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Epílogo
El objetivo que nos planteamos al iniciar este libro fue acercarnos a la vida y obra de Chabuca Granda, artista de importancia capital en la historia de la canción popular en el Perú. Por ello, la primera parte está dedicada al repaso de su biografía. Así, pudimos conocer sobre sus primeros contactos con el público; desde sus travesuras artísticas de infancia hasta las primeras presentaciones públicas, tanto de escolar como de aficionada, y como parte del dúo Luz y Sombra, en el trío con las hermanas Gibson y junto con Augusto Ego Aguirre y Luis Sifuentes, a los 22 años. Todo ello a la par de sus estudios de colegio y, luego, su trabajo. Al casarse, en 1943, dejó la música y su empleo, y se fue a vivir a los Estados Unidos. A su regreso, y tras su separación, retomó tanto su vocación artística como la vida laboral.
Para Chabuca Granda, hacer canciones no solo respondió a su inspiración, sino que fue la profesión que eligió y la que la introdujo en el moderno mercado de la música popular, en el cual se consolidó como creadora de canciones criollas con el éxito de La flor de la canela, a mediados de la década de 1950, y la producción de sus discos Lo mejor de Chabuca Granda y Doce nuevos valses de Chabuca Granda, en los que presentó lo mejor de su repertorio en la voz de sonados artistas del género, en la década de 1960.
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Aunque ya en la década de 1950 tuvo exitosas apariciones en público, no fue sino hasta 1962 cuando inició sus presentaciones en el Canela Fina y logró tener una presencia estelar en la televisión, lo que afianzó su carrera de intérprete. Por ello, cuando grabó Dialogando..., en 1968, su madurez artística presentó un álbum en el que todo armonizaba, desde el concepto del título hasta la propuesta sonora, la cual, en afinada unión con el repertorio y su notable ejecución, situó a Chabuca en el cénit de la música popular. Todo ello en el mismo año en que sacó un disco más conservador —Voz y vena de Chabuca Granda— y, por otro lado, realizó una grabación en la cual plasmaba lo más reciente de su repertorio —el disco Chabuca inédita, que se daría a conocer recién en el año 2005—.
Desde entonces, y en consonancia con este espíritu moderno, el genio de Chabuca Granda se unió a músicos jóvenes que aportaron aires nuevos a la producción de nuestra artista, como el guitarrista Lucho González, el pianista y vibrafonista de jazz Jaime Delgado Aparicio, el director y compositor Lucho Neves, y Jorge Madueño, responsable del innovador ensamble que grabó la Misa criolla. Su incansable ambición artística la llevó después hasta España, donde grabó su Tarimba negra y renovó una vez más su propuesta sonora gracias a los arreglos musicales de Ricardo Miralles.
En la segunda parte del libro, se pasa revista a su producción de manera cronológica. La transcripción de las letras y músicas de Chabuca nos permite reconocer los elementos característicos de cada uno de estos periodos desarrollados a lo largo de su carrera, la recurrencia a las formas clásicas del vals criollo y la posterior incorporación de nuevos ritmos y armonías en su producción, así como la sensible consecuencia entre todos los elementos que conforman cada una de sus piezas.
Se identifica, así, un primer impulso creativo que comprende cinco canciones —Lima de veras, Callecita encendida, Zaguán, Tun tun... abre la puerta y La flor de la canela— compuestas a finales de la década de 1940, que se caracterizan por su añoranza por la cultura limeña tradicional. A ritmo de vals y marinera, la autora evoca, con precisas palabras y consecuentes tonadas, una ciudad en canciones. Este mismo interés se percibe a lo largo de su siguiente grupo de composiciones, entre las cuales figuran Fina estampa, Mi ofrenda, Coplas a Pancho Graña, Señora y dueña, José Antonio, Zeñó Manué y El puente de los suspiros. Escritas entre mediados de la década de 1950 e inicios de la de 1960, valses, coplas, aires de marinera y de tondero, flores, puentes, caballos de paso y costumbres de antaño pueblan el universo de este periodo. También durante esta época, el espectro creativo de Chabuca Granda se amplió con Bello durmiente y El dueño ausente, dos canciones que develan más bien el espíritu crítico en la autora, que terminaría por aflorar en la década siguiente.
Aunque los años siguientes fueron testigos del cambio hacia una obra más profunda y reflexiva, persistió su interés por la tradición en canciones como Los augurios de San Juan, Carnaval de calles, Arequepay y El gallo Camarón, así como en las piezas compuestas para su obra musical Limeñísima, de 1961, y su Misa criolla, de 1969. Pero, a la mitad de esta década, surgieron unas composiciones que acusaron un carácter más personal: Puño de oro, Pobre voz y Ese arar en el mar. Asimismo, apareció de nuevo una preocupación social por lo nacional, en La herida oscura y María Sueños.
Podemos señalar un nuevo periodo creativo de nuestra artista, que se inició en 1968 y se prolongó hasta el final de su carrera. Durante estos años, Chabuca abandonó el vals criollo, género que abarca casi la mitad de su producción, para dedicar su inspiración al paracutá y los ritmos afroperuanos. Esta etapa se inauguró con canciones como Un barco ciego, En la grama, Vértigo y el propio Paracutá. Luego vino su importante ciclo dedicado a Javier Heraud, al cual pertenecen El fusil del poeta es una rosa, Las flores buenas de Javier, Desde el techo vecino, En la margen opuesta, Silencio para ser cantado, Un bosque armado y Un cuento silencioso. También Landó, canción en la que se funden palabras inspiradas en la muerte de Javier y versos provenientes de su propia autobiografía. Respecto a las letras, justamente, se distingue el rastro de la muerte en la obra de Chabuca, en armonía con su estado anímico revelado en dicho texto autobiográfico o en su canción.
El mismo ánimo atravesó al segundo ciclo producido durante este periodo, hacia mediados de la década de 1970, inspirado en la muerte de Violeta Parra, en el cual encontramos los landós Me he de guardar y Cardo o ceniza, así como la canción No lloraba... sonreía, cuya complejidad musical se reveló en su transcripción. También pertenecen a este periodo sus obras más políticas, como Paso de vencedores y El surco, así como ¿Dónde estás, Adelita? y La Argentina agredida, canciones dedicadas a México y Argentina, a ritmo de huapango, la primera; y de baguala, la segunda; que exhiben este otro aspecto de la artista.
Al acercarnos a la obra de Chabuca Granda, podemos percibir la conexión entre su sensibilidad y el mundo en el que vivió. Por un lado, el Perú, fuente de su inspiración; por otro, la modernidad a la que se plegó su inquieto talento. Su producción abarcó desde valses criollos hasta paracutás, desde aires libres de marinera hasta landós, desde lo más tradicional hasta lo más moderno, de lo evocativo a lo emotivo, de lo nacional a lo íntimo. Su herencia para el Perú son canciones que enriquecen nuestro acervo cultural y cuya belleza trasciende fronteras y el tiempo mismo, llevando al genio de su arte y voz «más allá del allá».