#46
perro
Ciudad de México abril 2019
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Nomastique # 46, Nueva Temporada, abril de 2019, es una revista digital en línea, de periodicidad trimestral. Es una plataforma de creación artística. Los textos e imágenes, así como sus contenidos, son propiedad y responsabilidad de sus autores. Se autoriza la reproducción total o parcial de esta revista, siempre y cuando se cite la fuente y sea sin fines de lucro. Nomastique es editada por: Pilar Morales Lara, Susana T. Santoyo y Pablo Martínez Zárate
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Editorial
Perro
El humano más ejemplar es un perro. Con todas sus contradicciones. Sean sus fauces rodeadas de suave pelaje, con su bravura y su lealtad, o su capacidad de “ser el mejor amigo” al tiempo que logra conformar jaurías temibles que contagian rabia y garrapatas. Capaz de mirar con ternura y de arrancar un músculo hasta el hueso. Domesticados desde hace siglos, compañeros inigualables de la humanidad, los hemos humanizado más que a nuestra raza misma, incluso los hemos mutilado y humillado hasta el más ridículo flequillo. Y sin embargo aún tienen la voluntad y el descaro de orinar en la vía pública en el momento en el que más lo desean. ¡Salve la libertad de esfínteres caninos! Nomastique decide incluir más páginas (por primera y última vez) en éste su número dedicado a las perras, perros y cachorritos, porque no nos alcanza la brevedad para tal homenaje a uno de los animales que aunque más nombrados y representados en las artes, nunca verá suficiente producción artística que le haga justicia a su compañía y ferocidad.
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Post scriptum
Valeria Robles
Querido Santa: Te sorprenderá que te escriba en primavera, pero verás: hubo un problema con el regalo que me trajiste en navidad. Mi hermanita Lu siempre toma mis cosas y eso me molesta mucho; aunque esconda mis juguetes ella siempre los encuentra, los babea y los deja regados. Yo sé, Santa, que no debo ser egoísta y compartir mis cosas con ella, pero odio que Lu tome mis cosas porque las rompe; prefiero tirarlas, deshacerme de ellas. Sus manitas sucias destruyen todo, por eso no me gusta conservar mis juguetes luego de que Lucy los chupetea. Y bueno, más o menos eso ocurrió con Bussy, el cachorro que me trajiste en navidad; Lu se adueñó de él, la seguía a todas partes. Mamá y yo nos enojamos con Lu; ella se molestó porque él le ensuciaba sus vestidos, y yo porque mi hermanita y mi cachorro me ignoraban. Como no quise compartir al cachorro, lo escondí. Lo encerré en la caja donde guardo los vestiditos de mis muñecas y lo amarré con los listones de mis coletas, lo arrojé a la alberca. Si Lu se mete a buscarlo, seguro se mojará su vestido de princesa y mamá la regañará. A ver si aprende a no tomar mis cosas, ¿no crees? P. S. Santa, ¿me mandas otro cachorro? Nina 4
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Teorema de la persistencia de las pulgas
María Folc
sabemos que el segmento que une las casas de las pulgas está contenido en el perro. En el caso de que tal segmento pueda describirse de manera dérmica-superficial, habremos terminado la demostración. En el caso desafortunado en que el segmento deba atravesar los músculos, dos costillas y el hígado, entonces construiremos otro camino de casa a casa. Supongamos que PP comienza a avanzar en una dirección arbitraria. Digamos que lanza una moneda para decidir si va hacia la izquierda o hacia la derecha. Si la pulga PP es lo suficientemente longeva, eventualmente llegará al encuentro de QQ. La demostración de esto se puede ver en el artículo de Black sobre el Teorema de necedad y resistencia de las pulgas, publicado en el número 13 de los Anales de Matemáticas Cánicas. Si por un hecho desafortunado QQ no logró vivir tanto como PP, entonces serán las hijas de QQ
Definición Llamamos perro a la medida estándar que se utiliza en la mayoría de los países de occidente de habla hispana y castellana para designar la cantidad de pulgas que son capaces de habitar un espacio pelambroso móvil sin pisarse las patitas unas a otras. La aproximación de esta medida suele fluctuar entre las 7 y las 365 pulgas. En un abuso de notación, perro también puede designar el espacio topológico convexo en que suele vivir una medida de pulgas. Lema El perro es conectable por trayectorias. Demostración Sean PP y QQ dos pulgas habitantes del perro. Supongamos que PP comienza una trayectoria desde su casapunto-de-partida hacia la casa-punto-de-llegada de QQ. Dado que el perro es convexo,
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las que reciban la visita de PP. En el caso de que la longevidad de PP no sea suficiente, entonces la solución es análoga. Nótese que en la situación lamentable de que PP y QQ hayan muerto en el camino, las hijas de PP seguirán viajando aunque ya no se acuerden a quién están buscando y las hijas de QQ las estarán esperando a quien QQ no sabía que esperaba.
Q desea regresar la visita a P. Se deja como ejercicio al lector completar el argumento de la huida de Q a Sitsi. La trayectoria de Q produce de manera natural una exaltación en el perro. Si r es lo suficientemente pequeño, entonces el movimiento cánico servirá como impulso trampolín para que Q pueda efectuar su salto acrobático ensayado en los últimos minutos y caer limpiamente sobre Negro. De aquí, la trayectoria continúa como sigue: Q deberá buscar a la pulga más cercana y le preguntará cómo encontrar a P. Dado que las pulgas no son conocidas por sus grandes habilidades para dar instrucciones, Q deberá ir justo en la dirección contraria de la que le hayan indicado y caminar por 6 minutos. Si no ha encontrado a P, se repetirá la operación. Este algoritmo termina gracias a la finitud del perro a menos que en algún momento, la pulga dadora de instrucciones señale la dirección
Teorema Para cualquier par de perros P1 y P2 existe un número racional r lo suficientemente pequeño tal que si la distancia de P1 a P2 es menor a r, se cumple que para cualquier pulga de P1 existe una trayectoria-salto-trayectoria que le permite visitar a cualquier pulga de P2. Demostración Sean Negro y Sitsi dos perros, y sean P (nombre corto de PP) una pulga en Negro y Q (nombre corto de QQ) una pulga en Sitsi. Supongamos que
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contraria a la locación de la pulga anterior y entonces Q se vea atrapada en un ciclo infinito. En tal caso, deberá regresar a Sitsi y volver a comenzar.
Nota: en algunas versiones se considera a n imaginario no en el sentido formal sino en la imposibilidad de juntar n perros en cualquier momento y en tal caso el estudio será una observación de suerte o un hecho hipotético-imaginario.
Definición Llamamos jauría a un conjunto de perros con más de un elemento. Si los perros, a causa de la cercanía levantan polvo y hacen enredadero de patas, colas, narices y baba, entonces decimos que es una trifulca.
Demostración La demostración es trivial por inducción fuerte usando el argumento del Teorema como paso inductivo y caso base. Es importante considerar que en una trifulca dada, en cualquier momento pueden unirse jadeando más perros entusiastas, o salir algunos de los participantes-cola-entrelas-patas porque la correa los contuvo o el chiflido pavloviano de su humano se los llevó de una oreja. En estos casos, se vuelve evidente que la inducción simple no termina la demostración y es necesario entonces considerar cualquier trifulca de perros como paso inductivo. En este caso, las
Corolario (Teorema de la persistencia de las pulgas) En una jauría de n perros, para n cualquier número natural, el promedio de pulgas se mantiene si todos se encuentran a una distancia lo suficientemente pequeña, es decir, si se presentó una trifulca a causa de una bolsa de basura especialmente escurrienta o algún malentendido derivado de las diferencias de lenguaje corporal y ladril que suelen surgir entre los barrios vecinos.
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pulgas realizarán sin control alguno su trayectoria-saltotrayectoria de manera continua. De esta manera, aunque el promedio de pulgas en la bola de perros se va a mantener de manera obvia, el reacomodo de pulgas en los perros se verá forzado y podrá resultar que todas las pulgas queden en el mismo perro. Luego, los perros despulgados se recostarán a dormir donde no pega el sol y el perro repulgado comenzará su revuelque en el polvo para calmar las cosquillas pulguiles hasta la fatiga. Qué se le va a hacer. Q.E.D.
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Mi dios es un perro
Eva Bis
un perro negro medio rengo de esos que lamen la mano golpeadora de esos que vuelven siempre aunque un palo aunque la puerta en el hocico Mi dios se carcome en la sarna se derrama en el silencio hueco de su ojo, babea mi dios ante la sola idea de una basura caricia hueso viejo Cuando me acerco, muestra los dientes, arquea el costillar sucio de su cuerpo, y desde lo profundo de su estómago ladra una dignidad terca Mi perro huele en el aire la muerte venidera como un dios vengativo y carroñero relame el día de cavar un pozo en mi pozo y a dentelladas devorar la huella de que fui
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Lucio Luciana Villegas Lucio o
la belleza de la poca definición “quisiera estar más contigo”
pero no, tienes tu vida tus mañas y mañanas
—el organigrama
(¿) así estamos bien (?) amortiguo tu amor
entonces con piel de seda
a ellos, tus hijos a tantos amigos y conocidos bolsa de aire
—te salvé el esternón
pero me aprieta mucho me queda chico el
“cariño”
tu apodo disipa 12
y me siento inquieta por no estar incluida en la lista de contactos ni fechas festivas es más me pierdo en el calendario, ánima o
artefacto,
también labrador cuando se puede coincidimos cuando puedes sin llegar tarde al compromiso y yo solo miro todo lo que no me pertenece, amortiguo
entonces
ya no, nunca imaginé qué tan perro iba a estar el choque. 13
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Se rebeló la granja
Adriana Espel
no produzco más nada. cambié de gustos. ahora soy mascota del perro. todo lo que camina en dos patas es enemigo. llegué al pueblo con ganas de reproducir la escena principal de el principito. encontré motivación más poderosa que el dinero. limpié la casa de alguien más. rechacé la religión que me impusieron. cambié de edad, de nombre, de ancestros. no busco gustar. salgo sin saber adónde. abandoné hijos. dejé de prostituirme, o sea de trabajar. voy a entrar a una cancha de fútbol o a una escuela y reproducir la escena central de la naranja mecánica. cerraré la cuenta bancaria. esquivaré el éxito. todo lo que camine en cuatro patas y tenga alas será amigo. cambiaré de sexo o bien el sexo de mi pareja. destruiré archivos de la mente y de la noutbuk. hablaré con rima. entraré a un matadero o nursery pa reproducir la escena central de crónica de una muerte anunciada. andaré descalza. voy a regalar los zapatos. ningún animal usaría ropa que no confeccione él mismo. hablaré exclusivamente en idiomas que no sé con personas que no conozco. o enmudeceré. ningún animal es fan de otro. no almacenaré. entraré a un hospital psiquiátrico o en el congreso pa reproducir la escena central de operación masacre o bien de los hermanos karamazov. no escribiré. ningún animal bebe alcohol o fuma. compondré la música q escuche. Evitaré los pronombres personales o bien no hablaré más de mí. al desparramarme por el cerro pediré reproduzcan la escena central de los miserables o bien de animal farm. no dejaré huellas. Pero sí abierta la tranquera… todos los animales éramos iguales y yo siempre fui el perro. 15
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Los perros bomba
A. D. Copado
Frente oriental, 1943. El sonido de las botas marchando sobre la carretera disimulaba las explosiones a sus espaldas. El pelotón soviético anduvo sin descanso durante más de cinco kilómetros bajo el cobijo de una noche nublada. Los equipos de asalto se habían convertido en un verdadero lastre para aquellos guerreros que se adentraban en un territorio gobernado por el azar y la muerte. En medio de aquellos soldados trotaba un par de perros hambrientos. El más grande y oscuro se llamaba Bim, de carácter afable. A su lado estaba Sha, de color castaño, lanudo y con un hocico prominente. De sus lomos colgaba una mina sujetada por un arnés y del cual sobresalía una gruesa antena. Ambos cuadrúpedos eran custodiados alegremente por el atolondrado y noble Fyodor, un soldado raso de diecisiete años, que desconocía completamente la función de aquellos canes en la guerra. Detrás de ellos, siempre se asomaba el mal encarado entrenador Rurik, que profería una que otra blasfemia ante la mínima desobediencia. Aquel grupillo había dejado detrás una línea recta hecha de huellas negruzcas, que se prolongó hasta que se introdujeron en una llanura donde apenas se distinguía el horizonte a la luz de la luna. La madrugaba casi había terminado cuando el pelotón, bastante agotado, llegó a una fortificación enemiga que parecía improvisada y derruida por las bombas. En lo alto del techo se distinguía una esvástica sobre un trozo desgastado de tela. En medio de la penumbra se vislumbraban dos farolas apagadas, una de cada lado de la construcción. Detrás se asomaban unas casamatas posiblemente equipadas con MG-42. 18
Aquel obstáculo no estaba contemplado dentro de las órdenes y fue necesario celebrar un concilio para decidir qué hacer. Todo el grupillo se movió con cuidado hasta llegar a una distancia de diez metros del fortín, procurando que los perros no hiciesen ruido. El capitán Maksim se decantó rápidamente por esquivar el terreno y llevar a los perros cuanto antes al punto acordado. Sin embargo, el sargento Yegor opinaba que sus chicos debían destruir aquel obstáculo germano que amenazaba la supervivencia de futuros rusos que pasaran por ahí en las próximas horas, antes de la gran ofensiva. Ambos jefes se enfrascaron en una discusión que sobrepasó los límites del sigilo militar. Todos los soldados, con la cabeza rozando el suelo, lanzaban susurros con la intención de resolver la pequeña disputa. El silencio gélido fue perturbado por la incómoda discusión de los jefes, quienes se alarmaron al percatarse de sus propios gritos. Al ver que nada pasaba, el escuadrón soviético comenzó a creer que aquella posición estaba abandonada. En todo momento el soldado Fyodor cubrió con sus manos los hocicos de Bim y Sha. El capitán vio la oportunidad de imponerse sobre su subordinado y le ordenó al sargento que moviera a sus hombres fuera del perímetro de la construcción alemana. A regañadientes, Yegor lanzó una mirada a las farolas apagadas de la empalizada enemiga, convenciéndose que tal vez no podría desatarse una batalla así como él hubiese querido. Como no se presentó movimiento alguno en los alrededores, el sargento refunfuñó una orden de retirada bastante escandalosa y se levantó con la intención de correr hasta la alambrada más cercana. Justo cuando el pelotón se encontraba en medio de la llanura, una sirena chirriante rasgó el espacio y dos enormes ojos encendidos barrieron el campo. Entonces, la luz se posó
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sobre el pelotón, que velozmente intentó dispersarse hacia los matorrales más cercanos. Bim y Sha no pararon de ladrar mientras que la sirena tronaba con vehemencia. Al instante, tres soldados fueron suprimidos por las MG-42 que tabletearon desde las casamatas enemigas. Sus cuerpos quedaron tendidos sobre la llanura oscura. De pronto, un par de disparos sonaron detrás de unos arbustos espesos y una de las farolas quedó cegada para siempre. A media luz, las ametralladoras dispararon hacía el follaje que rodeaba el fortín con la esperanza de acertar a un objetivo vivo. Otro disparo estalló y cerró el único ojo luminoso. Sorpresivamente, una granada de humo cubrió la llanura ocultando el paisaje nocturno, junto con los cadáveres de los soviéticos caídos. Entonces, las sirenas callaron y las vociferaciones se convirtieron en susurros. Agazapados junto a un matorral yacía un grupo de sobrevivientes temblorosos. El sargento Yegor accionó el cerrojo de su Mosin-Nagant y un casquillo brincó por los aires. Después quitó la cara de la mira telescópica, respiró profundamente y miró a su alrededor. A su lado estaba el capitán Maksim junto al entrenador y el perro Sha, que jadeaba nervioso con el hocico pegado al lodo. A unos cinco metros estaban dos soldados que bruscamente arrancaban manojos de pasto con las manos ensangrentadas. A lo lejos, justo debajo de las casamatas, se encontraban Fyodor y Bim, acurrucados en un cráter de obús. Nadie hizo movimiento alguno durante largo rato. El humo comenzaba a dispersarse en el ambiente y por el horizonte se vislumbraron los primeros rayos de sol. De pronto, en lo profundo de las casamatas, comenzaron a sonar montones de exclamaciones germánicas incomprensibles para los
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rusos. Con un movimiento cauteloso, el sargento se colocó de nuevo el rifle de precisión y observó a través de la mira. Un grupo de soldados alemanes salieron de las puertas del fortín y caminaron despreocupados hacia el sitio donde habían sido abatidos los rusos. Aparentemente los alemanes saquearon los cadáveres con la seguridad de que la rapiña no sería interrumpida por una nueva incursión enemiga. Sin embargo, el capitán Maksim desconfió de aquel suceso. Algo no cuadraba. ¿Por qué un pequeño grupo se arriesgaría para obtener de mala gana una pequeña ración de carne seca y un mal trago de vodka adulterado? La trampa no podía ser más obvia. De pronto los soldados alemanes comenzaron a jugar con los cuerpos sin vida mientras atraían la atención del Mosin-Nagant del sargento, quien los acechaba desde su matorral con una furia evidente. En ese momento, los rayos del sol iluminaron los arbustos en donde se ocultaban los rusos. Al parecer, los alemanes se vieron satisfechos de pronto, ya que detuvieron su ajetreo y lanzaron miradas furtivas hacia su fortificación. Entonces, el infortunio se hizo evidente en aquella tierra sin dueño. Justo cuando el sargento estaba por perforar la cabeza del soldado alemán más próximo, del interior de la casamata surgió una ráfaga incandescente que entró por la mira telescópica del rifle y se clavó en el cráneo del sargento Yegor. Al parecer, un experimentado francotirador alemán logró detectar los destellos del sol reflejados en la lente del rifle ruso. Una jugada muy audaz por parte de los enemigos. Sin embargo, la catástrofe fue en aumento para los rusos que se encontraban junto al abatido Yegor. La bala que lo había matado salió con tanta fuerza del cráneo que fue a parar al lomo del perro Sha, justo donde descansaba la característica mina antitanque. La tierra se estremeció con tal fuerza,
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que la explosión arrasó todo lo que estaba junto al perro bomba. El estallido fue tan grande que incluso los soldados alemanes que se encontraban junto a los cadáveres rusos volaron por los aires. Todo quedó cubierto por una capa de tierra quemada. Poco después, todo regresó a un estado de quietud. En el lugar del impacto yacía un enorme cráter humeante. A lo lejos, un chispazo le hizo comprender a Fyodor el por qué se usaba a los perros en esa clase de maniobras. Entonces, horrorizado, miró a Bim, que jadeaba y se debatía a su lado, sin perder detalle de la potente mina sujetada a un complejo arnés. No había modo de que los perros se salvaran una vez completada su misión. Estuvo largo rato masticando esa penosa revelación mientras que a su alrededor surgió una aglomeración de alemanes salidos del fortín. Fyodor, perturbado por el aparente destino del perro, y en medio de un ataque de ansiedad, comenzó a desatar el arnés para liberar al animal de aquel crudo desenlace. Sin embargo, el noble pero atolondrado soldado, una vez que desató la mina, solamente pudo hacer lo primero que su corto entendimiento le susurraba. Amarró trabajosamente el explosivo a su torso, cuidando que la antena detonadora estuviera libre, como si fuera un inmenso cuerno que le salía del estómago. Entonces, de manera veloz aunque tambaleándose un poco, corrió hasta llegar a espaldas de los soldados alemanes quienes se aproximaban cautelosos al lugar de la explosión. Sin decir ni una sola palabra, Fyodor se lanzó por los aires aterrizando en el primero alemán que se interpuso en su camino. Una segunda explosión retumbó en el ambiente, dejando otro cráter humeante muy cerca del
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primero. El ruso decidió tomar el lugar del perro sin duda alguna. Pasó otro rato, y Bim, al sentirse libre del peso, corrió dentro del fortín con la esperanza de ser recompensado con comida, según lo establecía su entrenamiento. Cuando el día avanzó en aquella tierra, sorprendió al perro bomba atragantándose muy contento con una salchicha que un soldado alemán había dejado a un lado de una MG-42 todavía cargada.
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Ladridos
Viqui Cozzarin
Escucho los sonidos de los ladridos dentro de mí. Los ladridos de los perros con dueño. Yo no soy dueña de ninguno de ellos, y por eso los escucho por dentro. ¿Será que me hablan? Les respondo, involuntariamente. Mi cuerpo es el que, maleable, les responde. Esos sonidos intrínsecos, viajan a través de mí, y quieren salir, dando una respuesta, bailando, demostrando, queriendo ser, queriendo volar. ¿Y vos? ¿También los escuchás? ¿Vos también sos un receptor? Unámonos, para que ese sonido sea más potente, y así nuestra respuesta será más imponente. Unámonos, para que ese sonido, el nuestro, nuestra danza, tenga más reverbero. Hagámoslo, para poder liberar. Hagámoslo ahora. Esos ladridos me hacen bailar. Esos ladridos me piden que me mueva, mi cuerpo ya no es mío. Esos ladridos que de a poco se convierten en aullidos, y logran transformarme. Mi cuerpo se transforma, ya soy otra. En este sinfín musical puedo deshacerme. Me puedo reformular. Te miro desde mi lugar y siento que te pasa lo mismo, ¿Será así? ¿Seremos cómplices dentro de este submundo de sonidos siniestros, cuando no, encantadores? ¿Cuál será tu manera de traducción? Si es que la necesitás. Tal vez si nos miramos fijamente podremos vibrar, tal vez el sonido fluya a través de nuestros ojos, y nos entendamos sin más. Será otra manera de descifrar todo esto que pasa en mi interior, mirarte y sofocarnos juntos.
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Podremos crear lazos de supervivencia, de complicidad, de amistad y de amor. Ahora que te miro, siento tu desasosiego, y sé, íntimamente, que nos entendemos. Pero quiero involucrarte, quiero rellenarte con mis sentidos, para unirnos, para que sepas que acá estoy, que acá estamos, los aullidos y yo. Los ladridos y yo. Los perros y yo. Las voces y yo. Tus ojos y yo. Miráme, profundamente, y tu desasosiego se desvanecerá. Como un último rayo del atardecer, encontrémonos en la noche, y dancemos. De una manera macabra, aunque humana, dancemos nuestro propio aquelarre. De manera conjunta y a la vez individual. Una verdadera unión. ¿Tenés miedo? ¿Te sentís abrumado?... yo también tuve miedo, los sonidos aparecen sin previo aviso. Pero contentáte, acá estoy. Acá estamos. Tenés mirada de ave. Presiento que vas a salir volando. Aunque siempre me imagino cosas así, no te sorprendas. ¿Quién no quisiera ser ave? ¿Quién no quisiera tener tantas perspectivas? ¿Quién no quisiera poder flotar en el aire? ¿Quién no quisiera poder liberarse, y dejarse manejar por el viento? Te noto indeciso. Te noto interrogante. ¿Dudás? ¿De qué? ¿De mí? ¿De vos? ¿De las voces? ¿De los aullidos? Hay ciertos momentos que te veo un destello de seguridad, esa dubitación se borra y sos de mármol. Te estancás, sabiendo donde estás. Te estancás y tu pétrea mirada es una espada. Ya ni te mirás los pies de lo seguro que vas. ¿Qué se sentirá andar así? Me gustaría sentirlo alguna vez. Sentir mi piel fría, lisa, como estuco. Sentir un peso uniforme y un eje central. Ahora que te miro, estás ensoñado. Ahora que te miro, estas acá, frente a mí. La punta de tu nariz roza la mía, y me da escalofrío. ¿Cómo llegaste hasta acá sin que me diera cuenta?
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Es que además de los ladridos, y de los aullidos, ahora puedo escuchar tu voz, que me habla desde el fondo. Tu voz no quiere aplacar los ladridos pero aparece entremezclada entre ellos. Me dice algunas cosas sin sentido, pero no me importa, no le busco sentido a las cosas, sólo las quiero palpitar. Lo que noto es dulzura y eso me anima, me calma, y ahí es que me encuentro ensimismada y tu nariz rozando a la mía. A veces me confundo y pienso que realmente estás hablando en voz alta, pero hay algo que no entiendo, tus labios no se mueven. Tu voz es como el sonido de los ladridos. Tiene la misma esencia. Un rayo que traspasa mi existir, y viaja por mi sangre y por mi piel. Y tu nariz que me toca, cada vez más, ya no me roza, ahora me toca intencionalmente. El roce no fue premeditado, el contacto sí. Me cuesta reaccionar, hasta que de a poco noto un desvanecer, y mi frente busca la tuya. Con confianza, aunque con miedo. Tu voz en mi interior es tan reveladora, tu voz en mi interior es un aullido, bello y emplumado.
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Canis lupus familiaris Víctor Andrés Parra Avellaneda
La cabeza cercenada de un perro reside ahora sobre la mesa de disección, donde minutos antes fue sumergida en formol para su conservación y posterior uso didáctico. Los ojos son pétreos y lo translúcido de estos se extingue ante el corto instante de la muerte. La cabeza canina luce inexpresiva, mirando a la nada, mirando a ninguna parte. Tiene sentido que sea así, que mire a ningún sitio. Si mirase, si verdaderamente estuviera mirando, se trataría de un proceso de fotorrecepción de la luz; llegan los fotones, nadan turbulentos entre el humor vítreo ocular, chocan con los bastoncillos y se convierten en pulsos eléctricos, entramándose por la compleja red neuronal. Pulsos y pulsos, potenciales de acción y corrientes electroquímicas. La luz ha dejado de existir en este momento, al igual que la realidad que la emanó. Muere la realidad y la luz, y ahora, en este relevo, en esta estafeta de entidades inorgánicas y completamente energéticas, las moléculas, los pulsos electroquímicos actúan sobre las sinapsis y estas se acoplan de tal manera para generar una imagen, un color en la mente del animal. Pero el perro está muerto y el proceso antes descrito es imposible. La realidad no puede ser traducida de estímulos externos a componentes químicos. La cabeza del perro es lo único remanente del ser que antes era un traductor constante del mundo; un devorador de información. Ahora es un objeto inanimado. Nada se piensa y ninguna imagen o color se formarán jamás dentro de este cráneo. Tanto la realidad como el perro, en este caso, han muerto.
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El estudiante mira la cabeza desde todas las perspectivas posibles y es consciente de que observa uno de los pocos lugares donde es posible avistar la nada. El cráneo muerto y el cerebro que alberga, si bien antes conservaron un pedazo de la realidad, ahora carecen de toda información. El vacío existe ahí. Días después, el estudiante sueña con la cabeza del perro. Lo ve, al animal, antes de su muerte. Sueña que el perro corre por un prado, ladra, camina, duerme. Lo ve transitar por un desierto incógnito donde no existen las estrellas y donde no existen las corrientes de aire, tampoco existe el sonido. El perro lo mira fijamente. Lo mira sin parpadear. –En este sitio nos espera la muerte –dijo el perro. –¿Cómo puedes hablar mi idioma? ¿Cómo es posible entenderte? –Simple. Hablo tu idioma porque nuestra lengua es la misma. Puedes entenderme porque tú y yo somos lo mismo. Tú eres mi reflejo. Somos nuestro reflejo. El estudiante despertó agitado. Se vio en el cuerpo de un cánido agonizando. Al fondo, se vio a sí mismo, en forma humana, preparado con material quirúrgico, con intención de extraer la cabeza del perro, su cabeza. ¿Soñó ser can o humano?
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Semejante a un lobo
Héctor Justino Hernández
Los primeros registros en la escritura acerca del perro aparecen en los mitos. Todas las grandes religiones del pasado tienen entre sus deidades la figura del can, ligada de manera indisoluble con ideas de fidelidad, guardia e inframundo. Pensemos en el Cerbero, tricéfalo que guarda la entrada al Hades; en el Anubis que protege las tumbas del inframundo; el Xólotl que guía las almas de los muertos; o el Garm terrífico del Niflheim. El perro y la muerte son una dualidad; por eso se dice que cuando alguien va a morir los perros ladran en la noche, Juan Rulfo lo supo bien y escribió ese cuento inigualable que pregunta: “¿No oyes ladrar los perros?” (1953). Según el Diccionario de símbolos de Chevalier el can es también el mensajero intercesor, la figura que se encuentra en las fronteras y procura el paso a unos u otros. Por ello, es un animal celoso de su guardia, agresivo con quienes intentan irrumpir el código de leyes que protege. Su objetivo es cumplir un deber: ya ser el psicopompo del averno, ya el centinela de las puertas del más allá. Su apego a la corrección del trabajo y a la lealtad ante un ser superior tiene su epítome en Argos, quien en el canto XVII de la Odisea homérica es el único que reconoce a Ulises, recién regresado de su vagabundeo involuntario. Es notable que uno de los pocos perros de estirpe no divina ni feérica, sino terrenal, de la antigüedad, invierte los papeles, y es quien muere en lugar de convertirse en el guía de los muertos. Los perros como agudos críticos de la realidad que les circunda se repiten en la literatura. Atribuido a Cervantes, El coloquio de los perros (1613) reúne dos canes, a saber, Sipión y Berganza, y los hace dialogar sobre la inconsistencia de la condición humana. La más fantasiosa de las novelas ejemplares es también la que logra manifestar con mayor claridad el análisis agudo de la visión cervantina. Casi 32
doscientos años después E.T.A Hoffman escribiría el cuento “Las últimas noticias de la suerte del perro Berganza” (1814), donde el animal es rescatado del olvido y puesto a platicar con el autor. Transcurrido un tiempo, la figura del perro se explotó en la literatura bajo nuevas formas. Mientras se conservaba la idea de la fidelidad y la suspicacia, la idea del guía de almas se atenuó. Ya en el siglo XX, Jack London hace acto de presencia con su diada de novelas compuesta por Colmillo Blanco (1906) y La llamada de la selva (1903). En el primer libro se relata la historia de un lobo que entra en contacto con la civilización; en el segundo, es un perro el que abandona su hogar para internarse en la naturaleza. Ambas novelas muestran el progresivo cambio de sus protagonistas hacia la pérdida o la ganancia de los valores humanos. En este sentido, el perro como símbolo de lealtad se convertiría en una especie de humano bestializado; el animal que ha entrado en una cultura a la que sirve, siempre en peligro de venirse abajo y sucumbir a su lado salvaje. Así, si un perro es nobleza o confianza, un humano-perro es su contrario: bajeza, salvajismo. Esta idea se repetiría, ya entrados en el siglo XX, asociada luego con la violencia, o el detrimento de la civilidad. En “El perro rabioso” (1917) de Horacio Quiroga se presenta el terror que provoca la enfermedad y la locura. En Los perros (1965) de Elena Garro hay una equiparación entre el animal y el hombre que llega y arrebata en jauría. Y en Los cachorros (1967) de Mario Vargas Llosa es la hombría la que se pierde ante la emasculación. Hace 300 siglos los perros comenzaron a parasitar al lado de la humanidad. Su presencia, lejos de difuminarse, se ha consolidado en el arte. La literatura no es la excepción. Hasta hoy su imagen evoca la adhesión, el afecto, la guía, pero también la vuelta del humano a un estado de violencia. Después de todo, compartimos la certeza de que alguna vez, lejos en el pasado, fuimos uno solo semejante a un lobo. 33
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Texto
Valeria Robles página 4
María Folc páginas 6-9
Eva Bis venganza-porcina.blogspot.com página 11
Luciana Villegas lucianavillegas.info páginas 12-13
Imagen
Adriana Espel
Saúl Gómez
facebook.com/divisada página 15
instagram.com/saulgomez portada, páginas 16-17
A. D. Copado adcopadohistoriasfantasticas.wordpress.com páginas 18-23
Alejandro Nuñez
Viqui Cozzarin
Dilan González
página 5
instagram.com/cuerpossobrecuerpos páginas 24-26
instagram.com/dilangonzalez página 10
Víctor Andrés Parra Avellaneda
Mabel Montes mmontes.com.ar página 14
páginas 28-29
Héctor Justino Hernández
Frida Escobar
facebook.com/hector.j.hernandez.bautista páginas 32-33
cabezadepasto.carbonmade.com página 23
Laura Puchet instagram.com/mandarina_punki página 27
Yutsil Cruz instagram.com/yutsil páginas 30-31
Ana Gudiño Aguilar anagudinoaguilar.com página 34 35
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