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La leyenda cómo método para encubrir hechos históricos incomodos.

LA LEYENDA COMO MÉTODO PARA ENCUBRIR HECHOS HISTÓRICOS INCÓMODOS por Álvaro Anula Pulido

La leyenda de los hermanos Carvajal

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La Peña de Martos se yergue suntuosa sobre la pintoresca localidad jienense que da nombre al risco. Según la leyenda, desde este alto promontorio de Martos fueron arrojados los hermanos Carvajal, víctimas de los arbitrarios designios de Fernando IV de Castilla. Los últimos años de vida de Fernando IV de Castilla estuvieron marcados por sus incesantes caprichos y sus pocas ganas de gobernar, dejando el poder en manos de amigos de confianza que trabajaban en la sombra. Uno de ellos era Juan Alonso de Benavides, odiado por el pueblo debido a las maquinaciones que solía traerse entre manos. Esa inquina popular terminó con el asesinato de la mano derecha del monarca, al ser acuchillado por unos desconocidos en Palencia.

Tras recibir la noticia de la muerte de Juan Alonso de Benavides, el rey Fernando IV montó en cólera. Rápidamente comenzó a buscar a posibles culpables y no tardó en inculpar a Juan y Pedro de Carvajal, dos hermanos que pertenecían a la nobleza de Jaén. Ambos hermanos se habían mostrado en varias ocasiones contrarios a las decisiones de Benavides y, por tanto, eran candidatos perfectos para ser acusados del asesinato de este. Los Carvajal, conscientes del peligro que corrían, huyeron a Jaén y

Aun así, poco duraría la tranquilidad de los hermanos. El rey, bajo el pretexto de un ataque a tierras musulmanes en 1312, se desvió hacia Alcaudete y entró en Martos de forma repentina. Nadie opuso resistencia ante aquel movimiento, y los hermanos Carvajal fueron hechos prisioneros. En un juicio sin garantías y con la sentencia ya tomada antes del proceso, tanto Juan como Pedro fueron condenados a ser arrojados desde lo alto de la Peña de Martos dentro de una jaula con púas.

Es en este momento, cuando la leyenda se acentúa. Antes de morir por una injusticia, uno de los hermanos Carvajal se dirigió al monarca que se encontraba en el lugar, y le instó a que en 30 días se encontraría dando cuentas ante Dios. El mensaje se convirtió en profecía, a los 30 días Fernando IV de Castilla falleció entre terribles dolores, pasó a la Historia como “el Emplazado” y el suceso del asesinato de Juan Y Pedro de Carvajal pasó a formar parte de las crónicas de la época.

Pero ¿por qué las Crónicas de Fernando IV o las Crónicas de Alfonso XI se refieren a este hecho como real si solo es una leyenda? Hay que tener en cuenta que prácticamente no existe documentación alguna sobre la existencia de los hermanos Carvajal, a pesar de los textos medievales o de los escritos de Martín Ximena Jurado, donde se asegura que están enterrados en la Real Iglesia de Santa Marta de Martos.

La respuesta a esta pregunta se encuentra en la consideración de las leyendas como fuentes documentales capaces de relatar un determinado hecho histórico. Y cuando ese hecho no comulga con las ideas prominentes de la época, la leyenda se convierte en el único instrumento que tiene el cronista para transmitir una información que puede ser peligrosa.

La historia de los hermanos Carvajal carecería de importancia si no fuera por las enormes similitudes que tiene con la desaparición de la Orden del Temple, es decir, de los Templarios. Es inevitable ver una gran coincidencia en el emplazamiento de Fernando IV de Castilla por los Carvajal con la famosa profecía que lanzó Jacques de Molay, último Gran Maestre de la Orden del Temple, a Felipe IV el Hermoso y al papa Clemente V. Era el 18 de marzo de 1314 cuando el maestre templario emplazó a ambos a encontrarse con Dios a lo largo de ese año por haber perseguido al Temple hasta su desaparición. Aquel día Jacques de Molay falleció en la hoguera frente a una catedral de Notre Dame de París todavía en construcción, pero tanto el rey francés como el papa morirían en los meses siguientes como él había vaticinado.

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Imagen 2: “Los últimos momentos de Fernando IV el Emplazado”, óleo sobre lienzo pintado por José Casado del Alisal en 1860.

Ahora bien, si Fernando IV de Castilla murió en 1312 y el último Gran Maestre templario lo hizo en 1314, ¿por qué tiene sentido la leyenda? Es simple: la Crónica de Fernando IV se redactó en tiempos de su heredero Alfonso XI, cuando los templarios ya habían sido borrados del mapa de la cristiandad.

Fernando IV fue el encargado de imitar a Felipe IV de Francia en perseguir a los Templarios y de acatar en Castilla la bula papal de Clemente V que ordenaba la disolución de la orden. La Península Ibérica se había convertido en el refugio natural para estos caballeros, pero el monarca castellano incumplió la sentencia que proclamaba a los templarios inocentes en un juicio celebrado en Salamanca en mayo de 1310, repartiendo

las tierras de estos entre otras órdenes militares. Por ello, no tuvieron más remedio que huir posteriormente a Portugal, donde el rey Don Dinís les dio cobijo bajo el nombre de la Orden de Cristo.

El cronista de turno tenía que redactar en los anales el suceso de la desaparición del Temple en Castilla, pero tenía que recurrir a otras herramientas de tal manera que no fuera en contra de unos intereses que podían resultar peligrosos para el redactor. Es por ello que adoptó elementos legendarios para no ser molestado por contar un suceso histórico que podía ser incómodo, ya que escribía por orden del sucesor

de Fernando IV. Así fraguó la historia de los hermanos Carvajal.

Además, el simbolismo en este caso también es revelador. Los hermanos Carvajal recuerdan a ese sello templario que representa a dos hermanos montando en un mismo caballo, que simbolizaba que estos monjes guerreros, unidos por la pobreza, cabalgaban unidos incluso en el momento de su fenecimiento. Queda patente con la leyenda de los hermanos Carvajal que estas pueden nacer de la intención de los cronistas de preservar intactos unos hechos contados a través de la fantasía para no ser censurados. Este tipo de leyendas son las más difíciles de identificar, ya que su entendimiento no está al alcance del racionalismo más puro. Incluso muchos libros de Historia recogen lo ocurrido en Martos como si hubiera sido algo real, debido a que la leyenda fue consolidando una supuesta veracidad con el paso de los siglos, donde se fue rompiendo la fina barrera que separa la imaginación de la realidad.

Pero otro ejemplo claro de cómo encubrir sucesos reales bajo el cariz legendario se puede hallar al estudiar a fondo la leyenda de la Campana de Huesca, recogida en los Anales toledanos y en la Crónica de San Juan de la Peña y que aparece aceptado como verídico en varios libros de texto.La Crónica de San Juan de la Peña narra que muerto Alfonso el Batallador tras la

Monje” debido a su paso por el monasterio de Saint Pons de Thomières (Francia); pero esta elección no gustó a los navarros, que veían en Ramiro II de Aragón a un hombre incapaz de gobernar Aragón y de defender al reino de Navarra ante un posible ataque de Castilla.

Los navarros, que no cesaron en su descontento, optaron por desestabilizar al nuevo rey. Incluso la crónica recoge que comenzaron a robar y matar a todo aragonés que se encontraba en los límites de su reino.

El rey Ramiro, queriendo buscar remedio a esta situación insostenible, mandó un mensajero al monasterio de Saint Pons de Thomières para pedir consejo a su antiguo maestro en la orden. El maestro, tras recibir la carta, accedió a ayudar a Ramiro, pero de forma curiosa: llevó al mensajero a un huerto lleno de coles y comenzó a cortar todas las coles mayores que tenía. Después dijo al mensajero: “Vete a mi señor el Rey y dile lo que has visto. No te doy otra respuesta”. Cuando recibió el extraño mensaje, el monarca pensó que el huerto representaba a su reino y las coles a las gentes de su reino. Ahí es cuando se le iluminó la bombilla.

El rey mandó convocar a todos los nobles y caballeros que acudiesen a Huesca a presenciar una campana que había mandado hacer a los mejores maestros franceses. Cuando llegaron los invitados, el rey fue mandándolos entrar uno a uno a la sala de reuniones, donde se encontraban unos hombres armados. Estos se encargaron de descabezar uno por uno a todos los invitados según iban entrando en la sala. Así hasta haber decapitado a 22 hombres entre nobles y caballeros.

Sin embargo, Dámaso Sangorrín estudió y comparó los nombres los ajusticiados hasta concluir que los asesinados no vivieron durante el reinado de Ramiro II, sino cien años más tarde, y que jamás vieron alterado su estatus ni fueron decapitados. Por tanto, Sangorrín asegura que la leyenda es posterior al siglo XII y cree que se basa en un ajustacimiento que tuvo lugar en Tarazona y que se saldó con la muerte de 12 vecinos en tiempos de Alfonso III de Aragón. En la actualidad, la Crónica de San Juan de la Peña es una fuente un tanto desacreditada. El autor, en la parte que narra la leyenda de la Campana de Huesca, mezcla noticias de otras crónicas para crear una historia legendaria. Los Anales toledanos tampoco tendrían validez al beber directamente de la anterior crónica. No obstante, enuncia la frase de “En el año 1136, fueron muertas las potestades de Huesca”, que es reveladora para conocer los móviles del cronista al crear la leyenda de la Campana de Huesca.

El medievalista Antonio Ubieto Arteta revisó algunos documentos de los últimos años del reinado de Alfonso I el Batallador, del reinado de Ramiro II el Monje y del gobierno de Ramón Berenguer IV de Barcelona, donde aparecen grandes anomalías entre las autoridades civiles.

Imagen 4: Retrato de Ramiro II de Aragón, conocido como “el Monje”.

De repente aparecen y desaparecen, volviendo a sus cargos y siendo sustituidos. Como vemos, existe un desorden extraño en las noticias que se tienen de las potestades oscenses curiosamente hasta el año 1136, con solo dos años reinados por Ramiro, en el que tuvo que haber casi una renovación total de cargos públicos y no vuelven a aparecer el nombre de los anteriores cargos. ¿Pero por qué un cambio tan brusco de repente donde los sustituidos son borrados del mapa, algo muy raro en el campo histórico aragonés? ¿Es posible que hubieran muerto todos el mismo año?

Hace pensar que tuvo que haber un motivo fundamental, sobre todo una posible divergencia de Ramiro II con ciertos señores que no le eran favorables. Hay que tener en cuenta que muchas plazas importantes echaban de menos los ingresos que recibían con Alfonso el Batallador y la buena relación que se tenía con Navarra, por lo que se levantaron contra Ramiro II. Por tanto, los primeros meses de este reinado tuvieron que ser calamitosos, donde los nobles aragoneses pudieron ser instigados por el rey de Pamplona.

Ahora bien, en 1135 Ramiro II se reúne con el conde catalán Ramón Berenguer IV y consigue que este apoye al primero, sellando los lazos que unirían definitivamente a Aragón y los condados catalanes. A finales de ese año, las revueltas de nobles son aplacadas y quedaba solucionado su futura sucesión. Las plazas que se habían mostrado reacias al monarca aragonés pasaron a manos de personas de confianza del rey.

Es esta la revolución la que excusa la leyenda de la Campana de Huesca. Y los degollamientos que refleja dicha leyenda responderían en clave oculta a la sustitución súbita de todas las autoridades civiles que no apoyaban al nuevo monarca. De esta forma, el cronista que dio forma al relato de la Campana de Huesca contentaba los intereses reales y apoyaba la unión con los condados catalanes, pero dejando constancia de una forma un tanto sangrienta que no todo había sido un paseo de rosas en el reinado de Ramiro II como se pretendía mostrar, pues habría habido plazas enteras que habían estado en su contra. Las leyendas del reino de Patones y de María del Salto: la leyenda como denuncia

Imagen 5: Patones de Arriba

El recurso de la leyenda como mecanismo de encubrir sucesos que no pueden ser relatados a la ligera, a menudo, es utilizado como instrumento de denuncia. Un caso claro se halla en Patones, un pueblo madrileño de la sierra de Guadarrama que, según la leyenda, habría sido un reino independiente que sobrevivió a la invasión musulmana cual aldea gala. Este supuesto reino de Patones habría durado hasta tiempos de Carlos III, rey que se supone que abole esta estrambótica monarquía en un enclave remoto de la Comunidad de Madrid.

A pesar de que la leyenda del reino de Patones habría comenzado con la invasión musulmana de la Península Ibérica, las primeras referencias sobre esta historia no aparecen hasta el siglo XVIII. Antonio Ponz recoge en su Viaje de España (1776) que en Patones había un reino que se resistía a entrar a la Corona de España, y que incluso su monarca mandaba cartas a Felipe II con frases tales como “del rey de Patones al rey de España”, preconizando la independencia de sus tierras.

En realidad, jamás ha existido un reino de Patones, pero sí un motivo para crear esta leyenda. El paraje de

la sierra de Guadarrama donde se sitúa esta localidad siempre ha sido un lugar olvidado y dado de lado; mientras que los tiempos modernos llegaban a las ciudades principales, muchos pueblos serranos quedaban sumidos en un aislamiento que no les permitía avanzar. Patones veía tan cerca la Corte de Madrid, pero a la vez tan lejos los posibles beneficios que esto podía dar; a pesar de que pagaban sus tributos, veían cómo nadie les situaba en el mapa. Por tanto, la única manera de reclamar su existencia era creando un reino imaginario el cual serviría para llamar la atención de los que mandaban.

Imagen 6: Portada de “El Viaje de España”, de Antonio Ponz (1776).

El reinado de Patones cobraría sentido como una denuncia, aunque hay ejemplos más claros de leyendas que se transforman en el único modo de quejarse sobre una realidad que es demasiado peligrosa. Y uno de ellos aparece en la figura de María del Salto, un personaje legendario segoviano del que se puede vislumbrar una denuncia a la Santa Inquisición bajo los parámetros de la fantasía.

La leyenda se enmarca dentro de los últimos años del siglo XV. Cuenta la historia de Esther, una hermosa joven judía que se había convertido al cristianismo. A causa de celos, una mujer la delató diciendo que Esther seguía profesando en secreto la religión judía, por lo que fue condenada a morir arrojada desde las Peñas Grajeras por parte de la Santa Inquisición. Cuando se dirigía a este enclave a las afueras de Segovia, rezó a la Virgen de la Fuencisla, patrona de la ciudad, pidiendo su salvación.

Dicho y hecho. Cuando fue arrojada al vacío, atada de pies y manos, durante la caída apareció una paloma que la acompañó a aterrizar lentamente y sin ningún rasguño. Ante tal milagro, el obispo cambió el nombre de la muchacha por el de María del Salto.

Aparte del fuerte componente fantástico, la leyenda de María del Salto no tendría sentido si no se menciona la labor de los primeros años de la Inquisición española. Desde que fue instaurada en 1478 por los Reyes Católicos, el Santo Oficio había puesto todos sus esfuerzos en aplacar los posibles resquicios de herejía que tendrían aquellos judíos que se habían convertido al cristianismo, o sea, los conversos. Esta comunidad fue especialmente castigada en los primeros años de la Inquisición, donde eran vigilados muy de cerca en busca de cualquier atisbo de heterodoxia.

Una rencilla entre vecinos o cualquier rencor podía ser una excusa para ser delatado ante este tribunal y acabar en las cárceles inquisitoriales. Esta situación es la que pretende sobresaltar la leyenda de María del Salto.

Se intenta denunciar la persecución que vivieron los judíos conversos por parte de la Inquisición durante finales del siglo XV, así como poner en conocimiento las acusaciones falsas que estaban a la orden del día. Segovia era una ciudad con una importante comunidad conversa, por lo que es un escenario idóneo para tener lugar este tipo de leyenda.

Sin embargo, la denuncia que se deja entrever en este relato se intenta suavizar para que no pueda acabar en problemas el cronista de turno. A través del motivo milagroso se suaviza la narración, es decir, bajo la imagen de la reconducción de un hereje se pone de manifiesto una circunstancia que se vivía en aquellos años, como es la presión que tenían los judíos conversos de acabar en cualquier momento leyendas que encubren hechos históricos reales, a pesar de teñirse de un halo fantasioso, son una fuente documental más, así como un desafío para el historiógrafo. Un desafío cuya meta es descubrir un legado del pasado que no podía ser transmitido por el simple hecho de contar la realidad.

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Imagen 7: Sepulcro de María del Salto en el claustro de la Catedral de Segovia, con un fresco de la leyenda (imagen cedida por la Catedral de Segovia)

I FUENTES CONSULTADAS

"Anales toledanos". Real Academia de la Historia. Número I ATIENZA, JUAN G.: "Leyendas históricas de España y América". EDAF (1999) BENAVIDES, ANTONIO:"Crónica de Fernando IV de Castilla". Real Academia de la Historia. Tomo II (1860) CERDÁ, FRANCISCO: "Crónica de Alfonso el Onceno de este nombre". Imprenta de Antonio de Sancha (1787) SANGORRÍN, DÁMASO: "La Campana de Huesca". Imprenta de Justo Martínez (1920) MATESANZ, ELVIRA: "Leyendas segovianas". Editorial Tierra Hoy (2010) PONZ, ANTONIO: "Viaje de España o cartas en que se da noticia de las cosas más apreciables y dignas que hay en ella".Tomo X. Imprenta de Joaquín Ibarra (1776)

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