María José Sánchez Alegría
La verdadera historia del universo
Retroceso en el tiempo Su paraíso inventado se tambaleó cuando la vio. Aquella mujer no estaba registrada en su inventario. Rebuscó en sus papeles, ordenó, uno a uno, los números anotados y los reubicó en cada una de las zonas. Hizo memoria temiendo no encontrarla tampoco entre sus recuerdos. Y después, tembló casi hasta enfermar. ¡No podía ser! Sus máquinas eran infalibles. Los habitantes de la nueva Tierra no movían un dedo sin ser observados. El control que ejercía sobre aquellos hombres y mujeres no dejaba lugar a dudas de la omnipotencia de su poder. Repasó los nacimientos. Etiquetó las fotos. Analizó las categorías. ¡Era imposible que nadie se colase allí! Para llegar al planeta había que traspasar diversas puertas dimensionales y él era el único poseedor de todas las coordenadas. La observó desde lejos. Le hubiera gustado escuchar una segunda opinión sobre aquella desconocida. Y por ese motivo, se sintió tentado a pedir ayuda. Deseaba compartir sus miedos, y echó de menos a alguien a quien echar la culpa de sus errores. ¡Pero estaba solo! La soledad del Amo era sólo suya, tan suya como el nuevo mundo que gobernaba con orgullo. ¿De dónde había salido aquel ser? ¿Cómo había llegado a sus dominios? ¿Con qué propósito? ¿Qué hacía nadando en la laguna? ¡Cualquiera que lo viese colmado de dudas, dejaría de considerarlo el Dios Supremo! Todo se había mantenido en orden hasta que aquella mujer, de cabello dorado, surgió del agua, mientras los peces aleteaban también nerviosos. Incluso uno de los soles parecía
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haber desaparecido. ¡No podía ser! Todo estaba medido. Dos soles, dieciocho millones de estrellas, tres millones árboles frutales, quinientos doce mil animales, mil setecientos veinte ríos y novecientas noventa y nueve lagunas. Pero de pronto, uno de los soles, el que se tornaba verdoso al amanecer, había desaparecido. Sintió un pinchazo parecido al amor nada más verla, sin embargo, eso era imposible. Su capacidad humana de amar no había sido activada. Habría podido elegir una de entre todas aquellas hermosas féminas que se le entregaban, pero él no sintió nunca nada más allá del mero deseo. No es que el amor quedara solo para los verdaderos humanos, sino que, en el fondo, se mantenía fiel al amor verdadero. En un momento de lucidez, 0888BJV temió por su obra y por su vida. El único ser capaz de encontrarle en aquel ignoto rincón del multiverso era el Señor Director. ¿Y si era una trampa? ¿Y si pretendía deshacerse de él y de su planeta perfecto? ¿Y si, de nuevo, una conspiración se hubiera tejido a sus espaldas? La miró otra vez, pero estaba lejos para apreciar los rasgos de su cara. ¡No parecía 1706FHZ! -un alivio- ¡Era hermosa, de eso no le cabía la menor duda! Pero… ¿tanto como para llamar la atención de él, el Todopoderoso? Se había acostado con todas las mujeres de su propiedad en edad reproductora, por eso estaba convencido de que esa hembra no era suya. ¿Debía ser valiente y abordarla, hablar con ella, o tocarla, para comprobar de qué estaba hecha? Debía, sí, sin embargo algo le impidió acercarse. Una
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fuerza incontrolable le obligaba a mirarla, pero un temor, también incontrolable, hizo que actuase con prudencia. La contempló desde lejos, escondido tras un platanero, y le pareció inmaterial, irreal e ilusoria. ¿Podía ser una alucinación? Podía ¿Y si el exceso de sexo le estaba mermando poderes? Necesitaba tiempo. Quizá un descanso. O una pajilla. No podía apartar la mirada de aquel ente extraño. Quiso acariciar su piel desnuda, quiso poseerla, y quiso poder amarla. En cambio, se escondió en su nave y cerró su escotilla a cal y canto. Era lo que la prudencia le dictaba. Ella sabía que la miraba, y sabía igualmente que su espectacular disfraz la había salvado de ser capturada, interrogada y a lo mejor torturada. Estaba tan asustada como él, aunque no lo mostrara. Su fortaleza era clave para la batalla. Salió del agua y antes de que pudiera secarse, sin proponérselo, se convirtió en un animal. Un dinosaurio gris azulado, cuatro veces más alto que 0888BJV. Algo iba mal. El Señor Director, desde el laboratorio, estaría trabajando en la optimización de su nuevo material genético y, a la vista de los resultados, la estaba cagando. El plan inicial se fue al garete. Había pasado de diosa a presa de caza en pocos segundos. Su nuevo aspecto era rudo, vetusto y, por desgracia, poco discreto. En seguida fue descubierto por algunos grupos de humanos que realizaban sus tareas cotidianas, por lo que, al poco tiempo, un numeroso grupo de detractores, que se morían de ganas de matar al monstruo intruso, se congregaba a una distancia prudencial de su voluminoso cuerpo. Si era sabrosa,
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comerían carne de ese bicho durante mucho… pero que mucho tiempo. No había que ser muy inteligente para saber que sus horas como saurópoda estaban contadas, así que, se lanzó a un ataque a la desesperada. Tendría una única oportunidad, y no poseía ninguna estrategia. No conocía nada sobre sus habilidades motrices y su capacidad depredadora, pero estaba obligada a intentarlo. Gracias a su poder celestial debilitó la barrera de seguridad, y se acercó lo suficiente para tener la nave al alcance de su cabeza. 1706FHZ, Fabianne Hole Zenus, ahora un Amphicoelias fragillimus, intentó embestir el aparato, pero 0888BJV se elevó algunos metros, saliendo de la zona de peligro. No le dio tiempo a recapacitar sobre sus movimientos cuando escuchó los primeros disparos. Aunque su piel era muy dura y las armas de poca calidad -al final, no le quedó más remedio a 0888BJV que dotarles de unos rudimentarios rifles para la caza-, notó el aguijón de cada uno de los orificios que se formaban en su carne. Y después, desde el cielo, le llovió un arsenal de munición de última tecnología. Por instinto, corrió, coleteó y trató de morder a sus enemigos. Luchó hasta que no le quedó más remedio que asimilar su derrota. Fue doloroso. Su fortaleza física alargó inútilmente su sufrimiento. Los seres vivos deberían tener un botón de apagado, que evitara una agonía innecesaria. Todo se desarrolló de una forma tan rápida e inesperada que no tuvo ocasión de avisar a Miguel ni a ninguno de sus
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compañeros. No habría buena nueva, ni mala, ni apocalipsis. Por lo menos, de momento. Una palabra hería la carpeta que custodiaba el informe de la Misión 1. Una palabra que escribió el Señor Director, de su puño y letra, con todo el dolor de su alma. Misión 1: abortada.