3ª Categoría FAMILIAS También hemos disfrutado mucho leyendo vuestros relatos. Queremos daros las gracias a todos los que habéis participado, por los cuentos tan bonitos. En la escuela también aprendemos mucho de vosotros. Gracias Félix Villegas Casado Cuento
“Mi huerto, vuestro huerto”
MI HUERTO, VUESTRO HUERTO - “Papá, ¿por qué hay gente que se muere de hambre?” - “¿Es que no tienen un huerto como nosotros?” Preguntó Linda. Aquellas preguntas dejaron boquiabierto a Charlie, el padre de Linda, que tardó unos segundos en poder contestar. - “Claro que no Linda, no lo tienen”. De repente, el esfuerzo que había hecho durante toda su vida por sacar adelante su pequeño huerto tenía sentido. Recordó las palabras de su abuelo cuando él mismo tenía la edad de Linda: - “Recuerda Charlie, un huerto es un tesoro y mientras lo conserves, ni tu ni tu familia pasaréis hambre”. Empezaron a pasar por su mente recuerdos de los primeros momentos pasados en el huerto y cómo su abuelo le enseñó todo lo que ahora sabía. Ahora sabía si la tierra necesitaba agua con sólo mirarla, sabía los días de sol que necesitaban los guisantes para brotar, sabía el mejor momento para plantar los pimientos y hasta el lugar exacto donde los tomates crecían hasta alcanzar el tamaño perfecto. Todas aquellas cosas que había aprendido de pequeño en forma de juego eran ahora la base de su pequeño negocio de venta de verduras y hortalizas con lo que se ganaba la vida y tal y como le prometió su abuelo era capaz de alimentar a su familia. La pregunta de Linda, le devolvió de nuevo a la realidad: - “Entonces papá, ¿los que no tienen un huerto, se mueren de hambre?” - “No cariño. Pero, ¿por qué preguntas eso?”
Linda le contó que en el cole habían estado hablando de un sitio que se llama África, dónde hace mucho calor, hay muchos desiertos y mucha gente se muere de hambre. Entendía lo del calor y lo del desierto, pero no podía entender lo de morirse de hambre. Estaba acostumbrada a desayunar antes de ir al colegio, comer cuando volvía a casa y a cenar al final del día. Además, llevaba un almuerzo diferente al cole todos los días y si se portaba bien, ¡podía incluso elegir la merienda! Por eso no podía entender que en ese sitio que se llamaba África los niños no tuvieran las mismas oportunidades que ella. -“¿Me lo puedes explicar, papá?” Esta pregunta siempre era el comienzo de una larga charla entre padre e hija y esta vez no iba a ser diferente. Charlie comenzó contando a Linda dónde estaba África y porqué hacía tanto calor allí. Poco a poco la pequeña fue abriendo los ojos más y más en señal de que la historia le estaba cautivando. Una vez que quedó clara la lección de cono sobre el continente, empezó la parte más difícil, explicar a una niña cómo dependiendo de donde nace una persona tiene más o menos oportunidades en la vida. Le explicó que allí, las personas vivían en casas hechas de barro, que había que ir a buscar agua a varios kilómetros de distancia, que los niños no iban al colegio y que por supuesto nadie tenía un huerto con el que alimentarse. Parecía que la pequeña empezaba a ser consciente de la situación y volvió a preguntar: - “¿Y por qué no se vienen a vivir aquí con nosotros? Aquí tenemos casas, si queremos agua, sólo tenemos que abrir un grifo, tenemos un cole chulísimo y un huerto que da mucha comida”. “¡Venirse a vivir con nosotros!” Esa reflexión infantil le trajo a la mente imágenes de esas personas que se mueren de hambre,
luchando y perdiendo la vida precisamente para eso, para vivir con nosotros. -“Ven, acompáñame al huerto que tengo que trabajar” Dijo Charlie. Linda acompañó a su padre y mientras veía fascinada las distintas tareas que cada día repetía de manera metódica en el huerto familiar, continuaron hablando sobre ese continente que a pesar de lo mal que lo pasaba la gente allí, despertó en ella un interés que le duraría toda la vida. Muchas más veces Linda acompañó a su padre al huerto y allí aprendió muchas más cosas, no sólo sobre el cultivo de verduras y hortalizas, sino sobre todas aquellas cosas que iba descubriendo día a día en el cole. El tiempo fue pasando y Linda terminó sus estudios. Tenía muy claro su futuro. Quería irse a África y ayudar a todas esas personas que lo estaban pasando tan mal. Cuando Linda le contó a su padre que tenía una oferta de trabajo para colaborar con una organización que se dedicaba a convertir tierras secas en pequeños huertos familiares, una sensación de tristeza le recorrió todo su cuerpo. Inmediatamente pensó en su propio huerto y en que probablemente con él terminaría la larga tradición familiar, pero a la vez, una sensación de orgullo le devolvió la sonrisa a su ya desgastado rostro. Linda, su hija, iba a continuar la tradición familiar de cultivar un huerto, pero esta vez a miles de kilómetros y en lugar de servir para alimentar a una sola familia, su trabajo serviría para dar de comer a muchas, muchas personas.
FIN
Félix Villegas Casado