N.º 128 DEL 25 DE MAYO AL 27 DE JUNIO DE 2016
4.900 pesos
ISSN: 1900-589X
LAS MIL Y UNA HUELLAS
DE BORGES
El escritor argentino marcó como nadie la literatura contemporánea: de Calvino a Bolaño. Este 14 de junio se cumplen 30 años de su muerte.
EDITORIAL
Ilustración Hernán Sansone
N.º 128
Sin...emateca Director Juan David Correa Editor Christopher Tibble Editor de revistaarcadia.com Ana Gutiérrez Rodríguez Consejo Editorial Alejandro Santos, Tatiana Andrade, Halim Badawi, Jaime Cerón, Camilo Hoyos, Catalina Holguín, Nicolás Morales, Ricardo Silva, Jaime Andrés Monsalve, Claudia Rodríguez, Álvaro González, Diana Rey, Álvaro Robledo, Juliana Restrepo, José Roca, María Wills Colaboradores Gabriela Bustelo, Esteban Duperly, Salym Fayad, Oscar Guisoni, Manuel Hernández, Santiago Parga, Janina Pérez, Ana Cristina Restrepo, Sandro Romero Rey, Conrado Zuluaga. Columnistas Sandra Borda, Antonio Caballero, Jordi Carrión, Camilo Hoyos, Jaime Andrés Monsalve, Nicolás Morales, Lucas Ospina, Mauricio Sáenz, Carolina Sanín, Pedro Adrián Zuluaga Historia gráfica PowerPaola Dirección de Arte Hernán Sansone Diseño Mónica Loaiza Reina Corrección Liliana Tafur Asistente Jackeline Cárdenas Practicantes Paola Moreno, Laura Martínez Duque Fotografía Editor: León Darío Peláez Fotógrafos: Carlos Julio Martínez Támara, Juan Carlos Sierra, Guillermo Torres, Daniel Reina Directora Comercial Marcela Chaverra mchaverrao@semana.com Director de Producción Orlando González Jefe de Archivo Eliana Álvarez Publicaciones Semana S.A. Gerente General Elena Mesa Zuleta Gerente Comercial Isabel Cristina Calle Gerente de Circulación Natalia Peinado Bustamante Gerente de Mercadeo Liliana Sotomonte Gerente de Innovación Iván Jaramillo Price Gerente Financiero y Administrativo Felipe Albán Daza Gerente de Nuevos Medios Juan Andrés Martínez Directora Call Center Claudia González Cuéllar Sede: Carrera 11 n.º 77A-49 Bogotá, Colombia PBX 6468400 ©Publicaciones Semana S. A. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización de Publicaciones Semana S.A. ISSN: 1900-589X Printed in Colombia
Q
uien lea la carta que le envió el sector audiovisual al cine colombiano, de cinematografía mundial independiente y, alcalde Enrique Peñalosa (disponible en nuestra web) ante todo, un centro de emprendimiento laboral audiovisual, podrá coincidir en que se trata de un llamado respe- de inserción de nuevas tecnologías y un lugar de encuentro tuoso que invita a abrir un diálogo con la administración de cultural en la ciudad. Esta iniciativa busca ser, adicionalmente, la ciudad, pidiéndole continuar el proyecto de ampliación de la no solo un proyecto institucional sino una fórmula novedosa Cinemateca para Bogotá que ya había avanzado la administra- de asociación entre la administración y los particulares que ción anterior. quieran vincularse para garantizar su sostenibilidad. La historia, a grandes rasgos, comenzó en 2010, cuando, Echar para atrás un proyecto como estos, que ha pasado debido a la crisis española, se vino abajo la idea de construir por debates en el Concejo de la ciudad, que está prácticamenun centro cultural español en la esquina de la calle 19 con te a medio camino, con importante inversión en la adquisicarrera 3.a. En 2012, se pensó que allí podría quedar la nueva ción del lote y con reserva de dinero para adelantar la obra y sede para la Galería Santafé, o la Orquesta Filarmónica, pero el su puesta en funcionamiento, arguyendo que no hay cómo proyecto no avanzó. Como parte del plan de revitalización del garantizar su sostenibilidad, es frenar el desarrollo de una incentro ampliado de la ciudad, la administración Petro pensó en dustria cuyos resultados en cuanto a producción son más que construir un edificio emblemático para darle dignidad al sector evidentes para todos los colombianos. Si la obra comenzara cinematográfico, que hoy cuenta con una Cinemateca pequeña hoy, tardaría entre 18 y 24 meses en terminarse, y para entonpara una ciudad de más de ocho millones de habitantes. Por ces podría haberse trabajado en una alianza público-privada eso, en 2013, se abrió un concurso en conjunto con la Sociedad para poder sostener la nueva sede de la cinemateca. Sin embargo, parece que, por ahora, Colombiana de Arquitectos; se invitó a diversos expertos, La industria cultural del cine colombiano dicha carta no será tenida en cuenta, hasta que los recursos entre ellos, a Gonzalo Casteestá ubicada hoy entre las tres más futuros estén garantizados. llanos, uno de los más recograndes de América Latina. Ojalá el dinero que está en la nocidos promotores de inifiducia no cambie de destinaciativas culturales en América Latina, y se hizo un estudio de viabilidad que concluyó posi- ción y la nueva cinemateca no quede en veremos. Después de la carta, el 11 de mayo, al director de la Citivamente. Después de esa primera fase, se firmó un convenio entre Idartes, la Empresa de Renovación Urbana y la Secretaría nemateca, Julián David Correa, que había sido ratificado por General de la Alcaldía para involucrar, desde esta última, las la nueva administración y por el director de Idartes, Juan nuevas tecnologías. En 2014, se creó la Comisión Fílmica para Ángel, se le pidió la renuncia. La reacción fue inmediata, y Bogotá, “para fortalecer las industrias audiovisuales de Bogotá no se abrió un diálogo con el sector. La secretaria de Cultura, y Colombia (televisión, publicidad, cine), promocionar la ciu- María Claudia López, respondió a esta revista diciendo que dad como destino fílmico para producciones nacionales e in- “no hay disponibilidad de recursos para garantizar el proternacionales”. Desde Idartes se separaron 22.000 millones de yecto en su integralidad (construcción, dotación, operación pesos, para el presupuesto de 2016, con nueva administración, y mantenimiento), esta Administración se encuentra en la que servirían para comenzar la construcción. El camino estaba búsqueda de alianzas con el sector privado para explorar su realización y sostenibilidad en el tiempo”. abonado. Y entonces circuló la carta. Una vez más, al parecer, el director de Idartes dio un paso en El gran desarrollo que ha tenido la industria cultural del cine en Colombia, ubicada hoy –y en tan solo doce años– entre falso y la secretaria debió salir a dar explicaciones, como había las tres más grandes de América Latina, proviene en buena par- ocurrido tan solo unas semanas atrás con la idea de fusionar los te (cerca del 40 %) del trabajo de la gente, de artistas y técnicos, festivales de Jazz, Salsa y Colombia al Parque, sin tener en cuende la exhibición y la infraestructura de Bogotá. Por eso es de- ta la opinión del sector que, insistimos, elevó una respetuosa terminante la ampliación de la Cinemateca con una nueva sede. crítica a la manera como se estaba evadiendo el inicio de la obra Allí tendría que haber un gran espacio para la exhibición de que, después de todo, no comenzará pronto.
Contenido NOTICIAS
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PORTADA Las mil y una huellas de Borges. Los herederos del 14 escritor argentino. LITERATURA Vaciar los cajones. Henry James, un siglo después de su 18 muerte. Cervantes en el diván. Entrevista a uno de los cervantistas más prestigiosos 20 del mundo. MÚSICA Lluvia púrpura sobre el Sahara. La adaptación
22 africana de Purple Rain. El muerto vivo. Homenaje a Guillermo González Arenas (1923-2016). 24 Dios, haciendo su trabajo. Pink Floyd y Sandro Romero, en Nueva York.
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Adanes y ladrones. Todo esto eran mangas, lo nuevo de Parlantes.
28 CINE Frente al poder. Habla el polémico documentalista Alex Gibney.
30 REPORTAJE Simulador de emociones.
El fenómeno de los walking 32 simulators. LIBROS 36 OPINIÓN Contra la intuición Por Sandra Borda Pasar fijándose Por Carolina Sanín Columnista invitada Por Andrea Mejía El reverso del decorado Por Lucas Ospina Sopor i piropos Por Nicolás Morales
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Escríbanos a arcadia@semana.com. Y lea en www.revistaarcadia.com todas las noticias del mundo cultural. 3
NOTICIAS
La primera de la fila
Contra la intuición
LEÓN DARÍO PELÁEZ
LOS 80 DE OSUNA
LOS MEDIOS Y LA ESTUPIDEZ
EstE 2016, El caricaturista colombiano Héctor Osuna cumple 80 años, de los cuales ha dedicado casi la totalidad al oficio del dibujo. Nacido en Medellín, es hijo de Vicente Osuna Sarmiento, quien trabajó en imprentas y editoriales nacionales, y de la artista Tulia Gil Madrigal. Ellos quizá fueron quienes motivaron su interés por este arte, aunque en un principio creyó que su vocación era el sacerdocio. Su vida como caricaturista inició cuando tenía 22 años y publicó un dibujo del general Rojas Pinilla en el periódico El Siglo. Al poco tiempo ingresó en El Espectador, en el que hoy tiene su propia sección, Rasgos y Rasguños. Su primera aparición en el entonces periódico de Gabriel Cano fue con las ilustraciones del primer capítulo de la novela de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, el primero de mayo de 1966. Con El columnista y caricaturista Héctor Osuna. el paso del tiempo Osuna reafirmó su estilo, caracterizado por una crítica perspicaz a las decisiones y personajes políticos nacionales, representados por medio de trazos que calcan sus fisonomías. Desde Alberto Lleras Camargo hasta Juan Manuel Santos, ningún presidente se ha escapado de sus trazos. Beatriz González, curadora de la exposición La caricatura en Colombia a partir de la Independencia, realizada en 2009-2010, escribió sobre el dibujante: “La aparición de Héctor Osuna en 1936 y su permanente presencia en la caricatura colombiana es un fenómeno. Como dibujante y polemista demuestra cómo la gráfica crítica puede abarcar toda la historia contemporánea del país”.
E
ste gráfico de The Washington Post muestra el número de menciones de candidatos a la presidencia en Estados Unidos en las páginas web de los 14 medios de comunicación en línea más importantes de ese país, desde el 14 hasta el 23 de marzo de este año. Otros estudios
muestran que la tendencia se repite en radio, televisión y medios impresos. No hay ningún candidato en la contienda electoral estadounidense que haya recibido más cubrimiento de los medios de comunicación, incluso en los más liberales y cercanos al Partido Demócrata, que Donald Trump.
Fuente: washingtonpost.com
A nadie le sorprendería que Fox News, a pesar de la resistencia de sectores más tradicionales y moderados del Partido Republicano, se dedique las 24 horas de los siete días de la semana a promover la candidatura de Trump. Sin embargo, The Washington Post, CBS News, el Huffington Post y hasta CNN le han dedicado a Trump más espacio en sus respectivas páginas web que el mismo Fox News. Luego todos los medios, los liberales y los conservadores, han sido sus principales aliados en su campaña a la presidencia.
La controversia
LAS SALAS, DESCONCERTADAS
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Fuente: Ev Boyle, medium.com
ARCHIVO PARTICULAR
Mucho rEvuElo ha causado la renuncia de Sergio Restrepo, director del Teatro Pablo Tobón, como jurado del proyecto de Salas Concertadas del Ministerio de Cultura. El gestor cultural antioqueño afirma que llegó a esa conclusión con los funcionarios de esa cartera después de que estos pusieran en duda su objetividad por haber protestado contra el presupuesto y otras funciones del Ministerio. “Me invitaron a Bogotá y me dijeron que les molestaba que hablara de esos asuntos. Les dije que no tenía ningún problema en renunciar, pero con la condición de que se abriera el debate en torno al presupuesto”, dice. Unos días después, apareció una carta firmada por 23 teatros en la que rechazaban “la censura impuesta por el Ministerio de Cultura a Sergio Restrepo Jaramillo (…) al excluirlo como jurado de la Convocatoria Salas Concertadas 2016”. La misiva se pregunta: “¿Para que un jurado externo sea objetivo debe estar de acuerdo con las políticas del Ministerio?”. Juan Manuel Vargas, asesor jurídico de esa cartera, argumenta que, como una de las críticas del antioqueño iba dirigida al proceso de preselección de las Salas Concertadas, sí había perdido su objetividad pues “las salas que no participaron en la protesta temían que Restrepo posiblemente estaría sesgado contra ellas”. Para el director del Pablo Tobón, sin embargo, la controversia trasciende su renuncia. El tema de fondo, en cambio, es el presupuesto del Ministerio de Cultura, que no solo sufrió un recorte de 14,2 % este año, sino que además solo representa el 0,2 % del Presupuesto General de la Nación. “¿Cómo puede ser así de bajo si se trata de un presupuesto pensando para la reconciliación y la paz?”, se pregunta el Sergio antioqueño. Restrepo.
Por Sandra Borda
La pregunta es obvia: ¿por qué los medios que no simpatizan ideológica y políticamente con Trump no pueden evitar semejante nivel de cubrimiento? ¿Por qué parecieran no poder evitar caer en la trampa de darle tanta visibilidad, aun sin quererlo? Creo que la respuesta yace, de alguna forma, en la infatuación que experimentan medios y periodistas con la estupidez de los políticos de turno. Particularmente, creo que el sentimiento de superioridad moral e intelectual de los medios liberales les genera una compulsión por cubrir incesantemente cada insulto hacia las mujeres, los musulmanes, los mexi-
canos, etc., que Trump pronuncia a diario. La estrategia es exponer lo que ellos consideran son las enormes “debilidades” del candidato republicano y con ello, minar su imagen y dejar sobre la mesa su muy bajo nivel de presidenciabilidad. El problema reside en el muy equivocado diagnóstico que hacen estos medios de la forma como la audiencia recibirá este tipo de mensajes. Su expectativa (la de los medios liberales) es que la audiencia se indigne ante las bestiales declaraciones de Trump. Pero resulta que lo que termina sucediendo es que son esas mismas bestialidades las que han generado un nivel de empatía con él casi visceral, empatía que lo tiene (contra cualquier pronóstico) consolidado como el candidato del partido para las elecciones de noviembre. Lo que Trump dice no produce indignación en muchos sectores del electorado estadounidense. Al contrario, él codifica y articula muchos de los agravios que sienten pero no expresan grupos sociales que se han quedado atrás social y económicamente en el país del Norte. Estos grupos sienten que la mejor forma de satisfacer su inconformidad es culpando de sus dificultades al gobierno de Obama, a las mujeres y a las minorías raciales que ocupan más y mejores espacios laborales, a los republicanos moderados por ineptos y por cobardes. Bueno, pues Trump no tiene ningún reparo en repetir toda esta letanía en público y mientras más medios estén dispuestos a reproducir estos contenidos, en forma crítica o elogiosa, mejor para él. Además, los titulares que produce Trump son inevitablemente seductores y venden muchísimo. Hay alrededor del mundo personas indiferentes frente a las elecciones estadounidenses que, sin embargo, se sienten atraídas por cada barbaridad que sale de la boca del político. Trump ha hecho la campaña más entretenida y eso asegura buenas ventas para los medios. El candidato ha logrado entonces producir un divorcio profundo entre la racionalidad política y la racionalidad comercial que motiva el comportamiento de los medios de comunicación. Esta estrategia a ratos parece ser la misma que siguen algunos miembros de la derecha colombiana y me da la impresión de que aquí tampoco van a poder los medios evitar caer en la trampa.
reino de los países bajos invitado de honor 29ª feria internacional del libro de bogotá 19 de abril al 2 de mayo, 2016
literatura
arquitectura
diseño
urbanismo
cine
música
• más de 260 eventos en la ciudad • más de 165.000 visitantes al pabellón • más de 10.000 ejemplares de libros holandeses vendidos • más de 1.500 bici-usuarios a la feria gracias a todos nuestros visitantes, invitados, aliados y patrocinadores por hacer de nuestra participación en la filbo un evento inolvidable.
¡chao holanda! holandafilbo.com
invitado de honor
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/NLEmbajadaColombia
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/NLinColombia
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EL CARIBE EN ODEÓN El 28 de abril se inauguraron en el Espacio Odeón, un espacio independiente en el centro de Bogotá, las muestras Lágrimas de Isis, de la artista cartagenera María Isabel Rueda; Touched for the very first time, una retrospectiva del artista barranquillero Gustavo Turizo; y Los sueños de la Otsü, del artista wayuú Eusebio Siosi. Las tres exposiciones, el resultado del trabajo curatorial del colectivo La Usurpadora, conformado por Mario Llanos y Rueda, contaron
P O W E R PA O L A
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e impacto en cualquier plataforma. Según Polgreen, The New York Times “le apunta a una relación con los lectores, no con los pautantes”. La fórmula les trae más de 100 millones de visitantes únicos al mes y 400 millones de dólares de ingresos en suscripciones digitales. La meta es duplicar la cifra para 2020.
LA CICLOVÍA NARANJA Entre todas las actividades que planeó Holanda como país invitado a la Feria del Libro de Bogotá, cabe destacar la Ciclovía Naranja que se celebró en la séptima el 24 de abril. A pesar de la lluvia, más de 500 personas salieron del Parque de los Hippies detrás del embajador holandés, Robert van Embden, quien lideró la caravana en un poncho naranja. Antes de salir, el curazoleño Roland Colastica interpretó su obra teatral Totorín Totorán, que narra un cuento folclórico de su isla. Al final del recorrido, en la FILBo, los recibió la agrupación de jazz Randal Corsen Trio, dentro del pabellón de Holanda. El primero en llegar fue el mismo embajador, quien se bajó de su bicicleta sin inmutarse, como si acabara de dar un paseo cualquiera.
LA VENGANZA DE LOS YOUTUBERS Una semana después de que el youtuber chileno Germán Garmendia colapsara la Feria del Libro de Bogotá y de que los medios y sus columnistas intentaran elaborar, justificar y –en algunos casos– condenar el suceso, un puñado de las principales estrellas virales de Colombia se reunió con sus fans en la Carpa Las Américas para articular una defensa. Los muchachos –ninguno supera los 25 años– primero atendieron a los medios con cierta calma para luego, ya frente a su ejército de adolescentes afónicos, condenar a quienes los critican y explicar su relevancia. “La gente que anda diciendo que nuestros videos no sirven de nada, pues que se lo digan a los chicos que nos abrieron sus puertas porque se dieron cuenta de que este fenómeno es real”, afirmó con emoción Sebastián Villalobos, autor del exitosísimo libro Youtuber School, antes de virar su rabia hacia la industria editorial: “¿Hace cuánto ustedes no tenían un libro entre sus manos que no haya sido una lectura obligada por el colegio o la universidad?”.
CORTESÍA PUNTO AVI
con visitas guiadas de los artistas en la noche inaugural. Mientras que Siosi conversó acerca del proceso artístico de su obra, Rueda hizo un recorrido por las piezas que conforman la retrospectiva de Turizo, para que los visitantes, mediante las fotografías expuestas, conocieran las historias que rondaron la vida del enigmático artista barranquillero.
LA RESURRECCIÓN DEL TIMES El 4 de mayo, el editor de enfoque de Semana, Camilo Jiménez Santofimio, entrevistó en Bogotá a Lydia Polgreen, una excorresponsal de The New York Times que hoy tiene a su cargo los 50 millones de dólares con los que el diario quiere expandir a nivel global su alcance digital. Sus respuestas resultaron refrescantes pues no replicaron la ya trillada queja sobre la crisis de los medios. Más bien, en tono optimista contó cómo su medio ya levanta cabeza. El periódico neoyorquino cuenta hoy con 1.300 periodistas, “más de los que nunca ha tenido”, y todos, incluido el director, Dean Baquet, son “digitales”. En las conferencias ya no se habla del impreso, sino de estrategias para hacer periodismo de calidad
LAURA RESTREPO EN BUCARAMANGA El miércoles 24 de abril en la Universidad Autónoma de Bucaramanga se presentó la próxima feria del libro de la ciudad, que se celebrará del 22 al 27 de agosto de este año. La invitada a abrir el evento fue la escritora Laura Restrepo, quien durante una hora habló de su más reciente libro, Pecado, y de su obra en general. El auditorio principal estaba casi lleno y durante al menos una hora Restrepo firmó libros y compartió con los asistentes de una ciudad y un departamento que es de sus afectos, pues en Barrancabermeja escribió La novia oscura.
DANIEL REINA ROMERO
CARLOS JULIO MARTÍNEZ
CONCIERTO EN EL JULIO MARIO José González se presentó en Bogotá por primera vez en 2008. El concierto, en el Teatro Colón, fue un evento de carácter íntimo, en el que el músico sueco de padres argentinos salió al escenario acompañado apenas de su guitarra y de las canciones acústicas de sus primeros dos discos, Veneer (2003) e In Our Nature (2007). Pero para su segunda presentación en la capital, el pasado 4 de mayo en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, el cantautor decidió regalarle al público una experiencia distinta. En tour promocionando su tercer álbum, Vestiges and Claws (2015), una obra a todas luces más instrumental, González salió acompañado de cuatro músicos y se dedicó a intercalar sus clásicos acústicos, como Heartbeats y Crosses, con canciones en grupo y a menudo sujetas a tandas de improvisación. Una experiencia diferente, pero igual de espectacular.
CARLOS JULIO MARTÍNEZ
PABLA VELÁSQUEZ @TEATRO MAYOR JULIO MARIO SANTO DOMINGO
HABLADURÍAS
donde la imaginación “ Ve te dice que debes estar ”
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NOTICIAS
Pasar fijándose
Por Carolina Sanín
UNA PREOCUPACIÓN
I A CO
Felicitaciones, la revista Arcadia es muy buena. Pero nunca se habla de ciencia: libros, arte, música, cine, ideas, tendencias, opiniones... La cultura no es solo humanística. Mucha gente está interesada en las ciencias, en particular en la matemática. Por ejemplo, en las relaciones entre matemática y arte. Lástima. Bruno y M artha, fieles lectores de Bogotá. ndl r. tienen ustedes toda la razón. Acusamos recibo de la crítica y prometemos incluir temas sobre ciencias. Gracias por leernos.
la revista de abril está increíble. Qué cantidad de buena información. Mil gracias, doMinique rodríguez
m aravilloso el artículo sobre la vida y obra de Cees Nooteboom, sobre su búsqueda de un sentido al acto de viajar y de escribir. Revelador el pensamiento de que son el escritor y el lector quienes terminan un libro, y solo añadiría que el viajero o nómada que todos llevamos dentro, y que siempre se encuentra en esa tensión entre el dejar y el encontrar, en realidad está buscando su propio ser. héctor z aPata hurtado
estoy muy sorprendida con el texto editorial “La salud mental de los maestros”. Hasta ustedes, la “cultura”, tuvo que llegar la crisis de una esencial variable de la educación y sus maestros que, amparados en mal encaminados sindicatos, están terminando su vida con buen salario, dos pensiones, casas, finca de recreo pero eso sí, psicóticos y sin casa de reposo... ¡qué paradoja! Quizás esa editorial se publique en los medios que lee ese “todo”, engañado con jornada única, total cubrimiento, etc. La “calidad” de la educación es subjetiva, no de inmuebles y pupitres solamente. Y aprovecho para saludar a mi admirada Carolina Sanín, a quien abracé en Pereira una tarde que vino a un conversatorio. Quedó aterrada con mi expresión, claro, y yo feliz de verla y escucharla. Y le observo a su última frase de la columna del hijo de Saúl...: “La coherencia es lo único que hace despertar la conciencia”. Un saludo, Pilar avella
Quiero hacerles saber que son propietarios de una de las mejores revistas culturales que tiene Colombia. Seria. Inteligente. Calculada. Quiero también felicitar a Carolina Sanín por su bella nota sobre El hijo de Saúl, pues siento que fue escrita con el corazón, el órgano más importante que debe uno llevar a la sala, si quiere ver la película que no debió ganarse solo el Óscar a mejor película hablada en un idioma diferente al inglés (de Hollywood), sino al de mejor película del año, pues las otras que se llevaron esa estatuilla de oro golfi pueden verse sin la compañía de dicho músculo (...). Un abrazo, gerMan a. ossa e. Escríbanos a arcadia@semana.com 8
M
El intelectual Eduardo Cote Lamus, uno de los fundadores de la revista Mito.
e descorazona oír por ahí y leer diariamente, en la prensa nacional, en blogs y en las redes sociales, que se usa y se entiende la palabra “intelectual” como un insulto. “Los intelectuales”, dicen, y es como si se refirieran a los enemigos públicos. Trato de imaginar a qué creen que aluden quienes dan a la palabra
una connotación peyorativa. Quizás con “intelectual” quieran decir pedante o presuntuoso, o aburridor, rancio, “poco chévere”. A veces usan el término con un alargue: “pseudointelectual”, y no parecen referirse a alguien falsamente intelectual —que es lo que el prefijo significa— sino creer que refuerzan el insulto, como con el adverbio “so” en “so idiota”. Me parece claro que el ataque a la intelectualidad no pretende reivindicar otros saberes, sino, simplemente, atacar el uso esforzado y decidido de un instrumento. Se percibe como desmedida y como fraudulenta la dedicación al trabajo del pensamiento, que consiste, simplemente, en detenerse a mirar las cosas: la paz y la guerra, las artes, la naturaleza, el lenguaje, los libros, los deportes, los dioses, la política, a los reyes y a los youtuberos, los trabajos y los días; en no aceptar sin conocer y preguntar. Los intelectuales tratan de encontrar sentido, de establecer relaciones, de dar razones o de reconocer que no las hay. Además de juzgar, procuran ver cómo las cosas pueden mirarse unas a otras y unas en otras. El intelectual no deja de disfrutar de los objetos ni de la vida, como la opinión ligera parece creer. Disfruta intensamente demorándose en la contemplación de la realidad y dudando de ella. Hace que el mundo dure más que lo que dura, hace que lo que tiene alrededor exista en distintos planos, y que cada interés se extienda a otros intereses. Trata de hacer que unas cosas entren en las otras. Su trabajo es emocionante.
Quizás el desprecio hacia los intelectuales procede de la noción de que todo el mundo debe pensar poco y mirar poco: lo mínimo necesario. Quizá quien es exigente en sus gustos y en su discurso comete una especie de traición contra la cómoda mediocridad —y contra la mayoría—, como ha sugerido David Roa. Quizás el intelectual es un esquirol en una huelga de inconsciencia y pereza. Quien ataca a los intelectuales por intelectuales delata poca fe en sí mismo, pues renuncia a reconocer la capacidad de entender lo simple y lo complejo. Ridiculizar la intelectualidad no es rebeldía contra el academicismo, ni siquiera contra la academia. Implica sometimiento a los poderes de facto. El antiintelectualismo es una actitud derrotista, no insumisa. Empobrece el arte y el humor y quiere que muchos mundos, de todos los que pueden coexistir, se esfumen de la mente. También es costumbre nacional decir de quien muestra alguna novedad o alguna sofisticación en su juicio que “se hace el intelectual” o es “intelectualoide”. ¿Por qué cuesta tanto creer que la complejidad del discurso no es una pose? ¿Por qué no creer en la evidencia de que hay ideas, y que las ideas están en la cabeza de los humanos? ¿Será que los colombianos creemos que la intelectualidad es algo que no nos merecemos porque pertenece a gente distinta o mejor que nosotros —gente de otro lugar o de otro tiempo—? ¿Nos pasa con los intelectuales como con la educación pública, la salud pública, o los políticos interesados por el bien común?
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NOTICIAS
minúsculas Las tensiones por el caso del youtuber en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, que colapsó el sábado 23 de abril por la mañana y obligó al cierre de las puertas antes del mediodía, produjeron una serie de reuniones entre la Cámara Colombiana del Libro y Corferias. Una de las conclusiones fue la creación de una comisión colegiada que trabajará por hacerle mejoras significativas a la organización del próximo año cuando se cumplirán 30 años de la FILBo.
Hay un fuerte rumor en el medio de la lectura y es que pronto se hará una nueva encuesta exprés de lectura y consumo de libros en Colombia. En esta ocasión tendrá un especial énfasis en Bogotá y parece que se busca comenzar a producir buenos números para cumplir las metas del gobierno. Críticos como Germán Rey han hablado de la inconveniencia de seguir insistiendo en cerrar la brecha con estadísticas desiguales.
La feria de arte contemporáneo Frieze, que se realiza en Londres en el segundo semestre del año, celebró su versión en Nueva York del 5 al 8 de mayo. Allí, entre 300 galerías, la colombiana Instituto de Visión ganó el premio al mejor stand. El premio consiste en la entrega de 10 libras esterlinas.
La r ed de Bibliotecas Públicas de Bogotá, BibloRed, será administrada por Fundalectura, que, por segunda vez, ganó la licitación del manejo de las bibliotecas en Bogotá. Esto le da una continuidad a un camino emprendido hace un año. La idea es buscar un mecanismo legal que contemple vigencias futuras para que la nueva licitación pueda hacerse por tres años y así se garantice su sostenibilidad por parte de un mismo equipo.
CORTESÍA VIDEOCLUB
Arcadia sugiere...
Visitar en la calle 64 n.º 13-09, en pleno corazón de Chapinero y no muy lejos de la plaza de Lourdes, la nueva discoteca de música electrónica Videoclub. A pesar de que no cuenta con carteles ni avisos, se trata de una impresionante estructura erigida desde cero sobre unas ruinas. El primer nivel es un espacio inclasificable con sonidos de propuestas urbanas, fusiones, música de los años cincuenta y sesenta, boogie o hip-hop. En el segundo piso, detrás de una cortina de terciopelo, se descubre el mejor sonido –el sistema funktion-one diseñado sobre los planos del lugar– donde bajos y altos parecen alienados al son de una electrónica vanguardista. Videoclub está pensado para aquellos que ya agotaron la oferta capitalina y para los melómanos más exigentes. Pero también para los fumadores. En el segundo piso tambien hay un patio donde, además, se puede apreciar el cerro, tomar aire fresco o recibir el calor de una fogata mientras disfruta de un buen trago reposado en vaso de cobre.
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Columnista invitada
Por Andrea Mejía
EL PODER PARA PENSAR
E
s a John Locke a quien debemos la idea que nos cayó en estos días de repente, de lo alto, la idea de una “resistencia civil”. Locke creía que en un gobierno civil los ciudadanos deben obedecer la ley, y deben sobre todo renunciar a cualquier forma de autodefensa. Renunciamos al uso de la violencia, pero retenemos siempre,
como ciudadanos, un poder en contra de cualquier forma de tentación autoritaria, un poder para juzgar, es decir, para ejercer el juicio a través del arma civil más poderosa: el lenguaje. Retenemos el “poder para pensar”. Esta es la expresión exacta de Locke. Solo desde el juicio común y libre es posible la resistencia civil. Suena poco, pero es mucho. Es imposible ejercer el poder civil del pensamiento bajo el imperio soberano del miedo. La guerra –o un estado cuyo único régimen sea el de la seguridad militar y paramilitarmente sostenida– es el espacio donde jaurías de pulsiones se desatan y se encarcela el pensamiento. El pensamiento queda entonces relegado a un espacio privado, interior y secreto, en el que muy pronto acaba muriendo. En la guerra no hay pensamiento. La resistencia civil se opone entonces al militarismo ciego. A las políticas de la autodefensa. Aquí tendríamos que resistir a los que van a defender sus millones de hectáreas de tierra hasta la muerte, pero no la propia muerte, sino la de otros, la de muchos otros, porque no hay que ser heroico para defenderse: basta organizar y mantener ejércitos privados. A los formadores de estos ejércitos tendríamos que resistir. No hay poder civil si hay autodefensa. A lo que resiste el poder civil es, en primer lugar, a todas las manos y falanges firmes que puedan llegar a sofocarlo. Pero el poder de resistencia civil se opone también al “corazón grande”. Aunque en nuestro país el fascismo no ha llegado a instalarse como forma política institucionalizada, hemos probado sus horrores. Hemos visto las “conciencias” –otro término caro a los ideólogos de nuestro pintoresco fascismo local– fusionadas en un solo corazón expuesto, palpitante, actuante. El corazón de un pueblo que aclama a su guía. Esta es la materia prima del estado “orgánico” del que habla Mussolini en La doctrina del fascismo. A los sujetos se los debe “acostumbrar”, escribe Mussolini, a “un liderazgo real y efectual”. Solo se puede guiar a quienes no ejercitan libremente el juicio propio en compañía de otros. Por eso la posibilidad de formar juicios en común debe ser arrollada por el pálpito continuo de un corazón grande. Basta con encontrar la clave retórica adecuada para vaciar los juicios, para ocuparlos, para convertirlos en la prolongación de una máquina de irreflexión y de obediencia. Un pueblo que se entrega al éxtasis y al delirio no resiste a nada. Ha perdido todo poder de resistencia. Se ha perdido a sí mismo. Lo ha perdido todo. Por eso, de lo que menos se trata hoy para nosotros es de “corazón”. Los clanes de corazones grandes y manos firmes solo han traído el espanto y la impotencia política. A lo que
tenemos que resistir es a la fuerza avasalladora de emociones oscuras y atávicas que son la sustancia anímica del fascismo. Vengo usando la palabra “fascismo” en sentido estricto, no como un insulto vago del que se me ocurre de repente echar mano. Tenemos que aprender a resistir con la inteligencia al poder de la venganza y del miedo. Aprender a hablar, a hacer distinciones, a examinar lo que otros dicen, a cuidar de los juicios que hacemos, porque este es el poder que nos queda, intentar formar juicios en común, frágiles y precarios, sí, pero libres, no dictados por la
El filósofo británico John Locke (1632 - 1704)
infalibilidad del “juicio” del guía. El poder civil para pensar resiste a los arrebatos emocionales de un líder que no forma juicios sino consignas, consignas a las que los dóciles responden con obediencia y disciplina. “Cerrar filas en torno al líder”, lo llaman. Tenemos que aprender a no salir a la calle cada vez que suenan las trompetas del caudillo. A salir a la calle cada vez que es asesinado alguien que resiste civilmente, con su palabra. La resistencia civil es entonces el poder en contra de todas las formas de irracionalismo político. La mitad del país –y con ella puede que el país entero– está en manos de un vengador que acaba de hacer un llamado velado a la guerra civil. Ojalá pudiéramos aprender a distinguir entre guerra y resistencia, entre venganza y justicia. Porque es nuestra única salida. Porque con la venganza organizada en forma de guerra perece el mundo. La columna de Antonio Caballero regresará en la próxima edición.
NOTICIAS
Los
5 de
El reverso del decorado
Jaime Andrés Monsalve Kamasi Washington, The Epic La sorpresa del jazz de 2015 fue el debut de este saxofonista, un joven californiano cuya mayor carta al momento había sido tocar con el rapero Kendrick Lamar. The Epic es un álbum triple, cuya instrumentación ampulosa y sonido ambicioso explican bien ese bautizo. Un pequeño gigante. Pala, Alamar El cantautor y guitarrista paisa Carlos Palacio es una de las figuras relevantes en el mundo de la canción de autor en el país, conocido por su empleo de la jerga popular medellinense como recurso creativo. El presente álbum, en clave de son, bolero y guaracha, nace a partir del amor del músico hacia Cuba, donde adelantó estudios de música. Alexis Cárdenas, Encores latinos Conocido por comandar en París el ensamble Recoveco y por su ruptura con el virtuosismo clásico para incorporarse en lo popular, el violinista venezolano presenta su nuevo álbum en cuarteto con contrabajo, percusión y cuatro llanero. Incluye versiones de obras de Pascoal, Piazzolla, Lins y hasta Bach. Edson Velandia, El karateka El inefable líder de Velandia y la Tigra regresa con trabajo solista, acompañado por su guitarra y haciendo acopio de su ya conocida y experimental letrística. Un trabajo que atraviesa desde el divertimento (Los bobitos, La infiel) hasta la acusación directa (La muerte de Jaime Garzón). Carla Bley, Andando el tiempo A sus 80 años, la pianista Carla Bley llega con su entrega número 23 como líder. Su nueva producción para ecm es un trabajo pleno de disonancia e improvisación, con el saxofonista Andy Sheppard y su compañero de vida, el bajista Steve Swallow.
Cosas para llevar
Quise, quiero, quisiera Que en belleza camine. Que haya belleza delante de mí y belleza detrás y debajo y encima y que todo a mi alrededor sea belleza a lo largo de una camino de belleza que en belleza acabe. Eduardo Galeano 1940 - Montevideo, Uruguay – 2015 - Montevideo, Uruguay
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Por Lucas Ospina
DE FILBO A ARTBO: YOUTUBERS Y AVELINOS
G
erman Garmendia tiene 27 millones de seguidores en Hola soy Germán, su canal de YouTube. En el portal Noches de media, Karen de la Hoz hizo un recuento de la reciente visita de este joven performer chileno a Colombia. En Lecciones del caso del youtuber
que colapsó la Feria del Libro ella muestra cómo “nadie lo vio venir”: ni los organizadores de FILBo –con 29 años de experiencia– ni los grandes medios –que no cubrieron su llegada y que no superan los 200.000 suscriptores en YouTube–. En la madrugada del sábado 23 de abril, cuando comenzó a armarse una fila de niños, adolescentes, eternos adolescentes y adultos responsables, que más tarde terminarían por agotar las entradas a FILBo, era evidente que algo estaba pasando: Garmendia, como lo había anunciado por redes sociales, estaba ahí para firmar su libro #ChupaElPerro, una firmatón donde repitió una y otra vez la misma frase empática de emprendimiento y autoayuda: “Hola amigo/ Foto amigo/ ¡Cuídate mucho!”. Trece horas y cinco mil firmas después, la altura de Bogotá le pasó la cuenta, el ídolo se descompensó y tuvo que ser llevado a su hotel en una ambulancia con máscara de oxígeno. Este año también vino a FILBo la mexicana Avelina Lésper a presentar su libro El fraude del arte contemporáneo, un breve compilado de cuatro textos editados por la revista El Malpensante y rotulados como “ensayos”, aunque sean poco ensayísticos según las pautas publicadas por Jaime Alberto Vélez en esa misma revista: “El ensayo como un género alejado de la solemne seriedad de quien se cree depositario de la verdad o poseído de una misión superior”. Lésper tiene frases poderosas: “La gente no ve arte, ve dinero pegado en la pared”, y generalizaciones ramplonas: “El verdadero arte es aquel que resulta del talento y del entrenamiento de un artista en técnicas clásicas como la pintura, la escultura y el grabado”. Es tanta la convicción de Lésper, tan férrea su defensa, su pose solitaria de esfinge, que parece que estamos ante un performance en el que ella, como artista, algún día va a sonreír y revelarse como una obra más del “arte contemporáneo” que tanto le encanta. Lésper le habló a una tropa mayoritaria de pintores, de todas las edades, que desentonan y son ninguneados por el buengustismo del “arte contemporáneo”, y por árbitros del gusto “contemporáneo” que no los bajan de feos, ingenuos o anacrónicos. Lésper, paradójicamente, dio su
charla donde en unos meses tendrá lugar ArtBo, la Feria Internacional de Arte de Bogotá. La entrada a FILBo cuesta $7000, la boleta para ArtBo cuesta $35000. FILBo dura dos semanas y su apertura a lo que significa leer y su noción de libro se reflejan en un mundo de hechos respaldado por una asistencia masiva. ArtBo, con su boleta de $35000 como filtro de ingreso, tiene varias actividades pero al final todo parece converger en una sola cosa: ser el centro de operaciones de una temporada de caza de 72 horas, un coto privado del “arte contemporáneo” que instala una corte de meseros intelectuales alrededor de un 1% de coleccionistas y actores de poder, venidos por docenas, con todo pago por la Dirección de la feria, y que van de tour por ágapes privados condicionados a las relaciones públicas que tenga cada galería y cada “very important person” criolla. Volviendo a Garmendia, la escritora Carolina Sanín dijo en su muro de Facebook: “Tenemos que ver qué cosa es eso de los youtubers, de qué se trata, a qué apela, qué muestra. Quienes nos consideramos lectores no podemos solo decir qué vacuo y horrible es, aunque lo sea, sino que debemos mirarlo y criticarlo poniéndole atención, tomándonoslo en serio, como todo. Eso también es la responsabilidad intelectual. Y eso que pasó es también una oportunidad que nos da la FILBo: para leer, para leer la realidad, para leer los productos culturales, para pensar. En eso también la FILBo cumple la función de una feria del libro, que es la de ser una vitrina que muestra lo que hay”. Críticas como las de Lésper y tantos otros al poder hegemónico de la franquicia del “arte contemporáneo” señalan algo que escapa a una amplia gama de actores del arte (incluidas las universidades y su neoacademiscismo ensimismado). Hay una legión de intereses que, en dirección opuesta pero simétrica a la novedad de los youtubers, señalan algo por venir y que debería ser explorado y promocionado en igualdad de condiciones. ArtBo, en vez de estar haciendo el calco arribista de otras ferias de arte –Art Basel como modelo cerrado de elitismo–, podría tener el nervio y la imaginación que muestra FILBo con su apertura al mundo.
CORTESÍA PARQUE EXPLORA
Astronomía para todos Durante cuatro días, el Parque Explora y el Planetario de Medellín fueron sede y anfitriones del CAP 2016, un congreso de la Unión Astronómica Internacional que, literalmente, buscaba acercarnos a las estrellas. Esteban Duperly Medellín
A
unque sondear el cielo sea una actividad muy antigua, y la cosmología de todas las civilizaciones que nos precedieron sobre la Tierra se originó en la observación de las estrellas, al día de hoy el término “astronomía” tal vez nos causa más temor que cercanía. Tiene sentido: por lo menos en Occidente, a lo largo de los últimos cuatro siglos, la práctica astronómica se tornó muy compleja, hasta terminar encapsulada en la cabeza de unos cuantos. Eso, por supuesto, lo sabe la Unión Astronómica Internacional (IAU, por la sigla en inglés) y para darle solución, desde 2003 creó una comisión que se conoce como C2, cuya finalidad es acercar la astronomía al gran público. Así, año a año realiza un congreso de orden mundial llamado CAP, en donde se intercambian ideas, estrategias y experiencias sobre la difícil tarea de detonar interés en las estrellas, en una sociedad que ya no sabe bien para qué levantar los ojos hacia la bóveda celeste, y se pregunta qué utilidad hay en enviar un carrito explorador a Marte. Para la edición 2016 –la primera en Hispanoamérica– la sede del CAP fue Medellín, y la institución anfitriona fue el Parque Explora, que también opera el Planetario. El congreso se llevó a cabo entre el 16 y el 20 de mayo, y ofreció una agenda de temas bastante nutrida, creada por el comité científico de la C2 –personas de varios países y grueso calibre en el ambiente astronómico–, el cual ideó una programación creativa y contundente de conferencias, charlas cortas y talleres, dictados por los mejores comunicadores y divulgadores de astronomía del mundo. No solo esta, sino todas las ediciones del CAP están orientadas a la formación de formadores en
astronomía. Es decir, no se trata de un evento de carácter puramente científico, sino sobre cómo comunicar. “Para aquellos interesados en hacer de la astronomía un saber compartido –explica Ana Ochoa, directora de Cultura y Comunicaciones de Explora– y para compartir experiencias exitosas en comunicación, de manera que otros las puedan replicar”. Si en efecto auscultar al cielo ha guiado durante siglos nuestro camino, un congreso como este ayuda a que podamos volver a conversar sobre temas que, en algún momento de la historia reciente, quedaron confinados a diálogos entre especialistas. “Lo que se promovió desde el CAP 2016, y de instituciones como Explora y el Planetario, es que la ciencia se cuente en la calle. Que no tenga solo la temperatura de los laboratorios, sino la temperatura de la vida”, concluye Ochoa. Durante los cuatro días del evento en Medellín, todas las charlas fueron transmitidas vía streaming. Además, hubo 20 talleres prácticos, charlas cortas, sesiones libres de networking entre asistentes, y cuatro eventos de naturaleza puramente pública. De ellos, el plato fuerte fue el concierto Navegación por el Universo, realizado en la plazoleta del parque Pies Descalzos, donde está ubicado el Planetario. Allí, la Orquesta Filarmónica interpretó un repertorio junto a proyecciones de la cara oculta de la Luna, la corona del Sol o las lunas de Marte. Otra novedad fue el Latino Dome Fest, un festival de piezas cortas para domo, donde artistas visuales se tomaron la cúpula del Planetario. “Se nos ocurrió buscar otras alternativas de uso para el domo –explica Andrés Marcel, del Centro de Producción Audiovisual de Explora– que por lo general se usan para proyectar temas del espacio o científicos. Pero sabemos que pueden aprovecharse para creaciones artís-
ticas o narrativas, porque el formato involucra una experiencia de envolvimiento muy fuerte”. El festival, con piezas de 3 a 5 minutos –no necesariamente de contenido científico– reunió 19 propuestas. Toda esta agenda, al decir de Carlos Augusto Molina, jefe de Astronomía del Planetario y miembro del comité organizador del CAP 2016, contribuyó a “crear nuevos paradigmas en la comunicación de la astronomía”. Según sus palabras, con eventos como este “la frontera se mueve, el escenario de la discusión pública de la ciencia se vuelve más abierto, y se engancha más a la gente”. Desde que fue creado, el Parque Explora se la ha jugado por una programación donde entretenimiento y ciencia no son opuestos. Donde lo uno no abarata lo otro, y el objetivo, siempre, es acercar temas. Por eso, Molina explica que si bien la IAU tiene 10.000 astrónomos afiliados, el foco de un congreso como el CAP no es responder preguntas de científicos, “sino las de toda la humanidad”. La astronomía está más embebida en nuestras vidas de lo que sospechamos: basta tomar un teléfono celular, cuyo GPS es un producto de la exploración estelar. Así que cuanto más la conozcamos, mejor nos entenderemos a nosotros mismos como especie. Finalmente, más allá de las ecuaciones físicas y matemáticas que describen el comportamiento de los astros, la astronomía no es más que la ciencia que estudia el lugar que en el universo ocupa esta modesta roca azul, a bordo de la cual orbitamos el Sol. •
La Orquesta Filarmónica interpretó un repertorio junto a proyecciones de la cara oculta de la Luna, la corona del Sol, o las lunas de Marte.
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CHRISTOPHER PILLITZ / GETTYIMAGES
Jorge Luis Borges (18991986), en diciembre de 1983, a la entrada de su casa en Buenos Aires. 14
PORTADA 30 AÑOS SIN JORGE LUIS BORGES
Mil y una huellas Centenas de escritores contemporáneos han sido influenciados por uno de los más grandes escritores del siglo XX, que este 14 de junio cumplirá 30 años de fallecido. ¿Cuál es la estela del autor de El Aleph, o El otro, el mismo en la literatura que lo precedió? Aquí algunas trazas. Oscar Guisoni* Buenos Aires
Un dios me ha concedido lo que es dado saber a los mortales. Por todo el continente anda mi nombre; no he vivido. Quisiera ser otro hombre. Jorge Luis Borges. “Emerson” (1964).
P
ocos escritores se ocuparon tanto de la eternidad como Jorge Luis Borges. Y menos aún la cultivaron con tanta persistencia. Treinta años después de su muerte, ocurrida en Ginebra, Suiza, el 14 de junio de 1986, la estela que dejó su extraordinaria obra sigue siendo fuente de inspiración para escritores de todo el mundo. Aunque, como ocurre a menudo con los gigantes, ninguno puede arrogarse con verosimilitud ser “el heredero” del gran maestro argentino. La vastedad de su universo literario –que incorpora con igual perfección cuentos fantásticos y realistas, incluida una serie de bizarros relatos policiales, pasa por cumbre de la poesía sin perder brillo y deslumbra con ensayos de gran profundidad– hace que sus huellas se multipliquen por mil y sea posible encontrarlas en una cantidad inusual de escritores contemporáneos. Lo que sigue es un recorrido fugaz y caprichoso, no exento de grandes ausencias, por obras y autores que pueden arrogarse, sin ponerse colorados, de tener a Borges por “precursor”. “Decir que estoy en deuda permanente con la obra de Borges y Cortázar es una obviedad –supo afirmar el chileno Roberto Bolaño en más de una ocasión–. Para mí Borges es el más grande escritor en lengua española del siglo xx, sin la menor duda. El escritor total. Es un gran poeta, un gran prosista, un gran ensayista, es perfecto. Borges es una barbaridad. *Crítico lirterario.
Borges es Borges”. Rastrear la influencia del argentino en la obra de Bolaño puede ser motivo de una larga tesis doctoral, pero es sin dudas en los cuentos de El gaucho insufrible (2003) donde esta se hace más explícita. Desde el desopilante relato que da nombre al libro, en el que un pretensioso abogado gaucho se muestra convencido de que “los mejores escritores de Argentina eran Borges y su hijo” hasta el venenoso “Los mitos de Cthulhu” en el que además de mofarse de gran parte de los escritores hispanoamericanos contemporáneos, Bolaño termina confesando que “si pudiéramos crucificar a Borges, lo crucificaríamos. Somos los asesinos tímidos, los asesinos prudentes”. Y aunque Borges jamás escribió una novela, hay Borges en Bolaño en Los detectives salvajes (1998) y también en la monumental 2666 (2004). Y para algunos fanáticos, Bolaño es hoy, sin lugar a dudas, el único que puede aspirar a ser el heredero de Borges entre la infinita manada de pretendientes. Si hay un lugar en la Tierra en el que la sombra de Borges es omnipresente es en Argentina. Para los escritores argentinos Borges es como una especie de gran padre cuya influencia y deuda nadie puede negar. Aunque algunos tratan voluntariamente de tomar distancia porque lo consideran una especie de sol cuya cercanía es abrasadora y con poderes destructivos. Y los que lo reconocen como mentor siempre lo hacen con discreción porque todos entienden que Borges es irrepetible, como Cervantes, como Shakespeare. Entre todos los herederos posibles el que más méritos literarios tiene, sin dudas, es Ricardo Piglia. No solo por sus cuentos de precisión absoluta (“Las actas del juicio”, “La loca y el relato del crimen”), sino también por sus sorprendentes ensayos (“El último lector”, “Crítica y ficción”), en los que el mismo Pi-
glia realiza una de las relecturas más ingeniosas de Borges, al que sitúa anacrónicamente como “el mejor escritor argentino del siglo xix” por más que escribió en el xx. Sus dos mejores novelas, Respiración artificial (1980) y La ciudad ausente (1992), respiran Borges por los cuatro costados. Menos popular que Piglia, pero no por ello menos sofisticado y contundente, Juan José Saer también deja entrever en su extensa obra las huellas borgeanas. El rastro se percibe con claridad sobre todo en su obra de madurez, comenzando por El entenado (1983), novela corta que narra con vuelo mítico la historia de un grumete español que es atrapado y convive durante años con los indios en la pampa durante los tiempos de
manifiesto contraste. Su cuento “Help a él” busca ser la contracara del célebre “El Aleph” de Borges. Mientras que la experimental “Runa” lleva la obsesión por el mito a un extremo sin retorno. Cuando le preguntaban a Fogwill sobre su relación con Borges contestaba escuetamente “lo leí, lo leí”. Por su pasión por mezclar diferentes materiales en su obra –desde el discurso científico a la literatura de ciencia ficción, pasando por el cómic y el cine norteamericano de clase B– y su imaginación delirante más allá de cualquier canon, César Aira pertenece, sin duda, a la galaxia borgeana. Aunque confiesa haber tenido una etapa “militantemente antiborgeana”, Aira se rinde ante “la grande-
Borges es como una especie de gran padre cuya influencia y deuda nadie puede negar. la conquista. Su incursión en el policial, con La pesquisa (1994), protagonizada por un borgeano detective de nombre Tomatis que se mete en una laberíntica trama, lo ubica sin lugar a dudas entre los herederos más sólidos. El propio Saer reconoció en más de una ocasión el influjo agradeciendo a Borges el manifiesto antipsicologismo de sus personajes y su forma antirrealista de presentar sus historias, aunque en El río sin orillas (1991), especie de autobiografía con mucho de ensayo, le reprocha su obsesión con “el coraje” y su admiración guerrera por “sables y espadas”. Por la originalidad de sus textos y, sobre todo, por su firme voluntad de nadar contra las corrientes literarias predominantes en el continente, otros dos escritores argentinos merecen ser tenidos en cuenta dentro de la inagotable estela borgeana. Uno de ellos es el inclasificable Rodolfo Fogwill. Aunque en su caso la influencia funciona por
za, la elegancia, la exquisitez de sus textos” a los que considera “casi un veneno, porque nos mal acostumbra”. Es en dos de sus novelas que transcurren en el siglo xix argentino, La liebre (1991) y Ema la cautiva (1981) donde la influencia de Borges se aprecia con más nitidez. Cruzando al otro lado del Atlántico, pero sin salirnos de la lengua española, una figura borgeana aparece con fuerza en la narrativa contemporánea: Enrique Vila-Matas. Lector empedernido y cultivador de tramas metaliterarias –característica que lo une indisolublemente al escritor argentino–, este autor nacido en Barcelona en 1948 admira a Borges hasta el punto de afirmar que “sin su literatura hablaríamos solo en inglés”. En su cuento “¿Existe realmente Borges?” realiza un célebre homenaje literario al maestro. Girando en torno al cuento “La biblioteca de Babel”, le da una vuelta de tuerca a los dilemas metafísicos
del escritor argentino, llegando a afirmar que “la biblioteca de Borges no parece probable pues no cabe en nuestro universo”. En la brillantez de sus múltiples ensayos y, sobre todo, en dos de sus grandes obras –Doctor Pasavento (2005) y Bartleby y compañía (2000), Vila-Matas demuestra que es, sin lugar a dudas, el más borgeano de los escritores españoles contemporáneos. Aunque si de europeos se trata, pocos son los escritores que se han animado a seguir huellas tan sinuosas. Uno de ellos, tal vez el más emblemático, es el italiano Italo Calvino. Contemporáneo de Borges, sus comienzos en el realismo duro no hacían presuponer el giro fantástico que tendría su obra a partir de los años sesenta. Como él mismo lo reconoce en “¿Por qué leer los clásicos?”, Borges tuvo mucho que ver en este proceso. ¿Y hay algo más borgeano en la literatura europea de los últimos 50 años que Las ciudades invisibles (1970)? Metaliterario como pocos y obsesionado por hacer visibles las estructuras narrativas al lector, Calvino nos dejó aires de Borges también en El Castillo de los destinos cruzados (1973) y, sobre todo, en una de las últimas obras con las que se despidió Si una noche de invierno un viajero (1979), en la que los laberintos infinitos de la literatura son llevados a su máxima expresión. Como lo señaló el propio Calvino, no resulta fácil encontrar escritores que puedan ser situados en la galaxia Borges ya que el camino que eligió recorrer “va contra la corriente principal de la literatura mundial del siglo xx”. Aun así, esta lista parcial y arbitraria podría ser ampliada hasta el infinito, para ser coherentes con quien estamos homenajeando. Si los ojos del lector están predispuestos, se pueden encontrar trazos de Borges en infinidad de obras contemporáneas. Y aun así, Borges es irrepetible. 15
PORTADA Dejemos entonces que sea el propio Borges el que habla sobre su legado: “Yo premedité alguna vez un examen de los precursores de Kafka” sostiene en su ya mítico ensayo Kafka y sus precursores publicado en el libro Otras Inquisiciones (1952). “A éste, al principio, lo pensé tan singular como el fénix de las alabanzas retóricas –prosigue–; a poco de frecuentarlo, creí reconocer su voz, o sus hábitos, en textos de diversas literaturas y de diversas épocas”. Y concluye: “El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”. Aunque todos aquellos que quieren seguir la huella que Borges abrió con su obra deberían tener en cuenta su propia percepción de la obra que estaba realizando: “No soy poseedor de una estética –afirma con extrema humildad en el prólogo a Elogio de la sombra–. El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen la desventaja de sugerir diferencias imaginarias; eludir hispanismos, argentinismos, arcaísmos y neologismos; preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas; intercalar en un relato rasgos circunstanciales, exigidos ahora por el lector; simular pequeñas incertidumbres, ya que si la realidad es precisa la memoria no lo es; narrar los hechos (esto lo aprendí en Kipling y en las sagas de Islandia) como si no los entendiera del todo; recordar que las normas anteriores no son obligaciones y que el tiempo se encargará de abolirlas”. ¡Amén!
TREINTA AÑOS SIN BORGES
Borges en Bogotá El escritor argentino visitó la capital en dos ocasiones comprobadas: una en 1963 y otra en 1978. Manuel Hernández B.*
E
Bogotá
n su primera visita, en 1963, Borges vino a recibir una distinción de la Universidad de los Andes, fundada en noviembre de 1948, y por lo mismo una universidad muy joven y audaz. En el 63, llevaba 15 años de vida y su rector era Ramón de Zubiría. Es bueno recordar que los estudios de humanidades eran el tronco común de todas las carreras, técnicas o no. Borges vino con su madre, y escribió un poema en el que declara que todavía no ha hecho una contribución al arte de la poesía. Era una idea plena de modestia y la razón era declarar su humildad como estrategia de enamoramiento, según narró Álvaro Castaño Castillo. Menciona a Texas, adonde había viajado un año antes, y algún otro lugar. El poema se llama *Escritor.
“Elegía”. Bogotá era pequeña, la avenida Jiménez era de doble vía y se hospedó en el Hotel Continental. De ahí salía por las tardes a la farmacia de la carrera 5.a donde le aplicaban una inyección de vitaminas; comía muy mal. La madre lo acompañaba en ese recorrido de cien metros o menos. Se dice que el farmaceuta era de apellido Bohórquez y que el poeta le dijo que eran variaciones del mismo suyo: Borges. Es verdad, lo seducían todo tipo de parecidos y de variaciones de palabras y nombres propios. En la segunda ocasión, venía de Medellín donde le habían entregado las llaves de la ciudad y había pasado por Cartagena. La Universidad de los Andes volvió a recibirlo. Con acceso restringido, en la sala rectoral, habría máximo unas 80 personas. La noche anterior había estado en la Biblioteca Nacional que dirigía la historiadora Pilar Moreno
de Ángel. Estuve en ambas. De la segunda recuerdo la asistencia numerosísima, más de 400 personas, no había espacio, ni sillas, ni salas alternas con video, fue muy incómodo escucharlo y, además, se trenzó en una discusión inútil, pues unos filósofos colombianos discreparon de su idea del eterno retorno. Era claro que había algo de petulancia, de descortesía y de desencuentro de disciplinas. Con el grupo de amigos con los que yo estaba salimos a maldecir un poco. Al día siguiente era la sesión en otra universidad. Por mi casa, cercana a la universidad, pasaron unos amigos y tras un forcejeo cortés por la invitación entramos todos. Por gentileza de Danilo Cruz Vélez, quien me había oído leer poesía en la casa de Gonzalo Hernández de Alba. Tras la pregunta sutil acerca de por qué en el poema “Ajedrez” hay un dios con minúscula que está detrás de Dios, con mayúscula que “la trama empieza”, se agotó un poco el diálogo. Yo estaba ansioso y le hice la pregunta que habíamos discutido la noche anterior. Era sobre una observación de mi amigo Roberto Araújo que aludía al cuento “El Congreso”. A Bogotá no había llegado el volumen de El libro de arena que incluye este cuento, el más largo de todos los escritos por el poeta y donde aparece y se destaca por su carácter de juego biográfico la rivalidad entre un testigo humanista, Alejandro Ferry, y un filántropo hacendado, Alejandro Glencoe. La trama consiste en la inutilidad de los congresos, y la futilidad de acumular impresos
llevada con humor al absurdo, y que termina con una vasta hoguera para prescindir de los libros acumulados, tema de ingrata recordación. No resistí formularle la pregunta sobre el cuento. Haciendo énfasis en su longitud y en la idea de que el cosmos y la urbe se entreveraban. Le gustó la pregunta. Se quedó pensando y desde la ceguera buscó mi voz. “Yo quería refutar a Kafka –dijo–. Donde él trabaja un agobio yo buscaba un… un...” y yo desde el público le dije “un alivio”, produciéndolo en ese momento. Fue conmovedor el uso de los dos vocablos: agobio y alivio. El cuento “El Congreso” había llegado a mis manos en una edición especial de El Archibrazo Editor, total que yo había conocido el cuento recién salido y había acumulado en silencio mis inquietudes y rumores por esa pieza de prosa casi utópica; y solo faltaba el agobio de Kafka y la pregunta retórica sobre el papel en la obra de Borges de una casi nouvelle o short story. Todo fue satisfecho en esa tarde epifánica. Dos años después viajé a entrevistarlo a Buenos Aires y dos después pasaría una tarde en Madrid, en julio de 1982, en el Hotel Palace, mientras María Kodama tomaba una fotografía del guardián de las puertas del infierno, en algún sitio que yo nunca visité. En el intervalo entre finales de 1978 y julio de 1982, inicié una carrera académica en esta universidad de Bogotá. Recuerdo que Gloria Zea al salir de la charla en la rectoría le habló del nombre de una luz de la Sabana: resolana. Él no conocía esa palabra.
Dos poemas Oh destino el de Borges, haber navegado por los diversos mares del mundo o por el único y solitario mar de nombres diversos, haber sido una parte de Edimburgo, de Zúrich, de las dos Córdobas, de Colombia y de Texas, haber regresado, al cabo de cambiantes generaciones, a las antiguas tierras de su estirpe, a Andalucía, a Portugal y a aquellos condados donde el sajón guerreó con el danés y mezclaron sus sangres, haber errado por el rojo y tranquilo laberinto de Londres, haber envejecido en tantos espejos, haber buscado en vano la mirada de mármol de las estatuas, haber examinado litografías, enciclopedias, atlas, haber visto las cosas que ven los hombres, la muerte, el torpe amanecer, la llanura y las delicadas estrellas, y no haber visto nada o casi nada sino el rostro de una muchacha de Buenos Aires, un rostro que no quiere que lo recuerde. Oh destino de Borges, tal vez no más extraño que el tuyo. Bogotá,1963 16
El amenazado Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz. Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo. Es el amor con sus mitologías, con su pequeñas magias inútiles. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos me cercan, las hordas. (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.) El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo. ULF ANDERSEN / AFP
Elegía
la película del mes cine colombia-arcadia
La vejez en términos laborales Una conmovedora película pone el dedo en la llaga de nuestro tiempo: ¿estamos condenados a vivir en un mundo laboral cada día más deshumanizado? Estreno este 26 de mayo. Hugo Chaparro Valderrama Laboratorios Frankenstein
dos por la ansiedad de tener un trabajo a cualquier costo, y en qué momento la dignidad ante las miserias humanas se impone para rechazar las mezquindades de ese mismo trabajo? ¿Cuándo tendríamos que renunciar a la tabla de salvación alrededor de la que se agolpan comportamientos humanos que nos contradicen? Las expresiones de matices neutros en el rostro de Lindon, su frustración represada y el equilibrio en medio de la incertidumbre, la mirada apacible ante los giros que le impone el destino, la atmósfera doméstica y cotidiana de su realidad, revelan su vida íntima a la manera de un diario sobre la adversidad. La primera escena nos sitúa, como señalaba Horacio en su Arte poética, “in media res” (en medio de las cosas), sin dilaciones, introducciones que retarden el relato o demoren la construcción emocional de sus personajes. Sentimos que la historia empezó sin esperarnos y hemos llegado tarde, pero no del todo, para enterarnos de manera contundente sobre lo que sucede en el mundo de Taugourdeau. A partir de entonces la espiral del infortunio crece y nos enseña el material del que está hecha la humanidad que retrata la película. El combate entre el poder que exhiben los empleadores y el azar al que están sometidos sus empleados. Explotando sus contradicciones ante noticias que podrían desquiciar la neurosis controlada del relato cuando sabemos que una mujer se suicida, asistimos a la reunión donde el jefe de personal informa a los empleados qué sucedió y nos encontramos después en su funeral. Todo sucede como podría transcurrir a este lado de la pantalla, en la realidad recreada por el cine, donde la vida continúa –con el sabor amargo del absurdo y la injusticia–. El umbral entre la ficción y su recreación se desdibuja en La ley del mercado. Se trata
de una película que nos recuerda el equilibrio constante para sobrevivir entre el vaivén y las tensiones de la oferta y la demanda. Evitando el deterioro de la rutina y el odio por la jornada cotidiana a la que sucumben los funcionarios cansados, los burócratas malgeniados o la multitud condenada a defenderse con lo que puede y no con lo que quiere. Si la apariencia desangelada de la vida que retrata La ley del mercado nos sugiere una historia que puede suceder sin necesidad de que la recree el cine, como una señal de la crisis galopante que cifra el desempleo, la solución a esa crisis según Taugourdeau, aunque parezca un acto de heroísmo individual que enaltece al cine y sus ficciones, no es del todo imposible en la realidad que descubre la película. El espectador verá entonces un acto de romanticismo honesto y saludable para enfrentar las manipulaciones de la desesperación.•
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a decisión formal es una decisión moral en La Loi du marché (La ley del mercado, Stéphane Brizé, 2015). Filmada con cámara al hombro y una apariencia de ligereza inestable para describir el mundo no menos inquietante de Thierry Taugourdeau (Vincent Lindon) –50 años de edad, casado, padre de un hijo que requiere de atención especial, desempleado y sereno hasta donde lo permiten las circunstancias–, la realidad en sus aspectos más cotidianos inunda la pantalla y nos revela su encrucijada laboral. El artificio de la ficción y de su puesta en escena se transforman con la apariencia de la inmediatez cuando los hechos parecen filmados mientras suceden y la narración tiene el tono de un documental sobre las variables de una dinámica veleidosa como es “la ley del mercado”. Un dilema frecuente en películas recientes como Bureau de chômage (Charlotte Grégoire & Anne Schiltz, 2015), acerca de los encuentros y desencuentros entre consejeros y desempleados tratando de resolver sus crisis, o Dos días, una noche (Jean-Pierre & Luc Dardenne, 2014), donde Marion Cotillard intenta salvar su trabajo con la desesperación que registra una cámara tan nerviosa como su angustia. Brizé no maquilla los hechos: la vida familiar, la edad que amenaza a Taugourdeau para conseguir un empleo, el aprendizaje de tecnologías como Skype utilizadas como herramientas desconocidas que debe encajar en su vida para entrevistarse con las empresas que lo podrían contratar, el equilibrio supuesto de un trabajo en el que se harta cuando presencia la humillación a la que son sometidos los ladrones de un supermercado en el que tanto los clientes como los empleados están siempre observados con desconfianza a través de las cámaras que vigilan el almacén, suceden y ordenan de forma episódica el drama de un personaje que parece un delegado cinematográfico de los desempleados que se multiplican en Europa. Sin despliegues trágicos que sobresalten al espectador, La ley del mercado prolonga una tradición: el kilometraje verbal del cine francés, que hace del diálogo un arte de la escritura cinematográfica y de su traducción en imágenes. En contraste con el silencio, que hace del rostro y la expresión corporal de Lindon un paisaje de paciencia extrema, salvado por el cariño de su mujer y su hijo, los argumentos que explican su situación se escuchan como una aventura radial ilustrada por la cámara, concentrando la atención en la gestualidad del actor. El guion y su puesta en escena, el estilo seco de la fotografía que no pretende embellecer los colores primarios de una realidad prosaica, están al servicio de una idea: ¿hasta dónde podemos llegar, impulsa-
No se pierda el mejor teatro del National Theatre de Londres:
Man and Superman, Nicolas Hytner: 9 de junio, 8:00 p.m. y 12 de junio, 11:00 a.m. The Audience, de Stephen Daldry: 14 de julio, 8:00 p.m. y 17 de julio, 11:00 a.m. A View from the Bridge, de Ivo van Hove: 18 de agosto, 8:00 p.m. y 21 de agosto, 11:00 a.m. Hamlet, de Lyndsey Turner: 15 de septiembre, 8:00 p.m. y 18 de septiembre, 11:00 a.m. Jane Eyre, de Sally Cookson: 13 de octubre, 8:00 p.m. y 16 de octubre, 11:00 a.m.
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Henry James nació en Nueva York en 1843 y murió en Londres en 1916.
100 AÑOS SIN HENRY JAMES
Vaciar los cajones Nunca del todo cómodo en Estados Unidos, el escritor nacido en Nueva York encontró en Europa, y en especial en Inglaterra, el espacio para su labor creativa. Un siglo después de su muerte en medio de la Gran Guerra, recordamos a un hombre tan prolífico como incomprendido, a quien Borges profesaba una gran admiración. 18
LITERATURA Conrado Zuluaga*
H Bogotá
ace cien años, el 28 de febrero de 1916, moría en Londres Henry James, una de las grandes figuras de la historia de la literatura. Al crítico y biógrafo estadounidense León Edel le tomó 19 años de su vida una monumental biografía en cinco tomos sobre el escritor: Vida de Henry James. A partir de ahí, podría decirse que se sabe todo, pero lo cierto es que no es tanto, pues la mayoría de lo que se ha dicho sobre la figura dice muy poco del hombre. Henry James fue un acérrimo defensor de su vida privada, un celoso guardián de su intimidad: “Un hombre tiene el derecho a determinar lo que el mundo sabrá de él y lo que no sabrá; a pesar de la curiosidad del mundo a lo contrario, a una cierta santidad en todas las peticiones de generosidad e indulgencia de la posteridad, reclamo el derecho a que ni los cajones del escritorio ni los bolsillos de un hombre deben ser vaciados”. Y en otra ocasión anotó: “Los artistas, a medida que pasa el tiempo, seguramente desconectarán la alarma, vaciarán los cajones de sus escritorios y allanarán la entrada a su privacidad. Entonces los críticos, psicólogos y chismosos podrán entrar y rebuscar entre los rastrojos”. En esta ocasión la paradoja estriba en que además de la biografía de Edel, Henry James es el personaje de un par de novelas escritas por dos autores ingleses: ¡El autor! ¡El autor!, de David Lodge, y The Master/ Relato del novelista adulto, de Colm Tóibín. Hijo del teólogo y sociólogo Henry James y hermano menor del filósofo y psicólogo pragmático William James, el escritor nacido en Nueva York en 1843 gozó de una sólida formación cultural que su padre le procuró con los continuos viajes y recorridos por Europa. De esas experiencias surgió su primera impresión del mundo: mientras Estados Unidos representaba la exuberancia y la libertad, Europa representaba la decadencia y la corrupción. Este antagonismo nunca fue maniqueo o estático. A veces los papeles se invirtieron, porque James comprendió muy pronto que la libertad sin historia representa muy poco. James pensaba en todo lo que le faltaba a Estados Unidos y aunque la lista de reclamos –que él incluyó en su extenso libro sobre Hawthorne– no puede tomarse al pie de la letra en su totalidad, la verdad es que, en alguna me-
*Escritor y editor.
dida, era escasa la materia para el novelista: “No había ni soberano, ni corte, ni lealtad, ni aristocracia, ni iglesia, ni clero, ni ejército, ni servicio diplomático, ni caballeros, ni palacios, ni castillos, ni señoríos, ni viejas mansiones, ni parroquias, ni casas de campo, ni ruinas cubiertas por la hiedra, ni catedrales, ni abadías, ni pequeñas iglesias normandas, ni grandes universidades, ni escuelas públicas… ni un Oxford, ni un Eaton, ni un Harrow, ni literatura, ni novelas, ni museos, ni cuadros, ni clase política, ni clase deportista”. Sin embargo, unos años antes en una carta dirigida a Charles Norton Eliot –lo cita Colm Tóibín en el prólogo a la edición que preparó de relatos sobre Nueva York– el escritor comentaba: “Es un
saje y la atmósfera de su infancia y adolescencia habían cambiado por completo. Porque descubrió, además, que la índole de las personas se modificó y que los inmigrantes transformaron el paisaje de su ciudad natal, Nueva York. En Londres, en cambio, se movía con solvencia, aunque consideraba que era el peor sitio para morir porque en ninguna parte del mundo los muertos estaban tan muertos como allí. Para los londinenses recordar a los muertos era algo “morboso” y “obsceno”. Ese fue el germen, el asunto, como decía él, de uno de sus relatos, El altar de los muertos. En medio siglo de labor literaria ininterrumpida, aparte de sus libros de viajes, de sus ensayos críticos, de los prólogos que rea-
Había algo más importante que el dinero, la novedad y la fama: el reconocimiento de sus semejantes. complejo destino este de ser americano, y una de las responsabilidades que implica es la de luchar contra una especie de supersticiosa sobrevaloración de Europa”. Pero a él nunca le faltó materia para sus propósitos, porque su atención estaba puesta en la conciencia y los sentimientos de sus personajes, en la búsqueda de temas inexplorados, en el destierro –como anota Borges– del americano en Europa y del hombre en el universo. James amplió hasta límites extremos la conciencia de sus personajes, el misterio que rodea cualquier acontecimiento, incluso el más cotidiano y, tanto a unos como a otros, es decir, a personajes y situaciones, los dotó de misterio, de curiosidad, de perplejidad. Lo mismo puede decirse de su prosa, cada vez más espléndida, compuesta por largos períodos que desafían la atención y la paciencia del lector. Sus oraciones son largas y digresivas. La subordinación, como la sugerencia, es el recurso preferido. Tóibín lo señala en el prólogo mencionado: en las figuras de James y en su prosa, “…los matices son más importantes que los hechos y el temblor vacilante de la conciencia es más interesante que el mismo conocimiento”. Y fue Europa, y en particular Londres y algunas localidades del condado de Sussex, en donde encontró el espacio necesario para su labor creativa. Desde allí se movía por el continente y realizaba sus viajes a Estados Unidos, en donde siempre se sentía un poco incómodo porque el pai-
lizó sobre sus propias obras para la Edición de Nueva York de 1905 en 23 volúmenes y de su copiosa correspondencia, compuesta por más de 10.000 cartas, Henry James escribió una docena de novelas y 112 relatos. Relatos más cercanos a la nouvelle francesa, ese género que Cortázar definió a caballo entre la novela y el cuento. Pero es posible conjeturar que a él no le interesaban ese tipo de sutilezas, pues rechazaba las clasificaciones de novela “psicológica”, “de aventuras”, “histórica”, etc.: “Una novela es en su más amplia definición una impresión directa y personal de la vida; para empezar, eso constituye su valor, que es mayor o menor según la intensidad de esa impresión. Pero no habrá intensidad alguna ni, en consecuencia, ningún valor si no existe libertad para sentir y decir”, afirmó en El arte de la ficción. En esos relatos se encuentra uno de los mejores James, porque esos textos gozan de todas las virtudes y armas del escritor: el punto de vista múltiple, la narración impersonal indirecta, la inmersión en la psicología de los
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personajes, la sintaxis de períodos amplios, las ambigüedades que parecen descuidos del narrador. Y también están allí, por supuesto, varias de sus obsesiones más recurrentes: América y Europa, los relatos de fantasmas, los demonios interiores, las ilusiones sobrenaturales, la inocencia y su pérdida, la fatalidad de esa pérdida, el vacío que deja la muerte, el pasado irrecuperable, la vida privada y el arte, el doble, las “jóvenes adineradas” y “los pobres caballeros sensibles”. En ese mar de asuntos –en esos términos se refería a sus temas–, de drama sin drama, de mostrar antes que contar, sus recursos técnicos ocupan un lugar de primer orden. En 1996, The Library of America reimprimió en cinco volúmenes –de 948 páginas cada uno– los 112 relatos bajo el título Complete Stories. Ahí se encuentran entonces, relatos tan célebres como Daisy Miller, Los papeles de Aspern, La lección del maestro, La vida privada, El altar de los muertos, Los amigos de los amigos, Otra vuelta de tuerca, El rincón feliz, La bestia en la jungla, El banco de la desolación, entre otros más. En español se encuentran dispersos en más de una docena de sellos editoriales. Las novelas, por el contrario, y principalmente las de dimensiones catedralicias –que muchos visitan pero pocos abren y son menos los que las leen–, llegan a abusar de la paciencia y la lucidez del lector. En La elegancia musical y la psicología de James, el escritor español Juan Bonilla recuerda una regla no escrita pero cierta: cuando un escritor alcanza una voz personal y reconocible, tiende a imitarse. Y pone de ejemplos a Borges y Nabokov, para luego seguir con James, quien desde la publicación de Daisy Miller en 1878 encontró para sí una voz personal y característica que, aunque se enriquece y ensancha, sigue siendo la misma voz, como ocurre en Retrato de una dama, Las alas de la paloma y Los embajadores. James persistió en su búsqueda, convencido de estar haciendo lo que él conside-
raba su deber como escritor: revelar una mente particular y una impresión personal de la vida, según sus propias palabras, “… encontrar una figura y un atavío, una forma, una cara y un destino, un interesante aspecto con el que presentarse y un espantoso destino que consignar”. Nunca fue popular y, tal vez, no le interesó serlo. Había algo más importante que el dinero, la novedad y la fama: el reconocimiento de sus semejantes. A raíz de sus viajes continuos por Europa, conoció y fue amigo de autores como Émile Zola e Iván Turguénev. También sostuvo correspondencia con Robert Louis Stevenson y Joseph Conrad. En una ocasión, al menos, visitó a George Eliot en su residencia. Fue, no se puede dudar, un novelista fundamental para dos continentes, por su concepción de la novela, por los recursos de que echó mano e incorporó al oficio, por su esfuerzo continuo de reflejar la vida y por su lenguaje íntimo y sugerente. Un autor imprescindible aunque constituya un desafío permanente para el lector. A pesar de su producción se quejaba de los escasos dividendos que recibía por concepto de regalías, aun en sus mejores épocas. Y la verdad es que eran bastante exiguos. El primer año de la famosa Edición de Nueva York para la cual escribió todos los prólogos que constituyen verdaderos tratados literarios, le reportó 211 dólares por concepto de derechos de autor. En 1912, James tiene en mente la idea de escribir una novela americana, una novela sobre los lazos económicos que permean y sostienen el tejido social y familiar. En agosto de 1914, tras el estallido de la Guerra Mundial, el escritor suspendió su trabajo. De la novela inconclusa, La torre de marfil, hay edición póstuma. Para él esa guerra era un verdadero cataclismo de la civilización y no comprendía por qué Estados Unidos no se movilizaba para apoyar a Gran Bretaña. Como rechazo a esa posición de su país y como expresión de protesta, se nacionalizó británico en 1915. En 1986, unas pocas semanas antes de morir Borges, publicó una breve nota sobre James en donde lo llamó “un escritor admirable” y anotaba que, a su muerte, “la crítica británica le ofrendó una distraída y frígida gloria que, como casi siempre sucede, excluía la lectura”. Afirmaba, por último, que en su agonía James dijo: “Ahora, por fin, esa cosa distinguida, la muerte”. 19
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Miguel de Cervantes (1547-1616) publicó la primera parte del Quijote en 1605, a los 58 años.
ENTREVISTA
Cervantes en el diván José Manuel Lucía Megías es uno de los cervantistas más prestigiosos del mundo. En La juventud de Cervantes, el primer tomo de su gran proyecto biográfico, aborda los primeros años de la vida del genio universal que inventó la novela. Arcadia lo entrevistó en Madrid. 20
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Gabriela Bustelo* Madrid
atedrático, escritor, presidente honorario de la Asociación de Cervantistas, José Manuel Lucía Megías es el comisario de la exposición Miguel de Cervantes. De la vida al mito, en la Biblioteca Nacional de Madrid. Además es doctor en Filología por la Universidad de Alcalá, catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid, miembro del Comité Científico de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, presidente de honor de la Asociación de Cervantistas y titular de la Cátedra Cervantes de la Universidad Nacional del Centro (Argentina). ¿Cómo empezó en usted lo que podríamos llamar una fijación con Miguel de Cervantes? Llevo 20 años trabajando en ello. Soy un poco Alonso Quijano, porque empiezo por los libros de caballerías, pero soy profesor de literatura medieval y especialista en literatura artúrica. De ahí pasé a los libros de caballerías castellanos. Y en España todos los caminos literarios llevan al Quijote. Ahora que conmemoramos el aniversario 400 de la muerte de Cervantes, parece estar de moda el Quijote como libro de cabecera. ¿Recuerda su primera lectura del Ingenioso Hidalgo? Fue un desastre, en tercero de bachillerato, donde era un libro obligatorio entre muchos. No me dejó huella. Lo descubrí en segundo de Filología, cuando leí también el Amadís de Gaula. Un verano en Segovia dediqué la hora de la siesta a leer el Quijote y me reía a carcajadas, tanto que mi tía venía a preguntarme qué me pasaba. Cuando mis alumnos se resisten a leerlo, les digo: “Dale una oportunidad”. La crítica literaria actual tiende a exigir cada vez más que exista una coherencia entre el autor y su obra. ¿Podemos juzgar moralmente a un genio como Miguel de Cervantes? Una obra literaria no es una transposición de una vida ni de un pensamiento, sino un universo particular y ficticio. La vida de Cervantes tuvo luces y sombras, que tal vez aparezcan como una idealización a través de sus personajes. No podemos exigir lo mismo a un autor de ficción que a un pensador o a un político. Usted habla en su libro de la voluntad de Cervantes de crearse una identidad paralela. Qué vino primero: ¿el mito cervantino o el mito quijotesco? *Periodista.
LITERATURA de la vida con las aventuras del caballero andante, se estaría imaginando todo lo que la vida le había negado. La influencia de Cervantes sobre Flaubert es evidente. ¿El desvarío de perder el contacto con la realidad por leer demasiado nos resulta tal vez más realista en Bovary por lo que pueda tener el romanticismo de femenino? Flaubert es un gran lector del Quijote, que adora. En sus cartas a Louise Colet habla del Quijote como una obra de calidad inimitable. Madame Bovary es un personaje que parece tenerlo todo y al que, sin embargo, le falta todo. La ilusión de esa otra vida se la da la literatura. La locura es intentar vivir en ese lugar de evasión que es la literatura. En la exposición Cervantes, de la vida al mito, actualmente en la Biblioteca Nacional de
dinero y poder, aparece la corrupción, hoy y siempre. En 1567, Cervantes pasa unos meses en la cárcel de Sevilla, donde asegura que se le ocurrió la idea del Quijote. En España pasó poco tiempo en la cárcel, pero sus viajes por todo el país le influyeron mucho. En aquel tiempo los traslados duraban varios días y se iban leyendo libros de faltriquera, los actuales libros de bolsillo. Cervantes también recorrió Andalucía siendo recaudador de impuestos. Allí conoció en las ventas a tipos curiosos y vivió experiencias que le ofrecían la posibilidad de contarlas. Ese magma es muy valioso para un creador. La vida es un viaje, como dice el famoso eslogan publicitario. Así es. No imagino a Cervantes con una vida fija en un lugar concreto. Si hubiera llevado la vida
“Cervantes nunca tiene conciencia de haber escrito una obra universal. Para él, el ‘Quijote’ es una obra menor”. Madrid, hay un ejemplar de The Female Quixote, de Charlotte Lennox, hoy traducido al español como La mujer Quijote. Conviene tener presente que, a finales del siglo xvi y principios del xvii, la mayoría de los lectores de libros de caballerías son mujeres. Es un género que se suele vincular a los hombres por las batallas y demás, pero en el Siglo de Oro ya pasaba en España lo que sucede hoy, en Colombia supongo que también, que los libros los leen en su mayoría mujeres. Regresemos a Cervantes, el hombre. ¿Hasta qué punto la peripecia familiar que comienza en Córdoba con Juan de Cervantes, su abuelo, continuada por su padre, Rodrigo de Cervantes, ambos viajeros por motivos profesionales, influye en ese concepto cervantino de la vida como un peregrinaje? Le influye mucho. Por eso no quise empezar mi libro con su nacimiento, sino explicar su historia familiar, que era la normal en aquel tiempo. Ninguno de ellos hace nada excepcional cuando van de un lugar a otro en busca de trabajo ni cuando acaban en la cárcel por deudas. Es llamativo que su abuelo tuviera tantos pleitos en su contra. El abuelo de Cervantes era un “piernas”, un vivo. Uno de los problemas que tenía la justicia en la Edad Media y en el Siglo de Oro era que se pagaba por obtener los cargos. Por eso se quería sacar el mayor rendimiento posible de ellos. Cuando se mezclan
de Shakespeare, se hubiera muerto del disgusto de vivir aislado en un lugar tan pequeño. Habla en su libro de la voluntad inglesa de hacer del Quijote una sátira moral de carácter universal, alejándola de su primera construcción como libro de caballerías castellano. Sin esa intervención británica, ¿el Quijote hubiera languidecido en el olvido? Sí. Para mí no hay duda. El Quijote es el creador de la novela moderna porque Cervantes lo escribió y porque los lectores ingleses vieron en él la base para construir un nuevo modelo de novela. Sin esa coyuntura doble del creador original y de su recepción en Inglaterra, el Quijote no sería hoy esa obra cumbre de la literatura mundial. Es inevitable comparar el tratamiento del IV Centenario de Cervantes por parte de España con el de Shakespeare por parte de Reino Unido. ¿Estamos ante la prueba viviente de que unos países saben publicitarse y otros no? Es la prueba viviente de que cada país tiene una personalidad. Los ingleses son unos maestros del marketing. Saben vender humo encapsulado, incluso aire encapsulado, y todos lo compramos. Los españoles quizá tengamos más material para meter en esa botella, pero nuestra actitud suele ser negativa. Tenemos la suerte de vivir el IV Centenario de Cervantes y deberíamos disfrutarlo, leerlo y estudiar su época.
Cuando el escritor chileno Jorge Edwards recibió en 1999 el Premio Cervantes, mencionó la ironía quijotesca como algo único. ¿Qué queda de esa ironía hoy en España y en América Latina? Tendríamos que dar un giro precisamente este año del aniversario para pasar de la visión quijotesca que lucha por imponer un sueño a la visión cervantina que propone el diálogo. ¿Y recuperar la autocrítica irónica? Por supuesto. Debemos mirarnos sin creer saber la verdad absoluta, conscientes de no saberla, y recuperar el diálogo cervantino, que forma parte de la novela moderna. Quijote y Sancho, tan diferentes, dialogan constantemente, sin perderse el respeto. Si eso lo pudiéramos trasladar a la sociedad, viviríamos en un mundo más cívico, moderno y tolerante. ¿Cuáles son las semejanzas y las diferencias entre Cervantes y Shakespeare? La mayor semejanza es que ambos son mitos creadores que han transformado la forma de entender la literatura. La mayor diferencia fue su modo de vida. Shakespeare es la voz del poder, mediante la cual la monarquía inglesa impuso determinadas ideas políticas, sociales y culturales. Cervantes está en los márgenes. Pero esa posición apartada del poder le da su enorme modernidad, porque su mirada es poliédrica, más abierta. Gerald Martin, biógrafo británico de Gabriel García Márquez, mantiene que el nobel colombiano escribía como Cervantes, lo que lo convirtió en el gran clásico del llamado boom latinoamericano. García Márquez tuvo, como Cervantes, el proyecto literario de una novela global. Por eso fue un gran autor no solo del boom, sino de la literatura del siglo xx. Lo mismo hizo Cervantes al elegir un género narrativo, el de caballerías, que lo incluía todo: aventura, amor, épica, humor, llanto, personajes de todas las clases sociales. Ese proyecto de novela total es la enseñanza cervantina que se ve claramente en Cien años de soledad. Las generaciones audiovisuales confiesan no leer, ni tener intención de empezar a hacerlo. Para intentar acercarlos a Cervantes, ¿aplaude iniciativas como la modernización del Quijote de Arturo PérezReverte? No me parece bien que PérezReverte le haya metido la tijera, como si fuera la longitud lo que aleja al lector. Defiendo la labor de Andrés Trapiello al actualizar el lenguaje y algunas de las es-
tructuras lingüísticas de la obra. Apoyo todo lo que sea establecer puentes, como las adaptaciones infantiles y juveniles, el Quijote en cómic, en manga o en cualquier otro formato. Todos harán llegar lectores al libro. Directores tan dispares como Orson Welles, Terry Gilliam y Gutiérrez Aragón han intentado llevar el Quijote a la gran pantalla. ¿Es el cine un buen vehículo para mantener viva la antorcha cervantina? Lo curioso de Cervantes es que parece un autor maldito para el género audiovisual. No hay una serie ni una gran película dedicada a él, siendo un personaje fascinante. Tendrá que llegar un cineasta o un guionista capaz de hacer con Cervantes algo parecido a Shakespeare in Love. ¿Cuál es su relación con Colombia, país por el que siente un gran cariño? Colombia tiene algo fascinante, que es cómo la literatura está presente en la vida. Una de mis experiencias más hermosas fue en la Casa de Poesía Silva, en Bogotá, en un patio donde una persona lloraba de emoción por los versos que se escuchaban. Me emocionó comprobar que la poesía está presente en cada esquina. Un país con la literatura en su adn tiene que ser un país tocado de la mano de Dios.
ALBERT HARLINGUE / AFP
El hecho de construirse un personaje, por así decirlo, era propio de la época y no específico de Cervantes. Lo interesante de Cervantes es que se construye literariamente en dos etapas. Una es cuando vuelve de Argel dispuesto a aumentar su prestigio en la corte y mejorar su currículum para lograr una “merced”, con la Galatea, las Comedias e incluso la primera parte del Quijote. Después, en los últimos tres años de su vida, se construye un verdadero proyecto literario que le distingue por completo de los demás escritores de la época. No incluye lo escrito hasta 1605, sino lo que va a publicar a partir de 1613. Ese personaje no tiene fines económicos, sino una voluntad de posteridad. Ese proyecto se deriva del éxito del Quijote ¿Cervantes tiene conciencia en 1613 de la enormidad de esa obra cuya primera parte se había publicado en 1605? No. Cervantes nunca tiene conciencia de haber escrito una obra universal. Para él siempre es un libro menor. Tiene un proyecto global de postularse como gran novelador con las Novelas ejemplares; como poeta narrativo, con el Viaje del Parnaso; como dramaturgo, con sus nuevas Comedias y entremeses y como gran novelista, con el Persiles. En este plan, el Quijote ocupa un lugar menor, pero el destino le da la vuelta. ¿No hay la menor posibilidad de que muriera habiendo intuido lo que iba a suponer el Quijote en la historia de la literatura mundial? Todo lo contrario. Cuando le dan la extremaunción y apenas le queda aliento para vivir, sigue escribiendo. En su lecho de muerte, cree que su gran obra será el Persiles. Se equivoca. La construcción de un personaje literario tan potente como el Quijote puede ser peligrosa. ¿Cervantes se contagió de la locura de su héroe imaginario? El Quijote muestra esa sensatez que es el principio de la locura. Alonso Quijano, el Quijote, tiene una vida que podría considerarse perfecta. Tiene ganancias, rentas, amigos, una familia. Pero sabe que, a su edad, le espera la muerte. El libro es una rebelión ante ese hecho. El Quijote no se conforma con su vida en ese lugar de La Mancha y se lanza a la aventura, al peligro. Entonces ¿pudo haber dicho Cervantes “El Quijote soy yo” como se le atribuyó a Flaubert la frase “Madame Bovary c’est moi”? Seguramente, porque el Quijote que escribe con 50 años es una obra de madurez y en ese reírse
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CINE HOMENAJE A PRINCE
Lluvia púrpura sobre el Sahara Como un diálogo intercultural del entomusicólogo y cineasta Christopher Kirkley nació la película Akounak Tedalat Taha Tazoughai (2015), una adaptación de Purple Rain que traslada al clásico de Prince rodado en Minneapolis al polvoriento desierto de Agadez, en el norte de Níger. Aunque el músico, fallecido el pasado 21 de abril, nunca vio la película, sus creadores la consideran un justo tributo. Salym Fayad*
M Johannesburgo
El afiche de Purple Rain (1984), con el cantante Prince.
AFP
dou Moctar lo dice de entrada: “La verdad es que no tenía idea de quién era Prince”. Antes de que le propusieran protagonizar la película sus referentes del pop americano eran otros y pocos. Tan pocos que los podía enumerar. Michael Jackson, claro. Kris Kross. Tupac. Céline Dion. Luego vio Purple Rain, y aceptó. En la adaptación sahariana de Purple Rain Mdou Moctar se interpreta a sí mismo: un guitarrista de la etnia tuareg que llega a la ciudad de Agadez, en el norte de Níger, para intentar abrirse camino en la competitiva escena musical local. Hay fans, una historia de amor, un conflicto por la autoría de una canción que podría convertirse en un hit, hay un padre intransigente que se opone a las aspiraciones artísticas del héroe, hay egos que chocan y un final con duelo musical sobre el escenario. Hay motocicletas y guitarras eléctricas. Visto así, el argumento del clásico ochentero de Prince no parece tan incongruente con la realidad de la escena musical en aquel rincón del desierto. Christopher Kirkley, etnomusicólogo y director de Akounak Tedalat Taha Tazoughai [Lluvia de color azul con un poco de rojo], dice que la idea de adaptar Purple Rain en el Sahel surgió de su trabajo con artistas locales en la región a través de su sello disquero independiente Sahel Sounds. “Allí la escena musical gira en torno a las bodas –dice–. Involu-
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*Periodista.
cra mucha competitividad, todo el mundo quiere ser una estrella. La película es un intento de observar con mayor profundidad ese contexto”. Desde producciones con enfoques antropológicos hasta series sobre el llamado ‘blues del desierto’, la lista de documentales que se han rodado en la zona es extensa, pero Akounak es la primera película de ficción que se hace en Agadez. Y la ficción, para Kirkley, reduce la distancia: “Pensé que de esta manera la película podía ser más accesible para una audiencia externa, occidental o no, y al mismo tiempo ser una pieza que le hablara a la población tuareg. Para mí era importante que el proyecto pudiera existir en ambos mundos”. Kirkley y su director de fotografía Jerome Fino, del colectivo audiovisual L’Improbable, hicieron un viaje al norte de Níger en el que pasaron tres semanas preparando el proyecto, exhibiendo Purple Rain y midiendo reacciones. Moctar contribuyó a moldear el guion con partes de su propia vida y con historias de otros guitarristas. Cuando Kirkley volvió a la sede de Sahel Sounds en Portland, lanzó una campaña de Kickstarter para financiar la película. En un periodo récord de ocho días ya había superado la meta. Luego volvió con Fino a Níger para realizar el rodaje, que completaron también en ocho días.
Prince: universal
No era fácil predecir cómo iba a recibir la población local la idea de rodar una película como esta en Agadez. “Prince es un artista
XXXXXXXX muy singular –dice Kirkley–, y Purple Rain es una película muy sensual; no sabía si al mostrarla en Agadez la gente iba a asimilar con facilidad ciertas partes”. Evidentemente, la célebre escena en la que el personaje de Prince induce a Apolonia a quitarse la ropa y a saltar a las aguas heladas del lago fue matizada y ambientada según un comportamiento que resultara más verosímil en la cultura tuareg: a saber, el personaje de Mdou Moctar finge que se le acaba la gasolina de la moto para quedarse más tiempo a solas con la chica que lo acompaña en un área remota. En la versión tuareg, sin embargo, la heroína no se deja engatusar. Purple Rain funciona, más que como un molde, como el marco que le va a permitir a Kirkley llevar a cabo su experimento cinematográfico. “Purple Rain es la obra de ficción rockera por excelencia, y a la vez cuenta una historia que es universal, que se puede traducir y recrear en la cultura musical de cualquier parte”. Guardadas las proporciones en cuanto a la producción, y salvando las obvias discrepancias culturales, desde la primera vez que Kirkley le mostró Purple Rain en un computador portátil en el desierto, a Moctar la trama le resultó inesperadamente familiar. “Los artistas en Níger son extremadamente celosos con su música, y en nuestro círculo hay que resolver las rivalidades sobre el escenario, demostrando quién es el mejor en las competencias de guitarra”, dice. Y luego está la tensión entre la familia y la música. “Vengo de una familia musulmana muy religiosa –sigue Moctar–, y los ancianos de mi familia nunca quisieron saber nada de este proyecto; ni siquiera quisieron conocer a Christopher. Crecí con ellos, que son verdaderos creyentes, así que mis dificultades para poder hacer música fueron enormes”. La dramatización del conflicto familiar en Akounak es conmovedora y es real: en un acto de censura artística el padre de Moctar quema su guitarra en una hoguera para preparar el té. En la vida real no le pasó a él, sino a uno de sus colegas guitarristas. Pero “así es en Agadez”. “Son muchos los elementos dispersos que fui encontrando en el contexto de los matrimonios en el Sahel que me recordaban a Purple Rain, una película con la que crecí”, dice Kirkley. Desde las motos omnipresentes hasta la extravagante vanidad de los guitarristas, se empezaron a trazar los paralelos entre dos
contextos tan específicos y aislados como improbablemente similares: la Minneapolis de 1984 y la Agadez de hoy.
Azul con un poco de rojo
En la lengua tamasheq de los tuareg no hay palabra para púrpura. Para Kirkley era tan importante encontrar un título para su obra que hiciera referencia a la película que la inspiró como lograr una adecuada traducción de los códigos culturales. Moctar resolvió el dilema del título. A falta de una palabra para púrpura, quedó Akounak Tedalat Taha Tazoughai, que traduce literalmente “lluvia de color azul con un poco de rojo”. “Decidí que deberíamos conservar ese título porque para mí era claro que hacía referencia al proceso de traducción que implicaba el proyecto. Es una reflexión sobre el proyecto transcultural que trataba de hacer”, explica Kirkley. Admite también que la idea de hacer una versión sahariana de bajo presupuesto de Purple Rain es, por decir lo menos, forzada. “Cualquier persona externa que entre en este contexto viene con sus ideas preconcebidas, con su propia carga cultural; por más que se trate de abordar el proyecto con una interpretación sensible a las sutilezas culturales, siempre se van a reflejar los prejuicios que tenemos –dice–. Por eso quería ser muy honesto con la película, sin tratar de forzar un producto final predeterminado que tuviera que encajar al pie de la letra con la historia de Prince”. Esa flexibilidad creativa se vería luego reflejada durante el rodaje. Desde el comienzo, Kirkley se dio cuenta de que más que seguir el guion, lo que les resultaba más natural a los actores era recibir una indicación de lo que pasaba en la escena y que ellos
Fotogramas de Akounak Tedalat Taha Tazoughai [Lluvia de color azul con un poco de rojo].
orgánico, dejamos que la idea original basada en Purple Rain se transformara en un diálogo, en una conversación entre culturas”. Además de la proliferación de guitarristas del llamado ‘rock del desierto’ cuya presencia es ya habitual en los festivales musicales alrededor del mundo, la región
“Purple Rain es la obra de ficción rockera por excelencia, y a la vez cuenta una historia que es universal” improvisaran los diálogos espontáneamente. En ese momento la película se convirtió en un proyecto mucho más experimental, dice. Al fin y al cabo, Akounak es la primera película grabada enteramente en la lengua de los tuareg, entonces Kirkley, aún siendo el director, no entendía nada de lo que estaban diciendo los actores frente a la cámara. “Fue luego, en la posproducción, que reunimos todo el material y lo mandamos traducir del tamasheq al inglés. Entonces todo el proceso de hacer la película fue muy
del Sahel en la que está ubicada Agadez está asociada a otros referentes menos favorables en el imaginario occidental: la presencia de milicias fundamentalistas, la destrucción del templos centenarios, los levantamientos de grupos rebeldes independentistas, contrabando, narcotráfico y tráfico de personas. Ninguno de estos temas, sin embargo, ocupa un papel evidente en Akounak. Esa falta de protagonismo tiene como objetivo justamente dar una imagen que se aleje de las narrativas con-
vencionales, abriendo una ventana a la cotidianidad de la escena musical en Agadez. Kirkley dice: “Creo que el hecho de que no se hable directamente de esos asuntos en la película plantea ya una posición política en cierto modo. Sin embargo, hay rastros de todos esos temas en Akounak. Todo está ahí, en el trasfondo, en la vida diaria de estos guitarristas tuareg, en el día a día del pueblo. Incluso la casa que alquilamos durante el rodaje le pertenecía a un hombre libio que muy probablemente estaba involucrado en el tráfico de personas a través del desierto. Esos temas no eran necesariamente centrales en nuestra narración, pero son parte del sitio donde los protagonistas viven en la vida real”.
TribuTo
Kirkley cuenta que la idea de hacer la película nació como una broma, y que inicialmente dudaba de que alguien que no estuviera en su círculo de conocidos y seguidores de su trabajo como productor de músicos de África
occidental se fuera a interesar por ella. Pero la atención que generó Akounak después de su lanzamiento y de sus presentaciones en festivales de cine internacionales lo llevó a fantasear un poco. “Empecé a pensar que quizá un día Prince nos llamaría para conocer a Mdou, y tal vez tocar con él –dice–. Esperábamos que se pronunciara de alguna manera sobre la película. Nunca tuvimos esa oportunidad, pero ahora que ha muerto creo que la película se ha convertido definitivamente en un tributo a él”. Para Moctar, Akounak ha tenido un efecto equivalente al que tuvo Purple Rain para Prince en su momento, y la película sobre su lucha y sus conflictos como músico disparó su carrera en la escena en la que luchaba por sobresalir. “Finalmente soy más reconocido que la mayoría de músicos en Agadez –dice–. Allá la gente está oyendo mis canciones en sus teléfonos celulares, incluso en YouTube. La historia de Prince, y la que se cuenta en Akounak, es la historia de mi propia vida”. 23
MÚSICA GUILLERMO GONZÁLEZ ARENAS (1923 – 2016)
El muerto vivo Uno de los últimos grandes maestros de la música colombiana murió el pasado abril. Con él se desvanece otro trozo del siglo XX. Una crónica sobre un par de visitas al autor del famoso verso “no estaba muerto / estaba de parranda”. Esteban Duperly*
E
Madrid
s septiembre de 2015 y el maestro Guillermo González Arenas está enfermo. Tiene 92 años y un bajón de salud lo mandó a la clínica Soma, en el centro de Medellín. Lleva varios días en cama, pero luego de ganarle el pulso al fin de semana incierto en que lo hospitalizaron, y tres noches más de descanso y observación –cómo dicen los doctores–, está de regreso en este lado del mundo. Lo busco para una nota destinada a aparecer en la edición de octubre en esta misma revista, sobre músicos foráneos que cosecharon éxito en Medellín, cuando la ciudad era una Meca de disqueras y sellos que ahora suenan a leyenda –Sonolux, Fuentes, Codiscos, Sonomúsica, Ondina, Zeida–. Lucho Bermúdez y Joe Arroyo ya no existen, pero Guillermo González, de su misma talla y calibre, está muy vivo. Aunque enfermo. Durante las últimas cuatro tardes he estado en contacto con Nora, su esposa, quien es su voz, ahora que está atiborrado de analgésicos y adormecido por medicinas intravenosas. Pero me dice que ese día el maestro quiere conversar. Tener su testimonio es una suerte. Cuando por correo electrónico le cuento al periodista musical Jaime Andrés Monsalve que finalmente iré a entrevistarlo, su respuesta salta como un resorte: “¡Grande el maestro González! Es una insignia nacional”. Es cierto: en 2009, el Ministerio de Cultura eligió a los 32 maestros de la música colombiana, uno por cada departamento, y Guillermo González fue elegido por Caldas. Como dicen los bambucos, su cuna era Manizales. Y también con una frase de bambuco resume Carlos Arturo Marín, director de la Banda Sinfónica de la ciudad y amigo suyo durante los últimos 25 años, la relación *Periodista y fotógrafo. 24
del maestro González con ella: “Siempre quiso mucho su terruño”. Nació allí en 1923, y aunque cosechó todo su éxito en Medellín, y viajó por Centroamérica y el Caribe haciendo arreglos musicales para una constelación de artistas tropicales y románticos, iba a Manizales cada vez que podía: a visitar amigos, a ver a la familia y, sobre todo, a entregar en persona algún arreglo encargado para la Banda Municipal, que él llamaba “mi banda”. Era un manizaleño genuino, y buena parte de la música propia que compuso son alegorías a su tierra; al paisaje, a los colonos, al amanecer visto desde Villamaría, al Nevado del Ruiz, o pasodobles para la Feria. Aunque de su autoría no es la canción Feria de Manizales, como se estima por error; esa letra es de un homónimo, llamado Guillermo González Ospina, un poeta de Anserma. Pero
sina santandereana, para ilustrar con un ejemplo que cualquiera puede tararear– a menudo son arreglos del maestro González. Ahí radica su importancia. En Colombia solo unas cuantas ciudades grandes tienen orquesta sinfónica; pero banda, existe en la mayoría de los pueblos. Y ahí González hizo el gran trabajo de difundir no solo su música, sino la de otros compositores. Cuando la enfermera me indica su habitación, lo encuentro sentado en una silla. Tiene la muñeca conectada a un catéter, y una manguerita le cruza el labio superior y le inserta en la nariz el oxígeno que a veces se le acaba. No tiene malo el semblante, pero cierta lividez es la impronta de los días malos que acaba de pasar. Lo más incierto es el aire, que se le va acabando cuando habla; es como un acordeón que tiene el fuelle roto, y al final no suena.
“En la casa todos estudiamos música por hobby. Pero yo no quería ser músico; yo quería dizque ser militar” suyo sí es el arreglo musical más conocido. “De esa música nunca hubo partituras –explica Marín–. Lo que sucedió fue que el maestro hizo, de oído, un arreglo, que fue el que se popularizó”. En efecto, ahí era un hombre fuerte. Y en su medida, el poder detrás del trono, porque los arreglistas son personas que dan lustre a canciones que el público recuerda por otros. Guillermo González fue el arreglista, solo para nombrar un par, de Felipe Pirela, el cantante de boleros, y de Daniel Santos. Marín cuenta que a Santos, González le cobró 70 dólares la primera vez que trabajaron juntos –un dineral en la época– y lo hizo enfadar. Pero luego la estrella no tuvo más remedio que volver para que le engalanara canciones que después se convertían en éxitos. En la esfera nacional, las partituras para banda sinfónica de la música más nuestra –Campe-
Pero está animado, despierto, alerta, me aprieta firme la mano en el saludo, y quiere conversar. “En la casa todos estudiamos música, no por obligación sino por hobby. Pero yo no quería ser músico; yo quería dizque ser militar”, recuerda. Pacho González, su padre, también fue compositor, y le enseñó los primeros rudimentos. Después de contar eso, el maestro comienza a hilar, más o menos en orden, su trasegar de músico: “Los Diminutos Artistas, que éramos dos mandolas, tiple y guitarra. Pero todo en partitura. Yo les escribía todo”. Eso, cuando apenas era un adolescente. Más tarde, al regresar de dos años en la academia militar, donde en efecto estuvo, se fue a Filadelfia, Caldas, como director musical de una banda. Dice: “Hicimos una bandita muy querida, los organicé, los puse a tocar cositas de música clásica, cositas conocidas, y bambucos. La gente
era feliz escuchándonos”. Después, “Ritmo y Juventud, con un promedio de 20 años por músico”. Con ella tocó por primera vez en Bogotá. Y finalmente, “El Conjunto Azul, pura música estilizada, romántica e italiana. Tocábamos ‘cha cha cha, qué rico cha cha cha’”. El maestro canta para mostrarme de qué se trataba todo, pero con el esfuerzo se le va el aire y le cuesta retomar. El Conjunto Azul se transformó en Guillermo González y su Orquesta, que después se llamó, y así se quedó para siempre, La Italian Jazz. La integraban él más una legión de italianos exiliados de la Segunda Guerra Mundial. El primer concierto grande fue en Palmira. “Un amigo me contrató para una fiesta –recuerda– y cuando llegamos la ciudad estaba empapelada con carteles que decían ‘¡Directamente desde Roma a Palmira, llega La Italian Jazz!’. Y esos italianos en tremenda algarabía, felices, porque había una orquesta italiana en la ciudad y querían conocer a sus compatriotas. Entonces apenas llegamos al hotel le pregunto a mi amigo: ‘Oíste, Jaime, ¿cuál es la orquesta italiana? Y me dice: ‘¡Pues la tuya! Guillermo González en Manizales puede ser muy querido, pero aquí en Palmira no lo conoce nadie’”. Pero ni Palmira ni Manizales, ni siquiera Bogotá, eran la meta. Medellín, para entonces, era el lugar a donde querían llegar los músicos. Era la ciudad que tenía las mayores casas disqueras. Era el núcleo. Así que de regreso en Caldas, González y sus italianos grabaron en Radio Manizales un acetato que por un lado tenía un tema de Pacho Galán, y por el reverso Arrivederci Roma. Con ese disco se fue al Club Medellín, donde estaban buscando una orquesta y logró un contrato por cuatro meses. “Allá me dijeron: cuatro meses y ni un día más. Y si no es la orquesta que suena en este disco, mañana mismo se me van. ¡Se me van, nada! ¡Duré nueve años!”.
Guillermo González (a la izquierda) junto al bolerista Felipe Pirela. Estudios Odeón. México, 1966.
ARCHIVO PERSONAL GUILLERMO GONZÁLEZ ARENAS
MÚSICA
En su rostro comienza a modificarse muy leve la expresión; las comisuras de los labios se van hacia arriba, sube el mentón y dice: “Del Club Medellín tengo un recuerdo guardado, que es el mejor de todos”. Entonces mueve las bolas de los ojos hacia la ventana un par de veces, con rapidez, para indicarme que mire hacia allá, y levanta al tiempo las cejas, que es el gesto que uno hace cuando está orgulloso. Junto a la ventana está sentada Nora, su esposa, mucho más joven. —¿No me diga que se conocieron en el Club Medellín? –le pregunto. —¡Sí! Allá me llevaban a empanadas bailables –responde Nora, mientras se ríe–. Yo tenía 14 años y desde que lo vi me encantó. Les decía a mis compañeras “él es mi novio, pero no lo sabe”, y le contaba a todo el mundo que tenía un novio grande que tenía una orquesta inmensa. Le pedía permiso a mi papá para ir a almorzar al Club los domingos con la esperanza de ir a verlo, porque yo sabía que él se mantenía allá. —Ese es mi recuerdo eterno, el más grande, y fue hace 50 años –remata el maestro.
Diez días después lo entrevisto de nuevo. Está de regreso en su casa del barrio Boston y ha aceptado revisar su archivo fotográfico, para buscar fotos que lo muestren en sus gloriosos. Lo encuentro sentado a un escritorio con la mirada puesta en la pantalla de un computador que tiene una partitura digital. El software se lo instaló su hijo, que es productor musical, y allí el maestro trabaja poniendo notas sobre un pentagrama. Al final de ese mes le harán un homenaje en Manizales, pero para ponerle la carnada y que acepte ir, le piden los arreglos de los temas que tocará una banda de 70 músicos. Ya no está conectado a una bala de oxígeno, pero hay un caminador ortopédico a su lado, y no puede levantarse solo. Sus álbumes son una claraboya a una época suntuosa, que ya no existe. Allí aparece, retratado, todo aquel glamour de las orquestas tropicales, como unas big band que en lugar de jazz tocaban porros y ‘música caliente’ y divertían a la gente. Sale junto a sus músicos italianos, vestidos de saco blanco y corbatín negro y zapatos de charol. Aunque
él tiene puesto un saco oscuro –porque es el director– y un pañuelo blanco en el bolsillo de la solapa. También, en otra, junto a Lucho Bermúdez, de quien fue amigo personal: ambos ataviados con sus trajes de maestro, en lo que parece ser el intermedio de una gala compartida. El pelo de Bermúdez peinado hacia atrás, brillante con el fogonazo del flash, y el de González crespo y quieto, bien cortado. Unos dandis morenos. Paso las hojas de los álbumes con cuidado y pongo cada foto de vuelta en su lugar, pero el maestro González se desespera un poco con tanta solemnidad y me mira como queriéndome decir: “Muchacho, no es para tanto”. Le discuto que sí, y para defenderme aparece una postal enviada desde Cuba: “Para Guillermo, un recuerdo”. La firma en letras redondas, grandes y bullosas dice: “Celia Cruz. 1960”. La nota más alta en la vida de Guillermo González Arenas fue El muerto vivo. Ese fue el hit de su vida, aunque suyos son también otros temazos bailables como Juan Onofre, Cumbia Ron, y El Tiburón. “Estaba yo
haciendo unos arreglos que ya ni me acuerdo para qué –cuenta el maestro González– y me cansé y miré en el periódico la noticia: a un obrero de Argos, Marco Herrera, le hicieron la liquidación, se fue a tomar con un amigo y no volvió a aparecer. La mamá reconoció el cadáver, en una morgue, por una cicatriz en la rodilla. ¡Y lo enterraron! Pero a los días apareció, ¡vivo!”. Y esta vez no canta, sino que recita los versos de su porro, medio muriéndose de risa de su propia historia, que más que una canción es una crónica. El muerto vivo lo grabó el Trío Venezuela en los estudios Sonomúsica en Medellín. El maestro mismo lo dice, “para rellenar un disco”. No volvió a saber nada del tema, porque en el mundo chico de ese entonces las noticias andaban despacio. Pero en un viaje a Caracas se vio a sí mismo en una noticia del periódico, que anunciaba su presencia en la ciudad. De la canción se apropiaron luego varios y la hicieron aún más famosa, aunque sin reconocer a veces la autoría de González: el cubano Rolando Laserie y
el catalán Peret, quien la acomodó a una rumba flamenca, e inventó una historia propia en donde el obrero se trasformó en un tal músico suyo. Más tarde Joan Manuel Serrat la cantó también, y aún lo hace junto a Sabina. En sus versiones todos le han cambiado el nombre al muerto, para que la métrica se ajuste a su ritmo, pero no se han atrevido a mover lo fundamental: que el sinvergüenza no estaba muerto, sino de parranda. Mientras guardo la cámara fotográfica y la grabadora, el maestro González vuelve al pentagrama del computador. Me despido de su esposa, y cuando regreso a su estudio para agradecerle, lo encuentro de pie, a pesar de que el médico le tiene prohibido hacer el esfuerzo de levantarse solo. Pero a un hombre de 92 años nadie le dice qué hacer. Así que insiste en acompañarme hasta la puerta y le alcanza para hacerme un chiste sobre tomarnos un aguardiente, aunque es exageración, porque él mismo me confesó que nunca fue un gran bebedor. “Hasta pronto”, le digo. Uno nunca tiene la conciencia de estar diciendo adiós. 25
MATTHEW EISMAN / AFP
David Gilmour, en el Madison Square Garden, dos días después de su concierto en el Radio City Music Hall de Nueva York, el pasado 12 de abril.
CRÓNICA: DAVID GILMOUR, EN EL RADIO CITY MUSIC HALL
Dios, haciendo su trabajo El pasado 6 de marzo, el guitarrista de Pink Floyd cumplió 70 años. Uno de sus admiradores más conspicuos decidió viajar a Nueva York para verlo, por primera vez, en vivo. La experiencia en esta crónica alucinada sin alucinógenos. Sandro Romero Rey*
H
Nueva York
ay música para oír y música para levitar. Algunos lo hacen con Bach y no acep-
*Escritor y dramaturgo. 26
tan discusiones. En Inglaterra, los puristas se ponen de pie y la mano en el pecho cuando suena el Aleluya de Händel. En Bayreuth, los wagnerianos no mueven ni una pestaña. Todos tienen razón: los que levitan con Juan Gabriel, los
que lloran con Alejo Durán, los que entran en trance en Joujouka, los que se convierten en ángeles gracias a percusiones o lamentos, los que aman a Philip Glass, a Jimmy Scott, el góspel, las misas ortodoxas rusas, las ceremonias
del Kathakali. Sí. Hay de todo y mucho más. Pero, si me preguntan a mí con qué me disparo hasta infinitos improbables, no dudo un instante en reconocer que lo he hecho a lo largo de mi vida con Pink Floyd.
Y lo hago en silencio, sin compañía, sin esperar opiniones, en la soledad de mi cuarto, con la luz apagada, sin drogas, sin alcohol, sin psicotrópicos indígenas, sin voluntarias para los primeros auxilios. Desde el día en el que
MÚSICA descubrí esos sonidos de otra galaxia, instalado en la sala de mi casa caleña, entendí sin problemas el misterio de la eternidad. Los oí cuando no sabía qué diablos era Pink Floyd (tardaría mucho en entender que era un juego de apellidos del blues y no el nombre en clave de una droga rosa, como aseguraban los hippies de la avenida Sexta) y los mantuve en el archivo de mis mejores secretos hasta una noche de epifanía, en la que llegué como un loco, a las tres de la mañana, al apartamento de mi primo bugueño Eugenio Renjifo, con un ejemplar del álbum Wish You Were Here. Lo desperté temblando y le exigí que pusiera el disco a todo volumen. Finalizaba la década del setenta y el mundo ya se estaba acabando. Pero redescubrir a Pink Floyd, luego de atesorar, qué se yo, Dark Side of The Moon, Atom Heart Mother o Meddle, era demasiado. Mi primo Eugenio enloqueció y no quiso ser más bugueño. Yo me dediqué a mirar las estrellas y a leer sobre el asunto, en la poca literatura que existía en español al respecto. Poco a poco, fui poniéndole rostros al misterio: aunque el líder de todo este asunto se llamaba Roger Waters (como me lo confirmaría, años después, nuestro amigo, el director de cine Barbet Schroeder, quien hizo dos películas con banda sonora original de Pink Floyd: More y La Vallée), aunque los teclados exquisitos fuesen del delicado Richard Wright o los tempos secretos los asegurase el baterista Nick Mason, el genio absoluto de esta máquina de la perfección se llamaría, se llama, David Gilmour. Es bien sabido que Pink Floyd nació gracias a un grupo de estudiantes de las escuelas de arte del Londres de los sesenta (no entiendo por qué la historia del rock no las ha reivindicado, tanto o más que a los bluesmen de Chicago) y, en particular, al entusiasmo de un hermoso guitarrista de mirada perdida llamado Syd Barrett. Barrett era más que amigo de David Gilmour pero las drogas comenzaron a tomarle ventaja, al mismo tiempo que Pink Floyd se convertía en una experiencia exitosa del underground británico. Cuando Barrett no podía más con él mismo, Gilmour iba, en su discreta belleza, y lo remplazaba con sus seis cuerdas. En aquel tiempo, Barrett, Waters, Mason y Wright eran Pink Floyd. Un grupo que componía experimentos sonoros, los cuales se presentaban acompañados de efectos de luces y paredes pintarrajeadas para ser
vistas con ácido y luz negra. Pero en uno de sus viajes sin pasaje, Syd Barrett se quedó nadando en el aire para siempre. Sus amigos trataron de salvarlo e hicieron grabaciones con él en solitario, atesoradas en compilaciones como Crazy Diamond: The Complete Syd Barrett. Pero su figura se fue deshaciendo, mientras su cuerpo engordaba en la casa de sus padres en Cambridge. Nunca volvió a saberse de él, hasta su muerte, en 2006. Tan sólo, en una entrevista, poco tiempo antes de su desaparición, afirmó no acordarse de qué era Pink Floyd. Después de los dos álbumes del “período Barrett”, Gilmour asumió su rol oficial de guitarrista líder del grupo. Lo hizo en las citadas bandas sonoras de las películas de Schroeder y, de manera más vehemente, en el álbum doble Ummagumma. A partir de 1973, Pink Floyd se convertiría en una de las bandas más importantes de la música del siglo xx. Y consolidaría su genialidad con homenajes a Syd Barrett (el citado Wish You Were Here), el prodigioso Animals y la cima de la popularidad y de la sofisticación con The Wall. A partir de este momento, comenzarían las batallas internas, de las cuales sus seguidores solo intuíamos por los discos en solitario de cada uno de sus miembros o, finalmente, por las batallas legales que convirtieron a The Final Cut, A Momentary Laps of Reason y The Division Bell en incómodos triunfos de los egos de sus miembros, cuando Roger Waters perdiese los derechos para utilizar su rosado nombre y Gilmour, Wright y Mason se quedasen con la historia. Pero el tiempo y la muerte todo lo calman. Las heridas parecieron cerrarse en julio de 2005, cuando los cuatro miembros oficiales de Pink Floyd se unieron para el multitudinario Live 8 en el Hyde Park londinense. Por último, el cáncer de Richard Wright, su desaparición y la publicación del álbum cuasiinstrumental, The Endless River, introdujo a la banda en los territorios de la leyenda. Pero sus miembros, a título personal, no se han quedado quietos. Allí siguen, virtuosos y tercos como el primer día. Pero no hemos venido a hablar de una banda, sino de un monumento individual que, con sus guitarras y sus canas de profeta invencible, se sigue llamando David Gilmour. Me temo que, al contrario de lo sucedido con Roger Waters, la carrera en solitario del alma de Comfortably Numb no ha decaído un instante. Obsesionado por no quedarse interpretando los viejos
éxitos del pasado, Gilmour ha publicado discos de estudio magistrales (David Gilmour, de 1978; About Face, de 1984; On An Island, de 2006; Rattle That Lock, de 2015). Y ha seguido dándole vida a un sonido que no se parece a nadie, ha consolidado su santidad y sus oficios sublimes como pocos intérpretes en la tramposa historia de las grabaciones del presente. A no dudarlo, ha demostrado ser un animal de la música y en todos sus conciertos, su figura ceremonial, su discreción, su entrega, su eficacia técnica, su místico misterio no nos permite otro gesto que cerrar los ojos y botar las lágrimas del agradecimiento. Debo aclarar que escribo desde Colombia. Y hasta Colombia ha llegado su leyenda. A finales de la década del ochenta, el bajista Chucho Merchán, radicado en Londres desde la dorada década del setenta, lo convenció de viajar a la ciudad de Cali (¡Cali!) para un concierto benéfico, acompañando al cantante de The Who, Roger Daltrey, al guitarrista Phil Manzanera y otras estrellas de las sofisticadas constelaciones del
nunca. Con la confianza que dan los triunfos descomunales (y la gira de Rattle That Lock así lo ha sido), Gilmour infló sus conciertos por Norteamérica y Europa, hasta el punto de reproducir, el 7 y 8 de julio próximos, la experiencia de tocar en Pompeya, como ya lo había hecho con Pink Floyd en 1971, con la película para iniciados Live at Pompeii, de Adrian Maben. Así que, una noche de múltiples arrepentimientos, me miré al espejo y me convencí de que no podía pasar al otro mundo sin ver a David Gilmour en vivo, con todas las de la ley. Cerré los ojos y, el 10 de abril de 2016 a las 7:30 de la noche, en una primavera helada, entré de rodillas al Radio City Music Hall de Nueva York, para ser testigo de las tres horas sobrenaturales de Gilmour y su banda, en la boca abierta del escenario art decó que parece devorarse a sus 6.000 espectadores. Al poner mis rodillas sobre el asfalto, en el umbral del Radio City, entregué mi boleto electrónico a la señorita encargada del asunto. La señorita pasó su rayo
Al apagarse las luces del inmenso teatro, sonaron los pajaritos iniciales de 5 A. M. y mi corazón se detuvo. rock. La historia es muy larga y no puedo extenderme (para los curiosos, los remito a mi relato titulado “Gilmour, Daltrey & Co.: Odiamos a Cali”, publicado en el libro Las ceremonias del deseo. i.d.c.t., 2004). El hecho es que el paso de Gilmour por estos parajes, a pesar de su triste leyenda de desastre, fue una especie de ventisca de nostalgia que no pudo cesar en el corazón de un fanático como el que tiembla estas líneas. El hecho es que el rompecabezas del mundo, poco a poco organiza sus fichas. El 6 de marzo de 2016, David Gilmour cumplió 70 años y, para evitar la pensadera, decidió que el acontecimiento lo cogiera trabajando. Lanzó su nuevo álbum en una caja que incluía dos libros, con fotos, las letras de su esposa, la escritora Polly Samson, y una edición con fragmentos del Paradise Lost, de John Milton, que sirviese de inspiración para sus melodías de hechizado. Hubo algunos conciertos promocionales en Inglaterra, hasta que Gilmour se decidió a cruzar los mares, para dar sendos conciertos en Suramérica. No pude asistir, porque a los pesimistas siempre se nos cruza algo urgente cuando tenemos que hacer lo imprescindible. Pero la ocasión no debe perderse
láser por el tiquete: “Lo siento”. Me dijo. “Su boleta no está autorizada”. Abrí los ojos: el mundo se vino abajo. Me imaginé regresando a Bogotá, con cientos de dólares perdidos y la humillación de la estafa. Cuando ya me disponía a comprar una botella de whisky y recuperar mi alcoholismo, esta vez sí para siempre, la señorita del Radio City lanzó una sonora carcajada y me señaló en la distancia a un amigo que había preparado la broma. Desde ahora advierto que mi venganza será terrible. Pero, una vez más, no vinimos a hablar de chistes malos sino de música. Y si vamos a hablar de Gilmour no debemos perdernos en otros territorios. Prosigamos: al apagarse las luces del inmenso teatro, sonaron los pajaritos iniciales de 5 A. M. y mi corazón se detuvo. Me he pasado la vida entera tratando de describir qué se siente cuando los sonidos remplazan las emociones y te ayudan a besar el cielo, como alguna vez lo dijese con excusas Jimi Hendrix. Es imposible. Y con Gilmour, mucho menos. Pero no me puedo quedar callado. Gilmour, de negro hasta los pies vestidos, como un obrero de la belleza, con sus diez acompañantes a cuestas atacó con Rattle That Lock. Al fondo, una
pantalla de video, como las que adornase los conciertos de Pink Floyd desde el principio de los tiempos. Las imágenes de la animación promocional del tema no me emocionan mucho, porque no me gusta que me impongan sueños ajenos cuando oigo temas que me fascinan. Pero pronto, la imagen de David Gilmour gigante, en altísima definición, con su barbita incipiente y sus dedos que deberían donarlos después de su muerte a algún planeta sin conflictos, se apoderó del Music Hall y allí fue Troya. A partir de ese momento, el público descolgó su mandíbula y no cerró la boca sino a las 11:00 de la noche, cuando el demonio de las emociones dijo que había sido suficiente. Gilmour se paseó por Faces of Stone, de su nuevo álbum, atacó con Wish You Were Here, para dejarnos regados por el piso, continuó con la iracunda What Do You Want From Me, nos acarició con la delicada armonía de A Boat Lies Waiting, nos destrozó con The Blue, para luego repetir los latigazos de las lejanísimas Money y Us and Them. Acto seguido, In Any Tongue sin vaselina y, para cerrar la primera parte, oh, dioses, High Hopes. El espacio de este texto se terminó. Pero eso siempre pasa con David Gilmour: el tiempo y el espacio se terminan cuando nos atrevemos a evocarlo. Puedo decir que, tras el intermedio de 15 minutos, hubo luces que ya quisiéramos ver en nuestros viajes interplanetarios, acompañando la antiquísima Astronomy Domine. Acto seguido, las cinco partes iniciales de Shine On You Crazy Diamonds, Fat Old Sun (nunca terminará de darle las gracias a Syd Barrett), la rebelde Coming Back To Life, la delicada On An Island, en fin, la reciente Today, y la infaltable primera conclusión sublime de Pink Floyd (Sorrow, Run Like Hell). Gilmour y los suyos se fueron en medio del estruendo, pero regresaron para cerrar con Time, Breathe y (¡cómo no!) Comfortably Numb. Como siempre sucede en estos casos, la Tierra hizo una pausa. Mi cerebro se devolvió atrás, muy atrás, cuando pensaba que nunca iba a poder ver en vivo mis sonidos esenciales. Pero el amor sabe equilibrar los dolores. Cuando David Gilmour hizo el último solo del himno de The Wall, yo ya no estaba en mi silla y la señorita de la entrada del Radio City Music Hall tuvo que bajarme con una red, porque yo andaba volando por los aires. Con 6.000 desconocidos que andaban en las mismas. 27
MÚSICA PARLANTES, TODO ESTO ERAN MANGAS
Adanes y ladrones Con un sonido que recoge tanto del punk como de la música popular, que le toma prestado a la poesía versos para incomodar, el grupo antioqueño firma su tercer álbum con una actitud rockera que lleva más de una década buscando un lugar en un mundo cada vez más comercial y aferrado a fórmulas de mercadeo. Ana Cristina Restrepo*
“
D Medellín
esarraigo, rock, punk”, señalaba la nota de rechazo del demo que los organizadores de la reedición del Festival de Ancón le devolvieron a Parlantes en 2005. Los tres rótulos parecen insuficientes para describir a esta banda antioqueña cuya complejidad narrativa y sonora se despliega en Todo esto eran mangas, su tercer álbum (con edición limitada en formato elepé), recién lanzado con un concierto en la Universidad Eafit. “The tide is high but I’m holding on, I’m going to be your number one. No soy un simple gañán, que suelta el remo y se va”. Las canciones de Parlantes juegan con los ecos de los años ochenta y noventa: una vez presionan el botón de play en la memoria, suenan los casetes de Blondie, Eric Clapton, B-52’s y The Clash –y una que otra tonada tanguera, de salsa y merengue–; simultáneamente, liberan letras tal vez relegadas en los anaqueles de la biblioteca. Un canto de Vicente Huidobro se cuela en el clásico Bolero Zombie; León de Greiff, en la nueva canción Raponero; Nicanor Parra, en Futuro anterior. A los integrantes de Parlantes les gusta considerarse simplemente como rock, por las características que los acercan al origen del género: son un ensamble de música urbana, independiente, con vetas de sonidos populares de distinto origen. Si bien las raíces musicales de esta agrupación, con 14 años de existencia, se aferran a las bandas locales de punk, metal y rock, su estilo también se nutre de los ritmos y sonidos de la calle y de aquellos que, hace décadas, sus integrantes conseguían en casetes y elepés. Estos músicos que hoy se benefician de la distribución de su música a través de descargas pertenecen a una época en que era necesario esperar semanas (o
*Periodista. 28
MÚSICA
Parlantes comenzó su carrera en 2002 con exintegrantes de bandas como Bajo Tierra y Planeta Rica.
ALFONSO POSADA
meses) para que un disco llegara a un almacén especializado. Tener música suponía un esfuerzo que afinaba el gusto, que obligaba a una contemplación más exhaustiva: “El que tenía tres discos, se los aprendía. Intercambiaba discos de Queen, de Kiss. Eran formas de apropiarse de una lengua y de una música que eran distintas”, recuerda el compositor y vocalista de la banda, Camilo Suárez. Después de haber rellenado con cinta o un pedazo de papel la esquina del casete, era posible regrabar una canción sobre otra (algunas veces,
por supuesto, el casete era robado del cajón de música de los padres: los Visconti silenciados a punta de “música americana”). Parlantes son adanes y ladrones, su música es el resultado de años de experimentación. Todo esto eran mangas retoma la que podría considerarse la frase más nostálgica que se repite a diario entre las montañas de ladrillo y asfalto del Valle de Aburrá. Y es que los himnos urbanos de Parlantes son nostalgia: “La imitación es un principio de creación básico: oír cosas que a uno le gustan y querer hacer luego cosas parecidas no es muy diverso a lo que ocurre en pintura, literatura o cualquier otra expresión del arte”, discuten entre los integrantes de la banda. Como otras expresiones del arte, la música de Parlantes surge de las márgenes, las mismas que alguna vez definieron el carácter de los cuentos de Luis Miguel Rivas y las miniaturas de José Antonio Suárez Londoño. * Parlantes comenzó a tocar en 2002, en una casa convertida en estudio de grabación. La banda se conformó con exmiembros de Bajo Tierra, Estados Alterados, Planeta Rica y actuales integrantes de otras bandas paisas como Gordos Project: Alfonso Posada (batería), David Robledo (percusión), Pedro Villa (bajo), Fredy Henao (teclados), Juan Camilo Orozco (guitarra), José J. Villa (guitarra) y Camilo Suárez (vocalista). (Tres integrantes han salido de la banda: John Henao, Jaime Pulgarín y José Gallardo). Después de tardes y noches de cervezas, exploración y afinación de motivos musicales, melodías y letras, se presentaron en el bar Deck de Medellín, con un repertorio de canciones originales y algunos covers de música popular colombiana, pueblerina, de pianola, como Lamparillas, Senderito y Ojos indios. El primer disco, Parlantes (2003), fue realizado en el estudio de John Henao; el segundo, Lengua negra (2009), en el de Mauricio Serna; y el tercero, Todo esto eran mangas (2016), en el Ato Estudio, de Juan Diego Galvis. En la historia del grupo tiene singular importancia el sencillo Stella maris, un proyecto que funcionó con la venta de cien bonos antes del lanzamiento para financiar la producción final del álbum Parlantes: los abonados después tuvieron derecho al disco completo. El segundo álbum, Lengua negra, los llevó en dos oportunidades a Rock al Parque. Los integrantes de la banda evocan su segunda participación en el festival capitalino, en la cual estuvie-
ron en la Media Torta, escenario destinado al metal. Para Parlantes no fue sencillo tocar entre metaleros; sin embargo, cuando el público pogueó Senderito, fue “el mejor regalo, el premio de esa experiencia”. * Para Camilo Suárez, que también es poeta y profesor universitario, escribir canciones es como escribir poemas… mucho más de lo que la gente está dispuesta a aceptar. Suárez considera que está relacionado con un segmento antiquísimo de la tradición poética: “La lírica griega arcaica era fundamentalmente episódica. Estos se van para la guerra: hagamos un peán; estos se están casando: hagamos un poema para celebrar a los novios. Estaban vinculados a eventos, había una relación con los actos sociales que hacía que esas composiciones fueran algo que podía relacionarse con la enunciación, con melodía, incluso había algo de danza y de disposición dramática. Sin duda, la relación entre sonido y sentido es algo que interesa a la poesía. Y en una canción hay mucho de eso”. ¿Ha musicalizado o cantado un poema suyo? Me gustaría creer que mis canciones son poemas. ¿Musicalizar un poema no es redundante? Jaime Jaramillo [Escobar] se pone furioso cada vez que oye esa relación entre poemas escritos y versiones musicales. Él dice: “Cómo así, si ya tenía música”. El trabajo de escritura de las canciones atiende y es capaz de utilizar todos los recursos de esa tradición. Respecto de otros poemas existentes: el particular modo de las canciones de nuestro grupo también lo tiene en cuenta. Hay versos de otros autores, motivos de otros autores, que se cruzan dentro de las canciones de nosotros porque allí hay algo que ocurre con todas las artes, nuevamente: la conciencia de una tradición en la que hay personas que antes han hecho algo mucho mejor que uno. Si León de Greiff ya les dijo a las nubes ilusas del cielo: maravilloso. Hay que coger a esas ilusas y ponerlas en la letra de Raponero, que es el hijo bastardo de ellas. Si aquí le decimos a Raponero que es un viento, hijo bastardo de esas ilusas, ya hay algo del carácter de esas ilusas que queda ampliado gracias a la primera calificación que De Greiff había ofrecido. La línea divisoria entre la deshonestidad y la re-creación es muy delgada. ¿Sus letras son homenajes o robos? Hay intertextualidad. Somos amigos de lo ajeno, en ese sentido, nadie puede presumir de una
condición adánica en términos de creación. Cualquier autor de cualquier género de creación va a mirar muy bien su último trazo y se dará cuenta de que eso está medio parecido a Lucien Freud, pero tal vez en esta parte es muy mía; o si le echo unos chorritos de pintura dirán que soy Pollock. En fin, no creo en esa condición adánica plena, me parece que la tradición es muy rica, la condición de apoyarse o de tomar cosas que están bien hechas para incluirlas en otras es absolutamente válida. ¿Se sienten marginales? En cierta medida todo el que tenga un grupo de rock en la ciudad sabe que está así. Hay algo de margen: por ejemplo, hay que preguntarse si hay poesía en las canciones. Sí hay literatura, pero no es literatura en su modo canónico. A mí me hace gracia que a Leonard Cohen le den el Premio Príncipe de Asturias de las Letras o que a Bob Dylan lo nominen para el Premio Nobel de Literatura. Eso no me resulta escandaloso ni extraño, pero sí entiendo y respeto mucho el hecho de que, claro, una tradición con géneros más definidos y un trabajo crítico más amplio valore otro tipo de creaciones desde el centro de
zó a ser un autor distinto. Tomás González en nuestro medio puede ser un buen ejemplo de alguien que ha tomado una distancia. ¿Ustedes han discutido sobre el distanciamiento frente a la posibilidad de contaminación con “lo comercial”? Al menos cuando estábamos en Bajo Tierra, a muchos de nosotros nos pasó que Codiscos vio en el rock una posibilidad pero no atendió todas las indicaciones que nosotros le dimos para hacer nuestra Lavandería Real. A pesar de ellos, lo pudimos sacar, pero después aparece una mánager mexicana, dice que quiere trabajar con Ekhymosis, después dice lo mismo con Bajo Tierra, entonces empieza a sonar un poco el asunto: abren los patrimonios, apuestan, en nuestro caso hay una ruptura fuerte con Marusa [la mánager de Ekhymosis] y nos separamos. En fin, en ese punto pudimos haber replicado el fenómeno o por lo menos participado de algo parecido a lo que le pasó a Ekhymosis, a Juan Esteban [Aristizábal]. Allí ya habíamos entendido cómo funciona mucho de eso: dinero, intereses, mención de un nombre que pueda ser una marca. Eso ya
“En cierta medida todo el que tenga un grupo de rock en la ciudad sabe que está en la marginalidad”. Camilo Suárez. esos campos. Sí hay algo de margen porque es un género musical popular; en la escuela de música de Eafit no hay ni énfasis ni una materia que se llame rock, no hay historia del rock: ahí también hay margen. Creo que hay muchas categorías sobre lo que hacemos que nos ponen en una condición marginal. Marginal es una línea de frontera que le impartiría una pátina muy interesante a lo que hacemos, pero es marginal desde hace mucho tiempo y desde muchos otros lados. Lo mismo podría decir un escritor en nuestro medio. ¿El éxito en el mercado acabaría con esa categoría? Por ejemplo, en literatura, la obra de Luis Miguel Rivas es marginal, ahora es una suerte de “escritor de culto”. El reconocimiento. A mí me gustaría pensar que Luis Miguel y nosotros estamos haciendo cosas muy parecidas. Ahí hay algo que tiene que ver con la recepción y lo que produce en la persona que está detrás de los proyectos. Pienso en Andrés Felipe Solano, Corea: apuntes desde la cuerda floja es un libro premiado, que ya sale del margen, pero que comenzó siendo unas notas, un diario personal. Después de este premio ya empe-
lo conocimos de cierto modo y volvimos a tocar, no porque quisiéramos llegar a ese punto, sino porque nos gustaba hacer algo que no tenía nada que ver con eso. Además, uno no puede simplificar tan fácil la relación con la aceptación, con el éxito, con que un disco venda no sé cuántas copias. Estoy pensando en Parlantes como una especie de Buena Vista Social Club de Medellín, con rock. Lo que sí resulta apreciable en términos hipotéticos es que cualquier resultado de esa recepción permitiera continuar haciendo lo que uno hace. Si este disco nos permite tocar en un bar en Tokio, como acá en Medellín, fantástico. Y conectar eso con todo lo que uno vive. En esa medida el éxito es deseable.
EN EL MERCADO
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CINE Janina Pérez Arias*
A Berlín
Algunos de los documentales que Gibney ha dirigido.
ENTREVISTA A ALEX GIBNEY
Frente al poder Con más de 30 años de carrera profesional, el director estadounidense se ha ganado un puesto entre los documentalistas más importantes del mundo. Su fascinación por el abuso de las multinacionales y los poderosos lo ha convertido en una referencia del documental como una herramienta de fiscalización y denuncia. Gibney habló con Arcadia en la Berlinale. 30
lex Gibney ha visto mucho. Quizá más que la mayoría de gente. Es uno de los gajes de su oficio: esclarecer la oscuridad, hablar cuando otros callan (o intentan silenciar), visibilizar lo que algunos prefieren que permanezca desapercibido. El documentalista estadounidense se adentra por completo en sus historias, por muy ruines y oscuras que sean. Mira a los lados sin perder el norte, se mete en cada callejuela aunque no le vea salida, sin vacilar a la hora de abrir otras puertas o saltar por las ventanas. Su trabajo incluye documentales sobre los abusos a menores en la Iglesia católica (Mea Máxima Culpa, 2012), o la tortura que aplicaron el ejército estadounidense y los servicios secretos durante la administración de George W. Bush (Taxi to the Dark Side, 2007). Apenas dos ejemplos por los que Gibney ha coleccionado no solamente reconocimientos (incluso un Óscar por Taxi to…), sino también admiración, credibilidad y poca simpatía por parte de aquellos a quienes pone en evidencia. Ya son 36 los años que lleva Gibney detrás de cámaras. Se describe como un realizador con bagaje periodístico, cuya formación tuvo lugar en Yale y en la Ucla Film School. Sin embargo, igual de importantes fueron su madre (“de espíritu salvaje con algo de escritora”, dice), su padre (periodista) y su padrastro (reverendo y activista). “Fueron ellos quienes me animaron a ser curioso, a hacer preguntas difíciles y a no arrodillarme ante la autoridad”, ha confesado en alguna oportunidad. Alex Gibney es un hombre cordial. Sonríe con franqueza, mira directamente a los ojos del interlocutor sin hacerle sentirse incómodo. Da la sensación de que con él se puede hablar durante horas, incluso de las (desagradables) consecuencias que hasta hoy vive a causa de su excelente documental sobre (por decirlo de alguna forma) los desertores de las filas de la Cienciología (Going Clear: Scientology and the Prision of Belief, 2015), trabajo basado en el libro homónimo escrito por un antiguo y apreciado compañero de trabajo suyo, el periodista Lawrence Wright.
*Periodista.
CINE
Las caras del poder Movido por el abuso del poder y de la autoridad, así como por
la corrupción, la vida profesional de Gibney siempre se ha relacionado de manera íntima con “meterse en problemas”. Enron: The Smartest Guys in the Room (2005), película nominada a mejor documental en los Óscar, es un buen ejemplo. Basándose en el best seller escrito por los reporteros de la revista Fortune Bethany McLean y Peter Elkind, Gibney retrató con maestría la arrogancia y la corrupción corporativa gestada en las entrañas del coloso de la comercialización de energía, que concluyó con su estrepitoso colapso. “Enron no es una excepción a la regla –escribió en las
Secrets: The Story of WikiLeaks, 2013); o la del político Eliot Spitzer, caído en desgracia tras un escándalo de prostitución y del que fue el máximo protagonista (Client 9: The Rise and Fall of Eliot Spitzer, 2010). Pero la mentira y la corrupción, en sus formas más puras, solo las vio en una persona: en el múltiple ganador del Tour de France Lance Armstrong, quien lo había buscado para que documentara su espectacular regreso desde el infierno del cáncer hasta el ciclismo de más alto nivel, y que por poco pone en entredicho la reputación de Gibney. Acusado de doparse para conseguir los tí-
“Había un sentimiento de ira, de indignación, que me atrapó: gente rica y poderosa, negligente en el trato...” notas de producción del documental–, es más bien una exageración de cómo funcionan las cosas con demasiada frecuencia”. El documentalista ha mostrado las diferentes caras que puede tener el poder, como la del líder de Apple, a quien explora en Steve Jobs: The Man in the Machine (2015), o como la de Julian Assange y Chelsea Manning, los rostros más visibles de WikiLeaks (We Steal
tulos, Armstrong lo negó una y otra vez hasta admitirlo en el programa de Oprah Winfrey frente a millones de estadounidenses atónitos, entre ellos Gibney. Sin embargo, hubo el tiempo para desandar lo avanzado y el resultado fue The Armstrong Lie (2013), a cuyo estreno no asistió el principal implicado. Al frente de su compañía en Nueva York, Jigsaw Productions (antes Jigsaw Educa-
tional Productions, fundada en 1978), junto a un equipo de colaboradores, el estadounidense desarrolla tanto proyectos propios como de otros realizadores. Antes de convertirse en productor, guionista y director, un día descubrió que sus habilidades de periodista investigativo podían trascender el papel. Y todo fue gracias a Luis Buñuel. “Una vez me preguntaron de dónde venía mi afición por la realización –narra la anécdota–. Recuerdo que una noche cuando estaba en la universidad vi El ángel exterminador (1962). Literalmente me noqueó, porque entendí que el cine tenía muchas posibilidades que no había considerado. De esa película me gustó en particular que era divertida, pero misteriosa, que no daba respuestas fáciles, y al mismo tiempo tenía sin duda una conciencia social. Había un sentimiento de ira, de indignación, que me atrapó: gente rica y poderosa, insensata y negligente en el trato hacia aquellos que no tenían ni poder ni dinero; pero de aquella rabia tan palpable salía mucho humor. Eso me pareció admirable”. En la Berlinale, Zero Days tuvo su estreno mundial y competía por el Oso de Oro, una muestra más de la impor-
tancia otorgada en los últimos años a documentales en las principales citas cinematográficas como Berlín, Cannes, Venecia, Sundance o Tribeca. Sin embargo, Gibney no solo ha trabajado temas controvertidos. En ocasiones, se ha dedicado a asuntos más ligeros, por lo menos en apariencia, como la vida de algunos músicos: Frank Sinatra (la miniserie Sinatra: All or Nothing at All, 2015), Fela Kuti (Finding Fela, 2014) o James Brown (Mr. Dynamite: The Rise of James Brown, 2014). Pero siempre reincide, volviendo a aquello que le obsesiona. “Hace poco hice un trabajo sobre cocina (Cooked, con el gurú de la alimentación Michael Pollan, para Netflix), mi esposa me insistió mucho que lo hiciera, me dijo: ‘Necesitas algo de aire fresco, tienes que salir un poco’ –dice riendo–. Lo que pasa es que a menudo me siento atraído por el lado oscuro, sin embargo en todas mis películas también termino encontrando haces de luz y gente dedicada a hacer de este mundo un lugar mejor para vivir”. Puede que Alex Gibney haya visto mucho, tal vez demasiado, y que sepa más cosas turbadoras que la mayoría, pero nadie puede quitarle que lo hace con esperanza y actitud positiva. Como Buñuel.
LARRY BUSACCA / AFP
“Echa un vistazo en internet –dice animándome a hacerle un seguimiento a la campaña de descrédito–, hay cienciólogos que están haciendo una película sobre mí, y ¡por supuesto que soy el villano!”. Gibney conoce la importancia de la audacia, pero también es consciente de los “daños colaterales” que pueden acarrear sus documentales. “Cuando te apuntas a este trabajo, asumes enfrentarte a fuerzas poderosas e instituciones –reflexiona sentado en un sillón apostado en la Berlinale Palast durante el Festival Internacional de Cine de Berlín–, mi cine tiene mucho que ver con esa larga tradición, y no soy el único. A veces la mejor defensa es un buen ataque”. Zero Days (2016), su nuevo trabajo, no ha pasado desapercibido. En esta oportunidad se adentra en los avatares de la guerra cibernética, para hablar en específico sobre Stuxnet, un sofisticado “gusano” informático desarrollado por los servicios secretos de Estados Unidos e Israel con la finalidad de destruir las centrifugadoras de las plantas nucleares de Irán. Y eso es tan solo una parte de la operación secreta llevada a cabo por ambos países, cuyo nombre código era Juegos Olímpicos. Las dimensiones de las guerras cibernéticas son inconmensurables e intangibles. “El hecho de que algo así afecte a todo el mundo fue la parte más escabrosa de este trabajo –comenta Gibney, quien al iniciar este proyecto desconocía todas sus implicaciones–. Más tarde, cuando encontramos gente que estuvo dispuesta a contarnos más detalles, fue cuando nos dimos cuenta de que ese escenario de una guerra cibernética sacada de la ciencia ficción está aquí y transcurre ahora. Y claro que es aterrador, justo de ahí sale mi motivación e impulso para hacer una película como esta”. A pesar del peligro, Gibney no busca producir paranoia. “Cuando haces una película como Going Clear o Zero Days, esperas que no tenga un final como tal, sino que funja de agente provocador. En este momento el gran peligro radica en que todo es secreto, pero si todos hablamos y levantamos nuestras voces, tal vez las cosas cambien”, argumenta.
Alex Gibney nació en Nueva York en 1953. 31
REPORTAJE
Firewatch (2016), del desarrollador independiente Camposanto.
VIDEOJUEGOS ‘INDIE’
Simulador de emociones
En el universo ‘gamer’ poco a poco asume mayor protagonismo una nueva camada de juegos que, sin mayor financiación, crean experiencias pequeñas e íntimas, en las que prima la historia y no, como en tantos casos, la acción. ¿Cómo surgió el fenómeno de los llamados walking simulators o desktop simulators? Santiago Parga Linares*
E
Bogotá
s difícil ponerse en los zapatos de otras personas. ¿Cómo es ser una adolescente que lentamente se enamora de alguien que conoció por internet? ¿Qué siente la familia de un niño de 5 años con cáncer? ¿Qué está pensando un cuarentón que deja botada a su esposa para tomar un trabajo de guardabosques en Wyoming? Hasta hace un par de décadas, la única manera de conocer una experiencia sin vivirla era buscarla en el cine o la literatura. Esa posibilidad todavía existe, pero ahora también está en los videojuegos. Una combinación de narrativas ambiciosas y gameplay diferente, que no está obsesionado con ser divertido, está haciendo de los juegos de video un medio capaz de suscitar emociones de manera tanto o más efectiva que las otras artes. *Literato. 32
Las historias nunca han sido el punto fuerte de los videojuegos. Cuando las tienen, suelen ser tan básicas que a duras penas explican la motivación de los protagonistas: “Hay que salvar a la princesa”, “Hay que vengarse de los malos porque mataron a mi esposa y/o familia”. Lo importante siempre ha sido la diversión. Los videojuegos son, después de todo, un medio de entretenimiento. Pero eso está cambiando. Desde hace un par de años, un cierto tipo de videojuego se ha abierto paso en un mercado terriblemente competitivo. Desarrolladores independientes, en equipos pequeños (o a veces solos), con presupuestos ínfimos, están proponiendo experiencias que los juegos han evitado. Historias personales, tristes o sencillamente diferentes ahora son posibles en un medio históricamente dedicado al entretenimiento puro en
el que solamente las compañías gigantes pueden ser rentables. Juegos como Firewatch, Gone Home, Cibele o That Dragon, Cancer cuentan historias difíciles que pueden suscitar un tipo de emociones que rara vez aparecen en los juegos. Quizá no tengan el mejor gameplay, o no sean los más divertidos o populares, pero tal vez esa es la idea: las experiencias elocuentes o emocionalmente impactantes no necesitan ser necesariamente divertidas para ser valiosas. A algunos les dicen (despectivamente) walking simulators (simuladores de caminar), porque no tienen objetivos más allá de caminar y experimentar la historia interactuando con el espacio sin matar a nadie. A otros les dicen desktop simulators, pues el juego consiste en simular la experiencia de estar sentado frente a un computador. Pero eso no significa que la experiencia no valga la pena.
Cibele, para Mac y pc, cuenta la historia del primer amor de su desarrolladora, Nina Freeman. Cuando tenía 18 años se enamoró de un joven a quien conoció en un juego online. Eventualmente se conocieron en persona y la cosa terminó predeciblemente mal. No suena como la historia más interesante ni emocionante, sobre todo si se la compara con la de la mayoría de juegos que convierten al jugador en héroe, guerrero o vengador. Apenas comienza, lo que uno ve es el escritorio del computador de Nina. Hay una carpeta con muchas selfis (es toda una millennial), otra con malos poemas, otra con un blog, etc. Lentamente y a punta de leer correos electrónicos y chats archivados, el jugador se convierte en Nina. Finalmente descubre el ícono de Valtameri, el videojuego dentro del videojuego. Uno se conecta
y, jugando Valtameri, conoce a Blake, otro jugador. Habla con él y ambos empiezan a coquetearse torpemente. Y eso es todo. Ese es el juego. Es difícil explicarlo y suena como muy poca cosa, pero algo en el acto de usar el computador de Nina hace que uno se identifique con ella. Después de un rato, mi mouse se volvió el mouse de Nina. Nunca me había preguntado qué se siente que un imbécil de 18 años que conocí por internet me parta el corazón, pero durante las dos horas que dura Cibele lo descubrí. No me sentí poderoso ni interesante ni heroico. Solo me sentí vulnerable y confundido y triste, como seguramente se sintió Freeman. Cibele no vendió muchas copias, unos cuantos miles, pero fue suficiente para que Freeman recuperara su inversión inicial y pudiera seguir haciendo juegos basados en sus experiencias personales.
REPORTAJE Cibele no existiría si no hubiera mercado y financiamiento para juegos así. No es posible crear arte, o cualquier manifestación cultural, sin un ambiente económico que lo permita. El mercado de los videojuegos cambió después de la crisis de 2008. Con el colapso de la bolsa, los desarrolladores de tamaño intermedio empezaron a desaparecer. Eran muy costosos para mantener y vendían demasiado poco para ser rentables. Los únicos que sobrevivieron fueron las multinacionales gigantescas como ea, Activision o Ubisoft o Rockstar, que se conocen como desarrolladores aaa; gastan millones de millones en la producción y el mercadeo de unos cuantos juegos que a su vez venden millones y millones de copias. Los más exitosos venden muchos millones: Grand Theft Auto 5, de Rockstar, ha vendido unos 60 millones de copias, The Division, de Ubisoft, recaudó 330 millones de dólares en un día; Game of War, el juego más exitoso del momento en el espacio móvil, gana un millón y medio de dólares al día (¡al día!). El problema de este modelo, que es el mismo que el de Hollywood, es que dificulta la creatividad, la experimentación y el riesgo. Si el presupuesto es de 500 millones de dólares, es mala idea intentar un concepto audaz y diferente, pues un solo fracaso podría ser desastroso para una compañía. Así, los aaa se dedican a hacer secuelas y a seguir un modelo que saben que funciona. Pero la crisis también les abrió la puerta a equipos independientes que pueden darse el lujo de probar cosas que pueden no funcionar; si se tiene muy poco, se tiene muy poco que perder. Los pequeños desarrolladores, los indies, son lo suficientemente pequeños para sobrevivir vendiendo pocas copias de un juego. Y como no tienen que responderles a inversionistas, especialistas en mercadeo o distribuidores como almacenes de cadena (la mayoría de indies se venden directamente por internet), pueden hacer literalmente lo que les venga en gana. Sumado a eso, redes sociales como Twitter les permiten a los desarrolladores comunicarse directamente con los jugadores. Esta conexión sin intermediarios es esencial para este nuevo espacio de creatividad en los videojuegos. Sin barreras
entre uno y otro, los desarrolladores pueden recurrir directamente al consumidor para compartir sus creaciones, recibir comentarios y, sobre todo, pedir plata.
El
nuEvo mEcEnazgo
Kickstarter es una plataforma en la que un creador (de cualquier cosa, no solo juegos) puede presentar una idea y recibir financiación directamente de los consumidores para llevarla a cabo. Cualquier persona puede
a Kickstarter y pidieron plata para hacer un videojuego sobre su experiencia con el cáncer: 3.687 personas aportaron 104.491 dólares para la producción. Para la fecha, han vendido 21.000 copias. Todavía no las suficientes para financiar el siguiente juego. ¿Qué tan divertido es un juego sobre tener un hijo con cáncer? Probablemente tan divertido como suena. Los Green (Ryan es programador; Amy, escritora) convierten ciertos
En Kickstarter hay casi 200 proyectos de videojuegos. Shenmue 3, uno de ellos, reunió más de seis millones de dólares. aportar dinero para financiar una idea que le parece que vale la pena. Usualmente dan sumas pequeñas de dinero a cambio de recibir el producto una vez esté terminado. Este modelo se conoce como crowdfunding, o, en español, micromecenazgo o financiación en masa. El portal permite la realización de proyectos tan específicos y para mercados tan pequeños que de otra manera no se habrían financiado. En este momento hay casi 200 proyectos que proponen videojuegos; el último en ser extremadamente exitoso, Shenmue 3, del diseñador independiente Yu Suzuki, reunió más de seis millones de dólares. Todos estos factores, la desaparición de los desarrolladores medianos, la comunicación directa a través de redes sociales, la distribución digital y la financiación en masa contribuyeron a la atomización del mercado. En lugar de muchas compañías grandes, medianas y pequeñas, lo que hay ahora es una combinación de un par de gigantes rodeados de centenares de pequeños y diminutos creadores que pueden pedir plata para hacer el juego que quieren hacer para las pocas personas que quieren jugarlo. En este espacio económico y creativo nació That Dragon, Cancer, para Mac y pc. En 2010, cuando tenía más o menos un año, le descubrieron un tumor maligno en el cerebro a Joel Green, hijo de Ryan Green, desarrollador independiente, y de su esposa, Amy. A pesar de que los doctores le daban unos pocos meses de vida, Joel sobrevivió. En 2014, después de la quimioterapia y un sinnúmero de cirugías, hospitalizaciones y procedimientos, Joel murió. Los Green miraron
momentos del tratamiento de Joel en viñetas interactivas en las que el jugador hace el papel de Joel, sus padres, sus médicos y otros espectadores de la tragedia. Son dos horas desgarradoras en las que pequeños instantes de felicidad (la vez que hicieron bombas con guantes de cirugía o carreras en silla de ruedas por los corredores del hospital) son interrumpidas
por momentos devastadores. El jugador puede experimentar el desasosiego del médico que tiene que decirles que ya no hay nada que hacer o el pánico y la desesperación de tener un bebé enfermo que sencillamente no para de llorar. La interactividad hace que la sensación de impotencia sea más fuerte y la identificación con los personajes más completa. No es una sensación agradable, pero es la experiencia que los desarrolladores querían compartir, y para ellos y para el jugador la catarsis es real. El modelo funciona, y hay un mercado real para estas experiencias cortas y únicas, y las grandes empresas están empezando a financiar pequeños desarrolladores. Este año Sony lanzó, para pc y el PlayStation 4, Firewatch, de Camposanto, un desarrollador independiente fundado por un puñado de programadores que, luego de años trabajando en juegos aaa, decidieron fundar su propio estudio. Firewatch es un walking simulator, una historia de ficción en la que uno es Henry,
un cuarentón inmaduro que en 1988 toma un trabajo de guardabosques en Wyoming para huir de su esposa, que tiene alzhéimer. Ha sido uno de los walking simulators más exitosos: 500.000 copias vendidas hasta ahora. El gameplay consiste en caminar por el bosque mirando cosas y hablando por radio con Delilah, otra guardabosques. No hay que matar a nadie, no hay puntos y es imposible ganar o perder. Hay un misterio, pero el punto no es necesariamente resolverlo. Luego de unas tres o cuatro horas de dar vueltas por el bosque (creado por el artista y diseñador Olly Moss) y hablar por radio, Firewatch se acaba y lo único que queda es la experiencia de haberlo jugado. No aprende uno nada y cosas realmente emocionantes hay pocas. Pero la experiencia de ser Henry es única, irrepetible e imposible por fuera de un medio interactivo que ahora, por fin, puede ser exactamente lo que sus creadores quieren que sea, por extraño, doloroso o íntimo que pueda ser.
Arriba: Cibele (2015), desarrollado por Star Maid Games. Abajo: That Dragon, Cancer (2016), de Numinous Games. 33
Pinturas vivientes Durante los próximos meses estará abierta al público la exposición Van Gogh Alive, una muestra interactiva dedicada a revisar, mediante imágenes digitales y alta tecnología, la obra del célebre artista neerlandés Vincent Van Gogh. La muestra viaja por Medellín, Bogotá y Cali, desde el pasado 13 de mayo y hasta finales de año. Un análisis de la importancia de un hombre que cambió la historia del arte. Halim Badawi Bogotá
C
on frecuencia hemos constatado la existencia de dos tipos de artistas: los que persiguen afanosamente el hallazgo del “estilo” y los que prefieren seguir buscando. Dentro de los primeros tenemos aquellos que encuentran una fórmula, ojalá exitosa comercialmente, que les permita actuar con comodidad, construir su propia imagen-marca, responder al gusto predominante y a las exigencias del mercado. Dentro de los segundos tenemos a los artistas que persiguen nuevas formas de crear y comunicar, y así parezca que se repiten o se equivocan, entienden el error como parte de la vida: saben que sin error no hay transformación, ampliación de las sensibilidades o construcción de conocimiento nuevo. El neerlandés Vincent Van Gogh (1853-1890) hace parte del segundo grupo de artistas. Aunque vivió poco, apenas 37 años, lo hizo intensamente: en las pinturas de sus últimos ocho años (18821890), Van Gogh anuncia muchas de las preocupaciones que acompañarán a los pintores modernos: los de su época y los de nuestra época. En su conjunto, su trayectoria plástica prefigura o resume las tensiones entre la figuración realista y la abstracción más radical, entre el compromiso social y la libertad del arte, entre la pintura oscura del norte de Europa y la pintura luminosa del sur de Francia, entre los intereses psicológicos del expresionismo alemán y el cromatismo exacerbado (e incluso decorativo) de las escuelas parisinas, entre la mancha francesa y la línea japonesa. Efectivamente, la trayectoria de Van Gogh parece condensar los extremos: los de su propia pintura y los que tensionaron el arte moderno durante el último siglo, y en el ca-
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mino entre un extremo y otro, Van Gogh construye un lenguaje que nos anuncia, con sus brochazos desprevenidos cargados de libertad, el nacimiento de una nueva época. La vida de Van Gogh, transcurrida en el silencio, el anonimato y en la intimidad de su mundo privado, un mundo solo revelado al gran público después de su muerte, funcionó como caldo de cultivo para las inquietudes propias del arte moderno. Estas inquietudes resultan claramente visibles en la colección del Museo Van Gogh, en Ámsterdam, el mayor repositorio de pinturas y esculturas de su autoría, una colección que sirve de insumo para la exposición Van Gogh Alive, actualmente en Colombia. Precisamente, a diferencia de otras colecciones institucionales como la del Museo de Orsay (París) o la del Metropolitan (Nueva York), que nos permiten la visión individual de algunas de sus obras maestras, la colección del Museo Van Gogh nos permite una intensa visión de conjunto, una experiencia que difícilmente podremos obtener en otro lugar, una visión capaz de mostrarnos las pequeñas transformaciones en la obra del artista, cómo una cosa fue llevando a la otra, cómo estas modificaciones devinieron en la construcción de un lenguaje radicalmente diferente, auténtico y nuevo. En las primeras pinturas del neerlandés es perceptible un acercamiento al naturalismo y al realismo social (como por ejemplo, en su obra Los comedores de patatas, de 1885) mediante la construcción de atmósferas oscuras y monocromáticas, heredadas de la pintura tradicional de Europa del norte, una región brumosa, invernal y protestante. En estas primeras obras, Van Gogh representa y ca-
ricaturiza ligeramente ciertos personajes populares, remitiendo al artista francés Honoré Daumier. Por su parte, algunos de los paisajes tempranos de Van Gogh, elaborados alrededor de la misma época, también en tono naturalista y enigmático,
Conversaciones Arcadia-Tyrona Dentro de la programación de la exhibición, se realizarán en Medellín las siguientes charlas con expertos para acercar al público a la obra de Van Gogh desde diferentes abordajes, de la mano de reconocidos críticos y estudiosos. Primera sesión Miércoles 25 de mayo, 7:00 p.m. Impresiones sobre la razón del impresionismo y la visión de los posimpresionistas: Contexto histórico del gran quiebre de la representación en la pintura moderna. Invitado: Oscar Roldán-Alzate, crítico de arte y cultura. Politólogo y curador. Jefe Extensión Cultural Universidad de Antioquia. Segunda sesión Miércoles 8 de junio, 7:00 p.m. Vida y obras de un pintor necesario: Un recuento biográfico de la vida del pintor holandés, recorrido por las obras trascendentes de su producción, legado a la humanidad. Invitado: Carlos Arturo Fernández Uribe. Doctor en filosofía, historiador y crítico de arte. Docente Universidad de Antioquia. Tercera sesión Miércoles 22 de junio, 7:00 p.m. Yo, Vincent: Colores y palabras del relato de Van Gogh sobre sí mismo. Invitada: Sol Astrid Giraldo, historiadora, critica y curadora de arte, asesora Centro de Artes Universidad Eafit.
FOTOS: NATHALIA BAENA GIRALDO
hoy podrían parecernos, si los ponemos en relación con sus obras posteriores, un tanto calculados y oscuros, como las frías atmósferas del Mar del Norte. La pintura temprana de Van Gogh siempre habrá que ponerla en relación con la larga tradición de la pintura holandesa de paisaje, vigente desde el siglo xvi. Posteriormente, el neerlandés irá desprendiéndose de aquellos valores ranciamente heredados y de las tradiciones más arraigadas de la pintura de paisaje de su tierra. Gracias a su contacto repentino con la pintura moderna francesa y a su deslumbramiento ante la luminosidad del sur de Europa, Van Gogh construyó su colorido característico, más exacerbado, así como sus pinceladas pletóricas en libertad, con su desprecio frente a cualquier amaneramiento, racionalidad o nostalgia nórdica, y con su rechazo a cualquier fórmula estética preconcebida. Se abrió como una esponja dispuesta a absorber las transformaciones que la naturaleza, el sol y su época le ofrecían. Sin embargo, del viejo y oscuro Van Gogh neerlandés persistieron, en su nueva pintura, algunos elementos que terminarán por potenciar su obra, por concederle hondura psicológica: la preocupación por la vida íntima, la exploración de la capacidad que tiene el paisaje de expresar estados de la mente, el desarrollo intenso de su propia subjetividad y un acercamiento personalísimo a la realidad, cosas que parecen constantes en toda su producción, desde sus primeras pinturas oscuras hasta sus últimas obras luminosas. En ciertos paisajes elaborados en torno a 1889, un año antes de su muerte, cargados de manchas y colores, Van Gogh parece intuir la abstracción: si tomamos ciertas áreas de las superficies de sus cuadros y las sustraemos del resto de la composición, resulta perceptible su alejamiento radical frente a la realidad, un distanciamiento frente a la intención de representar las cosas. A veces, en algunos de sus paisajes tardíos, solo una pequeña rama extraviada en alguna parte de la composición nos recuerda que la escena alude a un paisaje. Comúnmente, en
su última época, el holandés nos muestra el lienzo como un escenario de manchas y colores que, cada vez menos, tienen deuda alguna con la naturaleza que se presenta ante nuestros ojos, con los hechos o las circunstancias. Tal vez, con Van Gogh, por primera vez en la historia del arte, la realidad empieza a diluirse, a mostrarnos de qué está hecha, a revelarnos la ilusión que se esconde detrás de las imágenes, un proceso que habían inaugurado los impresionistas algunos años antes (sin olvidarnos de El Greco, Goya y Turner), y que posteriormente encontrará un punto culminante con las pinturas abstractas de la sueca Hilma af Klint o del ruso Wassily Kandinsky, así como en algunos Nenúfares (1920-1926) de Claude Monet o ya, más radicalmente, en el expresionismo abstracto de las décadas de 1940 y 1950. Aunque resulta imposible predecirlo, uno desearía que la vida le hubiera concedido a Van Gogh una década más: tal vez habría alcanzado a llevarnos por los senderos de la disolución radical de la realidad en un hecho pictórico. * Por sus valores plásticos e históricos, Vincent Van Gogh ha sido una de las figuras determinantes del arte moderno, pero también ha sido una de las figuras más mitificadas y fetichizadas por el mercado del arte y por Hollywood, una situación que ha restringido la circulación y visibilización internacional de sus imágenes. Sin embargo, a pesar de su amplio reconocimiento internacional, la presencia espiritual y material de Van Gogh en Colombia ha sido más bien escasa: salvo una exposición traída por el Museo de Arte de São Paulo, realizada en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá en 1994, que incluyó una pequeña pintura de su autoría, no existe memoria de otra exposición realizada en el país en la que hayan sido incluidas obras debidas a su pincel. Tampoco tenemos recuerdo de que sus obras hayan sido puestas en diálogo, al menos, mediante los artilugios tecnológicos de nuestro tiempo, con la cultura y la gente del país. Por su parte, en el pequeño repertorio de pinturas impresionistas y posimpresionistas del Museo Botero de Bogotá, salvo un ToulouseLautrec de mérito, tampoco encontramos obras de Van Gogh o de sus compañeros posimpresio-
Van Gogh construye un lenguaje que nos anuncia, con sus brochazos desprevenidos cargados de libertad, el nacimiento de una nueva época.
nistas: Seurat, Cézanne o Gauguin. Aunque es probable que las obras del holandés hayan sido conocidas por el pintor colombiano Andrés de Santa María (1860-1945) durante alguno de sus viajes a Europa (incluso Santa María debió inspirarse en Van Gogh para pintar su Niño vestido de verde, actualmente en el Banco de la República), lo cierto es que su figura ha sido más bien marginal dentro del discurso de la museología y de la historia del arte colombiano. Sea esta una bella oportunidad para escarbar en la obra del pintor neerlandés, una obra que podría revelarnos ciertas claves necesarias para enfrentar estos tiempos de figuración y fama. •
La exposición Van Gogh Alive, en Plaza Mayor, Medellín.
Van Gogh Alive/Medellín Del 13 de mayo al 28 de junio llega a la Caja de madera de Plaza Mayor Van Gogh Alive, la exhibición multisensorial de los trabajos y experiencias de vida de este prolífico artista durante el período 1880-1890. Esta exhibición ha tenido un gran éxito taquillero en más de 23 ciudades del mundo como Florencia, Pekín, Shangái, Tel Aviv, Santiago de Chile, Milán, San Petersburgo, entre otras. Más de 1.000 dibujos y 900 pinturas de Vincent Van Gogh se podrán ver desplegadas en la exhibición. Esta experiencia se vive gracias a la tecnología Sensory4 que permite mezclar los avances tecnológicos multimedia con la forma de contar una
historia típica de la cinematografía, para generar vivencias y enseñar a las nuevas generaciones de una forma dinámica y emocionante. Los visitantes vivirán una experiencia de museo que combina imágenes en movimiento con sonido envolvente de calidad cinematográfica y en entornos multipantalla que se podrán ver incluso en el piso y techo del recinto. Las obras más famosas del artista como La noche estrellada, Los girasoles, La habitación, se podrán experimentar de una forma única. Más información en: www.vangoghcolombia.com Compra de boletería en TuBoleta.
CRÍTICA LIBROS VIVIR A MERCED DEL PÚBLICO
LA GUERRA MALDITA
Mauricio Sáenz
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ecir hoy Unión Soviética suena nostálgico y, en todo caso, lejano. Pero hasta comienzos de la década de los noventa, ese sonoro nombre representaba a la mitad comunista del monstruo bicéfalo que aterrorizó al mundo durante casi medio siglo: la guerra fría. Ese imperio bolchevique disputaba palmo a palmo el planeta con su archienemigo capitalista, Estados Unidos. La disputa era a muerte: solo uno podría sobrevivir para imponer al mundo sus valores. O al menos eso creían. Esa guerra fría se libró en todos los frentes: político, cultural, económico, y hasta militar. Pero tuvo dos ejes fundamentales: uno, el terror planetario, expresado en la amenaza de un apocalipsis nuclear; y dos, las guerras locales, libradas en cuerpo ajeno en terceros países que merecían mejor suerte. Terceros países cuyo pecado había sido coquetear con el sistema contrario al de su área de influencia. Afganistán resultó ser uno de esos casos, y los efectos aún se sienten allá. Desde 1978 un golpe instaló en el poder un régimen comunista que rompió el equilibrio geopolítico de esa región. El gobierno norteamericano, sediento de venganza por su derrota en Vietnam pocos años antes, se dedicó a apoyar a los muyahedines, los combatientes islámicos levantados contra las reformas progresistas del nuevo gobierno. En medio de esa lógica, la Unión Soviética de Leonid Brezhnev decidió enviar tropas a Afganistán para apoyar a su títere. Pero estaba firmando su sentencia de muerte. Ese es el contexto en el que se desarrolla Los muchachos de zinc, otra de las obras disponibles en español de la bielorrusa Svetlana Alexiévich, que estuvo en la feria del libro de Bogotá. Fiel a su estilo, la premio nobel de literatura 2016 entrega las páginas al testimonio directo de los protagonistas. De ese modo configura un conjunto de pequeñas historias de los soldados que sobrevivieron, de las madres de los muertos, de las empleadas civiles, de los oficiales, y de todos ellos emerge un mosaico de tragedias con un común denominador aún más siniestro. En efecto, ya no se trata de la Gran Guerra Patria, materia de otro de sus libros, La guerra no tiene rostro de mujer,
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Camilo Hoyos
Los muchachos de zinc Svetlana Alexiévich Debate $49.000 329 páginas
su obra de 1985. En esta, los sobrevivientes recuerdan la participación femenina en esa lucha contra la invasión nazi. Entonces las mujeres rogaban por que las dejaran combatir. Defendían su modo de vida, su tierra, sus familias, conscientes de que solo el esfuerzo colectivo las salvaría. De ahí que las historias, aunque desgarradoras, tenían un subfondo moral que les daba al menos algún valor trascendente. Eso no existe en Los muchachos de zinc. En Afganistán no había motivación válida. Todo se limitaba a sostener una conquista territorial que, por lo demás, no respetaba en manera alguna la idiosincrasia musulmana del pueblo afgano, para el que universidades femeninas y minifaldas eran una afrenta solo comparable al ateísmo del gobernante. Ese Kremlin ya decrépito no calculó nada de eso, y en cambio envió con mentiras (supuestamente a construir puentes y escuelas) a miles de jóvenes mal equipados y entrenados, a que los masacraran esos muyahedines armados y apoyados por Estados Unidos. Ya no había idealismo: no solo no defendían de verdad a su patria: eran un ejército de ocupación, pleno de violencia brutal. Regresaban en ataúdes de zinc sellados, y oficialmente no eran caídos en combate, sino “fallecidos”. Y lo peor: poco después de la retirada se disolvió la Unión Soviética, y todo su pasado quedó en entredicho. A los veteranos de la ocupación de Afganistán no les quedó ni el agradecimiento de los suyos, sino todo lo contrario: habían participado en un genocidio. Y todos ellos, en sus pequeñas tragedias, habían visto, sin saberlo, el comienzo de una nueva etapa de sangre en el mundo. Ya no existe la guerra fría. Pero de esa invasión malhadada nació una nueva amenaza: la de los extremistas islámicos.
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ntre las bien escogidas invitadas que estuvieron en la pasada FILBo tuve la oportunidad de conversar con Marta Sanz, autora de la novela ganadora del Premio Herralde de Novela 2015, Farándula. Se trata de una novela en la que se intima con tres generaciones de actrices españolas, en el contexto de los más de cinco millones de desempleados que sufrió la crisis española. Ana Urrutia, una pasada gloria del cine que ahora vive en el olvido y en la decrepitud de su casa; Valeria Falcón, una conocida actriz de 40 años para quien la cultura aún representa un modelo de vida digno, con los problemas que esto pueda acarrear; y por último, Natalia de Miguel, una actriz que inspira frescura, eso tan exigido hoy en día, y que se amoldará a lo que haga falta con tal de ser una actriz famosa (como dijo Sanz en la charla, “es de las que no leen por si acaso). Tres actrices que en la novela ponen en escena tres maneras distintas de entender el cine, la televisión y el teatro. Uno de los trasfondos de la novela es el mundo íntimo de las estrellas de cine y una compañía de teatro de actores desempleados. Este contraste entre el cine y la televisión con el teatro pone, tal como Sanz lo dijo en la conversación que sostuvimos, en evidencia la falta de contacto con las demás personas que esta época cibernética nos ha impuesto. Prevalece la imagen mediática por encima de lo corpóreo; es decir que en detrimento de nuestra sociabilidad ponemos en evidencia nuestro mundo íntimo en redes sociales. Por esto, el teatro rescata la presencia física en el momento de una escena, libre de la pantalla de televisión o de cine. “El teatro no es solo una profesión”, dice en algún momento un personaje, “es un sentimiento”. “Hoy es más político que nunca solo por el hecho de seguir siendo teatro”, se dice después. El teatro por lo menos es “el esfuerzo por hacer la trampa y por ser libre cuando uno sabe que no es libre en absoluto”. También hablamos de otro elemento que resulta fundamental en la novela: el paso del tiempo, ahora que vivimos en la inmediatez absoluta. Durante la conversación, Sanz confesó su condición de cinéfila y recordó ese viejo jue-
go que es buscar la ganadora del Óscar a mejor actriz del año de su nacimiento. Es decir que no solamente los actores y actrices con los que vivimos crecen con nosotros, sino que envejecen frente a la cámara, hasta terminar en el olvido o entremezclados con viejas leyendas de actuación que engañan a la muerte al no saber uno, pasados los años, si esos actores están vivos o muertos. La novela comienza con el momento en que Valeria Falcón visita, como lo hace cada semana, a Ana Urrutia. Cuando finalmente logra entrar en el apartamento gracias a la copia de la llave del portero, se encuentra a la vieja estrella del cine desmayada en el baño. El portero, aprovechando que cualquier persona con un teléfono celular puede ser un paparazzi, aprovechó para fotografiar el envejecido, mugroso y deteriorado apartamento de la antigua estrella de cine. La prensa rosa paga por la publicación. Este deterioro moral lo siente Valeria mientras acompaña a Daniel Valls a los premios Goya, donde se mezcla el glamour con la responsabilidad y compromiso del cine. Por último, también pone en escena ese otro lado oscuro de la figura pública: el ser la diana donde todos los insatisfechos de una sociedad apuntarán sus frustraciones, sobre todo cuando les dé un motivo para hacerlo. Valls recibe todo tipo de amenazas luego de adherirse a una acción política, que en la novela aparecen tomados, tal como dijo Marta Sanz, del muro de Facebook del actor español Javier Bardem luego de que apoyara los sindicatos españoles hace unos años. Le desearon incluso cáncer de hígado. En pocas palabras, eso hace la novela: una radiografía de la manera como la opinión pública y el venerable son los dueños de aquellos que, en algún momento, reciben la atención de la farándula.
Farándula Marta Sanz Anagrama $34.900 240 páginas
CRÍTICA CINE Y TV GIRLS: LA REALIDAD VACIADA
HACER VER LO INVISIBLE
Jorge Carrión
Pedro Adrián Zuluaga
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s casi un milagro que el último largometraje de la directora japonesa Naomi Kawase se estrene en Colombia. Su obra anterior, que se mueve con gracia y libertad entre el documental y la ficción, suele tener esa cualidad evanescente del arte tradicional japonés que ha fascinado desde hace mucho tiempo a Occidente. Frente al impulso indefinible de su cine, Una pastelería en Tokio puede parecer un retroceso: la voluntad de ser comprensible a riesgo de sacrificar matices y ambigüedad. Aquí está el deseo de restauración de sentimientos y costumbres del pasado, la visión panteísta de la naturaleza tan aprovechable por la ola new age, la invocación de paraísos perdidos y el reclamo de una supuesta unidad que habría tenido lugar allá lejos y hace tiempo. Los personajes principales de la película pertenecen a tres generaciones que se reconocen en un territorio común de pérdidas y melancolías. Hacen parte, por razones distintas que se irán revelando a su tiempo, de esa legión de excluidos que viven el presente como un golpe bajo, siempre dispuestos a aferrarse a cualquier tabla de salvación que aparezca en medio del naufragio. Una anciana que camina por Tokio embelesada con los cerezos y en una frágil comunión con todo cuanto existe; un hombre de mediana edad que regenta una tienda donde venden dorayakis (una especie de panqueque), y una adolescente distraída que no parece conectar muy bien con el mundo en el que vive. La tienda es el lugar de encuentro y reunión de esta familia elegida por afinidad y no por azar. La película busca del espectador una adhesión sentimental inmediata reforzada por las bellas imágenes, la música fácil y envolvente y unos diálogos que no distan mucho del repertorio de lugares comunes propagados por el neoecologismo. Todas las cosas hablan, hay que escuchar lo que tienen para decir los fríjoles con los cuales se hace el anko, la pasta dulce que acompaña a los dorayakis, la paciencia y la espera logran lo que la dicha no alcanza, nunca es tarde para cumplir tus sueños y obviedades por el estilo. Si se observa con detenimiento, crece, no obstante, la sospecha de que algo
“
Una pastelería en Tokio
Naomi Kawase 2016
importante se nos escapa. Quizá sea porque el rechazo al progreso y la obstinada defensa de las tradiciones tienen en Japón un sentido especial de resistencia histórica, pues este país fue un laboratorio donde se experimentó el peor rostro del desarrollo industrial y económico. Tal vez la observación de la fugacidad de los fenómenos, del paso de las estaciones y del lugar de los seres humanos en medio de “lo natural” se asiente en tradiciones filosóficas, estéticas y religiosas más firmes que la moda del día. Vista con ese prisma, Una pastelería en Tokio, más que a las películas dulzonas de autoayuda con una amplio mercado en una sociedad necesitada de respuestas espirituales, pertenecería a esa familia de obras artísticas que se empeñan en mostrar lo trascendente a través de lo inmanente. “El estilo trascendental” del que habló Paul Schrader, englobaría esas búsquedas. Y como él mismo lo afirmó, las respuestas solo pueden ser provisorias e individuales. Deben ser buscadas dentro de las películas y no fuera de ellas. Kawase es, en esta película, una delicada observadora de la superficie de los lugares y personajes que filma. Construye planos hermosos que siempre quieren evocar algo más que lo aparente, pero que terminan por ser explícitos en su urgencia retórica. Cuando intenta ir más adentro de sus personajes y aproximarse a sus traumas o móviles psicológicos nos queda debiendo fuerza, carácter y profundidad. La narración sufre de giros torpes y atropellados con los que, a la hora de desenvolver los hilos de la historia, la directora prefiere decir a mostrar, traicionando lo que mejor sabe hacer. Una pastelería en Tokio es una puerta ancha por la que es posible entrar al fino arte de una cineasta excepcional, que en sus mejores películas extrae de su propia historia de pérdidas y ausencias la materia de una mirada compasiva y atenta.
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ara no pocos en la cultura contemporánea”, escribió Hal Foster en El retorno de lo real, “la verdad reside en el sujeto traumático o abyecto, en el cuerpo enfermo o dañado”. Después de The Wire o The Shield, Girls insiste en esa tradición serial que regresa a la realidad, pero no desde la estética del falso documental, sino desde la comedia desacomplejada, ese nuevo territorio tragicómico, autoficcional, híbrido, del que Louis C.K. tal vez sea el máximo exponente y que el crítico cultural Jordi Costa bautizó posthumor. Y lo hace no a través de cuerpos heridos –aunque el cuerpo sea central en la poética de Lena Dunham, quien lo muestra sin maquillaje ni cirugía estética, con michelines y con estrías–, sino de almas heridas. Lo que comenzó siendo una vuelta de tuerca manierista a Sex and the City (no en vano también del sello hbo) se ha acabado convirtiendo en un callejón sin salida existencial, un relato que además de absurdo supura verdad, una comedia que pone los cuerpos en primer plano para disimular su carácter quirúrgico: disección de los espíritus. La quinta temporada termina con tres escenas extraídas del arte contemporáneo. La primera consiste en una obra de teatro que tiene lugar en varias habitaciones de un mismo edificio y que permite situar a los personajes protagonistas en posiciones incómodas, cercanas o distantes, de modo que se cree una telaraña de miradas y de reacciones: lo que menos importa es la obra, como siempre, lo único que realmente les afecta son sus emociones y sus relaciones personales. La cultura en Girls está presente en forma de broma, de intertexto o de contexto, pero no provoca inquietudes ni epifanías. Por eso no sorprende que en la segunda escena, esa confesión en forma de monólogo ante un público, ese ejercicio de teatro autobiográfico, Hannah no haga más que decir en voz alta algo que no se ha atrevido a decirle a Jessa y a Adam. Ambos protagonizan los planos más impactantes de la temporada, esa tercera escena, que parece una instalación de galería indie: tras una pelea salvaje y tras hacer a continuación el
amor, están desnudos, rodeados de todo lo que han roto, los platos, los jarrones, los libros desperdigados por el suelo, dos cuerpos palpitantes entre kilos y más kilos de ruinas. Hannah actúa como hilo conductor de estos diez capítulos, pero los de mayor peso específico los protagonizan Marnie y sobre todo Shoshanna, quien con su estancia en Japón brinda una de las pocas tramas de una serie que se desarrolla por completo, y en contrapunto, en el extranjero, conectando la problemática de los jóvenes norteamericanos de la Costa Este con los de otros puntos del globo, universalizando su desubicación, su extravío. Siempre recuerdo la interpretación del modernismo que hace Octavio Paz en su ensayo sobre Rubén Darío: la respuesta a la nueva soledad del hombre contemporáneo, al vértigo del cambio del siglo xix al xx, es el horror vacui, la sobrecarga de cisnes y estatuas y jardines y exotismo para no enfrentarse con la soledad última, con el vacío existencial. Sobre lo mismo habla Girls en nuestro propio cambio de siglo, sobre la necesidad de rellenar de teatro, de viajes, de novios, de yoga, de antidepresivos o de trabajos temporales soledades que son pozos sin fondo, imposibles de colmar. Rodeados de platos rotos, de ruinas domésticas, esos dos amantes, como todos los que se han ido uniendo y desuniendo en la serie, están cósmicamente solos. Pese a la ironía sobre los hipsters y los chistes sobre la escena cultural de Brooklyn, esa instalación final nos traslada a lo que hay más allá del humor: un núcleo duro, al que llevamos siglos dándole vueltas.
Girls Lena Dunham 2012-2016
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L A Ú LT I M A
la cifra*
FOSTER, CÁMARA EN MANO
El 26 de mayo se estrena El maestro del dinero, la cuarta película que dirige la actriz estadounidense. Por primera vez contará con un reparto importante, incluidos George Clooney y Julia Roberts.
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Foster se graduó con honores de Literatura en la Universidad de Yale en 1978. Tiempo después volvió para dar un discurso famoso en el que abogó por la lucha contra el racismo, el sexismo y la homofobia.
17744 Jodiefoster es el nombre del asteroide bautizado en su honor en 1998.
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décadas han pasado desde que Foster debutó a los 12 años interpretando a una prostituta en el clásico de Martin Scorsese Taxi Driver (1976).
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nominaciones ha recibido la actriz en premios como los Óscar, los Bafta, el Sindicato de Actores y los Globos de Oro, entre otros.
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Durante la ceremonia de los Globos de Oro en 2013, la actriz hizo pública su relación con la productora de cine Cydney Bernard, a quien dedicó el premio que ganó esa noche.
STEVE SANDS / GETTYIMAGES
1981
fue el año en que John Hinckley Jr. intentó llamar la atención de la actriz atentando contra la vida del entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.
Sala de estar Series, aplicaciones y cosas A pesAr de las confusas diatribas financieras, de los esporádicos momentos de sadomasoquismo curtido, de las parejas, mansiones y yates, Billions, la nueva serie de Showtime, solo tiene un hilo conductor: la rivalidad masculina. Uno que, además, nace del desprecio y crece, tras cada episodio, con la inevitable presencia de una mujer. Creada por Brian Koppelman, David Levien (los escritores de Ocean’s Thirteen) y Andres Ross Sorkin (Too Big to Fail), el programa examina la pugna de poder entre Paul “Axe” Axelrod (Damian Lewis), sobreviviente de los ataques del 11 de septiembre y director de un fondo de alto riesgo, y Chuck Rhodes (Paul Giamatti), fiscal general de Nueva York e inquisidor de la cultura de Wall Street. Con una temporada de 12 episodios al aire, y una segunda en producción, la serie es al tiempo un drama familiar y una ventana a ese mundo neoyorquino donde germinó la debacle financiera de 2008. Aunque por momentos resulta densa, Billions es un show bien ejecutado y, sobre todo, bien actuado.
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DIEZ PUNTOS PARA REPASAR LA FILBO (Y UNA ADVERTENCIA)
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oy a lanzar una hipótesis fuerte: la Feria del Libro de Bogotá tiene el mejor cartel cultural de América Latina. Lo demostró hace algunos días y sus efectos siguen emanando esencias en nosotros: muchos autores de primera fila, multitud de lanzamientos, polémicas suculentas y
años
tenía la actriz cuando dirigió su primera película, Little Man Tate (1991), sobre la difícil infancia de un niño genio.
Por Nicolás Morales
firmas de libros impensables hace diez años. La programación de la Feria del Libro de Buenos Aires empieza a palidecer y, como sabemos, la de Guadalajara está en decadencia. Pues sí, manitos: ¡cambió el ranking de ferias! Van mis diez puntos fuertes de este encuentro anual de las letras y una cordial advertencia. 1. Lo de Svetlana fue tan maravilloso que el trance duró muchos días. Su narración del dolor fue indescriptible, aunque fue una lástima que su eco no hubiera tenido igual resonancia en los medios, como sí la tuvieron otras ruidosas polémicas. Laura Restrepo demostró hidalguía y mucha inteligencia en esa misma entrevista. Cuando la discreción se vuelve elegancia y cuando se hila con inteligencia, todo sale bien. 2. La obsesión del agente de Fernando Vallejo de hacerlo viajar queda ya extinguida con su peor presentación en años. Pierde su editorial, obsesionada con que se desplace, se exponga y diga cosas tontas. Pero sus libros serán siempre bellos hasta la médula. Rectifico: Vallejo no pierde. Es decir, Vallejo nunca pierde. 3. César Aira exhibió una modestia hermosa, pero algo excesiva que hizo que saliéramos pensando que el autor se cree el mejor del mundo. Aunque, una vez leído su último libro, uno sabe que lo es. 4. Lo de la Ferrante, pese a que Marianne Ponsford –como siempre– sudó la camiseta, no intrigó de a mucho. Que alguien les diga a los editores que no está bien seguir viajando a costa del autor o autora o lo que sea que haga sus libros. 5. No se cumplieron los vaticinios de que los foros sobre la paz serían accesorios. Lo de David Rieff y sus narrativas para la paz fue genial; inventó los mapas de una nueva nación sin clichés. La paz es cultura y también inversamente y en sentido contrario. 6. Fue bonito entrevistar a Édouard Louis en una carpa minúscula, como piyamada de boy scouts ruidosos. No sé si salió bien, pues es incorrecto que yo lo diga. Confieso que quise llorar de pura emoción al oír a este joven de las nuevas letras francesas tan joven, tan ingenuo y tan conmovedor. 7. Salieron mal las galas de poseía por el ruido ambiente, tanto que los poetas no se oían y gritaban rompiendo cadencias y sonoridades. Era como leer poesía en Rock al Parque. Muy performativo. 8. La firma de libros de Germán Garmendia colapsó andenes y redes, para luego ocupar titulares de la gran prensa.
Una hecatombe logística, de una dimensión tan prosaica (no se imaginan), empujó al país a debatir sobre lo que nuestros jóvenes leen. Eso fue lo bueno, hay que decirlo. Aunque entiendo tu punto, amigo Constaín, yo no diría que a cualquier precio “libro es libro”, pues el asunto sí merece matices. Digamos más bien: los best sellers para adolescentes son también best sellers. Y feria sin libros populares no es feria. Por cierto, el caso Garmendia merece una particular atención y estudio. Yo me cuidaría, querido Daniel Samper, pues no todos los youtubers son vacíos; no hay que ridiculizar un nuevo lenguaje per se; si no queremos entender lo que mueve a los nativos digitales, estamos haciendo que la brecha generacional sea insalvable; y tú, con tu video flojito, estás cerrando la
CARLOS JULIO MARTÍNEZ
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Sopor i piropos
Laura Restrepo y Svetlana Alexiévich.
puerta al diálogo para quedarte sin público en cinco años, o solo con tus Juan Ramones de sesenta. 9. Lo de la tanqueta de la Policía convertida en biblioteca me dejó perturbado por varios días. Quise entrar, pero no había cupo. Una tanqueta con libros, menuda idea de las fuerzas policiales. 10. Dicen que estuvieron muy bien los eventos con Irma Boom, el diálogo de Maxim Februari y Brigitte Baptiste y el gran Jeffrey Eugenides. Aunque estuvo regular lo de Oyeyemi, y lo del mismo Eugenides, por una mala moderación. Y que lo de Paolo Giordano fluyó gracias a que Gamboa abrió exclusas. Una última cosa: Margarita Valencia es la mejor moderadora de toda la FILBo. Impresiona cómo lo editorial fluye en sus venas como agua bendita. La advertencia: una sola niña más que veamos llorando porque no alcanzó a entrar a un baño en Corferias por cuenta de sus insufribles filas, y los editores armamos los toldos de libros en cualquier parte menos en Quinta Paredes. El libro es ante todo dignidad. Y punto.
PR E S E NTAN
SPENCER TUNICK EN COLOMBIA BOGOTÁ, 5 DE JUNIO #MEQUITOLAROPAPOR SYDNEY 7, 2010. © SPENCER TUNICK
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ARTBO FERIA INTERNACIONAL DE ARTE DE BOGOTÁ 27 AL 30 DE OCTUBRE DE 2016 ARTBO.CO
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