Visor
Andrés de Luna Un hacedor de instantes página 2 Mónica Nepote Ventanas página 3 Carlos Jorán Entrevista a Marité Ugas página 7
N.o 454
domingo 11 de marzo de 2012
Entrevista a Sara Sefchovich
Héctor González Página 6 LUIS M. MORALES
Besos a cien dólares Kurt Vonnegut Página 4
MILENIO
02 b domingo 11 de marzo de 2012
MILENIO
antesala DE CULTO
Andrés de Luna b andres10deluna@gmail.com ESPECIAL
Números y letras
Saint-John Perse
Un hacedor de instantes
TOSCANADAS ESPECIAL
E David Toscana dtoscana@gmail.com
E
n las escuelas, las matemáticas llevan un orden lógico y creciente desde el preescolar hasta la universidad; en cambio las letras pierden la brújula desde la primaria, el avance se vuelve lento y desorganizado. Al salir de la preparatoria se conoce el teorema de Pitágoras, pero ningún verso de Homero; se trabaja con las leyes de Newton, pero ¿quién diablos es Shakespeare?, se sabe factorizar pero no versificar; se habla de números imaginarios que dan resultados certeros, pero la imaginación de Kafka es apenas una quimera; Euclides sigue siendo claro, pero a Cervantes ya no lo entendemos. El número es útil, por eso debe entrar aunque sea con sangre; pero la palabra es inútil, por eso sólo ha de entrar con placer, y como no hay placer, la dejamos fuera. Y es que las escuelas son fábricas de empleados obedientes, que saben que dos más dos siempre da cuatro porque esas son las reglas. Por su parte, en las letras no hay reglas más allá de la gramática. En las letras hay libertad, imaginación y belleza. Sin embargo, con Chéjov no se ponen ladrillos, ni con Flaubert se maneja un taxi, ni con Rulfo se acomodan cajas en una bodega, ni con Dostoievski se obedece al jefe, ni con Dante sale el pronóstico de ventas, ni con Borges le aumentan a uno el sueldo. Entonces debe ser bueno que haya más números y menos letras. Nada estoy argumentando contra las ciencias exactas, pero éstas son poca cosa si no se tiene en la cabeza el mundo de las palabras, de las artes, de todas las humanidades. Es más, me atrevo a decir que las matemáticas no
están hechas de números, sino de palabras. Cuando vemos, por ejemplo, la operación: “5 x 8 = 40”, no se trata sino de símbolos que representan las palabras “cinco por ocho es igual a cuarenta”. La mente se plantea con palabras los problemas físicos y matemáticos. Sólo sabe dialogar consigo misma mediante las palabras. Sabemos que Einstein no fue el mejor físico de su época en cuanto a sus habilidades con los números; sin embargo fue el más creativo, fue quien supo concebir ciertos fenómenos desde una perspectiva distinta. Esto seguramente se lo dio su inclinación por las artes, en especial la poesía y la música. Otra razón por la que los números tienen privilegios en las escuelas, es que son sencillos de enseñar y, sobre todo, de evaluar. La raíz cuadrada de cien es diez, o menos diez. No hay vuelta de hoja. Cualquier otra respuesta es errónea. En cambio, el maestro no puede tener certezas ante un chico que le dice: “Me parece que el trastorno de don Quijote no proviene de los libros de caballería sino de su fe católica”. Por descabellada que parezca, es una idea digna de discutirse. Las letras son incómodas en la escuela, pues el maestro pierde autoridad. Las letras son peligrosas en el mundo, porque las autoridades pierden autoridad. El tema viene otra vez al caso porque, bendito sea dios, este año cambiaremos presidente. Voy a suponer que al siguiente mandatario le importa la educación. La semana entrante le diré cómo desentaradar a los alumnos, y de paso a los maestros; la manera más sencilla de convertir nuestro pésimo sistema educativo en algo digno. Nomás es cosa de tener ganas. v
l exotismo fue una moda del siglo XIX que se acercaba a la trivialidad: todo lo que está fuera de Europa adquiere el emblema de lo raro. En cambio, encarnar “lo otro”, la diferencia, es algo muy distinto, y eso es lo que buscó el poeta Alexis Léger, autonombrado Alexis Saint-Léger Léger o Saint-John Perse. Nació en un islote coralino, propiedad familiar, que lleva por nombre Saint-Léger Feuilles. Vida marítima y amor a las islas y los desiertos fueron los distintivos de este diplomático francés nacido en 1887 y muerto en 1975, luego de ganar el Nobel de Literatura en 1960. Un itinerario casi perpetuo fue la existencia de un hombre de singular talento, quizás el mayor poeta del siglo XX (aunque ese logro también podrían compartirlo Ezra Pound, T. S. Eliot o Rilke). En ese Olimpo de vaivenes extraños, lo que aparece en el horizonte es el asombro ante la belleza. Para Saint-John Perse el edén se convirtió en un cúmulo de imágenes furtivas, con mujeres que lavaban sus cuerpos en el mar y que saciaban sus sexos con los poderes del sol y de aquellos que pudieran complacerlas al calor de las aguas, de la tibia arena y de los atardeceres encendidos. Saint-John Perse encontró la aceptación de los
EX LIBRIS
BITÁCORA PSICOTRÓPICA
críticos al publicar Anábasis en 1922. El mundo era un conjunto de fragmentos, detalles, asomos a una naturaleza en tránsito. Las moscas vuelan, las olas gimen con fuerza, la luna asoma y los días tienen esa sensualidad que se traduce en sabores, aromas, roces. El mundo como voluntad y representación, aunque muy alejado de las filosofías metafísicas. El goce inicia en lo profano para luego adentrarse en el imperio de las revelaciones. Jorge Zalamea, poeta colombiano, citaba a Saint-John Perse (“El poeta está con ustedes”) para luego aclarar esa aseveración de la siguiente manera: “Sí, en este caso excepcional, el de SaintJohn Perse, el poeta no es un ser ensimismado en sus dudas, sus esperanzas, sus miserias, sus sueños, sino un hombre entre los hombres, un testigo y un anunciador, la voz que debe dar testimonio de lo humano y loar al mundo”. La hazaña de Saint-John Perse consistió en renovar el aprecio por la naturaleza. Pocos han descendido a lo terrestre para luego convertirlo en materia celestial: “El halcón del deseo tira sus correas de cuero, el amor cejijunto se inclina sobre su presa. Y yo he visto mudarse tu rostro”. El poeta es el hacedor del instante y eso lo sabía con toda precisión Saint-John Perse. v Neso bEKO
Xavier Velasco
Kamikaze es aquel que no distingue entre coquetería y nihilismo.
MILENIO FRANCISCO A. GONZÁLEZ presidente · JAIME BARRERA RODRÍGUEZ director editorial · MARINA MIRANDA directora general de negocios · JORGE VILLARREAL comercialización · MIGUEL ÁNGEL PUÉRTOLAS jefe de información · ANTONIO NAVARRETE jefe de cierre editores: JORGE VALDIVIA G. ciudad y región · MOISÉS MORA negocios · IGNACIO DÁVALOS cultura · ELDA ARROYO mp · HUGO MERINO diseño · KALIOPE DEMERUTIS ocio · IRENE SELSER fronteras · HORACIO SALAZAR tendencias · JAIRO CALIXTO ALBARRÁN qrr y el ángel exterminador · SUSANA MOSCATEL hey! · FERNANDO TORRES circulación · NOÉ ANAYA producción ·
MILENIO diario b VISOR b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
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VISOR
antesala
Ventanas
Preguntas irresponsables
Nostalgia, ausencia, silencio, palabras que adquieren nueva fuerza y sentido cuando marcan la línea divisoria entre lo público y lo privado POESÍA
A SALTO DE LÍNEA ESPECIAL
Mónica Nepote
Braulio Peralta braulioperalta@yahoo.com.mx
I.
D
etrás de toda ventana se despliega una tarde. El canto de los pájaros sacude la línea del mundo. La calle presta su silencio de grafito a los muchachos para que hagan del camellón un estadio, ensayan un pase, dominan el balón. Un grito victorioso derrumba los murmullos. En el golpe de la pelota palpita la ciudad. Que no reviente en el aire ese trozo de cuero, que no agonice la ciudad en el último rebote.
E
l silbido del aire se cuela por la tela blanca, fantasma que brilla entre la ventana y la noche. Afuera, lejos de mi mesa la ciudad es una sílaba sostenida, una puerta que se abre, la voz de ensueño de una mujer que no conozco, el avión que súbito tocará la tierra. Tras el ruido construyo un mundo desigual. Línea divisoria entre mi cuerpo cerrado y la ciudad.
E
n el respaldo del día, la ciudad surge como una muchacha a la que asalta la tristeza. La ausencia hace del cuerpo una línea. Lleva al cuerpo, tibio, ante la mesa llena de pan y de silencio. En el masticar pausado, el día toma la virtud del aire.
P
oeta, ensayista, editora, Mónica Nepote (Guadalajara, 1970) es autora de Trazos de la noche herida (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1993), Islario (2002, Filodecaballos) y Hechos diversos (Ediciones de la Galera, 2011), del que tomamos los poemas que aparecen en esta página. “Prodigios”, “Hotel Partenope”, “Ventanas” y “Hechos diversos” son los cuadernos que conforman el tercer poemario de la también directora del Fondo Editorial Tierra Adentro de Conaculta, libro objeto diseñado por Selva Hernández.
¿
Tiene razón Jorge Carpizo en demandar a Anabel Hernández por su libro Los señores del narco? Lo dirá la ley, más allá de cualquier declaración. Pero hay un asunto de fondo: el tema del narcotráfico vende libros. El título que abrió gran parte de ese mercado, del extinto periodista Jesús Blancornelas, El cártel. Los Arellano Félix, sigue en librerías. Obras que siguen los lectores y promueven las editoriales. Casi todos tienen una lógica: citar sus fuentes, por ética. Sin fuente corremos el riesgo de la demanda. La razón por la cual Anabel Hernández es llamada a tribunales. No todo es su responsabilidad. Hay en el trabajo del editor un compromiso ineludible de advertir e impedir que un libro se enfrente a peligros de carácter jurídico. Cuidar al autor es responsabilidad del editor. No por vender más se puede ser irresponsable… Como le pasó a Olga Wornat con su libro sobre Marta Sahagún, hoy sin editorial para su nueva obra sobre Felipe Calderón. ¡Ya contratado le dijeron que no! ¿Cuáles fueron las razones? II. ¿Llegará a tribunales el caso de Sealtiel Alatriste, inhabilitado prácticamente por la acusación de “plagio” en algunos artículos? (Hasta hoy no hay nada comprobado sobre sus novelas.) Perdió el puesto de Difusión Cultural de la UNAM, y renunció al Premio Xavier Villaurrutia por el escándalo y la presión. ¿Se quedará así, sin respuesta? Del poder y el prestigio que le dieron sus puestos (director general del Grupo Santillana, cónsul general de México en Barcelona, fundador y director editorial de Nueva Imagen), a la nada. No hubo nadie que no se ocupara del caso. ¿Por qué la revista Nexos guardó silencio en su entrega de este mes? Sorprende en un medio con un gran despliegue en temas culturales. ¿Alguna cola que le pisen? Los lectores urgimos de Nexos un contrapeso frente a Letras
Jorge Carpizo
Libres, ¿o no? Pareciera que la confrontación sobre política es menos complicada que en asuntos culturales. ¿Qué podría decir al respecto el puntilloso Gil Gamés? III. ¿Cómo puede una editorial como el Fondo de Cultura Económica montar descuidadamente una muestra de Francisco Toledo sobre Pinocho, mal curada, mal museografiada, sin muro de presentación a los espectadores que describa las razones de la exposición? Puede. Porque hasta hoy ningún medio cronicó lo absurdo del montaje: con bisagras, clavos y maderas chuecas, y en un vitral infame, la obra fue presentada en la librería Rosario Castellanos, en la Condesa. Preservar es deber ético del FCE. La gente no entendía cómo en tres hileras, una sobre otra, las piezas del oaxaqueño eran en realidad una vil copia de los originales al centro de la galería. La muestra de Toledo sobre Pinocho pasó con más pena que gloria. ¿Por qué el menosprecio a nuestro máximo pintor vivo? Coda A propósito de narco, vaya a ver Los asesinos, escrita y dirigida por David Olguín, en cartelera del 8 de marzo al 1 de abril. Teatro Milán. (En el teatro se viene presentando la mejor comprensión sobre este tema, sin necesidad de demandas judiciales.) v
VISOR
Besos
a cien dólares En los próximos días comenzará a circular en México Mientras los mortales duermen, antología con dieciséis relatos inéditos del autor de Matadero cinco. Con autorización de la editorial Sexto Piso, publicamos esta historia donde el humor pone contra las cuerdas al aparato represivo, y tantas veces ridículo, de la sociedad contemporánea Kurt Vonnegut
¿
Comprende que esa taquígrafa de ahí va a tomar nota de todo lo que usted diga? R.— Sí, señor. P.— ¿Y que todo lo que diga se podrá usar en su contra? R.— Lo comprendo. P.— Nombre, edad y dirección. R.— Henry George Lovell, hijo. Treinta y tres años. Vivo en el 4121 de la calle North Pennsylvania, en Indianápolis, estado de Indiana. P.— ¿Ocupación? R.— Hasta las dos en punto de esta tarde, era director de la sección de archivos de la delegación en Indianápolis de la Mutua Eagle de Accidentes e Indemnizaciones, con sede en Ohio. P.— ¿En la torre Circle? R.— Exacto. P.— ¿Me conoce? R.— Usted es George Miller, detective y sargento del Departamento de Policía de Indianápolis. P.— ¿Alguien lo ha maltratado, ha amenazado con maltratarlo o le ha ofrecido favores para obtener esta declaración? R.— No. P.— ¿Es cierto que, aproximadamente a las dos en punto de esta tarde, atacó a un hombre llamado Verne Petrie con un teléfono? R.— Le golpeé en la cabeza con la parte por donde se habla y escucha. P.— ¿Cuántas veces le golpeó? R.— Una. Le di una vez, pero bien dada. P.— ¿Qué es Verne Petrie para usted? R.— Para mí, Verne Petrie es todo lo que está mal en el mundo. P.— Me refería a qué es para usted dentro de la organización de su oficina. R.— Trabajábamos en el mismo ámbito de ejecutivos de segundo nivel. Estábamos en secciones distintas. Ni él era mi jefe ni yo era su jefe. P.— ¿Competían por un ascenso? R.— No. Estábamos en campos completamente distintos. P.— ¿Cómo describiría a Verne Petrie? R.— ¿Quiere que describa a Verne con sentimiento? ¿O sólo para que conste? P.— Como usted prefiera. R.— Verne Petrie es un gordo sonrosado y enorme de alrededor de treinta y cinco años de edad. Tenía un
cabello naranja y sedoso y dos incisivos superiores tan largos como los de un castor. Llevaba chaleco rojo con cadena y fumaba cigarros muy pequeños. Se gastaba un mínimo de quince dólares al mes en revistas para hombres. P.— ¿Revistas para hombres? R.— Man About Town, Bull, Virile, Vital, Vigor, Male Virile. Ya sabe. P.— ¿Y dice que Vernie Petrie se gastaba quince dólares al mes en ese tipo de revistas? R.— Quince por lo menos. Esas cosas suelen costar cincuenta céntimos o más, y nunca vi que Verne volviera de su hora de comer sin llevar al menos una revista nueva. A veces tenía tres. P.— ¿No le gustan las chicas? R.— Por supuesto que me gustan las chicas. Las chicas me vuelven loco. Me casé con una y tengo dos niños encantadores. P.— ¿Por qué le molestaba que Verne comprara esas revistas? R.— No me molestaba, pero me parecía enfermizo. P.— ¿Enfermizo? R.— Las fotografías de chicas son como una droga para Verne. Bueno, a cualquiera le gusta mirar a una pin-up de vez en cuando, pero Verne tenía que comprar toneladas. Se gasta una fortuna en ellas y son más reales para él que ninguna cosa real. Cuando en el pie de foto de una chica desnuda se dice ven a jugar conmigo, guapo o algo así, Verne se lo cree. Realmente cree que la chica se lo está diciendo a él. P.— ¿Verne está casado? R.— Con una chica guapa, agradable y afectuosa. Tiene una mujer fantástica en casa. No es como si fuera un reprimido de la YMCA. P.— ¿En esas revistas nunca hay nada más que fotografías de chicas? R.— Pues claro que sí… hay otras cosas. ¿Nunca ha visto una? P.— Le estoy preguntando a usted. R.— Son muy parecidas. Todas tienen al menos una fotografía grande de una chica desnuda; generalmente, en mitad del ejemplar. Eso es lo que hace que la revista se venda, la fotografía grande. También suelen tener unos cuantos artículos sobre coches extranjeros, cómo decorar el ático de un soltero empedernido, cómo elegir un altavoz o la trata de blancas en Hong Kong. Pero Verne sólo quiere las fotografías de chicas.
Para Verne, mirar sus fotografías es como salir con ellas… Fajines. P.— ¿Cómo? ¿Qué ha sido lo último que ha dicho? ¿Fajines? R.— Sí, es otro de los temas que se tratan en esos artículos. Los fajines. P.— Parece que conoce muy bien esas revistas. R.— Mi mesa estaba junto a la de Verne. Sus revistas estaban por todas partes. Y cada vez que llevaba una nueva a la oficina, me la restregaba por la nariz. P.— ¿Se la restregaba literalmente? R.— Casi. Y siempre decía lo mismo. P.— ¿Qué era lo que siempre decía? R.— No quiero decirlo delante de la señorita que toma nota. P.— ¿Puede explicarlo por aproximación? R.— Verne abría la revista por la fotografía de la chica y decía aproximadamente: “Tío, pagaría cien dólares por besar a una muñeca como ésa. ¿Tú no?”. P.— ¿Y eso le molestaba? R.— Tras un par de años, me sacaba de quicio. P.— ¿Por qué? R.— Porque demostraba un sentido de los valores condenadamente pobre. P.— ¿Se cree Dios todopoderoso? ¿Cree que tiene derecho para ir por el mundo corrigiendo el sentido de los valores de la gente? R.— No creo ser Dios todopoderoso. Ni siquiera creo ser un buen feligrés de la Iglesia Unitaria. P.— ¿Qué le parece si nos dice lo que pasó esta tarde cuando usted volvió de comer? R.— Verne Petrie estaba sentado a su mesa, con un ejemplar nuevo de Male Valor delante de él. Estaba abierto por una fotografía a dos páginas de una mujer que se llamaba Patty Lee Minot y que llevaba una bata de celofán. Verne estaba hablando por teléfono y mirando la imagen al mismo tiempo. En ese momento tenía la mano sobre el micrófono. Me guiñó un ojo como si le estuvieran diciendo algo muy interesante y me hizo un gesto para que escuchara la conversación en mi teléfono. Me mostró tres dedos, indicando que debía conectarme por la línea tres. P.— ¿La línea tres? R.— Hay tres líneas que dan al despacho. Yo eché un vistazo alrededor y me di cuenta de que todos los teléfonos de la oficina estaban ocupados por personas conectadas a la línea tres. Todo el mundo lo estaba escuchando. De modo que me sumé a ellos y pude oír el timbre de un teléfono al otro lado de la línea. P.— ¿Era el teléfono de Patty Lee Minot, sonando en Nueva York? R.— Sí. Yo no lo sabía entonces, pero lo era. Verne intentó contarme lo que pasaba. Señaló la fotografía de Patty Lee Minot en la revista y luego señaló la mesa de la señorita Hackleman. P.— ¿Qué pasaba con la mesa de la señorita Hackleman? R.— La señorita Hackleman estaba de baja por un catarro y uno de los conserjes del edificio se había sentado en su silla y usaba su teléfono. Él fue quien puso la conferencia que tenía ocupado a todo el mundo. P.— ¿Conocía al conserje? R.— Lo he visto alguna vez en el edificio. Yo conocía su nombre porque lo lleva cosido en la parte trasera de su mono. Se llama Harry. Más tarde averigüé que su nombre entero es Harry Barker. P.— Descríbalo. R.— ¿A Harry? Bueno, tiene aspecto de ser mucho mayor que yo, de alrededor de cuarenta y cinco años… aunque, ahora que lo pienso, es más joven que yo. Es bastante atractivo, y creo que debió de ser un buen atleta en el pasado. Pero está perdiendo el pelo con rapidez y le han salido un montón de arrugas de preocupación o quién sabe qué. P.— De modo que usted oía cómo sonaba el teléfono en Nueva York. R.— Sí. Y estornudé sin querer. P.— ¿Estornudó? R.— Estornudé. Lo hice directamente en el teléfono, y todo el mundo pegó un salto de un kilómetro, y luego alguien dijo: “Gesundheit”. Verne Petrie se picó mucho con eso. P.— ¿Qué hizo exactamente? R.— Se puso rojo y se quejó. Dijo: “Callaos, tíos”. Ya sabe. Protestó como alguien que no quiere que un puñado de pendejos le arruine una experiencia hermosa. “Vamos, tíos —gruñó—, cerrad la boca o dejad la línea. Quiero oír”. Luego, alguien contestó el teléfono al otro lado. Era la criada de Patty Lee Minot. La operadora de larga distancia le preguntó si el suyo era el número que habían pedido y la criada dijo que sí, que lo era. Así
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de portada ILUSTRACIONES DE LUIS M. MORALES
que la operadora dijo “Le paso con su número, señor” y el conserje llamado Harry se puso a hablar con la criada. Harry estaba muy tenso. Puso un montón de caras graciosas, como si intentara hacerse una idea de cómo debía hablar. “¿Me podría poner con la señorita Melody Arlene Pfitzer, por favor?”, preguntó. “¿La señorita qué?”, preguntó la criada. “La señorita Melody Arlene Pfitzer”, repitió Harry. “Aquí no hay ninguna Pfitzer”, dijo la criada. “¿No es el número de Patty Lee Minot?”, dijo Harry. “Sí, lo es”, contestó la criada. “Melody Arlene Pfitzer es el verdadero nombre de Patty Lee Minot”, afirmó Harry. “No tenía ni idea”, dijo la criada. P.— ¿Quién es Patty Lee Minot? R.— ¿Es que no lo sabe? P.— Se lo pregunto para dejar constancia. R.— Ya se lo he dicho. Era la chica de la bata de celofán que aparecía en la revista de Verne. Era la chica de la página central de Male Valor. Supongo que es lo que se podría llamar una famosa sexy. Sale en las revistas para hombres todo el tiempo, y a veces sale en televisión, y una vez la vi en una película con Bing Crosby. P.— Continúe. R.— ¿Sabe lo que se decía debajo de la fotografía de la revista? P.— ¿Qué? R.— “La mujer eterna de octubre”. Eso es lo que decía. P.— Siga con la conversación telefónica. R.— Bueno, el conserje llamado Harry estuvo bromeando con la criada sobre el nombre real de Patty Lee Minot. “Llámela Melody Arlene Pfitzer en alguna ocasión y verá lo que dice”, sugirió. “Si no le importa —dijo la criada—, creo que no lo haré”. Y Harry insistió: “¿Puede ponerme con ella, por favor? Dígale que le llama Harry K. Barker”. “¿Le conoce?”, preguntó la criada. “Se acordará de mí si lo piensa un momento”, contestó Harry. “¿De qué la conoce?”, dijo la criada. “Del instituto”, dijo Harry. “Dudo que quiera que la molesten en este momento; esta noche tiene un programa de televisión y no está para pensar en el instituto”, sentenció la criada. “Estuve casado con ella en el instituto —afirmó Harry—. ¿No le parece que eso cambia las cosas?” Y entonces, Verne me dio un golpe en el brazo. P.— ¿Le dio un golpe? R.— Sí. P.— ¿Afirma que le agredió antes de que usted le agrediera a él? R.— Supongo que podría decir que sí, ¿no? Es una idea interesante. Si tuviera intención de contratar a un sinvergüenza de abogado, supongo que probablemente alegaría eso. Pero no, Verne no me agredió. Sólo me dio un golpe en el brazo para llamar mi atención, aunque fue tan fuerte que me hizo daño. Y acto seguido, casi me untó la fotografía de Patty Lee Minot por toda la cara. P.— ¿Se la untó? R.— Casi me la restregó. P.— ¿Y qué dijo la criada por teléfono cuando supo que Harry K. Barker había estado casado con su jefa? R.— Dijo: “Espere un momento”.
P.— Comprendo. R.— Y luego, cuando ella dejó el teléfono, yo dije: “Espere un momento”. Y Verne estalló. P.— ¿Hizo una bromita por teléfono y a Verne le molestó? R.— Me limité a imitar a la criada y Verne se subió por las paredes. Dijo: “Muy bien, tío listo, cierra el pico. Ya oigo tu voz divina todo el día, todos los días, año tras año. Ahora estoy a punto de oír la voz de Patty Lee Minot en persona, y te quedaría extremadamente agradecido si cerraras esa bocaza que tienes. Yo estoy pagando la llamada. Soy yo quien se juega el pellejo. Puedes escuchar si quieres, pero ten la amabilidad de permanecer callado”. P.— ¿Verne pagaba la llamada? R.— En efecto. La llamada fue cosa suya. Se les ocurrió cuando le enseñó a Harry la fotografía de Patty Lee Minot de la revista. Verne le dijo a Harry que pagaría cien dólares por besar a una muñeca como ésa y Harry replicó que le parecía gracioso que dijera eso porque, según comentó, había estado casado con ella. Verne no le creyó, de modo que apostaron veinte dólares y pusieron la conferencia. P.— Cuando Verne se enfadó con usted, ¿no respondió de ningún modo? R.— Me limité a encajarlo. Verne no estaba de humor para que le buscaran las cosquillas. Fue como si yo intentara levantarle a su adorada esposa; como si él tuviera una gran aventura amorosa con Patty Lee Minot y yo me presentara de repente y se la arruinara. No dije ni una palabra. Entonces, Patty Lee Minot se puso al teléfono. “¿Quién es?”. “Soy Harry Barker. Ha pasado mucho tiempo, Melody Arlene”. Harry intentó parecer refinado y desenvuelto. Se estaba encendiendo un puro pequeño que Verne le había dado. “¿Quién es usted realmente? ¿Eres tú, Ferd?”, preguntó ella. P.— ¿Quién es Ferd? R.— Qué se yo. Supongo que algún amigo suyo que suele gastar ese tipo de bromas; algún neoyorquino famoso, encantador, divertido y con mucho glamour. Harry dijo: “No, soy Harry de verdad. Nos casamos hace once años, el día catorce de octubre. ¿Te acuerdas, Melody Arlene?”. “Si verdaderamente eres Harry, y no creo que lo seas, ¿por qué me llamas?”, preguntó. “Pensé que te gustaría saber algo de nuestra hija, Melody Arlene. En todos estos años, nunca has intentado saber nada de ella. Supuse que te gustaría saber cómo le van las cosas; más que nada, porque es la única hija que has tenido”. P.— ¿Y qué dijo ella? R.— No dijo nada durante casi un minuto. Luego habló con una voz muy dura y gangosa: “¿Quién es usted? ¿Es alguien que intenta extorsionarme? Porque, si es así, se puede ir al infierno. Venga, ofrézcale toda la historia a la prensa si le apetece. Nunca he pretendido mantenerlo en secreto. Me casé a los dieciséis años con un chico que se llamaba Harry Barker. Los dos estábamos en el instituto y tuvimos que casarnos porque yo iba a tener un bebé. Por mí, como si se lo cuenta a todo el mundo”. Y luego, Harry dijo: “El bebé murió, Melody Arlene. Tu pequeña falleció dos años después de que te marcharas”.
P.— ¿Dijo qué? R.— Que la hija que tuvieron había muerto; que su bebé había muerto. Ni siquiera lo sabía; nunca se había molestado en averiguar lo que fue de ella. Ésa era la mujer eterna con la que, según la revista Male Valor, sueñan todos los hombres con sangre en las venas. ¿Y sabe lo que dijo ella? P.— No. R.— Sargento, la mujer eterna de octubre dijo: “Ésa es una parte de mi vida que he borrado por completo. Lo siento, pero no me podría importar menos”. P.— ¿Como reaccionó Verne Petrie cuando dijo eso? R.— De ninguna manera en particular. Sus ojitos de cerdo estaban vidriosos; enseñaba los dientes y casi le rechinaban. Andaba perdido en alguna ensoñación desenfrenada con él y Patty Lee Minot como protagonistas. P.— ¿Qué ocurrió después? R.— Nada. Ella cortó la comunicación y eso fue todo. Todos colgamos y todos, menos Verne, estábamos asqueados. Harry se levantó y sacudió la cabeza. “Ojalá hubiera tenido el sentido común de no llamarla”, se lamentó. “Aquí están tus veinte dólares, Harry”, dijo Verne. “Ahora no los quiero; sería como aceptar dinero de ella”, dijo Harry. Parecía salido de un mal sueño. “Le construí una casa, una bonita casa. La levanté con mis propias manos”, añadió, mirándoselas. Empezó a decir algo más, pero cambió de idea y salió de la oficina arrastrando los pies, sin dejar de mirarse las manos. Durante la media hora siguiente, la oficina parecía un depósito de cadáveres. Todo el mundo se sentía mal… todo el mundo menos Verne. Yo me giré hacia él; había vuelto a abrir la revista por la fotografía de Patty Lee Minot. Me miró a los ojos y me dijo: “Ese afortunado hijo de su madre”. P.—¿Quién era el afortunado hijo de su madre? R.— Harry Barker era el afortunado hijo de su madre porque había sido esposo de esa mujer maravillosa en su cama. “Ese afortunado hijo de su madre… Desde que he oído la voz de esa muñeca por teléfono, daría mil dólares por besarla”, dijo. P.— Y entonces fue cuando le dio. R.— Así es. P.— ¿Con su propio teléfono? ¿En lo alto de la cabeza? R.— Así es. P.— Y lo dejó seco. R.— Lo dejé más seco que el rabo de una vaca, porque de repente tuve la idea de que Verne Petrie era lo que andaba mal en el mundo. P.— ¿Qué anda mal en el mundo? R.— Que todo el mundo presta atención a fotografías de cosas. Que nadie presta atención a las cosas en sí mismas. P.— ¿Hay algo que quiera añadir? R.— Sí, me gustaría que conste el hecho de que yo peso cincuenta y cinco kilos y ochocientos gramos y de que Verne Petrie pesa noventa y un kilos y es treinta centímetros más alto que yo. No tuve más remedio que usar un arma. Pero, obviamente, estoy dispuesto a hacerme cargo de la factura del hospital. v
06 b domingo 11 de marzo de 2012
MILENIO
en librerías Sara Sefchovich
“Estar en un cuerpo de mujer no te hace mejor ni peor” El reciente libro de la ensayista y novelista desarma algunos mitos que nacieron de la mano del feminismo: la noción abstracta de igualdad o las cuotas de género BORZELLI IGLESIAS
Soy parte de Debate feminista desde que se fundó. Sin embargo, sí les digo a mis amigas: “¿por qué se olvidaron de mí cuando tengo las únicas tres novelas feministas de la literatura mexicana?, ¿por qué se olvidaron de mí cuando escribí la historia de las esposas de los gobernantes de México?” De ahí nació esa carta y es digno de destacar que ellas aguantaran la crítica. También habla sobre la poca presencia femenina en una revista como Nexos. Hubo quienes criticaron a esa revista y la tacharon de misógina. Yo fui la única que les dijo que no era misoginia, sino simplemente desinterés. Pero luego la revista editó un número especial con puras colaboradoras. Trató de componer las cosas. Ahí es cuando hablo de desinterés, pero es lo mismo que nos pasa a nosotras. Es algo que está en nuestra educación. Hay que saber diferenciar entre desinterés y misoginia. ¿Esta lógica predomina en la industria editorial? En las mesas de novedades las mujeres tienen presencia en ciertos temas pero no en otros. Cierto. A nosotras nos está permitido hacer novelas, y nos dan permiso gracias a que a mediados de los años ochenta las novelas escritas por mujeres encontraron un gran público lector (recordemos que en México las mujeres han sido lectoras masivas). Fue entonces cuando las librerías y editoriales se dieron cuenta de que hay un boom de mercado que debía explotar. En cambio, si hablas de ensayos y asuntos serios te das cuenta de que ese terreno es de los hombres.
La autora de La suerte de la consorte
ENTREVISTA
en las universidades, en los jóvenes, porque eran quienes podían cambiar esas ideas.
¿Es doble moral o educación? Es una educación contra la que muchos están luchando. En la revista de la que hablamos, los editores se dieron golpes de pecho y reconocieron: “Tienen razón, no lo habíamos visto”. Esta es la parte importante. Las feministas trabajan para crear tal conciencia. Hemos ganado que hasta una persona como Fox diga “las mujeres y los hombres”. Una vez que adquieres la conciencia, ya revisas lo que haces.
Héctor González
P
ocas mujeres en México han reflexionado sobre el feminismo como Sara Sefchovich. Novelas, artículos y ensayos forjados por años hacen de ella una autoridad en el tema. Libros como La suerte de la consorte o Demasiado amor son referencia obligada para entender el rol femenino en nuestra sociedad. Es probable que el tiempo ubique en esta misma línea ¿Son mejores las mujeres? (Paidós/ Debate Feminista), que reúne artículos, comentarios, fragmentos de vida. Tan crítica como lúcida, a Sefchovich no le tiembla la mano a la hora de poner el dedo en la llaga. A toda costa evita las generalizaciones. “Son imposibles en un país de cien millones de personas”, advierte, pero no niega que el mujerismo es uno de los principales lastres de un movimiento al que define como uno de los más revolucionarios del siglo XX. ¿Cómo se inicia en el feminismo? Primero me gustaría aclarar que el libro surge para celebrar los cuarenta años de la segunda ola de feminismo en México. Era buen momento para detenerse y hacer una reflexión sobre lo que se ha ganado y lo que falta. Tuve la suerte de que mi juventud coincidiera cuando ese y otros movimientos estaban llegando al país. El México que somos hoy es producto de todo eso. El feminismo fue una revolución cultural, cambió la manera de pensar y de hablar de hombres y mujeres. Me tocó estar en la Universidad cuando llegó Susan Sontag para hablar del tema, y ser amiga de Marta Acevedo, organizadora de los pequeños y primeros grupos feministas. Me maravillaba con su pensar. ¿En la cultura popular había entonces referentes feministas en México? No, para nada. Seguramente había mujeres de todas las clases sociales que estaban insatisfechas con su opresión y con la cultura machista, pero no podían cambiarla. El feminismo llega para, al menos, meter el gusanito de la inquietud. Primero prende en los sectores de clase media ilustrada,
¿Era difícil contagiar ese pensamiento a otros sectores de la sociedad? Claro, nos corrían cuando llegábamos a presentar nuestras obras de teatro o a dar discursos, pero tampoco nos victimicemos. No la pasábamos tan mal ni corríamos riesgos de represión, al menos en ese momento. Había una efervescencia de movimientos sociales, un genuino deseo de democracia y de cambio. En el libro plantea una diferencia entre mujerismo y feminismo. Está de moda creer que porque alguien es mujer puede ser mejor. A quienes hacen política, y este año lo estamos viendo, les gusta decir que son más tiernas y dedicadas. Estar en un cuerpo de mujer no te hace mejor ni peor, tampoco te hace luchar por una agenda de género. El mujerismo defiende la idea de que porque alguien es mujer tenemos que apoyarla. No se trata de eso. No estoy de acuerdo con aquellas que defienden lo realizado por una mujer. Lo importante es la forma y los objetivos por los cuales se lucha. ¿Cuál de estas dos corrientes predomina? Hay de todo. Incluso es difícil hablar de feminismo porque hay mujeres que luchan por la equidad pero no les gusta llamarse feministas, gracias al controvertido uso del término. En un país de cien millones de habitantes no se puede generalizar. No puedes decir “las mujeres”. Somos todas muy diferentes. No me interesa ese concepto abstracto de igualdad. Podemos reflexionar en términos de equidad o de derechos humanos para todos, pero no podemos generalizar. Dentro de esta crítica, incluso publica una carta en Debate feminista, coeditor del libro, por la manera en que las mismas mujeres se ignoran entre sí. Lo que sucede es que las mujeres crecimos acostumbradas a que no nos hicieran caso, e incluso nosotras mismas ignoramos lo que hacen otras. Hay muchas que luchan por ser artistas, escritoras o periodistas, pero en ocasiones no las vemos porque no estamos acostumbradas a detenernos en esa otra parte de la historia. Pero esa crítica no significa ruptura.
¿Qué piensa de las cuotas de género? No estoy en nada de acuerdo con ellas. Siempre las he criticado pero reconozco el argumento de quienes las impulsaron partiendo de que no teníamos las mismas posibilidades las mujeres, los indígenas o los jóvenes, porque nuestra educación y preparación no nos permitían entrar a competir en un nivel de igualdad. Al dar cuotas se supone que compensas ese punto de partida desigual, por eso las mujeres las pedían. Hoy hemos visto que sirven para hacer trampas. Tenemos el caso de las “Juanitas” o de señoras a las que no les interesa la agenda femenina y sí colocarse en puestos de poder. Todo esto implica una reflexión moral sobre la sociedad, también muy presente en su trabajo. Soy una moralina. Pertenezco a la generación de las grandes utopías. Nosotros pensábamos que había que manejarse con cierta ética y moral, que así podíamos combatir la corrupción y consumar la democracia. Obviamente, nos estrellamos con la pared de la realidad. Pero sí hay un concepto de que parte de la manera en que quieres que funcionen las cosas pende de una moral y ciertos lineamientos de comportamiento. ¿Se ha integrado la reflexión feminista en los círculos amplios de la sociedad? Yo creo que mucho. Hoy al menos a nivel de discurso la gente incrédula se cuida más y tiene mayor conciencia de que las cosas han cambiado. Se sabe que las mujeres y los otros grupos minoritarios tienen que participar en todas las áreas. México ha cambiado en los últimos veinticinco años para bien. Ahora no cualquiera se sale con la suya. ¿El principal pendiente feminista está en materia de justicia? Es la seguridad, que también tendríamos que explicárnosla más desde una perspectiva social. Es cierto que existe un gran pendiente con la justicia, el combate a la pobreza y el acceso a las oportunidades, pero creo que, en términos de mujeres, los puntos centrales son los derechos reproductivos y la lucha contra la violencia. v
domingo 11 de marzo de 2012
VISOR
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cine Marité Ugas
“Todo viaje implica una transformación” Concebida como un relato de iniciación, El chico que miente registra diez años de historia reciente, y atribulada, de Venezuela ESPECIAL
¿Fue difícil contar la historia desde la perspectiva de un joven? Era un reto porque implicaba abordarla como una hoja en blanco. El protagonista vive dentro de una burbuja creada por un padre protector; cuando tiene que salir, su mente está en blanco y debe aprender a contar sin un bagaje previo. Era tanto como partir de lo salvaje hacia una realidad desconocida. ¿Cómo fue la dirección del protagonista, Iker Fernández? Siempre supe que debía trabajar con un chico que no tuviera ninguna experiencia previa de actuación, que viera la película como el juego de interpretar algo y de convivir con gente que no hacía más que interpretarse a sí misma. Fue algo muy atractivo, porque él no estaba asimilando nada, simplemente se movía por las cosas que iba sintiendo, sin ningún tipo de filtro. Pero a la vez era necesario meterlo dentro del carácter introspectivo que requiere toda road movie. Planeamos el viaje de manera lineal. Si bien nunca había leído el guión, conforme iban sucediendo los episodios iba entendiéndolos claramente. Iker fue elegido porque, además de tener una gran intuición, cuenta con un talento nato. Es un artista que puede interpretar el mundo fácilmente. Aceptaba lo que le pasaba y en muchos casos le daba dimensiones a un personaje que iba reescribiéndose a medida que transcurría el viaje. ¿El guión se hizo sobre la marcha? Teníamos una idea y unos conceptos muy claros. De entre esos conceptos, las anécdotas sucedían en el mismo recorrido, sobre todo con los personajes naturales. ¿Cómo se resuelve la narrativa visual en situaciones espontáneas? Estaba claro que el viaje tendría un libre tratamiento visual: la cámara iba a estar en mano y pondríamos énfasis en el ojo del niño. Los recuerdos estarían relacionados a movimientos de cámara lentos y muy limpios.
Los filmes de Gaviria convocan a intérpretes no profesionales
ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com
E
n 1999, las tormentas en Venezuela ocasionaron que varios cerros se vinieran abajo. El fenómeno fue conocido como la “Tragedia de Vargas”. Para la directora Marité Ugas significó un cambio de era, un cambio que bien valía ser contado en una película. Así surgió El chico que miente, que cuenta la historia de un joven que diez años después del deslave emprende la búsqueda de su madre. ¿Siempre tuvo claro que El chico que miente sería una road movie? Tenía ganas de enfrentarme a lo que implica hacer una road movie. Además, me interesaba recorrer los últimos diez años de la historia de Venezuela y el gran deslave de 1999 me sirvió como punto de partida. Aquella tragedia sepultó a un pueblo y sigue siendo una herida abierta porque se mezcló
con circunstancias políticas: la realización de un plebiscito para crear una nueva Constitución que a su vez implicaba una mayor permanencia de Chávez en el gobierno. Para muchos, el deslave sirvió como una distracción respecto a la desgracia social que se avecinaba. Fue algo simbólicamente fuerte porque representaba el inicio de una nueva era. Este viaje pretende recorrer los rasgos y las heridas de los últimos diez años en Venezuela. ¿Por qué hacer esta metáfora a partir de la imagen de un joven de trece años que pierde a su familia? El recorrido del joven a través de la costa me sirve para contar diez años de historia reciente. Su edad funciona como una metáfora temporal. De alguna manera este joven pierde la inocencia… Las circunstancias le hacen crecer más rápido. La película toca el paso de la inocencia a la adultez, de la juventud a la madurez. Todo viaje implica una transformación.
¿Cuáles son los rasgos esenciales de una road movie? El género se nutre de dos raíces diferentes. Por un lado, en Estados Unidos, sobre todo en los años cincuenta, se trabajaba como un símbolo de libertad, casi siempre usando el coche como instrumento para dejarse llevar por la imaginación o para librarse del status quo. Por oto lado, el nuevo cine alemán, con Wenders y Herzog como principales exponentes, aportó la textura del viaje interior o iniciático, que consiste en transformar al protagonista a partir del enfrentamiento consigo mismo, ejemplificado por el recorrido de lugares desconocidos. Creo que ambas tradiciones son las que mejor definen las cualidades del género. Dentro de esta lógica, ¿cuáles fueron sus referentes? Me decanto por la segunda, sobre todo con Wenders a la cabeza. Puedo mencionar Alicia en las ciudades y Paris, Texas como modelos a seguir. Del lado del cine estadunidense, las propuestas del tipo de Jim Jarmush en Stranger than paradise, o de David Lynch con A straigth story, son las que más se asemejan a lo que me interesa contar, sin dejar de lado Estación Central del brasileño Walter Salle. V
HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL
Re-significar una estrella amarilla Fernando Zamora @fernandovzamora
C
uenta la leyenda que el rey Cristian X de Dinamarca decidió portar una estrella amarilla cuando los nazis obligaron a los judíos a ponerse una en la solapa. El gesto del rey tuvo el infructuoso propósito de re-significar (esto es, dar un nuevo significado) a un símbolo que anunciaba la barbarie que estaba por consumarse. Si el rey porta una estrella amarilla (habrá pensado), el símbolo perderá su valor. Se volverá “otra cosa”. En la película La Rafle uno de los personajes discute en el mismo tenor que el rey de Dinamarca y argumenta que hay que llevar la estrella amarilla con orgullo: “somos judíos, ¿no es cierto? Estamos orgullosos de serlo”. La realidad, por desgracia, es mucho más pragmática y cuando las autoridades son genocidas no hay forma de pactar, discutir o re-significar. La Rafle cuenta la historia del holocausto desde la perspectiva de unos niños que, durante el régimen de Vichy, son intercambiados con Hitler para que el mariscal pueda mantenerse en el poder. Francia estaba invadida, dirán sus defensores (que los tiene). Vichy, un héroe de la I Guerra Mundial, no podía hacer otra cosa. Falso. Pudo haber tratado de hacer como Cristian de Dinamarca.
Lo interesante de obras como La Rafle es que, al tiempo que muestran la faceta más oscura del ser humano, muestran también la más luminosa. Mélanie Laurent interpreta a una enfermera capaz de meterse en cualquier cantidad de problemas para salvar a los niños que han sido puestos bajo su cargo. En el contraste entre Vichy, Hitler y personajes como la enfermera Monod, avanza la historia humana. El veterano actor Jean Reno comparte créditos con Mélanie Laurent, y durante un momento las miradas y los gestos de los dos parecieran estar hablando de un romance; un romance francés hacia el interior de una película de sabor agridulce. Rose Bosch, la directora, ha conseguido hacer con esta obra un gigantesco mosaico en el que se tejen las historias de todo lo que confluyó en un desgraciado París en 1942 y por más que se concentra en la historia de dos niños hay en el guión constelaciones de personajes que viven por un instante en el cine. ¿Por qué ver una película como La Rafle? Al margen de las actuaciones hay aquí un guión redondo y la verdad de que el horror no debe olvidarse. Hoy Berlín reconstruye su faz prusiana y es importante seguir recordando sin que importe que se haya hablado ya tanto del holocausto. En todo caso, cada nueva película sobre el holocausto nos permite reflexionar sobre nuestro propio papel en la historia humana: ¿tenemos el carácter de quien puede decir “no” a
La Rafle (Los niños de la esperanza). Dirección Rose Bosch. Guión Rose Bosch. Música Christian Henson. Fotografía David Ungaro. Con Jean Reno y Mélanie Laurent. Francia, 2010 costa de su propia vida o somos más bien cómplices en la medida en que callamos? En la repetición incesante de una dolorosa experiencia, el cine expía al ser humano. Sólo en el cine la barbarie tiene sentido, no en la vida real. La muerte de todos estos niños no tiene sentido y sin embargo en el cine hay esta magia: la muerte de un inocente adquiere sentido en la medida en que nos hace conscientes de que hay cosas ante las que nunca deberíamos callar. V
08 b domingo 11 de marzo de 2012
Milenio
en librerías
Diario de invierno Paul Auster Anagrama México, 2012 243 pp.
U
n libro hecho con retazos de una vida zurcidos por la memoria. A los 63 años, Paul Auster echa una mirada a su pasado, a las cosas buenas y malas que le han sucedido. Recuerda su infancia, levanta el inventario de sus cicatrices, de sus amores, de los lugares que han sido su hogar, de sus viajes. Escribe en segunda persona para establecer un diálogo consigo mismo; se mira a los cinco años desnudo en la bañera, con la primera erección de su pene circuncidado y narra el accidente automovilístico con el que casi mata a su familia, debido a su urgencia por orinar. Los hechos en apariencia triviales como detonadores de experiencias significativas, trascendentes, forman parte de este Diario de invierno. Ahí están, entre tantas otras cosas, la primera —frustrante— experiencia sexual de Auster con una prostituta, sus dos fracasos matrimoniales y la estabilidad que ha logrado con su actual esposa.
Chuck Palahniuk Mondadori México, 2012 267 pp.
RESEÑA
I
ntegrante de un grupo de terroristas adolescentes entrenados para llevar a cabo un atentado de gran magnitud en Estados Unidos, Pigmeo —el agente 67— entra al país como parte de un programa de intercambio al seno de una típica familia de clase media; él le pondrá especial atención al padre, quien trabaja en la industria química. Su apodo proviene de su apariencia física, el cual nos deja ver uno de los temas presentes en esta novela que llegó con dos años de retraso a nuestro idioma (faltan Tell-all y Damned). Experto en artes marciales, Pigmeo además sabe armar artefactos explosivos y todas sus acciones están guiadas por máximas de grandes figuras de la lucha revolucionaria —Mao, el Che Guevara— pero asimismo de “enemigos” como Adolf Hitler. Sin embargo, la juventud de Pigmeo lo meterá en problemas, a pesar de sus convicciones. Otra ácida crítica de Palahniuk al american way of life.
Cosmonauta
Solo en Berlín Hans Fallada Maeva Madrid, 2011 575 pp.
D
efenestrado por el nacionalsocialismo, huésped recurrente de prisiones y clínicas psiquiátricas, toxicómano y prolífico, Rudolf Ditzen —que desde 1920 utilizó el pseudónimo de Hans Fallada— escribió Solo en Berlín en apenas ¡cuatro semanas!, poco antes de morir en completo abandono el 5 de febrero de 1947. La novela transcurre entre 1940 y 1942, en una ciudad que aún celebra los triunfos del Führer, y tiene como protagonista a un matrimonio acomodado que ha decidido, mediante el envío anónimo de tarjetas postales, plantarle cara al nazismo. Su empresa, debemos reconocerlo, concentraba los deseos mudos de miles de alemanes que se opusieron a Hitler. Sólo en Berlín fue ideada en tonos sombríos. Buena parte de ella corre a cargo de agentes y delatores fascinados con la tortura y la muerte. Una visión distinta, dice Hans Fallada en la nota final, habría significado un tributo a la mentira.
¿Hay vida en la tierra?
Daniel Espartaco Sánchez Fondo Editorial Tierra Adentro México, 2011 82 pp.
S
eis narraciones animan este volumen que obtuvo el Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez en 2009: “Cosmonauta”, “América”, “El hielo se derrite lentamente”, África”, “Estación Espacial Mir”, “La ciudad blanca”. Pertenecen a un ámbito en el que la niñez o la juventud temprana son inconcebibles sin la protección familiar. La figura paterna sobrevuela cada una de ellas, aunque más como una ausencia —o una noticia lejana— que como un asidero. Hay una noche adúltera en un cuarto de hotel, una visita a un mall de El Paso, un funeral, un hombre desastrado, un imaginario acróbata del Circo de Moscú, una desertora del régimen castrista… y una cierta impronta de aquellos tiempos en los que la mitad del planeta aspiraba a la dictadura del proletariado. Mediante una engañosa sencillez, Daniel Espartaco Sánchez ha dado con un libro que certifica la pérdida irreversible del paraíso en todas sus formas.
Lectores entre líneas
Juan Villoro Almadía México, 2012 434 pp.
P
La pesadilla de Cham
Pigmeo
ara celebrar siete años de existencia, la editorial Almadía ha publicado su título número 100, ¿Hay vida en la tierra?, en el que se recopilan 100 textos de opinión de Juan Villoro escritos entre 1995 y 2011, con pocos caracteres pero abundante ironía y sentido del humor. Villoro utiliza la realidad como materia prima y la reviste con el lenguaje y la imaginación característicos de un cuentista. De esta manera reflexiona sobre el mexicano y el arte de llegar tarde que éste ha perfeccionado, o sugiere ponerle fin al dominio machista del control remoto. Ya sea que hable de los cobros excesivos de la compañía de luz o de lo poco valorados que se encuentran los pies a últimas fechas, Villoro expone con soltura un género literario entre la crónica de la vida diaria, el ensayo costumbrista y el relato corto, para ofrecernos, en sus propias palabras, unos “artículos con tentación artística”.
Neige Sinno Aldus/ CNCA México, 2011 269 pp.
N
acida en Francia, y habitante de México desde 2006, Neige Sinno emprende el análisis de la obra de tres autores capitales de las letras hispanoamericanas: Roberto Bolaño, Ricardo Piglia y Sergio Pitol. Si en algo se hermanan, es en la convicción de que los actos de leer y escribir son complementarios y se resuelven a fin de cuentas en una sola vocación: la del amor a la literatura. No dejan, sin embargo, de exhibir algunas diferencias. Ahí donde Bolaño concibe al lector como un aventurero empeñado en transformar la realidad, Piglia piensa en él como una suerte de demiurgo que tiene en sus manos la facultad de modificar la historia literaria, y Pitol como el oficiante de un ritual que rinde culto al azar y a la excentricidad. En los ensayos de Neige Sinno conviven la observación, la destreza intelectual y la simpatía por la figura del lector vuelto crítico, un avis rara en estos días.
Marco Islas-Espinosa
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uando un escritor elige sumergirnos desde el inicio de su narración en un mundo completamente ajeno al nuestro ha tomado una de las decisiones más valientes que un autor puede tomar: creer en su historia y en sus habilidades. En Bajo la niebla de París, Gerardo Cham apostó y, en el largo aliento que sustenta su novela, lo logró. La primera escena que sustenta su historia nos adentra en un mundo de tintes kafkianos, aunque otros lectores atentos le comparan con Un mundo feliz de Huxley, para involucrarnos en la singular historia de un hombre insular llamado Samuel J. Vacuitis, de profesión profesor de historia. Crónica de un monólogo interior que se interrumpe para dialogar con un entorno igual de asfixiante que el ser que lo vive, Bajo la niebla… es una muestra de la literatura que apuesta por la creación de ambientes para explicar la dinámica de sus personajes, sus motivaciones e incluso sus destinos. Bajo la niebla de París, cuenta una historia de amor que es interrumpida constantemente por la decadencia de un ambiente donde las más mínimas expresiones humanas, dichas por el lenguaje corporal y los sentimientos, están férreamente vigiladas por un Estado totalitario que puede ser, o no, reflejo del estado mental que embarga a su protagonista, y por mérito de Cham, al lector. Quedan para éste último las contribuciones que hace Cham a la literatura de la distopía, en su caso con un toque retro tanto en el tono como en el decorado, como una probada habilidad para la construcción de escenas y diálogos que mejoran la trama hasta convertirse en parte importante de la sustancia del libro. Ésta segunda novela de Cham
Gerardo Cham Bajo la niebla de París Ediciones Arlequín, Guadalajara, 2011 176 pp. edicionesarlequin. com.mx demuestra que la suya es una obra en construcción que nos depara, esperemos, mayores resultados en el futuro y prueba que un narrador sólo puede construirse ahí donde se reta a sí mismo. Gerardo Cham (Guadalajara, 1964), es el demiurgo, el doctor Gerardo Gutiérrez Cham (doctor en Filosofía y Letras con especialidad en Análisis del Discurso por la Universidad Autónoma de Madrid) es el encargado de poner su bagaje cultural para que la novela llegue a puerto cargada, además de sus propiedades literarias, con una cuidada preocupación por mantener una coherencia en el discurso que da más solidez al libro. Bajo la niebla de París es además una pieza clave en la colección de Arlequín, ya que ratifica su compromiso por bucear en los fondos literarios de la entidad para rescatar aquellas voces que tienen algo que aportar a la abundante, pero aún carente de vitalidad, vida literaria de Jalisco. V