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DESDE EL SEMINARIO DE VALENCIA El sentido de nuestra fe: la misión
Este verano Fabian –laico-, Don Arturo –delegado de misiones– y yo, Ramón Cuenca, seminarista de cuarto curso de Valencia, hemos tenido la suerte de haber ido juntos de experiencia misionera a la Amazonia Peruana, específicamente al pueblo de Jenaro Herrera. Allí trabajamos junto a las hermanas franciscanas del Rebaño de María y el hermano Antonio, sacerdote franciscano valenciano. Estábamos emocionados por la experiencia que nos esperaba, aunque no estábamos seguros de qué esperar en términos de trabajo y responsabilidades.
Fabian se encargó de impartir clases de lengua castellana, inglés y religión en secundaria. Don Arturo clases de lengua castellana y religión en otros cursos de secun-
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(parte 1) daria. Y, finalmente, a mí me encargaron ser el tutor de cuarto grado en el colegio del pueblo, lo cual significaba que estaría a cargo de la educación y cuidado de un grupo de niños de alrededor de 9 y 10 años, durante todas las horas lectivas.
En la experiencia en el colegio nos dimos cuenta de que el sistema educativo en el pueblo tenía muchas carencias, pero aun así había un gran interés de los niños y niñas por aprender. Fue una experiencia preciosa poder encontrarnos con los profesores y profesoras, compartir puntos de vista y los retos a los que se enfrentan. Después del colegio, servíamos en el comedor de niños y niñas, que alimenta a unos 180 niños al día.
Dábamos clase de apoyo en las aulas de refuerzo que existen. Otros días, después atendíamos las catequesis. También pudimos participar de la atención en el botiquín de medicamentos que también abrieron las hermanas franciscanas.
Por las tardes, nos dedicábamos a otras actividades de evangelización y servicio. En las misas, la gente cantaba con gran entusiasmo y devoción, lo cual nos conmovió profundamente. Los fines de semana, por la mañana aprovechábamos para realizar visitas a enfermos y ancianos en el pueblo. Muchas veces, estas personas se encontraban solas, sin sus familias, pero, aun así, nos recibían con los brazos abiertos y una gran sonrisa en su rostro. A través de estas visitas, aprendimos la importancia de la compañía y la empatía, especialmente en aquellos momentos en que alguien se encuentra enfermo o desamparado.
Durante nuestra estancia en el pueblo, tuvimos la oportunidad de coincidir con el obispo Don Juan Oliver, o.f.m. Allí, pudimos visitar la intensa labor de evangelización y caridad que la Iglesia había desplegado desde su llegada. Además de hacer las veces de obispo, también era el único sacerdote de la ciudad, sacristán en la Catedral y catequista de un grupo de adultos.
Durante nuestra estancia en la Amazonia Peruana, tuvimos la oportunidad de conocer a muchas personas maravillosas que nos enseñaron mucho sobre la vida y la fe.
Pudimos comprobar que la labor del misionero va más allá de la evangelización, también incluye el servicio a los más necesitados.
Uno de los momentos más especiales de nuestra estancia en la Amazonia fue cuando visitamos la aldea de Flor de Castaña, una población de poco más de doscientos habitantes, donde hacía más de dos años que no asistía ningún sacerdote. La comunidad nos recibió con gran entusiasmo y alegría, y nos hicieron sentir como en casa. Fue una experiencia inolvidable poder ver como se apresuraron para poder confesarse, especialmente los más jóvenes; también poder experimentar con que delicadeza prepararon la Eucaristía.
Durante el tiempo que estuvimos en el pueblo de Jenaro Herrera, Fabián, Don Arturo y yo nos alojamos en la casa anexa a la iglesia. Por las noches después de la cena, nos reuníamos para compartir nuestras experiencias del día y reflexionar sobre lo que habíamos aprendido. Junto a las hermanas franciscanas y el padre Antonio.
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Una de las cosas que más nos impactó fue la labor que la Iglesia estaba realizando en aquel lugar. A pesar de las dificultades, como la falta de recursos y la distancia, la Iglesia no solo se preocupaba por la dimensión espiritual de las personas, sino que también se preocupaba por su bienestar físico y material.
Cada uno de nosotros tenía diferentes labores misioneras, por lo que aprovechábamos espacios de descanso para retirarnos y dedicar tiempo a la oración, ya fuera en la capilla de la casa de las hermanas franciscanas o en algún lugar del bello pueblo inserto en la inmensidad de la Amazonia.
Después de las diversas actividades, solíamos regresar a la casa de las hermanas franciscanas para descansar y prepararnos para la cena. Allí, rezábamos juntos vísperas y charlábamos con las hermanas sobre la labor que realizaban en la misión. Más tarde, cenábamos todos juntos con las hermanas, donde siempre había chascarrillos, anécdotas, recuerdos, un tiempo para compartir y descansar con los hermanos y las hermanas.