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Una zamacueca

a Pancho Graña, dedicado a su apreciado médico y amigo, toma del género norteño su ritmo con interludios entre las estrofas que recuerdan al dulce por su aire mayor. Conformada cada una por dos coplas y un pareado que repite los dos primeros versos, en sus agradecidas palabras otorga musicales cualidades curativas al médico25. Canta la tercera estrofa de esta canción: «Decía por marineras / y curaba con tonderos / y en cada mano tendía / su corazón generoso; / ojos de mirar hermoso, / voz de penetrar profundo, / risa, gracia, duende y línea / fue dejando por el mundo. / Decía por marineras / y curaba con tonderos».

La segunda canción que escribió con ritmo de tondero fue Ha de llegar mi dueño, la cual está conformada por cuatro estrofas compuestas de versos dodecasílabos, salvo el penúltimo, que presenta 15 sílabas —que podemos dividir en dos hemistiquios de siete y ocho sílabas—, que, al quebrar la rima, da preciso remate a estas enamoradas coplas: «y|le|da|ré_en|mis|la|bios|a|güi|ta| pa|ra|su|sed».

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UNA ZAMACUECA

Por último, en 1977, compuso Chabuca su canción Una larga noche, cuya estructura se basa libremente en la marinera para recrear su propia versión de la antigua zamacueca. Precisamente, propone en esta un término, «zamacueca», pero no se rige el texto por ninguna otra regla que parametre su métrica; más bien, esta libertad es aprovechada por la artista, quien rápidamente deja que su verbo se multiplique en cada estrofa, pasando de tres versos en la primera a cinco en la segunda: «¿Por qué será la noche tan larga y alucinada / y tan sola y tan desalmada, si es solo, / si es solo una larga noche, / zamacueca, zamacueca, / es solo una larga noche?». Emula luego una llamada del canto de jarana —«¡Mi noche nunca es aurora / que llega por la mañana!»—, aunque, en lugar de comenzar una fuga, regresa sobre la estructura anterior y así se queda inmersa, «zamacueca, zamacueca, / dentro de una larga noche».

25. Estas se encuentran en comunión con unas ideas que expuso Chabuca en La música, «ayer y hoy», ensayo que dedicó a sus hermanos César y Eduardo, en el cual explora «el misterio de la música, hermano-gemelo de la medicina y aliado del médico ahora como lo fuera en otros tiempos» (Granda, 1969, p. 1).

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