Mujer y pene

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Mujer y pene, 1902-1903. Pablo Picasso

Mu単eca y Macho, junio de 2013


Hacía dos horas que me había masturbado pensando en un duque desconocido, empalmado de verdad, un auténtico verraco, un macho sin par. Si hay algo que me encanta, en lo que a sexo se refiere, es chupar una buena polla mientras meto mis dedos por su culo. — O sea que el desconocido duque empalmado tiene una buena polla y el culo dilatado como si hubiera inhalado un coctel de nitritos. — ¡La tiene como a mí me gusta!, y ¿tú quién eres? — ¡Ah, claro! Es un desconocido virtual. Soy tu machito grillo. — ¿Puedo continuar? — Por favor. Decía que mi fantasía sexual recurrente es una felación imponente y que el tío cuando va a acabar se aparta un par de cuartas, unos cuarenta centímetros, de mi boca y eyacula intermitente con violencia adolescente regándome toda la cara. — ¿Tú has visto muchas pelis porno, muñeca? — No machito, lo aprendí de un profesor de Ciencias Naturales en quinto de Bachiller, se apellidaba Machuca, era bajito, calvo y regordete. — Me he perdido, lo reconozco. Al pepito grillo que no sé de dónde había salido tuve que explicarle lo que era quinto de bachiller en 1972, un instituto femenino y un catedrático concienzudo que


tendría la edad que yo tengo ahora que nos explicó los secretos de la masturbación de las chicas y de los chicos. — ¿Hacíais prácticas? — Salíamos al campo para hacer una colección de plantas secas que debíamos presentar como trabajo trimestral. — Y entre las margaritas os tocaba el culo y las tetas con el pretexto de hacer un herbolario. — Un herbario: las plantas sujetas con un celo sobre una holandesa de papel guarro separadas por otras de cebolla. — ¿Aprobaste? — Suspendí. — No se la chupaste bien y te represalió, ¿verdad? Tras la agotadora conversación con ese extraño de color verde me relajé con un baño muy caliente, una colación como cena y me senté a contestar el correo que como era habitual estaba plagado de mensajes obscenos que repetían las mismas frases con parecidas faltas de ortografía. Antes de acostarme sentí unas ganas terribles de hacerme otra paja pero tenía que pasar primero por el baño, para excitarme hice pis sentada en el inodoro con las bragas puestas. — Pero lo de mearte encima es un poco guarro ¿no? — ¿Ya estás aquí otra vez, es que no vas a dejarme a solas ni cuando me toco? Era el inicio de la fantasía — Sigue que no es mi intención bajarte la libido.


— Sabes que no es cosa fácil. — De sobra que lo sé ¿Cuántas te haces al día? — Si lo sabes para qué preguntas. Él estaba de rodillas frente a mí, yo tenía las piernas abiertas como las ventanas cuando hace mucho calor, y me lamía las bragas y me secaba los muslos con la lengua como si fuera una esponja. Pensando en eso tuve un orgasmo sideral. — El adjetivo es cursi. — ¿Se te ocurre otro? — Bestial me parece más acorde. — Está bien. Tuve un orgasmo de la hostia. — ¿Y luego? — Luego me dormí — ¿En la taza del váter? — En el fregadero ¡no te jode! En la cama, dónde iba a ser. Luego me dormí y nadie, ni siquiera tú, me interrumpió el sueño. Estaba desnuda en el desierto, la arena quemaba y yo caminaba de puntillas, aprovechaba las dunas que hacían de sombrillas para fumar un cigarrillo y acariciarme los pezones que eran rojos como la ceniza incandescente. Tenía sed y a la vez estaba caliente como una perra en celo. Me levantaba, oteaba el horizonte insolado y descubría un oasis con una única palmera, me acercaba y no tenía hojas, era un pene majestuoso que


salía del suelo y me alcanzaba la barbilla. Me arrodillaba, besaba su tronco, lo circunscribía con mis manos y sentía como crecía. Abría la boca y el dátil morado atravesaba mi garganta. Me ahogaba y cuando ya no podía respirar, cuando estaba a punto de morir de sed, de aquel dátil brotaba un suero acuoso y blanco.


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