cuento infantil

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Era una vez, hace muchos años, (en la Edad

Media,

para

ser

precisos),

un

pueblecito típico de la Castilla de los castillos y las murallas. Nunca había guerras

por

allí

cerca,

y

todo

era

tranquilidad. Además, estaba situado cerca de las montañas y era muy difícil cruzarlas. Tenía a su alcance rebaños, ciudadelas, (donde había mercado), y fuertes y refugios para que se protegieran sus habitantes, -en caso de que fueran atacados- . Pero temían una cosa: había en una colina cercana, llamada por ellos “La Colina Negra”, un hechicero oscuro. No salía de ahí, y para nutrirse, obligaba a los lugareños a llevarle comida y bebida todos los días. Cada día le tocaba a uno.



Como

en

el

pueblo

había

treinta

habitantes, se lo repartían en treinta días, y volvían a empezar… Si a alguien se le olvidaba llevarle los alimentos, lo transformaba en bicho del bosque. Y si alguien le llevaba la contraria, lo hacía mudo o sordo. A veces amenazaba con lanzar un ejército de caballeros contra ellos. Así que todos se acordaban de su fecha para subir a llevarle la comida. Los habitantes del poblado eran tímidos y miedosos,

pero

valientes

cuando

se

trataba de serlo, para salvarse entre ellos, por ejemplo. Se querían mucho, y no toleraban

cuando

había

defunciones.

Tenían un jefe, Juan de la Pepita de


Calabaza, que no era ni parecido a los demás. Le daba igual lo que le pasara a la gente, pasaba de todo. Y además era un cascarrabias. Vivía solo, en una casa pequeña, (aunque era la más grande de la zona) y se pasaba el día sentado en un“trono” que el llamaba, porque en realidad era una silla grande y vieja de madera.

Le

gustaba

llamar

a

gente

diferente todos los días, para reñirla por algún motivo que se inventaba. Y cuando se aburre, lo hace con las ratas, que no le entienden. Tanto llegó a pensar que era un rey, que se hizo una corona que nunca se quitaba, y la señalaba frunciendo el ceño cuando alguien que pasaba por delante de él no se inclinaba.



Pero vamos a la historia; un día, a Casimiro Pergamino, que era el sabio del pueblo, se le olvidó ir a la colina a llevar los víveres al hechicero, porque estaba muy atareado con sus inventos. Entonces, por la tarde del mismo día, hubo una fortísima tormenta que mojaba

y

movía

todo.

Todos

salieron

corriendo. (¡Hasta los magos dejaron de hacer sus trucos!) -¡Ha sido el hechicero!- gritaban todos aterrorizados -¡¡Ha sido el hechicero porque no le hemos llevado su comida!! Todos se lamentaban. Bueno, salvo Pepe Ceporro. Pepe Ceporro era el más valiente, listo y aplicado de ellos. Les quería mucho. Así que les reunió en su casa, y les animó,


haciéndoles ver que una tormenta es algo natural, que pasa muchas veces, y que no había que tener miedo. -¡La furia del hechicero negro de la colina cae

sobre

nosotros-

gritaba

Especiedecalabacín del Puente, el galeno (ahora, médico). -¡Tiene que ir alguien a comunicarle que le pedimos perdón!- ideó Pepa Pepita, una bondadosa y simpática señora que solía siempre encontrar soluciones. -¡Eso!- decía Pepe Ceporro –Necesitamos saber quién va a ir. ¿Quién va? Al momento, todos (menos Juan de la Pepita de Calabaza, que nunca estaba con los demás, y que seguramente, estaría en su casa- nadie lo sabía -.) se hicieron a un lado,



muertos de miedo por la ocurrencia de tener que ir a donde el hechicero a pedirle perdón. Bueno,

Pepe

Ceporro

les

miraba

sorprendido desde el lado donde se había quedado. -¿Qué

os

pasa?

¿No

os

parece

emocionante? Vale, iré yo. Pero que se lo quieren perder. Iré mañana por la mañana,

cuando

ya

haya

cesado

la

tormenta. Todos salieron de su casa, y se fueron a las suyas. Al día siguiente, cuando el sol se levantó, los habitantes del pueblo contemplaban con pañuelos en la mano y lágrimas en los ojos, a su amigo que salía, abriendo las puertas de las murallas, Hacia la Colina Negra.


Llevaba un saco a la espalda con comida, para llevársela al hechicero, y para él, que aún no había desayunado. Cuando llegó a la ladera, tuvo que cruzar el río con el único medio que había para hacerlo; (saltando de piedra en piedra) luego, subir escalando, agarrándose a los yerbajos, (tengamos en cuenta que era una colina muy alta, con laderas muy empinadas); y procurando de no asarse por culpa del fuerte sol de Castilla. Por fin llegó arriba, a la cueva donde se hospedaba el brujo. No estaba cerca de la entrada, así que Pepe se introdujo más adentro, llamándole: -¡Hechicerooo! ¡¡Yujuuuu!! ¡Te traigo de qué nutrirte! ¡Sal de tu escondite!



Entonces se oyó una voz más áspera que una puerta que chirría: -¿Quién entra en mi casa? Es el día de mi baño anual. Suelta lo que quieras y lárgate, o te convierto en rana. -Soy Pepe. Pepe Ceporro, del poblado de allí abajo. Vine a entregarte la comida el mes pasado. -Muy bien. Deja lo que traigas en el suelo, y vete. -No. Yo quiero primero saber por qué nos pide la comida a nosotros y no baja a buscarla- se opuso nuestro amigo. -Preguntas mucho para ser tan joven. Haz lo que te digo.- le respondió el hechicero. -Y ¿cómo sabe usted que yo soy joven?


El otro se quedó sin saber que decir al oír esto. Y salió de su escondite, haciendo ver a Pepe

una

corpulenta

figura

cubierta

enteramente con una capa, pero con dos ojos verdes brillantes visibles. -Pues, porque…- se apresuró a responder, perdiendo un poco su tono de voz ronca y áspera – Sé que eres joven por tu voz, que no es entrecortada, como la mía. Pero márchate. -No, quiero respuestas. -Pero tendrás palos y puñetazos. ¡Fuera de aquí! Entonces, por el fuerte bramido que el brujo acababa

de

soltar,

cayeron

varias

estalactitas, y una fue a parar a su cubierta cabeza, aunque aquel manto negro, por


grueso que fuera, no sirvió para ahorrarle el fuerte daño. -¡¡¡AAAAAYYYYYY!!!- exclamó. Más abajo, fuera de la colina, en el alegre pueblecito

que

en

aquellos

momentos

estaba hundido en la esperanza y el miedo, el terror producido por el grito de dolor salido de la cueva, lo invadió de tal manera, que los habitantes se quedaron paralizados. Y más arriba, en la cueva; -Ay, ayayayayay… Acababa

de

salir

de

la

boca

del

desconocido, una voz que a Pepe le resultó familiar. Así que se lanzó sobre la oscura figura que yacía sobre el suelo húmedo y duro, palpándose la dolorida testa con la mano que sacó de la manga donde estaba



escondida, y le quitó el manto, descubriendo así la esmirriada y pequeñaza figura de… -¡¡Juan de la Pepita de Calabaza, nuestro jefe!! La sorpresa invadió la mente de nuestro amigo. Mientras, Juan, todavía en el suelo, se frotaba la frente, con los ojos cerrados. Pepe le cogió en brazos y le sentó contra la rocosa pared. Entonces el retaco habló; -Sí, soy yo. Subo todos los días aquí, y, como ya habrás pensado, me alimento de lo que me traéis. -Y ¿por qué está aquí? ¿Qué le hemos hecho nosotros a usted? ¿por qué no come abajo? Hable, jefe. -Está bien. Es que yo tengo metido en la cabeza que no me queréis. Ni tú, ni ninguno


de los del pueblo, y como pienso que no me querréis ofrecer alimentos ni cuando los compre, me subo aquí, a que me los entreguéis

sin

saber

con quién estáis

tratando. (Y lo de convertiros en rana y las tormentas no es verdad. ¡Yo no sé hacer magia! Digo lo de las tormentas los días que veo nublado.) -¡Pero si usted se pasa el día encerrado en su casa! ¡No sale ni para tomar el aire! Nosotros sí que le queremos, no sea así. Pensamos que es un cascarrabias porque parece que es usted quien no quiere vernos. -¿Aaaah, sí? -¡Sí! Si pasa más rato con nosotros ya verá cómo todo va bien. Es malo no estar con nadie.- dijo Pepe.


-Bueno, si es así, quizás tengas razón. He sido un completo inútil. Y no merezco este puesto de superioridad en el que me encuentro. Tú sí mereces ser jefe, más que yo. Eres valiente, amable, generoso, y gustas a todo el mundo. Realmente es así. -Bueno,

en

todo

caso,

necesita

usted

descansar. Venga conmigo, le llevaré con los demás. -¿N-no me odiarán? Después de lo que he hecho… -No, señor. Sabrán que ahora usted está dispuesto a ser amigo de todos, y todos de usted, y lo apreciarán. Así que ambos bajaron por la ladera de la Colina Negra, que a partir de ese día dejará de llamarse así, y llegaron al pueblo,


recibidos por las aclamaciones, abrazos y aplausos de todos.

fin



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