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Tenemos en nuestras manos una memoria que enriquece el reconocimiento de los campesinos colombianos, de sus aportes a la formación del país, de sus resistencias a la guerra que se les ha impuesto, de sus expresiones culturales, de sus geografías y de sus anhelos de paz y bienestar. Una estructurada remembranza que viene a multiplicar el tesoro de las historias de Teresa y Eusebio Prada, Gerardo González, Juan de la Cruz Varela, los cuadernos de Jaime Jara, “Baltazar Fernández”, “Mercedes” y tantos otros, elaboradas o relatadas por ellos mismos, recogidas por sus hijas e hijos, por estudiosos como Jacques Aprile-Gniset, escribano pionero de estas crónicas y ahora Henry Salgado, quien ha apoyado esta reconstrucción en el cotejo cuidadoso de las fuentes disponibles, en las voces de otros caminantes de este tortuoso sendero y en los aportes de la comunidad de investigadores del Guaviare. Este relato nos conduce por los territorios construidos por las comunidades de campesinos convertidos en colonos a la fuerza, huyendo de la violencia latifundista y estatal, en la búsqueda de su arraigo; representa igualmente y como lo encontrará el lector, una ruta que enlaza el pasado con el futuro en la perspectiva de una sociedad democrática, justa, amable. DARÍO FAJARDO MONTAÑA

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N ARMAND O O D

MONTAÑA RÍOS Una historia oral de la acción colectiva del Guaviare, 1970-2010

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Don Armando Montaña Ríos Una historia oral de la acción colectiva del Guaviare, 1970-2010 Henry Salgado Ruíz

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reservados todos los derechos

Facultad de Ciencias Sociales

MIEMBRO DE LA

RED DE

ASOCIACIÓN DE UNIVERSIDADES CONFIADAS A LA COMPAÑIA DE JESÚS EN AMÉRICA LATINA

EDITORIALES UNIVERSITARIAS DE AUSJAL www.ausjal.org

corrección de estilo :

© Pontificia Universidad Javeriana © Henry Salgado Ruíz

Guillermo Andrés Castillo Quintana

Primera edición: abril de 2018 ISBN: 978-958-781-219-0 Número de ejemplares: 300 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

Claudia Patricia Rodríguez Ávila

Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7.a n.° 37-25, oficina 1301, Bogotá Edificio Lutaima Teléfono: 3208320 ext. 4752 www.javeriana.edu.co Bogotá, D. C.

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Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

Salgado Ruíz, Henry, autor Don Armando Montaña Ríos : una historia oral de la acción colectiva del Guaviare, 1970-2010 / Henry Salgado Ruíz. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2018.

138 páginas : ilustraciones, fotos ; 20 cm Incluye referencias bibliográficas. ISBN : 978-958-781-219-0

1. Guaviare (Colombia) - Historia. 2. Historia oral – Guaviare (Colombia). 3. Guaviare (Colombia) - Colonización – Historia. 4. Campesinos – Historia - I. Pontificia Universidad Javeriana. CDD 986.166 edición 23 Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J. inp

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Las ideas expresadas en este libro son responsabilidad de su su autor y no necesariamente reflejan la opinión de la Pontificia Universidad Javeriana.

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contenido

11 Agradecimientos 13 Prólogo 23 Presentación

UNA HISTORIA ORAL DE LA ORGANIZACIÓN CAMPESINA EN EL GUAVIARE Don Armando Montaña Ríos

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Nuestra llegada al Guaviare

32

Nuestras primeras organizaciones 36 El Comité de Colonos

40

El Sindicato de Pequeños Productores del Guaviare (sinpag) 43 sinpag:

Autoridad de la región

48

Nuestra estrategia política y organizativa 58 Nuestra actividad política y las Farc

62

Nuestros cuadros políticos veredales 67 Nuestro trabajo político en las veredas y la Unión Patriótica

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El sinpag ingresa al Movimiento Comunal 53

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UNA HISTORIA ORAL DE LA PROTESTA Y MOVILIZACIÓN CAMPESINA EN EL GUAVIARE Nuestras primeras protestas públicas 79

Las marchas de 1996

105

Represión y muerte después de las marchas de 1996

111

Las marchas campesinas de 1985 y 1986

83

Coca, sustitución y fumigación

91

Nuestras propuestas de desarrollo regional 117

Las tomas y marchas de 1994

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Y nos sacaron del Guaviare

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133 Glosario 135 Referencias

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A los campesinos del Guaviare, ejemplo de lucha, perseverancia y dignidad.

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El desplazado*

Confundido en la ciudad yo estaba con mis hijos también mi mujer sin trabajo y vivienda en tugurios muy a medias podíamos comer. Preocupado porque a mi familia día por día la veía crecer pero en medio de maldad y de humo imposible verla florecer. Decidido viajé para el campo a la selva de lleno me entré allí un fundo con hacha y machete, con hambre y sudor trabajé. Con el alma llena de esperanzas, muy tranquilo y feliz me sentía pero el odio, el dinero y la guerra destruyeron por siempre mi vida. A mis hijos mayores perdí y mis tierras dejé abandonadas hoy no tengo salud ni esperanzas no hay derecho por Dios no soy nada. Obligado regreso a la calle de esta fiel ciudad cementada son mi abrigo cartones y latas soportando gritos y patadas. Mientras tanto las tierras que tuve donde está mi salud sepultada forman parte de una gran hacienda de Familias muy acaudaladas.

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Fragmento transcrito de una canción inédita compuesta e interpretada por Abimeleth Torres Rey (2010), campesino del municipio de El Retorno (Guaviare). La canción fue grabada en El Retorno el 23 de octubre del 2010 en una entrevista concedida por el señor Abimeleth para la elaboración de este trabajo.

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Agradecimientos

La elaboración de un libro no es trabajo de una sola persona; es un proceso de reflexión académica en el que participan muchas personas e instituciones, que inciden en él de modo directo e indirecto. La lista de aquellos a quienes debemos darles las gracias es larga, y siempre varios resultan olvidados involuntariamente. En esta ocasión quiero agradecer, de manera explícita, a algunas personas que me motivaron a publicar la historia de don Armando Montaña Ríos: al profesor Robert Crépeau, quien dirigió mi tesis doctoral en la Universidad de Montreal y me llevó a explorar este tipo de narrativas; al profesor Darío Fajardo por su amistad y por haber accedido a escribir el prólogo de la obra; a Olga González Reyes y a Nelson Gómez Serrudo, quienes me insistieron en postularla para su publicación. Finalmente, extiendo mi agradecimiento a la Facultad de Ciencias Sociales, al departamento de Sociología y a la Editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, por apoyarme en este proyecto editorial y hacerlo realidad.

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Prólogo

En medio de la búsqueda de la terminación de la guerra en Colombia surge el testimonio de don Armando, narrador colectivo de la saga colonizadora campesina del Guaviare, el cual se suma a los otros tantos que le están revelando al país una parte central de su historia. Los siguientes son capítulos sin los cuales no podrían entenderse cabalmente las tramas de la guerra, las fuentes de muchas de las fortunas amasadas por los poderosos del país, ni las claves de la construcción del futuro de nuestra nación. Así, tenemos en nuestras manos una memoria que enriquece el reconocimiento de los campesinos colombianos; hablamos, en particular, de sus aportes a la formación del país, de sus resistencias a la guerra que les ha sido impuesta, de sus expresiones culturales, de sus geografías y de sus anhelos de paz y bienestar. Esta es una estructurada remembranza que viene a multiplicar el tesoro de las historias de Teresa y Eusebio Prada, Gerardo González, Juan de la Cruz Varela, los cuadernos de Jaime Jara, “Baltazar Fernández”, “Mercedes”, entre tantas otras, elaboradas o relatadas por ellos mismos, recogidas por sus hijas e hijos, por estudiosos como Jacques Aprile-Gniset, escribano pionero de estas crónicas, y ahora por Henry Salgado, quien ha apoyado esta reconstrucción en el cotejo cuidadoso de las fuentes disponibles,

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en las voces de otros caminantes de este tortuoso sendero y en los aportes de la comunidad de investigadores del Guaviare. Este relato nos conduce por los territorios construidos por las comunidades de campesinos —convertidos en colonos a la fuerza mientras huían de la violencia latifundista y estatal— en la búsqueda de su arraigo. Representa igualmente, y como lo encontrará el lector, una ruta que enlaza el pasado con el futuro en la perspectiva de una sociedad democrática, justa y amable. Dos etapas se suceden en la historia de don Armando: la primera, dedicada a sus primeros pasos en el exilio, momento en el que huye de la tierra de sus padres, el sur tolimense, “entre Chaparral y Planadas”, una de las cunas de la resistencia campesina y a donde nuestro personaje debió retornar en la fase más reciente de su peregrinación. En esta parte, el relato se ocupa de su incorporación al proceso de colonización del Guaviare, hecho acaecido luego de ser expulsado de su terruño por la violencia latifundista —al igual que otros miles de campesinos—. Una parte de este trayecto fue el paso por la región de Sumapaz, suceso ligado estrechamente a la historia de los campesinos que tuvieron que convertirse en colonos. Se trató de una verdadera escuela de cultura política y de un punto de apoyo en su proyección hacia la Amazonía. De este periodo se destacan los aprendizajes de la organización y la memoria de las colonias agrícolas —antecedente histórico de las Zonas de Reserva Campesina iniciadas allí a finales de la década de 1920—. Todos estos precedentes habrían de orientar el proceso de organización de los colonos en éxodo hacia las selvas del piedemonte del Meta, Caquetá y Guaviare, en donde tendrían que confrontar los rigores de una guerra sin antecedentes desatada por la mayor potencia militar de la historia. Este último es el tema de la segunda parte de este testimonio. Las experiencias del proceso de colonización iniciaron con los intentos de “buscar el punto”, es decir, con la exploración para encontrar donde asentarse. Allí comienza lo que el mismo testimonio

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explica en términos de construir la región: levantar el “cambuche” para defenderse del clima —cerca de un río, de una trocha—, lugar en donde “se iban formando las veredas con amigos y familiares que venían en la mayoría de los casos de una misma región”. Luego, identificar paulatinamente las calidades de los suelos, los cultivos apropiados y las prácticas más convenientes; pero, sobre todo, cómo encontrar el mercado para las cosechas, el gran problema de los campesinos derivado de la falta de vías y de los obstáculos interpuestos por los intermediarios. Para cada necesidad, una solución, por lo general, cada vez más ligada a la construcción y el fortalecimiento de la organización: desde la edificación de una caseta para las reuniones hasta el establecimiento de las alianzas de amistad, de familia; “nuestras urgencias y necesidades fueron las que nos unieron, las que posibilitaron nuestras primeras organizaciones. La solidaridad fue la clave. Aquí no había espacio para los egoístas”. En medio de las tareas diarias de la subsistencia, la comunicación establecida entre vecinos y parientes con el fin de atender estas necesidades fue creando el espacio para intercambiar experiencias, organizar el trabajo colectivo y explorar el horizonte: “todo el tiempo, en cada segundo, estábamos construyendo nuestro futuro”. Esta perspectiva se iba nutriendo con lo vivido y con las condiciones en las que, una y otra vez, aparecía entremezclada la experiencia política del partido de los comunistas con la búsqueda afanosa de soluciones para la educación de los hijos, la salud, los pozos sépticos, el alumbrado y la purificación del agua. Las salidas se iban construyendo al mismo tiempo que se buscaba la ruta hacia el gobierno municipal. ¿Cómo comenzaron?: con la “lista de mercado”. En esencia, dicha lista era la enumeración de lo que necesitaban las familias, solicitudes que luego eran presentadas ante la administración municipal. Pero, la contestación a tales peticiones siempre fue invariable: ¡la ausencia de respuestas! Y como las necesidades eran impostergables y crecientes, en la medida en que

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también crecían las comunidades, unas con otras y amparadas en la memoria de las experiencias, se fue abriendo paso el desarrollo político. Inicialmente, las juntas daban soluciones a lo coyuntural: la reparación de una escuela, un puente, una caseta comunal; pero, poco a poco, se abrió paso la ampliación de su perspectiva, hecho, cabe decirlo, siempre rodeado de obstáculos y amenazas. Uno de estos inconvenientes, de profundos efectos destructores, fue la llegada del narcotráfico. Los ingresos que proporcionó nunca fueron equiparables con sus costos: estos resultaron demoledores al arrasar las economías, que tan difícilmente habían sido construidas, y debilitar los lazos comunitarios. En condiciones tan negativas, las propias comunidades pudieron sobreponerse impulsando iniciativas de organización que rescataban sus experiencias para extender los esfuerzos de la educación política y, con ella, llegar a nuevos núcleos de colonos. Así, de las primeras juntas de colonos, se fue irradiando la iniciativa de la organización hacia otros asentamientos, siempre con la idea del arraigo, de su defensa y fortalecimiento: “Es que hay que quedarse. Porque ¿para dónde más nos vamos?”. De este modo, a la inmediatez de las ganancias de la coca se fue equiparando la mirada de más largo plazo: sembrar la comida y permanecer en el terruño tan difícilmente conquistado. Con la idea del arraigo en mente, fue creciendo el ánimo de fortalecer los vínculos políticos. Este hecho conllevó la posibilidad de escalar un nuevo peldaño: ir de las juntas de colonos al Comité de Colonos y, de este último, al Sindicato de los Pequeños Agricultores del Guaviare (sinpag). Este proceso se enmarcó dentro de una perspectiva más amplia y compleja: cumplir las tareas que le correspondían al Estado pero que este no atendía porque allí solamente tenía “cara de fusil”. La cosecha fue consecuente: se ganó la alcaldía de Calamar —en un trabajo que impulsaba el desarrollo de todas las veredas independientemente de los colores políticos— tras integrar las experiencias y enseñanzas de miembros reconocidos

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de la comunidad —plasmadas en los estatutos del sindicato, recogido en este texto de plena validez para las tareas que tendrían que ser asumidas, en particular, por las comunidades rurales en la construcción de la paz— como Luis Eduardo Betancur, Roberto Castro, Germán Olarte, Luis Alberto Gutiérrez, Arcángel Cadena, entre otros. La ruta que los colonos iban trazando se orientaba hacia la ampliación de la influencia en las veredas colindantes y a nivel regional. Para ello, contaron con el apoyo invaluable de la organización gremial nacional, la Federación Nacional de Sindicatos Agrarios —en ese entonces Fensa, hoy en día Fensuagro— y de la Unión Patriótica, organización política nacida en esos días de búsqueda del acuerdo de paz con el gobierno de Belisario Betancur. El sindicato se fue convirtiendo en la “autoridad en la región” a la que acudían los campesinos para encontrar soluciones a sus problemas, entre ellos, los de pareja, los de linderos y hasta los suscitados por los pagos de jornales entre “chagreros” y “raspachines”. Al buscar salidas y gestionar soluciones, el sindicato aprendió a construir y administrar la región; a pasar de las “listas de mercado” a la formulación de los proyectos y los planes que respondían a las necesidades ya no solo de Calamar, sino también de Miraflores y El Retorno, referentes a la geografía de la colonización y la construcción del nuevo estado desde las veredas. Era la anticipación de los conocidos planes de “enfoque territorial”, semillas de un nuevo tipo de relaciones entre las comunidades y el Estado. Pero, para los centros del poder, este proceso no pasó inadvertido. Su respuesta invariable fue, y ha sido, la destrucción de cualquier iniciativa nacida en el seno de las comunidades. Los ataques comenzaron como siempre, y hasta hoy, lo han hecho: primero, los rumores, las acusaciones infundadas; luego, la persecución sin límites. Nos referimos a señalamientos, judicializaciones, asesinatos y desapariciones propias del clima en el que las autoridades

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civiles y militares han actuado de la mano con el paramilitarismo, al mismo tiempo que los representantes de los partidos tradicionales se sumaban a la guerra para ganar los espacios de los que expulsaban con el terror a la organización popular. Como era de esperarse, el endurecimiento de la confrontación política fue reduciendo los espacios de acción de las comunidades y ampliando las manifestaciones de la guerra y sus horrores. Llegado a este punto, el testimonio describe de manera franca y sin ambages las relaciones de la organización campesina con la guerrilla, sus proximidades, diferencias y contradicciones derivadas de su coexistencia en el territorio y de la naturaleza social y política de cada una de ellas. Pero, los verdaderos alcances del conflicto se pueden comprender particularmente en el ámbito de la confrontación política con los centros del poder. Acá, como ha ocurrido en otros espacios, se ha tratado, de una parte, de la construcción de un espacio de vida compartido, de coexistencia y complementación propuesto por las comunidades y, por otra, de la exclusión, de la negación de la oportunidad de una vida digna, del arrinconamiento físico, económico, político e ideológico del otro, de la privación de todos sus derechos, de su constitución en siervo sin derechos, de su exterminio. En este caso, la balanza se inclinó por la siguiente resolución: no podía quedar recuerdo de esos campesinos en resistencia. Quienes dirigieron y azuzaron el conflicto desde los centros del poder veían en ellos el fantasma que los espantaba: el horror de perder sus privilegios en manos de aquellos a quienes siempre habían visto como los inferiores, pero que necesitan para las tareas innobles y mal remuneradas. El acumulado de experiencias, aprendizajes y prácticas dirigido a la construcción de una sociedad democrática y justa iba a ser puesto a prueba. Contra él se iba a desatar una nueva etapa de guerra aún más pavorosa que las anteriores, tema al que don Armando dedica la segunda parte de su testimonio. El clima en el que se

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desenvuelven los años siguientes, luego de agotados los acercamientos entre el Gobierno y la guerrilla a mediados de los ochenta, se caracterizó por el agravamiento de la represión militar y política. Ante los avances logrados por el movimiento de los colonos — representado en la capacidad de las juntas de colonos de atraer un número creciente de población, en los avances en la preparación de sus planes de desarrollo, en la aptitud de sus dirigentes (mujeres, hombres, jóvenes) y en la simpatía que le profesaban algunos sectores de la Iglesia católica—, la respuesta del Estado y de los sectores políticos allegados a este fue el arrasamiento de la organización campesina y de sus expresiones políticas. Las primeras manifestaciones de esta persecución “en toda la línea” las representó la acción paramilitar de la mano de la fuerza pública (Ejército y Policía). A los asesinatos y desapariciones, acaecidos cada vez con más frecuencia, los acompañó la campaña de terror cuidadosamente diseñada, aplicada y dosificada para sembrar el inmovilismo. Al igual que en el presente, las autoridades, desde los más modestos agentes hasta los más encumbrados funcionarios, fueron las encargadas de negar la sistematicidad del exterminio aduciendo los mismos argumentos que se esgrimen para encubrir el carácter de esta guerra. Este testimonio no está lejos de los que el país conoció tiempo atrás y que hoy comienzan a revelarse en toda su magnitud, por ejemplo, el que habla del proceso de formación, desarrollo, alcance y destrucción de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc) en las regiones de la Costa Atlántica. Sus núcleos locales, alimentados por las tempranas experiencias de las luchas por la tierra de los años veinte —que también habían surgido en el interior del territorio nacional en las resistencias contra las usurpaciones de tierras por parte de los latifundistas del Tolima, Valle, Cundinamarca y Cauca—, impulsaron las iniciativas de los comités locales, las cooperativas y las asambleas populares a las que no solamente “asistían

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delegados sino [en las] que participaba toda la comunidad”. Con ellas se crearon comités de tierras para una extendida recuperación de los baldíos de manos de las haciendas y se desarrolló uno de los más extensos procesos organizativos de las comunidades agrarias de nuestra historia. La respuesta de las instancias representativas del poder se expresó en masacres, éxodos y expropiaciones —cuyos efectos, cabe decirlo, han llegado hasta el presente— acompañados por las irrisorias restituciones de tierras adelantadas por el Estado en acciones que parecen más asociadas a la búsqueda de su relegitimación, que al verdadero objetivo que deberían perseguir. Las experiencias se repiten: ante las condiciones de abandono y atraso, las comunidades asumen la búsqueda de soluciones para los problemas más acuciantes, se organizan, recuperan experiencias previas o cercanas, desarrollan capacidades de acción y ascienden en sus niveles de incidencia. Ante estas iniciativas, las respuestas del poder han sido la amenaza, la escalada del terror, la destrucción de los logros comunitarios, entre otras, acciones todas ellas amparadas tanto en los medios estatales, como en otros ajenos a su esfera de acción. Para su aliado natural, los núcleos transnacionales —piénsese, de entrada, en los Estados Unidos—, esta decisión la representa la elección del narcotráfico como herramienta para el debilitamiento y la destrucción de las naciones —como han sido los casos de México y Colombia—. Con ella en sus manos, la asistencia norteamericana asumió la liquidación sistemática no solamente de nuestra economía, sino también la de las fuerzas sociales y políticas más avanzadas de nuestra historia. Estas últimas, como se podrá intuir, están representadas en las experiencias campesinas que habían logrado impulsar formas incluyentes de construcción de la nación y las potenciales alianzas con otras fuerzas capaces de transitar hacia la recuperación de nuestros recursos naturales. En esta escalada, el crecimiento de la organización y sus movilizaciones de protesta fueron sometidos a una nueva fase de terror.

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Frente a cada avance campesino, la respuesta del poder fue la acción sistemática de la represión, la cual muchas veces contó con el respaldo del compromiso creciente de la asistencia militar norteamericana. Este panorama alcanzó su máximo nivel con el Plan Colombia del gobierno de Andrés Pastrana y, diríase, su exacerbación durante los gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos —primero, como ministro de Defensa y, luego, como mandatario—, en la ofensiva que llevó a la dolorosa exclamación de don Armando: “Y nos sacaron del Guaviare”. De esta fase de la guerra habríamos de pasar a la negociación del acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc, cuyo primer punto recoge y propone el camino recorrido por estas comunidades para la construcción pacífica de los territorios devastados por la guerra y, por ello, sumidos en la pobreza. La trayectoria de la organización campesina del Guaviare, puesta a difícil prueba en la construcción incluyente de una región, habría de hacerse aún más iluminadora al asumir el aprendizaje de las proyecciones de la propuesta de las Zonas de Reserva Campesina para la construcción territorial. Esta línea seguida por los colonos es la que nos ayuda a entender por qué esa comunidad comprendió y asumió tan pronto esta propuesta, y por qué su presencia en el acuerdo es un camino conocido, recorrido y memorizado para estas comunidades, pues está impreso en su memoria colectiva, aquella que sigue el sendero que inició en las primeras juntas de colonos y que, poco a poco, derivó en las juntas interveredales, en la cooperativa y en el mando de la alcaldía municipal; desde allí, y en adelante, este es el camino que traza el acuerdo de paz en un primer paso hacia una Colombia pacífica, justa y democrática.

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Presentación

El campesinado de la Amazonía colombiana lleva en su rostro la historia de uno o varios territorios de los que ha sido expulsado. Sus testimonios siempre se refieren al terruño que lo vio nacer, donde forjó su identidad, su personalidad y su herencia; a la comunidad en donde tejió sus primeros afectos y expresó sus solidaridades, y a las guerras que lo han expulsado. En su mayoría, se trata de testimonios cargados de detalles que describen a las personas y objetos que lo acompañaron en su diáspora forzada. Cada persona, cada objeto y cada lugar son recordados con nostalgia; hacen parte de su memoria, de su historia… El campesinado ha trasegado de frontera en frontera buscando un territorio donde florecer de nuevo con su familia y donde establecer de nuevo su morada de vida. Una característica de este campesino de la Amazonía es que siempre piensa en el territorio que lo vio nacer y del cual fue expulsado. En las entrevistas —treinta en total— y los abundantes testimonios recogidos en el marco de investigaciones precedentes realizadas no solo en el Guaviare, sino en el Putumayo y Caquetá, los campesinos siempre hacen referencia a que fueron expulsados por la “violencia”: que se vieron forzados a vender sus tierras en sus lugares de origen o a abandonarlas, y emprender procesos de

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emigración forzados hacia la región amazónica. La esperanza de retornar a su terruño siempre emerge en cada testimonio recogido, en cada entrevista realizada. En este trabajo de reconstrucción oral de la organización y la acción colectiva campesina del Guaviare se han cotejado las informaciones y testimonios dados por los campesinos, junto a otras fuentes de información, y se han verificado de manera rigurosa las fechas y acontecimientos narrados. Las historias recogidas por el profesor José Useche, adscrito al Centro Experimental Piloto de San José del Guaviare, y el trabajo mancomunado desarrollado por la Secretaría de Cultura y Turismo del Guaviare y el Fondo Mixto para la Promoción de la Cultura y las Artes del Guaviare fueron muy importantes para la elaboración de esta historia oral del campesinado. Al trabajar de manera coordinada, estas dos instituciones han publicado varios libros sobre los fundadores del Guaviare, recogido sus experiencias y sus anécdotas, y logrado constituir un grupo de profesionales, profesores y escritores del departamento que se reúne periódicamente para dar lectura y discutir las historias del Guaviare. Este grupo se denomina Taller de Escritores Guaviarí y su trabajo se ha centrado en recoger los testimonios y la historia oral del Guaviare. Algunos de los libros producidos por este taller se han revisado y están referenciados en la bibliografía citada al final de este trabajo. De igual manera, se revisaron los archivos del programa radial Crónicas de la Manigua. Este es un espacio radial emitido por Juventud Stereo: Comunicación para la vida, la emisora comunitaria de San José del Guaviare, en donde se recogen historias de vida, testimonios y opiniones del campesinado sobre aspectos relacionados con la historia, el desarrollo y las problemáticas del Guaviare. Este programa radial se desarrolla en el marco de un convenio firmado entre la ong Movimiento Juventud por el Guaviare, la Alcaldía de San José del Guaviare y el Ministerio de Cultura. Además de este programa radial, se tuvo acceso al archivo de la radio de San José del

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Guaviare Marandua Stereo 100.7, donde se encontraron varias crónicas de antiguos fundadores del departamento. Con base en las entrevistas realizadas, en los testimonios recogidos de manera informal, en anécdotas, cuentos y leyendas, en información de prensa y libros escritos sobre la región, entre otros, se creó un personaje polifónico, Armando Montaña Ríos, nombre con el que se pretende rendir un homenaje al campesino que ha forjado su ser construyendo su territorio —una y otra vez— en las montañas, valles y ríos que ha transitado. Este personaje cuenta la historia de los procesos organizativos que han emprendido los campesinos del Guaviare desde los años setenta hasta el 2010; igualmente, narra la historia de sus protestas y movilizaciones sociales, mientras expone las principales propuestas de desarrollo que estos han presentado al Gobierno nacional y departamental. La historia de Armando Montaña Ríos tiene la voz de los campesinos y campesinas entrevistados, de las historias leídas, de quienes han sido escuchados en los múltiples trabajos de campo realizados en la región y también de aquellos sonsacados de entre las líneas de los textos históricos y analíticos. Aunque las opiniones y frases expresadas a lo largo de esta historia son tomadas en su mayoría de las entrevistas realizadas y los testimonios recogidos, la responsabilidad de la estructura del texto y del orden discursivo en el que esas ideas aparecen expuestas es exclusiva del autor de este trabajo. Este ejercicio de cruzar diferentes historias, entrevistas y testimonios permitió, desde una perspectiva sociológica y antropológica, acercarse un poco más a la lógica narrativa de los campesinos y campesinas, así como comprender sus metáforas y la manera como ellos y ellas se refieren a los procesos sociales, económicos y políticos que han impactado sus vidas. En esta medida, este escrito espera haber sido lo más fiel posible a los hechos históricos y a las narraciones compartidas por el campesinado del Guaviare.

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Esta metodología de otorgarles la voz a los campesinos se inspira en la obra de Alfredo Molano, quien, con sus investigaciones sociológicas y prolíficos relatos, es el escritor que mejor ha logrado narrar las gestas de los primeros campesinos —tanto armados como no armados— en su proceso de adaptación a las inhóspitas tierras amazónicas. En las narraciones de Molano, los campesinos dejaron de ser una cifra más dentro de las estadísticas que registran el número de desplazados forzados por la violencia, gracias a que sus historias empezaron a ser escuchadas y registradas. Molano no solo recuperó la historia del campesino labrador, sino también la del campesino perseguido por el Gobierno, luego convertido en guerrillero. En sus investigaciones, Molano, con profundo sentido histórico y sin obviar las variables económicas y demográficas (diríamos las variables estructurales, objetivas), centró su atención en el campesinado como actor social y emprendió análisis focalizados en sus historias de vida, sus identidades políticas y en las resistencias locales de estos nuevos habitantes de la selva. Con el objetivo de lograr que el texto sea leído fácilmente, incluso por personas no especialistas, se ha evitado incluir en él las múltiples citas procedentes de las entrevistas realizadas y de los testimonios recogidos, así como las referencias bibliográficas de los textos que sirvieron de apoyo para corroborar muchos de los hechos sociales y políticos narrados a lo largo de esta historia oral. Esta historia, como su nombre lo indica, es una historia: la que narran los campesinos y campesinas que han luchado por adaptarse a las inhóspitas tierras de la Amazonía —de manera específica, del Guaviare—; aquellos que han luchado por integrarse a la vida económica y política de Colombia, y por defender sus territorios y sus propias vidas. Por eso, las entrevistas se focalizaron en los líderes y lideresas campesinas. Quienes dieron sus testimonios son campesinos y campesinas vinculados a las organizaciones sociales del

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Figura 1. La trocha Foto de Luis Fernando Gómez Alba

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Guaviare, es decir, personas que han desempeñado papeles protagónicos en las acciones colectivas que se han impulsado en esta región. Los campesinos y campesinas que compartieron sus testimonios para este libro no pertenecen a un solo grupo social o político. Se obtuvieron testimonios de militantes de la Unión Patriótica (up); de personas vinculadas a los partidos tradicionales (Liberal y Conservador); de movimientos políticos independientes; de personas que no han tenido vínculos de militancia política directa —pero que actualmente están en condición de desplazamiento forzado en Bogotá, luchando desde Aspodegua por un retorno al Guaviare con dignidad—; de personas que aún se encuentran en el Guaviare luchando y defendiendo sus vidas y sus territorios a través de los procesos organizativos aún existentes en la región; de personas que, en su condición actual de docentes o de funcionarios públicos, compartieron sus vidas y las de sus padres para narrar cómo y en qué condiciones colonizaron y se asentaron en la región. También se recogieron testimonios de sacerdotes, líderes cívicos y sindicalistas, del nivel regional y nacional, que han luchado conjuntamente con los campesinos del Guaviare; ellos aportaron elementos cruciales para la comprensión de los procesos y movimientos sociales que han tenido lugar en esta región. Se espera que otras historias, con iguales o diferentes perspectivas epistemológicas y políticas, continúen más adelante la labor de recuperación de la memoria colectiva del campesinado de la Amazonía (figura 1). ¡Esta es una tarea inexorable y urgente! Decía Jacques Le Goff (1988) que el pasado se reconstruye en función del presente, dado que este, el presente, se explica por el pasado.

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Don Armando Montaña Ríos. Una historia oral de la acción colectiva del Guaviare, 1970-2010 fue compuesto en caracteres Aleo y se imprimió en los talleres de Panamericana Formas e Impresos S. A. en papel bond beige de 70 g. durante el mes de abril del 2018.

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Tenemos en nuestras manos una memoria que enriquece el reconocimiento de los campesinos colombianos, de sus aportes a la formación del país, de sus resistencias a la guerra que se les ha impuesto, de sus expresiones culturales, de sus geografías y de sus anhelos de paz y bienestar. Una estructurada remembranza que viene a multiplicar el tesoro de las historias de Teresa y Eusebio Prada, Gerardo González, Juan de la Cruz Varela, los cuadernos de Jaime Jara, “Baltazar Fernández”, “Mercedes” y tantos otros, elaboradas o relatadas por ellos mismos, recogidas por sus hijas e hijos, por estudiosos como Jacques Aprile-Gniset, escribano pionero de estas crónicas y ahora Henry Salgado, quien ha apoyado esta reconstrucción en el cotejo cuidadoso de las fuentes disponibles, en las voces de otros caminantes de este tortuoso sendero y en los aportes de la comunidad de investigadores del Guaviare. Este relato nos conduce por los territorios construidos por las comunidades de campesinos convertidos en colonos a la fuerza, huyendo de la violencia latifundista y estatal, en la búsqueda de su arraigo; representa igualmente y como lo encontrará el lector, una ruta que enlaza el pasado con el futuro en la perspectiva de una sociedad democrática, justa, amable. DARÍO FAJARDO MONTAÑA

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MONTAÑA RÍOS Una historia oral de la acción colectiva del Guaviare, 1970-2010

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