoco de un sacramento que pueda ser recibido varias veces como la Eucaristía o la Reconciliación, aunque sí en su diferencia de grado (de esto hablaremos en otro artículo de esta edición).

los demás. Es por ello que es un sacramento al servicio de la comunión o de la misión de los fieles. Sin m i n i s t ro s o rd e n a d o s n o h a y Confirmación, no hay Eucaristía, no hay Unción de los Enfermos, no hay Reconciliación.

Si hay una expresión con la cual podemos definir este sacramento, sería la de “Regalo de Dios”; no es que los demás sacramentos no lo sean, sino que este lo es de un modo especial. Por el Orden se garantiza a la Iglesia y en la Iglesia la continuidad de la presencia de Cristo y su sacerdocio; por lo tanto, por este Sacramento se aseguran la presencia de todos

Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1536-1553. 1572-1589

Cumpleaños

Agenda 01

Divina Providencia Vigilia de Difuntos Solemnidad de todos los Santos

02

Fuente:

Conmemoración de los fieles difuntos Estudio por decanatos (Sacramento Reconciliación Presbiterio)

02-07 Semana de Animación Juvenil (Diócesis) 03-06 Reunión de Obispos de la Provicia de Guadalajara con empresarios (Tapalpa)

01

Padre Francisco Ledezma González

02

Padre Victoriano Villaseñor Jiménez

07

Padre Ernesto González Dávalos Padre J. Jesús Mena Delgadillo


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CONOCIENDO UN POCO MÁS...

GRADOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN

¿QUÉ NOS ENSEÑA EL CATECISMO DE LA IGLESIA? Adrián Ulises Hernández Cervantes 2º de Teología A diferencia del resto de los Sacramentos en el que no hay distinción de grado, el Sacramento del Orden consta de tres: el de los Obispos, el de los presbíteros y el de los diáconos. Ya desde tiempos muy antiguos habían quedado establecidos estos grados en el ministerio, de hecho, en los Hechos de los Apóstoles leemos el martirio del diácono Esteban; las cartas apostólicas hablan sobre los presbíteros y los obispos, y el mismo Pablo escribió cartas a Timoteo y a Tito que ya eran obispos en algunas de las primeras comunidades cristianas. El primero que se recibe es el del diaconado. Los fieles que se han preparado durante algunos años realizando estudios filosóficos y teológicos y que cumplan con los requisitos establecidos en el Código de Derecho Canónico, pueden solicitar ser admitidos al Orden de los diáconos. Los candidatos son elegidos por el Ordinario, ya sea el Obispo o el Superior en el caso de los consagrados, pero es únicamente a los Obispos a quien le corresponde ordenarlos. El grado del diaconado está destinado a ayudar y a servir a aquellos que participan en el sacerdocio ministerial de Cristo; es decir, al obispo y al presbítero, pero propiamente, no son sacerdotes. A ellos se les imponen las manos para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio. En la ordenación diaconal solo el Obispo es quien les impone las manos, significando con este gesto que quedan asociados con él en las tareas relacionadas con su ministerio. Una vez ordenados diáconos, nada puede eliminar el sacramento. Ellos deben imitar a Cristo, quien se hizo diácono o servidor de todos. A diferencia de los presbíteros ellos pueden realizar solo algunas tareas: asistir al Obispo y al presbítero en la celebración de los divinos misterios, asistir en la celebración del sacramento del Matrimonio y

que se remonta hasta los inicios del cristianismo, son los transmisores de la predicación de los apóstoles. Al orden de los obispos también se le llama “sumo sacerdocio” o “cumbre del ministerio sagrado”. Por la imposición de las manos de otro obispo, y en una ceremonia en la que participan varios obispos, se confiere la gracia del Espíritu Santo para poder hacer, de manera eminente y visible, las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote. Por el Espíritu Santo, ellos son los verdaderos y auténticos maestros de la fe. bendecirlo, proclamar el Evangelio, predicar, presidir las exequias y bautizar como ministro ordinario, entre otras funciones. Lo que no pueden hacer es administrar el sacramento de la Reconciliación, presidir la Eucaristía, ungir enfermos o confirmar. En la Iglesia existe la posibilidad de que el orden de los diáconos pueda ser conferido a hombres casado, en cuyo caso, su diaconado no sería transitorio, como en el caso de los que después de un tiempo llegarán a ser presbíteros, sino permanente. Este ejercicio del diaconado es un enriquecimiento muy importante para la misión de la Iglesia, puesto que ellos, por la imposición de las manos del Obispo, realizan un auténtico servicio en la vida litúrgica y pastoral. El siguiente grado corresponde al Orden de los Presbíteros. Ellos son colaboradores de los obispos para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo. Por estar unidos al orden episcopal, participan de la autoridad con la que Cristo construye, santifica y gobierna a su Iglesia. Por la unción del Espíritu Santo, quedan configurados con Cristo Sacerdote, de manera que actúan como representantes de Cristo Cabeza. Ellos no poseen la plenitud del sacerdocio y dependen de los obispos en el ejercicio de su potestad; en virtud del sacramento,

participan de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles. No son ordenados para una misión limitada, sino para una misión universal de salvación. Su función la ejercen sobre todo en el culto eucarístico. En esta acción, actuando en persona de Cristo, unen la ofrenda de los fieles al sacrificio del Señor y actualizan en la Misa el sacrificio de Cristo, que se ofrece al Padre de una vez para siempre. Junto con el Obispo, forman un único presbiterio. Ellos hacen presente de alguna manera al obispo en cada una de las comunidades de fieles. Solo ejercen su ministerio en dependencia del obispo y en comunión con él. En el rito de ordenación, los presbíteros hacen promesa de obediencia al obispo, y este, a su vez, les da un signo de paz, quedando de manifiesto que los considera como sus colaboradores, sus hijos, sus hermanos y sus amigos. Al igual que con los diáconos, los que serán ordenados presbíteros son elegidos por el Ordinario, siendo el obispo el único que puede conferirles la ordenación presbiteral. El grado que corresponde a la plenitud del sacramento del Orden corresponde al de los obispos. Ellos ocupan el primer lugar en el ejercicio ministerial y a través de una sucesión

A un obispo lo nombra el Obispo de Roma, es decir, el Papa. Le corresponde el oficio de pastor en la Iglesia particular que le ha sido confiada (en nuestro caso, la diócesis de San Juan de los Lagos), pero junto con sus hermanos obispos, tiene la responsabilidad solidaria de la misión apostólica de la Iglesia. Fuente: Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1554-1571

“Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial, para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos”. Misericordiae Vultus 10


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un regalo de dios para la iglesia

CONOCIENDO A LOS NUEVOS DIÁCONOS

DIÁC. JOSÉ SERGIO ACEVES GUTIÉRREZ Mi historia vocacional no es muy diferente a la mis otros hermanos seminaristas. Como muchos jóvenes que pertenecen a esta Diócesis de San Juan de los Lagos, la figura del sacerdote no es algo lejano. La mayoría de nosotros, si no todos, hemos crecido con el testimonio fecundo de alguno de ellos. Mi nombre es José Sergio Aceves Gutiérrez, soy originario de Tepatitlán de Morelos, Jal. Pertenezco a una familia formada por mis padres Ismael y Celina, a quienes Dios bendijo con el regalo de diez hijos, yo fui el segundo de ellos. El primero, Carlos, ya descansa en la paz del Señor. A mí me siguen mis hermanos Moisés, Patricia, Alejandra, Lidia, Lucía, Pablo, Daniel y Tadeo. Ahora, cuando alguien me pregunta cómo fue que entré al seminario siempre me viene a la mente el título de la historia vocacional de san Juan Pablo II: Don y misterio. Hoy entiendo de manera muy profunda que mi propia historia no tendría sentido si no estuviera enmarcada en el amor y la misericordia divina. ¿Cuál es la historia de mi vocación? Sólo la conoce en su profundidad Dios. Para mí, esta vocación es un misterio. En este momento lo vivo como un don que me supera infinitamente y ante la grandeza de él experimento cuan indigno soy de ello. Sin embargo, las primeras señales de la vocación las encuentro en mi familia.

Siempre he estado convencido que la inquietud vocacional surgió en mí por el ejemplo de mis abuelitos. En mi memoria están los años de mi infancia en las que visitaba a mi abuelita Queta y disfrutaba leyendo las revistas Aguiluchos y Almas. De parte de la familia de mi mamá aprendí de mis abuelitos Miguel (+) y Florencia el respeto a la figura del sacerdote y el amor por Jesús Eucaristía. De ambas familias siempre fue clara su devoción por el rezo del rosario y la asistencia a Misa. Considero que aquí están mis raíces vocacionales. Empecé a experimentar un poco más claro el llamado en la etapa de secundaria (la cursé en la secundaria Juan Escutia), en la que se nos ofrecía el sacramento de la confesión y la asistencia a la misa de viernes primero y cada año se organizaba una semana vocacional. Recuerdo que de esas jornadas quedaba en mí el deseo de ser misionero. Platiqué en ese entonces con el Pbro. Alfonso Pérez Magaña y me invitó a Semfas, pero a mí no me llamó la atención, así que ingresé a la preparatoria Regional y viví la experiencia de Pandillas de Amistad. Fue en los últimos semestres de preparatoria cuando vuelvo a pensar en la posibilidad de ingresar a la vida religiosa, entonces hablé con un hermano marista quien me escuchó de manera muy atenta y me dio un libro sobre san Marcelino Champagnat para que lo leyera y luego regresara a charlar con él. Tenía mucho miedo y nunca regresé.

Entonces decidí estudiar la licenciatura en Psicología, en Guadalajara. Para entonces pertenecía ya a Pastoral Juvenil Universitaria (PJU), en Tepa. Ahora que puedo mirar mi historia de vida entiendo que me “cotizaba” mucho para Dios. Lo explico: mientras estuve estudiando en Guadalajara viví con unos familiares con quienes siempre me experimenté en casa. Ellos son amigos muy cercanos del Pbro. Úrsulo Flores, en aquel entonces director espiritual del Seminario Mayor de Guadalajara. Recuerdo que el primer día que lo conocí me lanzó rápido la pregunta: “¿has pensado en entrar al Seminario?” Yo lo negué, de algo estaba seguro en ese momento: yo no quería ser sacerdote. Siempre que nos encontrábamos con el pbro. Úrsulo me invitaba a ingresar al Seminario. Así que mi etapa de estudiante de psicología la pasé entre PJU y el contacto indirecto con el Seminario de Guadalajara. Al terminar la carrera regresé a Tepa y empecé a laborar en una empresa embotelladora, en el área de recursos humanos. Fue en ese tiempo cuando el Pbro. Luis Carlos García Rea me lanza la invitación al Seminario, yo sólo me hice del rogar. Mis planes, como los de cualquier joven de mi edad eran otros: hacer una carrera en la empresa, estudiar una maestría y formar una familia. Fue en el momento en que yo creía tener todo, cuando haciendo un alto en mi vida, me pregunté qué quería

hacer de ella. Y entonces volvió a surgir en mí un deseo que no provenía de mí, como si algo hubiese nacido fuertemente en mi corazón. Me puse en contacto con el Pbro. Luis Manuel González Medina y me entrevisté con él. Viví el preseminario del Curso Introductorio y aunque mi intención era solamente sacarme “la espinita” de la inquietud vocacional, Dios me tenía reservada una sorpresa: descubrí que lo que yo consideraba que me daba “seguridad” era nada comparado con lo que encontraba en el Seminario. Renuncié a mi empleo, dejé mis proyectos, ingresé al Curso Introductorio el 15 de agosto de 2007 y hoy Dios me ha llevado por este camino del cual no me arrepiento. Ahora, ante la experiencia de haber sido aceptado a las órdenes sagradas experimento en mí la debilidad de mi persona y reconozco que mi vida no ha sido ejemplar. Dios me miró con amor, por eso comprendo como Pablo, que el Señor quiere depositar en mí un tesoro. En esto se resume mi historia vocacional: Dios me ha llamado en medio de mi pecado y fragilidad humana y sin haber hecho ni un solo mérito de mi parte. Ahora resuenan en mí sus palabras: “No me eligieron a mí; fui yo quien los elegí a ustedes y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero” (Jn 15, 16). Si tuviera que decir algo a un joven que siente el llamado de Dios, esto es lo que le diría: Ánimo, no temas, Dios siempre cumple su parte.


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DIÁC. EDUARDO BARBA MORALES Estimado lector, quiero expresarte y compartir la alegría de que Dios me ha llamado a formar parte de sus servidores, tomándome desde la hermosa vida de rancho. Un resumen de toda mi vida está contenido en el salmo 139, donde reconozco, profundamente agradecido, la obra de Dios que es constante en mi condición de peregrino por este mundo: «Señor, tú me examinas y me conoces. Por todas partes me rodeas, y tus manos me protegen» (Sal 139,1b,5). Fui llamado a nacer como segundo hijo, el 21 de octubre de 1988, en Tepatitlán de Morelos, y con gran alegría, mis papás, Rubén Barba Navarro y Trinidad Morales Aguilar, decidieron bautizarme creativamente, con el nombre de Eduardo. En total, somos una familia de cuatro hijos, empezando por José Manuel; después de mí, ocupa el tercer lugar Margarita y finalmente, María Guadalupe. Crecí en el Rancho Loma de San José, de la Cuasi-Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, perteneciente al Municipio de San Ignacio Cerro Gordo. En la niñez y una parte de mi adolescencia, viví aprendiendo a cuidar y ordeñar vacas, a trabajar en el ladrillo, a sembrar maíz y luego a cosecharlo en el «corte y molida de rastrojo». Mis papás nos enseñaron los buenos valores y la manera sincera de acercarnos a Dios, por medio de María, en el rezo del Rosario; asistiendo a misa y a la adoración nocturna. Ya desde temprana edad, a los nueve años, comencé a sentir el deseo y la espinita por la vocación sacerdotal,

justo cuando cursaba el tercer año de primaria. En ese tiempo, el padre Manuel Almaraz (+), un hombre sencillo, austero, de profunda oración y cercanía con todas las personas, estaba ejerciendo su servicio sacerdotal en la que antes fuera Vicaría de Nuestra Señora de los Dolores; para mí, él fue un primer ejemplo de vida sacerdotal, pues yo servía ocasionalmente como monaguillo en la misa que celebraba en el rancho. De manera más fuerte, y cuando sentí el llamado vocacional del Señor, fue en el mismo año tercero de primaria (1998) en que ingresó mi tío Miguel Ángel, ahora sacerdote en la Diócesis de Mexicali, al Seminario Menor para Campesinos de Tepatitlán, pues hubo la oportunidad para asistir a una de las convivencias organizadas para la familia; recuerdo muy bien que mi abuelita Lola (+), una mujer de mucha caridad, alegría, simpatía, en fin, un pilar de fe y ejemplo para la comunidad, me invitó, y afortunadamente conseguí el permiso para ir; justo en ese contacto y acercamiento que tuve con la vida de los seminaristas, es donde sentí atracción por buscar una experiencia de preseminario. E s t i m a d o l e c t o r, s i o b s e r v a s detenidamente, estarás notando que Dios no me llamó en manera extraordinaria, como si tuviera que mandar a un ángel para indicarme lo que debía hacer con mi vida; Él sabe intervenir en la vida de cada uno para hacernos entender qué es lo que quiere de nosotros, llevándonos con libertad a una vida feliz, encaminada a la salvación. A h o ra b i e n , l u e g o d e h a b e r disfrutado la primaria, en ansiosa

espera, viví el preseminario junto con otros compañeros y amigos de las comunidades vecinas de Los Dolores, y finalmente ingresé en agosto del 2001, junto con Gustavo Franco, mi tío segundo. Recuerdo que en el camino rumbo a Tepa, mis papás me iban recomendando algunas cosas para portarme bien y desde luego, no puedo olvido que allí sentí mucho apoyo de su parte, pues me dieron la libertad de ir al Seminario, diciéndome: «hijo, tienes nuestro apoyo, si más adelante no quieres seguir, tienes tu casa abierta para volver con toda confianza». Ese año fue de constante adaptación y de vencer muchos miedos, pues ingresamos a un colegio donde había que relacionarnos con otros compañeros de ciudad y con ideas diferentes, dispuestos a burlarse de nosotros que veníamos de rancho. Pero gracias a Dios pude salir adelante para concluir la secundaria en el Seminario Menor para Campesinos. Continué 3 años de preparatoria en el Seminario de Lagos de Moreno; luego uno en el Curso Introductorio de Arandas, donde recibimos con mucho entusiasmo la sotana, que es un signo externo de entrega a Dios y de la renuncia a la felicidad aparente que puede ofrecer el mundo; posteriormente avancé, en el 2008, a San Juan de los Lagos, a la Facultad de Filosofía, por tres años; después viví la etapa intermedia en casa, durante un año, ya en Guadalajara, pues toda mi familia nuclear salió a ganar el alimento y a desahogarse de las deudas que surgieron, pero ahora trabajando en tienda de abarrotes; en el 2013 ingresé a Teología y con el paso de los años llegamos al tiempo actual, donde, con gran emoción, entre miedos y con la firme esperanza,

después de haber solicitado el Orden del Diaconado, el obispo Felipe Salazar me aceptó, al igual que a mis nueve compañeros, como una manifestación de que Dios, a través de la Iglesia, nos llama a formar parte de sus humildes siervos. En este brevísimo recorrido de mi vida, veo con agradecimiento que Dios me ha cuidado constantemente y, a pesar de las complicaciones, fallas y limitaciones, se atreve a lanzarme una mirada de amor, así como a Zaqueo, el jefe de cobradores de impuestos para Roma, que estando en lo alto de un árbol, experimentó esa mirada profunda y sincera, llena de compasión, libre de todo juicio y cargada de un bálsamo que sana todas las heridas, el amor (Cf. Lc 19,110). Ya para cerrar el espacio que generosamente me ofrece el Mensajero Diocesano, quiero dirigir estas líneas finales para ti, joven que estás leyéndome y que te encuentras en un momento de búsqueda vocacional; si tú sientes el llamado a la vocación sacerdotal o religiosa, te invito a que no tengas miedo a preguntar a Jesús si de verdad te llama para esto, siendo así, ten por seguro que Él pondrá los medios para disponer el camino; quiero decirte sencillamente, con palabras de un muy buen sacerdote que conocí y que las he querido apropiar para mi vocación: «siempre el que invita, paga; y ahora bien, el Señor me ha invitado a seguirlo, entonces Él será quien pague, sólo espera que le responda generosamente». Joven, ¡Atrévete a responderle a Jesús, porque Él no falla y siempre paga!


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DIÁC. ANTONIO CARBAJAL PLASCENCIA Mi nombre es Antonio Carbajal Plascencia, nací en la comunidad del Rancho los Yugos Municipio de Cañadas de Obregón, Jalisco. Mis padres son; José Carbajal Plascencia y Herminia Plascencia Quezada, quien goza de la presencia de Dios desde el 15 de febrero de 2004. De catorce que fuimos de familia sólo quedamos con vida nueve, Rosalba, Patricia, Delfino, Daniel, Martín, Salvador, José y Mariana, ocupo el penúltimo lugar.

devoción que marcó mi vocación. De niño jugaba a celebrar misa y con mis amigos hacíamos altares a la Virgen e invitábamos a la familia a rezar el rosario por los caminos de la comunidad sobre todo en tiempos que el campo estaba lleno de flores. Recuerdo que de niño jugando a las devociones nos encontramos con un pajarito muerto, le hicimos su caja y lo sepultamos. Estos momentos han sido de gran espiritualidad para mí.

Mi infancia la pasé en la misma comunidad, de manera muy alegre y feliz, gracias al testimonio de mi madre y mi abuela materna, Paula Quezada, fui teniendo conocimiento de Dios. Mi madre me enseñó a rezarle a mi ángel de la guarda y a rezar antes de dormir. Mi encuentro con Dios fue desde la infancia, mi abuelita me llevaba con ella a misa y me llamaba la atención ver al sacerdote presidiendo la Eucaristía, aunque no entendía lo que pasaba pero mi atención se centraba a la hora del Padre Nuestro, el levantar las manos para orar. Por devoción familiar, siempre fue muy presente el amor a María, pues mi abuelita era responsable de continuar con la devoción a Nuestra Señora de Talpa, que sus ancestros habían inculcado para el mes de septiembre,

Cuando estaba en quinto de primaria unos amigos se fueron al seminarito de Tepatitlán y fue donde tuve conocimiento de la existencia de la formación para el sacerdocio y les dije a mis papás que cuando terminara la primaria también me iría al seminario, nunca les pedí permiso pero siempre me apoyaron. Terminando la primaria fallece mi abuelita fue algo muy duro y justo en la siguiente semana iniciaba el preseminario. Me llevó mi papá y posteriormente en agosto, a la edad de quince años, ingresé al Seminario. Fue una etapa muy hermosa, conocer nuevos amigos y tener la oportunidad de celebrar la Eucaristía todos los días. Terminando segundo de secundaria me fui del seminario y terminé la secundaria en Cañadas de Obregón, una experiencia

que marcó mi vida, convivir más con mi familia y disfrutar a mi mamá, experimentando tantas dificultades para trasladarme a la secundaria, sustos y tantas trabas que se presentaban en el camino, pero gracias a Dios fue una experiencia el haber conocido a nuevos compañeros y compañeras, hasta tener acercamiento con mis familiares de Cañadas. Terminando la secundaria a la edad de diez y ocho años ingresé al seminario de la preparatoria en Lagos de Moreno, al inicio del segundo semestre fallece mi mamá, fue un golpe muy duro para toda la familia y un nuevo rehacerme en mi proceso vocacional. Al término de la preparatoria, cuando todo estaba más restablecido, inicié la nueva experiencia de ingresar al Seminario Curso Introductorio y revestir por primera vez la negra sotana que me identificaba como seguidor de Cristo y un paso para ingresar al Seminario Mayor. Actualmente me encuentro en cuarto de Teología después de un fuerte discernimiento y tantas vivencias que han fortalecido mi vocación, hice la petición a las órdenes sagradas recibiendo la confirmación de Dios por medio de la Iglesia en la persona de nuestro Señor Obispo, Padre y Pastor.

Una vez más Dios me ha mostrado su infinito amor eligiéndome para ser su servidor, entregar mi vida a su servicio por medio de nuestro querido pueblo. Me siento muy feliz y también con temor, pero una gran confianza en aquel que me ha llamado a estar con Él. Queridos hermanos, ser llamado a la vocación es un gran regalo, y ante tan gran muestra de amor lo menos que puedo hacer es responder, aunque no de la misma manera en que Dios me ama, pero sí lo más que se pueda asemejar. No tengamos miedo a responder al llamado que Dios nos hace, la confianza en Él nos da la luz para el camino. Sea cual sea la vocación, tenemos que tener presente la respuesta de amor. En la vida tenemos muchos tropiezos y trabas pero todo es para fraguar, como el oro en el crisol, nuestra persona y así llegar a la santidad, que no es fácil pero tampoco imposible para quienes tenemos fe. Me encomiendo a sus valiosas oraciones y pido sigamos orando para que el Dueño de la mies siga llamando a más personas a trabajar en su viña para la salvación de nuestros hermanos. Dios los bendiga.


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DIÁC. ERIK GARCÍA JIMÉNEZ Es divertido e interesante comparar mi vocación con la frase escrita al principio. Usted lector, no me dejará mentir, ya muchos lo han dicho: “la vocación es un misterio”, “una llamada a vivir el amor”, y también así lo creo. Cierto es, que Jesús llama e invita a que se le siga, pero también es verdad, que el hombre decide responderle con un sí, o puede ser un no, y día con día, el hombre debe responder. Así que, preguntar a Jesús: “¿por qué me llamaste?” es plantearse una difícil pregunta, sin embargo, la respuesta es tan sencilla como decir: porque Él quiso, y por supuesto, yo también. Porque la vocación es un regalo que Dios nos ofrece para encontrarnos con Él y con el hermano, no porque nos lo merezcamos, sino porque lo necesitamos. Al menos, eso es lo que creo. Haciendo uso de estas líneas, quisiera compartir con usted mi experiencia de la llamada y respuesta al amor, atestiguando la presencia y compañía de Dios en mi vida.

Nací en Capilla de Guadalupe, Jal., el 7 de Mayo de 1989. Mis papás son Ma. Ofelia Jiménez Gómez y Raúl García Orozco. Soy el menor de siete hermanos. Todos influyeron en mi vocación, de ellos aprendí valores humanos y cristianos. El ejemplo y educación que me dan mi papá y mi mamá, la ayuda incondicional que recibo de mis hermanos Araceli Margarita, Alejandro, Bertha Alicia, Miriam Fabiola, José de Jesús y Yéssica Elizabeth, es una clara presencia de Dios en mi llamado. Fue curioso el nacimiento de la chispa de la vocación. Desde pequeño me llamaba la atención la vida sacerdotal. Este sentimiento se originaba por el trato amistoso que mi familia tenía con sacerdotes y seminaristas, sin duda, el testimonio de vida que daban me motivó. Algún tiempo fui monaguillo, el servicio del altar dejó en mí la huella de la vocación. Cuando me preguntaba algún padre o seminarista: “¿Qué quieres ser de grande?”, ingenuamente respondía: “padre”, aunque también quería ser músico o trailero, la verdad, es que yo

me veía más bien de grande detrás de una guitarra, o detrás de un volante de un tráiler Kenworth, que detrás de un altar. Entrado ya en la etapa de secundaria, tuve la oportunidad de formar parte del grupo de semfas (seminaristas en familia). Esperaba con mucha ansia las reuniones, pues el juego y los paseos hacían muy amena la convivencia, pero siempre estuve atento en llevar la playera, librito de oraciones, biblia y la lapicera, pero eso sí, muy pocas veces hice la tarea. La invitación para entrar al seminario me encontró cuando cursaba tercero de secundaria. Un amigo me convenció para ir al preseminario, él quería ser sacerdote y estaba dispuesto a entrar al seminario en la etapa de preparatoria. Yo, con aquella espina pequeñita de la vocación y la búsqueda de la aventura y diversión, pedí permiso a mis papás para asistir al preseminario. Estando en el preseminario de una semana, el pensamiento e ilusión al sacerdocio creció. No tenía planes de quedarme en el seminario, pero ahí, algo cambió, y tomando la oportunidad que se me brindaba, quise formar parte de la nueva familia del seminario. Desde ese momento, comencé mi formación en el seminario, una aventura divertida y alegre. Han pasado algunos años desde que entré al seminario, y ahora, con la aceptación al orden del diaconado, confirmó que Dios llama a los que Él quiere. Comprender este regalo de amor que hace, no me ha sido posible, los sentimientos y emociones que despierta son únicos, tanto así, que no sé cómo describirlos. Discúlpeme lector por no poder encontrar palabras para detallar todo lo que siento, hasta la mente se atonta al buscar

una explicación, más aún, el alma se ensancha de alegría, un nudo en la garganta se hace grande al ver que Dios me llama, aún sabiendo lo débil que soy, sin embargo, Él confía en mí, y desde lo profundo de mi corazón resuena la palabra gracias. Gracias Dios por la vida, gracias porque soy parte de la Iglesia, gracias por este llamado, gracias por mi familia, amigos y bienhechores. Gracias por mis formadores en el seminario. Gracias Dios porque estás presente en mi vida, aún cuando en algunas ocasiones no logre reconocerte. Que tu Santo Espíritu me ilumine y me guíe, para poder servir con caridad y alegría a la Iglesia.

“...llamó

a

los

que él Quiso y se acercaron a Él” Mc 3, 13b


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DIÁC. LUIS JAIRO GARCÍA HERNÁNDEZ Hola queridos amigos lectores del Mensajero Diocesano que juntos integramos la iglesia diocesana de San Juan de los Lagos. Es para mí un honor y una bonita oportunidad el dirigirme a ustedes para compartirles el paso de Dios por mi vida en la invitación que desde pequeño me hizo. Seguirle de manera más radical y fundamental por el camino del sacerdocio ministerial. Mi nombre es: Luis Jairo Hernández Pérez, nací un 20 de septiembre de 1989 en la ciudad de Tepatitlán de Morelos, Jal. Soy originario de la comunidad de Betania, Jal. Donde el patrono de la parroquia es el Sagrado Corazón de Jesús. Mis papás José Luis Hernández y Luz Elena Pérez recibieron de parte de Dios la alegría de la vida en cinco hijos, tres hombres y dos mujeres de los que ocupo el primer lugar. Desde pequeño mis padres me enseñaron a dirigirme a Dios como mi Padre, el cual me amaba tanto que quería que yo fuera un niño feliz. También quienes tuvieron parte fundamental en mi referencia hacia Dios fueron las religiosas del Colegio de mi pueblo, ya que por las tardes mi

hermano y yo nos íbamos a rezar con ellas. Recuerdo que nos ponían a rezar la Liturgia de las Horas juntamente con el Rosario. Una vez que terminábamos de rezar éramos merecedores de una dotación de pistaches. Es curioso que al repasar mi vida descubra que lo que yo quería llegar a ser cuando fuera grande era chofer de autobús, médico y por último padrecito. Sin embargo todo era una idea de un niño, pero que si tenía la convicción de querer salir adelante a través del estudio.

Ingresé al Seminario Menor sección secundaria en Atotonilco en el 2001, a la edad de once años. Estaba muy pequeño, muy apegado a mis papás, así que en verdad fue un paso difícil el salir de casa para seguir lo que a mí me hacía feliz. A pesar de los ratos de tristeza por no estar con mi familia puedo decir con toda honestidad que Dios los transformaba de un momento a otro en felicidad. Dios jamás me dejó solo, porque como mi Padre que es, estuvo siempre cuidándome. El seminario para mí ha sido una ¿Qué me motivó para el sacerdocio? experiencia maravillosa. Una vida Quien ha sido pilar esencial de feliz en el seguimiento de Jesús Buen mis motivaciones para querer ser Pastor que me ha ido configurando. Es sacerdote, es mi tío padre, Gabriel vivir la aventura del amor desmedido Hernández Hernández. Al que de en la entrega diaria al servicio de Dios cariño le llamo padrino. Su testimonio y de la Iglesia. Gracias al seminario de fe, de entrega, de servicio, de experimento la plenitud de la alegría amor a la Iglesia y a su ser sacerdotal de vivir para servir. Mi vida en este ha provocado en mi vida y en mi hermoso lugar se ha desarrollado persona el deseo de seguir a Jesús, en un diálogo profundo con Dios, en el deseo de ser sacerdote. Estando el que en la oración, la cercanía y la con él en un periodo vacacional fue reflexión de la Palabra y la vivencia de donde yo experimenté la llamada los sacramentos he ido descubriendo del Señor a entrar al seminario. Es allí el proyecto de Dios para mi persona. donde la flama de la inquietud por el Estoy plenamente convencido que sacerdocio comenzó a arder. ha ido fraguando en mí su historia de salvación. El ser aceptado para recibir la ordenación diaconal me recuerda el gran amor que Dios me tiene. Porque me ama, me llama. Y porque le amo le he dicho que sí. Estoy plenamente convencido de que no lo ha hecho por ser el más listo o el más virtuoso. No es porque me lo merezca o por méritos que he conseguido, es y ha sido simplemente porque, mirándome con misericordia me quiere todo para Él. Ahora que se acerca el día en que me postraré rostro en tierra y se me impondrán las manos, mi cuerpo y mi alma tiemblan ante este gran misterio, sin embargo, me inunda una gran alegría, una paz y una felicidad insondable que me es muy difícil

explicar con palabras. Sólo sé que Dios me hará su instrumento de amor para llevar el Evangelio que transforma todas las realidades humanas. Todo es don, todo es gracia, mi vida al servicio del Reino de Dios. Como el apóstol Pedro le digo al Señor: “Confiando en tu Palabra echaré las redes”. Quiero permanecer siempre al lado del Señor por ello, juntamente con el himno del martes IV de la Liturgia de las Horas rezo: Estate, Señor, conmigo siempre, sin jamás partirte, y cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo; porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo de si yo sin ti me quedo, de si tú sin mí te vas. Llévame en tu compañía donde tú vayas, Jesús, porque bien sé que eres tú la vida del alma mía; si tú vida no me das yo sé que vivir no puedo, ni si yo sin ti me quedo, ni si tú sin mí te vas. Por eso, más que a la muerte temo, Señor, tu partida, y quiero perder la vida mil veces más que perderte; pues la inmortal que tú das, sé que alcanzarla no puedo, cuando yo sin ti me quedo, cuando tú sin mí te vas. Amén. Querido joven, si tienes la inquietud por conocer la vida del seminario, si en tu interior descubres la voz de Dios que te llama a seguirle por el camino del sacerdocio. Anímate, atrévete a seguirle, te aseguro que no te arrepentirás. El seguir a Jesús es una aventura extraordinaria. Te lo recomiendo. Dios les bendice. Saludos.


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DIÁC. JAVIER LOMELÍ AQUINO Hola amigos lectores del Mensajero Diocesano, soy Javier Lomelí Aquino, originario de San Gaspar de los Reyes, Jalisco –pueblo bello, bajo la especial y maternal protección de María Auxiliadora-; hijo de Valentín Lomelí Cornejo y Virginia Aquino González, originarios ellos también de este bello pueblo, soy el hermano mayor de Yadira, Juan Antonio y Luis Ángel, y nací un 15 de junio de 1984, -si lo prefieren no hagamos cuentas, la verdad no es que me incomode pero, mejor dejémoslo así… je je. Con mucho gusto y alegría, y de manera breve, quiero compartir con ustedes, algunos momentos de historia personal con Dios, ¡el Señor de mi historia!, y cómo es que Él, que siempre está conmigo –bueno, con todos, pero ya contará cada uno su historia- se ha hecho notar en algunas ocasiones más que en otras, o mejor dicho, me ha dado la oportunidad de notarle en algunas ocasiones más que en otras -no me pregunten por qué, Él es todo un misterio, y ¡qué Bello Misterio! Sin afán de presunción, pues ya saben, además de con mucho amor, al igual que cada uno de ustedes, fui creado a su imagen y semejanza- por ello mi deseo es llegar a ser santo como lo es Él –a propósito, no se les olvide al terminar de leer esto, pedir a Dios en oración por mis compañeros y por mí que tanto lo necesitamos. Pues bien, entremos en materia. El don de Dios para conmigo al concederme una vida, una familia, un hogar, unos amigos, un pueblo al qué pertenecer, en fin tantas cosas, -y que también les ha concedido a cada uno de ustedes-es de verdad inestimable, y tomar conciencia -poco a poco y no sin dificultad- del regalo que son para mí -y no por merecimiento-, son

en primera instancia la experiencia y motivación para tratar de responder al Amor que desde siempre me ha amado. La inquietud concreta por la vida de seminario comenzó a partir de la convivencia con quien en aquellos -ya muchos, varios- ayeres, -¡bueno no tantos!- fuera el cura de San Gaspar, el Padre José Luis González Franco, quien además de cercano, se mostraba en razón de su estado de vida, contento y en paz. Sin duda que Dios comenzó a llamarme la atención con el trato desinteresado y sencillo de este sacerdote. Recuerdo haberle mencionado: ¡oiga, pues me gustaría conocer algo más del sacerdocio! De manera que me propuso asistir a un pre-seminario, y sin más ni más, me animé a emprender tal aventura. Después de la experiencia del preseminario, pues, se quedó la inquietud clavada en mí para continuar en dicha formación y que, hasta el día de hoy, se ha convertido en una de las experiencias más enriquecedoras de toda mi vida -no hagan cuentas- y de

la cual no me arrepiento ni en lo más mínimo, ¡gracias Dios por nuestro Seminario! La aventura del seminario inició un 08 de agosto de 2004 en el Curso Introductorio, ubicado en Arandas, recuerdo que fue un momento de esos donde se experimentan todo un cúmulo de emociones y sentimientos, pues estaba tratando de responder a la invitación -como muchos de mis compañeros, jóvenes ilusionados- que Dios me hacía y daba una gran alegría a mi interior, mas por otro lado, nunca había experimentado sentimiento tan amargo de “dejar a mi familia”, de percibir en la mirada, sobre todo de mi mamá, y en su impresionante silencio, una vocecita -sí, lo sé, suena extrañoque decía: ¡ánimo, adiós, cuídate, te quiero, vámonos, no te quedes, te lo encargo Dios mío, que feo se siente, que gusto por él, etc…! –sí, eso suena contradictorio, pero describe también esas mociones personales internas¡No cabe duda, eso de la vocación es un misterio!

Nuestro Buen y arriesgado Dios, -a quien en días anteriores y, no se diga en estos últimos, le llovió sobre mojado de oraciones y súplicas- después de algunos pasos -años- en el Seminario, el día lunes 21 de septiembre del presente año, como a eso de las 19:40 horas, -un aproximado-, al lado de la Capilla de la Casa de Pastoral Juan Pablo II, a través de nuestro Obispo Felipe Salazar, de manera escrita, me hizo saber que era admitido para el Orden del Diaconado junto con mis otros nueve compañeros de grupo… (la historia continua…) El gozo y la alegría -sí, lo admito, y unas cuantas de San Pedro- llegaron a mí, la verdad este es uno de los momentos más intensos de mi corta vida -sin cuentas!!!-, me encontré con Dios en el gozo y la alegría de mis compañeros, en sus lágrimas, en sus sonrisas, en esas expresiones que, no es por mala onda y que no desee compartir con ustedes, pero la verdad no se pueden describir con facilidad, puedo decir al menos que son “expresiones misteriosas”, no porque lo escondan todo, sino porque dejan ver tanto y tan poco, dicen tanto y les falta por expresar tanto. ¡Qué Bello Misterio! Sin duda, Dios se sigue mostrando generoso y misericordioso, es por eso que me gustaría invitar a toda persona, especialmente a los y las jóvenes, a confiar la propia vida en manos de quien es la Vida misma, y dejarse sorprender, no para ver qué es lo que nos da, sino para rendirnos totalmente a Él, para entregarle lo que desde siempre ha sido suyo… no hay que temer! Él sigue llamando a los que ama para que estén con Él (Mc 3, 13). Con toda humildad y confianza en Dios, atrévete a decirle con la propia vida ¡Señor Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero! (Jn 21, 17)


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DIÁC. HORACIO MONREAL PADILLA Mi nombre es Horacio Monreal Padilla. Nací en diciembre 29 de 1985, en Tototlán, Jal. Soy el octavo de once hijos de Juan Monreal y Reynalda Padilla. Mis hermanos son: Adán, Araceli, Olga, Jaime, Mayra, Heriberto, Jorge, Humberto, Cecilia y Pedro. Viví mi infancia en una comunidad de Tototlán, llamada Carrozas; allí tuve el primer acercamiento a Dios, a través de la fe y religiosidad popular de mi familia; mis abuelitas me enseñaron a rezar. Fui un niño feliz; mi vida conjugaba el juego con los amigos y la responsabilidad de la escuela, los mandados, el trabajo del campo y el cuidado de un rebaño de chivas. La historia cambió drásticamente: en poco tiempo experimenté miedo, inseguridad, hambre e inestabilidad (20 mudanzas en menos de 5 años). Yo tenía 11 años de edad cuando ocurrió un accidente, por el cual tuvimos que abandonar el pueblo. Aunque sabía lo que sucedió, no entendía el por qué. Este sufrimiento, junto con las dificultades propias

de la adolescencia, me llevó a distanciarme de Dios. Ya no rezaba, ni me acercaba a los sacramentos, cuestionaba las verdades de fe, me gustaba la música de “rock punk” y las ideas del estoicismo; aunque en el fondo estaba el deseo de una vida coherente y con valores. Debido a los cambios de domicilio, perdí dos años escolares; para continuar mis estudios de secundaria fue necesario separarme de mi familia nuclear, apoyarme en la familia extensa y trabajar de medio tiempo. Cuando cumplí la mayoría de edad, la situación era ya diferente, había estabilidad familiar y vivíamos en Tlaxcala. Yo seguía trabajando y estudiando; con una beca y la ayuda de mis patrones, quienes me aseguraban el apoyo para estudiar una carrera, entré a una prestigiada escuela preparatoria, de los Padres Escolapios. Allí tuve momentos de oración y reflexión. Un retiro espiritual, que cuestionaba el rumbo de mi vida y mi relación con Dios, ayudó para que me acercara nuevamente

a los sacramentos. Fue un tiempo de gracia en el que experimenté la presencia de Dios, en el que hice una relectura de mi vida, interpretándola con una mirada de fe. En ese año conocí la Corona de Adviento y me impresionó su significado, participé en las celebraciones de la Semana Santa, y me cautivó el anuncio del kerigma. Con el deseo de conocer más a Cristo, tomé la decisión de ir al Seminario. Hablé de todo esto con mi novia y terminamos nuestra relación; se lo comuniqué a mi familia y lo tomaron con agrado, juntos vimos que era conveniente regresar a nuestra tierra; desde entonces nos establecimos en Tototlán. Llegué a la preparatoria de Lagos de Moreno en agosto de 2004, ya habían pasado los preseminarios, sólo tuve una breve entrevista; me dijeron que estaría a prueba y que, en menos de una semana, debía iniciar el curso con el grupo de primero. Tuve dudas, pues no sabía cómo era el Seminario, además implicaba retrasarme otro año escolar. Pero dije sí, y no me arrepiento. Han sido 11 años maravillosos, con todas las alegrías y dificultades que conlleva la decisión de permanecer en el Seminario, aprendiendo a ser discípulo y pastor. Ahora, en el último año de Teología, he sido aceptado para recibir el Sagrado Orden del Diaconado. Esto me llena de felicidad y me invita a aceptar con gozo el compromiso de pertenecer a Dios, de ser un ministro del Señor y un servidor de la Iglesia. He descubierto que no soy yo quien ha elegido este camino, sino que Dios me eligió; y aunque en un tiempo me alejé, Él tuvo misericordia de mí. Sé que Dios me amó primero y, por tanto, el discernimiento que hice y

el estilo de vida que asumo son una respuesta a ese amor, a ese llamado que me hace para colaborar en su plan de salvación, para mi santificación y la de mis hermanos. Creo que mi experiencia vocacional se asemeja a la de Moisés porque en ambos hay el sufrimiento del destierro, el encuentro con Dios que cambia los planes, y el regreso a su pueblo para una misión concreta. En la Sagrada Escritura podemos encontrar el sentido a nuestra vida. Considero que es bueno buscar en la Palabra de Dios nuestra vocación y misión. Y si tú, aún no descubres cuál es la tuya, te invito a no tener miedo al llamado de Dios, a remar mar adentro, buscando tu autorrealización, pero dejando que Cristo conduzca la barca. Nota: las fotografías que aparecen aquí quieren representar lo que ha sido importante para mí: la familia, los amigos, la naturaleza, la oración y la misión. A partir de ahora lo será también la fraternidad sacerdotal, la oración por la Iglesia y el ejercicio del ministerio al servicio de la comunidad eclesial. ¡Quiero ser un buen sacerdote, ayúdame a lograrlo, pide por mí!

“...y dejando al instante las redes, lo siguieron” Mc 1, 18.


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DIÁC. DIEGO ANTONIO ORTEGA JIMÉNEZ Mi nombre es Diego Antonio Ortega Jiménez, nací en la ciudad de Arandas, Jalisco, el día 19 de Diciembre de 1988, soy hijo de Antonio Ortega Hernández y Luz Elva Jiménez Huerta, tengo 3 hermanos, Nancy Paulina, actualmente casada con Leonardo, padres de dos niñas: Paulina Geraldine y Valentina, Juan Carlos mi otro hermano, también casado con Mayra, padres de una niña: Magaly Guadalupe y por último la más pequeña de mi casa, Andrea Berenice, actualmente soltera. Ellos son mi familia. Actualmente tengo 26 años y por regalo y gracia de Dios he sido llamado a responder con generosidad al Sagrado Orden del Diaconado. Pertenezco a la Parroquia del Señor San José Obrero, desde muy pequeño se fue fraguando una historia, pero no cualquiera, sino una historia de salvación. Desde muy pequeño surgió la inquietud por la vida sacerdotal, entre miedos e inseguridades no daba el paso para aventurarme, pero mis distracciones eran el juego, los estudios y por supuesto la carpintería, valorar lo que es ganarse un peso y la oportunidad de aportar algo para el hogar, que desde muy pequeño fui educado en ese aspecto.

la asamblea, siempre decía: algún día yo estaré aquí, pero mi motivación para entrar al seminario no se quedó solamente en una motivación exterior. Mi verdadero estímulo y llamado es desde los 8 años, cuando asistía a un grupo de niños llamado “Jardines”, en el que nuestro apostolado era hacer visitas a enfermos y sobre todo tener un contacto cercano con la casa hogar de mi ciudad, llevando obras de teatro, pastorelas y juguetes a los niños, fue por muchos años esta actividad que me hacía sentir pleno. Fui creciendo hasta que a los 13 años entré al grupo que aclaró mis dudas, Pandillas Cristianas de Amistad, que me mostró más de cerca el amor a María y a Cristo, enseñándome que servir vale la pena y más cuando toda mi familia estaba involucrada. Con el tiempo vinieron otros retiros y servicios, pero es sin duda el Movimiento de Búsqueda Franciscana al que le debo mis pasos para decir sí al llamado que Dios me hacía y me sigue haciendo, entre la experiencia de las amistades, el servicio, el encuentro con Dios, las convivencias, los retiros, los viajes y los paseos, decido aventurarme a algo desconocido pero que ha llenado completamente mi vida.

Mi experiencia de Dios y motivaciones para entrar al Seminario son desde pequeño, ver la relación de mis papás y abuelos fue una estimulación grande, el amor a la Eucaristía, la confesión haciendo nuestros viernes 1eros, el rezo del Santo Rosario en familia, entre otras prácticas de piedad, recuerdo que cuando asistíamos los domingos a misa, siempre a todos mis hermanos nos inculcaron un amor y respeto a los sacerdotes, cuando era el momento de la paz, mis padres me ensañaron a subir y darles la paz a los “padres”, cuando subía y volteaba a ver a toda

Platicando con quien ese tiempo era el Señor Cura Juan Francisco Navarro, ahora nuestro Vicario general, comenté mi inquietud y recuerdo sus palabras sencillas y profundas, me dijo: yo te apoyo, te conozco, conozco a toda tu familia, prepara tu corazón y tú persona y adelante. Fue el 15 de agosto del 2007 a la edad de 17 años, la fecha que cambió mi vida, fue mi entrada al Seminario Curso Introductorio. Recuerdo que mi estancia fue muy agradable y realmente una experiencia fuerte de Dios, ya que la misma casa y sus

espacios propician de una manera natural a la oración, a la interiorización y el conocimiento personal, fue un tiempo de conocerme, de enamorarme de la vocación, de asimilar y madurar aspectos de la adolescencia, tiempo de hacer fuerte los lazos familiares y fraternos. Fue un tiempo fuerte de discernimiento entre la compañía de mis formadores, yo y el Señor, un espacio claro y profundo de encuentro. Después de acompañamientos cercanos con mis formadores y de momentos profundos de oración, ingreso a la Facultad de Teología, donde el 29 de noviembre del 2012 fui admitido a las Órdenes Sagradas, posteriormente recibo el Ministerio de Lector el 28 de noviembre del 2013 y el Acolitado el 22 de mayo del 2014. Ahora con enorme gusto y confiando siempre a la voluntad de Dios, me preparo para responder con generosidad y con un corazón hinchado de amor, a esta encomienda que el Señor me hace. Mi experiencia de haber sido aceptado a las Órdenes Sagradas, me ha llenado de profunda paz, me siento motivado, comprometido y consciente de las exigencias que el servicio implica. El Señor me ha dado un hermoso

regalo, lo busqué, me buscó, lo encontré, me encontró y ahora juntos caminamos hacia donde Él así lo decida. Reconozco mis múltiples limitaciones, pero aun así Dios ha puesto su mirada en mí, esto es obra suya simplemente. Agradezco a mi Obispo Felipe Salazar por confiar en una misión tan delicada pero tan hermosa, a todos mis formadores por su cercanía y caridad. A todos los jóvenes que sienten la inquietud por la vida sacerdotal, les invito a que se animen, a que confíen plenamente en el Señor, sepan que el llamado no es por las múltiples cualidades, ni por méritos propios, sino porque Dios así lo ha dispuesto y nos mira con Misericordia. Sacerdocio es sinónimo de entrega, de alegría, de servicio y generosidad, pero sobre todo mostrar el rostro de Dios al pueblo dolido y sufriente por las diferentes circunstancias, de esa manera quiero configurar mi vida y mis pasos entre los niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos, familias, pobres, discapacitados, en fin, todos aquellos que necesiten del amor y del encuentro con Cristo. Sólo puedo decir como el salmo 138, Señor, tú me sondeas y me conoces, a donde vaya ahí estás tú.


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DIÁC. JOSÉ DE JESÚS PADILLA VÁZQUEZ Todo comenzó en un hogar de San Julián, Jalisco, con el amor de dos jóvenes que se aventuraban a formar una familia. Fue así como Jesús Padilla y Teresa Vázquez tuvieron su primer hijo, al cual, en honor a su padre, pusieron por nombre José de Jesús, ese soy yo. Mas tarde también llegaron a la familia, mis hermanos, Alejandro, Marcos y Gerardo. No sé cuando comencé a sentir ese llamado al sacerdocio, sólo sé que desde muy pequeño quería ser padre, creo que no sabía siquiera lo que era exactamente un sacerdote, pero yo quería serlo. De niño, en mi relación con Dios, jugaron un papel muy importante varias personas, pues con su ejemplo me enseñaron a amarle y me inculcaron el deseo de servirle, entre ellas están mis padres y mis abuelos, así como mi tía Pepa y otras varias personas, sin olvidar a grandes catequistas de las cuales después fui colaborador. A los nueve años, un monaguillo llamado Leonardo me invitó a ayudarle al padre en las misas, al principio me resistí pero después acepté, mi Mamákika (abuelita) me decía que debía comportarme, bastaba que con una mirada me lo indicara, para ponerme quieto y serio. Él mismo me invitó a Sem-fa-s (Seminaristas en familia de San Juan de los Lagos), fue allí donde me enteré que existían los seminarios y su finalidad, me comencé a ilusionar cada vez más con la idea de ser padre. A mis catorce años le dije a mi madre: “me iré al seminario”, ya me sentía yo un hombre grande e independiente, comenzando a fraguar su propia historia, sin embargo era un niño que

empezaba una historia, sí, pero no propia, sino por iniciativa de Dios. Fue así como el 24 de agosto de 2003 dejé mi casa y me aventuré a entrar al soñado seminario, no iba sólo, me acompañaba una gran sonrisa en el rostro, un par de mochilas, grandes ideales, un gran amigo y muchos por conocer. Nunca me he arrepentido de aquella decisión, yo era un niño, pero con el paso del tiempo comencé a ser adulto y día a día he decidido permanecer en este camino. Sin embargo, Dios es quien poco a poco me ha llevado de la mano para poder responderle y continuar, me ha levantado en mis caídas, ha alumbrado mi camino, ha dado firmeza a mis pasos y ha alegrado mi vida. Durante mi tiempo en el seminario me salí un año y me hice norteño, me fui a trabajar y a estudiar a Chicago, lo mismo hice durante mi año de servicio. Trabajé en varios restaurantes como la mayoría de la gente de mi pueblo que allá vive. Esos momentos de mi

vida me ayudaron a comprender el valor tan grande que la familia tiene y a saber que trabajar por dinero hace infeliz pero trabajar por servir te hace pleno y realizado. El seminario ha sido para mí un nuevo hogar donde he aprendido a dejarme moldear para poder responder mejor a lo que Dios me pide. Aquí he conocido más lo que es la Iglesia y he experimentado el amor que Dios tiene por mí y por cada uno de sus hijos. He experimentado la alegría de trabajar no por ganar bienes, sino por el gozo de compartir el Evangelio que da esperanza y que cambia la vida de las personas. He experimentado cómo con Cristo la vida se llena de sentido. Los años pasaron muy pronto y se llegó el día de pedir ser ordenado diácono, lo medité mucho tiempo y lo platiqué en oración. El día de San Mateo, el pasado 21 de septiembre cuando el reloj daba las 7:40 pm recibí la carta del Obispo Felipe Salazar donde decía que era aceptado para recibir el orden del

diaconado, ese fue un momento que no olvidaré, Dios, por medio de la Iglesia, me decía que sí… me decía que sí… Las nubes de mis ojos se nublaron y comenzaron a gotear, el corazón se aceleraba y mi voz quería gritar. Eran sin duda síntomas de alegría y gran felicidad. La experiencia de ser aceptado para el diaconado no sé como explicarla pero sé que es Dios quien me ha traído hasta aquí y me ha confiado este servicio a su pueblo. Pareciera que fue ayer cuando entré al seminario, pero han pasado ya doce años. Ser diácono no es el fin del seminario, sino el comienzo de un servicio. La “vocación” no es mérito propio sino que es un “llamado de Dios”. Somos Iglesia, miembros del cuerpo místico de Cristo, es por esto que comparto con todos ustedes mi gozo, para que se alegren conmigo por la obra de Dios para su pueblo. También quiero agradecer a todos aquellos que a lo largo de mi vida me han ayudado de una u otra manera a formarme, gracias por su oración y ayuda. Quiero invitar a todos aquellos jóvenes que sienten en su interior el llamado de Dios al sacerdocio o a la vida religiosa a que no tengan miedo y se animen a decirle sí al Señor, Él será quien los ayude y les muestre el camino que les lleve a la felicidad plena, sea cual sea la vocación que elijan. Entreguen todo a Cristo para que ganen todo en Él.


1 de Noviembre de 2015

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DIÁC. JUAN DE DIOS TORRES MUÑOZ Nací el 29 de julio de 1986. Ocupo el segundo lugar de una familia de dos hermanos. Mi experiencia de Dios fue algo curiosa y no cabe duda que llama cuando Él quiere, en la situación en que estemos y lo hace con mucho amor para que de una manera libre se le pueda responder. Desde niño mis padres me inculcaron el amor a Dios y el asistir a la Eucaristía. Hay varios Sacerdotes en mi familia y crecí viéndolos y en alguna ocasión de niño sentí ganas de ingresar al seminario pero fue pasajero. Yo estudiaba la universidad, tenia mi trabajo, proyectos, me gustaba ir al gimnasio, futbol, con amigos, involucrarme en cuestiones de leyes, prepararme y aprovechar los cursos posibles para tener mejor preparación para el futuro tener mejor trabajo y calidad de vida, para mi y una posible familia que en algún momento pensé formar.

Y es en este momento cuando Dios va forjando mi historia, por cuestiones personales fui a platicar con el Padre Juan Francisco Navarro a la Parroquia de San José Obrero en Arandas, me ayudo mucho en mi situación y al finalizar me ofreció colaborar en la Iglesia de sacristán, acepte laborar con algo de pena pero solo me concentre en el trabajo para poder pagar la universidad y saber que costaba mucho esfuerzo el ser de cierta manera independiente.

que nadie estuviera, en ese silencio particular que todavía recuerdo agradablemente me incaba y en la medida que sabia orar le hablaba a Dios. Tenia la certeza de que me escuchaba y le preguntaba; ¿por qué sentía eso? ¿qué puedo tener yo para ser Sacerdote? ¿mis proyectos de vida a donde iban a ir? Rezaba un Padre Nuestro y un Ave María y me levantaba para irme a casa.

En ocasiones y con vergüenza preguntaba cosas sobre el Sacerdocio Pero Dios va acomodando las cosas al Padre Juan Francisco Navarro y y empecé a sentir el llamado, lo al Padre Luis Carlos García, sobre pensé alrededor de un año por la la vocación y lo que sentía. Han carrera, situaciones sentimentales, sido pilares solidos de motivación y profesionales, etc. Y al final me decidí de cercanía en todo momento, me ingresar al seminario. iluminaba su ejemplo y la manera de ser Sacerdotes y estar con la En el lapso de un año no sabia ni lo que gente. Pero también llegue a platicar quería, en las mañana trabajaba y por con seminaristas que algunos de la tarde estudiaba, debo aceptar que ellos ahora ya son Sacerdotes. Eso me daba cierta vergüenza el trabajar me confortaba y me liberaba de en el Templo, no era muy común ver tantas dudas que tenia pero seguía la en mi pueblo a sacristanes jóvenes y “espinita” de ingresar al seminario, de la carrilla en la universidad era pesada vivir la experiencia y saber que pasaría pero yo era feliz porque me gustaba y conmigo. me ayudaba a superar temores. Ingresé al seminario en el curso En ocasiones me llegaba a salir de introductorio en Arandas el 15 de clases porque el pensamiento del Agosto del 2007, con muchos temores llamado de Dios era grande y me pero confiado en Dios que de no incomodaba el ruido, las clases, ser por Él no me habría animado, el compromisos y decidía ir a otros conocer a jóvenes que no estaban en pueblos donde nadie me conociera el seminario me ayudaba, porque los para estar de rodillas en los templos que ya estaban pues era muy cercana para charlar un poco con Dios. su relación, pero en el mismo día que ingresé me sentí como en casa. Cuando tenia que ir a cerrar el Templo Recuerdo que la primer noche antes de San José por las noches, ya era de dormir di un gran respiro profundo, todo un rito lo que hacia, apagaba las sentí alivio y una paz de estar en ese luces, cerraba puertas, me aseguraba santo lugar.

Mi experiencia de haber sido aceptado no la puedo describir, desde que leí la carta del Señor Obispo llore mucho, un gozo y el ver a mis compañeros alegres fue algo que me marcó de por vida. Confieso que cuando recuerdo ese momento y lo que me espera en la vida Sacerdotal, todavía se me salen las lagrimas de emoción y agradecimiento a Dios por tanto que me ha dado. Para motivación a los jóvenes diocesanos que sienten el llamado voy a tomar unas palabras de San Juan Pablo II. “Si sientes la llamada de Dios, no la dejes acallar. Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo”. Gracias por sus oraciones, sigan orando y cuenten con mi oración. Dios no se cansa de tener misericordia y bondad conmigo. Saludos.


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Ordenaciones diaconales Octubre 2015


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