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Bendición en las lomas
Sabaneta se encuentra a unas 4 horas de la capital de Rep. Dominicana, Santo Domingo, en el centro de la isla La Española, a 90 km de la frontera con Haití. Está en la provincia de San Juan, cuya capital y catedral diocesana está en San Juan de la Maguana. Es una zona rural con multitud de pequeñas comunidades en las lomas. Pocas de ellas tienen servicios de salud y educación, y los accesos son difíciles (pocas personas disponen de todoterreno, las que pueden se trasladan en mulo).
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Esta situación condiciona prácticamente todo: la oportunidad de completar la educación básica se pospone frente al salir adelante ayudando en casa y en el campo; muchos problemas de salud que no se atienden; partos lejos del hospital que además no se registran; muchas personas sin cédula de identidad; familias que migran a las capitales, muchas veces dejando los hijos con los abuelos o familias de crianza...
Como en tantos escenarios, la Iglesia aquí se está encargando de dar solución a muchas necesidades básicas, además de su acompañamiento espiritual: asesoramiento administrativo, créditos para construcción de casas, canalización de agua, carreteras, y tantas otras… pero el mayor proyecto es el Centro Educativo Vocacional Aventura.
Tiene un régimen de internado de lunes a viernes, lo cual facilita una educación integral que abarca todas las áreas de la persona: higiénica, alimentaria, espiritual, relacional, afectiva... aparte de la educativa y vocacional, que son los pilares del Centro. Sin este recurso, tantas familias de las comunidades esparcidas por la zona (algunas a varias horas de distancia) no tendrían posibilidad de completar la educación. Desde su inicio en 2012 ya son varias generaciones que han podido optar a formación universitaria, y muchos con la determinación de volver a sus comunidades y poder participar de su desarrollo.
Al frente de todo está el párroco de Nuestra Señora de Guadalupe de Sabaneta y una misionera española de OCASHA-CCS. Tienen además un equipo parroquial muy comprometido para llevar adelante todas las tareas de catequesis, jóvenes, liturgia…
Y en este escenario viví mi experiencia misionera en dos periodos: agosto y luego abrilmayo. En verano fuimos un grupo de la diócesis de Valencia, y la misión fue prácticamente una visita por las pequeñas comunidades de las montañas con actividades de catequesis y juegos con los niños, encuentros y diálogo con los jóvenes, y formación digital con los mayores. Además de celebrar la fe con las familias.
La acogida en cada lugar nos desbordaba, realmente son agradecidos por la visita y hasta se “peleaban” por que entraras en sus casas y pudieran ofrecerte algo de comer y beber. Impresión especial dejaron los mayores, algunos impedidos, que cogiendo tu mano te daban su bendición y, con los ojos casi velados por los años de fatigas, te sonreían inundando de esperanza cualquier duda de compasión que pudiera asaltarte al verte en su pequeña cabaña de madera y hojas de guineo. En el otro extremo, los niños, que nos perseguían al llegar a las aldeas como celebridades, o feriantes. Nos llamaban “americanos” y se acercaban con tremenda curiosidad y ningún prejuicio. Cierto también el interés de algunos, conocida la experiencia del que llega y regala cosas. Con ello, la naturalidad y verdad que esos encuentros provocaban, llenaban el corazón, sobrecogiendo cuando repetían nuestras canciones o enseñanzas de las parábolas de Jesús.
La segunda experiencia fue bastante diferente, más profunda, intensa y dura. Estar en la rutina habitual tenía otra riqueza, tuve una aproximación más extensa de cada dimensión, muchas más personas, y siempre más íntimo. El tiempo, que de normal allí tiene otra percepción, jugaba en ese sentido, muchas veces para perderse en cada encuentro, pero alguna que otra vez afectando a la mentalidad tan de aquí de no desaprovecharlo y sentirlo muerto. Fue lo que más me afectó en alguna fase, y me hacía fijarme más en las incomodidades fatuas que de otra manera no tendrían importancia (calor, dieta, bichos…).
La familia de acogida es espectacular, y toda la comunidad se vuelca en el visitante y su acogida. Colaborar en el funcionamiento de la escuela fue un aprendizaje grande, y lo mejor fue ver la ilusión del grupo de jóvenes que se acercaban a la catequesis semanal de la parroquia con ganas y sobre todo sed de conocer y compartir.
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Seguimos conectados a la escuela, por lo que nos cuenta la misionera y con la intención de seguir aportando para sus necesidades de infraestructura y mantenimiento. También con los mayores graduados y el grupo de catequistas encargados de continuar con las tareas de pastoral con los niños de cada comunidad.
El grupo de “misioneros guadalupanos” sigue vivo, en comunión espiritual y por WhatsApp, y no hay semana sin contarnos cómo van las cosas, pero por encima de todo con la primera palabra con la que te reciben, “¡bendición!” y que tanto dice de su fe y vida, tanto nos dice, para poner la mirada y el corazón en la bendición, simplemente por despertar, nos enseñaron, pero aún más cuando puedes comparar sus necesidades a las tuyas de europeo. Por ello, ¡lluvia de bendiciones para ustedes!
¡Bendecidos por el Señor! ¡Amados por María! ¡Y ahí ahí con el Espíritu Santo!