Una meditación sobre la justicia en Don Quijote de la Mancha

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Diego Antonio

P I N E DA R I V E R A

Colección EN VOZ ALTA

En Voz Alta es una colección de libros de bolsillo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Javeriana, destinados a un público amplio, con textos amenos y documentados que reflexionan sobre los grandes problemas sociales, culturales y políticos. En ellos, las voces de la pluralidad y el compromiso buscan fomentar el placer, la lucidez y el debate que provocan las buenas lecturas, desde pequeños altavoces colmados de palabras para leerse en voz alta en los diferentes escenarios de la vida pública y privada.

Cubierta: Ilustración de Olga Lucía García

Una meditación sobre la justicia en «Don Quijote de la Mancha»

Tenía razón Aristóteles cuando decía que la justicia es “la virtud en compendio”, pues no se limita a aspectos específicos de la relación de los hombres consigo mismos o sus semejantes, como ocurre con las demás virtudes, sino que procura el equilibrio de las virtudes personales con el buen juicio, en situaciones concretas, y una fina sensibilidad hacia las necesidades de las otras personas. ¿Qué otra cosa es lo que enseña don Quijote a Sancho Panza cuando lo prepara para ir a gobernar la ínsula Barataria?

Una meditación sobre la justicia en «Don Quijote de la Mancha»

DI EGO A. P INEDA RI VERA

Hay un ideal de justicia en el Quijote que excede por mucho nuestras representaciones ordinarias, pues está hecho de todo lo que falta a nuestras tradicionales ideas de la justicia: generosidad para emprender día a día nuevas aventuras, magnanimidad para mantenerse firme ante las afrentas y conservar la sencillez en el éxito, apertura para el reconocimiento de los otros en sus virtudes y en sus derechos, delicadeza en el trato de las personas, fortaleza para enfrentar los miedos y las derrotas, serenidad para contener los impulsos más elementales y transformarlos en reconocimiento de la propia vulnerabilidad, disposición para la escucha y la buena deliberación. FOTOGRAFÍA: JULIÁN MEJÍA VILLA

Diego Antonio Pineda Rivera, licenciado y mágister en filosofía, magíster en educación y doctor en filosofía. Profesor titular y Decano de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Como filósofo se ha dedicado especialmente al estudio de autores como Aristóteles, Maquiavelo, Rousseau y John Dewey, al estudio de la filosofía norteamericana y a la relación entre filosofía y educación. Ha traducido textos de Ralph Waldo Emerson, Walt Whitman, John Dewey, Chaïm Perelman y Matthew Lipman. Autor de diversos artículos y libros sobre temas filosóficos y educativos (ética, educación ciudadana, pedagogía filosófica, etc.), así como de novelas y cuentos filosóficos para niños. Ha escrito también diversos ensayos filosóficos inspirados en personajes literarios como Auguste Dupin, Sherlock Holmes y don Quijote. Algunos de sus trabajos han sido publicados, además de Colombia, en países como España, Brasil, Venezuela y Argentina.


colecciรณn en voz alta



Una meditación sobre la justicia en «Don Quijote de la Mancha»



diego antonio pineda rivera

Una meditación sobre la justicia en «Don Quijote de la Mancha»

pontificia universidad javeriana bogotá


facultad de ciencias sociales

Primera edición: Bogotá, abril de 2017 © Pontificia Universidad Javeriana © Diego Antonio Pineda Rivera Reservados todos los derechos ISBN 978-985-716-083-3 Imagen de cubierta: Olga Lucía García Cuidado de texto: Ana M. Noguera Díaz Granados Impresión: Javegraf Edición de cuatrocientos ejemplares Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana Pontificia Universidad Javeriana. Vigilada Mineducación. Reconocimiento como universidad: Decreto 1270 del 30.05.1964. Reconocimiento como persona jurídica: Resolución 73 del 12.12.1933 del Ministerio de Gobierno.

editorial pontificia universidad javeriana Carrera 7ª 37-25, oficina 1301 Edificio Lutaima, Bogotá & 320 8320 ext. 4752 www.javeriana.edu.co/editorial


Contenido

Introducción

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I Las notas tónicas de una justicia superior: equidad, misericordia y ponderación. Los consejos de don Quijote a Sancho para gobernar la ínsula Barataria

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II No hay justicia sin verdad, sin reparación y sin la garantía de no repetición de la injusticia ya causada: lo que nos muestra la aventura de Andrés

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III La aventura de los galeotes o las aberraciones de la justicia legal

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IV La administración de justicia y el sentido común: Sancho Panza como juez

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V Justicia y paz o el hidalgo y el bandolero: don Quijote con Roque Guinart

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Epílogo: la justicia como utopía

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Referencias

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nota para esta edición Aunque he revisado varias ediciones del Quijote, de las que doy cuenta en las referencias finales, cito siempre los textos de la edición de Francisco Rico, editada por Santillana en 2008, por considerarla la mejor y más completa de todas las hasta hoy conocidas. Cuando cite pasajes del texto cervantino lo haré indicando si es de la primera o de la segunda parte, el capítulo correspondiente y el número de página, de acuerdo con la edición ya mencionada:

I, 1, pp. 29-30.

II, 43, p. 872.

He evitado al máximo recargar el texto con notas al pie de página, con el fin de permitir una lectura más fluida. Solo hago uso de estas cuando considero que el lector requiere alguna explicación adicional.

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Así pues, en un sentido llamamos justo a lo que produce y protege la felicidad y sus elementos en la comunidad política. (…) La justicia así entendida es la virtud perfecta, pero no absolutamente, sino con relación a otro. Y por esto la justicia nos parece a menudo ser la mejor de las virtudes; y ni la estrella de la tarde ni el lucero del alba son tan maravillosos. Lo cual decimos en aquel proverbio: “En la justicia está toda virtud en compendio”. Es ella en grado eminente la virtud perfecta, porque es el ejercicio de la virtud perfecta. ar i stóteles Ética nicomaquea

Murió aquel Don Quijote y bajó a los infiernos, y entró en ellos lanza en ristre, y libertó a los condenados todos, como a los galeotes, y cerró sus puertas. Y, quitando de ellas el rótulo que allí viera Dante, puso uno que decía ¡viva la esperanza! Y, escoltado por los libertados, que de él se reían, se fue al cielo. Y Dios se rió paternalmente de él, y esta risa divina le llenó de felicidad eterna el alma. Y el otro Don Quijote se quedó aquí, entre nosotros, luchando a la desesperada (…).   ¿Cuál es, pues, la nueva misión de Don Quijote hoy en este mundo? Clamar, clamar en el desierto. Pero el desierto oye, aunque no oigan los hombres, y un día se convertirá en selva sonora; y esa voz solitaria que va posando en el desierto como semilla dará un cedro gigantesco, que, con sus cien mil lenguas, cantará un Hosanna eterno al Señor de la vida y de la muerte. m igu el de u nam u no Del sentimiento trágico de la vida

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También es razonable tener indulgencia con las debilidades humanas y no atender a la ley, sino al legislador; no a lo que se dice, sino al propósito del legislador; no al acto, sino a la intención; no a la parte, sino al todo; no a cómo alguien es en este momento, sino a cómo ha sido siempre o en la mayoría de los casos. Igualmente, atender más a los bienes que se han recibido que a los males, y a los beneficios que se han hecho más que a los que se han recibido. Y también ser paciente cuando se es víctima de un delito y preferir solucionar la cuestión más de palabra que de obra, así como preferir someterse a un arbitraje que a un juicio, pues el arbitrador atiende a lo razonable, y el juez a la ley; y fue precisamente por eso por lo que se llegó al hallazgo del arbitrador, para que predomine lo razonable. ar i stóteles Retórica

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i ntroducción

Introducción

El presente ensayo se propone, de acuerdo con la idea esencial del género, poner a prueba ideas que fueron concebidas en la soledad de la lectura y la meditación. Se trata de algunas ideas germinales en torno a la justicia, que se fueron gestando en una lectura personal de esa obra sin par de la literatura universal que es El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra; ideas que, por cierto, se desarrollaban a medida que, como lector atento, me dejaba embelesar por cada una de las ocurrencias y aventuras de aquel viejo hidalgo que, de tanto leer libros de caballerías, y de tanto enfrascarse en ellos, “del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio” (I, 1, pp. 29-30).De ese mismo que luego se hizo ordenar caballero andante y comenzó a vivir todo tipo de aventuras de la mano de su fiel escudero Sancho Panza. ¿Perdió el juicio? Sin duda. ¿De qué otra manera se puede explicar que confundiera las ventas con castillos y los molinos de viento con gigantes? ¿O que se enamorara de la simple y sencilla Aldonza Lorenzo, a la que, a pesar de no haber visto más de una vez, hizo la dama de sus pensamientos, el motivo de sus hazañas y el sujeto de aquellos encantamientos que tan duramente padecía Sancho Panza? Sí, es cierto, estaba loco; pero en su locura había una traza de sabiduría que resulta innegable para quienes se atreven a acompañarle en cada uno de sus emprendimientos, en esas charlas en que pretende instruir a Sancho o en los diálogos y discursos que tiene con los distintos personajes que se atraviesan en su camino. Su sabiduría no es una sabiduría libresca, a pesar de todos los libros de caballerías que ha leído. Don Alonso Quijano es un hombre de acción. Su misión no es enseñar nada, sino luchar por un mundo más justo: proteger a viudas y huérfanos, · 13 ·


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ofrecer consuelo a todos los que sufren e incluso liberar de las garras de la justicia oficial a todos los que, aun culpables, merecen compasión y misericordia. La misión del caballero andante se resume en una sola: hacer prevalecer la justicia en el mundo. Pero, ¿de qué justicia se trata? No precisamente de aquella que se cree realizada cuando se impone un castigo, se cumple la ley a rajatabla o se condena a un infractor. Se trata de una justicia superior, trascendente, utópica, que solo se realiza cuando se enaltece la libertad de los individuos, se reparan los males hechos y se derrama sobre todos el perdón y la misericordia. No pretendo hacer, entonces, en las páginas que siguen, un estudio sobre la noción de justicia que podría haber, o que podría uno encontrar, en esta, la mayor y más bella novela de todos los tiempos; mucho menos aun me propongo examinar la concepción de justicia de su autor o cómo se fue formando a lo largo de los diversos avatares de su vida. Dejo estos asuntos a los estudiosos cervantinos y me centro, más que en el autor o en la obra misma, en el personaje que hizo grande a uno y otra. Mi objetivo es más modesto: trato solo de ensayar la construcción de algunas ideas propias a partir de una lectura atenta del Quijote; y ni siquiera de todo él, sino solo de algunos fragmentos selectos en que la idea de justicia parece estar en juego. Me propongo, pues, interrogar al Quijote. E insisto: no a la obra y a sus múltiples intérpretes e interpretaciones, sino al verdadero Quijote, al de carne y hueso, a don Alonso Quijano. Le llevaré mis propias preocupaciones, pues no hay otra manera posible de entablar un diálogo a la vez serio, sereno y profundo. Dejaré que él hable, y que lo haga en su propio lenguaje. El lector sabrá ver entre líneas que las preguntas que guían este ejercicio son tan cercanas a él, que se ha visto impelido a hacérselas una y otra vez a sí mismo en los últimos tiempos en esta densa tierra que es nuestra Colombia: ¿cómo conjugar la sed de justicia con la necesidad de que la verdad sea dicha y haya una reparación básica del daño causado?, ¿qué · 14 ·


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tan viable es el perdón cuando se trata de malhechores confesos, como los galeotes de la España imperial o los alzados en armas de nuestra época y nuestro país?, ¿es suficiente la apelación a una común humanidad como fundamento de una justicia rayana en la utopía o será preciso el castigo efectivo, la expiación de las culpas, como requisito para la reconciliación?, ¿cómo reconocer en el adversario de muchos años al ciudadano del presente?, ¿cómo aceptar una justicia que, apoyada en el buen sentido de un juez imparcial, busca superar la violencia y resarcir a las víctimas en vez de empeñarse en que “caiga todo el peso de la ley” sobre el infractor y el delincuente? Estas, y muchas otras, serán las preguntas que nos ayudará a examinar, en las páginas que vienen, ese sabio desquiciado que se empeñó en creer que el mundo seguía necesitando de caballeros andantes obstinados en deshacer agravios y en soportar y acudir a los que sufren. Hace ya muchos años, don Miguel de Unamuno le preguntaba a don Quijote por el ser de una España convulsionada y creía ver en la figura del Quijote la expresión de un hambre de inmortalidad, necesaria para llevar una vida plena. Las preguntas que aquí se hacen nacen de otro contexto: el de una nación que se apresta, ojalá, para empezar a vivir –después de todo tipo de guerras, declaradas y sin declarar, de eso que vagamente llamamos “el conflicto armado interno”–, y en medio de nuevos conflictos, una era de posconflicto. En una situación como la presente todo el mundo habla de “justicia”, pero, como en una torre de Babel, pareciera hacerlo apelando a lenguas diferentes. Para unos la justicia solo puede ser comprendida como retaliación y castigo, como la imposición de un castigo ejemplar a un daño efectivo; y, entonces, “la paz no lo justifica todo”. Para otros, no hay más justicia que la paz, pues la guerra es la fuente misma de todas las injusticias. Desde la perspectiva de las víctimas, pesan otro tipo de factores: si no hay una justicia absoluta (¿y cómo podría haberla?), lo esencial está en la confesión de la verdad, en la reparación del mal causado y en la apertura de una nueva · 15 ·


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era de paz y reconciliación. Cada uno tiene su propia idea de la justicia que desea, construida con un ingrediente de aquí y otro de allá. Pero falta una perspectiva de conjunto, y eso solo lo proporciona una mirada de amplios horizontes: la que nos procura un ideal. Y eso es precisamente lo que nos ofrece el Quijote: un horizonte amplio desde el cual mirar con mayor altura y mayor profundidad. El Quijote encarna al mismo tiempo un mundo que está muriendo y otro que empieza a nacer; y, por ello, es a la vez crítica y utopía, descripción dolorosa de un mundo lleno de injusticias y proyección esperanzada de un mundo por inventar. Toda crítica tiene algún ideal que le sirve de trasfondo, y un ideal –es decir, la representación de algo que aún no existe en la experiencia, pero que resulta esencial para juzgar esa misma experiencia y proyectarla en nuevas direcciones– es lo que más requerimos para superar las condiciones de miseria en que vivimos. ¿Qué habría sido de ese miserable hidalgo que fue don Alonso Quijano si, por fuerza de la invención cervantina, no se hubiese transformado en el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha? ¿Qué habría sido de la pobre Aldonza Lorenzo si, con la fuerza de su imaginación, el propio don Quijote no hubiese logrado su transmutación en la sin par Dulcinea del Toboso? Hay un ideal de justicia en el Quijote que excede por mucho nuestras representaciones ordinarias, pues está hecho de todo lo que falta a nuestras tradicionales ideas de la justicia: generosidad para emprender día a día nuevas aventuras, magnanimidad para mantenerse firme ante las afrentas y conservar la sencillez en el éxito, apertura para el reconocimiento de los otros en sus virtudes y en sus derechos, delicadeza en el trato de las personas, fortaleza para enfrentar los miedos y las derrotas, serenidad para contener los impulsos más elementales y transformarlos en reconocimiento de la propia vulnerabilidad, disposición para la escucha y la buena deliberación. Tenía razón Aristóteles cuando decía que la justicia es “la virtud en compendio”, pues no se limita · 16 ·


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a aspectos específicos de la relación de los hombres consigo mismos o sus semejantes, como ocurre con las demás virtudes, sino que procura el equilibrio de las virtudes personales con el buen juicio, en situaciones concretas, y una fina sensibilidad hacia las necesidades de las otras personas. ¿Qué otra cosa es lo que enseña don Quijote a Sancho Panza cuando lo prepara para ir a gobernar la ínsula Barataria? Cuando hoy se habla de la justicia se pone el énfasis casi siempre en sus aspectos contractuales y de reciprocidad. Se considera justo el cumplimiento de todo aquello que ha sido previamente pactado, por ejemplo, en un contrato o en una simple promesa, o lo que responde de forma recíproca a un bien o mal recibidos: es justo devolver un favor a quien nos ha favorecido previamente o reclamar que nos sea resarcido un mal objetivo que se nos ha hecho. En el comportamiento de los hombres justos hay siempre, sin embargo, algo más que todo esto: los hombres justos son generosos y no esperan, por ejemplo, a la hora de dar un regalo, recibir otro a cambio. En la justicia hay mucho de don gratuito, de perdón sincero, de trato amable, de entrega bondadosa y de actuar sereno. Muchos de los actos más virtuosos de una persona no responden a este tipo de intercambios recíprocos y equilibrados: un buen padre no es el que se limita a cumplir con las obligaciones (por ejemplo, legales) que le impone su condición; ni es tampoco un gobernante bueno y justo el que se limita a cumplir atentamente con las funciones que le fueron asignadas. Parece, pues, que en la justicia hay algo más que todo esto, pues los actos que nos permiten decir con cierta certeza que alguien actuó de forma justa, o que se trata de una persona justa, van más allá de todo lo que implique el cumplimiento de reglas, contratos, promesas, etc. Lo que me propongo poner de relieve a continuación son precisamente esos aspectos no recíprocos ni contractuales de la justicia, es decir, todas aquellas cosas que caracterizan a los actos justos, y a los hombres justos, y que van más allá del cumplimiento de cualquier tipo de obligación. Me r­ efiero, · 17 ·


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entonces, a asuntos como la gratuidad, la generosidad, la hidalguía, la empatía, la verdad o la compasión. Me interesa, pues, poner de presente que una concepción puramente legal o política de la justicia resulta insuficiente, y que se deben considerar también los aspectos propiamente éticos de la justicia, esto es, su carácter de virtud moral. Para mostrar esto último me apoyaré en aquella obra de la literatura universal que de una forma más perfecta –llena a la vez de humor, sátira e ironía y de una profunda y magistral sabiduría– nos presenta la figura de un viejo hidalgo que recorre los caminos de España, dispuesto a revivir el ideal de la caballería andante. Además de mi particular predilección por esta bellísima obra, me mueve a ello el hecho mismo de que la justicia es, junto al amor, uno de los temas centrales de la obra cervantina. De hecho, la misión del caballero andante siempre la define don Quijote en términos de justicia: lo que le corresponde al caballero es precisamente deshacer agravios, enderezar entuertos, socorrer a los menesterosos, enmendar sinrazones, mejorar abusos y satisfacer deudas (Cfr. I, 2, p. 34). No encontraremos, porque no existe, a lo largo de esta ­inmortal obra de Cervantes, una única y puntual definición de la justicia, sino lo que, para nuestro interés presente, es más necesario: un cúmulo de personajes y situaciones que merecen ser examinados y un conjunto de criterios para su examen que nos va aportando don Quijote a través de cada una de sus reflexiones, discursos y diálogos con Sancho y otros personajes. A lo largo de todo el texto se nos ofrecen, pues, modelos ejemplares de justicia a través de circunstancias que retan nuestro entendimiento e imaginación y que desafían, una y otra vez, nuestras concepciones más arraigadas sobre esta virtud fundamental. Lo que haré a continuación, entonces, no será otra cosa que detenerme en algunos pasajes de esta obra para, al hilo de sus aventuras, ir construyendo algunas reflexiones personales que me suscitan tales acontecimientos. No pretendo decir, desde luego, cuál es “el significado” de la justicia en el Quijote, · 18 ·


I ntroducción

ni siquiera hablar del sentido de justicia que tiene su protagonista; tampoco busco elaborar una “teoría de la justicia” a partir de la novela. Me limitaré a meditar sobre la justicia a la luz de algunos pasajes de la obra que, para el efecto, considero supremamente inspiradores, y a llamar la atención sobre algunas notas constitutivas del concepto de justicia que traslucen y se expresan de forma peculiar en el Quijote. Y utilizo el término ‘meditar’ de forma deliberada y en su sentido estricto, el que le atribuye el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2001), el de “aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de algo, o discurrir sobre los medios de conocerlo o conseguirlo”. En toda meditación, que se suele hacer a solas y dejando de lado las preocupaciones más inmediatas y los oficios que colman la mayoría de nuestro tiempo, se entremezclan las intuiciones y referencias personales con la atención a un problema y a un texto inspirador; se plantean y responden preguntas que nos han venido asaltando por muchos años y en los lugares menos esperados; se entretejen ideas que apenas estaban en germen con otras que se venían consolidando en lecturas y reflexiones anteriores; y, sobre todo, se lanza uno a pensar por cuenta propia y sin libreto previo. No he pretendido, por ello, redactar el texto a partir de un plan de conjunto previamente establecido, sino que me he dejado guiar por los pensamientos que me asaltaban al leer algunos de los más bellos pasajes de la obra cervantina, y en la medida en que tales pasajes me daban qué pensar con respecto a situaciones del presente, especialmente aquellas que tienen una directa relación con el momento trascendental que vive nuestro país a las puertas de un acuerdo de paz que, aunque genere dudas para algunos e incluso suscite el rechazo de quienes temen por sus consecuencias, suscita esperanzas fundamentales. He aplicado, pues –de acuerdo con la noción de meditar ya señalada–, mi propia capacidad de pensar a la consideración de aquello en que consiste la justicia como virtud que · 19 ·


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hace más bella y más digna de vivir la propia vida humana; he discurrido por pasajes y textos del Quijote para dejarme iluminar por el ingenio y la locura del caballero andante y su escudero; y le he dado vueltas en mi mente a cada una de estas cosas hasta lograr, como las abejas, producir un fruto propio con lo que he asimilado tras largas horas de entretenimiento y reflexión. Y puesto que, cuando uno medita, sus pensamientos no se mueven en línea recta, pido benevolencia al lector si algunas veces repito cosas ya dichas o si abundo sobre ciertas ideas de forma innecesaria: solo dando vueltas una y otra vez, como la broca, se penetra en las cosas de manera más profunda. Es cierto –y no lo desconozco como una objeción posible a la tarea que me he propuesto– que algunas de las ideas de justicia que aparecen en el libro están tremendamente ligadas a un tipo de sociedad altamente jerarquizada, excluyente, e incluso antidemocrática, como aquella en que vivió Cervantes. Ese tipo de sociedad, sin duda, se expresa tanto en la forma como se gestó el Quijote como en la propia época que representa. Sin embargo, más allá de cualquier precisión histórica posible, hay en esta obra una manera de entender la justicia que va más allá de todo periodo y acontecimiento histórico, e incluso más allá de nuestras propias maneras de entender la justicia hoy. Desde una visión del mundo y de la vida como la que se expresa en el Quijote –que, aún hoy, sigo considerando iluminadora–, la justicia no se puede concebir en términos meramente contractuales. Ser justo no es simplemente respetar los acuerdos y las leyes, cumplir las promesas o reconocer la igualdad en la diferencia; es, además de todo esto, desarrollar empatía hacia las necesidades de otros, ponerse en la posición del que sufre, servir con espíritu generoso y gratuito y, sobre todo, no perder nunca de vista que la magnanimidad y la hidalguía siguen siendo tan válidas en una sociedad como la actual como lo fueron en sociedades más antiguas y primitivas que la nuestra. Como ya lo he anunciado, me centraré a continuación en cinco o seis pasajes específicos del Quijote que me resultan · 20 ·


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ilustrativos de aspectos diversos de la justicia. El primero de ellos es aquel que contiene los consejos que da don Quijote a Sancho Panza para el buen gobierno de su isla (II , 42, pp. 869-870); el segundo, “la historia de Andrés” (I, 4, pp. 48-52), en donde don Quijote defiende a un joven que es cruelmente castigado por su amo; en tercer lugar, me ocuparé de la famosa aventura de los galeotes (I, 22, pp. 199-210), en donde don Quijote, en contra de la legalidad establecida, concede la libertad a los condenados a remar en las galeras del rey; el cuarto pasaje en que me detendré es aquel en que Sancho, con gran sentido común, ejerce como juez en su ínsula Barataria, resolviendo los conflictos que allí se presentan (II , 45-55); el último pasaje es de la parte final del libro (II , 60-61, pp. 1006-1021) y se refiere a la relación que tuvo don Quijote con uno de los más conocidos bandoleros de la época: Roque Guinart. En cada uno de estos pasajes destacaré cosas diferentes. En el primero resaltaré aquellos criterios que elabora don Quijote para un mejor y más completo ejercicio de la justicia. En el segundo exploraré sobre todo las relaciones entre justicia, verdad y reparación. En el tercero pondré particular atención a la crítica que hace don Quijote a los procedimientos y medios empleados por la justicia de su tiempo para castigar a los criminales, a través de su examen de la condena de cada uno de los seis galeotes que le cuentan su caso. En el cuarto enfatizaré cómo la justicia requiere ante todo del buen juicio en circunstancias particulares. En el último subrayaré de manera peculiar las relaciones entre justicia y paz, y especialmente de qué forma el ejercicio de la acción política pacífica requiere de hidalguía. En el epílogo me centraré en el examen de la justicia como utopía según se sigue de su discurso sobre la llamada “Edad de Oro” (Cfr. I, 11, pp. 97-99). No puedo concluir esta introducción sin recordar y agradecer a todos los que a lo largo de los años han compartido y alentado esta quijotesca pasión por don Quijote: Pilar, mi esposa; Nicolás y Natalia, mis hijos; y mi cuñada, María del Rosario, que a su muerte me heredó su versión comentada · 21 ·


Una meditación sobre la justicia en «Don Quijote de la Mancha»

del Quijote de Rodríguez Marín, en un gesto que no olvido. Y, aunque no es posible nombrarlos a todos, también extiendo mi gratitud a mis amigos más cercanos de la Facultad de Filosofía, especialmente al P. Fabio Ramírez y a Franco Alirio Vergara, que comparten mi pasión por la obra cervantina; a quienes leyeron un primer borrador del texto y me alentaron con sus observaciones críticas: Natalia Pineda, Julio Andrés Sampedro, Carlos Miguel Gómez y Ángela Calvo; y, de un modo especial, a Germán Mejía, decano de la Facultad de Ciencias Sociales, y Nicolás Morales, director de la Editorial Pontificia Universidad Javeriana, que dispusieron todas las condiciones para que este trabajo saliera finalmente a la luz.

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