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NICOLÁS DE CUSA DE LA DOCTA IGNORANCIA Y APOLOGÍA DE LA DOCTA IGNORANCIA LIBRO 1 CAPÍTULO 1 Cómo saber es ignorar
Observamos que hay en todas las cosas, por un don divino, un deseo natural de existir de la mejor manera posible dentro de lo que consiente la condición natural de cada una, y que, con ese fin, obran y tienen los instrumentos apropiados los seres dotados de capacidad de juzgar innata: ésta posibilita el conocimiento para que el apetito no se frustre y pueda alcanzar la quietud allí donde le lleva el peso de su propia naturaleza. Si acaso sucediese lo contrario, eso será forzosamente accidental, como cuando la enfermedad deprava al gusto, o la opinión a la razón. Por eso decimos que la inteligencia sana y libre que, incansablemente, por un afán de búsqueda innata, desea alcanzar la verdad examinándolo todo, la conoce como por un abrazo amoroso, ya que no dudamos de que sea absolutamente verdadero lo que se impone a todo espíritu sano. Ahora bien, todos los que investigan juzgan proporcionalmente de lo incierto por comparación a algo presupuesto cierto. Toda investigación es, pues, comparativa, usando como medio la proporción. Cuando el objeto investigado se puede comparar con el presupuesto, por una reducción proporcional obvia, se hace fácil el juicio apreciativo; pero cuando hay que recurrir a muchos intermediarios, surge la dificultad y el trabajo. Eso es cosa bien conocida en matemáticas, en las que las primeras proposiciones se reducen más fácilmente a los primeros principios evidentes, mientras que en las posteriores, que no se reducen más que por las anteriores, hay mayor dificultad.
orden de la cuantidad el que genera una proporción, sino el que se da en todo orden, en todos los seres que de cualquier modo, sustancial o accidentalmente, pueden convenir y diferir. Esa es tal vez la razón por la cual pensaba Pitágoras que todo está constituido y es inteligible por los números. Sin embargo, el precisar las combinaciones en las cosas corporales y la acertada adaptación de lo conocido a lo desconocido, sobrepasa a la humana razón, de tal grado, que a Sócrates le pareció que no sabía más, sino que era un ignorante. Y el sapientísimo Salomón' afirmaba que todas las cosas son difíciles e inexplicables por el lenguaje, y otro inspirado por, el Espíritu Santo dice que la sabiduría y la sede de la inteligencia están ocultas a los ojos de todos los vivientes. Siendo así, como lo afirma también el profundísimo Aristóteles en su Filosofía primera, al decir que en las cosas que son más evidentes por naturaleza experimentamos una dificultad semejante a la del búho cuando intenta ver el sol, y, como por otra parte, no puede frustrarse nuestro apetito, deseamos conocer que somos ignorantes. Si lográremos conseguir eso plenamente, alcanzaremos la docta ignorancia. Pues no hay mayor logro que se pueda seguir en la sabiduría a un hombre, aun celosísimo en aprender, que el encontrarse doctísimo en la ignorancia misma que le es propia, y tanto más lo será cualquiera cuanto más sepa que es ignorante. Con ese intento he dedicado mis esfuerzos a escribir unas pocas cosas sobre esta docta ignorancia. CAPÍTULO II Elucidación preliminar de las cosas que siguen
Toda investigación, pues, se consuma en una comparación, fácil o difícil; por eso, el infinito como tal, que rehuye toda proporción, es desconocido. Ahora bien, la proporción, al incluir a la vez conveniencia y disconveniencia en algo, no se puede entender sin el número. El número, por tanto, abarca todo lo que admite proporción. No es tan sólo, pues, el número que se da en el
Habiendo de tratar sobre la ciencia máxima, la de la ignorancia, estimo necesario el estudiar la naturaleza de la maximidad misma.
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Llamo máximo a aquello que es lo mayor que se puede encontrar. Ahora bien, la plenitud conviene a un solo ser. Asi, la maximidad coincide con la unidad, que es también entidad. Si tal unidad está universalmente libre de toda relación y de toda! contracción, es evidente que nada se le opone, ya que es la maximidad absoluta. Así que, el máximo absoluto es algo único, que es todas las cosas; en el cual están todas las cosas, porque es el máximo. Y como no se le opone nada, coincide a la vez con él el mínimo; por eso está en todas las cosas. Y por ser absoluto, es en acto todo posible, no sufriendo ninguna restricción por las cosas, sino procediendo todas de él. Este máximo, en el que la fe de todos los pueblos cree firmemente como Dios, trataré en este primer libro de estudiar sin llegar a comprenderlo, por estar sobre la razón humana, con la guía de aquel que es el solo que habita una luz inaccesible. En segundo lugar, lo mismo que la maximidad absoluta es la entidad absoluta, por la cual todas las cosas son lo que son, así la unidad universal del ser procede de ella, que se dice máximo por referencia al absoluto, y que, en cuanto universo, existe de manera reducida; su unidad se halla reducida en la pluralidad, sin la cual no puede existir. Y aunque en su unidad universal comprende todas las cosas, de suerte que todas las cosas que proceden del Absoluto están en él y él en todas, no subsiste, sin embargo, fuera de la pluralidad en la cual existe, ya que no puede existir sin la reducción a la que no puede substraerse. Sobre ese máximo, el universo, añadiré algunas cosas en el segundo libro. En tercer lugar aparecerá un tercer aspecto del máximo. En efecto, no teniendo el universo subsistencia más que la reducida, en la pluralidad, buscaremos en esa pluralidad al máximo único, en el cual el universo subsiste en acto, en grado máximo y perfectísimo como en su fin. Y como este universo se une con el Absoluto, que es el término universal, porque es el fin perfectísimo, que sobrepasa toda nuestra capacidad, trataré algo, en la medida en que El mismo me inspire, de ese máximo que es a la vez reducido y absoluto que llamamos Jesús, siempre bendito.
Pero para alcanzar el sentido de lo que se dirá, hay que elevar el entendimiento sobre la fuerza de las palabras y no adherirse demasiado a las estructuras del lenguaje, que no se puede adaptar con precisión a tan grandes misterios intelectuales. Los ejemplos que yo propongo debe usarlos el lector de manera
trascendente, abandonando lo sensible, para encontrar así vía expedita hasta la simplicidad de la inteligencia; me he esforzado cuanto he podido por hacer accesible esa vía a los ingenios corrientes, evitando toda escabrosidad en el estilo y poniendo a plena luz la raíz de la docta ignorancia en la inaccesible precisión de la verdad. CAPÍTULO III Que la verdad exacta es incomprensible Puesto que es de por sí evidente que no hay proporción de lo infinito a lo finito, también es muy claro, como consecuencia de eso, que donde se encuentra algo que excede y algo que es excedido, no se llega al máximo absoluto, ya que ambos, excedente y excedido, son finitos, y el máximo como tal, en cambio, es infinito. Dado, pues, algo que no sea el máximo mismo absoluto, es cosa clara que se podrá dar algo que sea mayor. Y como hallamos que la igualdad es gradual, de suerte que una cosa es más igual a una determinada que a otra según las diversas conveniencias y diferencias, genérica, específica, de lugar, de tiempo y otras parecidas, es evidente que no se puede dar con dos o más cosas tan semejantes e iguales, que no puedan ser aún más semejantes hasta el infinito. De ahí que la medida y lo medido, por muy iguales que sean, siempre seguirán diferentes. Así, pues, el entendimiento finito no puede, por medio de la semejanza, llegar a la verdad precisa de las cosas. Pues la verdad no admite más o menos, sino que consiste en algo indivisible, que es incapaz de medir con precisión toda otra cosa que no sea la misma verdad: como el círculo, cuyo ser consiste en algo indivisible, no puede ser medido por el no-círculo. Por tanto, el entendimiento, que no es la verdad, nunca capta la verdad con tal precisión que no pueda ella ser captada más precisamente hasta el infinito, de suerte que el entendimiento es a la verdad lo que el polígono es al círculo; cuanto mayor sea el número de los ángulos en el polígono inscrito, tanto éste será más semejante al círculo, pero nunca llega a ser igual, aunque se multipliquen hasta el infinito los ángulos, a no ser que se resuelva en identidad con el círculo. Queda, pues, claro que nosotros no sabemos de la realidad más que el que somos conscientes de que es incomprensible con
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precisión en lo que es, ya que la verdad es una a modo de necesidad absoluta que no puede ser más o menos de lo que es, y nuestro entendimiento, como una posibilidad de conocerla.
Por tanto, la esencia de las cosas, que es la verdad de los entes, es inalcanzable en su puridad; investigada por todos los filósofos, por ninguno ha sido descubierto tal como es, y cuanto más profundamente doctos fuéremos en esta ignorancia, tanto más nos acercamos a la misma verdad. CAPÍTULO IV El máximo absoluto es entendido incomprensiblemente; con él coincide el mínimo El máximo, mayor que el cual nada puede haber, siendo simple y absolutamente mayor de lo que puede ser comprendido por nosotros, por ser la verdad infinita, no es alcanzado por nosotros más que incomprensiblemente. Pues no perteneciendo a aquellos seres suya naturaleza admite algo que excede y algo que es excedido, está por encima de todo aquello que nosotros podemos concebir: todos los objetos que se perciben por los sentidos, la razón o el entendimiento, difieren mutuamente entre sí de tal manera, que no existe entre ellos igualdad exacta. Por tanto, la máxima igualdad, que no tiene alteridad o diversidad respecto de nada, excede a todo entendimiento. Por lo cual, el máximo absoluto, como es todo lo que puede ser, está completamente en acto, y, así como no puede ser mayor, por la misma razón tampoco puede ser menor, ya que es todo lo que puede ser. El mínimo, a su vez, es aquello menor que lo cual no hay nada. Y como el máximo es también de esa condición, resulta evidente que el mínimo coincide con el máximo. Esto resultará más claro si nos limitamos a considerar el máximo y el mínimo en el orden de la cuantidad. La cuantidad máxima es, en efecto, la más grande, y la mínima, la más pequeña. Desliguemos de la cuantidad lo máximo y lo mínimo, haciendo abstracción por el entendimiento de lo grande 'y de lo pequeño. Y se verá con claridad que el máximo y el mínimo coinciden, pues tan superlativo es el máximo como el mínimo. Por lo mismo, la
cuantidad absoluta no es más máxima que mínima, ya que en ella el mínimo es el máximo, en el sentido de que coinciden. Así que las oposiciones tienen lugar tan sólo en los objetos que admiten algo que excede y algo que es excedido, nunca en el máximo absoluto, que trasciende toda oposición. Como el máximo absoluto, pues, es en acto todas las cosas que pueden ser, excluyendo toda oposición, de tal suerte que el mínimo coincide con el máximo, está asimismo por encima de toda afirmación y negación. Todo lo que concebimos que es él, no es más verdad decir que lo es que el negarlo, y todo lo que concebimos que no es él, no es más verdad negar que lo es que el afirmarlo. Sino que de tal suerte es esta cosa particular que es todas las cosas, y de tal suerte es todas las cosas, que no es ninguna de ellas; y de tal suerte es esto en grado máximo, que lo es también en su grado mínimo. Decir, en efecto: «Dios, que es la misma maximidad absoluta, es luz», equivale a decir: «Dios es lo máximo de luz, y, a la vez, lo mínimo de luz». De otra suerte, la maximidad absoluta no sería en acto todas las cosas posibles si no fuese infinita y límite de todas y por ninguna de ellas limitable, como trataremos de explicar, con la ayuda divina, en los capítulos siguientes. Todo esto trasciende toda capacidad de nuestro entendimiento, que no puede combinar por vía racional los extremos contradictorios en su principio, porque nos movemos en nuestra vida intelectual a través de las cosas que se nos hacen manifiestas por la naturaleza, la cual, a gran distancia de esa potencia infinita, se siente incapaz de unir sintéticamente los extremos contradictorios, separados entre sí por una distancia infinita. Vemos, pues, por encima de todo proceso discursivo y de una manera incomprensible, que la absoluta maximidad es infinita, a la cual nada se opone y con la cual coincide el mínimo. El máximo y el mínimo, pues, en el sentido de que en este libro los tomamos, son términos que trascienden absolutamente toda significación, de suerte que abarcan en su simplicidad absoluta a todas las cosas, más allá de toda restricción al orden cuantitativo, sea de masa o de fuerza. CAPÍTULO VI El máximo es la necesidad absoluta
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Se ha mostrado en lo que antecede que todas las cosas fuera del máximo uno son respecto de él finitas y limitadas. Mas lo finito y limitado tiene un término del cual comienza y un término en el cual acaba. Y como no puede decirse que el máximo sea mayor que un finito dado y que sea finito, avanzando así en progresión infinita, ya que tal proceso al infinito y en acto no puede darse donde se da algo que excede y algo que es excedido -de lo contrario, el máximo sería de la misma naturaleza que los seres finitos-, necesariamente el máximo es en acto el principio y el fin de todos los seres finitos. Además, nada podría existir si el máximo absoluto no existiese; pues, como todo no máximo es finito, tendrá también principio, y será necesario que proceda de otro; de lo contrario, si fuese por sí mismo, habría existido cuando no existía. Por otra parte, no es posible, como lo demuestra la regla, el proceso infinito en el orden de los principios y de las causas. Tiene, pues, que existir el máximo absoluto, sin el cual nada puede existir. Además, contraigamos o reduzcamos al máximo al [orden del] ser y digamos: al máximo ser no se opone nada; por tanto, ni el no ser ni el ser mínimamente. ¿Cómo entonces se puede entender que el máximo puede no ser, cuando el ser mínimamente es el ser máximamente? Ni tampoco se puede entender que algo sea sin el ser. Ahora bien, el ser absoluto no puede ser otra cosa que el máximo absoluto. Por ello, nada se puede entender sin el máximo. Además, la verdad máxima es el máximo absoluto. Es, pues, máximamente verdadero que el máximo mismo es o no es, o que es y no es, y que ni es ni no es: no se pueden ya decir más cosas sobre él. Cualquiera de estas proposiciones que se elija como verdadera, tengo conseguido mi intento, pues ya tengo la verdad máxima, el máximo absoluto. Por tanto, aunque por la exposición que acabo de hacer quede patente que el nombre de ser o cualquier otro nombre no es el nombre exacto del Máximo, que está por encima de todo nombre, sin embargo, es necesario que le competa el ser en sumo grado y que no pueda ser nombrado por el máximo nombre por encima de todo ser nombrable.
Por tales razones, expuestas anteriormente, y otras parecidas infinitas, la docta ignorancia ve que el máximo absoluto existe necesariamente, de suerte que es la necesidad absoluta. Pero ya se ha demostrado que no puede haber más que un máximo absoluto. Por lo mismo, es sumamente verdadero que el máximo es uno. CAPÍTULO XI Que las matemáticas nos ayudan mucho en la inteligencia de diversas cosas divinas Todos nuestros más sabios y más santos doctores están de acuerdo en que las cosas visibles son verdaderamente imágenes de las invisibles, y que el Creador puede ser conocido por las creaturas como en un espejo y en enigma. Este hecho, a saber, que las realidades espirituales-de por sí inalcanzables para nosotros, pueden ser objeto de una exploración a base de símbolos, tiene su raíz en lo que hemos dicho antes, que todas las cosas tienen entre sí una cierta proporción, oculta e incomprensible para nosotros, de suerte que de todas ellas resulta un único universo y que en el máximo uno todas son el uno mismo. Y aunque toda imagen parezca acercarse a la semejanza del modelo, sin embargo, a excepción de la imagen máxima que se identifica con el modelo en unidad de naturaleza, no hay imagen tan semejante o igual al modelo que no pueda ser hasta el infinito más semejante o más igual, como queda claro por lo que antecede. Ahora bien: cuando se acomete una investigación a partir de una imagen, es preciso que no haya nada dudoso encerrado en la imagen que, por la superación de la proporción que hay en ella, nos va a servir para investigar lo desconocido, ya que la única vía para lo incierto es a través de lo presupuesto y cierto. Mas todas las cosas sensibles se hallan en cierta inestabilidad continua a causa de la potencialidad propia de la materia que hay en ellas. En cambio, las más abstractas, en las que se considera a las cosas de tal manera que no se les vacíe completamente de las concomitantes materiales, sin las cuales no pueden ser imaginadas, ni están sometidas del todo a las fluctuaciones de la potencialidad, se presentan ante nuestra vista con toda firmeza y
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certeza, como sucede en los objetos de las matemáticas. Por eso, los sabios buscaron afanosos en ellas ejemplos para ayudarse con ellos en la investigación intelectual de las cosas. Y ninguno entre los antiguos que fuese tenido como gran filósofo abordó las cuestiones difíciles recurriendo a otro tipo de semejanza que la matemática; hasta tal punto que Boecio, el más erudito de los romanos, no dudó en afirmar que nadie que no estuviese ejercitado en las matemáticas podría alcanzar la ciencia de las cosas divinas... CAPÍTULO XII Cómo hay que servirse de los signos matemáticas a este propósito
Pero como, por lo anteriormente dicho, consta que el máximo absoluto no puede ser ninguno de esos objetos que son conocidos o concebidos por .nosotros, de ahí que, al proponernos investigado por vía simbólica, debemos trascender la simple semejanza. En efecto, siendo toda realidad matemática finita, y no pudiendo ser imaginada de otra manera, si queremos servirnos de ejemplos finitos para ascender al máximo absoluto, es necesario, en primer lugar, considerar las figuras matemáticas finitas con sus propiedades y razones; después trasladar adecuadamente esas razones a las figuras infinitas que sean como ellas; por fin, en tercer lugar, transportar las razones mismas de las figuras infinitas todavía en un esfuerzo mayor de elaboración hasta el Infinito simple, que trasciende toda figuración, y entonces nuestra ignorancia se percatará de manera incomprensible de cómo nosotros, que trabajamos en pleno enigma, lograremos sentir con más exactitud y verdad sobre el Altísimo... CAPÍTULO XVI Cómo por transposición el Máximo es a todas las cosas lo que la línea máxima es a las líneas Una vez que se ha hecho manifiesto cómo la línea infinita es un acto y de manera infinita todo lo que son en potencia las líneas finitas, podemos ahora ver por transposición lo mismo en el Máximo simple, cómo, a saber, el Máximo mismo es en acto en
grado sumo todo aquello que se halla en la potencia de la simplicidad absoluta. En efecto, todo lo que es posible, lo es en acto en grado máximo el Máximo, no a la manera de una realidad posible, sino como siendo ya en grado máximo, como la línea engendra al triángulo, y la línea infinita no es el triángulo en cuanto engendrado por la línea finita, sino más bien el triángulo infinito en acto que es idéntico con la línea. Además, la posibilidad absoluta misma no es en el Máximo otra cosa que el Máximo mismo en acto, como la línea infinita es la esfera en acto. Lo contrario en el no máximo: en éste la potencia no es acto, como la línea finita no es triángulo. De aquí puede arrancar una especulación de gran porte sobre el Máximo; a saber: cómo es tal, que el mínimo es en él máximo, de suerte que el Infinito trasciende completamente toda oposición. De tal principio se podrían sacar tantas proposiciones negativas sobre el Máximo cuantas se pudiesen escribir o leer; es más: toda la teología a nosotros accesible se deriva de este tan importante principio. Por eso, aquel máximo escrutador de las cosas divinas, Dionisio Areopagita, afirma en su Mystica Teología que San Bartolomé había comprendido admirablemente la naturaleza de la teología al decir que era a la vez máxima y mínima. Pues el que esto entiende, entiende todo, y sobrepasa toda investigación creada. Dios, en efecto, que es el Máximo mismo, como dice el mismo Dionisio en el libro De divinis nominibus, no es esto con exclusión de esto otro, no está aquí más bien que allí. Pues con la misma verdad con que es todas las cosas, no es ninguna de ellas. Porque -como dice en la conclusión de la Teología Mística-, situado sobre toda afirmación, es la causa perfecta y singular de todas las cosas, y situado sobre toda negación, es la excelencia de aquel que está separado de todo y trascendiéndolo todo. Por eso concluye en la Carta a Gayo que es conocido por encima de toda mente y de toda inteligencia. Y, concordando en esto, dice Rabí Salomón que todos los sabios están unánimes en afirmar que «las ciencias no llegan a conocer al Creador, y que nadie sabe lo que El es sino El mismo, y que nuestro conocimiento, en comparación del suyo, es un no acercarse a su conocimiento; y por eso el mismo saca esta conclusión: «Alabado sea el Creador, porque en el conocimiento de
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su esencia se resume toda ciencia, y la sabiduría viene a ser ignorancia, y la elegancia de las palabras, pura fatuidad».
Esta es la docta ignorancia que estamos buscando; de ella se ha esforzado Dionisio en demostrar de mil maneras por el mismo principio, si no me engaño, que el que hemos enunciado, que es la única que nos lleva a encontrar a Dios. Transportemos, pues, la especulación que hacemos, a base de que la infinita curvatura es la rectitud infinita, al Máximo, a propósito de su simplicísima e infinitísima esencia; entonces aparecerá cómo esa esencia es la simplicísima esencia de las esencias de todas las cosas; y cómo todas las esencias de las cosas que son, fueron o serán, son en acto siempre, y eternamente son en ella ella misma, y así todas las esencias vienen a ser como la Esencia de todas las cosas. Veremos también cómo esa esencia universal es de tal suerte cualquier esencia, que es a la vez todas y ninguna en particular, y que así como la línea infinita es la medida más ajustada de todas las líneas, así esa Esencia es la medida perfectísima de todas las esencias. En efecto, el Máximo, al cual no se opone el mínimo, es necesariamente la medida más adecuada de todas las cosas: ni mayor, puesto que es mínima, ni menor, puesto que es máxima. Todo lo que es mensurable está comprendido entre el máximo y el mínimo. La Esencia infinita es, pues, la medida más adecuada y exacta de todas las esencias.
centro, precede a toda anchura, longitud y profundidad, y es su término y medio, ya que en la esfera infinita son una misma realidad, centro, volumen y circunferencia. Y así como la esfera infinita está totalmente en acto y es simplicísima, así el Máximo está en acto y es perfectamente simple. Y como la esfera es el acto de la línea del triángulo y del círculo, así el Máximo es el acto de todos los seres. Por lo cual, toda existencia actual, de él tiene recibido cuanto de actualidad posee, y toda existencia en tanto existe en acto en cuanto está en acto en el Infinito mismo. Por eso, el Máximo es forma de las formas y la forma del ser o la entidad máxima actual. Fundándose en eso, decía Parménides, pensando muy sutilmente, que Dios es aquel para quien todo ser, sea el que sea, es todo lo que es. Así como la esfera es la última perfección de todas las figuras que no admite mayor, así el Máximo es la perfección perfectísima de todos los seres, de suerte que en El lo imperfecto es perfectísimo, como la línea infinita es esfera, y la curvatura es rectitud, y la composición, simplicidad, y la diversidad, identidad, y la distinción, unidad y así en todo lo demás. ¿Cómo, en efecto, podría haber nada de imperfección donde la imperfección es Perfección finita, y la posibilidad, acto infinito, y así en todo lo demás?
Paso de la esfera infinita a la existencia actual de Dios
Ahora vemos claramente cómo, puesto que el Máximo es como una esfera infinita, él es la única medida simplicísima y perfectamente adecuada de todo el universo y de cuanto existe en él. En él, en efecto, el todo no es mayor que la parte, como no es mayor la esfera que la línea infinita. Dios es, pues, la única simplicísima razón de todo el universo y así como la esfera se origina después de una infinidad de figuras circulares, así Dios como la esfera infinita- es la medida simplicísima de todas las circulaciones.
Conviene hacer todavía algunas consideraciones acerca de la esfera infinita. Encontramos que en la esfera infinita convergen en el centro tres líneas máximas, según las tres dimensiones de longitud, anchura y profundidad. Pero el centro se confunde con el diámetro y la circunferencia; en la esfera infinita, el centro se confunde con dichas tres líneas; es más: el centro es todo eso: longitud, anchura, profundidad. Será, pues, el máximo simplicísima e infinitamente, y toda la longitud, anchura y profundidad que en él se hallan son el máximo uno, simplicísimo, indivisible. Y como el
Toda vida, todo movimiento, toda inteligencia vienen de El, existen en El y por El. En El, una revolución de la octava esfera no es menor que un número infinito de revoluciones, ya que es el fin de todo movimiento y, en El descansa todo movimiento como en su término. El es, en efecto, reposo infinito, en el cual todo movimiento es reposo; y así, el máximo reposo es la medida de todos los movimientos, como la máxima rectitud lo es de todas las circunferencias, y la máxima presencia o eternidad, de todos los tiempos.
CAPÍTULO XXIII
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En El, pues, descansan como en su término todos los movimientos naturales, y en El se perfecciona toda potencia como en un acto infinito. Y porque El es la entidad de todo ser y todo movimiento tiende al ser, el reposo es el movimiento mismo, siendo término del movimiento, especie, forma y acto del ser. Todos los seres, pues, tienden hacia El. Pero como son finitos y no pueden participar todos por igual del fin, algunos participan de ese fin por medio de otros; como la línea por medio del triángulo y el círculo llega a ser esfera, y el triángulo, por medio del círculo, y el círculo, en cambio, por sí mismo. CAPÍTULO XXIV Del nombre de Dios y de la teología afirmativa Ahora, después que, con la ayuda divina, hemos trabajado por adquirir, sirviéndonos de ejemplos matemáticos, un mayor conocimiento del primer Máximo, tratemos de completarlo investigando cuál es su nombre. Investigación que, si tenemos presente lo que hemos dicho repetidas veces, será fácil de realizar. En efecto, es evidente que, siendo el máximo absoluto, al cual nada se opone, ningún nombre le puede convenir propiamente. Pues todos los nombres se imponen en virtud de alguna peculiaridad descubierta por la razón, y que permite distinguir una cosa de otra. Pero donde todas las cosas son uno, no puede haber ningún nombre apropiado. Por eso dice con razón Hermes Trismegisto: «Siendo Dios la totalidad de las cosas, no hay nombre que le sea propio, porque o habría que llamar a Dios con todos los nombres, o llamar a todas las cosas Dios». Por eso, según él, el mismo nombre propio-que decimos nosotros inefable y τετραγράµατov, de cuatro letras, y éste es propio en el sentido de que no le conviene por alguna relación a las creaturas, sino absolutamente, por su esencia debe traducirse e interpretarse «uno y todo», o mejor, «todo en unidad» (omnia uniter). Y así nosotros hemos descubierto antes la unidad máxima,que viene a ser lo mismo que todos en unidad, y este término de «unidad» parece más próximo y más adecuado que el de en unidad y unitariamente (uniter). y por eso dice el profeta que «en aquel día habrá un solo Dios, y su nombre será único» y en
otro pasaje: «Escucha, Israel (esto es: el que ve a Dios intelectualmente): tu Dios es único» (Deut 6,4). Pero unidad no es el nombre de Dios en el sentido en que nosotros nombramos o entendemos la unidad, porque, si Dios sobrepasa toda inteligencia, a fortiori sobrepasa todo nombre. Los nombres son impuestos por el movimiento (o actividad) de la razón, que es muy inferior a la inteligencia, para distinguir las cosas. Pero como la razón no puede superar los extremos contradictorios, no hay, en consecuencia, ningún nombre al cual no se oponga otro según el movimiento de la razón; y así, según ese movimiento, a la unidad se opone la pluralidad o multitud. Por lo tanto, a Dios no conviene la unidad sin más, sino la unidad a la cual no se oponga la alteridad o la pluralidad, o la multitud. Y ése es el nombre máximo, que envuelve a todos los nombres en su simplicidad unitaria, nombre inefable y por encima de todo entendimiento. ¿Quién podrá comprender esa Unidad infinita, que antecede infinitamente a toda oposición, en la que todas las cosas están encerradas en la simplicidad de la unidad, fuera de toda composición, en la que no existe lo otro o lo diverso, donde el hombre no se distingue del león, ni el cielo de la tierra, y donde, sin embargo, cada una de esas cosas está ella misma, de la manera más auténtica, no en su finitud, sino en esa unidad que las encierra? El que lograse comprender o nombrar tal unidad, que, siendo unidad, es todas las cosas y, siendo mínimo, es máximo, ése llegaría a conocer el nombre de Dios. Pero como el nombre de Dios es «Dios», su nombre no es conocido más que por el entendimiento que es el Máximo mismo, y su nombre máximo. Así que, henos aquí en la docta ignorancia: aunque «Unidad» parezca ser el nombre más aproximativo del Máximo, sin embargo, de hecho dista infinitamente del verdadero nombre del Máximo, que es el Máximo mismo. Resulta, pues, de esto claro que los nombres afirmativos que atribuimos a Dios, le convienen sólo a costa de disminuirlo infinitamente, ya que tales nombres le son atribuidos según algo que se encuentra en las creaturas. Como a Dios, pues, no le puede convenir nada particular, distinto, que admita alguna oposición, sino a fuerza de una disminución infinita, por eso las afirmaciones sobre él son «desajustadas», como dice Dionisio. Porque, si se dice que El es la
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verdad, surge la falsedad; si se dice que es la virtud, surge el vicio; si se dice que es sustancia, surge accidente, y así en todo lo demás. Pero como El no es una sustancia que no sea todas las cosas y a la que ninguna se oponga, ni es una verdad que no sea todas las verdades, sin oposición alguna, no pueden tales nombres convenirle sino a fuerza de disminuirlo infinitamente. Pues todas las afirmaciones, al poner en él algo de su propio significado, no pueden convenirle a El, que, más que algo en particular, lo es todo. Por eso, los nombres afirmativos, caso de convenirle, no le convienen sino por relación a las creaturas; no es que las creaturas sean causa de que le convengan, pues el Máximo no puede recibir nada de las Creaturas, sino que le convienen por su infinita causalidad para con las creaturas. Así, Dios, desde toda la eternidad pudo crear; porque, si no hubiese podido, no sería la infinita potencia. Por lo tanto, el nombre de «Creador», aunque le convenga por respecto a las creaturas, sin embargo, le conviene también antes de que existiesen las creaturas, ya que desde toda la eternidad pudo crear. Y lo mismo hay que decir de la justicia y de los demás nombres afirmativos que atribuimos a Dios por traslación de las creaturas por alguna perfección significada por esos nombres; si bien todos esos nombres estuviesen desde toda la eternidad, aun antes de que nosotros se los atribuyésemos, con toda verdad, contenidos en su perfección suma y en su nombre infinito, ni más ni menos que todas las cosas designadas por esos nombres, y de las cuales los transferimos a Dios... CAPÍTULO XXVI Sobre la teología negativa 3.582 Como el culto de Dios, que ha de ser adorado en espíritu y en verdad, se funda necesariamente en las afirmaciones positivas sobre Dios, toda religión asciende necesariamente en su culto por medio de la teología afirmativa, adorando a Dios como uno y trino, como infinitamente sabio, bueno, luz inaccesible, vida, verdad, y así sucesivamente, dirigiendo siempre su culto por la fe, que alcanza con más verdad por la docta ignorancia; es decir, creyendo que ese a quien adora como uno, es todas las cosas en la unidad, y que aquel a quien rinde culto como luz inaccesible, no es luz como esta corporal, a la cual se oponen las tinieblas, sino una luz simplicísima e infinita, en la cual las tinieblas son luz infinita, y que esa misma luz infinita brilla siempre en medio de las
tinieblas de nuestra ignorancia, pero que las tinieblas no la pueden abarcar. Y así, la teología negativa es tan necesaria para la afirmativa, que sin ella Dios no sería adorado como Dios infinito, sino como creatura; lo cual es idolatría, que tributa a la imagen lo que sólo compete a la verdad. Por eso será útil añadir todavía un poco sobre la teología negativa. Nos ha enseñado la sagrada ignorancia que Dios es inefable; y ello porque es infinitamente superior a cuanto se puede nombrar; y esto, a su vez, porque es la verdad suprema. y de ésta, con más verdad hablamos removiendo y negando, como hizo ya el gran Dionisio, que no pensó que El fuese ni verdad, ni inteligencia, ni luz, ni cualquier otra cosa que se pueda decir; en lo que le siguen Rabí Salomón y todos los sabios. Y, según la teología negativa, no se encuentra en Dios otra cosa que la infinitud. Así que, según ella, Dios no es cognoscible ni en este siglo, ni en el futuro, ya que toda creatura es tinieblas en ese orden, por no poder comprender a la luz infinita, que' sólo de sí misma es conocida. Por todo esto es manifiesto que, en teología, las negaciones son verdaderas, y las afirmaciones, insuficientes, y, sin embargo, las negaciones que remueven del ser perfectísimo las cosas más imperfectas, son más verdaderas que las demás, como que es más verdadero decir que Dios no es piedra que el decir que no es vida o inteligencia, y que no es embriaguez más que el que no es virtud. Lo contrario sucede en las afirmaciones; pues es más verdadera la afirmación de que Dios es inteligencia y vida, que la que de que es tierra, piedra o cuerpo. Todas estas cosas resultan clarísimas de lo que hemos dicho antes. De todo ello concluimos que la exactitud de la verdad brilla de manera incomprensible en medio de las tinieblas de nuestra ignorancia. Esta es la docta ignorancia que estábamos buscando; sólo por ella, como hemos explicado, tenemos acceso, según los grados de la doctrina misma de la ignorancia, al Dios máximo unitrino, de infinita bondad, a fin de que podamos alabarle por siempre con todas nuestras fuerzas porque se nos muestra incomprensible. El cual es bendito sobre todas las cosas por los siglos de los siglos.
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LIBRO II PRÓLOGO Expuesta así la doctrina de la ignorancia sobre la naturaleza del Máximo con la ayuda de ciertos caracteres simbólicos, tratemos de investigar, por el mismo método, con la ayuda de esa naturaleza que de alguna manera resplandece en las tinieblas, a los seres que, en cuanto son, lo son por ese mismo Máximo absoluto. Pero como lo causado es totalmente por su causa, siendo de por sí nada, y como acompaña lo más cerca y con la mayor semejanza posible a lo que es su origen y razón, resulta evidente que es difícil llegar a conocer la naturaleza de la contracción [causal] si se desconoce su modelo, el absoluto. Conviene, pues, que seamos doctos en una cierta ignorancia por encima de nuestro conocimiento, para que -ya que no captemos la verdad exacta como es- seamos al menos llevados a ver que ella existe, esa verdad que al presente no somos capaces de comprender. Tal es mi intento en esta parte de mi trabajo. Al cual tu clemencia juzgue y acepte. CAPÍTULO II Que el ser de la creatura procede del ser primero de una manera incomprensible Nos ha enseñado la sagrada ignorancia en lo que precede que nada es de por sí sino el Máximo absoluto, en el cual las expresiones «el ser de por sí», «en sí», «por sí» y «para sí» vienen a significar lo mismo: el ser del absoluto. También nos ha enseñado que necesariamente todo lo que es, en el grado en que es, tiene el ser recibido del Absoluto. Porque, ¿cómo lo que no es de por sí podría ser sino procediendo del ser eterno? Ahora bien, como el Máximo está exento de toda envidia, no puede comunicar un ser disminuido como tal. Por lo tanto, la creatura, que procede del Ser, no tiene todo lo que es propio suyo: la corruptibilidad, la divisibilidad, la imperfección, la diversidad, la pluralidad y demás cualidades, recibidas del. Máximo eterno, indivisible, perfectísimo, indistinto y uno, ni de ninguna causa positiva. Porque, así como la
línea infinita es la rectitud infinita, que es causa de todo ser lineal, y la línea curva, en cuanto línea, procede de la infinita, pero, en cuanto curva, no procede de ella, sino que su curvatura es una consecuencia de la finitud es curva por el hecho de no ser máxima, pues, si fuese máxima, no sería curva, como se ha demostrado antes-, de la misma manera se les viene a las cosas, porque no pueden ser el Máximo al existir de manera disminuida, con alteridad, con distinción y otros caracteres de la misma índole, que, en verdad, no tienen causa. Así que, el ser una la creatura discreta y ligada al universo, y tanto más semejante a Dios cuanto más una, eso lo tiene recibido de Dios; pero el que esa unidad esté fundida con la pluralidad, la discreción con la confusión y la conexión con la discordancia, eso no lo tiene recibido de Dios, ni de causa alguna positiva, sino que es algo contingente. ¿Quién, pues, podrá comprender la naturaleza de la creatura haciendo debidamente la síntesis que hay en ella de la necesidad absoluta, de la cual procede, y de la contingencia, sin la cual no existe? Parece, en efecto, que la creatura en su ser mismo, que ni es Dios ni la nada, .sea en alguna manera posterior a Dios y anterior a la nada, entre Dios y la nada, como dice un sabio: «Dios es el opuesto de la nada, y el ser, el intermedio entre ambos».. Y, sin embargo, no puede estar compuesta del ser y del no-ser. Parece, por lo tanto, que la creatura ni es ser, porque desciende del Ser, ni no-ser puesto que es anterior a la nada; ni tampoco puede estar compuesta de ambos. Pero nuestro entendimiento, que no puede superar los términos contradictorios, no llega a captar el ser d la creatura por sus procedimientos de división y de composición, si bien sabe que su ser lo tiene recibido del ser del Máximo. La creatura no es, pues, inteligible por lo que tiene de ser, toda vez que el ser de quien procede no es inteligible, de la misma manera que tampoco el ser del accidente es inteligible si la sustancia, en la cual está, no es inteligible. Y del mismo modo, la creatura en cuanto tal no puede ser una, porque desciende de la unidad, ni muchas, puesto que su ser le viene del Uno; ni tampoco es ambas a la vez, sino que su unidad se encuentra contingentemente en una cierta pluralidad. Y lo mismo parece que hay que decir de la simplicidad y la composición y los demás pares de opuestos. Mas como la creatura ha sido creada por el ser mismo del Máximo y en éste el ser, el hacer y el crear son la misma realidad,
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parece entonces que crear Dios no es otra cosa que ser Dios todas las cosas. Si, pues, Dios es todas las cosas, y eso es crear, ¿cómo se podrá entender que la creatura no sea eterna, siendo eterno el ser de Dios, mejor dicho, la misma eternidad? En el grado en que la creatura misma es el ser de Dios, nadie puede poner en duda que es la eternidad; pero en la medida en que está sujeta al tiempo, no procede de Dios, que es eterno. ¿Quién podrá, pues, comprender que la creatura procede de un ser eterno y que, a la vez, existe temporalmente? La creatura, en efecto, no pudo, en su ser mismo, no existir en la eternidad, ni tampoco pudo existir anteriormente al tiempo, puesto que antes del tiempo no había anterioridad alguna; así que existió siempre, desde que pudo existir.
¿Quién, por fin, podrá entender que Dios es la forma del ser (essendi) y que, sin embargo, no se mezcla (o confunde) con la creatura? En efecto, de una línea infinita y de una curva finita no puede resultar ningún compuesto, que exige cierta proporción. Ahora bien, nadie duda de que entre el Infinito y el finito no puede haber proporción alguna. ¿Cómo, pues, puede el entendimiento entender que el ser de una línea curva procede de una recta infinita, que, sin embargo, no la informa como forma, sino en cuanto causa y razón? Razón que no puede participarla como tomando una parte de ella, ya que es infinita e indivisible, o como la materia participa de la forma, como, por ejemplo, Sócrates y Platón, de la humanidad; o como el todo es participado por las partes, como el universo por las partes; o como muchos espejos reflejan diversamente el mismo rostro, puesto que la creatura no existe antes del ser (del cual participa), al ser él mismo, mientras que el espejo sí que es espejo antes de reflejar el rostro. ¿Hay alguien que pueda comprender cómo una única forma infinita es diversamente participada por diversas creaturas, siendo así que el ser de la creatura no puede ser más que el reflejo mismo de esa forma, no recibido realmente en alguna otra cosa, sino resultando diverso de una manera puramente contingente? Es como si una obra de arte, que depende completamente de la idea del artífice, no tuviese otro ser que el de esa su dependencia, del cual le vendría el ser y por cuyo influjo sería conservada, como la imagen en su espejo, si suponemos que éste no sería nada por sí en ni sí mismo antes o después (de recibir esa imagen).
Tampoco puede entenderse cómo puede Dios hacerse manifiesto a sí mismo a través de las creaturas visibles. Eso no puede verificarse, en efecto, a la manera de nuestro entendimiento, que es conocido sólo de Dios y de nosotros; él, cuando se pone a pensar,' recibe de algunas imágenes, en la memoria, una forma de color, de sonido, etc.; él estaba sin forma ninguna, y recibiendo después otra forma, la de otros signos, de sonidos o de letras, puede comunicarse con los demás. Pues aunque Dios, para dar a conocer su bondad -como dicen los autores piadosos-, o porque El, la máxima Necesidad absoluta, creó un mundo que le obedeciese, para que hubiese hombres que le fuesen sumisos, y le temiesen y fuesen por El juzgados, o por otra razón; sin embargo, es cosa clara que El ni puede revestir una forma extraña, pues es forma de todas las formas, ni puede aparecer en signos positivos, pues tales signos requerirían en su condición de signos otros en que manifestarse, y así sucesivamente hasta el infinito. ¿Quién podría entender cómo todas las cosas son imagen de esa única imagen infinita, que se va diversificando de manera puramente contingente, como si la creatura fuese un Dios fortuito (Deus occasionatus)} como el accidente es un aspecto fortuito en la sustancia (substantia occasionata) y la mujer un aspecto fortuito del hombre (vir occasionatus)? La forma infinita, en efecto, no es recibida sino de un finito, de suerte que toda creatura viene a ser como una infinidad finita o un Dios creado, de la manera que mejor puede realizarse eso; como si hubiese dicho el Creador: «fiat», y no pudiendo ser hecho Dios, que es la eternidad misma, resultó, sin embargo, hecho un ser lo más semejante posible a Dios. De ello se concluye que toda creatura, como tal, es perfecta, si bien con respecto a alguna otra puede parecer menos perfecta. Dios, en efecto, en su bondad, comunica el ser a todas las cosas según el modo como cada una puede recibirlo. Por lo tanto, como Dios comunica sin envidia el ser indiversificado, recibiéndose éste según lo permite la contingencia de «lo otro» y «del otro modo», todo ser creado reposa en su perfección, que ha recibido de la liberalidad del ser divino, no deseando ningún otro ser creado como más perfecto, sino amando ante todo ése que ha recibido como un don divino del Máximo y deseando perfeccionarlo y conservarlo en su incorruptibilidad. CAPÍTULO III
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Cómo el Máximo envuelve y desarrolla todas las cosas de un modo accesible al entendimiento Nada se puede decir ni pensar de la verdad sujeta a investigación que no esté ya contenido en la primera parte de este libro. Todo lo que concuerde, en efecto, con lo que allí se ha dicho de la primera verdad, será por fuerza verdadero, y todo lo que esté en discordancia con ello, necesariamente falso. y lo que allí se ha demostrado es que, en el orden de lo máximo, no puede haber más que uno solo. Ahora bien, el Máximo es aquel al cual nada se puede oponer, aquello en lo que lo mínimo es lo máximo. La unidad infinita, pues, es lo que envuelve todas las cosas: eso es lo que dice el concepto de unidad: que une todas las cosas. Pero no es máxima tan sólo en cuanto envuelve todos los números, sino en cuanto envuelve todas las cosas; y así como en el número que desarrolla la unidad no se encuentra más que la unidad, así en todas las cosas que existen no se encuentra más que el máximo. Esa unidad se llama punto por respecto a la cuantidad que desenvuelve esa unidad, ya que en la cuantidad no se encuentra nada más que el punto. Como, dondequiera que se divisa la línea siempre se halla el punto, y lo mismo en la superficie y en el cuerpo. Y no hay más que un solo punto, que no es otra cosa que la unidad infinita misma, ya que éste es el punto que es el límite, la perfección y la totalidad de la línea y de la cuantidad, porque la encierra en sí; su primer desarrollo es la línea, en la cual no se encuentra más que el punto. Así también, el reposo es la unidad que envuelve el movimiento, que, si se le mira con sutileza, podría parecer una serie ordenada de reposos. El movimiento es, pues, el desarrollo del reposo. Así el «ahora» o el presente envuelve en sí al tiempo. El pasado fue presente: el futuro será presente: en el tiempo, pues, no se encuentra sino un presente ordenado. El pretérito y el futuro son desarrollo del presente: el presente envuelve en sí a todos los tiempos presentes, y éstos son el desarrollo en serie de aquél, y no se encuentra en ellos más que el presente. No se da más que un presente que envuelve en sí a todos los- tiempos; y ese presente es la Unidad misma.
Así, la identidad envuelve a la diversidad, la igualdad a la desigualdad y la simplicidad a la división o discreción. Única es, por lo tanto, la implicación universal: no. hay una de la sustancia, otra de la cualidad o de la cuantidad, y así sucesivamente, ya que no existe más que un solo Máximo, con el cual coincide el mínimo, en el cual la diversidad envuelta no se opone a la identidad envolvente. Porque, como el número precede a la alteridad, así también el punto, que es perfecto, precede a la magnitud. En efecto, lo perfecto precede siempre a lo imperfecto, como el reposo al movimiento, la identidad a la diversidad, la igualdad a la desigualdad, y así sucesivamente, en todo lo demás que es idéntico a la unidad, que es la eternidad misma: no puede haber varios eternos. Dios, pues, envuelve a todo, en el sentido de que todo está en El; y es el desarrollo de todo, en el sentido de que está en todo. Expliquémonos acudiendo a los números. El número es el desarrollo de la unidad. Ahora bien, el número implica razón (cálculo); y la razón es cosa de la mente; por eso los brutos, que no tienen mente, no pueden contar. Así como el número tiene origen en la operación de nuestra mente, por la que agrupa muchas cosas singulares en una que les es común, así la pluralidad se origina de la mente divina, en la cual las muchas cosas se hallan sin pluralidad, ya que se hallan envueltas en la unidad. En efecto, al no poder las cosas participar de igual manera la igualdad misma del ser, Dios, en su eternidad, las pensó a una de esta manera, a otra de aquella otra, y de ahí se originó la pluralidad, que en El es unidad. Ahora bien, la pluralidad o el número no tiene otro ser que el que le viene de la unidad. La unidad, pues, sin la cual el número no existiría, se halla en la pluralidad; y en eso está el desarrollo de unidad: en que ella lo es todo en la pluralidad. Pero el modo de esa involución y desarrollo sobrepasa a nuestro entendimiento. Pues ¿quién podría comprender cómo pueda originarse la pluralidad de la mente divina, toda vez que el entender en Dios es su misma esencia, que es la unidad infinita? Si, siguiendo en la analogía del número, consideramos que éste es la multiplicación mental de una unidad común, parecerá como si Dios, que es unidad, estuviese multiplicado en las cosas, toda vez que su entender es su ser; y, sin embargo, entendemos que no es posible que esa unidad, que es infinita y máxima, se
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halle multiplicada. ¿Cómo entonces concebir la pluralidad, cuyo ser procede del Uno, sin la multiplicación de la unidad? ¿O cómo entender que la unidad se multiplique sin multiplicación? No podrá tratarse, desde luego, de algo análogo a la multiplicación de una especie única o de un género único en muchas especies o individuos, fuera de los cuales el género o la especie no tienen existencia sino por la abstracción del entendimiento. Nadie, pues, es capaz de entender cómo Dios, cuya unidad existe no en virtud de la abstracción del entendimiento, ni está unido o inmerso en las cosas, pueda desenvolverse a través de la multitud de las cosas. Si se consideran las cosas sin El, son nada, ni más ni menos que el número sin la unidad. Si se le considera a El sin las cosas, El existe y es algo, y las cosas son nada. Si se le considera como está en las cosas, se piensa que las cosas son algo, y que en ese algo existe El; yeso es un error, como se vio claramente en el capítulo primero, ya que el ser de la cosa no llega de por sí a constituir algo distinto, en cuanto es diverso, pues su ser lo tiene del ser (de Dios). Y si se considera a una cosa como está en Dios, entonces es Dios en cuanto unidad. No queda sino decir que la pluralidad de las cosas se origina de la presencia de Dios en la nada. En efecto, si se retira a Dios de la creatura, queda nada; si se suprime la sustancia en el compuesto, no queda ningún accidente, y, por lo tanto, no queda nada. ¿Cómo puede entender eso nuestro entendimiento? Pues, aunque perezca el accidente desaparecida la sustancia, no por eso el accidente es nada. Pero perece porque el ser del accidente es estar en (otro ser); y por eso, como la cuantidad no es sino por el ser de la sustancia, sin embargo, por estar en la sustancia, ésta resulta cuanta por la cuantidad. No es ése el caso presente, pues la creatura no está de esa manera en Dios. No aporta, en efecto, nada a Dios, como lo hace el accidente a la sustancia; es más: tanto aporta el accidente a la sustancia, que, si bien tiene de ella el ser, la sustancia, en consecuencia, no puede existir sin ningún accidente: nada de eso se puede decir de Dios. ¿Cómo, entonces, podremos comprender a la creatura como tal, que procede de Dios y nada puede, por lo mismo, aportarle a El, que es el Máximo? Y si la creatura como tal no llega a tener ni siquiera una entidad como la del accidente, ¿cómo se entiende que
la pluralidad de las cosas se explica por la presencia de Dios en la nada, cuando la nada no tiene entidad alguna? Se dirá: «Su voluntad es una causa omnipotente, y la voluntad y la omnipotencia son su ser; toda la teología es circular». Habrá entonces que confesar que ignoramos de todo en todo el modo de la implicación y del desenvolvimiento, y que lo único que sabemos es que ignoramos ese modo, aunque sí sepamos que Dios es la involución y despliegue de todas las cosas, y que -en cuanto involución- están todas las cosas en El, y -en cuanto despliegue- es El en cada cosa lo que es ésta, como la verdad en la imagen. Es como si un rostro fuese reproducido por una imagen que se multiplicase de por sí en muchas de cerca y de lejos (no se trata aquí de distancia local, sino de una distancia de grados de la verdad del modelo, pues no es posible otra clase de multiplicación): en todas esas imágenes multiplicadas y diversificadas aparecería un solo rostro, por encima de todo sentido y de toda inteligencia, de manera incomprensible. . CAPÍTULO IV Cómo el Universo, máximo solamente reducido, es la imagen del Absoluto Si extendemos ahora, por una sutil consideración, lo que se nos ha hecho evidente en las páginas que preceden gracias a la docta ignorancia, de sólo el conocimiento que tenemos de que cuanto existe, o es el Máximo absoluto, o depende de El, podrán manifestársenos muchas verdades concernientes al mundo o universo, al que considero como un Máximo reducido. Como lo reducido o concreto tiene recibido del Máximo absoluto cuanto es, ese máximo reducido imita lo más que puede al Máximo absoluto. Todo lo que hemos ganado, por lo tanto, en el primer libro, de conocimiento sobre el Máximo absoluto, concierne de una manera absoluta, sin restricciones, al Máximo absoluto, y al reducido de una manera restringida. Pongamos algunos casos concretos para facilitar el camino a la investigación: Dios es la maximidad absoluta y la unidad absoluta, que precede absolutamente y reduce a la unidad todos los extremos que difieren y que distan, como los contradictorios, entre los cuales no se da medio. Ella es absolutamente lo que son todas las cosas, principio absoluto en todo y fin y entidad de todas las cosas. En ella todas las cosas, sin pluralidad, simplicísima e
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indistintamente son el Máximo absoluto mismo, como la línea infinita es todas las figuras. Así también el mundo o el universo es un universo reducido y uno, que precede a las realidades reducidas en cuanto que son contrarias. El es, de manera reducida, lo que son todas las cosas en todo, principio reducido y término reducido de las cosas, ser reducido, infinitud reducida, de suerte que es infinito de una manera reducida; en él todas las cosas, sin pluralidad, son el máximo reducido mismo, con una simplicidad e indistinción reducidas, como la línea máxima reducida es, de una manera reducida, todas las figuras.
Así que, si se tienen ideas exactas sobre la naturaleza de la reducción, todo resulta claro. En efecto, la infinidad reducida, o la simplicidad o indistinción, son una caída infinita por reducción respecto del Absoluto, de suerte que el mundo infinito y eterno cae también quedando fuera de toda proporción con la absoluta infinidad y con la eternidad, y lo mismo sucede con el universo uno respecto de la Unidad. Así que la unidad absoluta, por lo tanto, está exenta de toda pluralidad; en cambio, la unidad reducida, que es la unidad del universo, aunque sea un máximo, sin embargo, como es reducido, no está libre de la pluralidad, si bien es un único máximo reducido. Por lo cual, aunque su unidad es máxima, está, sin embargo, reducida por la pluralidad, como su infinitud por la finitud, su simplicidad por la composición, su eternidad por la sucesión, su necesidad por la posibilidad, y así en todo lo demás, como si la absoluta necesidad se comunicase sin mezclarse y hallase su término en su opuesto, que la reduciría. Y como si la blancura tuviese un ser absoluto en sí independientemente de la abstracción de nuestro entendimiento, resultando las cosas blancas por la contracción de ese ser de la blancura en sí, entonces la blancura hallaría su límite de la no-blancura en los objetos blancos en acto; de suerte que cada objeto sería blanco por la blancura, sin la cual no podría serio. De estas reflexiones se pueden sacar varias conclusiones. En efecto, así como Dios, siendo inmenso, no está ni en el sol ni en la luna, aunque sea en ellos cuanto son, de manera absoluta, así el universo no está en el sol ni en la luna, sino que en ellos es lo que son, de una manera reducida. Y, como la quididad absoluta del sol no se distingue de la quididad absoluta de la luna-ya que es Dios mismo, entidad y quididad absoluta de todas las cosas-y la quididad reducida del sol se distingue de la quididad reducida de la luna-al contrario de la quididad absoluta de una cosa, que no es la
cosa, la reducida no se distingue de ella-, es cosa clara que, siendo el universo una quididad reducida, y reducida de manera diferente en el sol y en la luna, su identidad se manifiesta en la diversidad, como la unidad en la pluralidad. Así que el universo, aunque no sea el sol ni la luna, es, sin embargo, sol en el sol y luna en la luna; Dios, en cambio, no es sol en el sol ni luna en la luna, sino el ser mismo del sol y la luna, sin pluralidad ni diversidad. «Universo» dice universalidad, es decir, unidad de muchos; por eso, así como la humanidad no es ni Sócrates ni Platón, sino que es Sócrates en Sócrates y Platón en Platón, así es el universo con relación a todas las cosas. Pero como se ha dicho que el universo es tan sólo un principio reducido, y así máximo, se ve claro cómo, por simple emanación del máximo reducido a partir del Máximo absoluto, el universo entero empezó a ser. Ahora bien, todos los seres, que son partes del universo, y sin los cuales el universo-por ser reducido-no podría ser uno, todo y perfecto, recibieron la existencia a una con el universo, y no la inteligencia en primer lugar, después el alma superior, después la naturaleza, como pretendieron Avicena y otros filósofos. Sin embargo, como en la idea del artífice el todo, por ejemplo, la casa, precede a las partes, por ejemplo, las paredes, así decimos que, puesto que todas las cosas proceden de la idea divina, el universo recibió el primero la existencia y después todas las cosas como consecuencias del universo, y sin las cuales no podría ser universo ni perfecto. Así, pues, así como lo abstracto está en lo concreto, así consideramos nosotros en primer lugar al Máximo absoluto en el máximo reducido, y después en todas las cosas particulares, porque existe de manera absoluta en él, que es todas las cosas de manera reducida. Dios es, en efecto, la quididad absoluta del mundo o universo; y el universo es esa misma quididad reducida. Reducción implica algo a que se está reducido, esto o aquello. Dios, pues, que es uno, está en un universo único; pero el universo está en todas las cosas de una manera reducida. Y así se podrá entender cómo Dios, Unidad simplicísima, existiendo en el universo único, existe por intermedio de él, consecuentemente en todas las cosas, y cómo la pluralidad de las cosas está, asimismo, por su intermedio en Dios. CAPÍTULO V
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Todo en .todo
Si se considera con perspicacia lo que llevamos dicho, no resultará difícil ver que la verdad de aquel dicho de Anaxágoras «todo está en todo» tiene tal vez fundamentos más profundos que el pensamiento mismo de Anaxágoras. En efecto, es claro, por el primer libro, que Dios está en todas las cosas, como, asimismo, todas las cosas están en El; sabemos ahora que Dios está en todas las cosas como por mediación del universo; de ahí resulta que todas las cosas están en todas y cualquiera en cualquiera. El universo, en efecto, como por un orden natural, al ser el más perfecto, precedió a todas las cosas, a fin de que cualquiera pudiese estar en cualquiera. Pues en toda creatura el universo es esa creatura misma, y así, cualquiera recibe a todas las cosas, de suerte que ellas son en él mismo de una manera reducida. Al no poder ser en acto una cosa todas, por estar reducida, las reduce a todas, para que así sean ella. Si todo está en todo, el todo parece preceder a cualquier parte. Por lo tanto, ese todo no es pluralidad, ya que la pluralidad no precede a cualquier parte. El todo, por consiguiente, sin pluralidad, precedió por orden natural a cualquier parte. En definitiva, pues, no se da en cada elemento una pluralidad en acto, sino que sin pluralidad cada uno en cada uno de los otros es él mismo. Ahora bien, el universo no está en las cosas sino de una manera reducida, y toda cosa existente en acto reduce al universo, de suerte que el universo viene a ser en acto lo que ella es. Pero todo lo que existe en acto está en Dios, ya que Dios es el acto de todo. El acto, por otra parte, es la perfección y el fin de la potencia. Por lo tanto, estando el universo contraído en todo ser existente en acto, es evidente que Dios, que está en el universo, está en cualquier ser, y que cualquier ser existente en acto está de una manera inmediata en Dios, como el universo mismo. Lo mismo, pues, resulta decir: «cualquiera está en cualquiera» que decir que Dios, por medio de todo, está en todo, y que todo, por medio de todo, está en Dios. Para una inteligencia sutil resultan muy claras verdades tan profundas de que Dios está en todas las cosas sin diversidad alguna, porque cualquiera está en cualquiera y todo está en Dios, porque todo está en todo. Mas como el universo está en cualquier parte de manera que esa parte está en él, el universo es de manera reducida en cualquier parte lo que ésta es de manera reducida, y cualquiera parte en el universo es el universo mismo -si
bien el universo está en cualquier parte de una manera diversa y cualquier parte en él también diversamente-... Véase ahora cómo la unidad de todas las cosas, es decir, el universo, existe en la pluralidad, e, inversamente, la pluralidad en la unidad. Si se considera atentamente, se verá que toda realidad existente en acto está en reposo por el hecho de que en ella todas las cosas son ella misma y porque ella misma es Dios en Dios. Se ve entonces la admirable unidad de todas las cosas, su admirable igualdad y la conexión dignísima de toda admiración, por la cual todas las cosas están en todas. Y, por lo mismo, se entiende que la diversidad y conexión se originan así: como cada cosa no ha podido ser en acto todas las cosas-porque entonces sería Dios, y por eso cada cosa sería en todas las. demás de la manera como cada una podría ser-y no ha podido existir semejanza absoluta entre una cosa y otra, como se ha visto más arriba: eso dio origen a que la totalidad apareciese en diversos grados, como también, a aquel ser que no pudo ser simultáneamente corruptible, lo hizo existir incorruptiblemente en la sucesión temporal, de suerte que todas las cosas sean lo que son, ya que no pudieron ser de otra manera y mejor. Todas las cosas descansan en cualquiera de ellas, puesto que un grado de ser no podría existir sin otro, como en los miembros del cuerpo cada uno aporta algo a los demás, y cada uno obtiene su perfección gracias a los otros. En efecto, ya que el ojo no puede ser en acto la mano, y los pies y todos los demás miembros, se contenta el ojo con ser ojo, y el pie con ser pie; y todos los miembros se ayudan mutuamente para que cada uno sea lo que es de la mejor manera posible. Y la mano no está en el ojo, ni el pie, sino que en el ojo son ojo, en la medida en que el ojo está de una manera inmediata en el hombre; y así, todos los miembros están en el pie en la medida en que el pie está de una manera inmediata en el hombre, de suerte que, cada miembro está inmediatamente, gracias a todos los otros, en el hombre, y el hombre, el todo, gracias a cada miembro está en cualquiera de ellos, como el todo está en las partes por la presencia de todas en todas.
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Si se considera, pues, que la humanidad es como un ser absoluto, sin mezcla y sin reducción, y se para mientes en el hombre, en el cual está la humanidad misma absoluta de una manera absoluta, y por el cual resulta humanidad reducida: la humanidad absoluta misma sería Dios, y la humanidad reducida, el universo. Y así como la humanidad absoluta está en el hombre primordialmente, o anteriormente, y por vía de consecuencia, en cada miembro o en cada parte, y la humanidad reducida es en el ojo, ojo, corazón en el corazón, y así en todas las demás, toda en todos, pero reducida, así, en este ejemplo propuesto, hemos encontrado una semejanza del caso de Dios y del mundo, y un acceso a todas aquellas cuestiones que se han tratado en estos dos capítulos y a otras muchas que de ellas se derivan. APOLOGIA DE LA DOCTA IGNORANCIA ... La verdadera realidad del ejemplar no puede verse tal cual es en la imagen; pues toda imagen; por serlo, dista de la realidad de su ejemplar. Fundándose en eso, piensa mi objetante que el Incomprensible no puede ser captado por la operación de trascender [ni aun] incomprensiblemente. Pero el que conoce bien el modo como la imagen reproduce al ejemplar, transciende la imagen y se eleva de una manera incomprensible a la verdad incomprensible. En efecto, el que acierta a ver a toda creatura como imagen de Dios, ve en si mismo que, así como el ser de la imagen no tiene de por sí ninguna perfección, así toda la perfección que hay en él le viene de aquel de quien él es imagen: el ejemplar es la medida y razón de la imagen. Dios, en efecto, resplandece en las creaturas como la realidad del ejemplar en la imagen. Aquel que ve, pues, que tan gran variedad de las cosas es imagen de un único Dios, se dirige, al dejar todas esas imágenes tan variadas, de manera incomprensible al ser incomprensible. Pues viene a caer en estupor al percatarse con admiración de que ese ser infinito es el que resplandece en los seres comprensibles como en el espejo y en enigma. Acertadamente ve que no es comprensible por creatura alguna aquella Forma, de la cual es imagen toda creatura, pues ninguna imagen puede ser reproducción exacta del modelo, ya que, como imagen que es, decae de la realidad del modelo. Por lo tanto, la verdad absoluta no es comprensible.
En consecuencia, si hemos de tener algún acceso a ella, eso tendrá lugar por obra de una especie de visión incomprensible que se tuviese en un rapto instantáneo, a la manera como con los ojos corporales miramos sólo por un instante, sin poder aguantarlo, el resplandor del sol, no porque no tenga máxima visibilidad, ya que su luz se ofrece de por sí a los ojos, sino porque, por su grado excesivo de luminosidad, no se le puede mirar de hito en hito. Análogamente, Dios, que es la verdad misma, objeto del entendimiento, es inteligible en sumo grado, y, a la vez, es ininteligiblemente en virtud de su inteligibilidad supereminente. Y así, sólo queda como la vía más apta para trascender hasta El, la docta ignorancia o la incomprensibilidad comprensible... La lógica y la investigación filosófica toda no han llegado todavía a la visión. Por eso va rastreando, como el perro de caza por las huellas, por la experiencia sensible y la facultad innata de discurrir, el modo de llegar al objeto: así procede todo animal-cada uno a su manera-, y por eso el doctísimo Filón dice que en todos los animales existe la razón, como refiere el santísimo Jerónimo en su De illustribus viris. Eso es lo que hace el hombre por la lógica. Pues, como dice Algazel, «la lógica nos es innata, ya que es la facultad racional» y los animales racionales razonan. El raciocinio inquiere y discurre. El discurso se mueve necesariamente entre el punto de partida y el de llegada, y a los extremos que se oponen los llamamos contradictorios. Para la .razón que discurre, los términos son opuestos y distintos. Así que, en la región (orden) de la razón, los extremos son distintos, como en la definición del círculo, que es que los radios son iguales, el centro no puede coincidir con la circunferencia. Pero en la región del entendimiento, que ha visto que el número envuelve a la unidad, y el punto a la línea y el centro al círculo, se llega a captar por la visión mental sin discurso la coincidencia de la unidad y de la pluralidad, del punto y de la línea, del centro y del círculo, como has podido ver en los libros De coniecturis, en los que he explicado cómo Dios está por encima mismo de la coincidencia de los contradictorios, ya que es la oposición de los opuestos, en decir de Dionisio. Una vez, Enrique de Malinas vino a dar en el descubrimiento, como escribe en su Speculum divinorum, de que en el dominio de lo inteligible coincidían la unidad y la pluralidad, lo que le admiró
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sobremanera. Pero, como ya te he dicho repetidas veces, el que logra ver cómo el entender es a la vez movimiento y reposo del entendimiento, como afirma de Dios Agustín en sus Confesiones, se moverá con más facilidad cuando se trate de otros contradictorios. Una vez dicho esto, me advirtió el maestro que parase mientes en que la docta ignorancia es como una alta torre desde la cual podemos ver las cosas desde una mayor altura. En efecto, desde ella se ve lo que anda buscando siguiendo las huellas el que va de acá para allá en la campiña; y está contemplando al que está allí cuánto se acerca o se aleja del objeto buscado. Pues de ese modo la docta ignorancia, situada en la alta región del entendimiento, juzga del proceso discursivo. Hechas estas observaciones -que creo le habrás oído sin duda alguna sumariamente-, añadí yo: no parece haber comprendido tu impugnador lo que entendías por coincidencia de contradictorios. Pues, como ya has oído, te achaca -falsamenteque sostienes que la creatura coincide con el Creador, y contra eso lanza sus ataques. A lo cual repuso él: Ya he dicho que el hombre animal no percibe las cosas que atañen al reino de Dios, y si no le hubiese cegado la pasión, no habría falseado el sentido de lo que leyó. Su determinación fue, a lo que parece, impugnar aquellos escritos; y, conforme a su intención, ha quedado bien evidenciado de falsario tanto en el sentido como en las palabras mismas de la obra. «Es costumbre de los más pertinaces herejes mutilar las Escrituras», dicen los Padres del sexto sínodo. Uno que ame la verdad negará que tal conclusión se obtenga del libro de la Docta ignorantia y no admitiría el sentido que da a las cosas que allí se dicen. Decir que la imagen coincida con el ejemplar y lo causado con la causa, no es ya un error: es una locura. Pues de que todas las cosas están en Dios como lo causado en su causa, no se sigue que lo causado sea la causaaunque, tal como están en la causa, sean la causa misma-, como ya has oído repetidas veces a propósito de la unidad y del número. El número, en efecto, no es la unidad, aunque todo número está envuelto en la unidad como causado en la causa; lo que nosotros llamamos número es el despliegue de la virtualidad de la unidad. Y
así, el número, en cuanto envuelto o incluido en la unidad, es la unidad misma. Supongo que habrás captado bien mi manera de pensar por lo que ha ido leyendo con tanta diligencia del libro De dato lumine. El que trata de investigar el pensamiento de un autor sobre un punto determinado, debe leer con atención todos sus escritos y armonizar unas con otras las afirmaciones que en ellos aparezcan. Pues es fácil tarea el encontrar en textos mutilados alguna frase que parezca disonar, pero que, considerada en el contexto general, tiene un sentido aceptable, de manera parecida a como los animales venenosos, si se les considera en sí, aislados de todo el universo, parece que no tienen nada de belleza ni bondad, pero considerados en el conjunto del universo del cual son miembros, manifiestan tener su dosis de belleza y bondad, ya que el universo, que es en su totalidad bello, consta del conjunto hermoso de sus partes. Refiere Santo Tomás en el Contra gentiles, tratando de una cuestión similar a ésta, que algunos habían tomado pie de algunas expresiones del gran Dionisio para decirque todas las cosas son Dios, ya que afirma, en su De caelesti hierarchia, que Dios es el ser de todas las cosas; si hubiesen leído todos los opúsculo s del mismo Areopagita, habrían encontrado en el De divinis nominibus la afirmación de que Dios es el ser de todas las cosas, de tal suerte, que no es ninguno de ellas en particular, ya que lo causado nunca puede ser elevado a ser de manera igual a su causa. Eso, a mi juicio, no se puede comprender por otra vía que la de la docta ignorancia. En efecto: así como Dios está de tal suerte en todas partes que no está en ninguna-no está ausente de ningún lugar el que no está en lugar-, y está en todo lugar sin ocupar lugar, como es grande sin tener cuantidad: así también Dios mismo es todo lugar de manera no local, y todo tiempo intemporalmente, y todo ente no siendo a la manera de ente (non-enter), y por eso no es ser alguno de los seres, como no es algún lugar o algún tiempo aunque lo sea todo en todos-, al modo como la mónada lo es todo en todos los números, porque sin ella no puede darse el número, que existe sólo gracias a ella; y, al ser la mónada todo número, no como tal número, sino como por involución, por eso no es ningún número determinado, no es, en efecto, ni el 2 ni el 3. A eso añadí yo que, dando de lado a lo superfluo, disipase cuanto antes las fantasías del adversario-cosa fácil de hacer-, le
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dijera que se fundan en un falso supuesto: él me mandó que yo mismo me encargase al menos de refutar lo más fácil, consintiéndole a él el ocuparse de los puntos más difíciles, en cuanto pudiese.
Leí entonces el texto del adversario que tenía al alcance de la mano, en el cual dice que es falsa la afirmación de que saber es ignorar, ya que el hábito y la privación son cosas distintas. Al punto, interrumpiendo la lectura, dijo el maestro: «Me maravilla cómo un hombre que se tiene por una notabilidad pueda decir que en los libros De docta ignorantia se afirma semejante cosa. Pues, aunque el título del primer capítulo diga problemáticamente Cómo el saber es ignorar, no afirma con ello que el saber sea ignorar, sino del modo como allí se explica; y ese modo consiste en que uno sabe que ignora. De esa ciencia de la ignorancia se da en ese capítulo una explicación muy clara, como ya se ha tratado antes suficientemente. El gran Dionisio la llama al principio De divinis nominibus suprema y divina, y añade que esa ciencia, por la cual se ignora el ser mismo supersustancial, trasciende a todo lenguaje y sentimiento, y hay que reservársela a Dios. Después di lectura a la impugnación que hace a la parte en que se exhorta a que se abandonen las cosas sensibles para poder llegar a lo incomprensible, porque eso sería contra lo que se lee en el libro de la Sabiduría, capítulo 13, a saber, que el Creador puede ser conocido a partir del magnífico espectáculo que ofrecen las creaturas. Tal objeción es vana, dije yo. En efecto, no existiendo proporción de la creatura al Creador, ningún ser creado lleva en sí especie alguna por la cual se pueda conocer al Creador. Pero, partiendo del magnífico espectáculo de belleza que ofrecen las cosas creadas, nos elevamos al ser bello infinita e incomprensiblemente, como, de la obra realizada, al magisterio, aunque la obra realizada no guarde ninguna proporción con el magisterio. Y añadí cómo el adversario debía haber sido confundido con toda razón por su propio sonrojo, al insistir arguyendo que el maestro de la docta ignorancia había repudiado a las creaturas como si no sirviesen de nada para el conocimiento de Dios, siendo así que en el último capítulo del libro primero de la Docta ignorancia puede ver declarado hasta la saciedad que todo
culto de Dios se funda necesariamente en las afirmaciones positivas, aunque la docta ignorancia se reserva el juzgar de la verdad de ellas... (p.14-19). Le leí después el corolario que pone el adversario: «En la maximidad absoluta, todas las cosas son lo que son, ya que es la entidad absoluta, sin la cual nada existe»; añadiendo que Eckhart dice asimismo que el ser es Dios, y sacando de ahí la conclusión de que con eso desaparece la subsistencia propia de las cosas en su propio género, a lo cual respondió el maestro: «Se le podría decir al adversario lo que dice San Agustín al alabar a Dios como vena de todos los seres añadiendo: ¿Qué culpa tengo yo si tú no me entiendes?' Toda vez que llamamos Dios al creador y decimos que El existe, elevándonos a la coincidencia, decimos que Dios coincide con el ser. Moisés llama a Dios formador: «Formó Dios al hombre», etc. Si, pues, El es la forma de las formas, El es el que da el ser, aunque la forma de la tierra da el ser a la tierra, y la forma del fuego, al fuego. Ahora bien, la forma que da el ser es Dios, que forma a toda forma. Por consiguiente, así como la imagen posee una forma que le da el ser eso por lo cual es imagen, y la forma de la imagen es una forma formada, y lo que tiene de verdad lo tiene sólo de la forma que es la verdad y el ejemplar, del mismo modo toda creatura es en Dios lo que es. Pues allí toda creatura, que es imagen de Dios, está en su verdad. Pero con ello no desaparece la subsistencia de cada cosa en su propia forma. Y si nuestro hombre fuese amante de la verdad, debería haber sacado la consecuencia contraria, de lo que pudo leer expuesto en numerosos pasajes de la Docta ignorancia explícitamente y con toda claridad. A continuación le leí la tercera conclusión, que asegura haber sacado de la Docta ignorancia, a saber que la quididad es inalcanzable. Repuso el maestro: «Aunque a la vez inteligible en sí, como objeta él; sin embargo, nunca es entendida en acto, como sucede en Dios, que es inteligible en sumo grado, y en el sol, visible también en sumo grado. Y no es verdad que de la coincidencia de los opuestos mismos en el Máximo se siga ese «veneno de error y de perfidia», a saber, la destrucción del germen de toda ciencia, o sea, del primer principio, como dice el impugnador. Pues ese principio es, sí, el primero en el orden de la razón discursiva, pero no en el orden del entendimiento intuitivo, como ya se ha explicado más arriba.
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Ni tampoco es verdad que, si Dios es cuanto existe, se siga que no creó todas las cosas de la nada. En efecto, Dios, como envuelve en sí a todo ser existente, al crear desenvolvió el cielo y la tierra; es más: por ser Dios todas las cosas a modo de involución de una manera intelectual, pero divina, de ahí que es también el que desarrolla o desenvuelve todas las cosas, y su creador y hacedor, y cuantos títulos podamos acumular en esta materia: ésta es la argumentación del gran Dionisio...