KJELL-ÅKE NORDQUIST
El concepto y su práctica LA RECONCILIACIÓN COMO POLÍTICA
¿Es la “reconciliación política” una nueva herramienta para la construcción de la paz y la justicia, en los procesos de paz y otros complejos esfuerzos de reconstrucción social, después de la dictadura o las guerras civiles? ¿O es solo otro término para prácticas establecidas como negociación, resolución de conflictos y cooperación? Los procesos de reconciliación tras conflictos y guerras pueden ser muy diversos, tanto en su forma como en los contextos. Kjell-Ake Nordquist, autor de La reconciliación como política, analiza el concepto de reconciliación desde una perspectiva política y esboza cómo pueden entenderse sus características, en comparación con sus “familiares conceptuales”: perdón y resolución del conflicto. Nordquist perfila además las dimensiones estructurales de la reconciliación y formula una comprensión de este concepto como una contribución específica a la solución de conflictos políticos. En este sentido, la reconciliación política tiene el potencial de ser un acercamiento que, junto con otras actividades, contribuya a procesos de paz más completos y genuinos.
LA RECONCILIACIÓN COMO POLÍTICA El concepto y su práctica KJELL-ÅKE NORDQUIST
Kjell-Ake Nordquist es profesor de Relaciones Internacionales, especializado en construcción de la paz y derechos humanos, y trabaja en el Programa de Derechos Humanos de la Escuela de Teología de Estocolmo. Ha estado involucrado en trabajos de mediación y resolución de conflictos en Timor Oriental, Medio Oriente y América Latina. Junto con Göran Gunner, Nordquist es el autor de An Unlikely Dilemma (2011) y el editor de Gods and Arms (2013).
LA RECONCILIACIÓN COMO POLÍTICA
LA RECONCILIACIÓN COMO POLÍTICA El concepto y su práctica
KJELL-ÅKE NORDQUIST
Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales
Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Pickwick Publications © Kjell-Åke Nordquist, autor © Pedro Valenzuela, traductor Primera edición: 2017, Trossamfundet Svenska Kyrkan (Church of Sweden) Reconciliation as Politics. A Concept and its Practice Pickwick Publications An Imprint of Wipf and Stock Publishers 199W. 8th Ave., Suite 3 Eugen, Or. 97401
Primera edición en español: abril 2018 Bogotá, D.C. isbn: 978-958-781-231-2 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia
Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales Instituto de Derechos Humanos y Construcción de Paz Alfredo Vázquez Carrizosa Calle 40 n.° 5-50, edificio Julio Carrizosa, primer piso Teléfono 3208320 ext. 2471
Coordinación editorial Felipe Pardo Ruge Corrección de estilo Guillermo Andrés Castillo Diseño de cubierta Leonardo Fernández Diagramación Leonardo Fernández
Impresión Javegraf La publicación de La reconciliación como política es posible gracias a la generosa donación de la familia Vázquez Carrizosa-Holguín Pardo. Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana. Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.
Nordquist, Kjell-Åke | 1952-, autor La reconciliación como política : el concepto y su práctica / Kjell-Åke Nordquist. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2018. 192 páginas ; 23 cm Incluye referencias bibliográficas (páginas 189-191). ISBN : 978-958-781-231-2 1. Solución de conflictos - Colombia. 2. Reconciliación - Colombia. 3. Procesos de paz - Colombia. 4. Justicia - Aspectos sociales - Colombia. 5. Perdón - Colombia. 6. Política – Colombia. I. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Sociales. CDD 303.69 edición 21 Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J. ________________________________________________________ inp 04/04/2018
Contenido
Lista de tablas
9
Lista de figuras
10
Prefacio a la edición en español
11
Prefacio
13
1. Reconciliación política: ¿Por qué?
15
2. ¿La verdad de quién?, ¿cuál reconciliación?
53
3. Cinco formas de abordar el pasado
65
4. Una teoría estructural de la reconciliación
87
5. Derechos humanos y construcción de paz
99
6. Reconciliación política y derechos humanos: ¿Análogos o no?
115
7. Marcos legales y paz internacional
125
8. De Timor Oriental a Timor Leste
131
9. Una reflexión sobre Timor Leste
155
10. Reconciliación política: ¿Una contribución a la política?
171
Apéndice: Ejemplos de comisiones de verdad
183
Bibliografía
189
Lista de tablas Tabla 1. Cuatro componentes en procesos de paz intraestatales
23
Tabla 2. Cuatro tipos de escenarios de reconciliación
y ejemplos de casos
33
Tabla 3. Posibles implicaciones de las perspectivas liberal y comunitaria sobre el concepto de verdad
61
Tabla 4. Diferencias entre una relación conflictiva
y una relación reconciliada
96
Tabla 5. Necesidades y proveedores de una estructura de paz
105
Tabla 6. Debates sobre la reconciliación en el nivel estatal o comunitario. Ejemplos de temas
113
Tabla 7. Experiencias que identifican la dignidad humana
117
Tabla 8. La dignidad humana como derecho y como obsequio
121
Tabla 9. Ejemplos de Timor Leste de un proceso integral de paz
161
Tabla 10. Procesos de reconciliación y construcción
de confianza a lo largo del tiempo
169
Lista de figuras Figura 1. Relaciones de poder, tipo de conflicto, y cuatro ejemplos
37
Figura 2. El triángulo de conflicto
41
Figura 3. Un triángulo de paz
42
Figura 4. Cuatro elementos en un proceso de reconciliación política 85 Figura 5. Cuatro necesidades de seguridad como base para la construcción de paz
103
Figura 6. Tres tipos de sistemas legales y sus relaciones
129
Figura 7. Líneas divisorias estructurales en Timor Leste
157
Figura 8. Relaciones verticales y horizontales de reconciliación
167
Prefacio a la edición en español La traducción de La reconciliación como política al español no pudo haber sido confiada a nadie más competente para la tarea que al profesor Pedro Valenzuela de la Pontificia Universidad Javeriana, de Bogotá, Colombia. Su conocimiento del campo de las ciencias sociales y sus habilidades lingüísticas constituyen una combinación invaluable para una empresa de este tipo. Le agradezco mucho las aclaraciones esenciales, así como las observaciones específicas sobre el texto. Para la edición final e impresión de este libro, el profesor Manuel Salamanca del Instituto de Derechos Humanos y Construcción para la Paz de la Pontificia Universidad Javeriana ha sido el motor clave. Gracias a su iniciativa y persistente deseo de publicar a través del Instituto y la Editorial, este libro ha llegado a su público de una manera muy fluida y efectiva. Tanto al profesor Valenzuela como al profesor Salamanca me gustaría expresarles mi sincero agradecimiento por su compromiso y asistencia en la realización de este libro. Finalmente, con la colaboración un mentor comprometido en el arte de la publicación como el profesor asociado Göran Gunner, Estocolmo, la carga de trabajo de este proyecto se redujo significativamente. ¡Muchas gracias, Göran! Kjell-Å ke Nordquist Bogotá, febrero de 2018
Prefacio El concepto de reconciliación se ha abierto camino en el discurso y la práctica política en décadas recientes. ¿Manifiesta esto una comprensión global más profunda de la manera como los conflictos y las guerras afectan las condiciones de vida? ¿O es la última gota en un mundo en el que la estabilidad y la paz duradera son rara vez resultado de los esfuerzos en esa dirección? La mayoría de los conflictos armados se libran al interior de los Estados, es decir, son guerras civiles, y con frecuencia afectan directa y extensamente a las poblaciones, hechos que perjudican la vida civil durante años. Por consiguiente, la escala de impactos negativos y confusión moral producida por las guerras civiles tiende a ser más considerable y compleja que en las situaciones de guerra limitada con un uso controlado de armas y soldados. Solucionar estas situaciones complejas puede requerir conceptos que trasciendan el vocabulario tradicional de poder, intereses y necesidades. Es posible que la “reconciliación”, también en la política, cumpla el propósito de trascender el lenguaje político tradicional hasta una esfera en la que los políticos sientann la obligación de contribuir, así nunca hayan tenido un lenguaje apropiado para hacerlo. En el caso de la “reconciliación”, la combinación con verdad –“verdad y reconciliación”– es probablemente la más conocida. Junto con otras comisiones anteriores y posteriores, la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica es mundialmente célebre. Las descripciones y los análisis del trabajo de esas comisiones son numerosos, además de ser partes necesarias del avance hacia una comprensión más reflexiva y matizada del fenómeno como tal –la “reconciliación en la política”– y de su práctica.
No obstante, este libro no es otra descripción empírica o histórica de una o más comisiones de verdad y reconciliación, o de procesos legales o políticos similares, sino un esfuerzo por aproximarse a ellos a partir de una reflexión sobre las múltiples dimensiones que conlleva la introducción de la “reconciliación” en los procesos políticos. Su eje principal es el abordaje de una pregunta simple: ¿El concepto de reconciliación aporta algo “nuevo” o útil a los procesos de paz? A partir de un análisis de las respuestas a esta pregunta podemos reflexionar sobre el concepto como tal, sobre ejemplos de su práctica y sobre los desafíos morales y legales que confrontamos al momento de su aplicación. Es fácil suponer que lo que se entiende por “reconciliación” en un nivel y un contexto cultural determinados es también lo que el concepto representa en un nivel diferente. Este no es siempre o necesariamente el caso, pero, además de la complejidad del concepto mismo, nunca debería ignorarse la pregunta sobre si la comprensión y la aplicación de la denominada “reconciliación” cambian cuando esta pasa de ser un concepto interpersonal a ser un concepto intergrupal y social. Aunque este estudio no es puramente conceptual, intenta centrarse en las ramificaciones conceptuales que la idea de reconciliación en un contexto político transmite en diferentes entornos. Por lo tanto, discutiremos los debates sobre justicia transicional y perdón, junto a los temas habituales de paz y justicia. Sin embargo, en la medida de lo posible, nos ceñiremos a la línea de la reconciliación política e intentaremos ofrecer una explicación con base en sus propios términos y recursos. Los textos en este libro están basados en experiencias surgidas de una combinación de investigación y trabajo de campo desarrolladas principalmente en el Sudeste Asiático (Timor Oriental) y Australia, Latinoamérica (principalmente Colombia) y el Medio Oriente (Israel y Palestina) durante un periodo de aproximadamente dos décadas. Quisiera expresar una cálida palabra de gratitud a los centros de investigación y las misiones diplomáticas, a los académicos individuales y amigos, a los actores que tomaron en serio sus obligaciones en nuestras negociaciones y encuentros, y a las numerosas personas que compartieron sus reflexiones e historias de vida sobre la “reconciliación política”. Kjell-Å ke Nordquist Uppsala, diciembre de 2016
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1. Reconciliación política: ¿Por qué? La pregunta es simple: ¿El concepto de reconciliación contribuye sustancialmente a la forma y el contenido de los procesos de paz tras el fin de los conflictos armados y las guerras? Podríamos comenzar por indagar por qué la pregunta es de interés, más aún, si se tiene en cuenta que desde hace más de tres décadas el concepto se ha incorporado gradualmente en el discurso político nacional e internacional sobre temas de paz. Es probable que este desarrollo evidencie al menos algunas dimensiones de interés teórico. El contexto principal del concepto ha estado ligado al fin de los gobiernos autoritarios o de las guerras civiles como una metáfora que tiende puentes hacia los cambios sociales necesarios en la construcción de la paz y de las nuevas estructuras políticas. Los cambios de contexto de un concepto son interesantes porque algo sucede con su contenido cuando este cambia de entorno y es interpretado y utilizado por personas en papeles muy diferentes de los tradicionalmente asociados a él. Desde la psicoterapia, la religión y el diálogo informal sobre la vida y la muerte, el concepto de “reconciliación” ha aparecido en los discursos de primeros ministros y representantes de organizaciones internacionales globales, en ocasiones, con la adición de “política”. La impresión actual es que ninguna declaración política de importancia sobre la justicia, la guerra y la paz deja de hacer mención a un proceso cuyo objetivo final es la “reconciliación”. Este desarrollo es interesante no solo desde la óptica de la ciencia política, sino también desde la perspectiva más amplia de las ciencias sociales y de la cultura; el panorama conceptual que acompaña
el uso de la “reconciliación” incluye también una serie de conceptos adicionales como “verdad”, “reparación”, “justicia”, “perdón” y “paz”. La introducción de la “reconciliación” proporciona también un contexto de percepciones y perspectivas referentes no solo al mundo empírico, sino también a un sentido de “propósito”, de “dirección” y de visión de la vida como algo “significativo” o que debería vivirse en dignidad. Cada uno de estos conceptos plantea preguntas filosóficas y políticas fundamentales. En tan solo unas décadas, han llegado a ser parte del vocabulario político alusivo a la paz, la política y la sociedad. No obstante, el objetivo de este libro no se limita simplemente a observar un cambio conceptual en el lenguaje político. Una pregunta central de esta investigación es: ¿De qué manera, si la hubiera, la “reconciliación política” enriquece y promueve procesos dirigidos a la resolución de conflictos y la paz? ¿Vemos en este concepto simplemente otro giro de palabras en un mercado de ideas promotoras de políticas aparentemente en constante expansión? Además de estas preguntas, podemos también discutir las razones que impulsan este desarrollo como, por ejemplo, si la introducción de la “reconciliación política” está relacionada con el entorno cambiante de los conflictos armados: de guerras interestatales a conflictos armados internos, o relaciones cambiantes entre el Estado y sus gobernados en el mismo periodo. Estamos, pues, interesados en el concepto como tal y en las consecuencias de su implementación en los procesos de paz.
Derechos humanos. Una responsabilidad global Un logro importante del siglo xx fue la creación de instrumentos legales internacionalmente vinculantes que integran a las personas en la esfera de los compromisos internacionales y no solo nacionales. Cuando las ideas y los conceptos de los derechos humanos se formularon en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, se concibieron como una responsabilidad interna de los Estados; la frontera estatal internacional constituía un límite absoluto para cualquier Estado que pretendiera intervenir en los asuntos internos de otros Estados. Sin embargo, actualmente la responsabilidad internacional es ampliamente reconocida cuando, por ejemplo, se trata de proteger a las poblaciones de los crímenes cometidos por sus propios líderes. El principio de responsabilidad de proteger es actualmente el ejemplo
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más codificado, pero al mismo tiempo el más debatido, de este cambio fundamental en las percepciones mutuas de los Estados.1 A finales del siglo pasado, no solo los Estados, sino también las personas individuales, se convirtieron en sujetos de derechos y deberes –bien a título privado o (incluso) como servidores públicos– Este proceso se desarrolló de diferentes maneras. Después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un hito en este desarrollo fue el establecimiento de la Corte Penal Internacional (cpi) con base en el Estatuto de Roma de 1998. Estos dos mecanismos –de naturaleza tan diferente, pero con la misma idea básica de defender la dignidad y los derechos humanos fundamentales– reconocen que las personas, además de los Estados, tienen derechos y deberes no limitados a, por ejemplo, las fronteras estatales o las funciones profesionales. Por ende, son aplicables no solo en la vida civil, sino también bajo ciertas condiciones legales y prácticas que definen una situación de conflicto armado y de guerra. Esta es nuestra primera observación sobre las cambiantes condiciones normativas desde el siglo pasado en el nivel global para los procesos de paz y la política en general.
De conflictos armados interestatales a conflictos armados intraestatales Mientras estos desarrollos acontecen en la esfera de los derechos humanos, un segundo cambio importante después de la Segunda Guerra Mundial es la transformación gradual de los conflictos armados y las guerras en una mezcla de conflictos internos e interestatales. El tipo característico de guerra interestatal de los libros de historia es un acontecimiento inusual, y durante algunos años en las últimas décadas no ha aparecido en absoluto en las estadísticas de conflictos.2 A primera vista, esto no fue siempre evidente: durante la Guerra Fría se avivaron algunas zonas de conflicto, al mismo tiempo que otras se mantuvieron
1. La Asamblea General de las Naciones Unidas avaló en 2005 una resolución basada en el vínculo entre la soberanía de un Estado y su capacidad para proteger a su propia población contra crímenes graves, tales como limpieza étnica, crímenes de lesa humanidad, genocidio y crímenes de guerra. El incumplimiento de un Estado de esta obligación de proteger a su propia población al respecto, le confiere a la comunidad internacional la responsabilidad de hacerlo a través de una serie de medidas que incluyen la intervención armada. 2. Pettersson y Wallensteen, “Armed Conflicts”.
1. Reconciliación política: ¿Por qué? • 17
controladas. Solo unos pocos conflictos, como el de India-Pakistán, Ecuador-Perú e Irán-Irak, fueron de carácter interestatal. Como lo evidencia una recopilación sistemática de datos, desde hace décadas las “guerras internas” han sido el tipo absolutamente predominante de guerras. Estas conflagraciones se libran por el control de un Estado determinado (“guerra civil”) o por la estructura fundamental de un Estado como tal, lo que a menudo en la práctica se traduce en demandas de autonomía o secesión (“conflicto de formación de Estado”). Por consiguiente, las guerras civiles desafían un gobierno existente, su política, etc., pero no el Estado como unidad, que es exactamente lo que ocurre en los conflictos de formación de Estados.3 Estos involucran objetivos que una o más partes persiguen como una manera de cambiar el Estado mismo. Algunos pueden aspirar a una autonomía local u otras formas de autogobierno y otros pretenden ir más allá. Las propuestas más radicales incluyen la separación territorial y la independencia de regiones al interior de los Estados. Estas demandas de secesión han figurado en el programa de grupos armados en Europa, al igual que en África y Asia. Colombia, Sierra Leona y Afganistán son ejemplos de países con guerras civiles, mientras que los conflictos en Sudán del Sur, Sri Lanka, Irlanda del Norte, España (el conflicto vasco) y las Filipinas (Mindanao) son ejemplos históricos en desarrollo de países con conflictos de formación de Estados. Aunque las guerras internas predominan como el típico conflicto armado contemporáneo, al mismo tiempo estas se han internacionalizado. Esta es una suerte de retorno a medias a las guerras interestatales, pero en el marco y con la apariencia de una guerra civil y, no pocas veces, como parte de una lucha multilateral entre Estados en el territorio de un tercer Estado –si un Estado interviene en el territorio de un vecino, otros tienden a seguir el ejemplo–. Obviamente, es probable que este fenómeno contribuya a prolongar las guerras civiles. Esto puede considerarse como una expansión en una dimensión “horizontal” de
3. “Guerra” y “conflicto armado” se usan aquí indistintamente. En las estadísticas sobre conflictos, a menudo se definen las “guerras” como conflictos armados con mil o más muertes relacionadas con las batallas por año, mientras que un “conflicto armado” o “conflicto armado grave” tiene menos fatalidades por año. Véase también: Pettersson y Wallensteen, “Armed Conflicts”.
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dichas guerras. Durante muchos años, la República Democrática del Congo ha sido un ejemplo destacado de este tipo de conflictos. Las guerras civiles implican también una dimensión “vertical” de fragmentación por cuanto penetran gradualmente todas las esferas de la vida en un Estado. Las autoridades nacionales son desafiadas por el creciente papel de las poderosas y múltiples capas de prácticas informales que se apoderan de la toma de decisiones en, por ejemplo, el nivel de las administraciones locales. Este proceso es a menudo paralelo a la misma fragmentación de control del ejército y de las fuerzas de seguridad en general. Una consecuencia de este cambio es que amplios segmentos de la población se ven mucho más seriamente afectados por la guerra de lo que sería el caso si, por ejemplo, en el conflicto se enfrentaran tropas regulares en zonas geográficas limitadas. En consecuencia, las guerras civiles prolongadas son especialmente devastadoras para la población civil. Actualmente, son las responsables principales de las grandes oleadas de refugiados. No obstante, aquí no termina esta desalentadora evolución. Algunas veces, el impacto nefasto de la guerra civil se convierte en una estrategia de las partes –si, por ejemplo, por alguna razón no hay un ejército enemigo contra el cual combatir, la población civil misma puede convertirse en blanco de ataques–. Ello puede obedecer a diferentes motivos: en la estrategia clásica de guerra de guerrillas, la población es la base de la propia fuerza guerrillera y es, por ende, desde la perspectiva del adversario, el sostén del enemigo. Una segunda razón puede ser instrumental: las poblaciones representan capacidades y destrezas que pueden suponer un apoyo para uno u otro bando; y, en tercer lugar, la población puede representar la identidad del enemigo, caso en el que es, por ende, no solo un símbolo, sino también la portadora real de los valores y la cultura. En tales casos, la violación, el genocidio y el asesinato sistemático de grupos o poblaciones enteras se convierten en objetivos estratégicos atractivos desde una perspectiva militar e ideológica. Es aquí donde encontramos ejemplos de los crímenes de guerra más graves de los que la comunidad internacional tiene conciencia, como los crímenes de lesa humanidad. El resultado de todo ello es que, en general, el desplazamiento, el asesinato y el sufrimiento humano son más severos entre la población civil en los conflictos armados modernos.
1. Reconciliación política: ¿Por qué? • 19
Las consecuencias para los procesos de paz son obvias. Dado el amplio impacto negativo de las guerras civiles, no es exagerado concluir que si la guerra afecta a todos, también el proceso de paz debería incluir a todos. Así debería ser por razones formales, pero también estratégicas: tiene sentido asumir que es más probable establecer la paz en todos los niveles de la sociedad si todos ellos han sido abordados e incluidos en un proceso de paz –desde la participación hasta la indemnización y la redefinición de estructuras y políticas de una nueva sociedad–.
Fronteras borrosas entre tipos de guerras Una tercera observación sobre los cambios es consecuencia de lo señalado antes sobre la naturaleza cambiante de la mayoría de los conflictos y guerras. La clásica “declaración de guerra” que solía hacerse en una etapa temprana de la confrontación en guerras interestatales implicaba que, a partir de ese momento, las normas y responsabilidades de los soldados eran de naturaleza militar, mas no civil. La declaración también les indicaba a los Estados neutrales que su neutralidad era ahora una posición válida y respetada desde la perspectiva de los Estados beligerantes. Puesto que, casi por definición, los actores de una guerra civil se benefician de la sorpresa, de los bajos niveles de confrontación y de la infiltración, una declaratoria de guerra es, desde esta óptica, contraproducente, un acto impráctico y aparentemente irrelevante. La naturaleza de la guerra civil es parte del enigma: en la práctica, la guerra civil supone una lucha “por civiles, entre civiles”. Esto ha desdibujado la línea entre guerra y paz desde una perspectiva legal, al igual que el respeto por las reglas aplicables en situaciones de “guerra” o de “paz”. Esta confusa situación es acentuada por el hecho de que, en muchos países, es difícil diferenciar entre violencia armada criminal y guerra de guerrillas ordinaria. Ello es especialmente cierto en las situaciones en las que los movimientos guerrilleros, más allá de su tradicional y pretendido papel como combatientes políticamente motivados, se involucran por razones financieras, y como cualquier banda criminal, en secuestros, asesinatos y extorsiones. La pérdida y el sufrimiento humano, aunados a la destrucción física y ambiental tras una guerra civil, crean, en general, una situación de tal magnitud que supera de lejos la capacidad de cualquier Estado
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normalmente funcional, para afrontarla; mucho peor es la situación para un Estado en posconflicto, con una historia de confrontación de muchos años y posiblemente décadas. Esto conlleva decisiones muy difíciles con relación al orden de prioridad de utilización de los recursos escasos, tanto materiales como humanos, y sus efectos de corto y largo plazo sobre el desarrollo de un país. Las tres tendencias arriba señaladas apuntan en dirección a una aproximación entre lo individual y lo político. La codificación de la dignidad humana en los derechos humanos universales, por un lado, y la tendencia dominante de los conflictos armados internos, por otro, han creado una situación más bien paradójica en algunos países, donde la dignidad del individuo se fortalece en el papel, pero se debilita en la vida real. Esto ha ocurrido simultáneamente con un cambio en las amenazas a la dignidad humana en una escala general y universal –de opresión, pobreza y conflicto armado, a incluir también el cambio ambiental, la actividad criminal global y el tráfico de personas y órganos humanos–. Siempre es discutible la necesidad de reconciliación en un contexto político. Lo que es una deficiencia manejable en una sociedad, algo que puede ocurrir sin ninguna intención, puede no producir los efectos que impulsen un proceso de reconciliación de la misma manera que la vulneración de los derechos humanos de una persona podría hacerlo. En este punto, sin embargo, es necesario estar alerta: lo que en un momento determinado puede percibirse como una “deficiencia manejable”, puede en un periodo de tiempo o contexto diferente entenderse como una grave violación. Probablemente, cada periodo histórico y cada sociedad tendrán sus propias razones para restaurar la dignidad de individuos o grupos. La situación típica discutida en este libro es que un gobierno o un grupo de oposición ha promovido su agenda política de tal manera (dictadura militar o conflicto armado) que ha violado la integridad y la dignidad de las personas. Dado el reconocimiento de este ámbito más amplio de responsabilidad, los instrumentos por intermedio de los cuales se establece la “paz” se amplían del clásico acuerdo de paz entre dos Estados a mecanismos que incluyen medios legales y morales tanto individuales como colectivos.
1. Reconciliación política: ¿Por qué? • 21
Como una manera de afrontar un reto tan amplio, en las últimas décadas los procesos de paz han asumido responsabilidades más extensas. Hasta cierto punto, ello ha sido especialmente posible desde el fin de la Guerra Fría en la década de los noventa. Algunos procesos de paz pueden haber sido diferentes y haber desarrollado distintos aspectos de un espectro amplio de mecanismos y dimensiones que pueden ser en realidad parte de un proceso. La tabla 1 es un esfuerzo por sintetizar cuatro componentes principales de lo que podría llamarse un “proceso integral de paz”: • el acuerdo formal de paz; • un proceso de responsabilidad legal individual; • la solicitud de perdón por parte del Estado u otros líderes; • un mecanismo, como comisiones de verdad y reconciliación. Estos cuatro aspectos de la paz se encuentran a menudo en procesos de paz en desarrollo, aunque no necesariamente al mismo tiempo. Más bien, ello podría generar nuevos problemas de coordinación y mandato. Aunque la mayoría de estos componentes ya fueron comentados, el tema de la solicitud de perdón no lo ha sido. Este punto se refiere a los muchos casos de jefes de Estado, líderes de las partes o de organizaciones internacionales, iglesias, etc., que ofrecen disculpas a grupos victimizados –por ejemplo, después de guerras civiles o en relación con grupos históricamente victimizados, incluyendo pueblos indígenas–.4 En lo restante de este libro, esta dimensión y la dimensión de verdad se analizarán y desarrollarán con mayor detenimiento.
Un proceso integral de paz Pocos procesos de paz, si es que alguno lo ha logrado, pueden desarrollar al mismo tiempo los cuatro componentes señalados en la tabla 1. Y no es siquiera obvia la conveniencia de que aparezcan simultáneamente. Por ejemplo, pedir perdón no es en sí mismo un acto que consuma mucho tiempo, pero puede tener un impacto sobre la calidad de otros procesos. Por otro lado, los procesos legales toman mucho tiempo. Algo 4. Por ejemplo, en periplos por África y Ruanda, el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, pidió perdón por la incapacidad de la onu para proteger a los ruandeses del genocidio; la reina Isabel del Reino Unido ha pedido disculpas por la explotación británica de los maoríes; el primer ministro japonés ha pedido perdón por lo que su país hizo en China, Corea y las Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial.
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es seguro: la coordinación temporal de las cuatro partes afectará el proceso y aún no entendemos bien cómo se relacionan de facto entre ellas. Hasta ahora, solo se ha discutido esta relación con base en conflictos de interés observados específicamente alrededor de la cuestión de hasta qué punto rendir testimonio ante una comisión de la verdad permitirá o no contribuir a un proceso legal –paralelo o posterior–. Tabla 1. Cuatro componentes en procesos de paz intraestatales Nivel político
Nivel individual
Aspecto legal
Acuerdo formal de paz
Responsabilidad de acuerdo con el derecho nacional o internacional Tribunales de crímenes de guerra
Aspecto moral
Disculpas de líderes
Comisiones de verdad y reconciliación
Si consideramos que –idealmente– un proceso de paz contiene estas cuatro posibles dimensiones, todas ellas deberían respaldar el proceso político de reconciliación, en el sentido más amplio del concepto. La dimensión de reconciliación es entonces incluida en cada una de las partes de este proceso integral de paz, en lugar de considerarse como último recurso si fracasan una o varias de ellas. Retomemos nuestra pregunta introductoria sobre la contribución de la “reconciliación política”, utilizando el concepto de “verdad” como herramienta para identificar la naturaleza de esa contribución. La tabla 1 indica los mecanismos disponibles para lidiar con el impacto de las guerras civiles en las sociedades. En el mejor de los casos, los cuatro componentes del proceso podrían fortalecerse y complementarse mutuamente y aumentar la legitimidad de los demás. Por esta razón, el proceso de reconciliación no debería emplearse como solución a los fracasos en los otros compartimentos de la tabla, sino más bien verse como parte integrante de un todo más amplio. Si volvemos al punto de la coordinación de los tiempos, muchos argumentarían que el acuerdo formal de paz debería ser el comienzo. Sin embargo, la solicitud de perdón por parte de los líderes responsables debería ser una de las primeras iniciativas. De ser así, actuaría como el desencadenante de un acuerdo que incluya un proceso de paz más amplio y, por tanto, cumpliría un propósito específico en una etapa temprana. La conveniencia o inconveniencia de superponer en
1. Reconciliación política: ¿Por qué? • 23
el tiempo procesos legales y reconciliadores depende con frecuencia de la relación entre los dos. Un ejemplo bien conocido de la tensión que esto puede generar es Sierra Leona, donde existía un agudo desacuerdo entre la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación y el Tribunal Especial Internacional creado para juzgar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la guerra.5 Esta tensión se debió, en parte, a la invalidación del Tribunal de algunas de las cláusulas contenidas en el acuerdo de paz. El reto es entonces diseñar un proceso de reconciliación que se integre con las otras partes del proceso de paz y se convierta así en un proceso en sí mismo. Para responder la pregunta introductoria –Reconciliación política: ¿Por qué?–, la naturaleza de los conflictos armados contemporáneos es lo más cercano a una explicación. Puesto que las guerras internas afectan amplios sectores de la población, estas exigen formas morales e individuales de tratamiento diferentes a las que los libros de historia solían mencionar en relación con los acuerdos y procesos de paz interestatales. Como hemos visto, hay mecanismos disponibles; en varios países y procesos se han llevado a cabo diferentes experiencias para afrontar el pasado con medios que a menudo incorporan una dimensión de reconciliación.
La reconciliación en la política El fenómeno de la “reconciliación” ocurre entre individuos y grupos en la vida real. ¿Pero este hecho lo convertiría en algo potencialmente útil en lo que llamamos “política”? No necesariamente, por supuesto. La política, como usualmente se entiende, se ocupa del poder, es decir, de la distribución de recursos –en una sociedad en permanente cambio–. Para muchos, mantener ciertos aspectos de la vida alejados de la influencia de la “política” es un principio importante. ¿Puede la reconciliación ser uno de esos conceptos? Es posible hacer dos observaciones en relación con este punto. La primera es que, en lo que respecta a los procesos de paz después de una guerra civil, especialmente después de guerras civiles prolongadas, no nos referimos únicamente a un proceso político en un sentido estrecho, es decir, a un proceso que depende únicamente de las acciones de los 5. Para una revisión de las comisiones de la verdad, véase el apéndice.
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gobiernos o líderes políticos. Los procesos de paz después de las guerras civiles son mucho más amplios. Son procesos sociales que abarcan capas más extensas de la sociedad que las normalmente influenciadas por las estructuras gubernamentales. Por esta razón, la reconciliación puede, al menos en principio, tener cabida en un proceso de paz entendido en este sentido más amplio. Si contamos con una definición amplia de la “paz”, no es difícil visualizar la reconciliación como parte de una definición general de un proceso de paz de amplio alcance. La segunda observación es que, puesto que la reconciliación depende del libre albedrío de las personas para cambiar sus actitudes y percepciones, su alcance y ritmo serán siempre individualmente determinados y nunca pueden ser decretados por decisiones políticas. En realidad, los gobiernos y los organismos gubernamentales pueden hacer poco más que proporcionar espacios y oportunidades para la reconciliación, y no deberían presionar a las personas a realizar acciones más allá de lo que estas consideran apropiado –moral y políticamente–. Además, debería siempre recordarse que en todo caso se trata de situaciones en las que muchas personas han sido victimizadas. En estas circunstancias, ¿quién puede decir que ocurrirá un cambio de actitud y quién puede preguntar si puede ocurrir “ahora”?
Reconciliación: una nota sobre la cuestión cultural ¿La superposición conceptual entre “reconciliación” y, por ejemplo, la doctrina cristiana sobre misericordia, perdón y reconciliación, no convierte la reconciliación política en parte de la agenda occidental –parte de una dominación cultural– cuando se introduce en la política de sociedades y culturas no occidentales? Esta es una pregunta legítima, pero no debería llevarnos a asumir que no hay prácticas sociales que, en forma y contenido, se aproximan en mayor o menor grado al significado del concepto inglés de reconciliación.6 La variedad conceptual existente y sus diferentes traducciones, aunadas al cambiante significado fenomenológico reflejado en estas expresiones, obviamente generan el “riesgo” de una comprensión plural del fenómeno que todos tratamos de entender. En la práctica, una comunicación continua sobre el concepto y sus usos normalmente genera una comprensión 6. Para muchos ejemplos, véase Malley-Morrison et al., International Handbook.
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operacional compartida de lo que se entiende por “reconciliación” o “reconciliación política”. Esto funciona casi siempre para la mayoría de situaciones. El problema teórico generado por las diferencias culturales no debería ser, y de hecho no es, una barrera infranqueable para una reflexión y un análisis intercultural significativo sobre lo que en inglés se denomina “reconciliación política”. El punto clave en un contexto teórico es si la “reconciliación” representa o no un fenómeno social de naturaleza universal. De ser así, este fenómeno, y no los conceptos –más o menos superpuestos– utilizados para describirlo, es el eje del diálogo. Las herramientas siempre pueden mejorarse en relación con su función y es importante entender el problema de esta manera: primero, el fenómeno y, después, la herramienta conceptual.
Algunas observaciones desde la literatura especializada Cuando surge un nuevo campo de investigación, junto con una serie de ejemplos tempranos del fenómeno a ser estudiado, predominan los estudios de caso, los estudios de principios y el núcleo conceptual. Lo mismo ocurre con la investigación sobre los diferentes aspectos de la reconciliación en un contexto político; en este trabajo haremos referencia a algunos de estos estudios. Un indicador de la existencia de un número considerable de estudios relevantes es la publicación del “Manual”, que en las ciencias sociales evidencia la aspiración de abarcar las dimensiones esenciales de un campo casi en su totalidad.7 Para el propósito de este estudio, el debate académico más interesante sobre la “reconciliación política” tiene básicamente dos vertientes: la aproximación secular de la “paz liberal” y una aproximación con “fundamento religioso” enfocada en la construcción de relaciones con base en los conceptos de justicia y reconocimiento. La agenda liberal ve con escepticismo la reconciliación política, pues el concepto parece muy blando o muy amplio para contribuir a una “familia conceptual” basada en la democracia, el imperio de la ley, los derechos humanos, la rendición de cuentas y el derecho internacional. A partir de una aproximación basada en principios, en el pensamiento de la paz liberal estos conceptos se entrelazan en un sistema 7. Un buen ejemplo es ibid.
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de fundamentos y normas aplicables a las negociaciones de paz, en relación, por ejemplo, con el Estado de derecho y los procedimientos legales para abordar las violaciones y los delitos contra el derecho internacional ocurridos durante un conflicto. Esta es la contribución más importante de la agenda de la paz liberal en un contexto de posconflicto, además de la introducción del sistema político democrático, que incluye componentes como las elecciones y una constitución cimentada en normas y prácticas democráticas. Mediante la introducción de normas y prácticas democráticas como las elecciones, el imperio de la ley y un sistema administrativo responsable, una sociedad en transición de la guerra a la paz tendrá el mejor soporte posible para superar su sufrimiento histórico. De acuerdo con esta visión, estos conceptos centrados en la democracia definen el papel de la comunidad internacional –introducirlos e institucionalizarlos es una de sus responsabilidades y normalmente es una de las metas de sus intervenciones y misiones–. Una agenda alternativa, hasta cierto punto crítica de una agenda liberal que percibe como demasiado restringida, afirma que el objetivo clave de la reconciliación política es la construcción de relaciones. De acuerdo con esta posición, los conceptos y las prácticas de la agenda liberal son demasiado limitados para lidiar de manera efectiva con una experiencia tan profunda y con una redefinición de la sociedad como consecuencia necesaria de una guerra civil. Por lo tanto, no sorprende la debilidad de los paneles y tribunales internacionales para garantizar los derechos de las víctimas (a la indemnización, por ejemplo). Por otro lado, la paz liberal tiene dificultades para lidiar con la diversidad de percepciones sobre la verdad y el derecho de cualquier sociedad a recurrir a sus propias normas y prácticas culturales como parte de un proceso para afrontar su propia historia. Mientras que la agenda liberal se centra en los derechos y las obligaciones del individuo y en el deber de la sociedad de hacer justicia y ajustarse a las normas internacionales de justicia y derechos humanos en situaciones de posconflicto; la agenda de construcción de relaciones afirmaría que la capacidad de la democracia y los derechos humanos para construir relaciones es una cualidad robusta que debería respetarse y utilizarse para la construcción de paz, pero que, no obstante, tiene limitaciones para comprender las bases de su propia utilidad:
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confianza básica, respeto por la imperfección humana y visión de un destino común. Sin una comprensión de estos factores, la democracia y la justicia no podrán, en principio, materializarse. Daniel Philpott, por ejemplo, argumenta que los conflictos armados y las guerras perjudican a las personas –independientemente del bando al que pertenezcan en el conflicto– de seis maneras diferentes, todas ellas, ejemplos de injusticias políticas: violación de derechos humanos, efectos secundarios de tales daños (trauma, pérdida de seres queridos, etc.), ignorancia sobre la fuente del daño, no reconocimiento del sufrimiento, la “victoria total” proclamada en caso del “triunfo” del perpetrador y lesiones causadas al perpetrador por los actos violentos.8 Estas injusticias fundamentales son cicatrices profundas en la sociedad y reflejan lo que la reconciliación, como concepto de construcción de paz, debería abordar. Aunque sin replicar mecánicamente las seis injusticias, Philpott construye una interpretación de la reconciliación política como un concepto de justicia cuya “virtud animadora es la compasión y su objetivo la paz”.9 La “reconciliación política” se convierte así en un concepto genérico para un conjunto de condiciones que operan unidas para corregir las injusticias políticas, es decir, gobierno justo, reconocimiento, reparación, castigo, disculpas y perdón. Esto le atribuye a la “reconciliación” una función menos activa que a otros conceptos, la vuelve dependiente de ellos, y en sí misma no incorpora ninguna (nueva) cualidad en el proceso político más allá de estructurar algunos parámetros en un contexto de reconciliación y de identificar su contribución concertada al cambio social, llamado entonces “reconciliación”. De esta manera, Philpott elude el problema creado por la borrosa frontera entre, por ejemplo, los conceptos de perdón y reconciliación. Al mismo tiempo, la posible contribución de la reconciliación se reserva para el papel de un concepto de justicia, lo que en la práctica implica, por ejemplo, que a las cualidades que la diferencian del perdón no se les brinda en realidad la oportunidad de contribuir en un proceso político concreto.
8. Philpott, Just and Unjust Peace. 9. Philpott, “An Ethic of Political”, 390.
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Andrew Schaap sitúa la “reconciliación política” entre los conceptos de reconocimiento e identidad de Charles Taylor y la posición de Frantz Fanon de que el reconocimiento es esencialmente poder en un contexto (de una relación sujeto-objeto) y, por ende, es opresivo por definición. La “fusión de horizontes” a la que aspira Taylor como base para la reconciliación no es para Fanon posible ni preferible, puesto que la reconciliación es factible sobre la base del no reconocimiento desde una perspectiva agonística. Cualquier sociedad o comunidad “siempre es no todavía”, de acuerdo con Schaap, y, por tanto, se beneficiaría de vivir en una relación abierta con otras comunidades. Simplemente, no es necesario crear una identidad común a partir de relaciones antagónicas previas entre grupos o individuos. Más bien, de acuerdo con Schaap, la reconciliación política debería “depender de la creación y el mantenimiento de un espacio para la política, dentro del cual la emergencia de una identidad común es una posibilidad siempre presente”.10
Reconciliación estrecha y reconciliación amplia La noción de reconciliación política de Schaap puede calificarse de “estrecha” y la de Philpott de “amplia”. “Estrecha”, porque descarta las dimensiones existenciales del conflicto para la necesidad del individuo y la sociedad de construir confianza institucional en situaciones básicas de inseguridad e incertidumbre. Con el objetivo de evitar el riesgo de dar el salto hacia el reconocimiento, la práctica de una reconciliación “estrecha” de este tipo probablemente omitirá acciones de gran importancia para grupos o individuos. Por otro lado, la respuesta “amplia” a la misma situación está tan llena de prácticas (propuestas) para corregir la injusticia, que no clarifica teóricamente algunas de sus relaciones internas ni explica su efectividad en relación con la meta de construir paz. El papel y la potencial contribución de la víctima a una nueva sociedad no están explícitamente reconocidos en la lista de Philpott. En el mejor de los casos, son consecuencia de múltiples prácticas que no necesariamente derivan en el fortalecimiento de la agencia o las relaciones de una persona. Aunque la construcción de relaciones es 10. Schaap, “Political Reconciliation”, 538.
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clave en la propuesta de Philpott, en la lista solo hay una práctica en ese sentido: el perdón, y este no es un concepto sencillo de abordar en este contexto ni el más habitual para la creación de relaciones. Es comprensible que así sea, puesto que, aunque por naturaleza la reconciliación se ocupa de muchas maneras del pasado, su propósito, como correctamente afirma Philpott, es la paz –un concepto orientado hacia el futuro–. En realidad, en la lista de Philpott todas las prácticas son, en mayor o menor medida, de naturaleza unilateral y casi todas reflejan relaciones asimétricas. La víctima de una injusticia se beneficia de las disculpas, el castigo de su opresor, la reparación, el reconocimiento y los derechos humanos en una sociedad justa. La visión de una participación activa y, de ser necesario, de una reintroducción a la vida de la comunidad que ha sido una amenaza por un largo tiempo, es una dimensión importante de la reconciliación política –por supuesto, no merecería denominarse política sin una referencia específica a una comunidad–. Al final de la lista de Philpott, es posible que a la víctima se le pida perdonar. Es correcto afirmar que tal acto puede fortalecer la agencia de una persona cuando es incorporado por la víctima en sus propios términos. Sin embargo, como se argumentará más adelante, el perdón como concepto tiene atributos singulares, lo que permitiría, por ende, afirmar que no es un concepto políticamente útil. El hecho de estar rodeado de tantas reservas cuando se utiliza en un contexto político es testimonio de ello. De la posición adoptada por Philpott y Schaap, respectivamente, parece aconsejable reconocer una interpretación de la “reconciliación política” suficientemente “amplia” para aportar un contenido sustancial a las víctimas y a sus comunidades en tiempos de posconflicto y reconstrucción de sociedades, por un lado, y “suficientemente estrecha” para permitir que las tensiones permanezcan en la arena política y se manifiesten como auténticas expresiones de necesidades, identidad e intereses –es decir, sin intentar resolver definitivamente lo que nunca puede ser completamente resuelto–.
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Reconciliación: tanto meta como proceso Obviamente, la “reconciliación” representa tanto un proceso como una meta para el mismo proceso. Como proceso, se refiere a componentes políticos, sociales y legales, y en la práctica ha llegado a incluir el reconocimiento de las víctimas, la confesión de la verdad, la reparación y la justicia. Desde luego, es posible discutir la relación entre estos componentes. Para algunos grupos, “justicia, “verdad” o “reparación” son condiciones sine qua non para la reconciliación. No obstante, como se verá más adelante, es posible favorecer la posición de que la reconciliación política no es simplemente una combinación de condiciones, sino que tiene un significado distinto y que en sí misma aporta a la naturaleza de los procesos de paz. Como meta, es necesario identificar dos tipos de reconciliación relevantes para los conflictos armados prolongados. El primero, y más común, es la reconciliación política intrageneracional, es decir, un proceso entre personas que han sufrido o cometido atrocidades; en síntesis, quienes han padecido y llevado las cargas relacionadas con ese sufrimiento –tanto víctimas como perpetradores–. Los procesos de reconciliación intergeneracional, sin embargo, involucran a individuos y grupos que han afrontado prejuicios y memorias, y que han crecido en comunidades fragmentadas como consecuencia de divisiones e injusticias del pasado. En esta situación, ocuparse de la historia de tal manera que no se convierta en un nuevo motivo de conflicto es un reto mayor –tanto para los individuos como para las sociedades–. Estos dos tipos tienen características distintivas. Una observación fundamental sobre la reconciliación intergeneracional es que, aunque la calidad de víctima se transfiere fácilmente a la segunda generación, tanto materialmente como en términos de percepciones y visiones del mundo, el mismo principio no es tan sencillamente aplicable a los perpetradores. Esto es obvio desde una perspectiva legal, pero moralmente la responsabilidad también se percibe de manera diferente cuando se trata de resarcir de alguna manera lo que “hicieron nuestros padres”. Muchos países han abordado la reconciliación intergeneracional, por ejemplo, Alemania y Polonia, Alemania y Francia, Japón y sus vecinos del Sudeste Asiático y España, para mencionar algunos ejemplos. Estos procesos han incluido desde pronunciamientos de los líderes
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y solicitudes de perdón por el pasado, hasta proyectos conjuntos de libros de historia. Un proceso tan largo de reconstrucción consciente, de comprensión y aceptación de un destino y una historia comunes, implica una interesante e importante inversión de tiempo y esfuerzos. Es más difícil medir su efecto o impacto a lo largo del tiempo, pero, como ocurre en casos similares, el proceso y no el resultado mismo puede ser el aspecto más importante –con todos sus replanteamientos, reconocimientos y nuevas percepciones por parte de todos los involucrados–. En países que han experimentado conflictos armados prolongados, como India y Pakistán, Birmania/Myanmar, Israel y Palestina, Colombia y quizás unos cuantos más, las experiencias de procesos de reconciliación intergeneracional podrían aportar importantes elementos a considerar, siempre y cuando estas zonas y países estén encaminados hacia una reconciliación en el nivel político nacional. Deberíamos también señalar que hay una bibliografía cada vez más extensa sobre la cuestión de la “responsabilidad histórica”, es decir, sobre la obligación moral de las generaciones futuras de responder a la demanda de reparación por injusticias cometidas por generaciones previas, por ejemplo, contra pueblos indígenas, esclavos, pueblos coloniales, etc.11
Cuatro contextos de reconciliación Ya se ha mencionado concisamente la diferencia entre reconciliación inter e intrageneracional. Obviamente, esta diferencia genera una serie de asuntos prácticos, pero también algunos problemas éticos y filosóficos fundamentales ligados al grado de responsabilidad –si lo hubiera– transferible entre generaciones; y como corolario: ¿Puede heredarse la victimización? y, de ser así, ¿de qué manera? Este es un asunto de la mayor importancia para los actores políticos, al igual que para los filósofos.12 En la vida cotidiana y en nuestras concepciones de lo que significa vivir –en relación con la moralidad, la responsabilidad y cómo lidiar con la injusticia– todos estos asuntos ya se abordan de diferentes maneras.
11. Para un estudio que argumenta en favor de la responsabilidad transgeneracional, véase Thompson, Talking Responsibility. 12. Para una revisión de estos asuntos, véase ibid.
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Es probable que algunos casos empíricos representen principalmente una de estas cuatro categorías de reconciliación, como se ilustra en la tabla 2. Tabla 2. Cuatro tipos de escenarios de reconciliación y ejemplos de casos Intrageneracional
Intergeneracional
Violaciones en gran medida unilaterales (una parte es víctima, la otra perpetrador)
Genocidio; Masacres; Opresión
Sistemas segregacionistas; Leyes raciales
Violaciones en gran medida bilaterales (ambas partes han infligido graves injusticias)
Conflictos armados o guerras
Conflictos armados prolongados o guerras
Además de esta diferenciación de contextos de reconciliación, otra distinción de fundamental importancia es la naturaleza de la relación entre víctima y perpetrador: ¿Son siempre las víctimas “únicamente” víctimas y los perpetradores “únicamente” perpetradores? No sorprende que individuos o grupos que desde una perspectiva son considerados víctimas también se hayan visto involucrados en situaciones en las que han causado daño al bando contrario. Obviamente, en situaciones específicas es posible hacer esta distinción en términos de blanco y negro sobre bases firmes. Sin embargo, probablemente hay otros casos más numerosos en los que la impresión dominante en términos de “quién es quién” es más gris, pues tienen diferentes matices morales. No obstante, también hay muchos ejemplos claros de relaciones de dominación entre víctima y perpetrador. En muchos casos, es posible diferenciar entre una relación unilateral y una relación moral mixta entre la víctima y el perpetrador, es decir, entre un “victimismo unilateral” y un “victimismo recíproco”. Las excepciones a la regla no niegan esta distinción como tal, lo cual es importante para la manera como las dos partes podrían relacionarse en un futuro proceso de reconciliación. Este es un punto muy importante y sensible en situaciones en las que la víctima se convierte en el detentador del poder como resultado del proceso, como en Sudáfrica, Timor Leste, Bosnia-Herzegovina y Sierra Leona. Con estas observaciones como telón de fondo –¿Qué implicaciones tienen condiciones estructurales tan diferentes para la reconciliación política?–, es posible formular una hipótesis que puede discutirse
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más ampliamente: entre mayor sea la proximidad cronológica y más clara la separación de grupos en términos de acciones y motivos, las formas más instrumentales de reconciliación serán probablemente más efectivas. Estas pueden variar, desde procesos legales y programas de reconciliación nacional intensivos de corto plazo, hasta actos unilaterales de contrición o disculpas. En esta línea, asumiríamos también que, a mayor duración del proceso de conflicto, más gente estaría involucrada y, por ende, la diversidad moral entre víctimas y perpetradores probablemente será mayor de lo que sería de otra manera. Por lo tanto, estamos inclinados a asumir que la reconciliación política, al igual que la reconciliación en una escala social mayor, es más duradera si tiene lugar mediante procedimientos representativos de esa diversidad moral. Al final, para conflictos profundos y de larga duración, quizá solo la cultura de un país podrá ser el mecanismo multiescalar de reconciliación que trascienda los procesos legales y las disculpas políticas –desde formas tradicionales e históricas de literatura, música y danza, hasta expresiones culturales desarrolladas más recientemente a través de los medios digitales y de una conciencia globalizada–.
La dimensión de poder Una diferencia fundamental para cualquier proceso legal o de reconciliación –o para el caso, un proceso de paz general– es si las partes lo han acordado como resultado de una negociación en la que ningún bando ha sido obligado a rendirse militarmente, y una situación en la que uno de los bandos puede reclamar, sobre bases firmes, la victoria militar y, por lo tanto, imponer en la práctica no solo las negociaciones, sino a menudo también su resultado. Ello, sin embargo, no equivale a una situación completamente asimétrica. No es que el bando perdedor carezca de poder de negociación, pues es posible que aún cuente con un apoyo amplio e influyente. Un acuerdo negociado sin imposición entre dos actores reconoce que ambos tienen la capacidad suficiente para romperlo. No obstante, por razones que nosotros solo podemos adivinar y que solo ellas pueden explicar totalmente, las partes han aceptado resolver sus diferencias mediante negociaciones. Con frecuencia, tales procesos están llenos de debates, engaños, maniobras, acuerdos de cese del fuego rotos y otros
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hechos similares. Aun así, los líderes de ambas o todas las partes pueden ser completamente transparentes sobre sus intenciones. Debería recordarse que, por ejemplo, en el proceso de transición hacia un Estado democrático posapartheid en Sudáfrica en la década de los noventa, nunca se firmó formalmente un cese del fuego entre las partes involucradas. Sin embargo, el curso de los acontecimientos fue claro, incluso cuando muchos grupos y hechos desafiaron simultáneamente su esencia y desarrollo. Aunque en Sudáfrica era claro que el sistema de apartheid tenía los días contados, y desde esta perspectiva el caso sudafricano no parece ser un proceso concertado, todas las partes hicieron uso del suficiente espacio político que aún existía en el proceso. Lo mismo ocurrió en relación con el proceso constitucional. Otro caso concreto de un proceso de paz negociado es Colombia, con la desmovilización de los grupos paramilitares de derecha agrupados en las Autodefensas Unidas de Colombia (auc), entre 2004 y 2006. Al dar muestras de buena voluntad y buenas intenciones mediante su participación en los procesos de desmovilización, los paramilitares intentaron conseguir una posición favorable en el balance final de rendición de cuentas ante el Estado.13 Sin embargo, esto no se materializó. Las auc fueron calificadas de organización terrorista por la comunidad internacional y enfrentaron la justicia en Colombia mediante un proceso legal definido por la Ley 975. El proceso fue en vano, puesto que los líderes más importantes fueron extraditados a los Estados Unidos en 2008 bajo cargos de narcotráfico. Las negociaciones en Cuba entre el Gobierno colombiano y el grupo guerrillero más grande, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia–Ejército del Pueblo (Farc-ep), son un caso típico de un acuerdo negociado entre partes que cuentan con los recursos para continuar el conflicto, pero que por diversas razones han decidido no hacerlo a través de métodos violentos. En la práctica, esto significa que se logran compromisos sobre un número amplio de temas y ninguna de las partes resulta vencedora –o quizás ambas se presenten como victoriosas. Un punto crítico es el futuro político de las Farc, algo que se acordó como posible en el acuerdo final–.
13. Nordquist y Koonings, Peace Processes.
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El caso de Ruanda es diferente. Ahí hubo –y hay– una pesada carga moral sobre los perpetradores del genocidio, aunque, desde una perspectiva democrática, esta carga no puede implicar que no hay o no habrá espacio para actores u opiniones diferentes a la dominante. Lo mismo ocurre en Timor Oriental, donde el bando ganador y sus gobiernos posteriores obtuvieron una victoria tan robusta, que el espacio político para los perdedores en el referendo sobre el futuro de Timor Oriental corre el riesgo de verse reducido solo por haber obtenido un claro resultado minoritario.14 Este es un problema general que ilustra la dimensión de poder, lo que por supuesto es normal en la política. Sin embargo, la idea subyacente en las instituciones democráticas es impedir que un grupo monopolice la vida y los mecanismos políticos. Esto es también preocupante en el proceso de reconciliación política. Antes de cerrar la discusión sobre el poder, es necesario contemplar la naturaleza de las situaciones sociales en las que se ha considerado la reconciliación política. Junto con la “justicia transicional”, las principales ideas subyacentes al concepto de “reconciliación política” surgieron a partir de la disolución de las dictaduras militares en Latinoamérica en la década de los ochenta y de las comisiones posteriores en la región. Ellas fueron el modelo para la más reconocida Comisión de Verdad y Reconciliación sudafricana en 1995. El punto crítico era cómo abordar el legítimo reclamo de justicia y derechos de las víctimas, por un lado, y, por el otro, mantener la estabilidad en una sociedad donde los perpetradores y las instituciones por ellos representadas eran todavía fuerzas poderosas. Con el control militar del gobierno en esa época, los detentadores del poder económico se sentían seguros de su control de los recursos, y la democracia era un asunto apenas secundario en relación con sus intereses. Hubo un número considerable de muertos y desaparecidos, etc., pero no una lucha armada abierta, como en una guerra de guerrillas. Las formas de resistencia a la opresión pueden variar a lo largo del tiempo y la línea que las separa no es tan clara. No obstante, cuatro países son buenos ejemplos de situaciones
14. La opción ganadora, proindependentista, en el referendo sobre el futuro estatus de Timor Oriental obtuvo el 78,5 por ciento de los votos, mientras que la opción proautonomía (dentro de Indonesia) obtuvo el 21,5 por ciento.
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muy diferentes –todos ellos han sido parte de las discusiones sobre la reconciliación política–. “victoria” mixta
Chile
Colombia Movimientos guerrilleros o de liberación
Control de élites El Salvador
Sudáfrica
“victoria” unilateral Figura 1. Relaciones de poder, tipo de conflicto y cuatro ejemplos
Estamos ahora listos para combinar el “nivel de victoria”, es decir, la correlación de poder de las partes en el proceso de negociación y la naturaleza del conflicto que han venido desarrollando. Para hacer claridad sobre las diferentes condiciones bajo las cuales ocurren los procesos de reconciliación, la figura 1 describe estos cuatro ejemplos. En el contexto de la reconciliación, debemos reconocer que, puesto que es por naturaleza un proceso voluntario –diferente, por ejemplo, de procesos legales–, la dimensión de poder desempeñará un papel determinante en su éxito. Esto lleva naturalmente a la siguiente pregunta: ¿Qué hacer en un conflicto todavía violento?
Reconciliación en un contexto violento Evidentemente, la “reconciliación” en medio de la violencia –tanto en un sentido concreto, casi geográfico, como en un sentido político– corre el riesgo de convertirse en una versión distorsionada de la intención original. ¿Deberían los enemigos reconciliarse durante el fin de semana y reanudar la lucha el lunes siguiente? Esto, por supuesto, es antitético a cualquier idea de reconciliación. Aquí la pregunta crucial es: ¿Bajo qué circunstancias puede iniciarse la reconciliación como parte eficaz15 de un proceso de paz?
15. Aquí el concepto, “eficaz” se entiende como “significativo”, “relevante” y “productivo”.
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Un punto esencial sería señalar que para que un proceso de reconciliación sea efectivo, es necesario impedir que sea secuestrado para propósitos políticos partidistas. Si el objetivo de la reconciliación política es superar las divisiones, el proceso debe estar por encima de las divisiones mismas. Este principio es de alguna manera obvio, incluso simplista, pero no solo aborda asuntos relacionados con la formación de un proceso, como el papel de los dirigentes, sino también aspectos de contratación de personal, financieros y prácticos. Más intrigante es el tema de las condiciones políticas para un proceso de reconciliación. Dadas las experiencias de las comisiones de verdad y reconciliación durante tres décadas, una conclusión tentativa es que cuanto mayor sea el nivel de violencia durante el funcionamiento de la comisión –con o sin un acuerdo de paz firmado–, más trivial o limitado será su trabajo. La violencia siempre restringe la labor de las comisiones de la verdad: su apoyo político, los testigos, la posibilidad de avanzar, la seguridad de sus miembros, etc. Una posible estrategia para que una comisión funcione efectivamente en medio de la violencia sería estructurar su trabajo en unidades de naturaleza geográfica y política. Por ejemplo, se puede considerar un proceso de reconciliación en regiones donde haya tenido lugar la desmovilización y los líderes se muestren dispuestos a redefinir sus posiciones. Si llegara a instaurarse, el proceso podría desarrollarse en diferentes fases y a medida que las condiciones lo permitan. Si este proceso es exitoso, dará comienzo a una espiral constructiva que les muestra tanto a los políticos como a la población general las ventajas de un proceso de reconciliación: más seguridad, mayor confianza y nuevas posibilidades para proyectos sociales y económicos. Esta forma de pensar implica que un acuerdo de paz firmemente establecido en el nivel nacional y en vías de concluirse no es una condición necesaria para un proceso al menos parcial de reconciliación. Sin embargo, se requiere algún grado de cambio fundamental en el nivel público –por ejemplo, geográficamente (regiones, ciudades, actores) o políticamente (cese al fuego, desmovilización y similares)–. Los procesos de reconciliación en medio de la violencia pueden darse en determinadas regiones, con ciertos actores y alrededor de ciertas dimensiones, como una manera de demostrar lo que pueden significar para una nación entera. En Colombia ha habido ejemplos de
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comisiones regionales que han trabajado en temas de justicia y verdad, aun cuando en el nivel nacional no se había resuelto el conflicto entre los principales grupos guerrilleros y el Gobierno. Si existe una comisión nacional, hay margen para comisiones regionales. Por supuesto, el objetivo sería profundizar estos procesos parciales en términos de métodos y contenido, y ampliarlos en términos geográficos. Esto es política y moralmente defendible siempre y cuando los actores que se desvían de su naturaleza fundamental no reviertan el proceso de reconciliación.
Reconciliación y perdón Por naturaleza, la reconciliación –política o no– no es un proceso completamente individual, sino social. Quienquiera que esté involucrado en la reconciliación debe saber que “está ocurriendo ahora”; no existe una reconciliación unilateral. Debe al menos haber dos individuos que puedan reconciliarse entre sí. En este sentido, la reconciliación es un concepto relacional. La reconciliación ofrece una herramienta para la construcción de relaciones. Es, para recurrir al lenguaje sociológico, un concepto estructural y por esa razón puede ser útil en un contexto político y no solo en un marco privado o individual. Es esta capacidad estructural de construcción de relaciones lo que hace relevante y útil el concepto de “reconciliación” en el discurso y la práctica política. Esta es la base para el significado teórico de “reconciliación política”. Consideremos el “perdón” de la misma manera. En algunos aspectos, es muy diferente. El perdón puede ser un acto unilateral que puede manifestarse sin ninguna acción recíproca del beneficiario previsto. De hecho, en este sentido, tiene el mismo estatus de un obsequio. Una persona puede ser perdonada sin su conocimiento. Es un acto unilateral de una persona hacia otra. Por supuesto, puede haber –y hay– muchos casos de perdones recíprocos –lo que está bien, y puede también resultar muy beneficioso desde la perspectiva política–, pero el concepto como tal no requiere esta reciprocidad para ser un acto significativo. Como consecuencia de este argumento, cuando el perdón se utiliza en el vocabulario político, está anclado en la percepción de la persona individual sobre lo que es posible. Si por alguna razón el perdón no es posible, el concepto no funciona. Más bien se vuelve problemático y, en el peor de los casos, puede actuar como una imposición a las
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personas, quizás en aras del bien mayor. “¿Está listo a perdonar?” es entonces una pregunta que, planteada como una exhortación pública, contraría la naturaleza del proceso como un desarrollo voluntario e individual en el nivel personal. En consecuencia, en el desarrollo de nuestro análisis de la “reconciliación política”, nos ceñiremos al principio de que el concepto se basa en una dimensión relacional de comunicación entre individuos o grupos.
La reconciliación política y el lenguaje de la resolución de conflictos El uso frecuente de la “reconciliación” en diversas formas de la retórica política, sobre todo en relación con importantes procesos de paz, como los de Colombia o Birmania/Myanmar, que habían alcanzado una fase trascendental en 2016, corre el riesgo de equiparar la “resolución de conflictos” con la “reconciliación política”. Los analistas de conflictos están familiarizados con conceptos como intereses, motivaciones y compromisos, a menudo en combinación con estrategias, tácticas y diversos tipos de poder. Estos conceptos se refieren básicamente a características de actores individuales. Sin embargo, un conflicto es, por definición, una forma de interacción entre al menos dos actores; por esa razón, los análisis de conflictos deben incluir conceptos que reconozcan la reciprocidad y la relación como partes inevitables de los conflictos y de los procesos de resolución de conflictos. Por supuesto, cuando se introduce un nuevo concepto, la primera pregunta que debería plantearse es: ¿Qué expresa este nuevo concepto que no esté ya incluido en otros conceptos? ¿Cuál es la diferencia entre resolución de conflictos, gestión de conflictos, coexistencia pacífica y conceptos similares? La respuesta puede ilustrarse con referencia al triángulo de conflictos, una figura clásica en los albores de la investigación para la paz.16 De manera concisa, el triángulo plantea que para que exista un conflicto social son necesarios tres componentes: actitudes, conducta e incompatibilidad –todos con al menos dos actores–. Así, el triángulo clásico consta de los siguientes elementos: 16. El concepto de triángulo de conflicto fue desarrollado por Galtung, “Conflict”.
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Conducta
Actitudes
Incompatibilidad
Figura 2. El triángulo de conflicto
La conducta de conflicto es la “fachada visible” de un conflicto: el asesinato, la destrucción y todas las formas de privar al enemigo de recursos. La incompatibilidad es el asunto o asuntos en juego –responde la pregunta: ¿Por qué luchan las partes?–. Algunas veces los actores coinciden en la razón de su lucha, pero otras no. Y, sin embargo, están luchando. Como lo indica el concepto, las actitudes son todos aquellos puntos de vista, opiniones y predisposiciones de las partes en relación con la contraparte. Es posible resolver una incompatibilidad entre los más acérrimos rivales, sin necesidad de reconciliarse. Si comparten un interés en resolver el problema, pueden hacerlo sin cambiar las actitudes hacia el adversario. La reconciliación pertenece a la sección actitudinal del triángulo. La reconciliación política no se refiere entonces a la resolución de conflictos políticos, sino a afrontar sus consecuencias –antes o después de que se solucionen o resuelvan–. Si retomamos la discusión de los conceptos, la resolución de conflictos pertenece al extremo de la conducta o de la incompatibilidad. Ello se debe a que la solución de conflictos puede ser un tipo de gestión de conflictos (regular el comportamiento de los actores de manera que no actúen violentamente) o de resolución de conflictos (resolver el asunto de una vez por todas, eliminando la incompatibilidad). Una vez más, la reconciliación política aborda las consecuencias del conflicto y la guerra, especialmente las de largo plazo, en la memoria y la mente de las personas. Al mismo tiempo que los tres conceptos del triángulo señalan dimensiones básicas del conflicto social, son una buena imagen para identificar sus contrapartes en tiempos de paz, por decirlo de alguna manera: ¿Cómo puede convertirse el triángulo en un triángulo de componentes de paz? Por supuesto, tal proceso amerita otro estudio,
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pero los siguientes conceptos pueden ser útiles en esa dirección. El triángulo, entonces, tendría la siguiente forma: seguridad
Reconciliación
democracia
Figura 3. Un triángulo de paz
Si el concepto de reconciliación se refiere a actitudes en el sentido más profundo en el nivel político, la democracia es la manera como una sociedad puede abordar sus incompatibilidades pacíficamente. Finalmente, la seguridad, tanto en el sentido de seguridad física en la vida social como de un ambiente sustentable y, por ende, seguro, pertenece a la última esquina del triángulo. Esto ilustra y explica la complementariedad de la reconciliación en un proceso de resolución de conflictos y, más importante, la utilidad de diferenciar entre resolución de conflictos y reconciliación política.
El componente relacional Hemos señalado que la reconciliación política atañe a las actitudes entre individuos y grupos. Las actitudes están profundamente arraigadas en la personalidad y la mentalidad del grupo, y tienen un componente cognitivo y uno emocional. Por otro lado, un proceso legal está diseñado para mantener las actitudes bajo control: debe mantenerse la calma, incluso en las circunstancias más nefastas y repugnantes. Normalmente, los procesos judiciales tampoco implican ningún tipo de comunicación o interacción entre la víctima y el perpetrador. En ellos, ambas partes intentan convencer al tribunal, mas no convencerse mutuamente. En un proceso de reconciliación la situación es diferente. Las relaciones son cruciales y un objetivo principal de la reconciliación es influir sobre ellas. ¿Pero cuál es una forma razonable de pensar en términos de actitudes? ¿Deberían los enemigos convertirse repentinamente en amigos?
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En primer lugar, convertirse en amigos no es (por supuesto) el objetivo de la reconciliación política; eso sería ingenuo y simplista. En segundo lugar, no es seguro que las relaciones deban restaurarse a “lo que eran” antes del conflicto. Después de todo, esas relaciones históricas estaban ligadas a una situación que se salió de control. Por ende, una vez más, ¿cuál es el nivel y la naturaleza “apropiada” de las relaciones en la “reconciliación posconflicto?”. Es posible identificar tres tipos de relaciones para sostener una solución política acordada. Examinémoslas una a una.
Los antiguos enemigos deben mantener relaciones funcionales Si los actores de la guerra han negociado y pactado, por ejemplo, un acuerdo integral de paz, tienen el deber moral de mantener un nivel de comunicación sobre el acuerdo y sus consecuencias. Ello se debe no solo a que el acuerdo es de su autoría, sino al poder de cambiar la sociedad surgido de las cláusulas del acuerdo. El poder genera responsabilidades, entre ellas, la de proteger el acuerdo y comunicarse funcionalmente sobre su futuro. Probablemente, las partes –es decir, los actores de alto nivel– reconciliadas políticamente serán más capaces de mantener esa relación que otros actores. La sociedad civil y los líderes políticos deben ser defensores de la paz Parte de educar a una sociedad sobre la utilidad y los beneficios de un sistema político pacífico y, en lo posible, democrático, es la función de modelo a seguir que cumplen los líderes de grupos ideológicos, religiosos y de interés. Ello incluye el respeto por un compromiso negociado y no una “lucha” continua que pueda poner en peligro todo el acuerdo. Los funcionarios públicos no deben ser discriminadores Nada es tan fácil como continuar prácticas discriminatorias en un trabajo y en una función que tienen todos los incentivos para el soborno, la discriminación y el matoneo. Un aspecto con frecuencia soslayado de la construcción de paz es la relación radicalmente diferente de los empleados públicos –que representan la primera expresión, el primer nivel de contacto con el Estado– con los ciudadanos individuales. Esto produce una serie de iniciativas de construcción de reconciliación relacionadas con el proceso de paz. La reconciliación en el
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preacuerdo y los procesos a largo plazo de verdad y reparación en el posacuerdo son dignos de encomio. No obstante, ciertos aspectos son cruciales en el punto de inflexión en la transición de conflicto y guerra a estabilidad y una paz naciente.
La reconciliación como dimensión de género La afirmación de que la reconciliación en la política o la vida social en general no es un concepto político serio, sino una aproximación al conflicto y la resolución de conflictos que denota características presuntamente femeninas –debilidad, disposición a llegar a compromisos y aversión general al conflicto–, se encuadra en una visión cultural dominada por los hombres –a menudo llamada patriarcal–. Debe señalarse que la “reconciliación” no es el único concepto que ha sido –y sigue siendo– expuesto a tales generalizaciones engañosas –quizás el primero de ellos sea la “paz” misma–. La reconciliación política se relaciona con al menos tres áreas principales en las que las mujeres, y con frecuencia los niños, se ven expuestos a violencia o discriminación sistemáticas: como blanco de las tropas en conflictos armados, como actores potenciales anulados en procesos de paz y como beneficiarios ignorados en programas de reparación. La violencia basada en género es parte de esas características de los conflictos armados que no han sido detalladas ni tenidas en cuenta, excepto cuando se combinan unas herramientas teóricas para su identificación analítica con un esfuerzo político activo para su inclusión. Durante mucho tiempo, los historiadores militares tradicionales desestimaron o hicieron caso omiso de esta realidad. Como miembros de la sociedad civil, las mujeres y los niños son los grupos más expuestos a la violencia directa (o indirecta) y a otras causas de sufrimiento generadas por la violencia o por un conflicto en desarrollo. En consecuencia, quienes deberían desempeñar los papeles más importantes en la reconstrucción de la sociedad son, al mismo tiempo, los civiles más agredidos. Para muchos lectores, los simples hechos y cifras sobre violación, explotación y ataques sexuales sistemáticos son impactantes, y las historias explícitas sobre estos eventos reales resultan insoportables. Estas descripciones, sin embargo, se basan en prácticas culturales y estratégicas extendidas en muchos países –especialmente en aquellos
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que oscilan entre una “estabilidad” diurna y combates nocturnos–, pero también en países donde se ha perdido incluso la seguridad más elemental debido a los intereses económicos establecidos por sus propias fuerzas de seguridad y a una desintegración total de la seguridad pública. Aunque expuestas a la violencia, la posición de las mujeres en una sociedad es al mismo tiempo estratégica desde una perspectiva de paz y reconciliación. Ello es así por razones que contrarían la perspectiva patriarcal descrita antes. Las mujeres conocen el sufrimiento en el núcleo de la sociedad, donde viven los miembros más débiles, y no rara vez a partir de su propia experiencia. Como grupo, las mujeres conocen las condiciones que sustentan la vida de la sociedad –justamente la facultad necesaria para reconstruir una comunidad después de cualquier catástrofe–. La Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha contribuido a recordarles a los actores el papel protagónico que las mujeres pueden desempeñar en un proceso de paz. Es una resolución histórica para los procesos de paz a nivel global. Desde su aprobación en el año 2000, ha allanado el camino para otras resoluciones de las Naciones Unidas enfocadas en áreas específicas, por ejemplo, el reconocimiento de la violencia sexual como táctica, el fin a la impunidad de los perpetradores y la provisión de servicios de salud reproductiva a mujeres afectadas.17
La verdad como herramienta de género Es fácil seguir presentando ejemplos de circunstancias muy insatisfactorias en procesos de paz desde una perspectiva de género: los acuerdos de paz son marginalmente firmados por mujeres; las mujeres mediadoras de paz rara vez se encuentran en niveles altos de los procesos de mediación, etc. Una impresión general derivada de las fuentes documentales consultadas es que los procesos de reconciliación son menos analizados desde una perspectiva de género que los procesos de paz en general.
17. Las resoluciones 1820, 1960 y 2122 de las Naciones Unidas, respectivamente, se refieren a estas medidas.
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en los talleres de Javegraf en Bogotรก D. C. en el mes de abril del 2018. Fue compuesto con caracteres Berkeley Oldstyle y Frutiger.
KJELL-ÅKE NORDQUIST
El concepto y su práctica LA RECONCILIACIÓN COMO POLÍTICA
¿Es la “reconciliación política” una nueva herramienta para la construcción de la paz y la justicia, en los procesos de paz y otros complejos esfuerzos de reconstrucción social, después de la dictadura o las guerras civiles? ¿O es solo otro término para prácticas establecidas como negociación, resolución de conflictos y cooperación? Los procesos de reconciliación tras conflictos y guerras pueden ser muy diversos, tanto en su forma como en los contextos. Kjell-Ake Nordquist, autor de La reconciliación como política, analiza el concepto de reconciliación desde una perspectiva política y esboza cómo pueden entenderse sus características, en comparación con sus “familiares conceptuales”: perdón y resolución del conflicto. Nordquist perfila además las dimensiones estructurales de la reconciliación y formula una comprensión de este concepto como una contribución específica a la solución de conflictos políticos. En este sentido, la reconciliación política tiene el potencial de ser un acercamiento que, junto con otras actividades, contribuya a procesos de paz más completos y genuinos.
LA RECONCILIACIÓN COMO POLÍTICA El concepto y su práctica KJELL-ÅKE NORDQUIST
Kjell-Ake Nordquist es profesor de Relaciones Internacionales, especializado en construcción de la paz y derechos humanos, y trabaja en el Programa de Derechos Humanos de la Escuela de Teología de Estocolmo. Ha estado involucrado en trabajos de mediación y resolución de conflictos en Timor Oriental, Medio Oriente y América Latina. Junto con Göran Gunner, Nordquist es el autor de An Unlikely Dilemma (2011) y el editor de Gods and Arms (2013).