¿DÓNDE QUEDARON LOS BENEFICIOS DE LA GLOBALIZACIÓN Y EL MUNDO OCCIDENTAL QUE HABÍAN PROMETIDO?
Por: Carlos Alberto Lara López El siglo XX dejó tras de sí toda una reconfiguración del sistema político internacional sin precedentes; su razón de ser se encuentra en dos hitos históricos; el primero se refiere con el comienzo de la Guerra Fría (1945-1989) y, mientras que el segundo se encuentra con el fin de esta y lo que hoy en día se conoce como Postguerra Fría (1990-2015). Del mismo modo, el fin de la Segunda Guerra Mundial dio origen a otro conflicto que dividiría al mundo en dos ideologías: capitalismo versus comunismo. Con este conflicto las fronteras del mundo se encontraban divididas en dos bandos. Sin embargo, el fin de la Guerra Fría encontró su fin con el derrumbamiento de la utopía comunista y con el triunfo del sistema capitalista, el cual se erigiría como modelo ideal. Consecuencia de este triunfo capitalista el viejo orden mundial encontraba uno nuevo, en donde las fronteras mundiales ya no dividían más a naciones con diferentes ideologías, sino más bien a las naciones prósperas del norte de las naciones pobres del sur. Si a esto le sumamos que el funcionamiento de las instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, que son las encargadas de controlar el sistema financiero, así como la globalización; se encuentran sujetas a los intereses de muy pocos países y toman decisiones bajo criterios ideológicos y políticos muy cuestionables. Decisiones que se transforman en exigencias que los países desarrollados demandan a los países subdesarrollados a través de la promesa de ser la “solución” redentora que ayudará al país a desarrollar una mejor economía y terminar así con su crisis económica. Realidad tan alejada de la verdad que en la mayoría de los casos resulta imposible de ser sostenible. Visto desde la obviedad, se puede entender que desde las formas y fondos, los mecanismos del libre mercado y el concepto de globalización conllevan una connotación abismalmente diferente entre las economías desarrolladas y subdesarrolladas.
¿Pero por qué la globalización no ha logrado reducir la pobreza, así como sus derivados? El premio nobel de Economía en 2001, Joseph Stiglitz, asegura que en teoría la globalización debería reducir la pobreza, ya que la reducción de barreras, así como el libre mercado y una mayor integración (interdependencia) entre los Estados a través del factor económico serían los algoritmos sustanciales para que la solución al problema llamado pobreza se redujera de manera notoria. Y es que en esencia, la globalización y todo lo que esto engloba ha logrado una mayor integración entre las Estados. Que algunos países tuvieran un crecimiento económico que jamás hubieran soñado. Así como desaparecer esa sensación de aislamiento que existía entre las naciones. Factores que han derivado en algo benéfico para una gran cantidad de personas alrededor del mundo. Por mencionar algunos ejemplos podríamos decir que 1) Las políticas de exportación que algunos países asiáticos aplicaron dentro de su sistema fueron lo que las llevaron a mejorar la calidad de vida de millones de personas en aquella región del mundo. 2) Las presiones internacional que desembocó en el tratado internacional sobre las minas personas fue otro resultado que la globalización, vía Internet, ayudó como mejora en la calidad de vida de aquel sector minero. Evitando de esta manera que más niños puedan ser mutiladas por trabajar en las minas. En términos prácticos podemos ver que en potencia la globalización puede ser sumamente benéfica y erradicar muchos males si se aplica de manera correcta. Sin embargo, en la mayoría de las situaciones ese no ha sido el caso. Es decir, la apertura de los mercados puede acelerar el crecimiento económico, ya que al momento en que empresas extranjeras entran a otro mercado permiten el acceso a otras tecnologías, produce empleos y puede fomentar la competitividad entre las empresas locales y extranjeras por medio de la oferta y la demanda. Todo esto es plausible, y podría ser posible si existieran los mecanismos adecuados que protejan las economías de los países en vías de desarrollo. No obstante, estos mecanismos no existen, y las economías desarrolladas lo saben y toman ventaja de esa
situación prometiéndoles a los países más pobres lo que en palabras de Eduardo Galeano serían promesas hipócritas ya que “el subdesarrollo no es un paso al desarrollo”. Y es que lo hablan cómo si fuera un mero proceso, un mero trámite que se alcanza con el paso del tiempo. En otras palabras, como si no fuera otra cosa que alcanzar la mayoría de edad. Y así ha sido durante siglos, y eso no ha cambiado a pesar de que en la década del 80 las administraciones de Ronald Reagan y la de Margaret Thatcher hablaron de las ventajas que traería para la humanidad el libre mercado. También fue el momento en que el Fondo Monetario Internacional se proclamó como la encargada de controlar el sistema financiero y la que anunciaba, junto con los Estados Unidos y el Reino Unido, que el libre mercado sería la mejor solución para que los países subdesarrollados salieran de la pobreza en la que estaban inmersas. Sin embargo, la globalización y la introducción de este modelo económico no produjo, ni ha generado, el impacto que se supone tuvo que haber hecho. De hecho las “terapias de choque” que se aplicaron tanto en Rusia, como en otros países de la antigua Unión Soviética, resultaron ser un verdadero desastre para sus economías. A comparación con el caso de la República Popular China, en dónde el Estado fue el que reguló de manera gradual las políticas económicas y fiscales, se pudo ver claramente el contraste que existió entre una realidad de la otra. En el caso de China observó como la tasa de pobres disminuía sustancialmente y que su economía tenía un crecimiento sostenido envidiable. Mientras que Rusia su sumergió en una situación casi insostenible donde el número de pobres creció de manera alarmante. El problema con dichas políticas económicas radica en lo que Joseph Stiglitz asevera, que muchas de esas políticas se fundamentan desde una base ideológica y política errónea; en donde el libre mercado y el sistema de la oferta y la demanda son los que tienen que regular las balanzas económicas del país. Desafortunadamente dichas políticas provienen de las presiones que los países occidentales y el FMI han espetado a las naciones que piden su ayuda. Ideologías que no entienden que si una economía se abre de manera tan abrupta al libre mercado, y deja entrar inversión extranjera directa, y a todas las grandes multinacionales, sus empresas locales
reventarán, del mismo modo que la creación de empleos. Y es que aún no entienden que para que una economía resista la invasión extranjera, primero tienen que tener instituciones sólidas que permitan regular, así como proteger los empleos y empresas locales antes de que estás sean devoradas por el libre mercado que tanto promete la bonanza económica del país en crisis. Lo preocupante de dicha realidad global es que desde la creación del FMI, el mundo ha experimentado casi un centenar de crisis, en donde la mayoría de ellas se derivaron después de una apertura económica brusca planteada por la misma organización. “Forzar a un país en desarrollo a abrirse a los productos importados que compiten con los elaborados por alguna de sus industrias, peligrosamente vulnerables a la competencia de buena parte de industrias más vigorosas en otros países, puede tener consecuencias desastrosas, sociales y económicas. Se han destruido empleos sistémicamente… antes de que los sectores industriales y agrícolas de los países pudieran fortalecer y crear nuevos puestos de trabajo… El resultado ha sido para muchas personas la pobreza y para muchos países el caos social y político. El FMI (así como algunos países occidentales) ha cometido errores en todas las áreas en las que ha incursionado: desarrollo, manejo de crisis y transición del comunismo al capitalismo. Los programas de ajuste estructural no aportaron un crecimiento sostenido ni siquiera a los países que, como Bolivia, se plegaron a sus rigores” (Stiglitz, páginas 56-58)
Ante este escenario podemos comprender el por qué a pesar de las buenas intenciones de algunas naciones al momento de ofrecer ayuda humanitaria, o la presión internacional que algunas organizaciones y asociaciones civiles hacen, así como todos los pequeños beneficios que la globalización pueda acarrear. La situación actual jamás mejorará si es que los intereses de tantos millones que carecen de voz y voto sigue viéndose sometida ante los beneficios y decisiones que tres instituciones (el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio) con ayuda de un pequeño puñado de países privilegian. Como dice Stiglitz: “ha llegado el momento de cambiar algunas de las reglas del orden económico internacional, de asignar menos énfasis a la ideología y de prestar más atención a lo que funciona, de repensar cómo se toman las decisiones a nivel internacional, así como en el interés de quién.”
También es necesario que el crecimiento llegue a todos, que los países que no tengan voz, ahora tengan voto y peso en las decisiones. Que lo que sucedió en Asia sea replicable en otras naciones necesitadas. Que por fin exista una verdadera integración de mercados y que no se busque el bien para un puñado. Que al final de los finales, los más necesitados sean escuchados y auxiliados de manera consciente y sin afán de obtener ventaja de su situación. El día que eso suceda, yo creo, se podrá vislumbrar aires nuevos, vientos de cambio profundo. REFERENCIA: Stiglitz, J. (2015) El malestar en la globalización. Editoria: Penguin Random House. Punto de Lectura. México.