Lengua Muerta

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LENGU MUERA LEONIDAS RUBIO


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LENGUA MUERTA Leonidas Rubio© De la edición: Mónica Montero© RPI: Nº 291.677 Diseño y diagramación: Moondana - Marianela Vivar A. Imagen de portada: “Romería de los músicos"; sig. XVIII, autor desconocido Imágenes interiores: dominio público en este orden: La Belvedere (Mason Ravel Theorba sig XVII; Papelógrafo Salon RosaCruz, Sig XIX Ediciones LA OTRA COSTILLA © 2019

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Es libro fue publicado con el aporte del Fondo del Libro y La lectura del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.

LENGUA MUERTA Leonidas Rubio

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Dedico este libro al exo-poeta Jorge Ojeda por dos razones. La primera es importante: una tarde (creo que el 2015) entramos al Teatro de la Universidad de Concepción a escuchar un concierto pre-apocalíptico y atonal de Acario Cotapos. La segunda razón es insignificante: lo considero el último ejemplar vivo de una especie en extinción, el Bardo de una lengua muerta.

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He amado demasiado el pasado, sus pompas y sus obras. Con una terminologĂ­a arcaica, soberanamente desagradable, he predicado literalmente en una lengua muerta. J. PĂŠladan

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CABLEADO SUELTO 9


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1 Compuso su preludio sin compostura, casi con creencia. Un mal Derecho lo empujó a mazmorras donde es imposible el error o el olvido. Lento ordenó tono a tono la verdad que no comparte, el absurdo por el cual daría varias veces la vida. Fue prisionero pero no desmentido, salvo por él mismo. Acaso tampoco prisionero. No menos simple que un prisma o un poliedro señaló su tumba sin fondo con un capullo seco. Cavó la fosa arrastrando cadenas a modo de serpientes agoreras. En la aldea le apodaron Syd Debussy: su verdadero nombre. No es cierto que mató aunque lo hizo por nadie; no es cierto que mató aunque fue justo. La locura temporal lo empujó a respetar otras vidas. Esa noche amó como ninguno. No aceptó de beber. Cubrió la copa con la mano y el licor se derramó por el dorso con mecánica de sombra: pésima táctica, magnífica estrategia. Lo lapidaban por diestro y por siniestro. Pensó devolver las piedras transfiguradas al centro de la tierra junto a las cabezas. Fue divulgado hasta el anonimato, plagiado hasta la abulia, injuriado con riquezas miserables. Monumento al nombre aunque ni de héroe fue ni de caudillo. El tedio le llevó a cambiar el curso de la historia, a dormirse bajo fanáticas estrellas. Sobrado de conciencia, acalorado, ex dios, confeso bajo método infamante, no tuvo más salida que el conocimiento. Mal sepultado donde los canallas polimorfos adictos al placer desordenan sus huesos en busca de edades o indicios de baba de espíritu -ese limaco pensativo. 12


Llamado Syd Debussy, estuvo a punto de serlo. La plebe lo encerrรณ en el manicomio.

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Fui a otras tierras cada vez más adentro de la tierra. Necesitaba ver otros cuerpos cada vez más adentro del cuerpo. En los eriales encontré papeles arrugados con excremento de héroe, botellas vacías, condones usados, ropa ensangrentada con manchas de épicas viruelas. Ni un rastro de Bruce, mi amigo muerto por una sobredosis, pero habían rastros de su secreto. Sin señales de Ben aunque el viento maullaba en el lóbulo de mis orejas algo parecido a la guitarra pedal steel, un llanto de recién nacido que excedía mis virtudes de letrista. Mentira que todo llanto es contagioso, mentira que el dolor hace ser mejor persona. Vi niños degollados, animales destripados, rumas de órganos sexuales y era bello el paisaje: el Chaco, la pampa, las llanuras rojas de Arizona y celestial el aroma de pantanos. En esos tramos me llamé William Blake o talvez Caballo Loco y escapaban notas sucias de mis uñas que hacían más creíble el Martyre de Saint Sebastien de Debussy, con la flecha en las axilas que todos hemos deseado y el éxtasis de blues o felación al alcance de todas las audiencias. Acordes raros, mal gestados, indigestos escapaban de violines country resolviéndose en mi gaznate atrapados en el aire por mi lengua ofidia. Quise volver y me iba más adentro. Algo en mi memoria no debió estar allí: pasajes de antiguas traiciones o bonanzas después de un aguacero en pleno concierto, cuando es más fácil confundir al aliado con el enemigo y matar sólo por gusto mientras el ruido del agua apaga los resuellos 14


y lava inútilmente las heridas. Muchas veces toqué con esa rabia anterior a la fundación de un mundo y dije "que no haya sobrevivientes porque yo no los tuve, que no haya piedad porque no la tuvieron con los míos". Pero lloré al encontrar objetos después de la masacre, cuando ya no había público: juguetes, anillos, cartas de amor, uñetas de nácar. Y el paisaje era irritante en los ojos porque la belleza apesta y se hace deseable como el olor del semen añejo. No debía estar allí pero llegué enviado por algo inapelable. Si aún pueden perdonarme les juro que una vez fui niño en otro sitio. Nunca debí estar allí, en los otros. No debía estar en sus pobres memorias.

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Antes de cortarse las uñas: la misma frase. Y después. Como si anduviese con corbata y sin pantalones. Si es veloz, no es clímax. Como si el vaso colgara de la orilla, lo empujan y no cae. A un paso del último folículo piloso. Que te parezca no apto para el oído de tu madre. El momento Es cuando flamea el puente con actitud de Gertrudis Galopante. Sin presentación previa. Sin preservativo. ¿Cómo hacer más dulce tu venganza y más aplastante tu victoria? Con notas lentas y arrastradas -responde Gilmour.

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Dígame todo lo que sabe sobre esa melodía antes de que el oscilógrafo quede en punto plano. Dígame todo lo que sabe sobre esa melodía antes de que el pitido del EEG pase de negra a redonda y la bisectriz exceda el no retorno. Dígame todo lo que sabe sobre esa melodía antes de que esa mano diminuta, de 20 horas de vida suelte definitivamente un dedo índice que no le ofrece nada. Dígame todo lo que sabe sobre esa melodía antes de que tome ese disco de vinilo y lo raye en el surco donde dice "pavana para una infanta difunta". Dígame todo lo que sabe sobre esa melodía antes de que tome una tijera, ponga el carrete a correr, lo detenga justo en esa pieza y corte 16 metros de cinta y lo repare y lo recluya donde nadie lo entienda: un poema para 22 años después. Dígame por qué se levanta por las noches a comprobar que la creatura sigue durmiendo y se echa a la orilla de su cuna con actitud de espantapájaros. Dígame por qué no hay nada que lo haga oírla distinto como ante la moderación del parco profesor Fauré con indicaciones de fonómetro humano sin mostrar fracturas en la cáscara del huevo. Dígame todo lo que sabe sobre esa melodía antes de que yo deba tachar mis palabras en su poema. Dígame todo lo que sabe sobre esa melodía antes de que se venza el engranaje de la cajita de música. Dígame todo lo que sabe sobre esa melodía antes de que estalle la madre de las bombas.

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5 Un nombre y una fecha escritos en el espejo empavonado. Sonámbulo, ayer, entropía, el orden da lo mismo. Silueta apuñalada en un librero, cantas la lengua del bulbo que sólo florece por contrariar al invierno, tarareas en la lengua de los náufragos que odian más que nadie los mensajes en botellas; tarjas tu cuaderno negro corroído, corregido por manchas pasionarias; desde tu traje agujereado por dedos que olvidan sostener los fósforos encendidos, salvas los lirios que se mecen para matarse de belleza, tú siempre recaes en esa destreza pasajera. Todo ocurre porque dejas un espacio entre cada figura y un compás y medio, vacío.

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6 La Gran Guerra del 14 no fue una "colisión entre visiones de mundo"; no fue un ajuste de cuentas por litigios de frontera; no fue una medición de poder si acaso eso sólo ocurre en el cortejo. La política es el mal menor: una continuación de la música por otros medios; un poco de ritmo con la mano pesada como cuando el Director ha llegado muy viejo a un concilio de intérpretes muy nuevos. La Gran Guerra del 14 fue un enfrentamiento entre gustos musicales in-con-ci-lia-bles.

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Mi único propósito es corromper a la juventud. Mi único público objetivo son las mentes moldeables. ¡Qué me importan a mí las personas con principios! ¿Para qué quiero auditores con criterio formado? Tendría medios si no cambiara de fin todos los días. Mis principios terminan antes del medio y su única pauta es socavar el orden: intervalos de novena, cortes a-modales, escalas daltónicas. Es una cuestión de honor, lo admito pero juro que todos los acordes se resuelven, hasta los más apremiantes. Aunque aspiro a la incomunicación absoluta cada vez me siento más cerca del relato sin palabras. Una vez, a la salida de un concierto, alguien me gritó: "pervertido, loco infame". Pensé: por fin alguien entiende mi música.

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1.- Levántese temprano y tome aire. 2.- Ponga una ventana en su cueva. 3.- Tome un desayuno sano. 4.- No mezcle pastillas con alcohol. 5.- Deje de escuchar esa música tan triste. 6.- Búsquese una moza robusta. 1.- El aire es más sucio en las mañanas. 2.- Ni siquiera tengo puertas en mi cabeza. 3.- Como un condenado a muerte en el día de su sentencia. 4.- Por favor, no sea supersticioso. 5.- La escribí yo mismo. 6.- Nos correspondemos a la perfección: yo las odio y ellas me odian.

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Y Claude enseñó a Erick y Erick enseñó a Gabriel y Gabriel enseñó a Maurice cómo socavar sin levantar sospechas el corrupto orden imperante.

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Se me reportó desaparecido en combate durante 4 semanas. Mis escasos suministros estimularon una creciente indiferencia por la irrigación sanguínea, su monotonía binaria. Como una forma de anular la realidad la fui haciendo más patente por medio de aparejos: me hice adicto a las brújulas, barómetros, sextantes. No quería que nada me tomara desprevenido aunque la única realidad concreta es que el propio escenario de guerra parecía excluirme. No me encontraba ni siquiera en la ruta de los obuses enemigos. Mi camión atascado en el barro comenzó a llenarse de nidos de pájaros. Una especie de araña helicoidal fue tejiendo una malla entre los árboles y la carrocería, un tendido de lagrimones de rocío y minúsculos hexágonos de polvo a manera de telégrafo. Anoté sus rutinas en una bitácora: medir vibraciones por las mañanas, calcular, hacer ovillos con las presas -zumbidos orgánicos y esas insoportables orugas plañideras que la araña licuaba lentamente, para mi regocijo-, reparar las averías del tejido por las tardes y replegarse por las noches. Su oficio y el mío eran idénticos. Tenía una buena provisión de cigarrillos Galouisse, el único acto patriótico que pude acometer aquellos días. Me persuadí de que ese estado sería peor que mi fin: sería un interminable medio. Comencé a transcribir el canto de los pájaros. Un petirrojo anidó en la guantera y en el motor hizo lo propio un tordo parecido a un pene con patas. Cada especie tenía un himno oficial sujeto a desarticulación sistemática por intervalos de cuarta y de novena. Al cabo de una octava de combinaciones las variables se hacían constantes: la única felicidad son los momentos inútiles pero los pájaros son relojes musicales programados para marcar las horas de la tristeza. En eso estaba, fumando y llenando partituras 23


a pierna suelta sobre el volante cuando me encontró un batallón de relevo desatascando la cápsula de mi integridad blindada -me llamaban unidad 333 o a veces 999sin dirigirme palabra como si yo fuera una mala idea que se disipa sacudiendo la cabeza. Fui trasladado a un cuartel donde me dieron de baja. Los pertrechos que yo trasladaba -y que jamás llegaron a destino- ni siquiera hicieron falta, a nadie. La última vez que vi el camión alcancé a escuchar a otra oruga plañidera gritando auxilio mientras se aproximaba la araña frotando sus tenazas.

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Añoraba un tiempo en el que fuese decisivo el oído absoluto, la incontinencia verbal, el superávit atencional, la dispersión enciclopédica. Un período en el que sólo pudieran perfeccionarse el sonar y el radar, la telepatía y las líneas territoriales de ultrasonido como en la política de los mamíferos acuáticos y los murciélagos. Un tiempo en que la lengua esdrújula fuese la lengua oficial de la clase dominante y por supuesto, pertenecer a ella. Soñaba un tiempo en que el clasicismo y el impresionismo fuesen ramas del poder legislativo. Un tiempo en que a los adolescentes se les enseñase a practicar la solidaridad sexual con sus mayores y ser el huraño del antiguo régimen fuese considerado un estatus especial del nuevo. "Usted se ha pasado todo este infame tiempo, encerrado escribiendo la música más sucia y las más absurdas polifonías. Ahora lo necesitamos para que nos gobierne." Ese tiempo nunca llegó.

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Con estos pulgares podría descerrajar la cripta de Napoleón y escarbar la oreja de palo de sus 6 campanas; podría marcar medialunas en la arena más grandes que las pinzas de un cangrejo pellizcando un dogma; podría rodear el cuello de un huérfano y afinarle la nuez con masaje dactilar hasta que cante el Réquiem de Fauré mejor que un castrati. Más largos que los índices, capaces de desclavar cualquier monarquía o restaurar en su cruz a cualquier profeta en tanto el resto de la corona se perfila obtusa. No son manos para acariciar canónicamente y menos que virtuosas, palmípedas, retráctiles, se aferrarían a la cornisa en proporción felina a su fatal deslizamiento. Olvidé casi todos los perfiles, dejé los pro en mitad de los contra, ya no retengo los contornos de un busto o el anuncio de una nalga, así no sea más que una fría lección de porcelana. Pero son las manos que conocen el juego -trampas para dedos encantados, demasiado cortos en las playas de Saint Jean Lumiérede orinar donde se arremolina la corriente, hundirse en el arpegio negro y blanco o flotar en la orilla haciéndose el muerto.

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13 Tachado en el borde de la pauta todavĂ­a es legible: /modo correcto, toque a rebato/ /el intĂŠrprete debe cortarse el brazo derecho/ /puede ser desde el codo pero idealmente desde el hombro/ /no le agregue notas como si tuviera dos manos/

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Syd Debussy corre en la noche perseguido por un compás binario, por su propia carrera, perseguido, por dos notas secas parecidas al crujido de un cráneo en un cascanueces, parecidas a las tapas de una nuez descerebrada. Syd Debussy se detiene porque sus pasos binarios se acoplan con las notas pareadas que pueden ser: 1.- el tic-tac de un reloj de una sola aguja rebotando siempre a las 12; 2.- el chirrido acompasado de un catre viejo en una noche de novios, en un hotel pobre donde el vaivén de los resortes y el gemido parejo en 2 x 4 no permite a nadie conciliar el sueño; 3.- una gota desde el entretecho que se desliza por la orilla de una tabla buscando un agujero y cae a un tarro cuyo sonido es cada vez menos agudo; 4.- el sístole-diástole de un corazón delator bajo las macetas rotas por las raíces, que avanzan en sentido contrario a la amenaza de la luz, vergüenza nuestra; 5.- las campanas doblando a muerto para que los niños jueguen a ir en romería disfrazados de adultos asexuados. Syd Debussy desenfunda su Colt 44 y descerraja 2, 4, 6 tiros sobre la guitarra que se despide con un maullido. Se lleva el Colt 44 a la sien para acallar el martillo sobre el yunque -periódico como gemido de novios, sincronizado como crujido de catre viejopero no quedan balas y repite el binarismo del revólver vacío (clic-clic, clic-clic) hasta que Nerval es bajado del farol cuando amanece y una madre se limpia el semen de la comisura de los labios. 15 Te lo habían advertido. Los relatos sin palabras son operaciones de luz, Maurice, no dejes que los émbolos se expandan por todo el pasillo. Tu casa -que es tu oídoestá siempre trabajando; tu casa, 28


osamenta ronca, Maurice resuelve de otro modo el arabesco, afina de otro modo con la fotosíntesis. Confía en que llueva y no debas responder a los nudillos de Madame Revelot tocando el marco de la celosía. Por el lado umbrío del jardín llama Erik, confía en que llueva y no debas abrir el obturador del ojo, confía en el niño jugando en el pedal con la vista vendada y todo será consignado sin mayor trabajo en el sortilegio. Tu casa, Maurice, paquebote encallado que cruje contra las placas tectónicas mal avenidas de tus parietales, mira qué peligro: todo está orquestando y el que pasó más allá de la vigilia en que se debe estar vivo, ése es responsable. Pensaste demasiado en el farol de duermevela y ahora no puedes callar al bailarín de Tánger recitando sus zikr sin abrir los ojos posado en el baile, hecho a imagen del pasillo de la oreja, una llave de sol, una llama azulina en la palma de tu mano. Por eso te quedaste solterón, dice Zogheb. El mejor amigo de un músico debe ignorar la música. Erik, Claude, Helena, ¡cuánto hemos envejecido! Pero nadie más será un estambre, ligero, capsular en el jardín de Le Belvédère. Más tarde trepanarán tu cabeza en busca de polen. Oh, Zogheb, dilo ¿Se podría estar tranquilo en Tánger? Allá las fiestas de niños y odaliscas requieren el desnudo de lo que se desliza por vidrio esmerilado. No dejarás nada sin tocar, Maurice, allá los cuerpos son instrumentos solistas y los días son utensilios fracturados, se guardan en cofres y se remiendan para el té dodecafónico de los anarco-ocultistas. Pero se hizo tarde, Maurice, no vendrán los niños hoy, no atinan a extraer las hojas de loto de los pezones crispados de Narciso. Zogheb ha traído un bulbo de invierno. Todos querrán comprobar que cuando llueve el lirio permanece seco. Todos verán que al cerrarse permanece el zumbido de una luz adentro.

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GRAVES SECUELAS

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Destruirme para saber que soy yo y no todos los otros

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A. Artaud

Crecí disperso en mis camisas, contra la pared, con un otoño doblado entre los dedos. Como el imbunche, cosí todos mis orificios o más bien mandé cortar todas las culpas nacidas ese día para salvar una, por defecto. No voy a moverme de este nudo: es mi protesta. Me moveré cuando arrastre a otros: es mi agradecimiento. Cosí mis labios porque no sé de diferencias aunque Yo soy la diferencia. Algo se infectó fuera de libreto y la fiebre mejoró los decorados aunque el enemigo estaba en las butacas. Las novias y las madres siempre se arrepienten de ser libres y castigan al invitado de piedra. Los amigos se van por otra calle cuando te ven venir con un poliedro en la mano. Cosí mis labios para limarme el pasado: mi futuro ya causó bastante daño. La navaja de afeitar pasa del pubis al cráneo sin barras de compás. Los colores asfixian, las alas aplastan, las crestas agudas se desafinan en el ascenso. Rasuré mi organicidad aleonada por años y dejé las crenchas en algún sitio entre el puente y el vestíbulo. El público ahora deberá abrirse paso entre las motas de vello púbico. Y en la puerta del baño fui Lázaro en la puerta de la cripta. Mira, no me preguntes idioteces. Si los padres siempre fornican pensando que los niños 33


se han dormido, Âżpor quĂŠ me piden que no ignore, que no cante de espaldas a la audiencia? Mi deseo se extiende como un acufeno perpetuo porque siempre he abusado mucho del volumen. Necesito olvidar que seguirĂĄn siendo ustedes cuando no sea yo mismo.

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Nunca fui bueno para esto. Las manos pesadas, los dedos y los años hinchados -cada uno peor que el anterior. Mañas, digitaciones porfiadas, memoria incompetente. Se escuchan las yemas trastabillar en el mástil, los callos raspan los metales, las notas-lobo se quejumbran en el entripado y los aullidos de mierda parecen post-parto. Lo pesado se oye denso. Lo denso se oye negro. Lo negro se oye ripio. Lo ripio se oye verde. No aprendí armónicos ni tresillos que tanto gustan a los ratones de Hamelin. Toco yema y se oye uña, uña y se oye pinza. No respiro, bufo. Sobre la boca los ecos se atoran y se empujan para huir por pánico escénico. Simple-mente: no suenan, no empalman, no enganchan en el borde del cuello , en el lóbulo leporino, en el labio. No se adhieren a la barbilla. No se apegan al escroto suave del silencio. Empecé por error. Por el plectro que amaneció bajo la almohada de hueso, de nácar, de pubis o de gato. Me inicié para seducir, empalagar atmósfera, por abrir un canal en la litera alta para anudar pañuelos con el juego de Pilatos y asegurarme un buen acoplamiento o picar migas entre los perversos polimorfos que me zumbaban en las tardes cuando el Edén (la casa de Adán, acrónimo de NADA) era un sitio sucio, blando y cariado, podado en las matas cuaternarias de la psiquis. No me dijeron que era malo para esto, maestro. Me encapsulé, me susurré en francés una canción que empezaba en el marrueco y terminaba en la uretra, maestro, me puse de cabeza como el arcano XIII y bajó ganglio por ganglio la sustancia. 35


En el plexo solar cuajó un portento: la música destiló por un drenaje tapado y las palabras en esfera, las figuras a un lado, las armonías al otro como globos armilares dieron vuelta la mesa y revolvieron el banquete y se cortaron los rayos entre sí sin mediar mirada y se bombearon los poros devolviendo una jalea, un plasma, un acorde de corazón no resuelto, en púrpura o en ojo azulado como pillado en atoramiento de clímax y el palabreo escurrido cosquilleando en el rafe del esfínter y el prepucio como fiesta de epilepsia o terror nocturno sobrevenido a espasmo en el bocio, la autonomía del ano, los alvéolos mal conectados, los clavijeros, los sesos, los cejillos, las gónadas, los bronquios, el diapasón retráctil, el idioma, el cutaway del tórax, los apellidos de pésimo ensamblaje, siempre dando estática, hebras vibratorias por nervio simpático o por conducto vago, maestro, déjeme explicar, no me abandone. El caso es que no veía nada. No apoyaba el codo al escribir. Me inyectaba basura orgánica, me empipaba de éter y no veía nada. Los demás decían que la baba entre colores era salada o de recto fresco con amebas multiplicándose en núcleos cromáticos por intervalos de tercera. Otras versiones: por quinta y sin esas malditas barras de compases. Pero yo veía nada (acrónimo de Adán, el exiliado). No expandía, no vampirizaba, maestro, tocaba muy a puente o muy a mástil o muy a boca y se me helaban los metacarpos. Bizqueaba, para no vaciar el cuadro antes de tiempo por los oídos. Para no eviscerar fuera de acento, por los ojos, 36


preservar el murmullo en algo, el cosquilleo, el vellón erizado, maestro, en algo, como usted me enseñó, dilatar, sin llorar, porque me crujían las bisagras del cúbito y el tino, el cuento del buen pulso (que es filo o nada, escalpelo) sobre el globo-pálido. Andaba por un brillo que empezaba en el pecho y por enzimas de realidad pasada de agua, de acuarela crepuscular, intentaba fijar el punto de inflexión entre tónicas tocándome las sienes justo a la orilla donde brotan las edades. Tocando los muros como ciego para calcular la longitud, rayando los parietales con una herida justo en medio de ambos hemisferios. Contaba tiempos por fracción -casi siempre me faltaba o me sobrabay no se trataba de tocar en absoluto, maestro, como le dije una vez y usted casi me abofetea, no es concierto sino cirugía. Pero cosía mal y producía hemorragia. Tenía razón usted, lo admito. Sonaba como un cerdo en la batea del sacrificio cuando está troceado y destazado pero sigue berreando porque no lo sabe. Perdone, no me deje hablando solo, para qué fingir. Los demás veían huellas y su minuto de campana era una horma hollada en la promiscuidad de calles con desperdicio quirúrgico pegado a los zapatos. Creían hacer sexo oral con héroes y santos. Terminaron convulsionando a un paso de sus retratos, creyéndose ellos mismos. Y yo los inspiraba: ese era el peor arreglo del negocio. Neuralgia, úlcera de cables, y yo seco, flemático, con las falanges crispadas, madera blanda, cuerdas picadas, frenillo flojo, dicción embotada de síntomas, pupila entornada, hexagonal, aserrín de dientes en la camisa, émbolos por la nariz del mentón hasta la hoja de pauta, la digitación un mero tic reflejo. Seguía chapuceando, mintiendo. Me copiaba a mí mismo adulterando con astringentes para seguir tieso afirmado en puro ritmo nasal, 37


llenando compases y cuartillas por pura inercia de lujuria. Con el eje dislocado como la visión de Nick Mason en la ruinas de Pompeya pero desde el otro lado, con los signos algebraicos malparidos sobre un altar blanco o una sábana colgada al amanecer exhibiendo la mancha santa de estridencia tras una noche sincopada, en la morgue de los malos profetas. Y usted me dijo escriba lo que quiera y como quiera, escriba y renuncie a tocar pero toque renunciando y renuncie componiendo y todo cuanto haga que sea despedida y deje un compás en blanco cada dos fraseos y un silencio por medio cada línea. Y yo no puedo, maestro, no cuadro ni ensamblo con nada porque me tengo que cumplir una promesa que no debí hacerme y entro en furia con las imágenes que no reverberan y en pánico con los hercios que no chocan en el rabillo del ojo. Y ahora que lo vi a usted, maestro, sentado en primera fila justo hoy día que suspendí mi funeral para interpretar esta mugre tuve vergüenza, pánico y asco de mí y un afán sincero de exterminio.

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SUITE GEOMÉTRICA PARA AMUEBLAR UN SALÓN (Aquí podría ir una cita de Eric Satié)

1.- ANDANTE MAESTOSO

Yo aspiraba a la humedad de una luz apagada, a su estertor de destello en viaje por constelaciones viscosas como sopa de condenado. Cada domingo en la noche he sido ese condenado a pesar de cada domingo en la mañana que intercede por mi parte. No sé cómo ocurrió, no pretendía pasarme la vida sólo viviendo y de repente fui feliz: tuve miedo de inmediato. Oí decir mientras anduve: después de unos años te acostumbras. Dejé de ser cualquier cosa -era algo así como la última opción del día, la última nota de la partituray me quedé esperando una buena noticia. Recordé desde el principio algún pésimo poema. Salí a caminar por Buenavista desde el Orfeón emplazado hasta la Galerie Durand-Ruel reconociendo adictos en retiro que ni siquiera servirían de alfil en un tablero. De vuelta desde Plaza San Francisco (la catedral más vieja de Buenavista) hasta el Pont Neuf, donde talvez merecí ser quemado, de vuelta, siempre al paso de vidrieras teñidas con falsas quimeras y ridículos ardides, al paso de ungidos y piojosos habladores de la lengua de los pájaros, de vuelta, tal cual si fuera de ida urdía aforismos, a ver si daba con preguntas genuinas: α.- una nota larga ligada hasta su símil en la octava ascendente ¿es la misma nota? β.- una persona de corta edad aumentada en 30 años ¿es la misma persona? Algún gato asintiendo fue mi espejo, algún gato que negaba. Por su lado mi sombra fue reflejo de cierta criatura especialista en naderías del que todos se alejan antes de que pase de la intuición a las palabras. Al cabo de unas cuantas bajezas me vi impelido a borrar las barras del compás como aconsejaba mi viejo maestro de piano. El resultado fue un cambio de estación franqueando mi ventana, 39


una botella convertida en mi hermana más fiel, un lunes por la mañana parecido a una fruta podrida con ganas de ser viernes en la noche. Desvelado por esa melodía visité a otros en plena fiebre metabólica: los hallé con tijeras, revólveres, escalpelos. Con esos instrumentos, pensé, se podrían hacer nuevas sinfonías para no tardar en envejecerlas. Es lo más que puedo decir, lo único que aprendí en aquellos días.

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2.- SOLEMNE E CON BRÍO

Al cabo de unas cuantas bajezas dejé de asistir al Salón Rose-Croix. Después de todo era muy joven para un mundo tan viejo. Buenavista era un amago de lugar, un contorno de daguerrotipo con manchas sulfatadas, amoblado con analogías en desuso y esos míseros detalles que reconfortan justo antes de colisionar con esos míseros detalles que asquean: todos y cada uno de los días. Busqué armonías obsoletas, inanes por desuso, deliciosos solecismos que conducen a intervalos no resueltos. Deseé las atmósferas lisas como sábanas refractadas. Deseé los prismas convergentes, las luces de tono menor, tan cercanas a vitraux o pavos reales vistos en estados febriles inducidos por la gonorrea. La buhardilla fue una pauta sin barras divisorias, un estornudo continuo, un encandilamiento sin cuestión de fe, de buena o mala salud sino de contratiempo, la única cifra que entienden esas pestilentes partículas en fuga que llamamos espíritu: el limaco abrasivo de los sesos. Anhelé un puente entre la geometría y las líneas de baba de los caracoles; un puente para derribarlo con flameos controlados a distancia. Así me pasé las horas de todas las vidas que caben en varios crepúsculos: arpegiando, destruyendo mis convicciones del modo más reaccionario que me fue posible, es decir, con un ansia de restituir las quintas substancias de las últimas esencias: un tono modal francamente revulsivo. No tardé en comerciar con otros forajidos: guitarristas avanzados, estupradores, fonómetros humanos, profetas pensionados, ex gárgolas, narcolépticos, abstinentes, contrabajistas, escenógrafos, iluminadores, decoradores de vasijas, sexo-adictos, adultos abusados por menores, geólogos, anticuarios, destiladores de pernod, masajistas, monaguillos de a 5 mil la hora, localizadores de butacas de cine, guardias consuetudinarios, caricaturistas de remate. Es poco lo que podemos hacer para lavar el mundo, nos dijimos, pero rara vez nos decíamos algo. Nos dejábamos, más bien, indicaciones al margen del pentagrama. Perdí todo interés por las personas. En cambio amé las piedras, que siempre están confundidas. Sólo así caí en cuenta que también las personas suenan diferente. Según horario, masa, temperatura, pigmentación: esa escala cromática de voluntades. Así reuní mi mejor material en una suite de movimientos disonantes, 41


una sonata pulcra como dogmas exasperados o perros espulgándose. La fórmula fue simple y trágica, el encuentro sideral de dos puros instintos en un fornicio sin mañana: α y β.- Si una nota octavada no es la misma nota una persona en dos edades distintas no es la misma persona Asumo que un extraño, el que en otro tiempo creí ser, habría matado por parecérseme, si bien su convivencia no habrá de ser peor que una exhibición de cuadros en una galería vacía. Y con esta corazonada ética volví a frecuentar el Salón Rose-Croix entregado al puro esteticismo, recorriendo de ida y vuelta el puente entre ambos mundos como quien intercambia vicios o trajes pulgosos. Mi propio sonido, mi punto de equilibrio, mi vórtice auditivo, los acordes de mi vértigo dejaron de ser manchas predecibles. Sólo así logré ser una amenaza para el corrupto orden imperante.

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3.- ALLEGRO LENTO

Todas las personas suenan diferentes. Percutidos en el cráneo, percutidos en el vientre, percutidos en el pecho: distinto timbre, distinta tesitura. Variaciones según hora del día, según edad, según temperatura ambiente. Las personas son instrumentos musicales sumamente inestables. Toma años adiestrarse en su afinación y ejecución correcta. Es más fácil domesticar un piano, un revólver o una ballesta: animales dúctiles, fáciles de conservar, hipersensibles. Con estas convicciones solicité mi admisión en el Salón después de oír por 3 tardes consecutivas -que para mí fueron eonesla Cathédrale Engloutie del buen Claude, ese que vino al mundo antes de que todo envejeciera apresurado. Me presenté en la Galerie Durand-Ruel de Buenavista, en las vísperas del 28 de octubre de 1893, -que gustoso yo habría llamado Brumariocon levita y frac demodé. En la entrada fui interpelado de este modo: y usted ¿qué regla sigue para vestirse?, a un tiempo que en mi mente los caligramas del sol sobre los álamos del Champ-de-Mars de Buenavista dedujeron laberintos urdidos por formas de copular antediluvianas, cuya sonoridad detonó en mí los compases vigésimo séptimo al quincuagésimo uno del Clair de Lune, de manera que el centinela creyó oportuno reformular su dicterio: ¿usted qué regla sigue para pensar? a todo lo cual, distraído, di binaria respuesta: mon plaisir. Más o menos así estaba el asunto cuando, por mirar demasiado mis babuchas fin de siècle, tropecé con este aserto que mi pésimo francés de las colonias tradujo como un soplamocos: α..- Si dos notas unísonas son la misma nota (ergo) β.- dos personas de una misma edad son la misma persona Con eso me bastaba desde un punto de vista dogmático y me hice adicto a las conversaciones de pasillo humoso, claroscuro, esnob-apocalíptico, a los temas banales susurrados detrás de bastidores, fruslerías tratadas con la mano en el mentón, digamos, como en posesión de un paliativo contra la mala suerte 43


o como si la vida tuviese algún objeto, en suma, parecido a un holgazán que compone en intervalos de quinta para ocultar laboriosamente sus objetos de deseo. Me quedé afuera del Salón porque solía tener cara de quedarme afuera de algo, pero la siesta no tardaba en volverse una consecución lógica de diafonías capaces de resolverse con amabilidad por tono y dominante digna de los provectos tratados de armonía que yo había convertido en charadas de los fieles de las dos rosas, durante días frágiles en semejanza a alas de luciérnaga o espíritu disipado con un buen perfume de florero. La humedad de una estrella apagada me sería suficiente, pensé, pero tuve más que eso y no fue suficiente.

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4. - AVEC CONVICTION ET AVEC UNE TRISTESSE RIGOURESE Este día será demasiado largo. Se demorará desde afuera hacia adentro. Desde el hielo que baja por las palmas abiertas hasta el reloj detenido en la garganta. Desde la ropa de olor desconocido hasta los huesos del infrasonido. Se retrasará en piel, en tos, en fosas nasales. Este día se extenderá hasta derramarse por los bordes de la mesa. ¿Qué hay del otro lado? ¿Qué busca un animal no clasificado cuando debe cruzar un día longitudinal y no sabe hasta cuándo se puede cargar con algo que no reside de una sola vez ni en el presente ni en el pasado ni en el futuro, cuya hipotenusa está en todas partes y su ángulo en ninguna? Sobre este día no será posible rendir cuentas. Sobre este día no podré redactar un informe. Esperaré que mi lengua se parezca a otras y mis palabras sean las de otros. Ellos darán síntesis por mí. Ellos tendrán que justificarme. Este día quedará atorado en el embudo. Intentaré disolverlo, intentaré hacerlo pasar entre ambos parietales, ambos tímpanos, intentaré filtrar el material pesado, drenarlo, tomar muestras y estudiar el sedimento. Así me vaya acostumbrando al trabajo de esclavo, así enajene el todo por las partes, así disuelva los medios con los fines. Así me inmunice, así no me dé por enterado. Así me disgregue haciendo con extrema minucia el trabajo sucio. Así amalgame objetos inútiles que me expliquen.

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5.- ADAGIO

A menudo recogí larvas de luciérnaga del único modo que me parecía posible: con convicción y con una tristeza rigurosa. Por aquel tiempo el tedio se volvía deseo y el pasado se volvía destino. Solía temer a la muerte igual que a un desnudo demasiado perfecto. Miedo del ocaso que desfigura siluetas con un bermellón estático que cruza la orquesta de punta a cabo y asoma como esos pelos que sobresalen de las cejas. Miedo-tedio-deseo que recorre objetos en forma de edades repasadas igual que lo hace el pulgar por el teclado completo, con 88 recuerdos que se empujan iguales a fichas de un dominó secreto: semitonos reconocidos en el desconcierto por culpa del oído absoluto. Después el odio se volvió un afán sordo de sacrificios. Dejé una taza servida y varios intervalos sin resolver -falsas relaciones, decían mis mayoresy caminé manos en bolsillos, más o menos sin rumbo -pero yo lo sabíahasta que escuché desde un bar de poca monta el fraseo inconfundible de Je te veux. Entré a la boite Le Chat Noir, pedí llenar la copa que siempre estoy bebiendo -falsos vacíos, se entiendey escuché la cantinela con la vista clavada en los glúteos más arañados que transformista alguno haya tenido. Sonaba como un ruiseñor con dolor de muelas, un perfume negro, una explosión en una gota de sereno, una mariposa traspasada por un alfiler, perfectamente conservada, con los ojos abiertos, decadente. Renuncié a mis anteriores baratijas y deduje: α.- Dos notas al unísono no son la misma nota β.- Una persona aumentada por el tiempo es la misma persona en concordancia relativa con tono y dominante. Esa noche estiré la sábana de otro modo, una pulga podía dar la idea de un quásar reventado contra los dedos pulgares y en mi cama abundaban los quásares y las malditas enanas enrojecidas. Luego todo giro modal era el mismo asunto. Y toda vía era mi leche, todo rayo era mi ruedo igual a un reflujo de gas de champagne. Sonaba bien en todas las posiciones, aún con el cráneo vacío después de exhalar una parábola o el vientre ahuecado después de eviscerar una doctrina: música concreta, 46


hechos y no palabras. Hipaba armónicos para rascarme la glotis, eructaba epifanías y me batía a duelo con cualquiera que negara la dimensión sexual de los serafines. (Describí sus sexos con ramillete de llaves de sol o apóstrofes de cripto-orquídeas, pero eso es otro asunto: el mismo). Así fue mi vida hasta el 30 de noviembre de 1893 -que gustoso yo llamaba Frimariocuando cerró el Salón y me quedé indigesto. Poco después maldije por medio de un principio de añadiduras graduales a escala, hasta llegar al mundo, que era mi objetivo. Hubiera sido mil veces más feliz manteniéndome en la ignorancia.

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SINARQUÍA

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1 No tengo ideas. El Sar Péladan es el que tiene. El Sar es el que sabe y está somatizado en esta apócope que escarmienta su enormidad de dogma. Descubre el plagio y espeta una risotada anarco-burguesa con el único fin de desgreñar más su melena. Yo no veo nada. El Sar es el único que ve. No puedo ocultar mi cobardía por más tiempo. Mi sangre es débil, mi carne es débil. Reproduje el pensamiento con manipulaciones malignas. Agoté el sentido de las cosas hasta conservar los efectos sin tener las causas y puse en el fastidio la unidad de medida. El Sar Péladan se cansó de encubrirme. El Sar Péladan se cansó y me quitó la coartada. Yo sentí cómo me fue abandonando la paloma. Intenté seducirla, intenté convencerla con ofrecimientos pueriles: un cabello, un insecto, un deseo concedido. El Sar Péladan es el único que puede conquistarla. Volví agotado y sin cansancio, herido sin un rasguño. Desconocí el mecanismo y desnaturalicé el instrumento. Incluso agregué fines al medio. En verdad soy un fraude. El Sar es el único auténtico.

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2 A excepción de mi nostalgia lunar por tres o cuatro criaturas he perdido todo interés en la especia humana. Las personas me interesan como objeto, digamos, como puede interesar un cristal o una raíz exclusiva. Dejaron de atraerme los cuerpos que en el apareamiento, la defecación y la muerte son siempre parecidos. Fui fijando mi atención en los lugares y no en sus habitantes. Me obsesionaron los templos, los ídolos de piedra, los alambiques, los matraces, los armarios, los vitrales, los sepulcros, los rosetones de laúd, como si nada, como si alguien. Fijé mi atención entre seres indefinidos: ánimas, niños, moribundos, vegetales, videntes hermafroditas, homúnculos; aquellos cuya integridad pende de una hebra. Me parecieron más reales en sus desplazamientos entre mundos, sin conducción ni conciencia. Diáfano, por ese camino no daría abasto. Meridiano, inhabilitado para el simple tiempo sucesivo -ese de edades redondas, semanas blancas, años de negras días de corcheas, etcétera hasta el borde, sin barras, con plica. Entonces me fue dado comparecer ante el Sar y tras largas jornadas fui soltando la verdad igual que un leño incinerado va soltando volutas. Me dijo: Has hecho mal, como yo también lo hice. Reúne y avienta tus papeles. Jamás los expliques y jamás te justifiques. Dispérsalos y jura no agregar más nada a esas infamias. Así habló el Sar Péladan.

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Durante el tiempo en que compuse todo era autorizado por ciegas exigencias. El sonido era una herramienta sagrada y no iba a ser utilizado en pequeñeces. Durante el tiempo en que compuse las gentes solían reunirse en torno a la música como hacen los parias en torno a una fogata. Nadie habría dado un paso sin consultar un pentagrama como se sigue una receta de repostería. Se proclamó la música del optimismo, la música del bien común, las melodías cotidianas, las buenas intenciones. Se esperó que la música repusiera la fe pública y la salud, que insuflara energía en los cuerpos exánimes. Se dijo la Música debe estar en la calle y se hizo que la grey escuchara música como se marca al ganado en una feria. Y quise entonces hacer mi erogación en la cruzada y busqué entre mis pautas el saldo de una vida. Y nada hallé que fuera de mérito escuchar en un estadio, capaz de regocijar multitudes. Entonces dije: A los 45 años de mi edad y en plenitud de mis facultades, yo llamado como se llama todo el mundo decreto período total de clausura a mi actividad compositiva. Lo admito: la música no puede tener otro sentido que alentar 7 virtudes o 14 atolladeros y puesto que no he sido capaz de mediar esos fines, pido disculpa por hilvanar esta cizaña, por mi pulsión que no debió inspirar este adefesio, por mi desidia que no debió engendrar esta carroña.

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Más de una vez se vio rodar bajo el piano a un intérprete de pájaros. Sé que eran pájaros porque los vi llorar después de sus flameos. Supe de sombreros emplumados y florines al cinto o empuñados contra un corro de siluetas entornadas. Supe de sombras retirándose los guantes o inclinándose a olfatear un ranúnculo en el ojal de una soprano. Supe de copas avinagradas de bigotes esperando por 30 años frente a la misma silla vacía. Se puede toser con tanta gracia a guisa de un intervalo no admitido durante una sesión donde serán invocados Nerval o Cagliostro o el Marqués o Luis XIV o Flamel. Qué más da, eran músicos después de todo. Pero alerta con la licuefacción de metales pesados sin asistente o sin testigo. Cuidado con el sótano tapiado de infolios hoja-biblia, o los insumos para teñir vitrales o años de una edad, así, con tanta gracia como quien tose. Tentación de tomar partido en la guerra de las dos cruces cualesquiera sean sus rosas, tentación de intentar un balance entre el mazo de argot o de Visconti; tentación de desplumar los 33 grados de un pelícano adicto al opio. Descrédito de las circunferencias cuyos rayos están en todas partes y sus centros en ninguna. Descrédito de los maestros que aparecen cuando el discípulo está preparado. No preparan para enfrentar el simple tiempo sucesivo. Porque de todo eso supe en el Salón de marras y nunca fui tan violentamente feliz como entre aquellos muros.

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George Sand limpia la sangre del teclado con un pañuelo que quemará junto a hojas de lavanda para envolver los muros de la Mansión Doudevant con la caricia de un ángel escapado del tarot de Crowley. George Sand cierra una pauta en la que se adivina el pulso afiebrado de alguien que tose en la habitación contigua; cambia las flores del jarrón que un gato egipcio verterá sobre el piano, lo secará después con su apatía tan lunar y esfinge, crucífera y rosácea en el beso de dos rectas que jamás debieron conocerse, en el tacto de un siglo hecho para arder y tomar los cuellos por asalto. En una habitación contigua alguien camina con fórmula de león enjaulado creyendo que la palabra nación pertenece a un sacramento. Alguien que llora demasiado por su hermana muerta; que sube y baja escaleras con vocación de fantasma. George Sand acude. Cuando el vino no es bastante y los cuervos sobreviven a la caída de la torre y la hiedra cubre las ventanas con manoseos odiosos George Sand acude, siempre acude. Aurore Dumpin, la fea jacobina, la bruja masona, la femme fatal que se rió del pequeño pene de Víctor Hugo, teósofa intrigante que recorre los pasillos de la Sociedad Niebla invocando endriagos con su voz ronca, volverá temprano para asistir a su asilado, concluirá pronto la cita infiel así el amante se llame Dumas o Delacroix o espere de ella una profecía que llegue con retraso a su cumplimiento. Temprano George Sand vuelve a casa, Aurore Dumpin siempre vuelve. Y alguien al oír la puerta no debiera bajar de la cama pero le apura una leyenda donde el protagonista muere esa noche. Alguien sale al encuentro de esa matrona fulminante y ama pese a todo el tintineo de la llave 54


en aquel umbral decimonono flanqueado de gรกrgolas. Alguien que tose sobre un piano y recorre con euritmia de fiera enjaulada los rincones de la Mansiรณn Doudevant antes que el amanecer hunda alfileres en dos pares de ojos desvelados.

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Algo menos obviedad, menos vicio, menos fe, menos conciencia, menos razón de manos vencidas colgando del catre, del retrete, del ataúd; el albatros ascendiendo a velocidad mortífera para la escena de una caída que le devuelva la vida; un niño con caramelo en la herida que detuvo su crecimiento para la crueldad dulce de la cicatriz que lo hace crecer. El mundo se muere, no turbéis su agonía, bufones de la consagración, dejen en paz a la Venus atrapamoscas mientras deglute su presa porque ese insecto puso su huevo en un muerto bellísimo, más que el espanto de ser salvado. Ahora mismo suena el ómnibus en el Faubourg Poissonnière y ¿quién prueba que ese cromatismo no sean gotas descendiendo en un vaso? Falsas relaciones entre las horas y el reloj, falsas relaciones entre el sueño y el durmiente. Falsas relaciones entre el beso y el aliento, falsas relaciones entre las reglas y las excepciones, entre las palabras y la voz, entre el acto y el deseo, falsas relaciones en las exequias del mundo. El festín del oído –le régal de l’ou– está servido. Un hombre más joven que sus hijos se sienta frente al piano a discernir órganos sanos del cuerpo gangrenado del futuro. Y así sea el alumno más brillante o más acaudalado, se oye decir al instructor maldito muchacho ¿qué regla sigue usted? Hojas en blanco, demasiadas, pesan tanto en las arrugas de carnes tonales verdaderas. Se oye un portazo, aúlla un gato, cae un jarrón con colores nauseabundos. Se oye una respuesta: «mi fórmula señor, es mon plaisir». 7 56


Soy Joseph Aimé Péladan, mejor llamado El Sar. Responsable de tres o cuatro pétalos exilados de corola. Para ellos busco asidero, no para mí que no tengo medios para mis consecuencias. Admiro al poeta Adrien, mi padre, y no se lo daría como padre ni a mi peor enemigo. He leído treinta veces La Musa Negra de Stanislav de Güaita y no la compartiría ni con mi mejor amigo. Soy el cismático que se pasea por la Galerie Durand-Ruel prodigando absoluciones que nadie ha pedido. Vivo en una aldea arrasada después de un terremoto imantado por leyes más necesarias cuanto más recusadas. Al alba elevo mis plegarias mientras duermen mis amantes -íncubos y súcubos- apenas separados del sepulcro porque sus carnes agotadas aún podrán recuperarse. Tentación de embrutecer al escorpión que duerme entre siemprevivas. Tentación de dejar a los fieles esperando debajo de las cruces. No viajo de cuerpo entero, vivo de vida en vida hasta abotagarme. Francotirador, retardatario de los signos. Me exalto como un viejo axioma por el cual morirán demasiados. Trabajo la serpiente al copular. Mi mejor momento recuerda en todo, dicen, al género humano. Al romper en risas rompo en llantos de otros que contemplan. Se me divisa en pesadillas desperezadas con culpas milagrosas, rostros que no van a hermanarse con nada ni nadie sino a costa de una súbita presencia. Tú que observas, sabed que el infierno es lo inmejorable. Sé paciente con el corro profano. Convócalo. Cénsalo. Escúchalo. Yo no lo hice.

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En la Galerie Durand-Ruel, el 5 brumario de 1897, rodeado de óleos en tres divisas, el tufo a pernod y teína hindú -inglesa de la India-, éter brumario para envolver el nudo que no cede, borra de los días demasiado nuevos para un mundo tan viejo, en el Salón Rosa-Cruz del Chams du Mars, en el quinto día del mes definitivo, alguien por fin ha entendido. Asunto de cromatismo y muchas patas de arañas aplastadas en la pared, corcheas sobrepuestas, balanceo de bigotes, percusión de copas, el humo cortado a esmeril, las sombras parlantes, las cabezas convertidas en colmenas, risas de 34 luces, flores de 10 dedos, los amantes -íncubos y súcubos- acostumbrados a todo, el rumor del reloj y el señorío pálido de un verso gastado por los cascos del carruaje en adoquines diariamente eternos, la cortina del crepúsculo corrida por un guante, todo como salido de un libreto, todo ardido en el mechero de láudano de los ciegos de melancolía. No pudo seguir de mesa en mesa al Sar toda la noche ni alcanzó a improvisar en el piano una falseta para subrayar el último aforismo, pero lo entendió, no a él -que no es lo que vale-, sino a su drama. El entendimiento de Maurice en una nota de clavel, en una nota de brumario, en una gota de pernod que no alcanza a ser lamida al fondo de la copa. Antes repasó en la manga otra gota que escurría; fue de SOL a FA menor, lo cual es cruel, e hizo la señal según el Mito Escocés Ambiguo y Añejado. Entendió y apuró su pulso hasta las babas, a contraluz frente al muro, cerró el piano y solfeó una pauta propia pero escrita por otro como pasa tantas veces, se durmió sobre el piano y pasó de FA a RE menor - DO disminuido a la 7a para resolver en SOL mayor, lo cual es definitivamente despiadado. El Sar cerró el Salón y se recluyó a marcar párrafos de Sócrates. Y no pocos vieron que el entendimiento es parte del cuerpo, se brinda en un segundo, después se degenera y después viene el hecho i-rre-pa-ra-ble.

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El Sar es adicto a la pimpinela escarlata. No consume su tallo sino su raíz. No consume su flor sino su capullo. El Sar trashuma de noche en busca de este elixir. De día todas las floraciones son iguales. De noche el olfato no tiene margen de error, el tacto no engaña aunque las musas-araña traicionen y el ojo se declare incompetente. El Sar colecta su placebo asistido por su animal tótem. Cada cual posee uno de acuerdo al color de su contrario que es su material de resistencia. Al Sar corresponde uno muy negro, porque es muy blanco el reflejo de su tedio. El Sar parece un Dios asirio. Dejan rastro en él los rezos de los condenados a muerte. Atiende personalmente el Salón Rose-Croix y sirve mistela a sus asilados simulando la dirección de una orquesta ortopédica bajo el influjo de Erik, el mueblista. El Sar no necesita a los clásicos ni estudiar a los profetas. Su saciedad es no necesitar ni ser necesario para nadie. Su amargura es no saberse de corrido el Socrate del fidelísimo Erik, ese que llegó muy avispado en un tiempo muy agrio. El Sar imparte apotegmas en idiomas imposibles. Así habló cuando vino Gabriel, de oficio dodecafónico, ex proxeneta de Dios, empalador delegado del alto mando. Y aquellos desdichados no tuvieron tiempo ni de acabar su champagne. Entonces el Sar tomó su florín y dibujó en el aire esta sentencia: un voluntario que mire esta carroña. Convóquela. Cénsela. Escúchela. A mí no me incumbe.

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10 Se aposentaron frente a frente los acólitos de las dos flores, de un lado el Sar y sus leales: Erik -tan joven que casi no era bípedo-, Claude, Maurice, Gabriel, Elémir, Saint-Pol, Stephan, Eugene; del otro lado Estanislao de Guaïta y los suyos: Osvald, Gerard, Aleister, William Butler. Y aunque ambas logias fueron negras no dejaron de estallar fotones fatuos y durante días se exhibieron las telas y se oyeron las falsas relaciones orquestales de unos, los más crucíferos: Satié, Ravel, Debussy, Fauré, Bourges, Roux, Delacroix y se escucharon declamaciones de grimorios y rapsodias de los otros, los más rosáceos: Wirt, Encausse, Crownley, Yeats. Y no fueron mejores unos que otros y reinó confusión no comercial entre los citadinos y se oyeron apóstrofes y denuestos como no antes. Y se oyó la Wagnérie chaldéenne y el Socrate para tiple impúber y la cantiga Op. 11 de Fauré, odiada por los ángeles del Duino. Y los poemas de Stanislav llamados Rosa Mystica y Muse Noire, junto a los de Aleister llamados El Sueño Circeano y Confesiones fueron retorcidos por calles similares en balcones y pomposos entresuelos, en infusas bibliotecas y a orillas del río, en los adoquines del Donjon del' Isle donde fue quemado vivo Jacques de Molay en 1314 y en 1793 vengado por la guillotina. Y se oyó a Emma Calvé cantar 3 días con sus noches y se dijo que el hermano del Sar -su peor enemigollamado Adrian como su padre, iniciado antaño en Tolousse, logró transmutar la piedra hedionda en metal de plusvalía y se vio a Erik y Maurice en lectura a dos manos izquierdas y se supo de prodigios nunca antes bien fingidos donde por fin importaba la forma y no el fondo del asunto. Entonces el Sar colgó su edicto a las puertas del palacio del Champ de Mars: "Al que tenga lengua para lamer y uñas para pizcar, etcétera, la même chose tous les jours…" 60


Y Estanislao al ver que era estéril todo trato respondió a tiempo sucesivo -entre redondas reventadas, enanas enrojecidas y corcheas de 8 patas aplastadas en el muro"Considerando que un miembro dimisionario ha fundado en Sextilis de 1890 una secta cismática..., etcétera..., la même chosse de tout le jours..." Y los dos caudillos se leyeron a escondidas aunque se negaron -como cualquier poeta que se respetey aposentados frente a frente como estaban durante la noche de llovizna que hacía más especulares los adoquines de la Galerie Duran-Ruel, -con ese brillo hiriente del agua en la sombraambos clanes opusieron sus blasones y fue llamada ésta la guerra de las dos rosas y unos, los del Sar y los otros, los de Stanislav rompieron sus sellos y se derramó vino como no antes sangre y se oyó música la más ceniza de todas las vigilias y se dijo que esta guerra se daba con aliados de otro mundo y se tuvo por cierto que reyertas tales se llevaban a cabo en los planos visibles e invisibles y en los conventículos de la Cité de la Lumière durante muchos años no se habló de otra cosa.

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11 Estaba enfermo el Sar. Y Claude, Maurice, Erik y los otros que hay en ellos enfermaron con él. Pasaron del estupor de un niño colmado de placeres al entumecimiento de un niño colmado de placeres y a la perfecta inmutabilidad de un niño colmado de placeres para jugar en el albedo con el vapor que sale de la boca. Después refractaron luces con cristales y no quisieron vivir. Sólo así sanaron.

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VARIACIONES SOBRE EL TEMA DEL FAUNO

1 Soy el fauno, niño, que duerme a la orilla de un lago. ¿Sabes dónde quedan esas islas atadas al destino de seres intangibles? No te extrañes de mis pequeñas astas y mis ancas lanudas. Niño, soy el fauno que circula con las pezuñas en punta. Es verdad que soy muy feo. Por eso esta mañana tenía en mis brazos sendos cuerpos no superados por ideas anteriores; no sé si náyade o querube porque todos los sexos huelen igual para mí y el semen de ángel es estéril y dulce y la sangre de nenúfar sabe a dientes de gema pero las flores de los que danzan sobre loto no abren vivas. Desperté y ya no estaban: la belleza huye de mí porque a mi lado es más aguda y no soporta conocerse cuando aproxima su imagen en las riberas movedizas. 2 En la noche floreal Debussy guarda luciérnagas en una caja de sándalo y el corno francés queda sonando entre las hojas de acanto (hechas para quién se esconde). Hay plumas que nunca tocan tierra, oh amado, nunca cesan su pendular aéreo, cuando Mallarmé roza con pinceles de luz el rastro de los seres furtivos y el arpa deshace las alas tardías en la alineación de estrellas y fagot; deshace las uñas de los niños como tus amigos que permanecen en la espesura de la fronda más allá del ocaso permitido para orinarse unos a otros con el azúcar tibio del anís y nadar entre corales prohibidos y ocultar perlas devueltas por las ondas mientras los sátiros les roban la ropa y las devuelven a cambio de un beso salobre. 63


3 Pero Debussy reprende a los niños que no llegan a tiempo al ejercicio. Es preciso deducir el clarinete de las primeras fusas con que la luna despacha a los infieles que visitan otros jardines y delatan los mapas. Hay gotas de sereno que nunca tocan el suelo. Nureyev bebe directamente de ellas en el aire porque su cuerpo es una llave de sol o un zarcillo axilar al dibujo ingrávido de su reflejo en movimiento. Por eso se le ama en el toalet, de pie, frente a un espejo donde todos son príncipes de una isla secreta. Mallarmé ríe en las iglesias recordando esos confines y ríe en las calles con una botella de pernod oculta en la camisa, mi niño, no lo saludes de día porque es nictálope y juega a las cartas con Debussy intercambiando signos del zodiaco, juega a las cartas apostando ninfas y seráficos, comparando la duración de sus copulaciones, distribuyendo bronces y arcos sin un plan determinado en una siembra de números exactos. 4 Hay pétalos que nunca tocan tierra, oh gracioso, que nunca retroceden cuando se internan a la sombra de los recios manglares. Nureyev conoce ese punto de no-retorno de los espirales al eje, de los insectos que suben en corcheas para caer más alto cuando acaben sus pocas horas de vida. Pero los facinerosos siempre son adolescentes y no huyen de mí aun si es verdad que soy tan feo, no huyen de mi hedor ni de la marca de mis patas bivalvas en la arena y tú, niño, oirás esa canción y recordarás esa égloga cuando estés entre los dueños de un mundo envejecido, sonreirás a la hora del almuerzo y estarás mucho rato antes de dormir estirando tu prepucio, murmurando esa grácil melodía.

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VARIACIONES A JEAN COCTEAU (En rigor, el primero es un poema que me habría gustado que Cocteau escribiera, el segundo es derechamente un plagio y el tercero es una traducción libre) 1 Al igual que la piedra esmeraldina caída del cenit al medio de sus ojos, al igual que las pupilas decantadas con el peso de visiones perdidas en apuestas, el océano tiene imperfecciones, malas rachas de color que se pierde en los cuerpos que deprecia, pero el bañista embelesado siempre vuelve al simulacro de las olas porque adora el placer de joyas falsas. 2 El sábado en la noche irás a ver el faro entre las hojas. Nada que salvar en tus arcones, nada que guardar en tus bolsillos. El lunes por la mañana irás a ver el árbol calcinado. 3 "Ese golpe con puño de mármol fue bola de nieve. Y le estrelló el corazón iluminado. Y al vencedor estrelló también la blusa, al oscuro, irresistible lanzador de piedras. Quedó helado en su cuartel de soledad, desnudas las piernas bajo el muérdago, las nueces de oro, el arbusto, estrellado como pizarrón de estudio. Así son a veces en el colegio esos puñetazos que hacen escupir sangre, esos puñetazos duros como bolas de nieve que, al pasar, asesta la belleza al medio del pecho ." 65


LA INVENCIÓN DE RAYMOND RADIGUET

Depuis 1789 on me force à penser. J’en ai mal à la tête (Desde 1789 me obligan a pensar. Me duele la cabeza). R. Radiguet

Jean Cocteau escribió la obra de Radiguet y después lo mató. Como a todo dios, para matarlo tuvo que crearlo y lo hizo absurdo para que fuera creíble: escolar advenedizo, multiplicado en cualquier plaza, no tan hermoso para facilitar su dibujo y perfeccionarlo lentamente mientras duerme. Lo escogió desde su nacimiento, supervisó sus instrucciones con mano de orfebre. El ángel Heurtebise que siempre tiene demasiada prisa no cabía en ningún largometraje y apenas pudo caber en la realidad por unos pocos años de amoroso cautiverio. A los 15 le dio pauta fuera de la jaula. La envidia de París lo hizo poderoso: el poeta maduro y el niño prodigio, jaque-mate para cimentar la gloria del maestro asegurando un discípulo envidiado por todos. La obra más perfecta debe ser la más inútil. El secreto mejor guardado del siglo es el secreto de Cocteau: una leyenda que supere en escándalo al capítulo anterior del caballero Verlaine y cierto granuja, un nuevo mito que ponga fin a ese reinado sin tirar una bala. Jean Cocteau vistió a Radiguet como debe vestirse a un señorito y le dio margen de libreto: los ángeles adoran desvestirse junto a pianistas, comediantes, fonógrafos humanos, aristócratas caídos, hedonistas sardónicos, dibujantes en bancarrota o marchantes de arte oportunista, mueblistas filarmónicos, Príapos de puerto arengados por Genet en comic baratos, en películas mediocres con buenos simulacros de exterminio pornográfico, lo justo y necesario para alguien a punto de suicidarse operáticamente, sólo por embotamiento. Los ángeles adoran desvestirse de manera sincopada y petrificarse para ser retratados. 66


Jean Cocteau escribió "Le Diable au Corps" y "Le Bal du Comte d'Orgel" al mismo tiempo que "Tomás el impostor" trazando los hilos bajo falsa bandera. Se los dio a Radiguet, él admitió la farsa: dos historias sobre mujeres insaciables contadas por un niñato que duerme con hombres y que apenas repetía sus lecciones de primaria. En el duelo de genios ambos son antihéroes. ¡Mon amour, Monsieur Bebé, sabrás que el que cede siempre es el más fuerte. Un semi-adulto explotado por su parte semi-niño no puede permitirse la victimización y el maestro no puede admitir a un cautivo débil. El enfant terrible celador de la llave para un idioma de hiedra cubriendo el muro del instinto, el toque de campana para un placer no franqueado por rumores de guerra, el fusilado a los veinte años por los soldados de Dios en venganza por el adulterio impune, la cópula edipiana a continuación de la política cuando han fracasado todos los medios. Hay una protesta del cuerpo contra el alma a través del ritmo circadiano, el reloj de arena de la oxitocina. Cocteau, el Gran Maestre de la Orden Rosacruz, sucesor de Debussy en el cargo programó su reacción en cadena hacia la historia de la mano de un crudo mozalbete: Radiguet casi analfabeto, incapaz de hilar una miserable epístola así encumbrado, con cirios en torno, circunferenciado con tiza al medio de un pentáculo (el rebote del blasón en el eco de Orfeo) dichosamente itifálico como estatuilla asiria, ungido con pluma de aspavientos, retinas entornadas, lucrado con axiomas que no ofrecen las ferias justo en el clímax de su insignificancia, Radiguet, otro bisoño del suburbio, fraude deslumbrante con pelusas en el bocio, Radiguet, rapazuelo trepador experto en geometría escuchó decir: "no es la rosa Monsieur Bebé, no es el cáliz ni el cirio de erección enjaezada. Son tus ojos que rozan el error exacto al cerrarse con pestañas multifloras." Las líneas que Cocteau no podía permitirse puestas a resguardo por la misma secta que las niega. Después los dadaístas, el diluvio, los rockeros chovinistas. Antes: Leonardo, Víctor Hugo, la toma de la Bastille, la guillotina. Y Radiguet suscribe una obra que no es suya 67


comprando su fama y su placer de paquebote con unas horas de eternidad maltrecha, un poco de historia posada en un fruto estéril, opiáceo, grave en el pianoforte y pesado en el astrolabio, salado en el ombligo sucio con arena de la playa de Piquey, entumecido en el filo de la obertura de bronces de George Auric justo en el paso por el lago parietal, el vórtice en el muro, el espejo abierto en el beso de agua y antes de secarse la tinta en el dibujo mientras el veneno inyectado por Cocteau surtía efecto su mariposa atrapada en el desagüe, Radiguet creyó ser el personaje, a la medida de su queja, lo halló digno de sí: una protesta del tiempo contra la juventud que lo consume porque estar siempre de parte de la belleza es cansador y un martillazo en el cristal con el falo tumefacto por el rigor mortis es la única manera de despabilarse antes de entrar en escena.

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MÚSICA FÚNEBRE PARA UMBERTO ECO

No bien abierta la tumba es hallada culpable la rosa. No bien abierta la tumba es hallada no virgen, profanada por otro muerto antes. En el cortejo hay asteroides sin dientes, quejas de motores en pleno embriague de mutación entre ser causa y dejar de ser efecto; hay mortajas en desuso y mariposas con raíces en el siglo pasado, cálculos eviscerados por azares, niños de probeta demasiado inteligentes para su fase de gestación: ángeles de terribilidad embrionaria. Fantasmas con marcapasos injertan en la memoria de sus hijos algunos tics característicos de la secta. Se dispone de lenguas congeladas, tripas sacras, tablillas paleojurídicas traducidas a diversos ritmos mientras el solista de la banda de rock funerario sabe que su rubato con efecto pesado engendrará una nueva especie pero lo hará lento, amorosamente, como la degradación de los féretros. El cortejo es capturado en reality time por millones de ojos facetados capaces de descomponer cada código genético en busca de un antecedente sobre el primer estupro para convertirlo en evangelio. Se disponen vasijas protohistóricas con semillas aún fértiles de especies extinguidas; liturgias a tablero vuelto, las catedrales abarrotadas de televidentes muertos con la mano en la tecla de encendido, nalgas con cirios de cumpleaños para los sacrificados del ritmo bimilenario. Sobre el escritorio los sapos mutagénicos dan el primer salto evolutivo de su especie pero esto no será advertido hasta dentro de 100 años y para ellos nunca será útil, a lo sumo será interpretado, almacenado en un chip donde a los niños del futuro se les inventará un origen. No bien abierta la tumba la rosa es incinerada para impedir su vergüenza 69


y es descuartizado Ganímedes para impedir su rapto y es preñada Leda para impedir su envejecimiento. Toda la música admisible suena impostada, indigna de distraer a los ejércitos a pocas millas de distancia, indigna de interrumpir las decapitaciones en la misma arena multiplicada como los hijos de Nemrod mientras los alacranes dan otro salto evolutivo de su especie que recién hace útil el salto anterior ocurrido hace un milenio. Y es el signo de fatiga de la rueda con la burla de sus huellas frescas girando cada vez más lento pegadas a un rostro derretido en el asfalto.

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ÍNDICE 71


LENGUA MUERTA CABLEADO SUELTO ………………………………………………….. 1. Compuso su preludio 2. Fui a otras tierras 3. Antes de cortarse las uñas: la misma frase. Y después. 4. Dígame todo lo que sabe sobre esa melodía 5. Un nombre y una fecha 6. La Gran Guerra del 14 7. Mi único propósito es corromper a la juventud. 8. 1.- Levántese temprano y tome aire. 9. Y Claude enseñó a Erick 10. Se me reportó desaparecido en combate 11. Añoraba un tiempo en el que fuese decisivo el oído absoluto, 12. Con estos pulgares podría descerrajar la cripta de Napoleón 13. Tachado en el borde de la pauta 14. Syd Debussy corre en la noche 15. Te lo habían advertido. GRAVES SECUELAS……………………………………………………………… 1. Crecí disperso en mis camisas, 2. Nunca fui bueno para esto. SUITE GEOMÉTRICA PARA AMUEBLAR UN SALÓN SINARQUÍA…………………………………………………………………………………..

1. No tengo ideas. El Sar Péladan es el que tiene. 2. A excepción de mi nostalgia lunar por tres o cuatro criaturas 3. Durante el tiempo en que compuse 4. Más de una vez se vio rodar bajo el piano a un intérprete de pájaros. 5. George Sand limpia la sangre del teclado 6. Algo menos obviedad, 7. Soy Joseph Aimé Péladan, mejor llamado El Sar. 8. En la Galerie Durand-Ruel, el 5 brumario de 1897, 9. El Sar es adicto a la pimpinela escarlata. 10. Se aposentaron frente a frente los acólitos 11. Estaba enfermo el Sar. VARIACIONES SOBRE EL TEMA DEL FAUNO VARIACIONES A JEAN COCTEAU LA INVENCIÓN DE RAYMOND RADIGUET MÚSICA FÚNEBRE PARA UMBERTO ECO

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Este libro fue diagramado y editado por EDICIONES LA OTRA COSTILLA impreso en Talleres de Imprenta Salesianos en Santiago el … de … de 2019

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