Estrella Polar

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¿Quiénes somos “El Corazón de Asmar”?

María Parra

Miguel A. Carroza

Sumario Editorial

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Andrés Cortés

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Mara Martín

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Viki Tapada

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Canción con alma

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María Parra

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El corazón de Asmar

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Editorial Miguel Ángel Carroza Barroso Estimado navegante: No podemos ayudarte. Todo lo que leerás en estas páginas corresponde al camino de otros hombres. Ellos y ellas ya pensaron, sintieron o experimentaron las ideas, sentimientos o experiencias que relatan y aprendieron una lección de cada cosa. Pero no hay dos vidas iguales, no hay dos senderos idénticos. No te enojes si no encuentras la felicidad debajo de la misma piedra. Tú eres un ser único e irrepetible, así que todo lo que te concierne es personal e intransferible. Eres responsable de tu felicidad. Eres responsable de tu vida. Escucha todas las voces que dicen saber donde hay luz, pero camina para comprobarlo. Solo buscando, investigando, conociendo, se llega a una verdad. Creer en algo que alguien cuenta sin corroborarlo con tu propia experiencia es poner en manos ajenas tu alma. Te conviertes en una cometa que otra persona hace volar, y cuando rompas la cuerda, perderás el control y te golpearás contra el piso. Ve paso a paso, desde dentro hacia fuera, desde ti mismo a la

vida. El centro está en tu interior. La paz no es la ausencia de guerras en el mundo, la paz es la tranquilidad de uno mismo. Cada artículo, relato, texto o frase de esta revista no es una meta, o un objetivo, sino más bien es una pila para tu linterna de explorador. Es energía para que no te falte luz en la niebla que conduce a la felicidad. Creo que se puede vivir una vida maravillosa en la Tierra. Existen personas y lugares maravillosos. Si no te consideras una persona maravillosa, a pesar de tus defectos, que todos tenemos como seres humanos, es que tienes una asignatura pendiente. ¿La gente maravillosa son los santos, los ricos o la gente que sale en la tele? La gente maravillosa es aquella que tiene paz y felicidad y la comparte día tras día con sus semejantes. Eres tú, es tu vecino, el carnicero, la camarera, el parado, el maestro, la dependienta, tu sobrino, no depende del lugar de nacimiento, la clase social, de la economía, ni de los logros académicos. Depende de ti. Ojalá encuentres lo que buscas. Ojalá consigas lo que te propones. Ojalá vivas lo que sueñas. Sed felices!

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Mara Martín

No es ningún secreto. En octubre me fui a Londres a buscarme la vida. Como millones de españoles me dije que había que hacer algo por mí más allá de nuestras fronteras y decidí irme. No fue una decisión de la noche a la mañana, siempre he tenido un idilio con la capital inglesa y he tonteado toda mi vida con la posibilidad de irme a vivir allí. Pero resulta que la vida iba pasando, iba cambiando de lugares pero nunca encontré ni el momento ni; siendo sincera; la motivación real para irme. Y entonces me quedé parada como tantos. E hice un curso del INEM o cómo quieran llamarse ahora, como tantos. Y seguí parada tras el curso. 28 años, una carrera, un máster,

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dos idiomas y no me cogen en puestos relacionados con mi formación porque no tengo mucha experiencia. Y de los otros ni hablamos, porque hasta me sugirieron que quitase mi formación académica porque si no nadie me llamaría. Y con ese panorama y el añadido de tener dos buenas amigas de apoyo (una viviendo allí y otra que se venía conmigo), finalmente comencé con la que durante tanto tiempo he llamado “la ilusión de mi vida”. Salir de tu país es duro, sobre todo cuando vas a otro en el que no compartes ni el idioma, ni la cultura, ni el tiempo, ni casi nada. Se consigue trabajo rápidamente y hay para todos los gustos y colores, dependiendo del nivel de inglés, claro. No me costó demasiado encontrar un trabajo, tener la posibilidad de entrar en un piso y dejar de ser la okupa de mi amiga. Sin embargo, algo dentro de mí no iba bien. Londres seguía siendo Londres, la ciudad de los sueños, la capital no oficial de Europa… Sin embargo, me sentía vacía. Es difícil definir la sensación sin caer en los tópicos de “es normal, es nostalgia” o “eso es al llegar”. Por supuesto que eso sucede. Las personas tenemos un entorno de seguridad, donde nos sentimos cómodos. Salir de ahí nos provoca ansiedad y miedo.


En esos casos la pregunta es: ¿quieres estar realmente aquí? Si es así, afróntalo. Intenta apoyarte en quién puedas, ya sean las personas en la distancia y sobre todo, tu propósito final. Si la respuesta es no, analízalo. Mi respuesta era no desde el tercer día y aún así me dije que debería sacar la parte buena a todo, que seguro que la habría… Que quizás es Navidades podría volverme definitivamente. Otra cosa, cuando se vive fuera solo, se vive rápido. Las cosas pasan de manera vertiginosa, tanto los hechos como las emociones. Y las emociones se vuelven fuertes. Pensé de nuevo: ¿qué quiero conseguir al estar aquí? Y mi respuesta fue: Trabajo. Pero si sólo aspiro a eso, si sacrifico mi felicidad por eso… La idea siguió en mi interior, con dolor por pensar en la imagen que se llevarían de mí los míos si le confesase mi sentir. Sentía que decepcionaría a todo el mundo y, sobre todo, que me decepcionaría a mí misma por no ser lo suficientemente fuerte y aguantar. Y entonces hablé con alguien, un día entre lágrimas. Y ella me dijo: si pensase que es un mal momento, te animaría porque a todos nos pasa, todos tenemos días malos… Y aquí estamos para ayudarnos. Pero yo veo que lo tienes muy claro, quieres irte, tu

felicidad no está aquí. Pues no llores y hazlo. Es muy sencillo. Y sí, lo era. Simplemente consistía en decir “me voy”, recoger mis cosas y comprar los billetes. Y por supuesto, dar la cara en el trabajo y en el piso. Hay otras cosas que sucedieron en medio pero que prefiero guardarme, pues quiero llegar a lo que realmente quería contaros. A veces nos obcecamos en que nuestra felicidad está en un lugar específico o realizando una acción determinada. Nos empecinamos tanto que sólo cuando tomamos distancia nos damos cuenta del resto de cosas. Irme a Londres y estar allí esos 18 días ha sido como haberme metido en una crisálida y emerger. Algo se transformó de manera inesperada y descubrí que había finalizado una etapa, y que ni me daba miedo ni me sentía frustrada por ella. He avanzado, no en la dirección que siempre creí que debía coger, sino hacia otro lado en el que pensé que no me sentiría cómoda nunca. Hace dos días que he vuelto y no me arrepiento de haberlo hecho. Descubrí tan lejos, que mi felicidad consistía en haberme enfrentado a esa tarea pendiente que empezó a hacerse irrealizable y en decidir que no era lo que quería. Nunca pensé que reaccionaría así y sin embargo, soy feliz.

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Viki Tapada Volver a amar Las luces del ocaso se despedían con la suavidad del terciopelo, como una caricia que envuelve, atrapa y enamora. Dos jóvenes de blanco paseaban descalzos junto a la orilla del mar. El tenue susurro de las olas regalaba momentos de paz, el agua salada chocaba contra sus pies desnudos. Aquella sensación era muy grata para ellos, nunca experimentada hasta ese momento. –Uriel, sabes que debemos darnos prisa. No es que no disfrute de estas sensaciones nuevas, es que no debemos… –murmuró Gabriel, pensativo. –Solo un ratito más –rogó el joven de cabellos dorados y asombrosamente lacios– no podremos disfrutar de toda esta belleza en mucho tiempo, ¿lo sabes, no? –Lo sé –acató sin levantar la mirada. –Bueno, supongo que el deber

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nos llama, volvamos al apartamento de Julia –accedió Uriel retirando un mechón de su frente. El apartamento de Julia estaba situado en el centro de Madrid, donde las luces y la vida era una explosión que no daba tregua al descanso. Siempre había bullicio, jóvenes que paseaban a altas horas de la madrugada, sirenas de ambulancias, sonidos de una gran ciudad cosmopolita. Madrid nunca duerme. Los dos jóvenes se sentaron en el sofá de tafetán de color rojizo; a Julia le había costado horrores pagarlo. Desde que lo vio en aquella tienda de decoración supo que estaba destinado a ella, y aunque quedó atónita al comprobar su precio, no cedió en su empeño. Adoraba aquel sofá; era bonito, cómodo y todavía desprendía el aroma de aquel que no volvería. En el fondo


seguía esperando. Ahora, después de nueve meses, era totalmente suyo, ¡milagros del dinero de plástico! Se sentó junto a los dos jóvenes, tomó el mando a distancia y encendió el televisor. –Nada para ver, son todos programas basura –señaló con tono despreocupado. –¡Ni que lo digas! Desde que estamos aquí, nos preguntamos porqué no hacen más programas educativos, documentales, tanta belleza en el mundo y solo disfrutáis con lo superficial –comentó Gabriel. –Te has vuelto todo un filosofo desde que te ascendieron en el trabajo, ¿no se te habrá subido el cargo a la cabeza? –insinuó Uriel. –¡Bueno! Voy a preparar la cena, en vista del éxito… –suspiró la joven de cabellos cortos y alborotados. –Buena idea, me apetecería… –comenzó a decir Uriel sin poder concluir la frase. –Calla, y no digas más memeces –le cortó Gabriel secamente. Julia se dirigió a la cocina; desde allí podía ver la sala. “Bonito sofá” –pensó para sus adentros. Sacó una barra de pan, la untó con mantequilla y lo cubrió con lonchas de jamón York, lo partió en tres trozos y lo dejó allí mismo. El sonido del teléfono la sacudió, se dirigió a la sala de nuevo y conectó el “manos libres”. Una voz al otro lado cambió la expresión de su rostro; era lo que

tanto había esperado durante días. No presagiaba nada bueno que su doctor la llamara a las diez de noche. –Perdona que te llame a estas horas, ¿Julia? ¿Estás ahí? –preguntó el doctor Suárez. –Sí, estoy aquí. ¿Qué han dado los resultados? –solicitó cerrando los ojos con fuerza.

–Has dado positivo; bueno, ya sabes que tendrás que pasar mañana mismo por la consulta. >>Te he apuntado yo mismo a las nueve de la mañana, sé que comienzas a las diez y media en la galería de arte. Para una primera visita nos bastará, por ahora –respondió con voz serena –.Está bien, gracias por llamar. No faltaré, hasta mañana –y se quedó mirando el sofá. –Buenas noches –se despidió el doctor. Julia seguía allí mismo, parada y ausente. Una parte de su mente la impulsaba a reflexionar, otra la empujaba a sentarse en su sofá para comerse el bocadillo. Uriel la observaba, luego miró a Gabriel con cara de niño bueno.

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–No me mires así, ahora es mejor que reflexione. No necesita consejos, necesita buscar en su corazón, ahí están todas las respuestas… –Bastaría con llamar a… –hizo una pausa– está bien, no podemos ayudarla –se conformó el joven de cabellos dorados. –Nadie puede ayudarme, voy por el bocadillo y después me iré a la cama. Mañana será otro día –se resignó Julia con una mueca por sonrisa. Se metió en la cama, no sin antes preparar la ropa para el día siguiente, unos vaqueros desteñidos, una camisa blanca y un gorrito que le acentuaba su rostro delicado, con cierto aire a niña traviesa. La joven, aunque ligera de ropa, comenzó a sudar, se revolvía en la cama sin poder conciliar un sueño plácido y profundo. Aunque hubo instantes en que consiguió sosegar su espíritu, y gracias a esos retales de paz pudo descansar algo. Julia estaba abrazada a sus rodillas junto a un mar que nunca había visto, nunca había salido de Madrid. Las olas encrespadas amenazaban contra ella y, sin embargo, no se retiraba ni un ápice. No estaba sola, junto a ella estaban Gabriel y Uriel. Gabriel con sus ojos castaños y su cabello negro le recordó en aquel instante al chico que tanto amó, Gabriel la tomaba de una mano,

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mientras Uriel la tomaba de la otra. Junto a ellos nunca sentía angustia, miedo, y se le olvidaban los rencores y el odio que guardaba hacia aquel que la había abandonado. –¿Ya sabes lo que vas a hacer? –preguntó Uriel preocupado. –No, yo amaba a Manuel pero ahora lo único que me queda es un sofá y restos de una relación que yo no pedí, es injusto. –¿No vas a decirle nada, Gabriel? –insistía Uriel frunciendo el ceño. –No, ya una vez le enseñamos a amar, ahora tan solo tiene que recordarlo –apuntó Gabriel con una leve sonrisa. –Pues yo no recuerdo que me enseñaseis a amar –repuso Julia. –¡Mujeres! Nunca se acuerdan de nada de lo que les enseñamos, luego se atribuyen los meritos como propios –protestó Uriel en tono desairado. Los tres se adentraron en el mar hasta que el agua los cubrió por completo. Julia no era una experta nadadora pero los dos jóvenes la hacían flotar como si su cuerpo careciese de materia. Caminaba por encima del mar. Julia se incorporó de pronto: se encontraba en su cama. Su respiración era acelerada, el corazón parecía que le iba explotar y un sudor frío la recorría por todo el cuerpo. Salió del lecho aterrorizada; los dos jóvenes se habían asustado por la reacción de la joven. Lo primero que hizo


fue comunicarse con el doctor Suárez para cancelar la cita. Aquella mañana fue algo extraña, pues los pensamientos se agolpaban y se peleaban unos contra otros. Una batalla había comenzado en su cabeza. Luego, más tarde, en la galería, tuvo tiempo de sobra para adentrarse en su interior, no en su cabeza. Tenía que preguntarle a su corazón qué era lo que quería… Con el móvil en la mano, y dudando en marcar aquel número, o no hacerlo, se decidió por esto último, después de un mes sin llamarlo. Salió el contestador; aquello era un alivio. Tan solo debía hablar sin esperar ninguna ofensa. Manuel, soy Julia. Como todavía tienes las llaves de mi apartamento… Quiero pedirte que te lleves el sofá; luego deja las llaves en el mueble de la entrada. Nada más, gracias –una sonrisa de satisfacción se le quedó marcada durante largo rato. Respiró hondo, y volvió a marcar un número en su móvil. Le contestó la enfermera del doctor Suárez, que le rogó que esperase unos instantes para hablar con el doctor. –Buenas Julia, tú dirás –la saludó.

–Sé que esta mañana le he dicho que no volvería más a su consulta… he cambiado de opinión… –Me alegra oírlo, mi enfermera te llamará en breve para darte una nueva cita. –Gracias, no fallaré. Se lo aseguro, es una decisión tomada. Adiós doctor –con una enorme sonrisa, aliviada, soltó un suspiro. Cuando aquella tarde llegó a su apartamento, encontró las llaves de Manuel y un vacío enorme en su sala. Sonrió mientras se acariciaba el vientre. Si había sido capaz de cogerle tanto cariño a un sofá, ¡cuánto iba a amar a su hijo! Los jóvenes se sintieron aliviados de haber devuelto el amor a la joven, un amor sin límites. Unas enormes alas celestiales crecieron en sus espaldas. Arcángel y Ángel alzaron el vuelo, sonrientes por haber cumplido la misión encomendada. Uriel cogió un trozo de pan a escondidas de Gabriel. Un viento repentino hizo que los ventanales se abrieran, y Julia se acercó a cerrar las ventanas. Se agachó, porque un brillo dorado en el suelo llamó su atención, lo tomó entre sus manos y nuevamente sonrió. –Gracias por recordarme lo que es amar –dijo la joven en tono melancólico, mientras clavaba la mirada en un cielo aterciopelado, un atardecer único.

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María Parra La luna que quería ser sol El árbol se despertó en mitad de la noche y ya fue incapaz de retornar a su sueño. Algo perturbado, miró alrededor en busca de un amigo con el que charlar un rato, mas, como era de noche, el campo estaba tan oscuro que no conseguía ver nada. Abatido, alzó la vista a las estrellas y, al ver que estaban despiertas, intentó llamar su atención. -¡Buenas noches, estrellas! –saludó el árbol, batiendo sus hojas que silbaban en el viento. -¡Aquí abajo! –boceó bien fuerte. -¿Cómo estáis? –preguntó el árbol perseverante, ansiando un compañero con quien conversar. -Me llamo Castaño –comentó con voz ronca, mirando el cielo desde la oscuridad del bosque. Continuó un rato balanceando sus hojas, pero desde el cielo no le

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hacían caso. Entonces, Castaño se fijó en una charca y vio el reflejo de una luna rechoncha con poca chispa. –¡Luna, charla conmigo un ratito o cántame una canción! –chilló al firmamento. –No tengo ganas de charlar y mucho menos de cantar –chilló a su vez el rechoncho astro. De pronto, una nube algo indiscreta se acomodó sobre la copa del árbol cortando su diálogo. –Soy Regadera –les dijo la plateada nube, lanzando hacia abajo regordetas gotas de agua. Estas radiantes danzarinas deambularon por las ramas del árbol dejando charcos en el prado. –¿De qué habláis? –preguntó la nube llena de curiosidad y sin dejar de regar a Castaño. –He soñado que un malvado


leñador quería partirme en dos y por eso desperté sobresaltado. –No te quejes, solo fue un sueño –espetó molesta la luna, interviniendo de nuevo–. Para mí tampoco es fácil conciliar el sueño –lloró fatalista el astro desde el firmamento. –¿Qué te aflige? –preguntaron los dos confusos. –Soy muy fea y sufro, pues quisiera ser como el sol –farfulló la luna sintiéndose infeliz. Regadera y Castaño observaban atónitos sin entender. –Pues a mí me gustaría poder girar por los cielos –dijo gentil el árbol con algo de envidia. Miró con disgusto sus raíces pegadas al suelo, imaginándose entre las fulgurantes estrellas. La luna lloró haciendo caer hileras de lágrimas por el oscuro cielo, pues sentía el corazón herido por el fuerte anhelo de ser como su dorado hermano. –¿Por qué siendo tan hermosa envidias al sol? –preguntó la nube queriendo halagarla–. Haces surgir la luz de las tinieblas. –El hombre camina en la noche gracias a ti –afirmó a su vez el árbol admirando su elegancia. Pero la luna juzgó falsas sus palabras y, enojada, se alejó volando, sin siquiera decirles adiós. –Soy tan desafortunada, nadie me comprende –lloró afligida la luna mientras miraba hacia abajo.

Unas jóvenes estrellas escucharon sus quejidos y quisieron animarla e invitarla a jugar con ellas. –No llores Maika, lunita preciosa eres tan hermosa como el sol –cantaron–. Tu luz plateada es inigualable, o gran reina del firmamento –le dijeron. Maika miraba indiferente las diminutas luces que daban saltos alrededor suyo. –Olvida al sol y juega un poco con nosotras –la llamaron insistentes. Pero la triste luna las ignoró y siguió volando por el lóbrego cielo, alejándose de las estrellas. Miraba a todos lados en busca de algo que la hiciera olvidar al brillante y amarillento sol. Vio un inmenso bosque, pero no le llamó la atención. Cerca estaba un monte, que tampoco le gustó. Miró el mar, azul y profundo, y en él, una diminuta mancha encontró.. Curiosa, se movió hacia el misterioso manchón esperando olvidarse del sol. El capitán de un radiante velero de blancas y resistentes velas manejaba firme el timón, cuando la luna apareció. Se sintió contento, pues buena fortuna anunciaba su presencia. –¡Saludos, noble luna! ¡Venturosa es tu luz en esta fría noche! –exclamó sonriéndola. –¿Qué puede importar mi desteñida luz en esta noche? –refunfuñó el astro ceñudo. –Tus rayos tiñen cuanto nos

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rodea, evitando así que choquemos contra los peligrosos peñascos. –Eso no es importante –lloró obstinada la luna–. El sol es mil veces más valioso y perfecto. –No creo que llevéis la razón –replicó el marino convencido–. Mi vida y la de mis hombres podría muy bien depender de si brillas o no en el cielo. Nos permites ver la costa y por ti sabemos cuándo pescar y cuándo, mejor, permanecer en casa. De pronto, aparecieron a los lados del barco un grupo de delfines dando piruetas. –¡Qué bien que has venido, plateada luna! –cantaron los delfines salpicando agua–. Ahora que estás aquí jugaremos a cazar tu reflejo –dijeron los más pequeño, inquietos. –¿Ves, mi luna de queso, cómo todos te queremos? –le dijo el capitán lanzándole un beso. Pero el quejumbroso astro seguía sin sentirse querido y llorosa marchó lejos de aquellos. Corría por el cielo dejando regueros de lágrimas, pero paró al escuchar unos cantos. Una manada de lobos aullaban entre las escarpadas rocas de un monte. –¡Adorada luna, tan redonda e inmensa! –aullaron admirados, abriendo sus fuertes fauces.

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–¿Por qué me aulláis? –siseó extrañada, dejando caer sus lagrimas–. Soy fea y descolorida. –¿A quién cantaríamos sino a ti? Eres la reina de la noche. Tú nos guías y nos ayudas a cazar. Los lobos aullaban con tal devoción que las lágrimas de la luna cesaron ante su atronadora voz. Y entonces, pensó con tristeza que tal vez se equivocaba al tener por mejor al sol. Al tanto, escuchó unas risas que hicieron temblar hasta al firmamento. Oteó a su alrededor, algo temerosa ante aquel insólito movimiento que la hacía dar salttitos en el cielo. –¿Qué te pasa, luna? –preguntó la antigua y altísima montaña– ¿Por qué pareces tan mustia? –Verá usted, es que quisiera ser tan bella como el luminoso sol –dijo la luna en respuesta. –Eso me parecía a mí –rió con gusto la montaña de nuevo. –¿Qué te parece tan divertido? – vociferó el astro visiblemente


ofendido, volando hacia él. –Disculpa a esta vieja, pero todas las mañanas veo al sol volar sobre mi puntiaguda cumbre y todas las veces me dice lo mismo de ti –explicó la venerable montaña con vibrante voz–. Soy la anciana Wanda –anunció la montaña–, y soy tan vieja que ya estaba aquí cuando el mundo era solo un niño recién nacido –le explicó–. Y en estos largos años he aprendido unas cuantas cosas –afirmó. >>Puedes vivir lamentándote o aceptarte tal como eres -le sugirió–. Yo que tú, haría lo último, serás mucho más feliz –expuso la anciana convencida. La luna se quedó reflexiva, mas seguía algo indecisa. Por fortuna,

era ya hora de irse a dormir y dejar el oscuro cielo al brillante y llameante sol. -Habla con tu hermano y verás cómo llevo razón –gritó la montaña según la luna se alejaba. La luna hizo caso a la anciana y se quedó algo rezagada. Y cuando vio a su hermano, le preguntó si era feliz. Éste respondió que no. Nadie le miraba a la cara puesto que se cegaban. Soñaba ser plateado como su hermana. La luna vio su necedad y a dormir se fue satisfecha. A la noche siguiente apareció feliz y reluciente como nunca. Era afortunada por ser quien era.

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Andrés Cortés Tras de si

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Canción con alma

Tu beso se hizo calor, luego el calor, movimiento, luego gota de sudor que se hizo vapor, luego viento que en un rincón de La Rioja movió el aspa de un molino mientras se pisaba el vino que bebió tu boca roja.

El vino que pagué yo, con aquel euro italiano que había estado en un vagón antes de estar en mi mano, y antes de eso en Torino, y antes de Torino, en Prato, donde hicieron mi zapato sobre el que caería el vino.

Tu boca roja en la mía, la copa que gira en mi mano, y mientras el vino caía supe que de algún lejano rincón de otra galaxia, el amor que me darías, transformado, volvería un día a darte las gracias.

Zapato que en unas horas buscaré bajo tu cama con las luces de la aurora, junto a tus sandalias planas que compraste aquella vez en Salvador de Bahía, donde a otro diste el amor que hoy yo te devolvería......

Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da, nada es más simple, no hay otra norma: nada se pierde, todo se transforma.

Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da, nada es más simple, no hay otra norma: nada se pierde, todo se transforma. Jorge Drexler

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El Corazón de Asmar Capítulo I Primera Parte: Los cinco reinos. 1. Hungias. El cielo se hallaba despejado, ni una sola nube empañaba su gloria, y su color era tan intenso que parecía casi irreal, como si la cúpula celeste hubiera sido pintada con brocha y pintura. Presidiendo las alturas se hallaba el Gran Padre Melov, que proporcionaba luz y calor a la Gran Madre Asmar, al igual que a todos los pobladores de aquel fértil y próspero mundo. Compartiendo el cielo con el brillante astro, se encontraban las cinco lunas de Asmar. A su izquierda, Hungias, Pallas y Koronis, plateadas y siempre visibles en el firmamento. Durante el día, se mostraban como fantasmas semitransparentes, sin embargo, de noche, se convertían en resplandecientes esferas, de una inconmensurable belleza. Y a su derecha, Themis y Thule, de tamaño inferior, las cuales se hallaban en cuarto menguante. Contaba la leyenda que Melov y Asmar habían creado la luz y las tinieblas, el aire y la materia, y que, de la conjunción de su energía masculina y femenina, había surgido la vida. Decían que un día, el primer hombre sabio, que fue sabio porque descubrió que existía, aunque era posible no hacerlo, entristeció, al no encontrar sentido a vivir, ni a ser consciente de ello. Al principio, le pareció agradable saber, pues preguntarse por el Ser le hacía especial y diferente de los demás. Después, al comprobar que su inteligencia no era capaz de alcanzar el conocimiento, se frustró mucho, y se volvió muy desdichado. No sabía por qué vivía, ni por qué cada día al despertar seguía vivo y no todo lo contrario. A medio camino de enloquecer, se le ocurrió invocar a la Creación y exigir una explicación a su duda. Y así ascendió a la montaña más alta de su reino, donde poder tener los ojos más cerca de la luz, pero los pies pegados al suelo rocoso. Sabía que no podía tratar de volar sin hacerse daño, no estaba en su naturaleza surcar los cielos como el águila. La mejor opción, no había otra, era el fatigoso ascenso, caminando, hasta la cima. Su esfuerzo no fue en vano. Su oración sacó del letargo al padre Melov y a la madre Asmar, que disfrutaban de la eterna plenitud de su esencia

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divina. No esperaban una llamada de auxilio de alguna de sus criaturas. En su universo, todo estaba pensado para que cada átomo reflejara el amor con el que fue creado. Por lo tanto, cada conjunto de células debía manifestar la felicidad de ostentar la energía amorosa de sus progenitores. Entonces, ¿qué sucedió para que un hombre perdiera su alegría? La oscuridad agitó su miedo. En aquel tiempo, no existía ninguna luna, y la oscuridad nocturna era absoluta. Los hombres y mujeres de Asmar solían dormirse con los últimos rayos de Melov y despertarse con los primeros, por lo que no se daban cuenta de lo que sucedía entre uno y otro momento. El primer hombre sabio despertó, en mitad de la noche, y se asustó al no conseguir ver nada. Y de su temor surgieron las primeras preguntas. El primer pensamiento que tuvo fue que estaría gravemente enfermo o quizás muerto. La idea de desaparecer de Asmar le hizo temblar hasta que, al alba, comprobó que la luz volvía a extenderse, poco a poco, por la tierra, hasta envolverlo todo. Su cuerpo recuperó la calma, pero su mente solo recuperó la paz, cuando habló con Melov y Asmar en la montaña. Melov tomó la apariencia de una roca para hablar y Asmar la del susurro de un río. Y ambos se esforzaron por explicarle el sentido de la existencia, que no era ningún secreto. El hombre aprendió que el mundo era la forma material de la energía divina. Que la vida era la expresión de su pensamiento. Y que la luz nunca dejaba de existir, aunque no pudiera verla. “Entiendo, pero ¿para qué vivo?”, insistió. “Para experimentar el amor de la creación y aplicarlo a tu vida”, le respondió la gran madre. El sabio entendió. Recuperó la tranquilidad. Y les agradeció su enseñanza. Los Creadores, preocupados porque el miedo pudiera hacer aparición en otro ser vivo, decidieron tener hijos que reflejaran débilmente su luz, cuando ésta se encontraba alumbrando otro rincón del planeta. Y de este deseo, nacieron las cinco lunas que, desde el cielo, garantizaban que cada noche el mundo no desapareciera de la vista de sus habitantes desvelados, pero permitiendo a los demás el descanso.

Continuara…

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