LA LUCHA PERMANENTE DEL PUEBLO LATINOAMERICANO Por: Laura Tlachi Santacruz1 Hace unos días en edición especial, el periódico español El País publicaba “Benetton y los mapuches, batalla sin fin en la Patagonia Argentina”. La batalla a la que hace referencia el artículo es aquella iniciada por los mapuches para empezar la reconstrucción de su pueblo. No se trata de una lucha armada, sino de la instalación de un grupo de indígenas en una pequeña parcela dentro de las miles de hectáreas propiedad del empresario italiano Carlo Benetton. Hectáreas que sin embargo ocupaba este pueblo indígena hasta que fueron prácticamente aniquilados a finales del siglo XIX. Sin embargo, su batalla es sólo un ejemplo de la lucha permanente del pueblo latinoamericano: la lucha por la tierra, porque como apuntaba Mariátegui, el problema fundamental del indio es el problema de la tierra. El despojo inicia con la Conquista y se asienta con la Colonia, el exterminio de la raza indígena estuvo siempre presente, sin embargo las consecuencias no sólo fueron el derramamiento de sangre. La conquista rompió las bases de civilizaciones ancestrales, los sistemas económicos y políticos implantados llevaron a la desarticulación de comunidades agrícolas comunitarias. Los indios eran sometidos a la explotación brutal y fueron obligados a entregar sus tierras a merced de un sistema de explotación cuya finalidad única era satisfacer la codicia de los conquistadores. Como ejemplo, podemos mencionar algunos casos. La fiebre de oro y plata dejó a merced de la explotación las minas de Potosí en Bolivia, Guanajuato y Zacatecas en México, Ouro Preto en Brasil, entre otros. Por su parte, el azúcar hizo lo suyo en Brasil y las islas caribeñas. Mientras el caucho significó la explotación de la amazonia. Y las plantaciones de algodón parecieron ser el castigo de regiones como Brasil, México, Perú y Centroamérica.
1
Licenciada en Relaciones Internacionales por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
La colonia terminó, pero la herencia colonial del despojo y la explotación de tierras se hace latente. Las luchas de Independencia, así como las luchas posteriores y las tan anheladas reformas agrarias no significaron un cambio sustancial para la problemática. Hoy, las comunidades indígenas de México a Argentina siguen en constante lucha por proteger sus territorios de intereses privados y extranjeros. Porque este despojo, acaparamiento y “extranjerización” de territorios sólo significan una amenaza para la seguridad alimentaria, el empleo agrícola y el desarrollo de la agricultura. Pero la amenaza que significan los intereses privados y extranjeros para el suelo latinoamericano no puede ser entendida sin el factor fundamental que implica el consentimiento otorgado por el Estado. Hoy las mismas leyes que supuestamente fueron creadas para proteger a las comunidades indígenas y sus territorios no van más allá de la letra, de tal manera que la lucha de los pueblos es también la lucha contra un Estado que se ha olvidado que se debe a su pueblo y no a multinacionales con deseos expansionistas. Actualmente, en México las comunidades indígenas de la Sierra Tarahumara lidian una batalla en contra de la tala clandestina, perpetrada por intereses privados y apoyada por el silencio y corrupción de las autoridades gubernamentales y grupos de crimen organizado. En Guatemala la comunidad maya q’eqchi se ha enfrentado durante años a despojos y desalojos y en 2016 iniciaron movilizaciones para suspender el funcionamiento de dos hidroeléctricas en el municipio de Cahabón que suponían un fuerte impacto medioambiental y una amenaza para el acceso de la comunidad al agua. En Honduras, el año pasado la lucha de la comunidad indígena lenca en contra de un proyecto hidroeléctrico llevó a la muerte a la activista Berta Cáceres, crimen donde se ha llegado a presumir la participación intelectual de funcionarios gubernamentales. En Colombia, durante años los wiwa se han opuesto a proyectos de infraestructura y turismo que amenazan su forma de vida y tradiciones, lo que les ha traído como consecuencia amenazas y asesinatos, tal como lo denunciaba Amnistía Internacional en 2014.
En Brasil, en 2016 el pueblo Mundurukú se enfrentó a una lucha en contra del proceso para otorgar la licencia al proyecto de la presa de São Luiz do Tapajós, detrás del cual se encontraba el gobierno brasileño así como diversas multinacionales y que significaba una amenaza no sólo para la subsistencia del pueblo sino para la vasta biodiversidad del Amazonas. Si bien esta lucha se ganó, el 2017 inició con una iniciativa gubernamental que pretende modificar el proceso de demarcación de los territorios indígenas lo que favorecería los intereses de la agroindustria, la minería y el sector energético. En Chile y Argentina los mapuches siguen en pie de lucha para recuperar territorios ancestrales, porque la reivindicación de sus tierras se refiere a lugares donde han vivido generaciones y generaciones, donde su cultura y tradiciones cobran vida. La lista de casos puede seguir y por más exhaustiva que se haga la búsqueda puede ser que pasemos por alto alguno de los cientos de ejemplos de indígenas que han sido desplazados de sus comunidades en nombre del desarrollo. Se ha perdido de vista que la tierra y los recursos son fundamentales para la identidad, la cultura y la forma de vida de los pueblos indígenas. No se trata de oponernos al desarrollo, pero sí de cuestionarnos a quién beneficia el desplazamiento de un pueblo y a quién enriquece el saqueo de los recursos naturales. Se trata de exigir el cumplimiento de las leyes nacionales e internacionales que protegen los derechos indígenas, así como de exigir el cese del despojo y la explotación de las tierras. “(América Latina) Ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas.”2
2
Eduardo Galeano. “Las venas abiertas de América Latina”. P. 15.