Una loca más

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Una

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Autora: Cris Purrusalda Ilustraciones: Liliana Salatino


Cris Purrusalda

Liliana Salatino

quí estoy, como ayer, como cada mañana, encerrada entre estas cuatro paredes blancas. La luz que llega a través de las rendijas de la ventana, me transporta lejos y ya no me siento tan sola, cada rayo de luz, me trae un recuerdo... ¿Mamá, por qué no me dejas salir? Soy una niña buena, pero ellos van a venir a buscarme y no quiero ir. - No, no, ¡No! Aléjate de mí, no me toques, ¡noooooooo! »No entiendo por qué no me dejan salir, me tienen aquí encerrada, si no veo el mundo que me rodea no siento impulsos de escribir, ¿para qué me sirve esta hoja en blanco? Yo antes escribía muy bien. Sí, recuerdo la historia de la vieja casona, aquella niña y sus aventuras. Era tan dulce. Recuerdo que me dieron un premio que me llenó de felicidad, pero ¿qué es la felicidad en este instante si no te tengo a mi lado, Jaime? No sé dónde estás, dónde te han llevado. »Yo soy un ángel que viene de lejos para traer cuentos nuevos para los niños... niños… niños... niños... no, los niños lloran, babean, no los quiero... no quiero escucharle... ¡que bonita mariposa!, se posa en las flores, allí hay una amapola roja, un lirio, una siempreviva... mira, Jaime, ¿ves las mariposas?, mira como vuelan, son muy bonitas, tienen los colores del arco iris... pero ¿dónde está mi niño? ¿lo he perdido?... - Carmen, estás aquí, en el hospital, conmigo, soy Elisa, la enfermera, tranquila, ahora traerán tus medicinas, ven bonita la enfermera se aproximó a Carmen, que se acercaba peligrosamente a la ventana. El alfeizar estaba demasiado alto pero Carmen había logrado subirse acercando una silla. Intentó tranquilizarla- Ven, bonita, no vayas a hacerte daño, tienes que hacerme caso para ponerte bien y poder salir a pasear. - No, ellos se han llevado a mi niño -empezó a gimotear, pero se acercó hasta la mano que le tendía Elisa, se bajó de la ventana 1



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y se abrazó a ella. - Lo siento, no sé qué me ha pasado, pero echo mucho de menos a mi niño y quiero salir de aquí -dijo Carmen, con una ternura inusitada y una sinceridad abrumadora. - Ahora, lo mejor es que duermas para poder sentirte mejor. Tómate las pastillas. La habitación quedó en calma. Tras unos minutos, Elisa comprobó que la ventana estaba cerrada por completo, apagó la luz y salió. Al terminar su ronda por las demás habitaciones, en su cabeza daba vueltas la imagen de angustia y desorientación de Carmen, la paciente número 24, así que se dirigió a hablar con el Doctor, quién se encontraba muy ocupado, metido entre papeles. - Doctor, disculpe que le moleste, querría hablar de Carmen, creo que cada día está peor. - Me está usted interrumpiendo, tengo demasiado trabajo, además, quién es Carmen, ¿ha olvidado que los pacientes tienen un número y que esa es la forma que tenemos para reconocerlos? - Disculpe, me refería a la paciente número 24, la encontré en la habitación con una crisis, estaba desorientada y muy angustiada. Todas sus palabras hacen referencia al hijo que perdió, creo que esto puede ser algo significativo, quizás... si volviera a hablar con la psicóloga... - Enfermera, esta mujer es una paciente más y no se le puede dedicar atención exclusiva. Ya habló con la psicóloga y le puso el tratamiento adecuado, el problema es que ella no se comporta bien y no hace caso. Además, si sus familiares no lo piden, yo no tengo obligación de hacer nada más. - Pero sus familiares ni siquiera han venido a visitarla. - Las cosas están bien así, usted lo que debe hacer es cumplir con su función de enfermera y atender a los pacientes. No se involucre emocionalmente o será peor; yo, como director y médico, junto a la psicóloga, revisaremos cada caso a su debido tiempo. Deje que haga efecto la medicación y limítese a cumplir sus funciones. Y ahora, le pido que me deje tranquilo, estos papeles no se rellenan solos. 3



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Salió del despacho decepcionada, abrumada por la situación y sintiendo que no podía hacer nada; su jornada de trabajo había concluido, lo más sensato sería volver a casa, como todos los días, y olvidarse de lo que allí ocurría, pues si no, acabaría más enferma que sus locos pacientes. Así fueron pasando los días y nada cambió. Elisa se agobiaba en el trabajo porque no podía hacer nada, sentía que los pacientes eran simples números y que a nadie le importaban. Tuvo varios problemas más con el director. - Hoy no ha venido nadie, pero la Luna me llama, ella si me quiere -Carmen miraba a lo lejos desde el alfeizar de la ventana-. La Luna me llama, seguro que quiere llevarme a un bonito lugar, allí sí hay flores, seguro que hay amapolas, siempre me han gustado las amapolas, son rojas... rojas como la sangre... no, no, no, son malos, ¿quien ha hecho daño a las amapolas? Han sido los locos del manicomio... a mí me quieren dejar allí, pero yo no estoy loca... mi niño está llorando y nadie le calma, la Luna, no pude calmarle sola, iré con ella... Al día siguiente, Elisa llegó como todas las mañanas. Notó algo de alboroto en el despacho del Doctor, le pareció extraño, pero siguió directa a los vestuarios, evitando meterse en más problemas. Se cambió de ropa y después recorrió, una a una, las habitaciones del Centro Psiquiátrico, cumpliendo las tareas que tenía encomendadas de forma eficiente y con algo de ternura, tratando con cariño a cada paciente, que para ella no era un simple número. Algo llamó su atención, al llegar a la puerta número 24. - Elisa, tenemos que limpiar la habitación antes de que llegue el nuevo paciente. - ¿Cómo? - contestó sorprendida mientras su corazón se aceleraba - Elena, ¿qué ha pasado? - dijo aturdida, mirando a su compañera a los ojos. - Ayer... alguien se dejó la ventana abierta o quizás Carmen consiguió abrirla... - Pero, dime qué ha ocurrido - exigió con lágrimas en los ojos. - Ayer, Carmen se... suicidó... nadie sabe cómo, pero lo hizo… saltó desde la ventana. 5



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- No puede ser, hace unos días intenté hablar con el Doctor, sabía que no estaba bien, quizás tendrían que haberle cambiado el tratamiento o haberla valorado de nuevo. - Tranquila. Sé que la tenías cariño, pero era una paciente más, aún quedan aquí muchas personas a las que atender; además, hoy internarán a un chico, me han dicho que es muy joven, es una lástima. - Pero... no podemos quedarnos de brazos cruzados sin hacer nada. Hubo un descuido, alguien dejó la ventana abierta y hay que saber qué ha pasado. No es un número más, es una persona que tenía una vida y una familia, aunque no hayan venido a verla, que merece ser enterrada con dignidad y que se haga justicia. Merece el mismo respeto que cualquiera, aunque tuviera una enfermedad mental. - Elisa, es mejor no entrometerse, ¿no querrás perder tu trabajo? Sabes lo que puede pasar si decimos algo. - ¡Claro! Sólo somos enfermeras que no podemos hacer nada, esa es la excusa -espetó Elisa, con la voz quebrada-, tenemos que guardar silencio y vivir con miedo a decir las cosas. Prefiero ser honesta y vivir una vida coherente que seguir aquí sólo por un sueldo -salió de allí, dirigiéndose al despacho del Director. - Buenos días, Elisa, ya que estás aquí podrías encargarte de recoger al nuevo paciente, está a punto de llegar, le trae su hermana, tome, estos son… -le interrumpió, el Director ni siquiera la había mirado al entrar al despacho. - Cree usted que sólo estoy aquí para obedecer sus órdenes, ni siquiera es capaz de contarme lo que ha ocurrido, cuando hace unos días yo misma estuve en su despacho para hablar sobre este número, como usted llama a las personas enfermas que están ingresadas en este centro. - Te refieres a lo de Carmen, supongo. Es un caso más, una pena, pero al menos descansará, no se preocupe, ahora lo que queda es pura rutina, trámites y más trámites, aquí hicimos lo que pudimos por ella. - No entiendo cómo puede tener tanta sangre fría, cómo puede quedarse tan tranquilo y ahí sentado. Debería estar averiguando qué es lo que realmente ha pasado, ser honesto 7



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como médico y como persona. - Como le dije, creo que se involucra demasiado con los pacientes, debería rectificar sus palabras y tener cuidado con lo que dice, no puede acusarme de nada; ha sido un terrible accidente y no hemos podido evitarlo, cumplimos con nuestro deber de atenderla e intentar frenar su locura, pero no ha servido de nada. Ahora será mejor que sigamos con nuestro trabajo y olvidemos este incidente. Y no vuelva a entrar así en mi despacho. - Yo no puedo seguir así. Las personas merecen respeto, incluso las “locas” como las llaman ustedes, a las que no hacen el mínimo caso. Estas personas son enfermas mentales, pero ante todo son personas y si no se les trata como tal, yo no quiero trabajar aquí. - Si eso es lo que desea, presente su carta de dimisión, hay mucha gente necesitada de un trabajo con menos miramientos que usted. Salió del despacho, recogió sus cosas y se marchó a casa. Estaba cansada de ese ambiente intransigente y deshonesto, donde no se podía hacer nada, ni se valoraba a las personas por lo que eran. Ella siempre había querido hacer las cosas bien, luchar por las personas y ayudarlas a recuperarse, aunque sabía que muchos lo tenían difícil. Había elegido esta profesión para ser parte del bienestar social, no sólo para ganar un sueldo. Y no podía seguir allí, viendo como la muerte se llevaba a unas personas, cuyo único delito fue encontrar en la locura un medio para evadirse de la dura realidad que les había tocado vivir. No sabía cual sería el siguiente paso, quizás denunciar o intentar aclarar lo ocurrido, pero al menos había dado un paso para ser honesta, aunque fuera consigo misma.

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