Canto poético a la primera guerra Carlista en Almadén

Page 1

Canto poético a la primera guerra carlista en Almadén.

En la biblioteca de la Casa Municipal de Cultura de Almadén existe un pequeño libro manuscrito, donado, como otros muchos, por el Sr. Prados Avilero, quien cedió su biblioteca particular al Ayuntamiento de Almadén para uso y disfrute de sus vecinos. El librito en cuestión se llama Episodios de la Guerra Civil y se refiere a la primera guerra carlista (1833-1840), que afectó profundamente a Almadén y su comarca.

El citado manuscrito me fue dado a conocer por el bibliotecario de la Casa de Cultura, Leandro Sánchez, a quien se lo agradezco mucho. Su autor es D. Juan Lozano S. Granados, nacido en la villa de Almadén en 1808 y fallecido en Linares en 18741. D. Juan fue un muchacho estudioso y con solo 19 años entró de practicante en el Real Hospital de Mineros, «donde se ganó el respeto y el cariño de todos por la paciencia y agrado con que cuidaba a los enfermos». En su afán de aprender, marchó a Madrid, donde se hizo cirujano, a la vez que estudiaba también Filosofía, Botánica y Zoología. Ejerció su profesión en Almadén y Almadenejos, y también en otros pueblos de la provincia de Badajoz. En 1844, viviendo en Campanario, luchó contra la epidemia de cólera que afectó a dicha localidad. De ideas liberales, estuvo a punto de ser fusilado por los facciosos carlistas del cabecilla Jara2.

A principios de otoño de 1836, el ministro de Guerra, marqués de Rodil, no se tomó muy en serio la amenaza que suponían para Almadén y su comarca las tropas carlistas mandadas por el general Gómez, pero era evidente que las fuerzas del brigadier Flinter eran insuficientes para resistir la acometida de los carlistas. Flinter era el jefe de la División de Extremadura, formada por 1300 infantes y 120 jinetes, tropa claramente escasa para enfrentarse al ejército de Gómez, compuesto por 8000 infantes y 1200 jinetes. Además, el marqués de Rodil no aceptó el plan de Flinter para enfrentarse a Gómez en campo abierto, 1

Una breve biografía de D. Juan Lozano aparece en el libro Almadén, apuntes históricos de la

vida de un pueblo, capítulo Biografías de hijos ilustres de Almadén, cuyos autores son Carmen Rivet Ruiz, Azucena Daponte Ramírez e Ismael Mansilla Muñoz. 2

Los facciosos eran rebeldes armados, que en nombre del carlismo, formaban partidas que

atracaban, y a veces mataban, a todos los que encontraban a su paso.


pues tanto aquel como el gobernador de Almadén sabían que la villa era indefendible, ya que no poseía murallas y el pequeño castillo que había en su parte más alta solo podía albergar a 200 hombres.

El canto III del citado libro de D. Juan Lozano está dedicado a esta cruenta batalla, que comenzó al amanecer del 23 de octubre, cuando las tropas de Gómez, a quien acompañaba Cabrera, el famoso “Tigre del Maestrazgo”, alcanzaron Almadén. La lucha produjo abundantes muertos y heridos, y una gran devastación de la villa minera. El 25 de octubre fueron enterrados en el camposanto del hospital de mineros veinticinco cadáveres, «que se hallaron en esta villa y sus arrabales por resultas del combate, de los que veintidós no fue posible averiguar su nombre ni su naturaleza». En el libro de defunciones consta que fueron enterrados por caridad, ya que no pudieron abonar los 12 reales que costaba por entonces el entierro, y que ninguno de ellos recibió el sacramento de la extremaunción.

Además, el general Gómez tomó muchos prisioneros, a los que obligó a acompañar a su ejército expedicionario por Extremadura y Andalucía3. Por fin, el 25 de noviembre de dicho año, Gómez fue severamente derrotado en el Cortijo de las Vegas de Elvira (Cádiz) por el general Narváez. Mientras muchos de los soldados de Gómez fueron condenados al arsenal de La Carraca (Cádiz), él se exilió en Francia junto con su esposa. Por entonces, el general Rodil ya había sido cesado como ministro de Guerra en una reunión secreta del Congreso, celebrada el 15 de noviembre.

Al ser una narración poética, debemos disculpar a D. Juan Lozano sus inexactitudes y exageraciones sobre los hechos referidos. Por su considerable extensión, he seleccionado las estrofas que me han parecido más significativas:

3

Entre los prisioneros se encontraban el gobernador de Almadén, D. Manuel de la Puente y

Aranguren, y el brigadier Flinter, quienes después de muchos sufrimientos lograron salvar sus vidas.


¿Quién podrá con espíritu sereno reseñar tus desgracias, Patria mía? La maternal entraña y noble seno desgarrados se ven con saña impía; el amor del divino Nazareno me prestará valor en la porfía de execrar la atroz guerra más cruenta por el odio y rencores que alimenta.

Late mi corazón con tal violencia que llegando la sangre en su reflujo, del ímpetu excesivo la frecuencia el síncope amenaza, y a su influjo ahógase la voz en consecuencia; y mi canto a gemido se redujo; y una pálida sombra de la ruina del cuadro vivo y cierto se imagina.

La opinión del país ya dividida en dos bandos potentes, formidables, fue al triunfo de las armas remitida la causa de los odios implacables; una y otra bandera están teñidas de sangre de españoles indomables, que unos se dicen negros o cristinos, y otros blancos, facciosos ¡asesinos! Lágrimas, aflicción, incendios, muerte, sangre, luto, terror, espanto, huida; en todas partes corren igual suerte los pozos que conservan aún la vida, y lleno de pavor hasta el más fuerte a las fieras disputan su guarida, prefiriendo esconderse bajo tierra a espectar los estragos de la guerra.


Los soldados por una y otra parte chocan las armas con sañuda ira, siguen con tal placer al fiero Marte que con tristes acentos de mi lira presumirás que intento amedrentarte o que mi mente ardiente aquí delira; mas por desgracia el mísero soldado prisionero o rendido es fusilado. Y si algún nacional por caballero en promesa fió de sus entrañas, al ver la destrucción de Cenicero y la horrenda matanza de Bolaños, los hechos de Cabrera “el Carnicero”, y de otros cabecillas los amaños, quedaron persuadidos de tal suerte que a su palabra preferían la muerte.

Asiento es de este pueblo una colina, dominada por otra en sus costados, que encierra en sus entrañas rica mina labrada otro tiempo por penados, que produjeron su espantosa ruina; hoy se fía a mineros esforzados, exentos de prestar tributaciones, que viven al calor de sus buitrones. Experto militar, Puente sabía que la facción estaba ya cercana, y órdenes reservadas que tenía, por la defensa de Almadén se afana de resistir siquiera fuese un día; convoca a la milicia ciudadana, distribuye su gente con tal arte que hace de un pueblo abierto, un baluarte.


Interés el consejo determina y con su acuerdo el jefe se asegura, el pueblo enardecido se amotina a impulso de entusiástica bravura; porque el rico tesoro de su mina no quieren sea robado con hartura; pues a Isabel juraron los leales tributo de sus límpidos metales. La cárcel y el hospital en las afueras fueron los dos reparos de avanzadas; en puertas y ventanas hay troneras, y se cierran el pueblo las entradas; puestos los tiradores en hileras y formando en la plaza barricadas, rechazaron los ímpetus facciosos que a distancia se paran recelosos.

El barrio del Castillo en Almadén es uno de los sitios prominentes, sirve de ciudadela y almacén para aprovisionar a los valientes, será la salvaguardia y el sostén, y principal refugio de las gentes; algunos paredones ruinosos se oponen al cañón de los facciosos. Ponen sitio a Almadén con osadía; asestan contra el pueblo los cañones; los sitiados defienden con porfía sus hogares, los fuertes torreones; en la noche de aquel tercero día el asalto practican las facciones, y vivas a su rey dan por las calles que detonan los cerros y los valles.


Los leales retíranse hacia el fuerte haciendo de continuo una descarga, en sus certeros tiros dan la muerte al furioso enemigo que les carga, y para remediar este su suerte, porque su mal parece que se alarga, se procura un camino más seguro que llegue al fuerte para asaltar su muro. Provistos van de hachones embreados que incendiados con gran apresuramiento arrójanlos a puertas y tejados, arden las casas hasta el pavimento. Crujen las llamas; íjanse los hados, los gritos y el estrépito violento resuenan con el ¡ay! de los heridos, de niños y mujeres confundidos.

Los enfermos que yacen en las camas se arrojan por ventanas y balcones; huyendo del furor de aquellas llamas, se hallan en medio de los batallones; estos se alegran porque son sus tramas ponerlos por delante en pelotones, y después insultar a los sitiados para que tiren a los desgraciados.

Porque la oscura noche con su manto de enlutado crespón ennegrecido, del sulfuroso humo era tanto que a ciegas y no más obra el sentido; el eco solamente suple cuanto Natura pudo haber sustituido, dirigiendo por él balas sin cuento, creyendo a la facción dar escarmiento.


En lugar de ofender a los facciosos cual era su intención determinada, los que iban delante silenciosos mueren sin que a los otros hieran nada; los carlistas detrás muy deseosos de acabar a su gusto la jornada, sin cesar hacen fuego a los del fuerte y a los que van delante dan la muerte.

Puestos de esta manera entre dos fuegos, las balas penetraban sus costados, y aunque piedad demandan con mil ruegos, ningún aprecio hacían los malvados; al que herido le han, de arrojo ciegos arrojan a las llamas desalmados; y el último ¡ay de mí! decir se oía y el rechinar de dientes cuando ardía.

Cunde rápidamente la noticia del suplicio de tantos inocentes; para estorbar la pérfida sedicia a su encuentro se arrojan diligentes; sin temor a la bárbara milicia se abrazan a sus deudos y parientes; inmóviles los grupos forman lazos que el pelotón deshace a culatazos.

Algunos infelices que escaparon huyendo de la bárbara matanza, atados por los codos los llevaron según cauta prescribe la ordenanza, ante jefes crueles que ordenaron en montón fusilarlos sin tardanza: son todos perros, negros, anarquistas, sin Dios, patria ni el rey de los carlistas.


Al ver desolación tal, inaudita, los sitiados procuran parlamento y un toque de corneta al alto invita para atajar el bárbaro tormento; una entrevista Puente solicita, buscando de Almadén el salvamento; mas Cabrera no admite condiciones, pide la redención sin restricciones. No nos falta valor para batirnos hasta morir con gloria en la pelea, pero debemos todos reprimirnos antes de que nueva Troya Almadén sea; estamos obligados a rendirnos, tal es la furia que el contrario emplea contra el pueblo indefenso, en beneficio del cual se hace preciso el sacrificio.

Dueños ya del lugar, rindiose el fuerte; un fortín al principio, fue asaltado; por dura ley de guerra bien se advierte, a saqueo y degüello fue entregado; al robo compañero de la muerte hoy se paga el tributo acostumbrado ¿Cuándo la ley de amor dada por Cristo cumplida por los hombres hase visto?

¡Cuadro desgarrador! ¡Escenas tristes! ¿Habrá ojos humanos que esto vean? ¿Es verdad jefe atroz que fiero insistes que a muerte condenados todos sean? Los ministros de Dios, que tú resistes, preparándose a morir porque desean por el pueblo inmolarse con fe pura antes de presenciar tanta amargura.


De hinojos con las manos elevadas, piedad, piedad por Dios están clamando; sus coronas y palmas consagradas al humilde Pastor representando; solo sus vidas sean sacrificadas, os dicen sin cesar, no molestando al afligido pueblo muy contentos sufriremos nosotros los tormentos.

A fuer de ruegos, de abnegación tanta, la piedad ablandó los corazones; el rigor de Cabrera los espanta y a la orden pusieron restricciones; de la guerra la ley se pone en planta, lo que halagar podrá sus batallones; concediendo el saqueo solamente, daban larga y placer para su gente.

Cual voraces y hambrientos salteadores que registran los campos y caminos, y a mansalva despojan los pastores; lo mismo que a los pobres peregrinos, con idéntica furia y más rigores, su codicia despoja a los vecinos; y registran, fracturan, descerrajan, para todo robar suben y bajan.

Hartos ya de oro y plata, y arruinado el pueblo para largo lo dejaban, y entre las bayonetas han formado el grupo de valientes que llevaban; el vecindario ya desengañado de sus tristes hermanos se acordaba, olvidando su propia y total ruina por el nuevo martirio que adivina.


Es el corazón tal algunas veces que presiente los males venideros; bien su temor justificó con creces la vileza en tratar los prisioneros cubiertos con harapos y escaseces llévanlos maniatados cual corderos; pues os que allí quedaron preveían que a ver a sus hermanos no volverían.

Óyense por doquiera los clamores y adiós dice la madre al hijo amado; para siempre se fueron mis amores, dice la tierna esposa al esposado; al hermano, que aumenta sus temores, su corazón de amor no hubo engañado; porque pronto supieron que el camino sorprendería de espanto al peregrino.

Charcos de sangre, cuerpos ateridos, mutilados cadáveres a cientos obstruían el paso y alaridos lúgubres se cruzaban por los vientos, exhalados por tantos afligidos que esperaban idénticos tormentos; con igual impiedad a todos tratan, herido o prisionero le rematan.

Quien a beber se para ya obligado por la imperiosa sed de fiebre ardiente, el que pide por Dios algún bocado, que acosado del hambre está impaciente, a quien del instinto apresurado, se baja en actitud más conveniente; por resguardarse a un árbol se avecinan a todos sin piedad los asesinan.


Ante el cuadro de horror que se presenta el corazón se hiela de pavura y el pobre campesino se amedrenta porque negaron darles sepultura; y aunque algún compasivo hacerlo intenta, su inmediato castigo se procura y los restos humanos se quedaban a merced de las fieras que cebaban.

Solamente la tierra compasiva elevándose en polvo condensado, amorosa, gimiente y aflictiva, con ternura y piedad los ha tapado; porque a la honestidad era ofensiva aquella desnudez y aquel estado; perdona, madre tierra, que en tu oficio el hombre no te ayude en su perjuicio.

Algo más sosegado ya este suelo al ver que la facción se retiraba, el amor al trabajo tomó vuelo, no pensando que pronto le esperaba otro nuevo y más grande desconsuelo; que si la guerra entonces se alejaba, aparecen de nuevo las facciones para aumentar horrores y aflicciones.

D. Juan Lozano S. Granados

Parece lógico que en vista de lo ocurrido, Almadén se hubiera fortificado y dotado de una importante guarnición de tropas, pero no fue así. El 9 de marzo de 1838, Almadén fue atacado y conquistado de nuevo por las facciones de Don Basilio y Palillos, que mandaban una fuerza de 4.000 hombres. Los facciosos consiguieron huir hacia La Mancha y esta tampoco sería la última vez


que Almadén fue asaltado. En resumen, Almadén sufrió graves penurias durante la primera guerra carlista y a pesar de ello contribuyó al Tesoro Nacional con 43.200 reales, además del pan, carne, aceite, vino, cebada, paja, etc. suministrados gratuitamente a las tropas que acudieron en su defensa.

© Ángel Hernández Sobrino


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.