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REPORTAJE

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ARIK

STAROPOLSKY

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Nunca ha sido más valioso separar el concepto de “la industria de reuniones” del “turismo de reuniones”. Ambos son válidos, sin embargo, a veces se usan indistintamente para definir lo mismo cuando no siempre es correcto.

El valor de la “industria de reuniones” comprende todos los gastos que se realizan por organizar, recibir, atraer o inclusive para adaptar o construir espacios para las reuniones. Es decir, incluye a todos los prestadores de servicios de la cadena de valor, muchos de los cuales son prestadores de servicios turísticos. De acuerdo con el último estudio sobre la relevancia económica de las reuniones en México (CPTM, 2016) grosso modo 50% del valor total de la industria se gasta en conceptos turísticos, mientras que el resto, es en rubros que no solamente no son turísticos, sino que tampoco se consideran dentro de la Cuenta Satélite de Turismo. Por ejemplo, en el “turismo de reuniones”, se considera el gasto en hoteles, en transportación, en actividades turísticas (visitas a museos), alimentos y bebidas, compra de artesanías para regalar a los participantes o ponentes de una reunión, entre otros. Por otro lado, en los aspectos no turísticos, están el montaje, la decoración, traducción, los centros de convenciones, conferenciantes, entre mucho otros.

De igual manera, en las reuniones hay participantes, mientras que, en el turismo de reuniones, hay turistas (que hayan pernoctado por lo menos una noche fuera de su entorno habitual). En el mismo estudio, se documenta que el 44% de los participantes en reuniones son locales, es decir personas que desde su lugar de residencia asisten a las reuniones y gastan. Esto no puede ser llamado turismo.

El reto que enfrentan los destinos actualmente es que, con la disminución de viajes para asistir a los diferentes tipos de reuniones, el turismo de reuniones está disminuyendo de forma considerable. Algunos participantes se conectarán virtualmente a las reuniones y se disminuirá el gasto que se hacía en el destino. Menos gasto en hospedaje, menos gasto en transportación, menos consumo de alimentos y bebidas y menos experiencias turísticas. Por lo tanto, menor mecanismo de promoción para que un turista vuelva después de haber participado en una reunión con sus familiares y amigos, pero ahora por motivos de placer.

Es pronto para saber cómo se va a reconfigurar la composición del valor de las reuniones. Sin duda en lo que se gastaba antes, se está modificando. Habría que preguntarle a los meetings planners cómo impactan las herramientas tecnológicas hoy en el gasto total de una reunión y qué porcentaje ocupan. Pero el efecto en los destinos y sus prestadores será importante. ¿Qué pasará con todos estos hoteles que habían invertido en centros de convenciones o en salas para mantener reuniones? ¿Qué pasará con las actividades que los participantes de reuniones hacían? ¿Qué pasará con la ocupación hotelera que generaban las reuniones? El gasto va a disminuir. Los destinos enfrentarán un nuevo reto en su vocación para definir prioridades.

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