María José Sánchez Alegría
La verdadera historia del universo
Retroceso en el tiempo Su paraíso inventado se tambaleó cuando la vio. Aquella mujer no estaba registrada en su inventario. Rebuscó en sus papeles, ordenó, uno a uno, los números anotados y los reubicó en cada una de las zonas. Hizo memoria temiendo no encontrarla tampoco entre sus recuerdos. Y después, tembló casi hasta enfermar. ¡No podía ser! Sus máquinas eran infalibles. Los habitantes de la nueva Tierra no movían un dedo sin ser observados. El control que ejercía sobre aquellos hombres y mujeres no dejaba lugar a dudas de la omnipotencia de su poder. Repasó los nacimientos. Etiquetó las fotos. Analizó las categorías. ¡Era imposible que nadie se colase allí! Para llegar al planeta había que traspasar diversas puertas dimensionales y él era el único poseedor de todas las coordenadas. La observó desde lejos. Le hubiera gustado escuchar una segunda opinión sobre aquella desconocida. Y por ese motivo, se sintió tentado a pedir ayuda. Deseaba compartir sus miedos, y echó de menos a alguien a quien echar la culpa de sus errores. ¡Pero estaba solo! La soledad del Amo era sólo suya, tan suya como el nuevo mundo que gobernaba con orgullo. ¿De dónde había salido aquel ser? ¿Cómo había llegado a sus dominios? ¿Con qué propósito? ¿Qué hacía nadando en la laguna? ¡Cualquiera que lo viese colmado de dudas, dejaría de considerarlo el Dios Supremo! Todo se había mantenido en orden hasta que aquella mujer, de cabello dorado, surgió del agua, mientras los peces aleteaban también nerviosos. Incluso uno de los soles parecía