Dignidad de las Minas

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DIGNIDAD DE LAS MINAS

En 1759 llega a Almadén José Parés y Franqués. Viene a sustituir al médico de la villa, pero en 1761 renuncia a este puesto para ser nombrado médico de la Real Cárcel de Forzados y Esclavos, de la Tropa de Resguardo y del Hospital de San Rafael, con un sueldo anual de 5.500 reales. El doctor Parés, además de ser un magnífico profesional que ejerció la medicina en Almadén hasta 1798, año de su fallecimiento, era un ilustrado que se interesó por otras materias ajenas a la medicina. Amante de las ciencias naturales, participó activamente en la creación de la Academia de Minas, que en parte alguna pudiera ser esta más floreciente que en Almadén. Por otro lado, se involucró a fondo en la vida municipal y en 1768 resultó elegido procurador síndico, personero del ayuntamiento y, sucesivamente, procurador síndico general, alcalde de barrio y segundo regidor municipal; pero es que además, hombre religioso como era, también fue mayordomo de la iglesia parroquial y del Santísimo. Es en este aspecto en el que deseo incidir ahora, cuando se van a celebrar en Almadén las festividades de la Virgen de la Mina y del Santísimo Cristo de los Mineros. Parés, que ya había tratado en otro de sus manuscritos las enfermedades médico-morales de los mineros de Almadén, defiende ahora a ultranza la minería como una de las artes útiles que eleva al hombre ante Dios. Dignidad de las minas, que es como se llama este texto, pertenece al tomo Descripción histórico-físico-médico-mineralógico-mercurial de las Reales Minas de Azogue de la Villa de Almadén, manuscrito del año 1785 que nunca llegó a imprimirse:

El culto que damos a Dios y a sus santos en los templos, cuanto más se distingue reverente y a nosotros nos acredite obsequiosos a la Deidad en la magnificencia de sus adornos, que en lo desamparado y triste de unos meros muros de cal y canto y en unas aras de madera desnuda. Lo dorado de las tallas del altar, lo plateado de sus lisos, lo pintado de sus fondos, los tisúes de las vestiduras sacerdotales, los bordados de oro y plata de las colgaduras, el oro, plata, bronce, hierro con que la devoción sirve con sus alhajas al Sacrosanto Sacrificio, adorna los retablos, alumbra con lámparas y candeleros, e inciensa a la única Majestad de Cielos y Tierra ¿a quién deben su ser después del Dios que los crió sino a sus respectivas minas que los fomentó en sus subterráneos?. Las minas hicieron sus Sagrados Vasos, Copón, Cáliz, Patena y Viril, preciosos


platos de la misa del Altar, con cuyo oro y plata se hacen menos indignos de servir al verdadero Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo Sacramentado. Antes de sonar los órganos en los templos en alabanza de Dios sonaron en las minas mil estruendos para sacar de ellas la materia de sus cañones. Antes de pintarse para los templos las devotas imágenes que las adornan a ellos y a los fieles les excitan la contemplación a celestiales misterios, se pintaron dentro de las minas con los mismos colores las manos de los mineros al tiempo de arrancarlos.

Y cuando el más estático anacoreta no quisiera para la veneración de Dios y decencia del Santuario ninguna de estas grandezas, sino un corazón abstraído de toda profana idea, y un devoto claustro que en la austeridad de sus paredes enteramente asegurase la meditación de la infinita Bondad y una verdadera contricción de haberla ofendido; nunca pudiera negarles a las minas una muy esencial concurrencia a esta obra tan piadosa. ¿Quién alargó los mármoles? Las minas. ¿Quién suministró los jaspes? Las entrañas de la tierra. ¿Quién trajo para esta fábrica otras devotas, melancólicas, pero ricas piedras? El vientre de la tierra. Y si aún ni a éstas quiere para sus Iglesias, sino las más comunes, que más lejos le tengan del recuerdo de lo mundano, vaya a las canteras y arránquelas con el martillo, con la palanca, con el mazo, con la piqueta, con la barrena, y aguce debidamente estos y otros instrumentos necesarios a esta maniobra, y después se verá igualmente precisado a tener que darle gracias a la tierra por haber producido y aumentado las canteras y el hierro y acero para beneficiarlas. ¡Oh tierra! Un cielo inexcusable eres de maravillas.

© Ángel Hernández Sobrino


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