Cyboria. El despertar de Galeno

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Pierdomenico Baccalario

Traducci贸n y notas de

Jos茅 Luis Aja


Título original: CYBORIA. Il Risveglio di Galeno Ilustración de cubierta e interior: Alejandro Rojas Contreras

MN Editorial es una marca registrada de MN Editorial Limitada.

© 2009, Istituto Geografico De Agostini S.p.A. © Traducción de José Luis Aja (Grupo Anaya S.A.), 2011 © 2012, MN Editorial Limitada para todos los países de Latinoamérica hispanohablantes Avda. Eliodoro Yáñez 2416, Providencia, Santiago, Chile. Teléfono: 2335101 e-mail: promocion@mneditorial.cl web: www.mneditorial.cl

Primera edición: 2012 ISBN: 978-956-294-388-8 La presentación y disposición de la obra son propiedad del editor. Reservados todos los derechos para todos los países. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea este electrónico, fotocopia o cualquier otro, sin la previa autorización escrita por parte de los titulares de los derechos.


PRESENTE

Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y la temeridad. «Manifiesto futurista», Le Figaro, 20 de febrero de 1909



16. LA CAJA PRISMÁTICA

P

asaron tres días. Durante todo ese tiempo, Otto, afligido por el vacío que había dejado su abuelo, vivió como en una nube. Nada atraía su atención. Incluso aquellos torturadores que lo perseguían con la moto dejaron de hacerlo, como si hubieran comprendido que era necesario un momento de tregua. Otto pedaleaba en su tintineante bicicleta de casa al colegio y del colegio a casa sin que nadie se atreviera a acercarse a él. Durante aquellos días nadie le preguntó nada, ni tampoco se enteró de nada relevante. Por la noche pensaba en su abuelo y se despertaba por la mañana temprano, sobresaltado al recordar las palabras del conde de Liguana. Verificó cuarenta veces que no hubiera desaparecido nada de la biblioteca octogonal. Observaba a las lagartijas tomando el sol sobre las tapias del jardín. Cinco días después del funeral llegó el abogado de su abuelo, montado en una Vespa y con una voluminosa cartera de piel en bandolera. Era un hombre de unos treinta años, con aire juvenil, sencillo y desenvuelto.

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—Tú debes de ser Otto... —dijo a modo de saludo mientras desplegaba el caballete de la moto. —Y usted Ranieri, el abogado... —respondió el muchacho mirándolo primero a él y luego a la Vespa. Era un modelo realmente antiguo. —Mi padre y sus amigos salían de paseo en este trasto de los años sesenta —admitió el abogado—. Cada uno tiene sus pasiones, ¿no? —Me encanta —confesó Otto, cuyos ojos expertos se fijaban en la forma tosca y redondeada de la Vespa, así como en sus cinco marchas manuales. Le pareció muy natural que su abuelo hubiera elegido un abogado como aquel. —¿Te gustan las motos? —La verdad es que sí —dijo Otto—. Todo lo que tenga motor me interesa. —Luego, si quieres, podemos dar una vuelta. Otto se rascó la cabeza. —Mejor lo dejamos. Seguro que a mi madre no le parece bien... «Y, sobre todo, no puedo pedir permiso a mi abuelo», añadió con el pensamiento. Subieron a la biblioteca octogonal, donde se reunieron después con los padres de Otto. Carlotta, su madre, se había maquillado a conciencia, pero no lo suficiente como para ocultar el sufrimiento de su rostro. Sísifo, su padre, parecía recién salido de la oficina, y probablemente así era: con su traje de color azul marino y su corbata amarilla de lunares, solo le faltaba sentarse detrás de una ventanilla para preguntar al abogado qué operación bancaria deseaba realizar. Se sentaron. Carlotta llevó una jarra de té con hielo en una bandeja de plata.

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—Señores, lamento mucho haber tenido que venir en estas circunstancias —comenzó a hablar el abogado mientras se refrescaba la garganta con el té—. Sobre todo porque esta casa es realmente un lugar maravilloso. Pero es mi trabajo, así que... Abrió su cartera. Carlotta miró a su marido y después a su hijo. —Otto, tal vez sería preferible que tú... —No —intervino Ranieri—. Es mejor que el muchacho se quede con nosotros. Así lo hubiera querido su abuelo. A continuación sacó de la cartera una serie de sobres sellados y abrió el primero con un abrecartas que había sobre la mesa. Extrajo dos folios mecanografiados. Otto se dio cuenta de que los ojos de su padre estaban húmedos, aunque no le había visto derramar ni una lágrima hasta aquel día. Seguramente habría reconocido la tipografía del sobre: pertenecía a una Olivetti de 1978, la única máquina de escribir que utilizaba el abuelo y que reposaba sobre su escritorio, muy cerca de donde ellos se encontraban. Ranieri carraspeó y leyó de un tirón, pero con el respeto que la ocasión demandaba, las últimas voluntades del abuelo. —Queridos hijos... Si están escuchando estas palabras por boca de Ranieri, eso quiere decir que por fin me he quitado de en medio. Sísifo dejó escapar una risita y después empezó a morderse las uñas. Carlotta, abrazándose a sí misma e inclinándose hacia adelante, se sentó en el borde de la silla. —Así que no perdamos más tiempo. Y tú, Carlotta, deja de sentarte en el borde de la silla, porque tarde o temprano acabarás rompiéndola.

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Carlotta, sorprendida, se quedó inmóvil. —¿Pero cómo...? —En cuanto a ti, hijo mío, deja de torturarte los dedos y escupe de una vez ese padrastro, que no voy a daros ninguna sorpresa: os nombro herederos universales de todas mis propiedades, Villa Folgore incluida. El padre de Otto también se quedó paralizado. Luego se apoyó sobre el respaldo de la silla. Otto sonrió: ¡qué bien los conocía el abuelo! —De todas las propiedades menos de una... —añadió el abogado haciéndoles dar un respingo—, que tengo intención de dejar a mi nieto. Ranieri empezó a buscar dentro de la cartera y sacó una pequeña caja de cartón atada con un cordel. Sobre la tapa, un lacre rojo marcado con las iniciales «PFP». Una carta cerrada, sellada también, pendía del cordel. Otto se estremeció nada más verla. «Abre la caja», le había murmurado el abuelo antes de morir. Alargó las manos para cogerla y, en ese preciso instante, pensó en las palabras del conde de Liguana: «¿Te la ha dado ya? Eres demasiado pequeño para ciertas cosas. ¿Es que no se fiaba de ti lo suficiente?». La caja pesaba muy poco, como si estuviera vacía, y se posó entre las rodillas de Otto como un pajarito en su nido. —Quién sabe lo que te habrá dejado el abuelo —le preguntó su madre en voz baja mientras le acariciaba la espalda dulcemente—. ¿No la abres? Otto negó con la cabeza. La abriría en privado, cuando estuviera en su cuarto. A continuación, un largo silencio se adueñó de la habitación. Finalmente, el abogado concluyó.

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—Eso es todo. Aparte... de una especie de condición testamentaria. —¿Una condición testamentaria? —preguntó el padre de Otto un poco alarmado. Era como si a medida que iba conociendo las voluntades de su padre se temiera una desagradable sorpresa. —Nada por lo que deba preocuparse, señor Perotti. Su padre desea que todos ustedes, Otto incluido, se comprometan a no ceder, vender o regalar sus bienes, en particular nada de lo que se encuentra en esta biblioteca, a extraño alguno. Bajo ningún concepto. Ni siquiera la caja que acabo de entregar a Otto. Sísifo y Carlotta asintieron. A Otto se le quitó un peso de encima. El abogado dispuso las últimas formalidades: sellos y firmas que después sería necesario repetir ante notario para poner en marcha el proceso burocrático. Otto pidió permiso para marcharse y se refugió en su habitación. Cerró la puerta, dio la vuelta a la llave, se sentó ante su mesa de trabajo, que estaba llena de herramientas, cogió las tijeras y cortó el cordel. Utilizó una navaja para despegar el sello lacrado y poder conservarlo así en su integridad. Levantó la tapa de aquella misteriosa caja y, conteniendo la respiración, tomó entre sus dedos un extraño objeto de color verde oscuro. Su tonalidad imprecisa recordaba a la plata oxidada. Era un icosaedro. El objeto que su abuelo le había regalado era uno de los cinco sólidos platónicos: una esfera tallada por veinte caras triangulares. —Ciento veinte simetrías, sesenta rotaciones —murmuró Otto, iluminando todas sus caras triangulares y viendo que, en

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cada una de ellas, había grabados unos números, como si de un dado de grandes dimensiones se tratara. —Pero ¿qué clase de acertijo es este? —murmuró perplejo mientras hacía girar cada uno de sus lados—. Luego miró hacia la ventana abierta y dijo en voz baja: —¿A que te lo estás pasando bien? Estaba seguro de que su abuelo, aunque nunca hubiera creído en el más allá ni en la existencia de Dios, estaría por allí cerca, disfrutando de aquella escena.

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15. CARTAS DEL PASADO

–E

s incomprensible —dijo Otto en voz baja. Luego, colocó el prisma sobre la mesa y se fijó en la carta sellada. Abrió el sobre, utilizando las tijeras como abrecartas, sacó un folio que estaba doblado en tres partes, lo extendió y leyó:

Villa Folgore, Pisa 12.21 horas

Queridísimo Otto:

Ya sé que me tienes mucho cariño, al igual que yo a ti, pero te pido por favor que no te eches a llorar. Te escribo para compartir contigo algunas reflexiones importantes y no puedo hacerlo si te comportas como un llorón. Necesito confiar en un hombre y estoy convencido de que tú puedes comportarte como tal, incluso mejor que otros muchos. El problema no está en el paso del tiempo: es cumplir años lo que resulta una faena. Cuando envejeces, te viene a la mente todo aquello que nunca has podido realizar, todos los sueños que caracterizan a la juventud y que luego se han ido desvaneciendo con el paso de los años. No te digo esto por soltarte el típico discurso de abuelo aburrido, sino para que siempre tengas en cuenta una 11


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cosa: que el tiempo pasa muy deprisa y que las oportunidades hay que cogerlas al vuelo porque nunca vuelven a presentarse. Nunca. Yo he sido un hombre afortunado: he vivido plenamente, he tenido ocasión de conocer gente interesante, he hecho amistades y he podido llevar adelante estudios fascinantes, pero he dejado un asunto sin resolver. Un asunto que te dejo en herencia junto a la caja prismática que ahora tienes delante de tus narices y que seguramente ya habrás manipulado antes de leer mis últimas «instrucciones». Otto sonrió. Su abuelo demostraba, una vez más, lo bien que lo conocía, y que era capaz de imaginar las cosas antes de que ocurrieran. «Caja prismática», dijo tomando nota antes de seguir leyendo.

La caja no es mía —continuaba la carta—. Fue un regalo del abuelo Atamante, que era tu tatarabuelo. Me la envió a la universidad el día en que cumplí veintiún años, que entonces era la mayoría de edad. Junto a la caja había una nota mucho más sintética que esta carta. Decía: «¡Ve tú!». Nunca he entendido qué significaba. Y nunca se lo pregunté, pues sabía que él jamás me respondería. Siempre pensé que la caja era algo más que un objeto ingenioso y que debía de tener alguna función oculta. Aunque pudiera parecerte absurdo, tenía algo que ver con su cuadro preferido, ese que está colgado sobre la chimenea. Por si no lo sabes, es un cuadro futurista, y los futuristas..., bueno, eran un grupo de personas que soñaban con un futuro diferente. Quizá se equivocaban, pero no por eso dejaron de soñar. Así que te paso el testigo de este pequeño misterio familiar. Tu padre no sabe nada de esto y preferiría que continuara sin saberlo. Mi padre tampoco tuvo nunca noticia de ello... 12


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«¡Tachán! ¡Tachán!», pensó Otto con el corazón en la garganta. «Los auténticos Folgore Perotti siempre se saltan una generación», había dicho el conde de Liguana. Luego terminó de leer la carta.

Tal vez te decepcione saber que, si hay algún misterio, yo nunca he sido capaz de descubrirlo. Quizá tú llegues hasta donde yo no he conseguido llegar, y hasta donde mis abuelos, Atamante y Armilla, querían que llegara. ¡Quién sabe! El misterio, todo el misterio, se encierra en estas palabras, Otto: ¡Ve tú! Cuídate. Tu abuelo Primo

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ÍNDICE

PRESENTE 20.  La bicicleta relámpago 9 19.  Villa Folgore 15 18.  El último adiós 19 17.  En el octógono de los libros 23 16.  La caja prismática 29 15.  Cartas del pasado 35 14.  La casa del conde 38 13.  Las raíces de los números 41 12.  Luces nocturnas 47 11.  La arqueóloga 51 10.  Los libros sepultados 58   9.  El engranaje perdido 62   8.  Muerto en vida 66   7.  Los huéspedes inoportunos 70   6.  El movimiento secreto de los planetas 83   5.  El despertar de Galeno 90   4.  El hombre de negro 101   3.  La muerte del claro de luna 105


2.  El lenguaje binario 116   1.  El «Convoy del Sur» 129

PASADO –12.  La carrera hacia ninguna parte 135 –11.  La estación de hierro 148 –10.  Errores y correspondencias 154   –9.  Los indomables 161   –8.  Pasaporte hacia lo imposible 167   –7.  Una fuga de manual 171   –6.  Una idea brillante 176  –5. Avenue Pablo Picasso 183   –4.  Cita en París 190   –3.  El traidor 198   –2.  La casa errante 207   –1.  Domar al gigante 217

FUTURO   1.  La conquista de las estrellas 227   2.  El comité de acogida 234   3.  El local de las personas desaparecidas 245   4.  Hacia el norte 253   5.  El observatorio 257   6.  El guardián 264   7.  La ciudad muerta 273   8.  Pacientes poco pacientes 282


9.  Las Máquinas Mortales 287 10.  Destrucción y reconstrucción 296 11.  La bicicleta roja 303 12.  Palabras en libertad 309 Agradecimientos 313



Otto siente predilección por los objetos antiguos, por la historia y por la ciencia, pasiones que comparte con su abuelo, con quien tiene un vínculo excepcional. De los dos es la fascinación por los libros, los números y los juegos, y será su abuelo quien le revele las claves para resolver el último enigma: una serie numérica, un prisma con forma de icosaedro, un cuadro de estética futurista y un misterioso mensaje: “Ve tú”. De la combinación de tales elementos surgirá Galeno, el autómata. Es el guía para llegar a la Ciudad Nueva, un lugar ideal al que solo pueden acceder ciudadanos dispuestos a vivir el sueño utópico de Cyboria, el sueño de un futuro feliz. Porque en Cyboria los sueños son el carburante de la realidad. Para entrar en la Ciudad Nueva no es necesario ningún documento: se necesitan ideas.


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