LA TRISTE REALIDAD DEL TRABAJO INFANTIL Por Eva Sánchez García Durante los años de universidad y en la etapa posterior he estudiado y escrito varios ensayos acerca del grave problema mundial de la explotación infantil. La conclusión a la que siempre he llegado, y la más lógica de todas, es que es necesario sacar a esos niños del mundo laboral para que disfruten de su derecho a vivir una infancia real. Tras los dos meses que he estado viviendo en Turquía esta opinión prevalece, pero la manera de ver el problema ha cambiado. El hecho de vivirlo tan de cerca hace reflexionar mucho sobre este tema, y en ocasiones ha sido verdaderamente difícil argumentar el porqué de la necesidad de acabar con el trabajo que tantos niños y niñas realizan diariamente a lo largo y ancho del mundo, muchas veces siendo la única opción para mantener a sus familias.
Qué es el trabajo infantil y estrategias para combatirlo El trabajo infantil, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), es “todo trabajo que priva a los niños de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico”1. Alude así al trabajo que es peligroso y prejudicial para el bienestar físico, mental o moral del niño; interfiere con su escolarización puesto que les priva de la posibilidad de asistir a clases; les obliga a abandonar la escuela de forma prematura, o les exige combinar el estudio con un trabajo pesado y que insume mucho tiempo. El trabajo infantil supone así una violación de los derechos humanos fundamentales, habiéndose comprobado que entorpece el desarrollo de los niños, y que potencialmente
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http://www.ilo.org/ipec/facts/lang--es/index.htm
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les produce daños físicos y psicológicos para toda la vida.2 Esta misma organización señala el fuerte vínculo existente entre la pobreza de los hogares y el trabajo infantil, así como la perpetuación de la pobreza durante generaciones a causa de este mismo trabajo infantil, puesto que los niños con menos recursos quedan fuera de la escuela y de este modo ven limitadas sus posibilidades de ascender a la escala social. Otro dato a destacar es el que ha concluido un reciente estudio también de la OIT, en el que se ha puesto de manifiesto que la erradicación del trabajo infantil de las economías en transición y en desarrollo puede generar beneficios económicos “casi siete veces superiores a los costos, especialmente asociados con las inversiones en una mejor escolaridad y en unos mejores servicios sociales”. El trabajo infantil sigue siendo una de las más graves violaciones de los derechos de los niños. Actualmente aún existen alrededor de 215 millones de niñas y niños en el mundo que trabajan, lo cual pone en riesgo su desarrollo físico, mental y social. En definitiva, no se les permite seguir siendo niños. Ante ello la comunidad internacional a lo largo de los años ha ido definiendo en concreto qué actividades suponen trabajo infantil. De esta manera, se pueden dividir las prácticas prohibidas por el derecho internacional en tres categorías3: 1. Las
formas
incuestionablemente
internacionalmente se definen
peores
de
trabajo
infantil,
que
como esclavitud, trata de personas,
servidumbre por deudas y otras formas de trabajo forzoso, reclutamiento forzoso de niños para utilizarlos en conflictos armados, prostitución y pornografía, y actividades ilícitas. 2. Un trabajo realizado por un niño que no alcanza la edad mínima especificada para el tipo de trabajo de que se trate (según determine la legislación nacional, de acuerdo con normas internacionalmente aceptadas), y que, por consiguiente, impida probablemente la educación y el pleno desarrollo del niño. 3. Un trabajo que ponga en peligro el bienestar físico, mental o moral del niño, ya sea por su propia naturaleza o por las condiciones en que se realiza, y que se denomina «trabajo peligroso». 2
http://www.ilo.org/global/standards/subjects-covered-by-international-labour-standards/childlabour/lang--es/index.htm 3 http://www.un.org/es/events/childlabourday/background.shtml
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Además se han ido desarrollando distintos instrumentos para su protección. Los más relevantes han sido el Convenio sobre la edad mínima, de 1973 (núm. 138) y el Convenio sobre las peores formas de trabajo infantil, de 1999 (núm. 182) de la OIT. El primero establece la edad mínima general para la admisión al trabajo o al empleo en 15 años y la edad mínima para el trabajo peligroso en 18 años. El segundo tiene como característica fundamental que define al “niño” como toda persona menor de 18 años de edad. Requiere la erradicación de las peores formas del trabajo infantil, tales como todas las formas de esclavitud o prácticas análogas, como la venta y el tráfico de niños, la servidumbre por deudas y la condición de siervo; y el trabajo forzoso u obligatorio, incluido el reclutamiento forzoso u obligatorio de niños para utilizarlos en conflictos armados; la prostitución y la pornografía infantiles; la utilización de niños para actividades ilícitas; y el trabajo que pueda dañar la salud, la seguridad o la moralidad de los niños. Por otro lado, establece también que los Estados que ratifiquen el Convenio, brinden la asistencia directa necesaria y adecuada para librar a los niños de las peores formas de trabajo infantil y para su rehabilitación e integración social. Así mismo, establece que deben garantizar el acceso gratuito a la educación básica. Otra campaña fundamental ha sido el IPEC – Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil. Desde 1992 ha trabajado de diversas formas para lograr su objetivo: programas nacionales encaminados a promover reformas de política, crear capacidad institucional e inducir la adopción de medidas prácticas para eliminar el trabajo infantil, y mediante la sensibilización y la movilización encaminadas a cambiar la actitud social y promover la ratificación y aplicación efectiva de los Convenios de la OIT en la materia. Con estos instrumentos, así como otros más generales como la Convención de los Derechos del Niño de 1989, o políticas y campañas lanzadas por organismos como UNICEF en conjunto con la OIT, se está intentando rescatar a miles de niños del trabajo y que sean rehabilitados, y siendo más optimistas, que ni siquiera se hayan tenido que incorporar a la vida laboral. Estrategias como la reducción drástica de la pobreza, el acceso a una educación de calidad y pertinente, dar empleo de calidad a los adultos responsables de los niños y de las niñas o procurar acabar con las normas sociales que legitiman el trabajo infantil, pueden ayudar a terminar con este problema.
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La situación en Turquía Turquía se encuentra actualmente ante una crisis demográfica ingente. Miles de sirios intentan cruzar las fronteras cada semana. Estas personas, que huyen de la cruenta guerra que vive su país, comenzaron a emigrar cuando aún disponían de recursos. Muchos de ellos tenían una cantidad de dinero importante, siendo considerados clase media acomodada. Sin embargo, la falta de oportunidades, unida con la necesidad de mantener a sus familias, ha llevado en que muchos de ellos hayan tenido que delinquir para poder sobrevivir. Para otros la opción es otra: sacar a sus hijos de la escuela y que trabajen para poder mantener a sus familia. Así mismo, no son solo niños sirios los que se ven por la calle, sino que el problema ya venía de mucho antes. Niños y niñas turcos llevan trabajando en diferentes establecimientos, o incluso en la calle, desde que se tiene memoria. Esta problemática encuentra su lógica. Si mi familia no tiene qué comer o si me he quedado sin alguno de mis padres a causa de la guerra, será necesario que trabaje, sacrificando ‘mi educación y mi infancia’. Tiene mucho sentido. ¿Pero quién debe actuar para acabar con esto para que estos niños puedan ser, realmente, niños? Como se ha señalado con anterioridad, la solución viene de arriba, pero también de la propia sociedad. Los organismos del Estado, y en concreto el Gobierno -en este caso turco, pero podríamos nombrar otros muchos alrededor del mundo-, deberían proveer servicios sociales a todas aquellas familias con menos oportunidades y subvencionar a aquellos que ya trabajan en el terreno, entre otras muchas políticas. De esta manera garantizarían que familias con siete hijos pudiera, al menos, subsistir, y que todos y cada uno de los niños pudieran asistir a la escuela para labrarse un futuro mejor. Así mismo la propia sociedad debería cambiar su mentalidad y no normalizar el hecho de que un niño sea parte del mundo laboral y, así mismo, que no colaboren en su explotación y que entiendan que el único lugar donde deben ir es la escuela. No hay nada mejor que la educación para poder erradicar la pobreza y para que los niños puedan vivir su infancia. Para finalizar me gustaría contar una breve historia. Mientras estuve en el país euroasiático tuve la oportunidad de dar clases de inglés a un niño sirio, Ali. Nos relató cómo llevaba desde los ocho años trabajando en una fábrica de zapatos y que, ahora, con catorce, por fin había podido dejarlo para poder estudiar gracias a la ayuda de una ONG local y a la voluntad de sus padres. Es solo un pequeño cambio, pero supone 4
también un rayo de esperanza ante este grave problema. Escuchando este tipo de historias podemos creer que, poco a poco, las cosas pueden cambiar. Así, como dice Malala, “para hacernos poderosos solo necesitamos una cosa: educación”.
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