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C U R A
J O S É
A L B U J A
RELATO COLECTIVO LOMA GRANDE Durante los siglos XVII y XVIII muchos de los frailes y curas de Quito se fueron labrando la reputación de picaros y libertinos, la mayoría tenía sus concubinas y disfrutaban de una vida desarreglada y concupiscente en las mojigatas y espesas noches coloniales. Ya El cura José Albuja empezó hacer noticia por su presencia permanente en los estanquillos y casas de osano placer del barrio de la “Loma grande”. Dicho fraile era un hombre joven y buen mozo. Era tocador de la vihuela y seductor de una voz hermosísima y melodiosa. José Albuja tenía todos los atributos de un seductor, por el año de 1791 llegó a la ciudad el obispo José Pérez Calama, trayendo consigo una importante tarea. Una vez instalado en la ciudad y conocedor de la mala fama del fraile quiteño, decidió poner fin a tan disoluto estilo de vida. Su tarea primordialmente era que de alguna manera el cura cambiará su estilo de vida y esto hizo por medio de diferentes ejercicios espirituales de San Ignacio que logrará que el fraile se aplicará en los retiros. Si bien el cura Albuja salía arrepentido y con el deseo de llevar una vida nueva y ejemplar, sus buenos propósitos se desviaban apenas veía una guitarra o una dama le respondía a sus galanterías. El cura a pesar de irse de retiro seguía en esta vida bohemia de fiestas y rumbas, pasó un tiempo y el Obispo se dirigió acompañado de su séquito por la calle larga de la “Loma” hasta la altura de lo que posteriormente sería la plazoleta de la mama cuchara. Al acercarse a una casa situada en ese lugar, iba acercándose al resguardar de una guitarra y un barudo de quienes participaban en un fandango. El Obispo irrumpió en la fiesta y encontró infragante al cura Albuja, tocando estrepitosamente la guitarra, indignado el obispo le increpó “Doctor Albuja, esto nunca se va acabar, esta vida de arrepentimiento cabizbajo el cura albuja contestó “no señor, esto no es la resurrección de la carne” El cura Albuja jamás pudo enderezar su vida pero a partir de entonces el Obispo Pérez Calama, prohibió el ingreso de la vihuela y guitarras en los conventos.