El mal

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Compiladores:

Carlos Andrés Ramírez Escobar - Luis Alejandro Arévalo Rodríguez El mal. Sua Dabeida Baquero Reyes Seis variaciones.

Pericles Kant Hume Schelling Nietzsche Arendt

Compiladores:

El mal

Seis variaciones

Carlos Andrés Ramírez Escobar Sua Dabeida Baquero Reyes Luis Alejandro Arévalo Rodríguez

Carrera de CIENCIA POLÍTICA

Pericles Kant Hume Schelling Nietzsche Arendt


Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J., Rector Ana Milena Yoshioka, Vicerrectora Académica Luis Fernando Granados, S.J., Vicerrector del Medio Universitario José Ricardo Caicedo Peña, Decano Académico de la Facultad HCS La obra:

El mal Seis variaciones: Pericles, Kant, Hume, Schelling, Nietzsche, Arendt Los autores: Carlos Andrés Ramírez Escobar - carlosrescobar@javerianacali.edu.co Luis Alejandro Arévalo Rodríguez - arevalorod.luis@gmail.com Sua Dabeida Baquero Reyes - suabaquero@gmail.com Markus Gabriel - gabrielm@uni-bonn.de Carlos Andrés Manrique Ospina - ca.manrique966@uniandes.edu.co Jaime Escobar Fernández - escobar.fernandez@yahoo.es Julio César Vargas Bejarano - juliocesarvargasb@gmail.com ISBN: 978-958-8347-90-5 © Sello Editorial Javeriano Ignacio Murgueitio - mignacio@javerianacali.edu.co Concepto Gráfico: Patricia Mejía Oficina de Multimedios Javeriana Cali 2013

El mal: seis variaciones: Pericles, Kant, Hume, Schelling, Nietzsche, Arendt / compiladores Carlos A. Ramírez, Sua D. Baquero, Luis A. Arévalo -- Santiago de Cali: Pontificia Universidad Javeriana, Sello Editorial Javeriano, 2013. 288 p.: il; 24 cm. ISBN 978-958-8347-90-5 1. Bien y mal -- Aspectos filosóficos. 2. Bien y mal -- Aspectos religiosos. 3. Vida -- Aspectos filosóficos. 4. Muerte -- Aspectos filosóficos. 5. Razón – Filosofía. 6. Violencia -- Aspectos morales y éticos. 7. Pericles, 495 a. C.-429 a. C. -- Crítica e interpretación. 8. Kant, Immanuel, 1724-1804 -- Crítica e interpretación. 9. Hume, David, 1711-1776 -- Crítica e interpretación. 10. Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph von, 17751854 -- Crítica e interpretación. 11. Nietzsche, Friedrich Wilhelm, 1844-1900 -- Crítica e interpretación. 12. Arendt, Hannah, 1906-1975 -- Crítica e interpretación. I. Ramírez Escobar, Carlos Andrés, comp. II. Baquero Reyes, Sua Dabeida, comp. III. Arévalo Rodríguez, Luis Alejandro, comp. IV. Pontificia Universidad Javeriana (Cali). Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Carrera de Ciencia Política. SCDD 111.84 ed.23

BPUJC

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“…así me lo dijiste aquella noche, aquella negra noche de mi mal”.



CONTENIDO

UNO La visión del “Mal” en la Atenas de Pericles a través de la Oración Fúnebre, recopilada por Tucídides. Jaime Escobar Fernández

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DOS El mal y la imposibilidad de una religión racional en Hume y Kant. Carlos Andrés Manrique Ospina

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TRES “La necesidad general del pecado y la muerte”. Vida y muerte en el Escrito sobre la libertad de Schelling. Markus Gabriel

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CUATRO Patologías de la razón. Mal e ideología en Schelling. Carlos Andrés Ramírez Escobar

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CINCO La teoría del mal natural en política desde el pensamiento nietzscheano. Luis Alejandro Arévalo Rodríguez

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SEIS Entre nosotras: pensar y la superficialidad del mal. Una correspondencia imaginaria con Hannah Arendt. Sua Dabeida Baquero Reyes

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SIETE Perspectiva y límites de la reflexión arendtiana sobre la violencia. Consideraciones sobre la pertinencia de una teoría fenomenológica de la violencia. Julio César Vargas Bejarano

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Introducción No hace falta ser un filósofo analítico para sostener que el trabajo de la filosofía consiste, en buena parte, en reflexionar sobre nuestro lenguaje. Esto incluye por supuesto reflexionar sobre nuestro léxico moral y en éste, a pesar de las tendencias a marginalizarlo, el Mal ha ocupado y sigue ocupando un rol importante. Más allá de la pregunta en torno al estatus ontológico que le otorguemos al Mal (¿hay o no algo así como el Mal?), se trata de un término omnipresente en nuestros juicios sobre los fenómenos morales y políticos. De un término que forma además parte de la tradición filosófica occidental, desde la antigüedad hasta nuestros días, y del que quizás no podríamos desprendernos sin grandes prejuicios para nuestras posibilidades de alcanzar una comprensión profunda de nosotros mismos – sobrentendido, claro está, que la profundidad también toma la forma de los abismos. Cuando, en una carta de Ernst Jünger a Carl Schmitt del 13 de diciembre de 1.933, la modernidad es descrita como un proceso de “disolución del mal”, Jünger cae quizás en una generalización difícilmente sostenible, si sus palabras incluyen la historia de las ideas, pero su valoración de la modernidad da en el clavo si


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se atiende, en el horizonte de trabajos sociológicos como El crepúsculo del deber de Lipovetsky, al surgimiento de una atmósfera postcristiana, new age o, sencillamente, moralmente indiferente, en la cual términos como ‘bien’ y ‘mal’ tienen el carácter de arcaísmos. Reflexionar sobre la diferencia entre el bien y el mal significa en ese contexto revivir el potencial semántico de esos términos con el propósito de contrarrestar esa “Ética indolora de los nuevos tiempos democráticos”, como reza el subtítulo del libro de Lipovetsky, y rescatar los presupuestos de ciertos fenómenos morales ligados a tal diferencia: la indignación, el arrepentimiento, el deseo de perfección, el perdón, la compasión. El lenguaje moral y, en general, el lenguaje como el horizonte a partir del cual todo ser humano lleva a cabo la tarea de comprenderse a sí mismo, es una red en la cual ningún término tiene sentido aislado de los demás. Por eso mismo, la marginación, la caída en desuso o, más radicalmente, el olvido de un término, repercute sobre ese horizonte en su conjunto. Reabrir la reflexión sobre esos términos, como este texto lo hace, apelando a textos centrales del pensamiento occidental, significa por tanto movilizar recursos semánticos útiles para la construcción y reconstrucción de ese tejido. No para restaurar un mundo de distinciones claras, con ángeles y diablos de intenciones evidentes, sino, como corresponde a la filosofía, para problematizar términos esenciales en el mismo acto de hacer posible su resurrección. Pensar filosóficamente sobre el mal no apunta ciertamente a establecer un catálogo de malas conductas, como lo pretenden, hoy en día, algunos influyentes funcionarios públicos en Colombia, pero sí abre el marco de posibilidades en torno a las cuales articulamos nuestras esperanzas político-morales. Si el diablo es un símbolo adecuado para el mal se debe a que, como puede


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inferirse, con cierta irresponsabilidad filológica, de su etimología – la palabra “diablo” incluye el prefijo διά y el verbo griego βάλλειν –, es la figura que arroja (algo) en direcciones opuestas y, por tanto, recuerda la desunión y el desacuerdo subyacentes a todo proyecto de unidad. Teodiceas aparte, el mal aparece así como la condición para pensar todo proyecto de unidad y convivencia armónica. Una condición que, como es propio de parejas conceptuales como bien y mal, no puede suprimirse sin aniquilar también la validez y el vigor del término opuesto. La teoría debe por eso ser un tanto diabólica si quiere conservar su lado angelical – ἄγγελος es el mensajero y el heraldo de lo sagrado. El texto a continuación reúne una serie de ensayos que originalmente fueron presentados, con algunas variaciones, en el “Simposio sobre el mal” dentro del Tercer Congreso Nacional de Filosofía, realizado por la Sociedad Colombiana de Filosofía en la ciudad de Cali, esto es, en las instalaciones de la Universidad del Valle y de la Pontificia Universidad Javeriana, durante la tercera semana de octubre del año 2.010. El mal. Seis variaciones fue compilado y editado por Luis Alejandro Arévalo, Sua Baquero y el autor de este texto, a partir de esa serie de ponencias, con el ánimo de ofrecerle al público especializado en asuntos filosóficos, y al público ilustrado en general, una serie de reflexiones sobre el tema susceptibles de ser llevadas tanto a las discusiones al interior de la academia como a las discusiones, más amplias y acuciantes en un país como Colombia, sobre qué no significa, tanto a nivel del individuo como de la sociedad, la “vida buena”. A contrapelo podrán sacarse conclusiones, útiles para la dimensión activa de nuestra autocomprensión, acerca de qué significa esa expresión. De la buena filosofía, como de la buena poesía,


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no pueden esperarse, al menos no de manera directa, masivos revolcones espirituales, pero la filosofía está sin embargo en la capacidad de esparcir algunas semillas en un terreno enorme y esperar, si el clima es favorable, que algunas broten. El libro contiene seis ensayos. En el primero de ellos el profesor Jaime Escobar Fernández hace gala de toda su agudeza como lector para analizar el problema del mal en uno de los textos fundacionales del pensamiento político occidental, la Oración Fúnebre de Pericles – tal como es recogida por Tucídides en su Historia de la guerra del Peloponeso. Luego de introducir el tema del mal y la guerra, y de aludir a la comprensión mitológica del mal en Grecia, Escobar analiza el discurso de Pericles considerando su género, su función, su estructura y las condiciones históricas de su gestación. Todo esto apunta a preparar la resolución de una pregunta ¿Por qué el más emblemático de los políticos demócratas de la antigüedad omite el tema del mal en su discurso? El ensayo busca hallarle una explicación a ese silencio. Escobar muestra entonces cómo el catálogo de las virtudes ciudadanas listado por Pericles contiene una doctrina implícita de qué es el mal en términos políticos pero cómo, a su vez, el mal solo podía aparecer (indirectamente) en el discurso a través de su omisión, pues su propósito era justamente enfrentarse a la atmósfera de fatalidad ligada a la guerra, infundir valor, hacerlo además en conformidad con el espíritu de la tragedia de aceptar el destino como un momento insalvable de la vida humana, y vencer la presencia de la muerte ignorando su cercanía. La Oración Fúnebre de Pericles es de este modo, ella misma, un ejercicio de superación del mal mediante el poder del lenguaje. Carlos Andrés Manrique Ospina se ocupa por su parte con el concepto de religión racional en Hume y en Kant, con el pro-


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pósito de hacer visible sus presupuestos logocéntricos y, a la par con esto, de hacer patente la “topografía sociohistórica” implícita en el proyecto de la Ilustración – cuyos efectos políticos, en términos del establecimiento de una correspondencia de la relación jerárquica entre Europa y su periferia con la distinción entre lo racional y lo irracional, aún siguen vigentes. En el caso de Hume la distinción monoteísmo/politeísmo avanza de modo paralelo a la de razón/emociones y a la de religión racional/religión natural; en el caso de Kant la distinción entre una religión al servicio de la ley moral y otra en la cual la ética se deriva de los mandamientos divinos, sirve para trazar la topografía entre lo racional y lo irracional. El mal, identificado por Hume con el sufrimiento humano ocasionado por la imprevisibilidad y contingencia de los acontecimientos, opera en este contexto como un rezago de la religión natural que problematiza pero no invalida la suposición racionalista de un diseño inteligente del mundo. En Kant, por su parte, el concepto del mal, entendido como una inversión voluntaria y supratemporal de la jerarquía entre la ley moral y el interés propio, refuerza la separación de lo racional y lo irracional desde la perspectiva de las motivaciones de la acción, pero, tal como sucede con el mal en Hume, problematiza también la separación misma, pues abre la cuestión de la imposibilidad de determinar en última instancia el valor moral de las personas. El concepto del mal, sostiene Manrique, termina en ambos autores amenazando la posibilidad misma de una religión racional pero, también en ambos a casos, es reintegrada en el discurso moralracional por la vía de atribuirle un lugar subordinado en la geografía mental del proyecto ilustrado: la periferia de Europa. Markus Gabriel se enfrenta con el problema del mal en el Escrito sobre la libertad de Schelling. Gabriel parte de la reserva planteadas por autores posthegelianos como Kierkegaard o Stir-


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ner frente a la capacidad de la filosofía idealista para pensar lo puramente individual para entonces preguntarse si, en el caso de Schelling, la vocación sistemática del idealismo impide también desarrollar un pensamiento de lo individual. El mal aparece en esa constelación debido a que el Escrito sobre la libertad es un caso de una “metafísica crítica” en la cual el proceso de construcción de la teoría es objeto de reflexión en la teoría misma y el agente teórico es justamente el individuo singular, para el cual la maldad es un momento esencial de su autoconstitución. Si el mal es la pretensión del individuo de convertir su perspectiva en lo absoluto, la teoría en su búsqueda de pensar el todo como un sistema, es una de sus expresiones. El pensamiento especulativo, la metafísica supone así al individuo singular como su punto de partida, pero al tiempo lo aniquila como tal en el proceso de construcción del sistema. El mal representa así el impulso “suicida” del individuo a aniquilarse a sí mismo en el mismo proceso en el cual cree estar, mediante sus construcciones intelectuales, conquistando el mundo. Carlos Andrés Ramírez Escobar se ocupa también con el pensamiento de Schelling pero esta vez con el propósito de hacer visible la afinidad entre el concepto del mal y el de ideología. El texto arranca mostrando la continuidad entre el concepto idealista de Razón, caracterizada aquí como una totalidad autosuficiente, autoreferencial y autogenerativa, y la cuestión de la ideología. La presencia para sí misma de la Razón en la forma del “sistema” resulta ser, desde este punto de vista, el antecedente inmediato de la formación de visiones de mundo con la pretensión de operar como explicaciones últimas de la realidad y de servir de punto último de orientación de la acción. En el contexto de popularización y politización de las ideas filosóficas descrito por Schelling y Hegel en Sobre la esencia de la crítica


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filosófica, el pensamiento idealista terminó alimentando la formación de pseudosistemas que se alejaban, por su parcialidad y su ciega militancia, del proyecto especulativo del idealismo, pero replicaban su forma y funciones. El Escrito sobre la libertad, como corresponde a toda metafísica monista, incorpora esa perversión de la racionalidad dentro de su descripción del mundo y, por tanto, dentro del automovimiento de la totalidad (de Dios como espíritu) mediante el concepto del mal. Las producciones espirituales del hombre animadas por el mal son así una forma distorsionada de la racionalidad, caracterizada – pese a su inevitable particularismo – por la aspiración de valer como una visión de mundo omniabarcante, orientada además a asegurar a toda costa la autoconservación biológica del individuo y a desplazar, mediante una vívida ilusión, una comprensión adecuada del propio ser. En esos términos Schelling caracteriza, en un lenguaje (onto)teológico, propiedades atribuibles al concepto de ideología en la tradición marxista – la búsqueda de un “cierre epistemológico”, el simulacro de totalidad, la transformación del pensar en un medio al servicio del control de la naturaleza, el desajuste entre ser y aparecer – pero, también, fija las condiciones para su superación. La restauración del bien mediante una libre decisión aparece así a la vez como un momento, de carácter ético-existencial, de la superación de la forma ideológica de la razón. Luis Alejandro Arévalo Rodríguez aborda el problema del mal en Nietzsche dejándose guiar en su pregunta por el concepto de “mal natural” de Tyler Moselle. Allí destaca desde un inicio, amparándose en la Genealogía de la moral, cómo el mal (y el bien) remite a un asunto de poder: a la facultad de establecer valoraciones por parte de los más fuertes y a la reacción a las mismas por parte de los más débiles (en la forma de la “moral de esclavos”). Sobre la base de conceptos como la “Gran políti-


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ca”, la “mala conciencia” y la “crueldad”, Arévalo explica cómo Nietzsche desmonta el dualismo entre bien y mal, pues, desde su perspectiva vitalista – la cual incluye también la vida política – se trata de opuestos disueltos en una procesualidad y una creatividad generalizadas, pero explica también cómo, a la vez, ese horizonte vitalista, al cual pertenece también el pensamiento de Bergson, restablece una noción débil del mal natural en la forma de todo aquello que bloquea e impide, a nivel de la cultura y de la autoconstitución del individuo a contratara del efecto del poder sobre su psique, el surgimiento de la “novedad radical”. Sua Dabeiba Baquero Reyes expone en su texto las líneas generales de la crítica de Hannah Arendt a la modernidad a la luz de la experiencia concentracionaria y, sobre todo de la mano de su lectura de Eichmann en Jerusalén y de La vida del espíritu, contrapone entonces el funcionamiento despersonalizado de la lógica de la producción y de su tratamiento de la alteridad como un objeto a disposición – tal como es teorizada inauguralmente por Descartes – a la experiencia del pensar, del “dos-en-uno”, en la cual el individuo se interroga sobre el sentido de todos sus actos y procura vivir en conformidad consigo mismo. El mal, cuya “banalidad” radica entre otras en su falta de hondura – en su ausencia de raíces y, por tanto, de radicalidad –, es justamente la renuncia al pensar. Mostrando la continuidad, en términos de una historia de las mentalidades de larga duración, entre el espíritu que anima los campos de concentración y el tratamiento de la vida animal en las granjas industriales, por un lado, y el trato con los objetos desde la lógica autonomizada de la producción (tal como aparece en el documental “Estamira” de Marcos Prado), por el otro, Baquero ilustra la permanencia de los ecos del mal en la forma operación de ambos fenómenos y expone performativamente, mediante capturas del documental en cuestión,


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cómo el pensar, el narrar y el simbolizar representan una resistencia al orden técnico-industrial fundada, de una u otra forma, en la imaginación. Julio César Vargas Bejarano aborda, por último, un fenómeno social asociado habitualmente al mal: la violencia. Su ensayo apunta a reconstruir este concepto desde una mirada fenomenológica y, para ello, toma como punto de partida el sentido de la violencia en el pensamiento de Hannah Arendt. Vargas inicia señalando la distinción, en Arendt, entre poder político y violencia, mostrando cómo el proceso de construcción de lo común por parte de una pluralidad de los seres humanos mediante su participación, en términos de deliberación, en el espacio público, se contrapone a la subordinación del otro a los propios fines mediante el ejercicio de la intimidación. Si bien Arendt no excluye casos en los cuales podría hacerse un uso puntual de la violencia, para librarse de situaciones de extrema injusticia, ubica siempre la violencia como un fenómeno prepolítico. El autor acepta bajo esas condiciones la distinción de Arendt pero señala cómo su concepto de violencia, concebido desde la lógica medios-fines propia de la producción, no da cuenta de la tríada configurada por la víctima, el victimario y el observador en la cual se constituye el sentido de todo fenómeno social violento. Para ello recurre a un autor, localizado también en la tradición de la fenomenología, B. Wandelfels, quien destaca particularmente la experiencia de pérdida de la integridad personal, ligada a las rupturas abruptas de la identidad personal y al sufrimiento vivido en términos corporales, propia de las víctimas de la violencia. El Mal. Seis variaciones recoge en así en toda su polivalencia y riqueza el concepto del mal. Como descomposición de las virtudes cívicas, como formación residual en la cartografía


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del proyecto ilustrado para darle un lugar a lo irracional, como desarreglo de la jerarquía de las motivaciones esenciales para la acción en beneficio del egoísmo, como proyecto de apropiación del mundo a través del conocimiento en el cual el individuo se suprime a sí mismo como ser singular en el mismo acto en que cree estar logrando su cometido, como ideología, como expresión de valoraciones reactivas al servicio de la (auto)inhibición de las fuerzas creativas humanas, como renuncia a la reflexión autónoma de la persona sobre el sentido de sus actos y como sinónimo de la violencia, el mal ocupa un lugar no sólo en la tradición filosófica sino en la discusión de toda una serie de fenómenos no directamente vinculados al espacio institucionalizado para la filosofía. El listado es largo. El declive de las virtudes públicas, la visión jerárquica del mundo propia del etnocentrismo, el simulacro de racionalidad de los programas políticos, la búsqueda ansiosa por parte de los individuos de discursos orientadores para poder escapar a la “angustia de la vida” (Schelling), el sufrimiento del ser humano frente a los avatares de la “fortuna”, la guerra, las políticas de la memoria y del cuerpo que sujetan al individuo a ciertos dispositivos de poder, la entrega irreflexiva del individuo a las instituciones y a la lógica autosuficiente de los procesos administrativos, el dolor de las víctimas de la violencia, la destrucción del medio ambiente en nombre del progreso económico y del espacio para la deliberación pública a manos del uso de la fuerza – temas todos relevantes para el conjunto del público ilustrado –, pueden en efecto volverse más comprensibles a la luz de las reflexiones contenidas en este texto sobre un término esencial de nuestro léxico moral como lo es el del Mal. Esperamos que los lectores compartan esta opinión. Carlos Andrés Ramírez Escobar Cali. Julio 15 de 2013


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Julio César Vargas Bejarano


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Perspectiva y límites de la reflexión arendtiana sobre la violencia. ...


ISBN : 978-958-8347-90-5

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9 789588 347905


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