De polvo y animal

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DE pol vo y ani mal EnoéEr éndi r a


De polvo y animal textos reunidos EnoĂŠ ErĂŠndira


Enoé Eréndira

Ensayo Sigiloso el murmullo apuntó a un blanco inmensurable Una aureola tembló de su cabeza a la pluma Vino el silencio y con él la voz deslizó su maravilla La verdad estertórea de ser poeta y nada

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De polvo y animal

Donde ya Llegaremos cuando tengamos qué viajar en las ideas donde ya nuestros claros descalabros no sean vagas precisiones de una historia que fue por sí Explicarán lo que fuimos ayer en el misterio que la muerte nos dio Y volveremos entonces a ser parte de una voz que sí empoeme nuestra historia en la voz que el agua ya

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Enoé Eréndira

Ellos tienen nombre I Ellos tienen nombre y sexo definido motivos nocturnos (dicen) para beberse la vida se quejan de ser partícipes hacedores de su muerte de no tener amor en sus horas negras y la mujer es Una que los perdió de sí la (muy) traicionera II Ellos son los hombres que la ciudad se traga los que mueren lento con el pretexto infame de la culpa intemporales siempre tristísimos por ellos por el otro no graban en su sangre las Artes del Ser 03


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el origen de sus y贸es apocal铆pticos III Ellos son como nosotros Hombre y Mujer sin tierra en la ciudad de plomo con el terror al asco a la costumbre sin embargo tenemos un animal dormido que de vez en cuando nos dice la vida la palabra es entonces lo terrible lo divino el paso del Ser a la Belleza a la Ternura a la querida Muerte de nosotros desolados

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Enoé Eréndira

Un poema dos La palabra también es alimento para quien muerde el pan de los silencios y sigue lejanísimas voces y secretos Ruedan los poemas por vísceras y llantos por estrategias lingüísticas y recovecos del habla donde el verbo es sustancia cuando es llanto empoemado de nostalgia eco de alguna vez sus labios Y serán polvo y la memoria los cantos los versos de agua siempre el agua como el ciclo de la voz definitiva que algún dios musicaliza de la caracola al laberinto

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De polvo y animal

Los dioses estĂĄn ausentes del cielo Los dioses estĂĄn ausentes del cielo del mar del aire porque nosotros tierra los llevamos dentro fundidos con el fuego de la sangre Nuestros dioses llevan por nombre la noche universal trabajan de infancia a sol de sol a infancia Son peregrinos ajenos al dolor de pertenecer Si alguno de ustedes quisiera el tatuaje la vena el vĂ­nculo tendrĂ­a que estar del lado opuesto del otro lado de tiempo a tiempo en el arranque primordial del miedo

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EnoĂŠ ErĂŠndira

Mujeres Nacen a la ausencia del momento y los detalles de una espera. Suelen ser refugiadas de la entre luz, una misma historia tantas veces tras la puerta y la ventana del murmullo, y el tiempo resistido que limpia de sus ojos el mar enarenado, y vuelven, aĂşllan a la luna, a la carne que fue el hombre de fuego y viento entre las manos. Son mujeres que pernoctan la espera mientras un gazapo va hacia el fondo del olvido y llevan otra ausencia como historia.

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Yo Yo es devoto del silencio cuando el otro quiere ser camino piedra que horada el psicoanálisis si lo depuramos del nosotros Libertad a medias por decirlo cárcel si llegamos a abusarlo frente al grueso espejo Imagen inspirada que en sesiones y sesiones aún se cree modelo universal Pero yo es metralla y sepulcro si lo amaneces en madera para sonar por los montes o las serranías donde es voz india es memoria colectiva y arma que combate la miseria

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Enoé Eréndira

Miedo Él es voz de la noche, costado y herida, soledad más soledad, siete y puntos suspensivos. Ignora las palabras y a los otros si mora dentro, en el impulso sigilosos en que se cree avanzar. Tiene nombre y lleva sangre, llama viva que sueña con la luz o el desborde de hondonadas que no caigan de rodillas, ni fallezcan por las venas con su espesura de cieno acorralado. El miedo llora suave como los viejos tristes, cae como un nudo de mariposas heridas, sangre y pálpito a merced de sus designios.

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En cualquier lugar de la noche “la triste parte de la existencia que nos corresponde a los hombres añorando y buscando como un demonio el vuelo necesario para satisfacer el corazón…” El seis

I En cualquier lugar de la noche escucharás el aliento de los hombres esa parte vital que los hace sombra viejos caminantes que nacieron muertos o públicas estatuas adolescentes puro mundo negando la luz para fugar urgencias II En los confines de las calles -dorado territorio citadinohay un desvelo temeroso que espera el alba todavía donde también el odio vive 10


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y sangra transparencias memorísticas III El futuro no cabe en esta fuga la noche es nuestra y la amargura es el frío de los que duermen su sueño ahí donde todos los ojos son negros y las verdades navegan o apagan con su sangre algún chispazo IV Todos nos vamos derecho al olvido sin libertad y sin cárcel vacíos ciudadanos del acto somos la triste parte del ser el lado oscuro del canto y el vuelo del hombre

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De polvo y animal ¡Qué desnudez de agua tan intensa, que agua tan agua! José Gorostiza

Qué ser tan ser de agua fugitiva, de sangre huella el acto libre. En tu beso hay espacio para abrasar los mares, en tus manos tiempo para desatar los peces. Qué ser tan agua de ser el rojo en la marea blanca de la noche mía. -La humedad te ha dado el temblor del invierno cuando lecho de lluvia avivó un océano sin nombreQué agua tan ser tu devenir de muerte amorosa, tu vértigo miedo a desmayar la sangre que te nombra.

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Enoé Eréndira

Ir hacia la luna y, mientras yo sondeaba aquella mina de las lunas de la mitología, ahí estaba, a la vuelta de una esquina, la luna celestial de cada día. Jorge Luis Borges

Ir hacia la luna. Hundirse y ascender cada vez que la ventana nos aleja del cromatoso urbano, esta bestia criminal que nos asila entre pavimentos de luz artificial. Luna es un buen sitio para salir a divagar por las secretas edades del círculo y sus espejos y mirar, y mirar el mar, sentir el aire, el sitio privilegiado donde el pez y el pájaro complementan su cosmicidad refleja.

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Sombras En los resquicios de luz que deja entrever la noche hay sombras que arrastran sus pasos como relojes de espera ciegos combatientes de la luna fantasmas en su temor de encontrarse Hombres caídos por la enfermedad del muro Soledad y miseria Voces que hacen historia del plomo citadino donde las balas tatúan las vidas de un pueblo una calle una casa por el gusto de aniquilar el alba y sentar su huella en el asfalto Aquí la verdad es periférica y de ellos aquí se detienen disparos en el pecho de un niño en este país que vende conciencias al postor de su imagen y lanza los fardos que ha de matar sus miserias

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Enoé Eréndira

Salirse Para Rafael Martínez Gómez

Uno debería salirse de este cuerpo. Volar de las manos más allá de los pies y la mirada. Dejar sobre la mesa alguna parte herida; los ganglios infartados, los tumores lapidarios. Salirse a caminar fuera de uno mismo siendo otro ligerísimo de médicos. pelarle los dientes a los que adoran la muerte dejarlos ahí, detrás del escritorio que los vence y los sujeta a ser cuadrados. Uno debería dejar sobre la mesa las respuestas absolutas, irse a preguntar a bordo de barcos ebrios, hablar de la vida como hablamos de la muerte cuando recordamos, sobre la memoria henchida de sabores, tactos, el olor a barro de tinajas y los cántaros, la imagen del frutero con sus jugosas uvas de vinos rotos 15


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y flores frescas, de cualquier mañana colectado. Uno debería alejarse. Andar en otra sangre. Quedarse fuera. Asomarse a la ventana de este ser que somos. Ser pájaro. Salir a volar lejos de aquel mí mismo, de esta sombra asidua habitante de una carne necia.

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Enoé Eréndira

Fue abril Para Pavel Neikame, Tan hijo

En abril desgrané milagro como cuenta de amor al borde de nardos llegaste con el grito regocijado de un bohemio a las 4 del alba con los ojos magníficos de la luz que me guía como un portento de amaneceres dulces siempre al borde de un hito de dioses y madres abrazadas a tu pecho de pródigos asombros en la imaginería de ser pájaro y piar de ser rana y saltar más allá de las nubes y la luna misma de ser ave y volar como lo hace Don Juan por ese viento limpio de tus años fue el día 12 preciso a la emoción de serlo todo madre flor abierta al grito de un viernes azul de tan cielo y sol atemperados no más quejas existenciales ni ojeras 17


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surrealistas s贸lo el placer de envolverte en mi regazo entre dos pechos plenos de alimento y sangre nueva desde entonces abril me dej贸 enredadera que me cuelga flores y mariposas con tus besos ni帽os y tus abrazos largos

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Enoé Eréndira

Niña Tatei a mi hija, pequeñísima luna y madre, Tatei Metzeri

La niña Tatei es todas las niñas viene del mar a decirte la luna con su canción balbuce y es grande el amor de sus ojos abiertos y su beso de luz La niña Tatei dice algunas palabras que son el preludio de un vuelco de aire un desafío grandilocuente al silencio del sueño al lugar en que espejo desnuda eco y mirada con su voz La niña Tatei cuenta sus dedos como contar estrellas uno dos tres y el salto el canto el baile magia y estrategia para hacer posible lo que no existe La niña Tatei busca a grito y cielo aquello que está en mi mirada se ovilla pequeñísima donde la imaginación ojo y mirada rehaciendo el asombro desde su 19


De polvo y animal

gracia y temple La ni単a Tatei es madre y es luna herencia wixarika de alguna voz oculta gaviota emancipada por la tierra prometida de los sue単os en tiempos presurosos de la infancia a un palmo de crecer y descubrirlo todo Tepic de Nervo, Nayarit, 2001

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Enoé Eréndira

Tiene sentido Tiene sentido si guardamos el ritmo y la respiración, el sino y el son del acoplamiento. La música y los huaraches, el ámbar de los vasos, se unirán al paso que danzaremos. Vamos por las callejas oscuras que pinta Chava, con su muchacha en la noche y su flotante de mil motivos, a desenterrar la vida y encender patrullas desatantes. Vayamos a la herida sin mortajas. Que en mi calle no aúlle una madre ni lloren niños en las ventanas, que los doctores duerman y nos dejen seguir descorchando sueños de cada botella. Dejemos claros flor y cuchillos, La virgen y sus velas, El gesto y la obsesión por el delirio. La borrachera de esta noche no tiene peda, Sólo cadencia, compás, sentido. 21


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De polvo y animal A Gabriel Larios

La casa de Lorenzo está situada en lo alto de la ciudad lagarto, allá donde no se sabe si empieza o termina el laberinto, porque aún no puede precisarse cuál es la cabeza y cuál la cola del animal. La ciudad tiene por calles inacabables

lonas

resbaladeros

que

hacia

suben

ninguna

y

bajan

parte

y

como

más

de

alguna vez sus propios habitantes se pierden o se encuentran inesperadamente; parece como si alguien

estuviera

serpientes manejando

y las

jugando

escaleras vidas

y

y los

eternamente se

divirtiera

espacios

de

la

localidad. También las casas tienen infinidad de recovecos, aunque cada una de ellas cuenta con su propio diseño para la sorpresa: sus pequeños o grandes laberintos que sortear. Quienes conocen más de la urbe afirman que sólo

para

ilimitable,

algunos sin

el

embargo

tiempo todos

y

aquí

es

cada

uno

–tarde o temprano- encuentran su paraíso o su averno.

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Enoé Eréndira

Cuando nosotros tres fuimos a conocer estos parajes teníamos como expectativas la búsqueda del verbo y del estilo; creíamos, como muchos soñadores, ser poetas y escritores. El día de nuestra llegada los pobladores empezaron a planear otros caminos –según ellos porque ya los conocían-, y la llamaban ya la ciudad de polvo

debido

al

uso

interminable

de

sus

toboganes y al roce constante de los muertos, porque a todo aquél que muere se le avienta y de

tanto

desgaste

se

va

convirtiendo

en

corpúsculo hasta desintegrarse. Este viaje no tiene un final, salen hacia el cosmos como una especie

de

estornudo

o

de

vaho

dulcísimo,

según la fuerza con que se les empuja. Al recodo de los caminos hay escaleras largas que sólo son utilizadas por la romería que baja a ver qué tipo de fin tienen sus muertos, y de esta manera saber si habrá festejo o no: si es un empujón brutal, los deudos suben por las lonas, lo cual ya es una penitencia, pero si apenas

se

siente

un

aire

fugaz,

entonces

regresan de bajadita cantando algún folklore, amarraditos

con

sus

propias

voces

para

perderse. De tanto viaje entre el polvo, el 23

no


De polvo y animal

calor y ese incontable eco de conversaciones que nos hacía inventar historias, decidimos sentarnos al pie de un tobogán: cansados y hambrientos, no podíamos sostenernos y esto era realmente un infortunio para nuestras ya débiles extremidades. Fue cuando pasó por ahí Lorenzo, otras

filósofo

tierras,

y

albañil

quien

originario

hechizado

por

de la

construcción de la ciudad había decidido hacía algunos años quedarse a vivir en ella. Nos presentamos y después de beber un licor de buen vuelo nos invitó a su casa; el único problema era encontrarla, podíamos pasar días o

meses

buscándola.

Aún

así

lo

seguimos.

Después de varias semanas dimos con el lugar. Hay en el corredor de la entrada una serie de litografías de Doré sobre el Quijote, dice Lorenzo

que

para

invitar

a

los

náufragos

desconocidos a luchar con aquello que aquí sí es posible, es decir, cuando el animal se sucede al hombre y las cosas mismas cambian de sitio; de pronto el que estaba en su casa ahora está entre los colgantes verdes prados o suspendido

de

algún

nubarrón

sediento.

La

lucha de la que él habla es entonces de tipo 24


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interno si se trata de un espejismo, o externo si se trata de un objeto o animal amenazante. La casa tiene una vista poco común y nunca es la misma: en cada habitación hay puertas que tienen como hojas espejos por ambos lados. De esta manera los cuartos conservan diversas multiplicidades, hecho que nos hacía discutir el paso siguiente porque, o nos llevaba a otra habitación, o caíamos al abismo de otras lonas citadinas u hogareñas. Fue en una de las tantas habitaciones que nos encontramos con el Templo de la Palabra, un

lugar

donde

los

demonios

de

la

lengua

manifiestan su inconformidad histórica debido al poco homenaje que se les rinde. Sus rayos lunares, sus cantos heridos, ensangrentados por el universo de la guerra, su terrible odio por las páginas y páginas desgastadas en la inmediatez del punto, su casi horror porque el sueño encuentre el alba, segundo a segundo heridos por el desgaste metafórico de millones y millones de entes coincidiendo en el círculo concéntrico de una misma imagen de la locura, sus voces implacables reclamando imaginación, 25


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su vómito universal infinitamente reflejado en la cámara de los tiempos, fueron dejándonos en los costados y en la sien el apocalíptico dolor de lo nombrado. Ya no podíamos avanzar. Habían pasado los años. Ellos tenían las canas de

la

inmortalidad

y

nosotros

las

de

la

imaginación castrada. Estábamos a tiempo de abrir el espejo cuando fuimos jalados, de uno en uno, por los hilos de la muerte: de la emotividad, el intelecto y la visceralidad. El animal salía de su estado contemplativo,

temblaba

hacia

los

cuatro

puntos como maldición o bendición wixarika y nos multiplicaba. Los demonios se vengaron quedándose con nuestros sueños para que nunca recordáramos. Ahora estamos en el centro mismo del laberinto: en la extensa llanura de la página en blanco, quizá en la espera de la imposible ficción.

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Enoé Eréndira

El sueño: animal amanecido Era

inútil,

alrededor.

no La

podía

recordar.

mesa,

el

Miró

a

escritorio,

su la

televisión, todo estaba en su sitio. A su lado vio a alguien dormido. Se levantó, fue a la recámara contigua; todos estaban durmiendo. Levantó

botellas,

vasos

sucios

del

suelo,

esquinas, mesa de centro. Limpió el piso, los sillones. Lavó, secó trastes, acomodó todo en la

alacena.

Desesperada,

tocando

objetos,

desperdigando sombras. Nada. Solo presente en su memoria. Entró a su cuarto. Un álbum de fotografías. Hojeó interminablemente, hoja a hoja, foto tras foto. Ahí estaban. Supo conversaciones, risas, movimiento. La nostalgia punzó, vino gota a gota, pesada, lastimera. Ellos estaban aquí, ella, recreando sueños imposibles de dilucidad.

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Animal de fuego Para Sergio

Cuando se reescribió esta historia el animal de fuego había hecho pasar a Lía y a Eduardo por su cortina, y se sabía que sin ser un símbolo, se manifestaba como algo innumerable que

aparecía

en

un

lapso

humano,

siempre

imperecedero. Para algunos es un mito, para otros quien da vida a los dioses y a los duendes, pero todos coinciden en decir que de él parten las religiones del universo y que puede ser el lenguaje mismo. Los designios del animal eran irredimibles, y Lía como tantos otros lo ignoraba. A ella le gustaba jugar con las palabras: decir

“no”

Desconcertar

y al

que

su

gesto

interlocutor

dijera para

“si”.

llevarlo

lentamente a sus lados oscuros. Porque a Lía no le interesaba la expresión externa de la contentura; buscaba el rincón del coraje en el 28


Enoé Eréndira

otro,

las

estragos,

limitudes el

lugar

del

sufrimiento

donde

ella

y

sus

pensaba

que

nacía el ser verdadero, no la otra cara de la moneda

sino

el

centro

eléctrico

de

donde

provenía la fuerza para crecer. De esta manera descubrió su propio llanto negro: el egoísmo sitiaba el corazón del hombre, su yoísmo era el justificante para cada paso cíclico del adiós al desprenderse del otro por el canal del acto y la frase hecha. Cuando decidió revelarle a Eduardo el sino de su interior invitándolo a comer de su mismo lenguaje, el animal de fuego pendía del hito de sus miradas. En aquel instante el animal decidió

recrearse

en

la

entrelínea

de

la

historia que gestaba. Ha habido en el tiempo investigaciones para determinar mi edad y saber de mi guarida: todas han fallado. Mis instantes se miden por las vidas que se unen, y esta es mi quehacer desde que el tiempo me legó su reloj. Desde que el hombre y la mujer fugan sus cuerpos en el abismo humano de si mismos. 29


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No sintieron sobresalto alguno, ni siquiera un leve escalofrío que hiriera el eco de sus voces o que alertara a Lía de ir perdiendo el juego, solo la sensación de saltar ciertos hilos del tiempo verbal, pasaban suavemente la barrera del yo y del tú. En sus historias había un que ver escrito, emotivo y hablador, común y ya vencido, quizás por ahí el animal les dejó poco a poco el fruto de la sorpresa. Era una locura prístina, pero no de atar, por que el brujo era el tiempo, el enlace con el mimetismo del fuego que les estaba metiendo su lengua

de

luz

entre

los

pliegues

y

la

curvaturas de la vida. Tal

vez

temprano

–o

demasiado

tarde-

entendieron que en el gusano de la sangre se tejen enredaderas por las que no se puede regresar; que los recovecos del sueño poseían el ave de cada uno de sus nombres, mientras el animal danzaba a sus lunas como ofrenda a la armonía primigenia de acercarse a él y tomar de su savia. Ya eran parte de su fiesta: las palabras 30


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saltaron, se salieron de juego y los dejaron desnudos de corazas. El animal se acercó dando lengüetadas

a

sus

cuerpos

hasta

hacerlos

morder su carne de llama viva: el pedazo de amor y muerte que les correspondía.

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De polvo y animal

El animal dormido o los minuteros del

tiempo

Los

dioses

pájaro

juntaron

sus

alas

para

impulsar el vuelo de sus aprendices terrenos. Tatewari le robó el color de atardecer y el calor de medio día al sol para darles en la piel su nocturna huella: trepidaron abrazados entre los bretes voraces del abuelo. De labio a labio se anidaron los minuteros en un canto sólo unidos podían volver a ser ellos. De nuevo era la noche, ese animal sombrío, quien tejía la historia de su vida. Extendía el manto de mi oscuridad para llevarle los cambios; desplegaba un sinfín de encrucijadas para que determinara por cual de ellas irse. Fue de noche, en una de mis cámaras, cuando Rosalía conoció a Eduardo: su minutero estaba dormido

resonando

las

heridas

de

los

años

pasados. Se había anidado –ella así lo creíaentre el chispazo estomacal y el intocable hilo de donde pende la vida. Fue el momento en 32


Enoé Eréndira

que no era ella sino todas las mujeres: sus voces y sus gestos. Lo había conocido en una de las tantas idas a las estrellitas, en la esquina de la escuela donde todos iban a embriagarse o a leer el último cuento o poema escrito, diciéndose unos a otros cuál de todos los escritos era el rescatable de la obra recién editada. Todos estaban en ese impasse, con la sensibilidad a flote

y

nombrándose

anarquistas.

Mucho

tuvieron que ver los amigos en esta danza amorosa, aunque yo lo tenía ya determinado, como en tantos de ellos. Aquel día la desperté con el zumbido de la soledad, deseaba que Rosalía fuera a buscarlo en

horas

humanas:

cuando

el

hombre

verdaderamente vive. Se levantó, tomó un taxi y fue a buscarlo: Eduardo estaba en su fiesta, con las estrellas colgadas de sus ojos: en cada pupila traía el dorado de las mujeres noche, su danza, su canto, su desnudez abierta al cambio. Mujeres del abrevadero del amor y de la esperanza. En sus manos se perfilaba la 33


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sombra del barrio, de ese lugar que lo tentaba escribir sus historias de agua. Es decir, de alcohol, de sexo, de sangre, de llanto: toda el agua universal contenida en la sequedad del hambre

y

de

la

rabia.

Poeta

de

la

urbe,

callejeaba en los linderos del blues, con la carnalidad tatuada “fumando de la hierba santa que no hiere ni mata” era la contraparte de su humanidad, que abrazada a la alegría del albur describía

el

último

de

sus

oficios

como

“albañil o resanador de hoyos”. Rosalía pensó en el péndulo, su cosmicidad comulgaba de mí y no sabía que la podía llevar al laberinto o la sentaba a libar los juegos del amor. Había leído el libro de sus vidas, conocía los tatuajes que traían en el alma: el creía en la carnalidad para el dolor y el paro; ella en la amistad a tiempos, y eso, según yo, era su libertad y su prisión. Habían estado detrás de la vida: en el nivel de hombre y la soledad los

huecos

de

sus

estómagos

se

confundían

entre los pasadizos de lo puramente orgánico y 34


Enoé Eréndira

lo ciertamente visceral. La infancia adolorida y las ausencias fue el motivo para que les diera mi respiración, para moverlos al compas de los trastoques del sueño. Que en el era una sutil manera de transformar la racionalidad más allá del bien y del mal, y en ella una lucha constante por brincar el hilo. Por eso les puse nombre y edad para despertar: no había otra manera de hacerles pesada la carga de los pájaros idos, de los eternos viajeros de mis moradas. Pero seguían pensando en las heridas, en los

desolladeros

del

alma,

languidecían

y

pensaban en sus honduras abiertas, y de nuevo el abuelo les prodigaba su fiebre: el animal voraz, jinete de la luz que tatuaba sus carnes como animal herido de deseo: él le hincaba interminablemente

el

filo

de

su

ternura

mientras en su espalda llevaba los bríos del vuelo. Tal vez este ir y venir era el temor a la ausencia temprana, quizá por que piensan el amor antes de sentir su veneno etílico. Y yo que no soy destino, pero tengo ciertas 35


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composiciones geométricas en mi haber, leves maquinaciones

matemáticas,

decidí

reencontrarlos antes de alejarme, sellar esta pausa humana en la fugacidad de mis instantes, que es la vida. Se que el cosquilleo de mi infinitud les dará el impulso necesario para canjear el sueño por soplos de inspiración. Y en que para m,í, no se si para ustedes, la escritura es una alteración y no es saludable sentarse a escribir el viaje de tantos.

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Enoé Eréndira

Hermoso animal urbano Lo viste sentado al borde de la banqueta: cabello

largo,

pantalones

lacio

de

y

rubio;

mezclilla,

de

llevaba

esos

rotos

comprados en boutique; una camiseta larga y unos zapatos tenis de lona blanca. Lo viste de pronto

con

alcance,

toda

con

su

ese

belleza rostro

expuesta que

las

y

al

niñas

lánguidas y de ojeras dulces de no ser ni hacer nada, envidiarían. -”Este muchacho es para robarle las horas al sueño”. -”Este muchacho es para tocarse lento, casi casi para herirlo de espera”. Con estos pensamientos iniciaste el camino en

casa

tendiendo

frente

a

ti

el

hermoso

animal urbano. En principio te dedicaste a luchar para no mirarlo. Sin embargo, él sabía que tenía la atención y lo proyectaba en su manera de 37


De polvo y animal

mecerse, como si él mismo llevara su cabeza entre sus brazos y la acunara, como una madre estrenando hijo. -”Si

me

atreviera

primero

a

hablar

que

a

tocar, diría: ¡no mames! o ¡qué onda, no te claves!... y eso destrozaría los intentos de perpetuarlo más allá de la juventud”. Leyéndolo

intensamente

te

consagraste

entonces a mirarlo entre líneas: “seguro que algo destejió los hilos y hoy no le prestaron el carro, para que nosotros, que a diario vamos a tumbos, lo hiciéramos nuestro en la memoria”. -”Tienes

un

rostro

para

el

arte,

para

recrearlo o repartirlo entre pinceles, tintas o

mazos.

¿sabes

que

la

palabra

puede

ser

chispa, magia o hechizo? No, no hables, sólo son mis yemas que te desandan. Soy el tibio viento que te sopla el tacto. Si, también la sombra fría que ha de congelar tu rostro, que es canto de la noche”.

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Enoé Eréndira

Después

prometiste

dejarlo

sin

voz

y

sin

persona y, mientras escribir: “haré nudos de palabras para encadenarte en esta historia”, él estaba frente a ti: “señorita, ¡señorita!, disculpe, ¿esta ruta se va derecho?, ¿no da vuelta ahí?...

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Segunda edici贸n. Noviembre de 2014 Guadalajara, Jalisco.

N煤mero de ejemplar: ____ / 50 Prohibido prohibir la reproducci贸n total o parcial de esta obra, siempre y cuando se le reconozca su chamba a quien la escribi贸. Todos los izquierdos reservados. Ponga la basura a trabajar.





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