Honda Hornet 600 del 97

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Honda Hornet 600 del 97

Mu単eca y Macho, junio de 2013


Cuando tocó el timbre de la puerta yo la estaba esperando tras la mirilla, había escuchado el sonido de sus tacones por la escalera, la luz fundida del rellano me impidió comprobar si era la chica con la que me había citado casi a ciegas. Todos los datos que tenía de ella eran un nombre de guerra, por ejemplo “Friné”, dos fotografías indecorosas y un número de cuenta al cual había transferido ciento treinta euros, los que ella tenía de mí eran parecidos: un sobrenombre, digamos que “Praxi”, el número de cuenta desde el que giré la transferencia y obviamente una dirección con calle, número, piso y letra. Abrí y la encontré vestida con un mono blanco de motorista, un casco negro, unas botas de media caña también negras con tacón cubano y un bolso en bandolera. — Vives a tomar por culo —fue lo primero que dijo. — Ya te dije que vivía en las afueras —la respondí— ¿has venido en moto? — No, a caballo, lo he dejado abrevando en la piscina de la urbanización. Y si no te importa me voy desnudando que media hora se pasa en un santiamén. — El casco no te lo quites —dije después de soltar una carcajada. — Como quieras, no me habías dicho que eras fetichista. Nunca me habían pedido esto, claro que tampoco había ido nunca a casa de un cliente vestida así, pero hacía buen tiempo y me apetecía subir las curvas del


puerto en moto. Ahí —dijo señalando el bolso— traigo la ropa de profesional, ¿no prefieres? — No, las botas tampoco. — ¡Aja! Pero estoy sudada, convendría que me duchara antes. — Me gusta ese olor. — Allá tú. Primero se quitó las botas para poder sacarse el mono y luego se volvió a calzar en un juego de cremalleras que subían y bajaban. Quedó, de abajo a arriba, con las botas de media caña y tacón cubano, con unas bragas y un sujetador de nailon y elastano negros. Podía ver su pubis, su culo y sus pequeñas tetas a través de las transparencias pero no podía ver su rostro salvo sus ojos negros con la visera del casco levantada. No podía ver sus labios. De esa guisa caminó por el pasillo, delante de mí, hasta la habitación con una coleta negra entretejida que asomaba por debajo del casco y le llegaba casi hasta la cintura, no pude reprimir el gesto de asirla por la trenza. — Te gusta dominar, ¿eh?—me dijo cuando estaba a punto de llegar a la cama y la detuve con un brusco tirón. — Me gusta la imagen que tengo delante de mis ojos. — Con el casco no te la puedo chupar, se me da muy bien ¿te lo vas a perder?


— No me importa, este preámbulo es tanto o más interesante. — ¿Ya estás empalmado? — Compruébalo por ti misma —dicho y hecho, su mano empezó a manosear mi paquete por encima del calzoncillo. — Bien empalmado y todavía más mojado, no me has puesto la mano encima y parece que te has corrido o estás a punto de hacerlo. ¡Hum que bien huele! —dijo llevándose los dedos a la nariz—, ¿seguro que no quieres una buena felación? La hago sin condón aunque no me lo trago, lo ponía en el anuncio. — Realmente sólo me fije en las fotos, el precio y que trabajabas a domicilio, del resto no recuerdo nada —la respondí mientras me quitaba el slip y jugaba con mi glande y mi prepucio delante de la visera levantada de su casco. — Déjame que siga yo, pero si te vas a correr me avisas para parar, tampoco quiero que pagues ciento treinta pavos por una paja. Fueron unos minutos de estimulación intensa al cabo de los cuales tuve varias veces que rogarle que ciase en el empeño so pena de que su profecía se cumpliera, varias veces que tuve que morderme los labios hasta hacerme daño para compensar las sensaciones, varias veces en las que estuve a punto de dejarme ir.


— Has aguantado y mira que te lo he hecho con todas las ganas, incluso con rabia, no me preguntes por qué— añadió, dejando una pregunta en el aire— pero tenía ganas de que te corrieras en mi mano, quitarme el casco y untar mis labios con tu semen. — Por casualidad —la respondí—, he estado en la frontera y esta pausa me vendrá bien para rebajar la excitación. — ¿Cómo quieres que me ponga en la cama? —me preguntó. — Como si tuvieras la moto entre los muslos. — ¿Por dónde quieres follarme? — Por el coño y por el culo, a partes iguales. — Sólo por el culo. También lo ponía en el anuncio, sólo sexo oral y anal. Hincó las rodillas sobre la cama, abrió las piernas y acomodó los brazos sobre la almohada, bajo el frontal del casco que tenía en la coronilla una pegatina blanca con la imagen de un cuervo idéntico al tatuaje que lucía en su nalga izquierda melancólica de sol. — ¿Por qué te gustan los cuervos? —la pregunté mientras me ponía un condón negro, ¿de qué otro color podía ser?, sobre mi polla embrutecida pero ya más serena. — Son las aves más inteligentes, por eso me gustan, y no pienses ahora en ellos que se te va a venir abajo la erección


Reconozco que no presté demasiada atención a sus palabras y que sin mayor lubricación que la del sudor y algo de saliva, después de apartar sus bragas hacia el lado que dejaba visible su tatuaje, comencé a penetrarla analmente y sin ninguna inteligencia. — ¡Me voy a correr, puta! —grité. — ¡Yo también, cabrón! —gritó y yo pensé que fingía, que me acompañaba en la procacidad verbal. — ¡Todavía no!, sigue diciendo obscenidades. Este dialogo y otros de mayor tono se reprodujeron varias veces hasta que se hizo un silencio en el momento en el que yo sin freno y con frenesí percutía dentro de su culo con mi mango furioso y fuera de sí. — ¡Me he corrido!, me puedes seguir dando pero permite que me quite el casco, estoy al borde de la asfixia. — ¡No te creo!, ¿por el culo? —pregunté estúpidamente. — Con la ayuda de esta mano —me respondió levantándola— y continúa empujando fuerte que aunque haya acabado me gusta sentirla dentro. Se quitó el casco y yo se la saqué, se dio la vuelta, su rostro era idéntico al de una de las fotografías, me quité el preservativo y no pude evitar eyacular sobre su cara. — Voy a gustarlo un poquito —dijo pasando la lengua por sus labios—, ¿quieres probarlo tú? —asentí con la cabeza y comencé a lamerle la cara por la que había


quedado esparcido mi semen, conduciendo las gotas hasta su boca. — Esto también es sexo oral —musité entre sus labios. — ¿Te ha gustado? —me preguntó mientras se levantaba y miraba de reojo la hora en el teléfono móvil—debería cobrarte la hora entera—añadió— pero me doy por bien pagada. — Gustar es decir poco, me doy por más que bien servido —la respondí. Mientras se recomponía en el cuarto de baño, con la puerta sin cerrar del todo, descubrí los restos de su éxtasis sobre la sábana, un cerco irregular, todavía húmedo, de unos tres centímetros de diámetro. — ¡Cariño, menudo orgasmo!, pensaba que todo había sido fingimiento. — No te oigo, habla más fuerte, estoy meando a chorro en el bidé y con el ruido no te escuchó. — Decía ¡qué vaya corrida! —dije subiendo el volumen de mi voz. — ¿La tuya o la mía? — La de los dos, pero me refería a la tuya, parece como si hubieras eyaculado. — No es que lo parezca, es que he eyaculado. — ¡Ah, ya! Nunca lo había presenciado hasta hoy, ¿es lo que sale en las páginas porno cuando tecleas “squirting”? — ¿”Esquarqué”?


— La eyaculación femenina, el punto G y la glándula del no sé qué. — No te montes películas raras, moja el dedito en los restos de mi pringue y dime a qué sabe. — A semen, ¿tienes polla? — Otra vez es mejor que leas el anuncio completo y no te fijes sólo en las fotografías Salió del cuarto de baño como había entrado por la puerta, con el mono blanco de motorista, el casco negro, las botas de media caña también negras con tacón cubano y el bolso en bandolera. La acompañé hasta la moto, una Honda Hornet 600 del año 1997 de color azul que en un lado del depósito llevaba grabado el ala blanca de la marca y en el otro un cuervo negro.


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