FOSILES SANADORES

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FÓSILES SANADORES

EL PODER TERAPÉUTICO DE LOS FÓSILES

Ángel T. Khura


Título: Fósiles sanadores. El poder terapéutico de los fósiles Autor: Ángel T. Khura Copyright © Silversalud, s.l. 2017 Edita: Ediciones i (Silversalud, S. L.) www.edicionesi.com ISBN: 978-84-946516-9-4 Depósito Legal: M-26090-2017 C/ Corazón de María, 80 bajo 28002 Madrid Maquetación: José Vicente Aliaga Diseño portada: José Vicente Aliaga Imprime: Grafo Impresores, S.L. Impreso en España Reservados todos los derechos, ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso previo del editor. La información contenida en este libro se presenta únicamente con fines informativos. No intente sustituir los consejos de profesionales médicos, nutricionistas o de cualquier profesional de la salud cualificado. Ediciones i no se responsabiliza de las opiniones, juicios, comentarios o contenidos expuestos, ni comparte necesariamente las opiniones y contenidos aportados en este libro. El seudónimo “Ángel T. Khura” compendia un colectivo de científicos de varias disciplinas agrupados con el objetivo de encontrar una explicación racional a los métodos terapéuticos heterodoxos basados en repetidas experiencias empíricas y en el uso popular y ancestral de ciertos agentes curativos.

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ÍNDICE PRÓLOGO..................................................................................... 5 La medicina, la farmacia y los fósiles I INTRODUCCIÓN......................................................................... 9 II FÓSILES SANADORES.............................................................. 19 IIa - EL CARBONO FÓSIL................................................... 21 1. Azabache....................................................................... 23 2. Shungita........................................................................ 31 IIb - LOS FÓSILES MARINOS............................................. 41 3. Amonites....................................................................... 43 4. Trilobites....................................................................... 51 5. Equinodermos.............................................................. 61 6. Bivalvos......................................................................... 69 7. Gasterópodos............................................................... 77 8. Corales........................................................................... 83 9. Dientes de tiburón....................................................... 91 IIc - LOS FÓSILES CONTINENTALES............................ 101 10. Ámbar........................................................................ 103 11. Árboles petrificados................................................ 113 12. Travertinos y ónix.................................................... 121 III APLICACIONES FRENTE A LAS ENFERMEDADES MÁS COMUNES............................ 129 IV APLICACIONES FRENTE A ALGUNOS PROBLEMAS EMOCIONALES......................... 161 V CÓMO CONSEGUIR Y CÓMO UTILIZAR LOS FÓSILES......................................................... 169 VI BIBLIOGRAFÍA......................................................................... 181

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PRÓLOGO La medicina, la farmacia y los fósiles Estamos acostumbrados a pensar que la medicina actual es una especie de religión indiscutible, inalterable, invariable e inconmovible. Pensamos que los médicos, los hospitales, las campañas de vacunación, los repetidos anuncios de la tele: “lea las instrucciones de este medicamento y consulte al farmacéutico” y los coloreados estuches, envases y cajitas conteniendo pastillas, grageas, cápsulas, viales y ampollas son de toda la vida. Pensamos que ir al médico, salir con una receta, acudir a la farmacia y volver a casa con el antibiótico, antiinflamatorio, analgésico o febrífugo para su inmediato consumo es algo tan habitual como ir a trabajar, ir al baño o comer al mediodía. Y sin embargo sólo llevamos un par de generaciones inmersos en esta rutina, apenas unos 70 u 80 años. Pregúntenle al abuelo. En Occidente la medicina actual se concretó —más o menos tal como la conocemos hoy en día— hace unos 70 años, con la revolución de los antibióticos. Pero hace sólo 100 años una epidemia de 5


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gripe mató a 50 millones de personas, de las cuales casi tres millones en Europa occidental. Y si miramos algo más hacia atrás, unos 200 años, veremos cambios más radicales. Por ejemplo en 1818, la homeopatía de Samuel Hahnemann era tan respetable y respetada como la medicina alopática que más tarde derivó en la medicina moderna. Se estudiaba en muchas universidades europeas y había innumerables hospitales homeopáticos (hoy sólo quedan cuatro en Gran Bretaña). Por aquel entonces ni Robert H. H. Koch (1843-1910) ni Louis Pasteur (1822-1895) habían nacido, por lo que a nadie se le ocurría ni remotamente relacionar las enfermedades con las bacterias. Por aquel entonces, lo que hoy llamamos medicina alopática sólo tenía unas pocas armas: el opio, las sangrías, las purgas y curas con aguas termales. Además de la cirugía, claro está, sin anestesia. En aquellos años la medicina oficial condenó al pobre médico Ignacio Semellweis (1818-1865) a ingresar en un manicomio donde sus cuidadores lo mataron a palos. Todo porque sugirió a los médicos que se lavasen las manos antes de asistir a un parto. Sin embargo fue él, y años más tarde Joseph Lister (1827-1912), quienes abrieron la puerta grande de la medicina alopática en su cruzada contra las bacterias, simplemente para evitar las infecciones sobre las heridas abiertas. Pero médicos, lo que se dice médicos, hubo en Occidente como mínimo desde la época de Hipócrates (460 a 370 a. C.), o sea que haciendo números obtenemos los siguientes resultados: 2270 años de algo así como “medicina precientífica” (entre el 400 a. C. y 1870), y unos 150 años de 6


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medicina científica o sea, después de Semellweis, Pasteur, Lister y Koch, más o menos entre 1870 y hoy. Ahora bien, en realidad medicina hubo siempre, porque siempre hubo muerte y enfermedad y el ser humano siempre intentó paliar el sufrimiento de sus semejantes. En relación a los fósiles y por lo que sabemos hasta hoy, resulta que desde los egipcios, según documentan el papiro Ebers del 1500 a. C. y las tabletas asirias del 1000 a. C., ya se hacen claras referencias al uso de fósiles en las primitivas farmacias. Pero hay muchos más tratados de medicina antigua que refieren el uso de los fósiles, por ejemplo, el famoso lapidario del Rey Alfonso X el Sabio (1221-1284). Pero claro, en realidad los documentos no hacen más que concretar fórmulas magistrales que las mismas civilizaciones o incluso otras anteriores llevaban utilizando durante siglos. Así que llegamos a la conclusión final: Este libro se ha escrito porque los fósiles llevan utilizándose como solución para muchas dolencias desde hace al menos 3.500 años (como mínimo entre el 1.500 a. C. y 1870, el verdadero “despertar” de la medicina científica). Y vamos a explicar el porqué de su efectividad, de acuerdo con las más actuales teorías sobre la epigenética, o sea sobre el poder de modificar nuestro ADN mediante las vibraciones de otros ADN que resuenan y se acoplan al campo vibratorio de nuestro propio ADN, y así transferirle información para que sea capaz de sintetizar nuevas proteínas que mejoren y enriquezcan nuestra salud. 7


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Semellweis redujo la mortandad de las parturientas y sus bebés en un 95% en el Hospital Universitario de Viena al obligar a los médicos a lavarse las manos, sin saber porqué, dado que todavía no se conocía la existencia de las bacterias patógenas. De la misma manera, los antiguos padres de la medicina como Hipócrates, Galeno, Dioscórides y todos los que practicaban la primitiva medicina tradicional y popular, usaban fósiles como remedios curativos. Sin saber el porqué. Ahora sabemos algo más, sabemos que las vibraciones de nuestros pensamientos, de nuestras emociones, de la música y de un paisaje pueden afectar a nuestro ADN, para bien o para mal, para curarnos o para enfermarnos. Y es que el primitivo ADN de los fósiles vibra y sus vibraciones también afectan a nuestro ADN. Para bien. Para nuestra salud.

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I INTRODUCCIÓN Los fósiles son los restos de cuerpos de animales o de plantas que vivieron sobre la Tierra en el pasado, desde hace centenares de millones de años hasta la época en que el hombre empezó a pasearse sobre el planeta. Los dinosaurios son los más famosos y populares ejemplos de animales que habitaron las llanuras y selvas de nuestro planeta unos 250 millones de años antes que nosotros, los seres humanos. Pero no sólo poblaron la Tierra mucho antes que nosotros, sino que además lo hicieron durante muchísimo tiempo. Los humanos que pertenecen al género Homo aparecieron en los valles africanos hace poco más de un millón de años. Esto significa que sólo hemos estado pisando el polvo de este mundo, bebido el agua dulce de sus ríos y lagos y comido los frutos de sus árboles durante unos diez mil siglos. ¡Eso es un suspiro comparado con los 186 millones de años que transcurrieron mientras los dinosaurios vivían, procreaban y morían sobre nuestra Tierra! En realidad, comparados con todos los animales y plantas que forman el registro fósil, los humanos son unos turistas recién desembarcados. 9


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A la Naturaleza le costó un enorme esfuerzo guardar y conservar estos restos para que nosotros ahora podamos desenterrarlos, observarlos, describirlos y estudiarlos. Pero, sobre todo, asombrarnos de las hermosas y complejas formas de vida inventadas por la biología que nos ha precedido. Pero hay algo mucho más importante; esos organismos nos están transmitiendo información. Se trata de la vibración de moléculas químicas infinitamente más antiguas que las que conforman nuestro cuerpo. Información que se transmite a nuestro propio ADN que no es más que una forma de su propio ADN de fósiles, pero actualizado. Y es que el ADN es la estructura básica de la vida y da igual que se trate del ADN de un humano, de un perro, de un pez o de una lechuga. La estructura química básica es la misma. Todos los seres vivos lo compartimos, tanto un pájaro actual, como uno que se extinguió hace 100 años o un molusco desaparecido hace 100 millones de años. Claro que podría decirse que un fósil no es un ser vivo, ya que se trata de los restos de un organismo muerto. Pero sin embargo no es así. Los seres vivos, una vez muertos, desaparecen. No se conservan. Como mucho se pueden recuperar los huesos de algunos homínidos fallecidos hace un millón de años, pero sólo si han sido enterrados bajo condiciones muy especiales que permitieron su conservación. El ciclo de la vida incluye la transformación. Por ejemplo, los humanos empezamos con la unión de dos células diminutas: un óvulo de 1,5 milímetros y un espermatozoide de 0,05 milímetros. Luego, al morir, nos entierran en un suelo fértil formado 10


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por trillones de microorganismos que aprovecharan nuestras células y su contenido para crecer y multiplicarse. O sea, las dos células del principio se transformarán en billones de nuevas células. Al cabo de un tiempo, del cuerpo humano no quedará nada… o sólo sus huesos y dientes constituidos por materiales más resistentes al ataque bacteriano. Pero pasado un tiempo, éstos también desaparecerán. Esto no sucede con los fósiles. No desaparecen. La totalidad o gran parte de sus estructuras vitales se conservan durante millones de años. Esas estructuras vitales están formadas por moléculas que vibran a una frecuencia determinada, transmitiendo información. ¿Recuerda el lector los cuerpos de Pompeya? No hay verdaderos cuerpos humanos, son sólo moldes de cuerpos totalmente calcinados que formaron las cenizas del volcán Vesubio cuando una nube de escoria incandescente cayó en pocos minutos sobre la antigua ciudad romana, “congelando” o petrificando los cuerpos humanos tal como se encontraban en ese momento, hace ya veinte siglos. Quienes han visitado las ruinas y sus museos recordarán el impacto emocional que causan los moldes de parejas que se abrazan o de madres protegiendo a sus niños, o de perros acurrucados bajo sus amos. Aunque en realidad, para despertar una emoción de pena, piedad y dolor basta con ver las fotografías. Allí no hay vida –sólo el molde de una vida pasada–, y sin embargo es suficiente para conectar con nuestro campo emocional. Una información visual con muy escasos datos que nos llega desde el año 70 de nuestra era. 11


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Ahora volvamos a los fósiles. Estos nos transmiten no sólo la información visual de su morfología, sino además las propias vibraciones de sus moléculas orgánicas constituyentes. Es cierto, ya no caminan, ni nadan, ni florecen, pero su vida está congelada en el tiempo y sus células y tejidos todavía están vibrando y transmitiendo una información que resonará con las vibraciones de nuestro propio ADN. Comparemos los fósiles con los cristales minerales. Mucha gente está convencida del poder terapéutico de los cristales. Es cierto que están formados por moléculas inorgánicas de elementos químicos que forman redes cristalinas y que vibran con determinadas frecuencias características, frecuencias vibratorias que transmiten información que puede ser de gran utilidad para nuestro ADN. ¡Pero los fósiles son mucho más eficientes que los cristales! ¡Son materia viva! Sus moléculas constitutivas conservan la memoria de sus vibraciones cuando formaban parte de un cuerpo vivo. ¡Un cuerpo que saltaba, volaba, nadaba y se reproducía! Un cristal vibra, sí, pero nunca tuvo vida en el sentido biológico del término. ¡Un fósil sí! Si un cristal tiene valor terapéutico, un fósil lo tendrá multiplicado por mil… o por un millón. Vamos a explicarlo con más detalle para percibir la enorme diferencia que hay entre el reino biológico o reino de la vida y el reino mineral, el de las sustancias inorgánicas inertes.

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Tomemos el caso de la calcita, un mineral cuya composición química es un carbonato de calcio y que suele utilizarse como mineral o cristal terapéutico bajo sus distintas formas de cristalización. Por ejemplo, como cristales o agregados cristalinos de calcita, como cristales aislados perfectos y translúcidos de espato de Islandia o bien como cristales de aragonito, una forma cristalina distinta a la calcita. En todos estos casos se trata de minerales formados por procesos geoquímicos de precipitación de una sal (carbonato cálcico) a partir de soluciones acuosas, generalmente a temperaturas cercanas a los 100 °C, aunque a veces sean algo inferiores. En el fondo, pura química. Nada realmente excitante. En cambio, ese mismo carbonato de calcio se encuentra disuelto en la leche, forma las cáscaras de los huevos, las conchas de sabrosos mariscos como las ostras y los caparazones de otros más sabrosos si cabe, como langostas y centollos. El carbonato de calcio forma parte invisible pero real de los tejidos vegetales, de hojas, frutos y semillas, así como de órganos y músculos de gran número de animales. No hay duda, es un componente esencial de casi todos los organismos vivos. El calcio químico primario, disuelto en las aguas y en la tierra fue comido, incorporado, absorbido, procesado e integrado por un organismo vivo. Ya no es calcio inorgánico, ahora es calcio biológico. Su rudimentaria información básica, puramente química, forma ahora parte de la compleja información biológica. Este proceso de integración para formar la cáscara de un huevo o la concha de un caracol es controlado por programas bioquími13


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cos específicos que imparten los genes de un ser vivo, programas codificados en su ADN. Fue el genio de Rudolf Steiner (1861-1925) el primero en señalar la sideral diferencia que hay entre el calcio de la leche materna y el calcio de un cristal de calcita. En su famosa conferencia ante la Sociedad Antroposófica de Viena en diciembre de 1907, Steiner distinguió cuatro distintos reinos elementales que podemos detectar mediante nuestros sentidos: mineral, vegetal, animal y humano. Al referirse a las diferencias entre el reino mineral y los otros tres reinos biológicos, fue el primero en vislumbrar la carga de información que lleva ese calcio al pasar de su estadio químico mineral a formar parte de un ser vivo. Lo mismo ocurre con el apatito, un mineral que también se utiliza terapéuticamente como cristales o agregados cristalinos de apatito, un fosfato de calcio. Ahora bien, los cristales de apatito se forman a temperaturas superiores a los 700 °C, normalmente entre los 800 °C y los 950 °C, un rango de temperatura muy alejado de la vida. Pero curiosamente ese mismo fosfato de calcio es el constituyente básico de los huesos de los vertebrados, desde los dinosaurios hasta los humanos, pasando por las espinas de los esqueletos de los peces. Además, el fosfato cálcico abunda también en las plantas, preferentemente concentrado en algunos frutos como las semillas de cereales y las nueces. Sin embargo, donde más destacan es en los dientes de los mamíferos y muy especialmente en la capa protectora de esmalte, prácticamente puro apatito o fluorapatito. Una vez más podemos meditar sobre la enorme diferencia que hay entre un cristal formado por 14


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precipitación química de magmas o fluidos en el interior de la corteza terrestre y a temperaturas cercanas a los 1.000 oC, dando lugar a un cuerpo totalmente inerte, y las moléculas de fosfato cálcico absorbidas del medio natural por un vertebrado y biológicamente integrado en un ser vivo. Está claro que la información incorporada a su estructura ósea o a sus dientes es de una riqueza y complejidad que el mineral nunca podrá alcanzar. El ser humano receptor de esa información podrá utilizar esa información con fines terapéuticos con una magnitud de diferencia sideral en comparación con lo que pueda aportar un cristal inerte que nunca fue incorporado al ciclo de la vida. Veamos un último ejemplo: un hermoso cristal de cuarzo o cristal de roca. Traslúcido, brillante y con unas formas que reflejan su estructura cristalina hexagonal perfecta. No cabe duda que es un hermoso sólido. Sin embargo, es sólo eso: un sólido inorgánico e inerte que cristaliza a 867 °C. A ese cristal de cuarzo se le atribuyen muchas virtudes terapéuticas: desde recuperar la energía vital hasta combatir el estrés y desde estimular la regeneración celular hasta poderes analgésicos. No obstante, las vibraciones de los átomos de silicio y oxígeno (puesto que el cuarzo es eso: óxido de silicio o sílice o SiO2) poca información podrán brindar a nuestro ADN. Ahora tomemos una hoja de cola de caballo (Equisetum arvense). Se trata de una planta medicinal con un centenar de propiedades curativas y rica en sílice o SiO2. Pero a diferencia del cuarzo, ese SiO2 está integrado en las estructuras celulares de la cola de ca15


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ballo. Esa sílice forma parte de un ciclo de transformaciones químicas orgánicas programadas por el ADN de la planta. Ese SiO2 biológico, es sílice viva. Por cierto, la cola de caballo pertenece a una familia de plantas que pueblan los continentes del planeta desde hace 380 millones de años (Devónico). Las vibraciones de esas moléculas de ADN que han programado la integración del SiO2 en la materia viva se transmiten, por ejemplo, en un tronco de árbol silicificado. Este trozo de árbol petrificado está transmitiendo información vibratoria a nuestro propio ADN. Es lo que pasa con todos los fósiles. Sus vibraciones moleculares están cargadas de información procedente del ADN de seres vivos que hace millones de años caminaban, nadaban o florecían en un antiguo mundo al que nosotros, los humanos, ni siquiera nos habíamos asomado. Una información vital y llena de virtudes terapéuticas. Esto ya fue apreciado hace siglos por las antiguas culturas que utilizaron el poder sanador de los fósiles en distintas terapias y con distintas aplicaciones. Las preparaciones farmacéuticas clásicas de la Medicina Tradicional China llevan más de 25 siglos utilizando el polvo de “huesos de dragón” en distintos preparados que incluyen fundamentalmente hierbas y setas medicinales. Curiosamente hace unos años, en el número de julio de 2007 de la revista National Geographic, se publicó un reportaje sobre un enorme yacimiento paleontológico de dinosaurios herbívoros (sí, lamentamos decepcionar a los entusiastas de las sangrientas fauces de 16


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dinosaurios, muchos eran herbívoros, algo que se sabe por los restos de sus heces o coprolitos) localizado en Henan, a unos 800 kilómetros al sur de Pekín. Los millones de huesos contabilizados por los geólogos chinos venían siendo utilizados desde hacía varias generaciones por los campesinos de la región para la elaboración –previa molienda– de polvo de “huesos de dragón”. Tradicionalmente este polvo se administraba disuelto en agua para la cura de calambres, espasmos y convulsiones infantiles; y como cataplasmas para facilitar la resolución de fracturas y heridas. Sabiduría popular: utilizar grandes y fuertes huesos de dinosaurios fósiles para sanar fracturas de huesos humanos. Utilizar huesos fósiles pétreos e inmóviles para curar huesos que se mueven sin control durante las convulsiones. Sólo insistir una vez más para que quede bien claro. Son muchos los que creen en el poder sanador de los cristales y minerales –que no son más que materia inorgánica inerte–, debido a que estos transmiten información modulada por la vibración de sus elementos químicos constituyentes. Pues bien, deben entender que los fósiles son el equivalente vibratorio de complejas moléculas orgánicas que en el remoto pasado formaron parte de un ser vivo. Que esa información proviene de su antiguo ADN, que en esencia es el mismo que nuestro propio ADN. Nuestra imagen reflejada sobre las aguas del lago era otrora la de un dinosaurio. Desde un punto de vista puramente físico o energético, ambas imágenes son idénticas. Ambas coexisten en el espacio-tiempo. El agua que refleja la imagen es quí17


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micamente la misma, la biología de ambos seres es prácticamente la misma. Sólo han transcurrido 100 millones de años entre la generación de una imagen y la otra. El misterio de la vida.

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II FÓSILES SANADORES Si hay algo incalculable es el número de especies de fósiles que han sido identificados, clasificados e inventariados por la ciencia. Es una tarea imposible y que nunca podrá completarse, dado que todos los días se descubren nuevas especies y variedades. Pero lo importante es que determinadas familias de fósiles vivieron bajo similares condiciones durante el mismo intervalo de tiempo geológico. Volviendo al ejemplo de los dinosaurios, sabemos que éstos habitaron todos los continentes (aunque también hay algunas especies marinas) en los 186 millones de años que transcurrieron entre el principio del Triásico y el final del Cretácico. A pesar de que cada especie tiene sus rasgos claramente definidos, el conjunto de los dinosaurios presenta notable homogeneidad. A continuación, describiremos los fósiles y sus virtudes terapéuticas en 12 grandes grupos, que a su vez se dividen en tres subgrupos: IIa. EL CARBONO FÓSIL: 1. Azabache 2. Shungita 19


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IIb. FÓSILES MARINOS: 3. Amonites 4. Trilobites 5. Equinodermos 6. Bivalvos 7. Gasterópodos 8. Corales 9. Dientes de tiburón IIc. FÓSILES CONTINENTALES: 10. Ámbar 11. Árboles petrificados 12. Travertinos y ónix Es la única manera de poder dar un sentido práctico al uso de los fósiles como agentes terapéuticos, ya que si los subdividimos en categorías taxonómicas como hacen los paleontólogos, es decir: clase, orden, familia, género y especie, complicaríamos mucho la identificación, sobre todo teniendo en cuenta que muchas especies son únicas y exclusivas de una determinada localidad, además de que sería imposible comercializarlas ya que –aparte de escasas– en algunos casos su venta está prohibida.

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IIa EL CARBONO FÓSIL LO MÁS SIMPLE: EL CARBONO FÓSIL No hay otro elemento químico más específico de la vida que el carbono. Millones de carbohidratos y ácidos grasos constituyen la composición química básica de todas las plantas, desde el más insignificante trébol hasta las grandes sequoias que superan los cien metros de altura. Pero muchas de esas moléculas orgánicas también forman parte de los tejidos de animales, desde las microscópicas bacterias hasta los elefantes y las ballenas. En realidad, como hemos aprendido en la escuela, la vida no es otra cosa que la química del carbono. Sin carbono no hay biología. Es más, ahora está muy de moda hablar del gas CO2 o anhídrido carbónico como “gas invernadero”, el culpable del cambio climático. Incluso algunos lo consideran un gas perverso y contaminante, ignorando que es la base de la vida sobre el planeta. De hecho, la biología puede interpretarse como la alquimia que transforma el invisible y etéreo gas CO2 de nuestra atmósfera en seres vivos materiales y sólidos. Hay millones de distintas moléculas formadas esencialmente por carbono, hidrógeno y oxígeno, desde las que forman los más hermosos y delicados pétalos de una rosa hasta los más duros trozos de ébano. Las moléculas de carbohidratos (combinaciones de carbono y agua, o sea, todos los millones de variantes moleculares de carbono, hidrógeno y oxígeno) forman los tejidos leñosos, las profundas raíces, las hojas, los frutos, las semillas, las flores y las bayas de las plantas. En algunos casos, a estos 21


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dos compuestos: CO2 y agua (H₂O), suele sumarse otro gas que abunda en nuestra atmósfera: el nitrógeno. Como también aprendimos en la escuela, el nitrógeno se combina con el carbono y el agua formando las proteínas, compuestos orgánicos que, si bien están presentes en el reino vegetal, alcanzan su máxima expresión en el reino animal. Y es que, si algo nos distingue de las plantas, es el hecho de que somos masas proteicas. Las proteínas forman nuestros huesos y músculos y —a diferencia de las plantas—, podemos desplazarnos de un sitio a otro, podemos correr y saltar. La vida es algo muy extraño, algo muy difícil de explicar. Si nuestro planeta fuese observado por un ser espiritual, por un dios, por Zeus, por el gran Visnú o por Zaratustra, le costaría comprender el origen y el sentido de la vida que se agita sobre el planeta. Se preguntaría cual es la razón por la que los gases de nuestra atmósfera —el CO2, el nitrógeno y el agua— se organizan para fabricar billones de moléculas orgánicas que a su vez se encadenan para formar complejísimas células y, en el colmo de la complejidad, los seres vivos. ¿Qué sentido tiene ese gran despilfarro de energía solar para transformar gases simples y estables en complicadas formas de vida que —para colmo— se dedican a fagocitarse unas a otras? Pero como no podemos dar respuesta a esta difícil pregunta, volvamos al principio, es decir, a la importancia del carbono. Puesto que ya hemos aclarado que el carbono es la base de la vida, empezaremos a analizar el papel terapéutico de los fósiles con la forma más simple del carbono orgánico: el azabache. 22


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1. AZABACHE Jet en inglés Jais en francés Gagat en alemán Giaietto en italiano Acibeche en portugués

Según dijo en 2013 el Dr. C. J. Duffin, experto en arqueología médica, los nombres jais, gagat y giaietto están relacionados con su antigua proveniencia de Turquía. En la época greco-romana se extraía de las orillas del río Gages o Gagat en Licia, lo que hoy es la región costera mediterránea de Turquía situada entre Antalya y Fethiye, frente a la isla griega de Rodas. El nombre español proviene del árabe as-sabag que significa “pigmento”. 23


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Es una forma de carbono de color negro a marrón muy oscuro, de brillo suave, que se utiliza como piedra semipreciosa. Como todo el mundo sabe, las distintas formas de carbón que forman yacimientos a lo largo y ancho de nuestro planeta, desde los lignitos hasta las antracitas y pasando por todo tipo de hullas, no son más que los restos fósiles de la vegetación de antiguos bosques, selvas y pantanos. A pesar de que las plantas terrestres aparecieron en el Silúrico, hace 430 millones de años, no hay evidencias de bosques hasta unos 50 millones de años más tarde, en el Devónico. De esta edad son las capas de carbón más antiguas que se conocen, localizadas en puntos excepcionales de Canadá y de las islas Svalbard de Noruega, sobre el círculo polar ártico. Finalmente, los vegetales alcanzaron su máxima expresión en el Carbonífero, hace unos 330 millones de años, y desde entonces hasta hoy sus restos han formado varios miles de extensos y espesos depósitos de carbón por todos los rincones del planeta. Ahora bien, aunque asociado a niveles de carbón y lignitos, el azabache es una forma muy peculiar de carbón y no se lo encuentra incluido en las típicas capas de carbón o lignito explotadas comercialmente, sino más bien como lentes o niveles aislados que sólo excepcionalmente superan el metro de espesor. Los azabaches de Asturias, que se encuentran entre los más preciados y antiguos de los azabaches de Europa, provienen de restos leñosos de árboles de la familia de las actuales araucarias, y se encuentran como delgados niveles y lentes en capas de arenas y arcillas del Jurásico, de hace unos 190 millones de años. Curiosamente, estratos de sedimentos muy similares y de la misma edad jurási24


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ca albergan los niveles de azabache de Whitby, en la costa de York, en el extremo norte de Inglaterra. Aunque cueste creerlo, este lugar de Whitby está muy vinculado a la historia del cristianismo en Gran Bretaña ya que fue en esta ciudad donde santa Hilda de Whitby (614-680) fundó el primer monasterio en tierras inglesas en el año 657, monasterio que tuvo una poderosa influencia durante los primeros siglos del cristianismo en las islas. Más extraño todavía es el hecho de que en los acantilados de Whitby —además de niveles de azabache— se encuentren varias capas con abundantes fósiles de amonites, otro fósil con propiedades terapéuticas sobre los que hablaremos más adelante. En la actualidad pueden encontrarse en el mercado azabaches tanto procedentes de estas famosas localidades históricas como de otras más recientes de México y de Estados Unidos. Hay una piedra similar que se extrae en los montes Tutlu, cerca del pueblo de Oltu, situado a unos 100 kilómetros de la ciudad de Erzurum, al noreste de Turquía, a unos 200 kilómetros de la frontera con Georgia y Armenia. Se trata de la piedra de Oltu, una especie de azabache que además de ser casi mate, tiene menor dureza y una tonalidad algo marrón, aunque también proviene de restos carbonosos fósiles vegetales. PROPIEDADES TERAPÉUTICAS El azabache fue considerado un fósil protector desde los tiempos más remotos, y así lo atestigua su presencia en cientos de enterramientos del Neolítico, hace miles de años. Su uso como joya protecto25


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ra también puede comprobarse en muchas tumbas egipcias y fenicias. La sociedad romana mantenía esas mismas creencias y hay numerosos ejemplos de amuletos elaborados con azabache que, según el naturalista romano Plinio el Viejo (23-79), protegía de las serpientes y guardaba la virginidad de las jóvenes. El azabache utilizado en el antiguo mundo mediterráneo no procedía ni de Asturias ni de Inglaterra, sino de la antigua Licia, en la actual Turquía. Pero sus propiedades protectoras nunca fueron tan exaltadas como entre los peregrinos, que durante más de mil años recorrieron el camino a Santiago de Compostela llevándolo bajo la forma de amuletos, cruces o cuentas de rosario para que actuase contra los frecuentes peligros que les esperaban a lo largo de su camino. El Liber Sancti Iacobi o Codex Calixtinus, escrito por un anónimo (atribuido por algunos expertos al clérigo francés Aymeric Picaud) hacia el año 1140 y considerado la primera guía turística, relata las potenciales amenazas que acechan a los peregrinos desde su salida de París hasta la llegada a Santiago. Estos peligros estaban relacionados tanto con las fuerzas de la naturaleza, la calidad de las aguas y las comidas a lo largo de la ruta, como con los numerosos bandidos y estafadores que se lucraban con las creencias y la fe de los penitentes. El azabache es el resultado de la fosilización de millones de células vegetales ahora transformadas en un carbono orgánico muy antiguo constituido por esas antiguas células, que transmitirán a nuestro ADN la información más básica de la vida. Su esencia misma. Es por lo tanto un transmisor de vida, especialmente indicado para personas que han alcanzado la madurez y se enfrentan a la ancianidad; para que lo hagan, como se diría vulgarmente, “con las pilas cargadas”. 26


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Se trata de un protector de la salud frente a las enfermedades degenerativas, una información que servirá para que nuestro ADN potencie la síntesis de la enzima telomerasa y así conservar la longitud de los telómeros, es decir, prolongar la vida. Como fósil de las araucarias, el azabache es un eficaz antiaging, no por evitar hacernos viejos, sino para llevar una vejez sana y digna. Nadie pretende ser inmortal, pero todos firmarían por mantener un cuerpo sano y con la funcionalidad de uno joven. Robert Marchant es un ciclista francés de 105 años que aún se entrena con su bicicleta varias horas al día, manteniendo un estado físico que muchos quisieran tener con sólo 40 años. Su edad orgánica o biológica es muy inferior a la del calendario. No nos extrañaría que portase algún anillo o talismán de azabache; o que lo conservase en casa, cerca de su mesilla de noche. Pero el azabache no sólo mantiene la juventud física sino además (y quizá más importante), la salud mental, es decir, neuronas sanas que se renuevan sin cesar. Las araucarias se encuentran entre los árboles más altos del mundo, siendo fácil encontrar en la Patagonia argentina y el Arauco chileno varios ejemplares que alcanzan hasta 80 metros de altura. Entre los nativos mapuches que habitan los Andes, el pehuén (araucaria) es considerado un árbol sagrado y hay que recordar que como otro árbol famoso, el ginkgo, las araucarias son “fósiles vivientes”, porque varios de sus géneros ya existían en el Mesozoico, hace 250 millones de años, superando sin problemas la gran extinción del Cretácico-Terciario que acabó con los dinosaurios. Pero su vitalidad no sólo está relacionada con los millones de 27


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años que lleva poblando los bosques del planeta, también son árboles muy longevos, con ejemplares históricos que superan los 1.000 años de edad. Esa longevidad también se relaciona con un crecimiento lento, especialmente en los primeros años de vida, pues tarda varios años en pasar de un brote a una pequeña planta de medio metro de altura. Luego, el ritmo puede acelerarse, pero no suele superar el metro de crecimiento en vertical por año. Las araucarias se caracterizan por su fuste perfecto, de hecho fueron muy utilizadas en el pasado para fabricar los mástiles de los grandes veleros. Las ramas tienden a la horizontalidad, crecen bien separadas por amplios intervalos sin ramaje y están formadas por una continuidad de hojas muy coriáceas que asemejan escamas apretadas. Esta característica les hace muy resistentes al viento, sobre todo en la zona patagónica donde fácilmente se superan los 100 kilómetros por hora. Si bien forman agrupaciones extensas, éstas son de baja densidad, con individuos separados unos de otros por decenas de metros y conformando un bosque abierto tal como los encinares de Castilla. Es el árbol representativo de una vejez sana y vigorosa por excelencia: longevo, entre los más antiguos habitantes arbóreos del planeta, muy fuerte y resistente, de fuste erguido. Algo solitario, como reafirmando su personalidad. RESUMIENDO • El azabache es un protector contra todo tipo de adversidades, tanto físicas como mentales y espirituales. Usar antes o inmediatamente después de una intervención quirúrgica, un accidente de cualquier naturaleza o un parto; asimismo utilizarlo durante una larga conva28


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lecencia. Acercar al ser querido que se encuentra en su tránsito definitivo hacia la muerte. • El fósil preferido de los peregrinos. Pero todos somos peregrinos en este mundo. Todos somos almas comprometidas en un viaje hacia la Luz, todos emprendemos el camino hacia la revelación que nos espera en la meta final. El azabache nos protege en nuestra aventura de la vida. • Es el símbolo del luto y nos ayudará a sobrellevarlo. En la Gran Bretaña de la época victoriana el azabache era considerado como la única joya que podía ser llevada en época de duelo. Aparte de por su color negro, por ser una piedra semipreciosa y de poco brillo, como un símbolo de humildad y modestia. • Como ya se mencionó, su uso protege a las personas de más edad, tanto frente a los avatares típicos de la edad avanzada, como contra la senilidad y el deterioro cognitivo. EL AZABACHE ESTÁ INDICADO PARA: Problemas físicos • Amortiguar el sufrimiento de largas convalecencias. • Pérdida de defensas inmunitarias. • Pérdida del tono muscular. • Párkinson y otras enfermedades neurodegenerativas. • Teniendo en cuenta el uso de sus equivalentes en medicina natural y homeopatía, es aconsejable su uso en caso de desórdenes o dolencias digestivas. 29


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Problemas emocionales, psíquicos y mentales • Deterioro cognitivo y alzhéimer. • Estrés derivado del luto. • Estrés derivado de la discriminación social y familiar. • Estrés derivado de la exclusión social. • Pérdida de autoestima. • Impactos emocionales antiguos y no resueltos. • Fobia a los viajes, miedo a volar. En medicina natural se suele utilizar un remedio similar: el carbón, carbón activado o carbón vegetal, normalmente elaborado mediante la combustión lenta y casi anaeróbica de corteza de coco. Es bastante efectivo en casos de gastroenteritis, diarreas, gases, distensión abdominal (sentirse hinchado) y otros trastornos intestinales producidos por la ingesta de toxinas, alimentos en mal estado o bebidas demasiado frías (corte de digestión), debido a su gran capacidad de absorción de toxinas. En homeopatía se utiliza un remedio parecido: carbo vegetalis, derivado de una alta dilución en agua de carbón vegetal. Aparte de su uso para las dolencias intestinales, es recomendado para impactos emocionales cronificados (no me siento bien desde que…), debilidad general y accesos de tos no relacionados con problemas respiratorios. En el famoso lapidario del rey Alfonso X el Sabio se indica que el azabache, denominado Piedra Zequeth, es útil para expulsar los parásitos intestinales, algo en consonancia con sus usos en medicina natural y homeopatía. 30


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2. SHUNGITA Shungite en inglés Shungite en francés Shungit en alemán Shungite en italiano Shungita en portugués

Al hablar del azabache hicimos mención de que los más antiguos yacimientos de carbón que se conocen son del Devónico, o sea de hace 380 millones de años. Sin embargo, en nuestro planeta se encuentran grandes acumulaciones de carbón, que, si bien son de origen biológico, no derivan de la transformación de plantas –que, por otro lado, no existían sobre los continentes antes del Silúrico, es decir hace más de 430 millones de años. Pero en los primitivos océanos había algas, y en especial abundaban las algas microscópicas. Estas algas son básicamente las mismas que hoy pue31


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blan todos los océanos del planeta y que se conocen bajo el nombre colectivo de fitoplancton (del griego: fito, vegetal, y plancton, vagabundo) En realidad muchos de estos organismos microscópicos están en el límite entre las algas y las bacterias, por eso algunos expertos los consideran más cianobacterias (es decir bacterias autótrofas) que algas. Pero independientemente de lo que sean, tienen una característica común que es fundamental: como las plantas continentales, contienen clorofila, y por lo tanto son capaces de fabricar todo tipo de moléculas orgánicas a partir del CO2 disuelto en el agua mediante el uso de la energía proporcionada por la luz del sol. Ahora bien, la mayor parte de este fitoplancton, una vez terminado su ciclo vital se moría y sus células inertes caían hacia el fondo de los mares donde se acumulaban como grandes y espesas masas de materia orgánica (fundamentalmente carbohidratos y grasas). Con el transcurso del tiempo, esas masas evolucionaban hasta formar niveles de arcillas y limos ricos en materia orgánica descompuesta, arcillas con hidrocarburos o capas de carbón aún rico en compuestos oxidados (carbohidratos de tipo azúcar) y/o hidrogenados, como metano y otros gases similares. Ésta es la explicación que se da al origen de enormes y excepcionales masas de materia orgánica, fundamentalmente de composición carbonosa que se encuentran intercaladas en capas muy antiguas de la corteza terrestre. Son niveles carbonosos con dos mil millones de años de edad, muy anteriores a la gran explosión de formas de vida marina complejas que tuvo lugar en el periodo Cámbrico hace 540 millones de años. 32


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Algunos expertos, como el Dr. D. J. Mossman en 2005, consideran que algunos de estos depósitos carbonosos son antiguos yacimientos de petróleo petrificados o fosilizados. Uno de los más estudiados son los depósitos de shungita, denominación que se dio a los niveles rocosos más ricos en carbono. Hay que precisar que en la literatura científica figuran varios nombres que se dan a estas rocas en función de su contenido en carbono, por ejemplo: maksovita cuando sólo contienen un 45% de carbono, o bitumolite (Filippov, 2002) cuando son 98% de carbono. De todas formas, lo que está muy claro es que, se llame como se llame y tenga 99% o 50% de carbono, la shungita es una roca o mineral formado por materia orgánica fósil, es decir, procedente de organismos vivos del tipo de las cianobacterias que poblaban los mares hace dos mil millones de años. Ahora bien ¿porque ese extraño nombre? Pues simplemente porque estos antiguos depósitos de petróleo fósiles fueron localizados por primera vez cerca de la aldea de Shunga en la república de Carelia, que forma parte de Rusia, situada en el extremo norte del Lago Onega, a unos 200 kilómetros al naciente de la frontera con Finlandia. Curiosamente, fue el zar Pedro I el Grande (1682- 1725) quien –enfermo durante una campaña militar por la zona hacia el año 1705, se curó gracias a unos baños en agua con shungita pulverizada– dio fama a las propiedades terapéuticas de este carbón fósil. Hay que dejar constancia de que este tipo de carbono fósil no sólo se localiza en la Carelia rusa, sino que también ha sido identificado en Gabón, África, por el geólogo F. Gauthier-Lafaye en 2006, donde igualmente forma enormes depósitos de varios bi33


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llones de toneladas. También se ha mencionado su posible presencia en la región de Katanga, República Democrática del Congo (D. J. Mossman, 2003). Una cosa que debemos recalcar de la shungita es su contenido en fullerenos, que según distintos autores puede llegar hasta el 2%. El fullereno –cuyo nombre deriva de su similitud con las cúpulas geodésicas inventadas por el arquitecto americano Richard Buckminster Fuller (1895-1983)– es una nueva estructura molecular del carbono descubierta en 1985 por los premios Nobel de Química Harold Kroto, Robert Curl y Richard Smalley. Se trata de una estructura espacial donde los átomos de carbono no se disponen ni en láminas como en el caso del grafito ni en una red cristalina cúbica como en el caso del diamante, sino que forman una especie de esfera hueca cuya superficie está formada por 60 átomos de carbono enlazados. Este descubrimiento llevó a encontrar una forma de organizar los átomos de carbono formando tubos, lo que dio inicio a los famosos nanotubos de carbono, que están revolucionando desde la física hasta la medicina. Dada su peculiar estructura, los fullerenos fabricados en laboratorios de síntesis pronto empezaron a ser objeto de investigaciones para averiguar qué papel podrían desarrollar tanto en la biología como en la medicina, y a finales de 2016 podían encontrarse más de 18.000 referencias sobre estudios realizados con fullerenos en el buscador americano de internet llamado PubMed (un buscador de datos utilizado por los científicos de todo el mundo). De todos ellos hemos seleccionado el trabajo de un grupo de profesores de la Universidad de Paris-Sud, dirigido por el Dr. Tarix Baati, que lleva el sugestivo título de: La prolongación de la esperanza de 34


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vida de ratas mediante la administración oral repetida de fullereno, publicado en la revista Biomaterials del año 2012. Se trata de un ensayo de 66 meses de duración, durante los cuales se suministró diariamente un miligramo de fullereno disuelto en aceite de oliva a un grupo de ratones, duplicado con otro igual, que actuaron como control y a los que sólo se les daba la misma cantidad de aceite de oliva. Al final de la prueba se observó que mientras los del grupo del fullereno alcanzaban una media de 66 meses de edad, los que no lo tomaron sólo vivieron una media de 55 meses. ¡En equivalente humano esto significaría aumentar en 20 años la expectativa de vida, o sea prácticamente vivir un 30% más! En otras palabras, pasar de la actual supervivencia media de 79 años en España a unos 100 años. De éste y otros trabajos se puede concluir que los fullerenos tienen notables propiedades terapéuticas como antioxidantes, que a nivel celular y mitocondrial eliminan los radicales libres, uno de los elementos que favorece el envejecimiento celular. Pero a nivel de la información molecular y vibratoria de la shungita debemos destacar un papel mucho más importante que el derivado de su pequeño contenido en fullerenos. Como hemos visto, la shungita es una masa de fósiles de bacterias y microalgas que vivían sobre nuestro planeta hace unos dos mil millones de años. La información que proporciona el ADN de esos microorganismos es doblemente importante: • Por un lado, se trata de bacterias antiquísimas que vivían en los antiguos mares bajo una atmósfera con muy escaso oxígeno y, de hecho, 35


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gran parte del oxígeno de nuestra atmósfera actual es consecuencia del oxígeno generado por esas mismas bacterias. Éste es un dato fundamental, estamos frente a una información proporcionada por bacterias generadoras de oxígeno. • Por otro lado, no se trata de un animal o de una planta fósil como en la casi totalidad de los casos que exponemos en este libro. No, se trata de masas bacterianas que incluyen probablemente otros microorganismos, o sea, no es la información de un solo tipo de ADN, sino de multitud de tipos distintos de genomas cada uno de ellos pertenecientes a una determinada especie. Esto hace que la información vibratoria sea más variada y que por lo tanto se ampliará o abrirá el abanico de posibles efectos terapéuticos. Teniendo en cuenta estos dos factores, propondremos la shungita como un material fósil indicado para todas las patologías relacionadas con la oxigenación de la sangre, con la calidad de las células sanguíneas, incluyendo las células del sistema inmunitario, los procesos de hematopoyesis (formación de sangre nueva) y la transformación de la sangre venosa en arterial mediante el intercambio del CO2 por el oxígeno en el proceso respiratorio. Debemos tener en cuenta, además, que el equilibrio entre estos dos gases en la sangre, y por ende en las células y en el plasma intercelular, es clave para el mantenimiento de un medio adecuado (alcalino o ácido) según los requerimientos de los órganos y tejidos, por lo que la shungita propor36


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cionará la información apropiada para el mantenimiento de la homeostasis. Por otro lado, el enorme volumen de información proporcionada por el complejo bacteriano fósil de la shungita desempeñará un papel de especial preponderancia en el equilibrio del microbioma humano, que como ya sabemos es fundamental tanto para la salud física como para la nerviosa o mental. La shungita regulará la información necesaria para el mantenimiento de las colonias de bacterias benéficas, tanto las intestinales como las que viven simbióticamente con otras células del cuerpo humano. La consecuencia obvia de mejorar y potenciar las células del sistema inmunitario, al tiempo que se potencian las colonias de bacterias benéficas, es que se llevará al sistema inmune a un máximo de eficacia. Esto redundará no sólo en su actuación contra las enfermedades infecciosas tanto de origen bacteriano como vírico, sino incluso en la capacidad del sistema inmunitario para eliminar las células cancerosas, células que por otro lado no son naturales sino especies degeneradas, generalmente indiferenciadas. Por supuesto, la información proporcionada por los microorganismos fósiles de la shungita ayudará a llevar el sistema inmunitario al equilibrio u homeostasis. En otras palabras, evitará las enfermedades autoinmunes provocadas por un sistema inmunitario exacerbado. Otro factor a tener en cuenta es que básicamente la shungita es carbono casi puro, y son bien conocidos por quienes practican la medicina natural los efectos reguladores del carbón activo o 37


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carbón vegetal sobre ciertas anomalías intestinales como disenterías, diarreas o gases. La información del ADN fósil de la shungita actuará también de igual manera, regulando y normalizando la función intestinal. LA SHUNGITA ESTÁ INDICADA PARA: Problemas físicos • Enfermedades de la sangre: anemias, talasemia, malaria. • Enfermedades infecciosas bacterianas: especialmente las ORL (oídos, nariz y garganta), es decir, que afectan al tracto respiratorio superior. • Enfermedades infecciosas víricas tales como gripe, hepatitis, herpes, etc. • Enfermedades autoinmunes: lupus, crohn, alteraciones de la función tiroidea (hipotiroidismo, tiroiditis de Hashimoto, etc.), enfermedades inflamatorias intestinales, esclerosis múltiple. • Enfermedades intestinales de origen bacteriano o vírico. Resolución de la inflamación intestinal, especialmente la de origen autoinmune: gastroenteritis, diarreas, flatulencias, ulceras estomacales. Problemas emocionales, psíquicos y mentales • La información proporcionada por los microorganismos fósiles de la shungita regulará el microbioma general del organismo, permi38


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tiendo el restablecimiento del equilibrio neuronal y la regeneración de neuronas y otras células de la glia, así como la mielina del sistema nervioso periférico. Para terminar, recordar que una de las funciones vibratorias más importantes de la shungita es la de potenciar la hematopoyesis, o sea, incrementar la formación de sangre nueva. Es obvio que una mayor generación o renovación de la sangre redundará en beneficio de todo el organismo y por ende también de la psique. En este sentido debemos considerar la shungita como un fósil antiaging o rejuvenecedor, ya que la hematopoyesis es uno de las propiedades orgánicas más afectadas con el transcurso de los años. En este sentido es bueno recordar los ensayos murinos realizados en 2014 por el equipo del Dr. Saúl A. Villeda de la Universidad de California, San Francisco, en el cual se demostró que la transferencia de plasma sanguíneo de un ratón joven a uno anciano mejora la memoria y la capacidad de aprendizaje de los segundos. Algo que fue corroborado por un experimento aún más atrevido realizado en 2017 por el equipo del Dr. J. M. Castellano de la Stanford University School of Medicine, que logró rejuvenecer la función cerebral de un grupo de ratones ancianos mediante la inyección de plasma procedente de un cordón umbilical humano. No hay ninguna indicación para la shungita ni en medicina natural ni en homeopatía, pero curiosamente la shungita resulta muy similar a la orgonita artificial propugnada por el Dr. Wilhelm Reich (1897-1957): una mezcla calcinada de resina 39


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y polvo de cuarzo, destinada a movilizar la energĂ­a estancada y a expulsar la energĂ­a negativa, en base a su estado vibracional.

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IIb LOS FÓSILES MARINOS Durante la mayor parte de su historia, la Tierra fue un planeta marino, enteramente cubierto de agua. Hace unos 2.500 millones de años nacieron en estas aguas los primeros seres vivos: las algas unicelulares. Poco a poco y con el transcurso de los siglos el medio marino propició formas de vida cada vez más complejas, hasta hace 540 millones de años, cuando se produce la denominada “gran explosión de vida del Cámbrico”, en la que aparecen formas de vida realmente complejas, no demasiado distintas de las que hoy mismo pueblan los océanos del planeta. Dentro de los registros de fósiles marinos encontramos dos grupos de seres que se extinguieron hace muchísimo tiempo: los amonites y los trilobites. Otros en cambio han pervivido hasta la actualidad: los corales, los equinodermos, los bivalvos, los gasterópodos y los tiburones. Todos ellos tienen abundante información vibracional que podemos aprovechar para nuestro beneficio.

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3. AMONITES Ammonites en inglés Ammonites en francés Ammoniten en alemán Ammoniti en italiano Amonites en portugués

Los amonites son moluscos marinos que poblaron de forma multitudinaria los mares de todo el globo desde el Devónico (hace unos 380 millones de años), durante 334 millones de años hasta su brusca extinción hace 66 millones de años a finales del período Cretácico. Desde el punto de vista de la biología o la vida, los amonites son unos 43


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animales extraordinarios, no sólo porque habitaron nuestro planeta durante 334 millones de años, sino también porque ocuparon prácticamente todos los océanos del mundo bajo distintas condiciones de profundidad, salinidad y temperatura. Como los dinosaurios, que curiosamente habitaron nuestro planeta durante mucho menos tiempo, se trata de animales extraordinarios, con una fuerza vital que ningún animal actual es capaz de alcanzar. Esa energía era tan extraordinaria que superaron un famoso intervalo de extinciones denominado límite Permo-Triásico, época en la que desapareció el 90% de los animales y plantas que vivían sobre el planeta. Finalmente –y a pesar de su gran vitalidad–, no llegaron a superar otra gran extinción, la del límite Cretácico-Terciario, hace 66 millones de años. En el actual océano Pacífico viven unos moluscos muy parecidos, denominados nautilos, pero que no han alcanzado el grado de perfección de los amonites y que, a pesar de su apariencia, nada tiene que ver con los antiguos fósiles. Como casi todos los moluscos y los caracoles, este animal vivía en el interior de su concha de carbonato cálcico (calcita o aragonito), y a lo largo de los años se desplazaba por nuevas cámaras cálcicas que iba construyendo a medida que crecía, por lo que un amonite maduro exhibirá la forma de una espiral cuya traza va creciendo desde el centro hacia el exterior. Las cámaras que iban quedando vacías a medida que el animal se desarrollaba le permitían una gran flotabilidad, y de hecho los amonites eran grandes navegantes, desplazándose por los mares con un sistema de propulsión similar al de los actuales calamares o pulpos. Además, contaban con un sistema de lastre que les permitía llenar o vaciar 44


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