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Este libro es el resultado del proyecto que obtuvo la Ayuda para la investigaciรณn sobre el carlismo convocada en 2012.
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Entre la boina roja y la camisa azul La integración del carlismo en Falange Española Tradicionalista y de las JONS (1936-1942)
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Serie Investigación sobre el carlismo Título Entre la boina roja y la camisa azul Subtítulo La integración del carlismo en Falange Española Tradicionalista y de las JONS (1936-1942) Autora Mercedes Peñalba Sotorrío Edita Gobierno de Navarra Departamento de Cultura, Turismo y Relaciones Institucionales. Servicio de Museos. Museo del Carlismo Diseño y Maquetación KEN Impresión Graphicems ISBN 978-84-235-3365-7 Depósito Legal NA 2050-2013 Promoción y Distribución Fondo de Publicaciones del Gobierno de Navarra C/ Navas de Tolosa, 21 31002 Pamplona Teléfono: 848427121 Fax: 848427123 fondo.publicaciones@cfnavarra.es www.cfnavarra.es/publicaciones
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MERCEDES PEÑALBA SOTORRÍO
Entre la boina roja y la camisa azul La integración del carlismo en Falange Española Tradicionalista y de las JONS (1936-1942)
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Agradecimientos de la autora Me gustaría aprovechar la ocasión para agradecer su apoyo a todas las personas que me han ayudado a lo largo de este trabajo. En primer lugar, al Gobierno de Navarra por darme la oportunidad de llevar a cabo esta investigación, especialmente a Susana Irigaray, Carmen Valdés y Beatriz Marcotegui. También al personal de sala del Archivo General de la Administración, que me reciben allí un año sí y otro también, así como al personal de los demás archivos que he consultado para este trabajo. Finalmente, que no menos importante, me gustaría agradecer su apoyo a una serie de personas que, de un modo u otro, me han ayudado a lo largo de esta investigación: a Francisco Javier Caspistegui y a Maite Díaz Francés, siempre dispuestos a darme su opinión sobre lo que escribo, a Francisco Javier Hernández, Ana María Pérez Guerrero, Ana León, Nani González, Sabela Botana y a mi familia y amigos, en general, que aguantan mis extrañas dudas sobre la búsqueda archivística, la redacción de un párrafo cualquiera o la elaboración de alguna estadística.
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Índice
Introducción: El carlismo en Falange Española Tradicionalista ¿una ilusión? La Unificación: conversaciones y presupuestos teóricos para una posible unión desde abajo
La preparación del 18 de julio y los acuerdos al respecto La guerra, la unificación de las milicias y el destierro de Fal Conde Negociaciones en el seno de las fuerzas “nacionales” El incidente de la Real Academia Militar de Requetés y el destierro de Fal Conde Falange Española de las JONS: la peligrosa provisionalidad del mando El decreto de Unificación Normas y procedimientos para la integración del carlismo en FET y de las JONS
Los primeros pasos del partido unificado Hacia la integración efectiva: normas y directrices Una integración accidentada La Comunión intenta recuperar posiciones ¿Sindicatos o corporaciones? La elaboración de los primeros Estatutos El texto definitivo Bombas ante el santuario de Begoña Conflictos y tensiones durante el periodo de integración. Un análisis estadístico
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49 51 60 67 73 76 77 80 86
La conflictividad por provincias Falange y Requeté frente a frente Tensiones en torno al proceso de integración
91 96 99 102
Unión no, absorción
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Notas Archivos Bibliografía
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Introducción: El carlismo en Falange Española Tradicionalista ¿una ilusión?
El 19 de abril de 1937 nacía, por voluntad de Francisco Franco, un nuevo partido, que aspiraba a cohesionar las distintas fuerzas políticas que habían prestado su apoyo al levantamiento del 18 de julio. Sin embargo, la novedad de esta formación política y su carácter fundacional eran ciertamente ficticios, como lo fue también su pretensión de integrar en pie de igualdad a las dos formaciones políticas que más milicias habían aportado al esfuerzo bélico: el falangismo y el tradicionalismo. Esta nueva entidad política, bautizada como Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y de las JONS), tomaba su organización, estructura y programa del falangismo de preguerra, provocando con ello el resentimiento de muchos carlistas, que ya en 1937 se quejaban de que la representación y participación de la Comunión Tradicionalista en el régimen hubiera quedado relegada a la mera presencia de la letra T en una denominación compleja y de signo totalitario1. A partir de ahí, las tensiones entre carlistas y falangistas se sucedieron dentro del partido único, sobre todo a raíz del proceso de integración de efectivos y servicios en su seno. Pero la tensión no era nueva, ya había estado presente en meses anteriores, durante las fallidas conversaciones entre representantes carlistas y falangistas, que pretendían unir fuerzas antes de que la unión les fuera impuesta desde arriba. No obstante, a pesar de que este hecho ha sido señalado por los historiadores que han dedicado su carrera al estudio del franquismo, 11
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no se han elaborado todavía estudios que evalúen de qué modo y con qué herramientas se forzó la integración del carlismo en FET y de las JONS. Son muchos los estudios dedicados a la disidencia carlista2, a la oposición monárquica3 e incluso, en los últimos tiempos, a la colaboración con el régimen –El nuevo rumbo político del carlismo hacia la colaboración con el régimen (1955-56)4–, pero hay pocos estudios que evalúen específicamente la relación entre falangismo y carlismo dentro del Movimiento Nacional. En este sentido, todos los historiadores que han tratado la historia de estos dos fenómenos socio-culturales, no han dudado en detenerse, siquiera brevemente, en acontecimientos clave como la participación de carlistas y falangistas en la guerra5, la Unificación de 1937 y las fallidas negociaciones que la precedieron, la reacción al decreto, la organización del carlismo antes y después de la Unificación6, las tensiones y conflictos entre ambas formaciones7 o el carlosoctavismo. También existen interesantes trabajos sobre la tensa relación entre Falange y Requeté, pero todos ellos se han realizado desde una perspectiva regional8, por lo que no hay todavía ningún estudio que aborde, específicamente, el proceso de integración del carlismo en FET y de las JONS desde una perspectiva nacional, y partiendo del conocimiento de las medidas y órdenes establecidas por el régimen. Si como dice Aurora Villanueva, “la nueva etapa que se abría con el decreto de unificación de 19 de abril de 1937 no tenía parangón con ninguna de las hasta entonces vividas por el carlismo; [ya que] no existían ni antecedentes ni modelos organizativos para enfrentar la situación de desaparición legal como partido político que suponía su integración, con todos sus elementos y organizaciones, en FET y de las JONS”9, resulta necesario plantearse cómo se llevó a cabo el mismo proceso de la integración, estudiándolo no sólo desde el rechazo, sino también desde la colaboración. Si el carlismo es mucho más que un fenómeno político10, que un movimiento reaccionario, que una ideología; si al hablar de carlismo debemos considerar su carácter cultural, la transmisión de una mentalidad, la transmisión generacional de la tradición y el mismo sentimiento de pertenencia y arraigo que caracteriza a los carlistas11, pertenezcan al mellismo, al integrismo, al carlosoctavismo, etc…, no podemos desestimar el estudio de la masa de carlistas que en un principio aceptó la unificación, ya que si bien de12
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jaron de estar sujetos a la disciplina de la Comunión Tradicionalista, como bien ha apuntado Martin Blinkhorn, no dejaron nunca de considerarse “carlistas patrióticos auténticos”12. Jordi Canal ha esbozado, precisamente, los elementos que hicieron posible esta actitud en el seno del carlismo, como fueron la adaptabilidad política, la inconcreción programática y su carácter amalgamático13. Al fin y al cabo, como ha señalado Villanueva, el franquismo generó lealtades dobles o contradictorias14, creando lo que Blinkhorn ha descrito como “un sistema de relaciones altamente complicado, caracterizado por grados variables de colaboración, autoafirmación y abierta oposición”15. Dentro de un panorama tan complejo, las rencillas y quejas fueron una tónica constante, que respondía al deseo evidente de imponerse a un falangismo que no sólo llegó a copar la mayor parte de las jefaturas provinciales y de los puestos directivos16, como explicamos en el presente estudio, sino que se aproximaba cada vez más a los regímenes nazi-fascistas tan ajenos, según el tradicionalismo, al verdadero ser de España. De hecho, la ruptura de muchos carlistas con el partido único no fue inmediata. Por ello, lo que planteamos es un análisis de las relaciones entre falangismo y carlismo, especialmente centrado en el análisis del proceso de integración abierto por el decreto de Unificación y en el análisis de la conflictividad y las tensiones a las que dio lugar, con el objetivo de facilitar, siquiera mínimamente, una mejor comprensión de dos fenómenos históricos tan complejos como el falangismo y el carlismo y, por supuesto, de aquel ente heterogéneo que era el partido único del régimen de Franco.
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La Unificación: conversaciones y presupuestos teóricos para una posible unión desde abajo
La preparación del 18 de julio y los acuerdos al respecto
Mucho se ha escrito sobre la historia de la Unificación. Sus principales protagonistas, como Manuel Hedilla, Ramón Serrano Suñer o Manuel Fal Conde, hicieron públicos sus testimonios al respecto relativamente pronto, mientras que otros como el Conde de Rodezno dejaron escritas sus opiniones en forma de memorias. Asimismo, por tratarse de uno de los acontecimientos claves dentro de la guerra civil española, fue objeto de estudio por parte de interesados e historiadores desde época muy temprana. Un interés, por otro lado, que dura hasta la actualidad. Desde las clásicas obras de personajes interesados como Maximiano García Venero o Jaime del Burgo17, hasta las narraciones más actuales como las de Sheelag Ellwood, Herbert Southworth, Stanley Payne, Manuel Martorell, Jordi Canal, Joan Maria Thomàs o José Carlos Peñas18, por citar sólo algunas, los puntos básicos de la historia no han cambiado demasiado, sin embargo sería imposible, además de irresponsable, iniciar un estudio sobre la integración del carlismo en FET y de las JONS, sin partir de los contactos y conversaciones que se iniciaron entre Falange Española y la Comunión Tradicionalista en una fecha tan temprana como 1936. No obstante, antes de valorar estos contactos, debemos repasar cuáles fueron los acuerdos a los que llegaron ambas organizaciones con los conspiradores y ejecutores del golpe de estado del 18 de julio. 15
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Ya a finales de mayo de 1936, José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española, se había puesto en contacto con Emilio Mola, para ofrecerle el apoyo de su organización a cambio de que le garantizara que FE sería la fuerza predominante en el nuevo orden19. Según la versión del falangista Ximénez de Sandoval, José Antonio estaba convencido de que los militares no podrían conseguir nada si no contaban con Falange20, pero lo cierto es que no fueron los militares quienes acudieron en busca del apoyo falangista, sino todo lo contrario. Al fin y al cabo, antes del golpe, Falange no dejaba de ser un grupo político más y no precisamente el más numeroso. En este sentido, es lógico que Falange no obtuviera de Mola nada más que la garantía de que su partido tendría total libertad de organización y propaganda21. Pero el líder falangista no iba a conformarse con eso. En el mes de junio, ya desde la cárcel de Alicante, José Antonio iba a desarrollar una febril actividad, contactando con los militares a través de distintos enlaces22 y buscando algún tipo de acuerdo con los carlistas, que ya le habían contactado en Madrid. Además, todo apunta a que estos contactos contaban con el visto bueno de Manuel Fal Conde, que en aquellos momentos se encontraba exiliado en Francia23. Pero igual que Fal, José Antonio deseaba asegurar la posición de Falange dentro del movimiento insurreccional antes de decidirse a actuar, por eso advirtió a sus militantes de que “ni una gota de sangre debe dar ningún camarada en auxilio de complots oscuros y maquinaciones más o menos derechistas cuyo conocimiento no les llegue por el conducto normal de nuestros mandos”24. Asimismo, el líder falangista recordaba que “los proyectos políticos de los militares (salvo, naturalmente, los que se elaboran por una minoría muy preparada que en el Ejército existe) no suelen estar adornados por el acierto”25. Puesto que la participación en estos proyectos podía acarrear la total desaparición de la Falange y porque no estaba dispuesto a tolerar actuaciones unilaterales, José Antonio prohibió a sus militantes la participación en cualquier conspiración, salvo orden expresa de los mandos supremos del partido26. Sin embargo, hicieron falta sólo cinco días para que Primo de Rivera fijara las condiciones necesarias para garantizar la participación de Falange en el golpe. Éstas se resumían, básicamente, en asegurar que los falangistas mantuvieran relaciones directas y exclusivas con los jefes militares y en mantener el control de 16
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sus milicias27. Claro que esto no le impidió hacer un último esfuerzo por obtener de Mola algún tipo de garantía política, si bien lo único que consiguió fue la promesa de que el poder no sería entregado inmediatamente a los líderes conservadores28. Paralelamente, dentro de la Comunión Tradicionalista fue el jefe delegado, Manuel Fal Conde, quien puso más empeño en obtener de los responsables de la conspiración, José Sanjurjo y Emilio Mola, importantes promesas políticas. Estas exigencias se basaban en el hecho de que la Comunión Tradicionalista, gracias a la labor de reorganización y militarización llevada a cabo por el propio Fal Conde, con la ayuda de José Luis Zamanillo, podía ofrecer al Ejército un aparato militar, con el que no contaba ninguna otra organización política. Según los datos recogidos por Jordi Canal, antes del 18 de julio, la Comunión contaba con 30.000 requetés dispuestos para el combate29. No obstante, si comparamos estas cifras con las esgrimidas por José Antonio Primo de Rivera en junio de 1936 y que hablaban de 150.000 afiliados a FE30, salta a la vista la superioridad falangista, claro que toda comparación debe ser matizada. Principalmente, hay que tener en cuenta que José Antonio hablaba sólo de afiliados, es decir, que no especificó cuántos de esos supuestos 150.000 pertenecían a Primera Línea y estaban prestos para combatir; y en segundo lugar, lo que sí parece claro por el momento, y a falta de nuevos estudios que profundicen en el tema, es que la Primera Línea falangista no estaba tan bien organizada, sobre todo en términos de disciplina, como el Requeté carlista. Y es que, frente a los díscolos y dispersos falangistas, Fal Conde podía ofrecer “una fuerza paramilitar muy controlada e ideológicamente fiable sin fisuras”31. Quizá por eso, llegó a estar convencido de que era perfectamente posible llevar a cabo una sublevación íntegramente carlista32, al menos en lo ideológico, ya que también sabía que el golpe fracasaría si no lograban arrastrar con ellos al menos a una parte de los militares33. Asimismo los contactos que la Comunión inició con el líder falangista, antes de la sublevación, indican que, cuando menos, Fal Conde no veía mal asegurarse una fuerza mayor si los falangistas se avenían a un acuerdo razonable. El caso es que la dirección de la Comunión Tradicionalista estaba bien informaba sobre los progresos de la conjura34 y que durante los meses anteriores al frustrado golpe de estado, Fal Conde mantuvo in17
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tensos contactos con Sanjurjo y Mola. Ya en el mes de mayo, el príncipe regente, Don Javier de Borbón Parma, y su jefe delegado lograron que Sanjurjo se comprometiera a participar en un levantamiento carlista, aún en el caso de que los militares no llegaran a sublevarse35. Sin embargo, casi inmediatamente, Sanjurjo investía a Mola, quien ya había establecido contactos con los carlistas de Navarra, con la dirección del movimiento insurreccional36. A partir de ese momento el peso de las negociaciones entre carlistas y militares recaería sobre él. Pero ¿estaban los carlistas de acuerdo con los planes de Fal Conde? Claramente no, puesto que ya antes de entablar relaciones directas con Mola, el jefe delegado había detectado divergencias de opinión en el seno de su organización. En un documento fechado el 8 de junio y en el que se hacía balance de las distintas opiniones respecto a las negociaciones con los militares que existían en la Comunión, Fal distinguió dos grupos. El primero, liderado por él mismo, era aquél que tenía fe en la capacidad propia del carlismo para sublevarse y que prefería esperar antes que aceptar una colaboración sin las debidas garantías, destinada a acabar con la posible proclamación de la monarquía en la persona de don Juan de Borbón. El segundo grupo, por el contrario y siempre según la versión del propio Fal, estaba formado por “los que o dudan de nuestra eficacia, o creen inaplazable el actuar o fían de los militares o son partidarios de Don Juan o se resignan con sacar el provecho que se pueda de la colaboración”. Dentro del primer grupo situaba a José Luis Zamanillo, José Zuazola, José Martínez Berasáin, Juan María Roma, Pedro Roma, Mauricio Sivatte, Juan Lavaquial, José Brú, Luis Zuazola y Agustín Tellería. Y dentro del segundo al conde de Rodezno, Víctor Pradera, Fernando de Contreras, José María de Oriol, Juan de Olazábal, Domingo Tejera, Javier Martínez de Morentín, Luis Arellano, Marcelino Ulibarri, Gaitán de Ayala, José María Valiente y José María Arauz de Robles37. Ya se iban perfilando las dos tendencias que surgirían en la Comunión, una vez proclamada la Unificación de abril de 1937: la anticolaboracionista y la colaboracionista. A pesar de las divisiones de opinión en el seno del carlismo, las negociaciones prosiguieron. Zamanillo, fiel colaborador del jefe delegado, fue el encargado de entrevistarse con Mola y de entregarle la nota que Fal Conde había redactado el 11 de junio, titulada “8 puntos 18
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para el acuerdo con Mola”, en la que se establecían las condiciones mínimas para que la Comunión participara en la conspiración. En este texto se planteaba la proclamación de una dictadura temporal, que sería ejercida por un directorio, compuesto por un militar que ostentaría la presidencia y dos consejeros civiles propuestos por los tradicionalistas. Lo más interesante era que estos dos consejeros habrían de tener en sus manos las carteras de Interior y Educación, lo que se traducía en el control de las corporaciones, el régimen foral, la enseñanza y las relaciones con la Iglesia, todos ellos puntos básicos del programa carlista. Además, habría que proceder a la derogación de la Constitución y de la legislación laicista, así como disolver los sindicatos, sectas y todos los partidos políticos, incluidos los que hubieran colaborado en la sublevación. Por último, se daba por supuesto que reinaría la bandera bicolor38. En las aclaraciones sobre la nota primera, redactadas por el propio Fal Conde, se dice que se aclaró a Mola que la presidencia del directorio habría de recaer en Sanjurjo y que deseaban que se encargara de las Corporaciones el Sr. Primo de Rivera, al que se lo habían propuesto39. Probablemente se referían a los contactos que ya había establecido con José Antonio y a los que nos hemos aludido anteriormente. No obstante, es preciso destacar que sólo se hablaba de encargarle las Corporaciones, no el Ministerio del Interior en su conjunto. Años más tarde, Fal Conde incidiría, una y otra vez, en el hecho de que había solicitado la disolución de todos los partidos políticos, incluida la Comunión Tradicionalista. Procuraba así marcar distancias cada vez mayores con el partido unificado de orientación totalitaria. Por supuesto, no resulta extraña esa insistencia en hacer desaparecer los partidos políticos, ya que la forma partidista del carlismo, es decir, la Comunión Tradicionalista, no dejaba de ser algo accidental, un modo de continuar la lucha contra el liberalismo dentro de unas nuevas condiciones históricas. Pero lo que Fal Conde no decía era que de haberse aceptado estas condiciones ideales, la Comunión no hubiera necesitado ya de ningún partido porque habría conquistado para sí los dos pilares del Estado y de la sociedad española. Por supuesto, aquellas primeras exigencias fueron rechazadas por Mola, que contrarrestó con otra propuesta, en la que se hablaba de dictadura republicana, de parlamento constituyente elegido por su19
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fragio y de libertad de cultos40. Ninguno de estos puntos iba a ser tolerado por los tradicionalistas, pero eso no impidió que las negociaciones prosiguieran. El día 3 de julio la Comunión entregaba a Mola una nueva nota, en la que se insistía en los planteamientos iniciales41. Probablemente Mola ignoró esta nota, ya que el día 4, Zamanillo dijo haber recibido la visita de un emisario militar que le había pedido una contestación definitiva. A la respuesta del carlista, en el sentido de que su última nota tenía precisamente ese carácter, el militar, siempre según el testimonio del primero, habría dejado caer una amenaza, indicando que la actitud de los carlistas era injustificada42. Con amenazas o sin ellas, las conversaciones y el cruce de cartas continuaron en los días posteriores, hasta que el día 9 Mola decidió que no se podía hacer nada ante la intransigencia de los carlistas43. Fue entonces cuando Sanjurjo decidió que había llegado el momento de escribir a Mola y a Fal Conde para evitar el fracaso de la sublevación. Mola se negó a dar credibilidad a la nota recibida, en teoría porque el mensajero no conocía la contraseña, pero le dijo a Rodezno que Sanjurjo era incapaz de decir no a nada44. Lo cierto es que Sanjurjo andaba implicado en diversos y contradictorios proyectos de sublevación45. Paralelamente, aunque no ha quedado clara la fecha exacta46, la dirección navarra, representada por el conde de Rodezno y la Junta Regional entabló conversaciones con Mola, para acabar ofreciendo al general la adhesión incondicional del carlismo, a cambio de reservarse el control político sobre Navarra47. El motivo era claro: “lo contrario supondría, si este triunfaba [el movimiento insurreccional] el quedar los nuestros sin protección ni influencia alguna en la política, mientras que si fracasaba, recogeríamos toda la odiosidad”48. A pesar de los acuerdos alcanzados por la dirección navarra, tanto el pretendiente carlista como el príncipe regente se posicionaron al lado de Fal Conde, ordenando que no se accediera a colaboración alguna sin las debidas garantías49. En esta situación, el asesinato de Calvo Sotelo facilitó la aceptación de la carta de Sanjurjo por parte de Mola. Claro que, técnicamente, lo único a lo que accedió Mola fue a “seguir las instrucciones que en su día dé como Presidente de Gobierno el General Sanjurjo”50. Puesto que Sanjurjo jamás llegaría a ocupar dicho puesto, el acuerdo suscrito no tendría consecuencia alguna. Quizá por 20
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eso, en diciembre de 1936, Zamanillo declararía que los requetés no habían impuesto condiciones para colaborar con los sublevados51. A pesar de ello, serían numerosas las veces en que Fal Conde afirmaría que había acordado con Mola la disolución de todos los partidos políticos, lo que iba en contra del establecimiento de un partido único. Así pues, podemos confirmar que tanto Falange como la Comunión Tradicionalista entraron en guerra sin haber obtenido acuerdos de importancia con la dirección militar del movimiento insurreccional.
La guerra, la unificación de las milicias y el destierro de Fal Conde
Tras el estallido de la guerra civil, se sucedieron importantes acontecimientos en el seno de las dos organizaciones. En el mes de julio murió en Labajos Onésimo Redondo, en el mes de octubre Ramiro Ledesma Ramos fue fusilado en Aravaca y el 20 de noviembre, tras recibir la sentencia a muerte, José Antonio Primo de Rivera fue fusilado en la cárcel de Alicante. Mientras tanto, el Consejo Nacional de FE de las JONS había elegido a Manuel Hedilla como jefe provisional52, confiando aún en la liberación de su jefe nacional. Una solución que no satisfizo a todo el mundo y que no iba a zanjar las disensiones internas que existían en Falange. Al fin y al cabo, el falangismo no se había caracterizado nunca por ser una organización monolítica en sus rasgos generales; de hecho, las crisis internas habían sido una tónica constante en sus pocos años de existencia. La guerra no podía sino acentuar esta realidad. Pero en este nuevo contexto, y según Sancho Dávila, el verdadero problema que iba a afrontar Falange hasta la Unificación sería el no haber sabido ver dónde se hallaba verdaderamente el mando53. Es fácil suponer que se refería al general Franco. No mucho después, a finales del mes de septiembre, moría en Viena el pretendiente carlista, Alfonso Carlos de Borbón, sin haber dejado descendencia. A partir de ese momento la máxima autoridad dentro de la Comunión sería el príncipe regente, Francisco Javier de Borbón, aunque paralelamente se iniciaría una campaña de culto a la figura de Manuel Fal Conde54. Asimismo, en el seno del partido carlista las divisiones que se habían hecho evidentes durante las negociaciones con Mola iban a seguir acrecentándose, hasta dar lugar a una ruptura imposible de enmendar. 21
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Mientras tanto la guerra seguía su curso, y tras la muerte de Sanjurjo, en el mes de septiembre, el general Francisco Franco era nombrado Jefe del Estado. Este es el contexto básico en el que hay que situar las conversaciones entre el falangismo y el tradicionalismo en vista a una posible unificación voluntaria de sus fuerzas.
Negociaciones en el seno de las fuerzas “nacionales”
La historia de Falange había probado que, a pesar de sus deseos de independencia política y las llamadas al purismo por parte de José Antonio, la presencia del falangismo en la nueva España pasaba por establecer relaciones ventajosas con otras fuerzas políticas. Ya desde la cárcel de Madrid, José Antonio, asistido por su hermano Fernando y por Raimundo Fernández Cuesta, había iniciado contactos con otras organizaciones, que habían demostrado interés por llegar a algún tipo de unión o acuerdo con el falangismo, entre ellas las Juventudes de Acción Popular, Acción Española o la Unión Militar Española55. Pero una vez iniciada la guerra, la situación bélica iba a poner el acento político en aquellos partidos con mayor tradición militarista y que al absorber en sus milicias el esfuerzo bélico de las demás fuerzas políticas, eran los que más podían aportar al esfuerzo de guerra, es decir, Falange y Comunión Tradicionalista. En este sentido, las JAP se habían pasado casi íntegramente a Falange56 – debido a su fuerte carácter juvenil y a su política de acción–, aunque algunos de sus miembros se habían decantado por el Requeté, mientras que el Partido Nacionalista Español, había optado por ingresar en bloque en la Comunión Tradicionalista57. Además, la idea de que hacía falta mantener la unidad en la retaguardia si se quería ganar pronto la guerra se había extendido y eran muchos los que habían escuchado rumores y habían recibido informaciones más o menos probadas, que apuntaban a que en el cuartel general del recién nombrado Jefe del Estado se planeaba la fusión de las fuerzas políticas que apoyaban a los sublevados. Por todo ello, en los meses siguientes, se sucederían cada vez con más intensidad los contactos entre Falange y la Comunión, con vistas a lograr una integración desde abajo, que les garantizara cierto poder de influencia sobre Franco58. 22
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Teóricamente, estos acuerdos podrían haberse firmado sin grandes dificultades, puesto que ambas organizaciones tenían muchos puntos en común. Como ha explicado Martin Blinkhorn, “en general, se concedía que el fascismo era una mezcla de componentes buenos y malos, pero como se creía que se podían encontrar todos los buenos en el carlismo, era de una irrelevancia absoluta”59. Incluso Víctor Pradera llegó a afirmar que no había nada en el discurso que diera José Antonio en el acto de la Comedia, con lo que cualquier carlista no estuviera familiarizado60. Claro que no todo eran buenas palabras, también había quien consideraba a los fascistas hijos degenerados del tradicionalismo61. Asimismo el historiador Rodríguez Jiménez ha destacado los puntos de coincidencia entre el fascismo y la derecha española, en la que se incluye el carlismo. Estas coincidencias se resumen en el nacionalismo, la defensa de una estructura social jerarquizada, del concepto de minorías selectas, del corporativismo y de la visión conspirativa de la historia62. Sin embargo, lo más interesante es que los propios carlistas, que antes de la guerra habían procurado destacar las diferencias con el totalitarismo63, apelaban ahora a las coincidencias con el falangismo, principalmente, al nacionalismo, al antiparlamentarismo, al antiliberalismo, al corporativismo y al catolicismo. En este sentido, suele destacarse el artículo de Román Oyarzun, “Una idea: Requeté y Fascio”, en el que el reputado carlista hacía un llamamiento a la unión de ambas organizaciones en aras del patriotismo y por encima de las apariencias externas64. Pero no fue ésta la única ocasión en que importantes personalidades del carlismo manifestaron que existían coincidencias de ideal y objetivos con el falangismo. Ya en el mes de julio, desde El Pensamiento Navarro se hizo notoria la llamada a la fraternidad que el requeté dedicaba al falangismo con frases como “Unidos en haz apretado e irrompible, pese a quien pese, al servicio de la justicia y de la Patria” o “Si en la muerte nos abrazamos todos, falangistas y requetés, ¿qué podrá haber en el mundo que nos separe en la vida?”. No obstante, los carlistas no olvidaban señalar en qué dos aspectos se basaba dicha fraternidad: la tradición española, interpretada como regreso a la monarquía tradicional, y la defensa del catolicismo65. También Araúz de Robles declaró en una entrevista que el catolicismo común a carlistas y falangistas facilitaría un acercamiento entre 23
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sus programas, puesto que gracias a él “el estatismo de los unos y el antiestatismo de los otros no se presentarán, de esta forma, como irreconciliables”66. Por su parte, José Luis Zamanillo destacaba como ideal común la lucha contra el parlamentarismo y el liberalismo67. Sin embargo, es preciso destacar que detrás de estos acercamientos permanecía inmutable y permanente una misma idea, la de que la Comunión Tradicionalista era fiel y verdadero intérprete de la tradición, “del genio español”, por tanto, anterior al falangismo y libre de contaminaciones extranjeras. También Fal Conde y Olazábal hicieron referencia a los puntos de unión con FE, destacando el deseo común de establecer un sistema representativo y orgánico a través de las Cortes y el corporativismo. Pero no olvidaban las diferencias que los separaban: que la base social del carlismo era la familia y no el individuo como defendían los fascistas y que el origen del carlismo era puro y tradicional frente al del fascismo o el hitlerismo, que no dejaban de ser “oportunas desviaciones del marxismo”. Por ello, el carlismo defendía la monarquía frente a la dictadura como fin, que aspiraban a imponer los fascistas68. El temor a la excesiva influencia alemana sobre el falangismo también era compartido por el príncipe regente69. Por su parte, el diario Arriba España, bajo la dirección de Fermín Yzurdiaga, no mostraba una actitud tan benévola hacia el carlismo, al insistir en que la unión no era necesaria70 y en que la idea recordaba demasiado a la Unión Patriótica de Miguel Primo de Rivera71. La jefatura falangista, en cambio, sí que se pronunció sobre un posible acuerdo con la Comunión, pero de eso hablaremos más adelante. Pero el mejor punto de coincidencia era, sin lugar a dudas, el ala juvenil de ambos partidos. Sin embargo, las juventudes carlistas, cada vez más radicalizadas, no iban a seguir los pasos de las JAP e integrarse en el falangismo, porque contaban con milicias propias. Además, en lo que se refiere a la lucha armada, el carlismo nunca dejaría de considerarse precedente a Falange por lo que, para ellos, lo más adecuado era que los falangistas se unieran al carlismo. ¿No habían sido acaso ellos los principales defensores de la España tradicional durante más un siglo? A ellos debía corresponderles, por tanto, el liderazgo de cualquier organización que pudiera surgir de sus negociaciones con Falange. 24
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Por el contrario, el falangismo defendía que su carácter revolucionario y fuertemente social no se hallaba presente en el carlismo, y que siendo los elementos más necesarios para la creación del nuevo Estado, debían ser los carlistas quienes se integraran en su movimiento. En palabras del falangista Manuel Valdés Larrañaga, el tradicionalismo era “una doctrina respetable por su solera y su historia, pero con facetas un poco arcaicas para el momento político que se vivía” 72. Se trataba, al fin y al cabo, del enfrentamiento entre una organización que se consideraba tradicional y esencialmente española, y a la que los falangistas veían como reaccionaria, y un falangismo que se autodefinía como moderno y revolucionario. A pesar de ello, ambos partidos estaban condenados a entenderse, en aras de asegurar el triunfo de unos objetivos comunes, como era librar a España del liberalismo, del marxismo y del sistema parlamentario. Pero, como veremos a continuación, la existencia de un enemigo común no iba a ser suficiente para garantizar el acuerdo y superar las divisiones que los separaban. De hecho, ya antes del 18 de julio, el desacuerdo entre los dos partidos se hizo evidente. A la luz de las informaciones recogidas en el archivo del líder tradicionalista Manuel Fal Conde, parece que José Antonio Primo de Rivera era, en un principio, contrario a cualquier tipo de acuerdo. Según un informe de la reunión que mantuvo en la Cárcel Modelo con Álvaro Caro, conde de Torrubia, que le visitó como representante de la CT. José Antonio aceptaba el movimiento militar y la instauración de un Directorio, y deseaba unirse al movimiento, pero: “Deshecha en absoluto la conveniencia de la formación de un Gobierno nacional, tal y como yo se lo indico, a tenor de las instrucciones concretas que tengo, pues dice que conviene que primeramente sean los militares los que se apoderen de las riendas de la gobernación del Estado, y que al cesar estos, venga a sustituirlos, aquel partido que mayor ambiente popular tenga” A continuación, José Antonio les tranquilizaba al asegurarles que, en cualquier caso, el catolicismo, así como la educación religiosa y cultural, serían respetados. Por último, hacía acto de presencia la cuestión de la Monarquía. Sin evidenciar un rechazo absoluto, Primo de Rivera 25
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se limitaba a señalar que no era oportuna una restauración inmediata, puesto que en ese caso la institución quedaría irremediablemente ligada al estigma de la previsible represión. A largo plazo, el partido que se impusiera podría, una vez recuperada la tranquilidad y la convivencia, restaurar la Monarquía como medio de conservar lo ganado. Ante estas declaraciones, Torrubia anotaba: “lo he encontrado más exigente y más seguro de su posición que en mi último viaje”. Sin embargo, la esperanza de llegar a un acuerdo debió renacer cuando José Antonio fue trasladado a la cárcel de Alicante el 5 de junio de 1936, puesto que los representantes de la Comunión se pusieron en contacto con su hermano Fernando73, para proseguir las negociaciones. En las notas sobre este encuentro, se habla constantemente de tres agentes en las negociaciones: “él” que suponemos se refiere a José Antonio Primo de Rivera, “nosotros” que serían los representantes de la Comunión Tradicionalista, y la “familia Gómez” que parece referirse a los militares sublevados. Se proponía que la “Sociedad” resultante del acuerdo, implicara la desaparición de las sociedades que la integraran y la constitución de una Dirección interina y provisional, que en un futuro próximo sería sustituida por una Dirección definitiva, “completamente distinta de la actual y de la pasada”. A continuación se hacía una advertencia: “Si no hay una inteligencia previa con los Gómez, y éstos han de constituir ellos solos la Dirección interina, queda incierto lo que sucederá luego, no podremos impedir que la interinidad se prolongue, si ellos no quieren ceder y nos entregaríamos todos a maniobras y forcejeos que podrían esterilizarlo todo” Como se probaría más adelante, en este caso los carlistas tenían razón. Se preguntaban, por ello, si debían negar su ayuda a los “Gómez”, en caso de que éstos no se avinieran a un acuerdo. El miedo a que los militares coparan el control era común a falangistas y tradicionalistas. Por último, se proponía que en caso de llegar a un acuerdo respecto a los puntos más importantes, el reparto de funciones consistiera en “quedarse él con la parte orgánica-social; nosotros con la formación moral y con la organización de Sucursales, y los Gómez con la parte de Orden Interior y con la Presidencia”. Es lógico suponer que en los 26
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términos “organización de sucursales” anidaba la concepción foral del Estado. El acuerdo tenía muchos puntos en común con las notas entregadas a Mola a fines de junio, en las que también se defendía que la presidencia y el orden público quedaran en manos de los militares, la parte corporativa en manos de José Antonio, y las competencias de Interior y Educación en manos de los carlistas74. Es más, ante la Asamblea de Insúa, celebrada en febrero de 1937, Manuel Fal Conde llegó a afirmar que habían llegado a un acuerdo con Primo de Rivera “merced a la acertadísima intervención del conde de Torrubia”75. Sin embargo, no hemos encontrado respuesta a estas propuestas, y no sabemos si efectivamente el acuerdo fue ratificado por la organización falangista, ni si existían otras condiciones, más allá de la promesa de entregar el control de las corporaciones a Falange. De todos modos, como veremos, Fal Conde no logró que Mola accediera a todas sus peticiones y este acuerdo no volvería a salir a relucir en las conversaciones con Falange a comienzos de 1937. Como ya vimos, durante el desarrollo de estas negociaciones, la dirección carlista de Navarra decidió actuar unilateralmente para evitar que la conspiración pudiera fracasar debido a la intransigencia del jefe delegado. Se evidenció así una seria división en el seno del carlismo que no haría más que ahondarse tras el estallido de la guerra civil. En la noche del 19 al 20 de julio, la dirección navarra volvió a actuar unilateralmente, al constituir la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra76. Esta junta creada con el objetivo primordial de movilizar a los voluntarios de la región para enviarlos al frente*, demostró pronto que sus intenciones iban más allá y que daba por buenos los acuerdos que por su cuenta habían suscrito con Mola. En este sentido, rápidamente restauraron la enseñanza religiosa y comenzaron a nombrar Ayuntamientos, cargos y juntas técnicas provinciales y a garantizar el orden público, extendiendo así su control a toda la región. Crearon así un denso y meditado organigrama que sobreviviría brevemente a la Unificación de 1937. Y lo que es más importante, comenzaron a estudiar la futura organización foral del Estado77, aspecto, que junto al * Hay que tener en cuenta que tan sólo en doce días, del 19 al 31 de julio, se alistaron para ir al frente 11.000 voluntarios navarros, de los cuales un 63% lo hacía en nombre del Requeté. ALÍA MIRANDA, F.: Julio de 1936 conspiración y alzamiento contra la Segunda República, Barcelona, Crítica, 2011, p. 351. 27
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restablecimiento del catolicismo, era para ellos mucho más importante que la cuestión dinástica, que tanto preocupaba a Fal Conde. En parte para contrarrestar el peso del carlismo navarro78, que además tendía a presentarse como representante del conjunto del carlismo79, y en parte para dotar de efectividad a la Comunión en tiempos de guerra, Fal optó por llevar a cabo una importante reestructuración del partido a comienzos de septiembre. La primera consecuencia de esta nueva estructura era la suspensión de las juntas y delegaciones en todas las provincias incorporadas al Movimiento Nacional, lo que implicaba en teoría la desaparición y desautorización de la JCCGN. En su lugar aparecía una Junta Nacional Carlista de Guerra, con sede en Burgos y bajo la presidencia de Fal Conde. Dividida en dos secciones, Militar y de Asuntos Generales, la Junta daba prioridad a la organización, mantenimiento y recluta del requeté, pero sin descuidar otros aspectos de importancia como las relaciones con las autoridades de la España sublevada, la propaganda, tanto en el interior como en el extranjero, o los servicios de investigación y espionaje80. En lo territorial, Fal establecía la aparición de nuevas juntas de guerra, pero no pudo evitar tener que nombrar como presidente de la junta navarra a Martínez de Berasáin, que ya ostentaba la presidencia de la JCCGN, de modo que, tal y como ha señalado Martin Blinkhorn81, al jefe delegado no le quedaba otra opción que reconocer su debilidad ante los mandos navarros. Y es que la JCCGN no sólo no desapareció, sino que continuó trabajando como si ella sola ostentara la representación de la Comunión en su conjunto. En este sentido, el 24 de septiembre, los carlistas navarros dirigían una reclamación a la Junta de Defensa Nacional. El texto comenzaba resaltando que por dictados de patriotismo “la Comunión Tradicionalista se ha colocado, y así continúa y continuará, al servicio del Ejército español en su sagrada unidad, sin otras condiciones que las que se desprenden del propio compromiso, cuya síntesis es la salvación de la Patria, mediante la fuerza ahora, y mediante un Gobierno de tipo militar después”. A continuación, la Junta señalaba sus aspiraciones en el orden militar y político. En el primer aspecto, solicitaban que el Requeté se incorporase al Ejército, que también habría de encargarse de su instrucción, sin que eso supusiera su separación de la CT. Esta no sería la última vez 28
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en que la JCCGN pidiera a los militares la equiparación del Requeté a la oficialidad del Ejército, pero lo importante es tener en cuenta que Zamanillo, que continuaba siendo delegado nacional de Requetés, no parecía estar detrás de ninguna de estas peticiones82. En lo político, más que aspiraciones, planteaban una serie de quejas. Criticaban la intromisión de Renovación Española, a la que acusaban de copar cargos políticos, y a continuación, dirigían toda su atención a Falange Española. Pero todas las críticas al falangismo se resumían en una sola, la sospecha de que se había convertido en un refugio para izquierdistas, masones e indeseables de todo tipo. Las pruebas de que esto era así se asentaban sobre la sospecha de sus planteamientos en política social, es decir la defensa del sindicalismo vertical, y el hecho de que hubieran prohibido a sus militantes ostentar atributos religiosos83. La causa era, según ellos, que Falange reclutaba con la vista puesta en la propaganda y el proselitismo, en vez de en el frente84. No serían estas las únicas quejas del carlismo navarro sobre el comportamiento falangista. De hecho, en su reunión del 19 de agosto de 1936, la JCCGN había ordenado abrir una carpeta específica para archivar todos los incidentes relativos a Falange85. Junto a las acusaciones de recluta forzosa y acogida de “indeseables” a la que ya se aludía en el texto presentado ante la Junta de Defensa Nacional, las quejas más habituales durante los primeros meses de la guerra tenían que ver con la recluta exclusivista86, la recaudación de dinero87 y víveres88, y diversas protestas por parte de militantes falangistas que habían intentado darse de baja en FE para pasarse al Requeté, recibiendo como castigo la ingesta de importantes dosis de aceite de ricino89. Claro que no todo eran sombras en la relación de la JCCGN con FE de las JONS, también existen diversos documentos que revelan cierto nivel de colaboración entre ambas organizaciones y que, en algunos casos, indican que la dirección de FE parecía consciente de que para hacer algo en Navarra tenía que contar con la JCCGN90. Pero Navarra no era el único lugar en el que la Comunión Tradicionalista procuraba alcanzar cierta colaboración con FE de las JONS, tanto para frenar con ello esa radicalidad e izquierdismo que tanto les preocupaba, como para fortalecer la posición del carlismo ante los militares. Sin embargo, el primer compromiso “efectivo” entre ambas organizaciones tuvo un carácter puramente práctico. En octubre de 29
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1936, antes de la muerte de José Antonio, falangistas y tradicionalistas acordaron dividirse el dominio de la capital, que se creía que estaba a punto de caer en manos del Ejército sublevado. Hicieron público un comunicado, en el que se especificaba el reparto de los edificios y servicios de Madrid91. El acuerdo era asimismo indicativo del valor que carlistas y falangistas otorgaban a las demás fuerzas políticas: nulo. La Junta de Defensa Nacional, que no estaba dispuesta a que se pusiera en duda su autoridad, no tardaría en emitir una nota para desmentir dichos acuerdos92. Este fue quizá uno de los primeros incidentes, una vez estallada la guerra, que pusieron sobre aviso a los militares en cuanto a la tendencia de Falange y de la Comunión a actuar como si fueran las principales responsables y dirigentes del movimiento insurreccional. No obstante, iba a ser un incidente posterior el que confirmara las sospechas de los mandos militares, y del que se derivarían importantes consecuencias para la Comunión Tradicionalista.
El incidente de la Real Academia Militar de Requetés y el destierro de Fal Conde
Si había algo en lo que las élites falangistas y carlistas, y en general todas las fuerzas sublevadas, estaban de acuerdo era en que la prioridad tenía que ser ganar la guerra. Para ello, desde el comienzo, tanto Falange como la Comunión Tradicionalista pusieron gran empeño en mejorar la efectividad militar de sus milicias. Al fin y al cabo, no era lo mismo entrenar a una milicia para provocar un golpe de Estado, que entrenarla para luchar en una guerra. Sin embargo, mientras que Falange optó por crear un par de academias de formación de modo muy discreto, lo que encajaba perfectamente con el carácter de Manuel Hedilla, centrado en asegurar la coordinación de sus milicias con los mandos militares y no en utilizarlas como fuerza de conquista política93, Manuel Fal Conde decidió hacer lo propio, pero de un modo menos sutil. En el mes de diciembre, el jefe delegado hizo público un decreto por el que se creaba la Real Academia Militar de Requetés94. Su objetivo era, básicamente, dotar al Requeté de una mejor formación técnica, así como de nuevos oficiales, cubriendo de este modo las bajas 30
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producidas por la contienda y sustituyendo a los requetés que habían ingresado en el Ejército. Sin embargo, detrás de esta iniciativa había algo más que el deseo de ganar la guerra. El modo en que se constituyó la Academia, así como su funcionamiento, se podían interpretar fácilmente como un intento por parte de Fal de demostrar la singularidad y superioridad de la Comunión Tradicionalista, no sólo respecto a las demás fuerzas políticas, sino también, y esto es lo importante, respecto a los militares. ¿Por qué? En primer lugar, porque Fal Conde, con el apoyo del regente, decidió dar al texto la forma de decreto. Emitir un decreto después de que Franco hubiera sido proclamado Jefe del Estado, era, cuando menos, una decisión poco acertada. Con ello, Fal Conde no hacía sino recordar que existía otra autoridad legítima y superior a lo que él consideraba la interina autoridad de Franco, que no era otra que la Monarquía carlista. Esto se confirmaba al leer el texto, ya que en vez de pedir la equiparación de los requetés con los oficiales del Ejército, tal y como había hecho la JCCGN meses atrás95, establecían que todos los títulos y nombramientos militares de los requetés fueran competencia exclusiva del príncipe regente96. Además, aunque se aseguraba que tendrían los mismos emolumentos que los oficiales del ejército, no se hacía referencia alguna a la autoridad militar y no quedaba claro si la Comunión iba a gestionar estos beneficios de acuerdo con el Ejército sublevado o si se iba a encargar por sí misma de obtener los fondos necesarios para concederlos. Durante mucho tiempo, a la hora de estudiar este incidente, se ha centrado la atención en establecer si Fal Conde había consultado previamente con las autoridades militares y si el proyecto de la academia contaba o no con el visto bueno de Franco. Tanto Fal como Jaime del Burgo afirman que Franco conocía el proyecto y que lo aprobaba97, mientras que Martin Blinkhorn sostiene que sólo fue consultado con posterioridad98. De hecho, según las actas del Consejo de la Tradición, se consultó el proyecto con Mola y Franco-Salgado99, pero no específicamente con Franco. En este sentido, Javier Tusell opina que puesto que Fal realizó la consulta a Franco-Salgado Araújo por teléfono, es muy probable que le diera unas directrices generales, pero que no le detallara el proyecto en todos sus puntos100. En efecto, cuando recurrimos a las cartas cruzadas entre Manuel Fal Conde y el príncipe regente, vemos que la versión de Fal dista sig31
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nificativamente de las declaraciones que realizó a Josep Carles Clemente muchos años después. El 18 de diciembre, Javier de Borbón escribió a su jefe delegado para felicitarle por la creación de la Academia, que consideraba indispensable, pero a continuación exponía ciertas reservas sobre el asunto: “Pero la afirmación tuya tan clara de la Real Academia de Requetés, y reservando el nombramiento a mi firma, es un acto de alto significado, por el cual creo que habíais tomado un acuerdo antes con los generales”101. La respuesta de Fal Conde, que reproducimos a continuación, resulta muy reveladora: “Me dice S.A. que presume que la resolución última se habría consultado con los mandos. Ya está informado que se había consultado con nuestros mandos –los que podrían interpretar mejor el sentir de sus compañeros– y se había consultado con algún inmediato e íntimo subalterno del supremo. Pero directamente con ellos no se podía consultar porque ya se supone que lo negarían en todo aquello que les representara el menor quebradero de cabeza. Y como la necesidad de preparar nuestros mandos era perentoria y como nos estábamos quedando sin mandos porque se nos iban a los cursillos oficiales y como no era posible obtener oficiales había que hacerlo y se hizo. Bien es verdad que pudo hacerse sin esos matices monárquicos y sin emplear la fórmula de decreto”102. Lejos de ser una disculpa, estos matices se referían a la intención explícita de Fal, explicada en otro punto de la carta, de “dar la sensación pública de nuestra nueva autoridad monárquica”103. A la luz de esta misiva, podemos deducir primero la clara intención de Fal Conde de situar a la Comunión por encima de la autoridad de Franco, que consideraba temporal; segundo, que no veía con buenos ojos que sus mandos ingresaran en el Ejército, puesto que eso podía redundar en el debilitamiento de la posición política de la Comunión, y, finalmente, que ese “íntimo subalterno del supremo” debía hacer referencia a FrancoSalgado, por lo que la versión de Javier Tusell encaja perfectamente con la documentación del archivo Fal Conde. Aún así y a pesar del contenido de esta carta, el jefe delegado declaró ante la Junta de Insúa que había información sobre el proyecto de la Academia a las autoridades militares104. 32
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Sea como fuere, lo cierto es que Franco recibió muy negativamente la noticia. Tal y como le expresó al conde de Rodezno, consideraba que dicho decreto ponía en duda su posición como Jefe del Estado, al permitir que otro poder alternativo creara y regulara ejércitos. Para Franco no había dudas, los actos de Fal constituían un golpe de Estado, un delito de traición105. Consecuentemente, convocó al dirigente carlista a Salamanca, para comunicarle, por medio de Fidel Dávila, que no le quedaba otra opción que enfrentarse a un consejo de guerra o partir hacia el exilio106. Evidentemente, Fal se decantó por la segunda opción. La Comunión quedaba así sin líder en España, lo que facilitó que la dirección navarra continuara aumentando sus cotas de influencia, ahondando de este modo la fractura interna que se había abierto durante las negociaciones con Mola. Hubo, por tanto, una clara diferencia de actitud entre la tomada por Fal Conde y la que mantuvieron Manuel Hedilla y la JCCGN respecto al control y formación de las milicias, puesto que ni la jefatura de Falange ni la JCCGN llegaron a poner en duda el liderazgo militar. No queremos decir con esto, por supuesto, que el falangismo se plegara por completo a la autoridad militar, simplemente que ante sus propios problemas internos no podían permitirse, por el momento, monopolizar el naciente Estado107. La cuestión es que, a nivel general, el incidente de la Real Academia convenció a Franco de que había llegado la hora de decretar la militarización de todas las milicias108, dando así el primer paso hacia la unificación desde arriba de las fuerzas sublevadas109. El valor político de esta decisión era claro, los militares no querían aliados, sino auxiliares110. Dentro de la Comunión Tradicionalista, el destierro de Fal Conde provocó también un claro distanciamiento no sólo entre la JCCGN y el jefe delegado, sino también entre la dirección navarra y el príncipe regente. Inicialmente, inmediatamente después de conocerse el destierro de Fal, los dirigentes de la Comunión coincidieron en que el castigo era desproporcionado, por lo que decidieron manifestar su adhesión al jefe delegado111. Sin embargo, y a pesar de ello, cuando la Junta Nacional Carlista se reunió para debatir qué debían hacer para resolver la situación, todos coincidieron en que una carta directa del regente a Franco sólo podía empeorar las cosas112. Por su parte, el regente estaba 33
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convencido de que detrás de la actitud de Franco existía un ataque frontal a la Comunión y en este sentido escribía a Fal: “No es posible hoy que tú dejes de dirigir a nuestra Comunión porque sería reconocer el derecho a extraños de imponernos sus voluntades en una cuestión absolutamente interna”. No deja de ser curioso que el regente hiciera estas alegaciones, cuando Franco había expresado algo similar al señalar que no se podía tolerar que un poder alternativo se inmiscuyese en cuestiones militares. El caso es que el regente encomendó a la Junta Nacional Carlista que intercediera ante Franco113 y se negó a aceptar la dimisión de Fal, que tampoco parecía muy sincera, ya que al mismo tiempo que proponía su reemplazo en la jefatura, insistía en que no había nadie preparado para sustituirle114. Por su parte, en los meses inmediatamente posteriores al destierro de Fal, Marcelino Ulibarri y el conde de Rodezno acudieron a entrevistarse con Franco, para expresarle su disgusto por el excesivo castigo que había hecho recaer en su jefe delegado, pero, sobre todo, para asegurarle que la JCCGN no estaba en absoluto de acuerdo con el procedimiento utilizado para la creación de la Academia. De hecho, tras dar cuentas de la entrevista ante la Junta, Ulibarri no escatimó críticas a la Junta Nacional Carlista por haberse apartado de Franco, creando de este modo una atmósfera difícil para el carlismo en Salamanca. A su modo de ver, la mejor solución sería nombrar a Rodezno representante de la Comunión para que trabajase cerca de Franco, propuesta que fue unánimemente acogida por la JCCGN115. Apenas unos días más tarde, Fal escribía al príncipe regente para plantearle nuevamente la cuestión de su continuidad al frente de la Comunión116. El regente se encontraba así ante dos caminos divergentes. Sustituir a Fal, lo que se traducía en favorecer a Rodezno, aproximarse a Franco y trabajar en pro de la unión de todas las fuerzas políticas, o mantener a Fal en su cargo, defender la regencia y la singularidad de la Comunión, interpretar la autoridad de Franco como algo transitorio y evitar, ante todo, la llegada de don Juan. Finalmente, el regente se decidiría por la segunda opción. Con Fal en el destierro, con la dirección falangista segura de la muerte de José Antonio, con la Comunión dividida, con un carlismo navarro autónomo y con las milicias militarizadas, en el mes de febrero de 1937 se reactivaron las negociaciones entre Falange y la Comunión. 34
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No obstante, en ese mismo mes, se iba a producir un cambio importante en el círculo íntimo de Francisco Franco. Hasta ese momento, su más fiel consejero había sido su hermano, Nicolás Franco, de quien du Moulin, consejero de la embajada alemana, informaría de la siguiente manera: “Aurelio Franco will play a very important role particularly in formulating the internal policy of the new Spain, […] is a great friend of Germany and is very grateful to us for saving his family”117. Precisamente, de lectura de la documentación alemana se deduce fácilmente que la idea de controlar y llegar a unificar las fuerzas políticas del bando rebelde venía tejiéndose en la mente de los hermanos Franco desde hacía meses. En septiembre de 1936, el Jefe del Estado de la España sublevada había asegurado a los alemanes que la CEDA tendría que desaparecer118. Tan solo un mes después de esta declaración, el proyecto de unificación comenzaba a tomar forma: “[at] the moment stress was being laid principally on a “unification of ideas” withing the White Front. […] [it] was absolutely necessary to work toward creating a common ideology among the co-fighters for liberation: the Army, the Fascists, and the monarchist organizations, as well as the Catholic CEDA”119. También en la documentación italiana encontramos información al respecto. En un telegrama, fechado el 9 de enero de 1937, Guglielmo Danzi120 se atribuía la idea de unificar las fuerzas nacionales: “Aderendo mia proposta Generale Franco ha deciso fondere associazione politica di cui egli sará capo ufficiale”121. De hecho, parece que las conversaciones entre Franco y los representantes fascistas también llegaron a oídos del jefe delegado, quien ante la Asamblea de Insúa declaró que los italianos habían propuesto a Franco la constitución de un poder fuerte, con la colaboración de Hedilla y del propio Fal Conde122. Sin embargo, poco iba a durar la influencia política de Nicolás Franco, pues la llegada a Salamanca de Ramón Serrano Súñer iba a poner fin a su papel de consejero principal. En el mes de febrero, Serrano, cuñado de Franco, hacía su aparición en Salamanca tras haber huido de la zona republicana. Frente a Nicolás Franco, contaba con la importante ventaja de mantener contactos, cuando menos cordiales, con todas las fuerzas implicadas en la sublevación. Había sido miembro de la CEDA y jefe de las JAP; amigo personal de José Antonio Primo de Rivera, quien le había designado como uno de los albaceas 35
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de su testamento123; y mantenía buenas relaciones con Renovación Española y la Comunión Tradicionalista. Parece asimismo, que contaron a su favor tanto el deseo de no repetir los errores de la Unión Patriótica de Miguel Primo de Rivera, a cuyo esquema parecía aproximarse el partido franquista propuesto por Nicolás Franco124, como su mejor formación política. Serrano se convirtió pronto en el hombre fuerte de Salamanca y en la mano derecha del Jefe del Estado. Convencido de que el futuro de la España nacional pasaba por la creación de un “Estado de Derecho”125, Serrano se dio cuenta enseguida de que “todos los grupos integrantes del Alzamiento carecían de algo para ser plenamente capaces de monopolizar la situación política”126. Había que encontrar el punto de confluencia más ventajoso, para hacer del partido unificado una fuerza útil. Si en 1933, se había negado a ingresar en Falange Española por considerarse “más un reformista que un revolucionario”127, en 1937 iba a reconsiderar el papel del falangismo, e iba a optar por situarlo en el centro del futuro partido. Consideraba que la organización falangista compartía gran parte de su ideario con la doctrina tradicionalista, al tiempo que suplía la falta de modernidad política del carlismo con su veta revolucionaria, social y popular, lo que la hacían idónea para lograr, en un futuro próximo, la absorción de la España “roja”128. Para lograr este objetivo, iba a contar con tres importantes contactos en Falange: Pedro Gamero del Castillo, Pedro González-Bueno y Alfonso García Valdecasas129. Los dos primeros habían ingresado en la organización al estallar la guerra, y el último, fundador originario del falangismo, parecía haber recuperado sus buenas relaciones con Falange por el mismo motivo. La orientación más bien conservadora de estos tres contactos iba a verse reforzada por la participación de Ladislao López-Bassa y Sergio Orbaneja, procedentes de la Falange balear y recientemente llegados a Salamanca130. Todos ellos eran conscientes de la importancia que tendría el refuerzo del tradicionalismo para lograr sus objetivos. En este contexto, dentro de la organización falangista había quienes iban a tomar la iniciativa sin contar con el mando. Ése fue el caso de Sancho Dávila, que ya había iniciado contactos con el conde de Rodezno, y que afirmando que no había encontrado apoyos en el sector joseantoniano del movimiento, iba a ponerse en contacto con Gamero 36
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del Castillo y con José Luis Escario, enlaces de Serrano Suñer131, para iniciar las negociaciones con la Comunión. Por su parte, Gamero y Escario optaron por solicitar permiso a Hedilla132 para iniciar los contactos con los tradicionalistas, y partieron hacia Insúa, en Portugal, donde iniciaron las conversaciones con los enlaces carlistas. Les acompañó Dávila133, quien afirmó más tarde haber sido el responsable de contactar con el delegado de la Comunión, Manuel Fal Conde, para acordar la reunión134. Esto explicaría por qué Fal Conde afirmó años más tarde que luego supo que los falangistas que le visitaron en Portugal no contaban con la autorización de Hedilla135. No obstante, antes de llegar a Portugal y no sabemos por qué vía, Falange hizo llegar a la Comunión Tradicionalista un texto, en el que se anunciaba la integración de la Comunión en Falange Española de las JONS136. Pasando por alto los matices doctrinales y prácticos, la CT quedaba integrada y por tanto desaparecida, a favor de una lucha efectiva contra el liberalismo y prescindiendo de “la alianza de su ideario con la defensa de una rama dinástica, [que] ha desaparecido”. Dicha afirmación no implicaba, sin embargo, un rechazo de la monarquía, siempre que esta fuera “tradicional, sin nombre extranjero, que constituyese la garantía de la continuidad del Estado nacionalsindicalista y la base de su Imperio”. La respuesta de los tradicionalistas137 era directa, y demostraba una clara conciencia de la dificultad de la situación en que se encontraban: “Tenemos obligación estricta de procurar la unión, como sea, tomando el problema como se encuentre y no empeñándonos en presentarlo según querríamos que fuese. A esto se une una razón de conveniencia elemental: si nosotros, no hacemos la unión, nos será impuesta. La fidelidad a nuestras propias organizaciones, nos obliga a procurarla a toda costa” En sentido parecido, aunque sin hacer referencia explícita a las negociaciones con Falange, se había expresado Fal Conde ante la asamblea reunida en Insúa: “Y si además se confirma ese designio de fundar un nuevo partido personalista, verdadero fraude de lesa patria, conglomerado de todos los crispines que en cada hora sirvieron y halagaron al que podía repartir dones, se comprenderá cuál ha de ser el designio 37
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contra nosotros”138. Claramente, lo que Fal quería evitar a toda costa era la formación de un partido único que, creado desde el poder, sirviera únicamente para dotar de permanencia a la autoridad y jefatura de Franco, en detrimento de la restauración monárquica. Por el contrario, su deseo era alcanzar una unión igualmente transitoria con Falange, que la facilitara. A continuación, los tradicionalistas mantenían que una absorción no era la solución, ya que, por el momento, ninguna de las dos organizaciones tenía la fuerza y preponderancia suficientes para exigirla; porque, ante todo, había que ganar una guerra; y puesto que sus posiciones no eran antagónicas ni coincidentes, sino complementarias. La solución idónea sería, por tanto, la unión de ambos bajo un triunvirato, que tendría como principal misión ganar la guerra, dar a España una regencia, e instaurar cuanto antes la monarquía “católica y tradicionalista”, cuyo titular debería aceptar íntegramente el movimiento, y ser elegido en orden a las leyes de sucesión, pero con intervención obligada del regente de la Comunión, Javier de Borbón y Parma. En cuanto al futuro Estado, éste sería nacional-sindicalista y corporativo, entendiendo el nacional-sindicalismo como una nacionalización de los sindicatos y una desproletarización efectiva de las masas. El último punto establecía la eliminación de todo movimiento que no fuera el de Falange y Tradicionalistas, acabando así con las divisiones propias del sistema parlamentario. Todo español debería encuadrarse en las organizaciones que serían únicas, “menos las milicias que serán respetadas y entre las cuales se podrá elegir libremente”. Falange contestaba139, de nuevo, con una propuesta de incorporación de la Comunión Tradicionalista sin reservas, aunque le otorgaba el honor de dar el nombre de Requetés al ala juvenil de la organización. Falange prometía, asimismo, la futura implantación de una nueva monarquía, que enlazaría con la monárquica tradicional no liberal, y que regiría sobre un Estado nacionalsindicalista. Sin embargo, dicha propuesta implicaba la custodia falangista de todas las instituciones, de la Corte y de la educación del príncipe, y la delegación por parte del regente de la Comunión de todas sus atribuciones, títulos y pretensiones en la organización; quedando así en manos del mando falangista la decisión de establecer, o no, la monarquía por medio de una regencia. 38
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Tras este cruce de propuestas, el 16 de febrero de 1937, los tres enviados falangistas se reunían con la delegación de la Comunión Tradicionalista, presidida por el príncipe Javier de Borbón Parma140. En respuesta a la última propuesta falangista, el tradicionalismo proponía lo contrario141: unión, no absorción, de ambas organizaciones, bajo una nombre nuevo o mixto; la instauración del regente como autoridad suprema de la nueva organización; la restauración inmediata de la monarquía; el compromiso del regente con los principios falangistas y la delegación de algunas de sus funciones sobre uno o varios jefes comúnmente acordados, pero sin que el regente perdiera, en ningún momento, la fuente última de toda autoridad. El punto más importante era, no obstante, que la unión sólo duraría hasta que se restaurase la nación sobre una base monárquica y orgánica. Una nota final aclaraba que “esta nota se ha dado como transacción final y ante el absurdo que representa para la Comunión la pretensión de Falange de nuestra incorporación”. El desencuentro se haría evidente en las conversaciones mantenidas en torno a estas propuestas142, pues la base de cualquier acuerdo residía en que “el Tradicionalismo representa predominantemente la doctrina, y Falange predominantemente el proselitismo”. Tan solo el mantenimiento de la confianza “quebradiza y sutil” del proletariado exigía la permanencia de la unidad falangista. Por ello, “la Comunión se incorpora a una Falange que, precisamente, como resultado de tal incorporación experimenta una transformación sustancial, aunque desde luego, en la línea de su actual modo de ser”. En cuanto al modo de gobierno de la organización fusionada, la designación de los miembros del triunvirato debía estar suficientemente influenciada por el Regente, con el que además habrían de contar para designar al futuro rey. No obstante, a continuación, se proponía que Franco fuera el regente y Don Juan el rey, “una vez resuelta por el Tradicionalismo, de acuerdo con su Regente, la cuestión dinástica”. El tradicionalismo aseguraría así su perduración “en el Movimiento totalitario, que por coyuntura histórica va a ser el soporte del nuevo Estado”. Básicamente se trataba de una fusión entre ambas organizaciones, basada en la fidelidad de Falange a la monarquía y en la eliminación de “los restos de la vieja política”, que daría lugar a un Estado totalitario y monárquico en el que, te39
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óricamente, la justicia cristiana se implantaría por medio del nacional-sindicalismo. Dada la clara oposición entre dichas propuestas y la imposibilidad de llegar a un consenso, se optó por firmar un acuerdo privado, basado en la no injerencia ni alianza con otras fuerzas políticas, y en la oposición, por parte de ambas, a cualquier gobierno civil que pudiera llegar a formarse, sin que estuviera exclusivamente integrado por tradicionalistas y falangistas. El acuerdo estaría vigente mientras se mantuvieran abiertas las negociaciones entre ambos grupos143. No obstante, todo apunta a que aquí terminaron las gestiones de Fal Conde y todo apoyo que el regente hubiera podido prestar a una posible unión desde abajo, ya que Fal no volvió a intervenir en las conversaciones. Paralelamente, la Comunión Tradicionalista, reunida en Insúa, acordó escribir a Franco para afirmar tanto la colaboración carlista al esfuerzo de guerra, como su singularidad y personalidad propias ante el poder constituido144, a pesar de que la mayor parte de la junta se hubiera manifestado a favor de la táctica de Rodezno, consistente en favorecer un acercamiento a Franco145. Poco después de regresar de Portugal, las negociaciones iniciadas por Dávila, Gamero y Escario, eran recogidas por el conde de Rodezno y Julián Pemartín, y llegaban a un punto muerto con la última propuesta falangista. Proponían la creación de un triunvirato en el que el regente, Franco, delegaría toda autoridad, y respecto a la designación de un rey, esta dependería de la resolución de la espinosa cuestión dinástica146. La respuesta de los tradicionalistas, fechada el 27 de febrero de 1937, reconocía la imposibilidad de llegar a un acuerdo, pero ofrecía la colaboración de la Comunión para la obtención de fines comunes, “no en forma de alianzas partidistas, sino en colaboraciones siempre precisas mientras no veamos la autenticidad española situada en un plano definitivo y nacional”147. El 5 de marzo de 1937, Dávila daba cuenta a la Junta de Mando de las negociaciones establecidas con el tradicionalismo y del acuerdo temporal que habían suscrito148, no así del resultado de las negociaciones que habían retomado Rodezno y Pemartín. Sin embargo, Hedilla no estaba de acuerdo con el tono de las negociaciones149. Lo más probable es que pensara que dada la propuesta tradicionalista, las conversaciones no iban a ningún sitio y no quería pasar por ser el respon40
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sable de que Falange perdiera su independencia y su programa, a favor del tradicionalismo y la monarquía. A pesar de los intentos de López Bassa y de Orbaneja, que se habían convertido en enlaces de Franco150, de convencer a Hedilla de aceptar algún acuerdo151, llegando a asegurarle que Falange coparía los puestos más importantes del futuro partido152, el jefe falangista optó por iniciar negociaciones unilaterales. Así pues, se reunió, en el mes de abril, con Arauz de Robles y Lamamié de Clairac153. Fruto de esta reunión surgió el compromiso de buscar un modo de unificarse entre sí, antes de que se les impusiera una unión por decreto, y de no aceptar cargo de gobierno alguno, en caso de que dicha imposición llegaba a producirse154. No parece, por tanto, que Hedilla fuera contrario a llegar a un acuerdo con el tradicionalismo, sino que consideraba que cualquier pacto debía garantizar la primacía de Falange. Su actitud al respecto quedaba bastante bien retratada en la entrevista que concedió a Il Regime Fascista el 13 de abril de 1937. Tal y como declaró al periódico italiano, Hedilla aspiraba a la aparición de un nuevo Estado en el que el Ejército se mantuviera ajeno a la política155, y en el que Falange ocupara el lugar que le correspondía como “partido del Estado, como lo es el Fascismo en Italia y el Nazismo en Alemania. A esto aspiramos y no a otra cosa”156. Respecto a la monarquía, afirmaba: “los monárquicos podrán hacer presente su nostalgia de la Monarquía. Entonces, nosotros, que nos sentimos indiferentes con la idea monárquica, podremos estudiar si una restauración convendría a la Nueva España. Mientras tanto (calculo que transcurrirá por lo menos un lustro), la FALANGE considerará ‘delito de lesa Patria’ atentar a la unidad del pensamiento de los colaboradores de Franco”157. Finalmente, dejaba muy claro cuál debía ser el papel del tradicionalismo, los Requetés se integrarían en Falange, “satisfechos con la camisa azul”, mientras que “el viejo Tradicionalismo se deshará”158. Poco después, en el mes de marzo, la Junta Nacional Carlista presentó su dimisión y se decidió a escribir a Franco para exigirle el regreso de Fal Conde159, pero no logró su propósito. Algunos días más tarde, el 22 de marzo, se reunió el Consejo de la Tradición para deliberar qué hacer ante la nueva situación, marcada por la dimisión de la junta y el alejamiento que se había producido entre la dirección de la Comunión y el poder constituido. En aquella reunión, a la que asis41
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tieron comisarios carlistas de toda España, se decidió a enviar un telegrama de adhesión a Franco y nombrar una comisión160, encargada de visitar al jefe delegado para hacerle entrega de una copia de dicho telegrama y debatir con él la conveniencia de constituir una nueva Junta Nacional más grata al Jefe del Estado. También en aquella reunión y en línea con la decisión de confirmar la adhesión del carlismo a Franco, se habló de las negociaciones con Falange. Dionisio Cano López y José María Valiente confirmaron que si bien había sido imposible llegar a ningún acuerdo respecto a la incorporación de un partido a otro, los falangistas se habían manifestado dispuestos a aceptar el Estado católico y la Monarquía Tradicional, así como a incorporar el programa tradicionalista y a acordar un nombre y un uniforme mixtos, lo que encaja, en líneas generales, con lo que se había hablado en las conversaciones de febrero. La decisión del Consejo al respecto fue que había que continuar con las negociaciones en pro de la fusión161. Sin embargo, no todo el mundo estaba de acuerdo con esta decisión. Según las notas de Domingo Tejera, la cuestión estaba clara, si se suponía que el Estado iba a ser tradicionalista, entonces no haría falta ni partido único ni fusión, aunque admitía que una alianza podía resultar conveniente162. Cuando la comisión llegó a Lisboa con el objetivo de reunirse con Fal Conde, quedó confirmada la ruptura entre la dirección navarra y el conjunto de los carlistas proclives a la unión con el jefe delegado, que consideraba que las decisiones tomadas por el Consejo de la Tradición representaban un desacato a la autoridad de la Comunión, a quien se le había pretendido imponer una nueva junta y con quien no se había consultado antes de enviar el telegrama a Franco163. Pocos días después, la ruptura entre la dirección navarra y el jefe delegado, evidenciada durante la celebración del Consejo, quedaría consumada a raíz de las asambleas extraordinarias celebradas por la JCCGN a primeros de abril. Ante los intensos rumores de una inmediata unificación desde arriba164, la dirección navarra, convencida de que las conversaciones con Falange podían garantizarles una mayor presencia en la nueva organización165, decidió que la Comunión tenía la obligación de concurrir a la creación del partido único, estuviese o no de acuerdo el regente. Para ello se optó por enviar una delegación a solicitar al regente el nombramiento de una nueva dirección nacional y de las per42
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sonas indicadas para proceder a la unificación. Ante semejante propuesta, el regente optó por esperar, aunque no parecía nada favorable a la creación del partido único166, tal y como más tarde demostraría. La ruptura a era un hecho: frente a un carlismo colaboracionista, representado por la dirección navarra, que consideraba indispensable colaborar con Franco y Falange para poder influir en el nuevo Estado, se alzaba un carlismo legitimista, representado por Fal Conde y el regente, quienes mantenían, que si bien no se podía poner en peligro la victoria, la restauración de la monarquía sólo podía llegar si la Comunión se mantenía fiel a su ideario y a sus mandos, procurando evitar que lo que debía ser una dictadura temporal se convirtiera en algo permanente.
FE de las JONS: la peligrosa provisionalidad del mando
Durante la convulsa primera mitad del año 1937, las negociaciones en pro de una posible unificación no habían sido la única preocupación de Manuel Hedilla. Entre diciembre de 1936 y abril de 1937, la Junta de Mando llevó a cabo una intensa labor organizativa, destinada principalmente a reforzar el falangismo. En este sentido, se esbozaron varias peticiones a Franco. En su deseo por mantener la supuesta preeminencia falangista, acordaron, incluso, redactar un texto, que no llegaría a enviarse, en el que se reclamaba el gobierno para Falange, cediendo a los militares los departamentos ministeriales de Guerra y Marina. Sin embargo, a pesar de la febril actividad de Hedilla, su liderazgo estaba lejos de consolidarse, pues eran varios los miembros de la elite falangista que opinaban que se comportaba injustamente como un jefe nacional cuando, de hecho, no lo era167. Además, Falange estaba dividida: por un lado, se había creado un grupo en torno a Hedilla, integrado por quienes aceptaban su jefatura y compuesto por el grupo intelectualista de Yzurdiaga, por otro grupo formado alrededor de Víctor García de la Serna y en general, la mayoría de los jefes provinciales del norte; por otro lado, la facción “legitimista” de Falange que se había creado en los últimos meses en torno a Agustín Aznar y Rafael Garcerán, con núcleo en Salamanca y que contaba con la mayor parte de los jefes de Andalucía y con la mayoría de los miembros de la Centuria de Madrid, se amparaba en 43
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una concepción legalista y fiel a José Antonio, que no admitía ninguna variación de lo que consideraban la doctrina joseantoniana. Esta facción se fortalecería por la situación de indisciplina y por los roces y tensiones en la organización, que se verían impulsados aún más por la decisión de la jefatura de sustituir a Andrés Redondo por José Antonio Girón en la jefatura de Castilla168. Igualmente, les favorecería la actitud de Joaquín Miranda y Giménez Caballero, que por razones personales también deseaban derrocar a Hedilla169. Por último, la gran facción de los recién llegados iba a albergar muchas actuaciones unilaterales, dificultando la actuación de la Junta de Mando y favoreciendo colateralmente a la facción legitimista falangista. Pero en esta situación y dado que la muerte de José Antonio Primo de Rivera no había sido oficialmente confirmada, Falange no podía elegir a un nuevo jefe nacional que viniese a poner fin a tan intestinas divisiones. Y como en todo partido de tendencia fascista, esta falta de liderazgo ponía a la organización en grave peligro y la prevenía de lograr el poder efectivo al que aspiraba. La solución más fácil, para poner fin a esta situación de debilitamiento interno, sería lograr el canje del Secretario General del partido, Raimundo Fernández Cuesta, que se encontraba preso en zona republicana. Pero cuando Hedilla intentó interceder a favor del intercambio ante Ramón Serrano Suñer, se le respondió que sería injusto, ya que también había otros muchos prisioneros de igual o mayor rango que no habían sido aún canjeados170. Este fracaso por parte de Hedilla se convertiría en una carta más que los legitimistas jugarían en su contra. Tampoco los contactos de Hedilla con alemanes e italianos iban a reportarle apoyos más sólidos que una declaración de buenas intenciones. Tan sólo Hans J. Kindler von Knobloch mostró un interés personal en ayudar a Falange171, mientras que la actuación de Wilhelm von Faupel se limitó a aconsejar a Franco172. En cuanto a los italianos, con los que Hedilla aseguraba tener una mayor consonancia ideológica173, tampoco iban a arriesgarse a apoyar al falangismo por encima de Franco. Quienes sí llevarían a cabo una labor más directa, serían Farinacci174 y Danzi. Pero en cualquier caso, el objetivo era que el bando nacional ganara la guerra, no que Falange obtuviera el poder, de nada serviría a los falangistas asegurar: “Franco es el hoy. Nosotros 44
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somos el mañana”175. Una vez más, Hedilla intentaba, sin éxito, mantener cubiertos todos los frentes. En este contexto, repleto de complicaciones y tensiones, la situación de la organización falangista estallaría en el mes de abril. Dada la imposibilidad de conseguir el canje de Fernández Cuesta, Manuel Hedilla convocó un Consejo Nacional para el día veinticinco, en el que se debería elegir un jefe nacional con carácter permanente, hasta que regresaran José Antonio o el Secretario General176. Mientras tanto, en el cuartel general, Francisco Franco convocaba al conde de Rodezno, José Martínez Berasáin, Marcelino Ulibarri y al conde de la Florida, para notificarles que dentro de poco se firmaría el decreto de unificación177. Les aclaraba asimismo que no les había convocado como representantes de la Comunión, sino por consideración personal, ya que “como no se podía llegar a ese Partido único por medio de conversaciones entre las organizaciones interesadas, él […] la iba a ordenar mediante la publicación de un decreto”178. No obstante, Rodezno aseguró a los carlistas de Navarra que el decreto recogería la afirmación monárquica, la afirmación de las libertades regionales y el Estado católico179. A pesar de todo, aún entre el 16 y el 19 de abril, Manuel Fal Conde llegaría a plantearse una vez más la fusión con Falange, siempre que se tratase de una alianza transitoria y cuando estuviese fundada en la sumisión del falangismo a los principios y mandos carlistas. Pero quizá lo más curioso es que Fal aún estaba convencido de que sin el apoyo de las autoridades de la Comunión, los carlistas navarros nada podrían hacer: “Tengamos la seguridad de que en Salamanca tendrán lo que les demos y que si no nos entregamos nada harán o al menos nada harán con éxito, porque no quiero pensar que se lancen al vacío y fracasen”180. Mientras tanto, la facción legitimista falangista, que llevaba meses esperando una oportunidad, iba a aprovechar la ocasión para reunir todas sus quejas y presentar un pliego de cargos contra Hedilla, en el que se reflejaba la actuación unilateral que según ellos había mantenido el jefe provisional, llegando incluso a aceptar la unificación sin autorización181. Así pues, apoyados por José Moreno182 y Jesús Muro, el día dieciséis, por la mañana, se presentaron en su despacho Agustín Aznar, Sancho Dávila y Rafael Garcerán, para darle cuenta 45
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de los cargos que se le imputaban183. Hedilla se encontró depuesto y sustituido por un triunvirato formado por Sancho Dávila, Agustín Aznar y José Moreno184, con Rafael Garcerán como secretario. Manuel Hedilla se dirigió tan pronto como pudo al Cuartel General, donde se reunió con Antonio Barroso, el jefe de operaciones, a quien transmitió lo sucedido185. La lucha entre hedillistas y legitimistas acabaría en un enfrentamiento armado, ocurrido la noche del dieciséis de abril, que se zanjaría con la muerte de dos falangistas y numerosas detenciones186. Esta situación puso en peligro la celebración del Consejo Nacional, que con urgencia había sido nuevamente convocado por Hedilla para el día dieciocho, en lugar del veinticinco. El jefe falangista, apoyado por José Sáinz, argumentó ante Franco la necesidad de celebrar la reunión para evitar que la situación degenerase todavía más187. Ante el IV Consejo Nacional de Falange Española de las JONS, Manuel Hedilla se defendió de los cargos que se le habían imputado y logró que la crisis se resolviera a su favor188. A continuación, se celebró la votación para la elección de un jefe nacional permanente, de la que Hedilla salió vencedor189. Resuelta la cuestión más acuciante, se procedió a debatir el enfoque con el que debía afrontarse la inminente unificación de fuerzas que estaba a punto de producirse en el bando nacional, pues ya sabían que Franco iba a hablar por radio a las diez y media de la noche190. Esa misma noche, Hedilla acudió al Cuartel General para informar a Franco de los resultados de la elección. El Generalísimo le agradeció la información y le invitó a salir con él al balcón a saludar a la gente congregada191. Al día siguiente, continuaron las reuniones del Consejo y, tras una larga discusión, se optó por redactar una ponencia dirigida al Caudillo, en la que quedaran establecidas las bases indispensables que habría de tener el Estado Nacionalsindicalista192 y se decidió que Hedilla se trasladara al Cuartel General, para dar cuenta a Franco de lo sucedido. Pero en caso de no llegar a un acuerdo, Falange habría de volver a la clandestinidad193. Una vez concluidas todas las reuniones, la noche del 19 de abril, Hedilla recibió tanto el texto del discurso, como el decreto, que harían de la Unificación un hecho194. Pocas horas después, el discurso era 46
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emitido por la radio y FE de las JONS quedaba oficialmente integrada dentro del nuevo partido, que en un intento de mantener, aunque fuera nominalmente, cierta igualdad entre las organizaciones que la formaban, se denominó Falange Española Tradicionalista y de las JONS. El decreto de Unificación
Pero en contra de lo anunciado por los carlistas colaboracionistas, el decreto de Unificación195 nada decía de las libertades regionales y no reconocía más principio tradicionalista que el mantenimiento del catolicismo y una vaga referencia a un posible futuro monárquico. En cambio, se adoptaban como norma programática los veintiséis puntos de FE de las JONS, eliminando así el peligroso punto veintisiete que aseguraba la independencia del falangismo y marcando un claro límite a los tradicionalistas. Para más inri, el decreto establecía la estructura del falangismo de pre-guerra como base del partido único. De la aportación tradicionalista apenas quedaba un vestigio, la Delegación Nacional de Asistencia al Frente y Hospitales. El decreto pretendía ser un complejo maridaje entre modernidad y tradición, fascismo y catolicismo, al servicio de Franco.
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Normas y procedimientos para la integración del carlismo en FET y de las JONS
Como acabamos de ver, el 19 de abril de 1937, Falange Española de las JONS y la Comunión Tradicionalista fueron integradas en un mismo partido, por decisión de Francisco Franco, Jefe de Estado de la zona sublevada. Pero un decreto no bastaba para crear un partido único, ni mucho menos para hacer efectiva la fusión de dos movimientos que, aún teniendo importantes puntos en común, presentaban claras diferencias en aspectos esenciales, como la cuestión del régimen político y el papel de la dictadura, el debate entre corporativismo y sindicalismo, las relaciones del Estado con la Iglesia, la educación y, sobre todo, la visión de su propio papel dentro de la nueva organización. Mientras Falange aspiraba a la construcción de un Estado totalitario basado en la jefatura única y permanente de Franco, la Comunión Tradicionalista, en su conjunto, no dejaba de ver la dictadura como un régimen transitorio196 que, antes o después, debía favorecer la restauración monárquica, reimplantando así el régimen tradicional de España. Asimismo, frente al sindicalismo vertical planteado por el falangismo, basado en la organización jerárquica de la producción nacional bajo la guía del Estado, los tradicionalistas planteaban el establecimiento de un corporativismo en línea con la doctrina social de la Iglesia, que recuperara el gremialismo de épocas anteriores y que organizara jerárquica y socialmente la producción nacional, pero sin estar tan centralizado ni tan sometido al Estado como deseaba Falange, 49
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y mucho menos tutelado por el partido. También la visión de la religión era divergente. Aunque ambos afirmaban la esencia católica del ser nacional, Falange demostraba en muchas ocasiones una postura más cultural que religiosa respecto al catolicismo, mientras que la Comunión consideraba que sólo cuando el catolicismo volviera a integrarse en la vida española, el país acabaría recuperándose del todo y a todos los niveles. Así, a la idea falangista de que debía existir una separación entre Iglesia y Estado poniendo el acento en este último, se oponía la visión tradicionalista de que la Iglesia debía estar por encima del Estado, para garantizar no sólo la moralidad de éste, sino la esencia de la nación española. En esta misma línea, frente a la concepción falangista de la educación, que planteaba que esta debía ser competencia directa del Estado y estar gestionada por el partido único, se alzaba la concepción tradicionalista que defendía el derecho de los padres a educar a sus hijos, pero, ante todo, la primacía y control de la Iglesia sobre la enseñanza. Por último, ambas organizaciones iban a encontrarse enfrentadas por el mero hecho de que ambas aspiraban a un mismo puesto y a la mayor cota de poder dentro de la recién creada FET y de las JONS. Lejos quedaban ya aquéllos planes de Fal Conde en los que se contemplaba la cesión del aspecto corporativo a los falangistas, siempre y cuando la Comunión pudiera reservarse el control de las carteras de educación, régimen interior y relaciones con la Iglesia. En el momento en que ambos partidos quedaron fusionados por orden de la superioridad, ambos se sintieron con derecho a todo. De modo que todos aquellos acuerdos suscritos antes del 19 de abril entre la Comunión Tradicionalista y FE de las JONS, y a los que los carlistas colaboracionistas habían aludido para justificar las bondades de la Unificación, quedaron en agua de borrajas. Únicamente aquél firmado por Hedilla dio algún fruto, concretamente la encarcelación del exjefe falangista, como luego veremos. Consumada la Unificación por decreto, ahora se trataba de garantizar la mayor presencia de los propios en los puestos de mando y en no conformarse, de ningún modo, con puestos secundarios. La ley del número, tan denostada por ambos grupos por ser la base del sistema democrático, se enarbolaba ahora como título de fuerza para copar los puestos de la organización. 50
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Sin embargo, el texto mismo del decreto había ratificado el mayor atractivo y posibilidades del movimiento falangista. En este sentido, la decisión, por parte de Franco y sus asesores, de primar el programa falangista había supuesto un duro golpe para el tradicionalismo, que se encontraba además profundamente dividido. Divergencias que debilitarían la posición de la Comunión en el seno del nuevo partido y que provocarían duras críticas por parte de carlistas como José María Valiente, que el mismo 19 de abril presentaba su carta de dimisión al príncipe regente: “¿Con arreglo a qué criterio se determina el espíritu carlista de los procedimientos prácticos, ya que la doctrina no se discute? […] ¿En qué consiste el espíritu carlista? ¿Cómo se prueba? […] ¿Ni aún ahora, Señor, vamos a unirnos los españoles? ¿Ni aún ahora, Señor, vamos a unirnos los carlistas?” De este modo, en la carrera por el poder, Falange partía con una importante ventaja.
Los primeros pasos del partido unificado
Según el decreto de Unificación, la organización interna del partido único quedaba en manos de un Secretariado, o Junta Política, al que le correspondía “establecer la constitución interna de la entidad para el logro de su finalidad principal, auxiliar a su Jefe en la preparación de la estructura orgánica y funcional del Estado, y colaborar, en todo caso, a la acción del gobierno”197. Básicamente, el Secretariado “se encargaba de las funciones del mando hasta la completa realización del partido único”198. En otras palabras, se trataba de un organismo provisional, encargado de establecer la organización y jerarquía inicial del nuevo partido, y mandar sobre éste hasta que se completara la creación de los otros organismos rectores del partido y del Estado. Pocos días después de su creación, se hicieron públicos los nombres de aquéllos que habían de integrarlo199. Fueron designados Manuel Hedilla; Tomás Domínguez Arévalo*; Darío Gazapo; Tomás * Conde de Rodezno. 51
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Dolz de Espejo; Joaquín Miranda; Luis Arellano; Ernesto Giménez Caballero; José María Mazón; Pedro González Bueno y Ladislao López Bassa. Es decir, cuatro tradicionalistas (Rodezno, Dolz, Arellano y Mazón) y, teóricamente, seis falangistas, de los cuales sólo tres eran camisas viejas. González Bueno y López Bassa se habían afiliado al falangismo al producirse el Alzamiento, y procedían respectivamente del Bloque Nacional y de Renovación Española, aunque el segundo había mantenido contactos con los falangistas desde 1933200. Además, por lo menos durante el periodo de las negociaciones fracasadas, habían sido hombres de Ramón Serrano Suñer y nada indicaba que fueran a dejar de serlo. También Joaquín Miranda formaba parte del ala serranista201. A pesar de que sólo se trataba de la mitad de los nombramientos del Secretariado, ya que el resto debía ser nombrado por el Consejo Nacional, la composición inicial no satisfizo a la mayor parte de los falangistas, sobre todo a Manuel Hedilla. A éste no le había gustado que no se le hubiera consultado previamente202, ni siquiera sobre su propio nombramiento: “[ustedes] nombraron un secretariado político sin consultarme, aunque consultaron con otros que nada tenían que ver, ni nada representaban, y yo no acepté porque ni quería, ni me interesaba; y además porque me enteré por la prensa de la mañana”203. No es extraña la actitud de Hedilla, que en el mismo mes de abril había acordado no aceptar cargo alguno, si se producía una Unificación por decreto, y que tampoco quería afianzar las acusaciones que le habían imputado, una semana antes, de haber vendido la Falange a Franco204. A lo que habría que sumar las exigencias de algunos de sus camaradas, como Pilar Primo de Rivera: “empujado quizá por todos los falangistas, entre ellos por mí, Hedilla se volvió atrás, y eso le costó el cese y la cárcel”205. Consumada la instauración de la nueva organización, y eliminada legalmente FE de las JONS, nombrado el Secretariado que iba a encargarse de la primera organización del Movimiento, y sin haber podido Hedilla presentar ante Franco las condiciones acordadas en la última reunión del Consejo Nacional de FE de las JONS, se reunió en su casa con otros falangistas para debatir la construcción del nuevo Estado. No habían acabado la conversación, cuando se presentó la policía, con orden de detener al ex jefe de la Junta de Mando206. 52
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Manuel Hedilla era detenido el 25 de abril. Cuatro días después se abría el proceso contra su persona, bajo la acusación de haberse opuesto a la Unificación, y de haberse resistido a la misma, mediante el envío de telegramas207 a los jefes provinciales con objeto de entorpecer el proceso de integración y de preparar una resistencia armada208. Hedilla llegó, incluso, a ser acusado de plantear la eliminación de Franco, para sustituirle209. Hedilla fue condenado a muerte por traición210, aunque se le conmutó la pena211, tras lo cual fue encarcelado y desterrado. No sería indultado totalmente hasta 1947212. No cabe duda de que la condena de Hedilla fue, sobre todo, una medida ejemplar, orientada a demostrar el poder del gobierno nacional y la ilegalidad de FE de las JONS. Se trataba de evidenciar que, a partir de entonces, y sin importar el papel que cualquier organización hubiera podido jugar durante el Alzamiento y la guerra, no quedaría en la España nacional otro camino político que el del partido unificado. Al rechazar Manuel Hedilla su nombramiento, su puesto en el Secretariado Político fue ocupado por Fernando González Vélez213, falangista y camisa vieja, que venía así a mantener el equilibrio político del organismo. Además, la condena a Hedilla decidió a los demás líderes falangistas a negociar con Ramón Serrano Suñer a través de Dionisio Ridruejo214, y a respetar la jerarquía establecida por Franco, reservándose, en cierta medida, sus planes nacional-sindicalistas para después de la guerra. Comenzaban así una táctica de presión desde el interior, que sería respaldada por Serrano. En este sentido, todos los miembros de origen falangista del Secretariado Político eran, en mayo de 1937, hombres de Serrano. La constitución final de este organismo quedaba en una proporción desigual, de seis falangistas “serranistas” frente a cuatro tradicionalistas. Pero mientras esto ocurría en el seno de la organización falangista, ¿qué ocurría dentro de la Comunión Tradicionalista? ¿Cómo reaccionaron las élites carlistas ante la aparición del decreto, el nombramiento del Secretariado y la detención de Manuel Hedilla? Según la documentación de la Comunión, “El Decreto, contrariamente al discurso, disgustó profundamente a los más puros Carlistas, no por el propósito unificador, sino por el nombre que se imponía a la Nueva Entidad Política “FALANGE ESPAÑOLA TRADICIONA53
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LISTA Y DE LAS JONS”, y más aún, por la norma programática que se señalaba al nuevo Partido. Los veintiséis puntos de Falange”215. Un disgusto que se acrecentaría días después, al establecerse como saludo nacional el brazo en alto, tomado de la Falange, amparándose en que dicho gesto se había convertido en una costumbre extendida216. De hecho, a lo largo del proceso de integración, habría que aclarar y recordar numerosas veces a los afiliados al nuevo partido que estaban obligados a saludar con el brazo en alto217. Por ello, el mismo día en que conocieron el decreto, el conde de Rodezno, Arellano218, Ortigosa219 y Martínez Berasain se dirigieron a Salamanca, para transmitir al Jefe del Estado el disgusto tradicionalista. Durante la entrevista obtuvieron la promesa de que, como se señalaba en el decreto, la norma programática sería flexible y que las doctrinas tradicionalistas serían, “en su día”, incorporadas a dicho programa. Convencida o no, lo cierto es que la dirección navarra aceptó la Unificación sin tener el cuenta opinión del príncipe regente que ya se había mostrado contrario a la creación de un partido único. Sin embargo, en contra de la perspectiva que a menudo nos transmite la historiografía, al mostrarnos a un carlismo claramente dividido ante la Unificación y sus consecuencias desde el comienzo, el estudio de la documentación plantea un panorama algo distinto. Si bien es cierto e incuestionable que la Unificación hizo evidente la ruptura, en el seno del carlismo, entre la dirección navarra, por una parte, y el jefe delegado y el príncipe regente, por otro; de esta ruptura no puede extraerse una división clara y sin fisuras entre colaboracionistas y anticolaboracionistas. Que Fal Conde y el príncipe regente estuvieran en desacuerdo con el modo en que se había llevado a cabo la Unificación y con la actitud que había adoptado la dirección navarra, no quiere decir que hubieran decidido oponerse a la nueva realidad del partido unificado. En este sentido, la primera reacción de ambos fue aconsejar como medida general el “obedecer y callar”220, al tiempo que proyectaban la elaboración de una nota reservada en que se aclarase la participación de la Comunión en el proyecto unificador221. Para ello, Fal Conde y Francisco Javier de Borbón redactaron sendos borradores, el primero dirigido a los carlistas y el segundo a los requetés. Dos textos que a pesar de estar elaborados por distinta pluma, coincidían en el plante54
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amiento esencial. En ellos, se recomendaba no oponerse a la Unificación y se animaba al Requeté a continuar luchando por la victoria, al tiempo que se aclaraba que la Comunión no renunciaba a sus aspiraciones y que no había sido consultada, ni había llegado a acuerdo o compromiso alguno para llevar a cabo la Unificación de los partidos222. Sin embargo, consciente de que la difusión de estos textos sería seguramente malinterpretada, ya como signo de debilidad o de rebeldía, el regente proponía a Fal Conde la posibilidad de consultar previamente al Jefe del Estado, por mediación de Lamamié de Clairac, aunque estaba decidido a publicarlos en el extranjero si no le quedaba otro remedio223. Tampoco a los representantes de la JCCGN les parecía adecuada la publicación de los textos, ya que el 20 de abril escribieron al príncipe regente, para disuadirle de la publicación “de un documento que marque a la Comunión, siquiera sea en la escasa medida posible de las circunstancias, una significación hostil a la constitución de la nueva Entidad política y social”224. No sabemos si fue por las reticencias del príncipe regente, por la negativa de Franco, por las presiones de los carlistas navarros o, más probablemente, por consejo de Fal Conde225, el caso es que nada indica que los textos llegaran a difundirse. No obstante tampoco quiere esto decir que los principales responsables de la Comunión no fueran informados de otro modo de las consignas del príncipe regente. En este sentido, el 23 de abril, Francisco Javier de Borbón escribió a su jefe delegado para indicarle que, de modo provisional, era preciso colaborar por el momento y no hacer ningún tipo de manifestación contraria al decreto, manteniendo siempre intactas las aspiraciones dinásticas de la Comunión226. Evidentemente, no era necesario que el regente informara a Fal de algo que ambos habían acordado de antemano, por lo que es lógico suponer que esta carta se redactó al efecto de poder distribuirla entre los principales responsables de la CT. Sin embargo, la identidad de pareceres entre Fal Conde y Francisco Javier de Borbón no era perfecta. En los meses siguientes a la Unificación, debatieron en numerosas ocasiones las posibilidades del tradicionalismo en el seno del Nuevo Estado y de su partido único. La opinión de Fal era tajante: “Nos debemos a lo que nos debemos y todos han de acatar y servir. No servirá nuestra intención más allá del límite de la necesidad […] se irá en cada caso aceptando cuanto exija en bien común, que ahora es gravísimo y de vida o muerte. Solo siendo cosa 55
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de vida o muerte, de otra manera, no”227. Asimismo, recomendaría dar libertad a los carlistas para aceptar cargos, siempre y cuando quedara claro que no los aceptaban por orden de la Comunión228. Sin embargo, como veremos más adelante, el príncipe regente cambiaría de parecer cuando Franco invitara a Fal a participar en la organización del Nuevo Estado. Mientras el jefe delegado y el príncipe regente acordaban qué postura había que tomar frente a la Unificación, la Jefatura del Estado hacía público el nombramiento del Secretariado Político. En él figuraban, como ya adelantamos, cuatro tradicionalistas, que aceptaron el cargo conscientes, según su propio testimonio, de que “tenía[n] labor ingrata a realizar, dada su posición minoritaria en la Junta y el espíritu absorvente [sic.] y falto de toda moderación de los elementos de Falange, protegidos en la mayor parte de las provincias por las Autoridades y navegando al corriente por la mayoría numérica en que se encuentran”229. Pero ¿cómo se gestó su nombramiento? El conde de Rodezno afirma que se resistió a formar parte de la junta, hasta que, ante la insistencia de Serrano, no sólo decidió aceptar sino también introducir en el nuevo órgano a los otros tres carlistas230. De ser cierta esta versión de los hechos, Rodezno sí habría sido consultado en contra de lo que afirmó más tarde al príncipe regente231, quien no aprobó su actuación. Sin embargo, existe una tercera versión que sin hacer mención a la posible resistencia de Rodezno, también confirma que fue consultado y que además ejerció cierta influencia en la constitución final del Secretariado. Nos referimos a las notas del tradicionalista Andrés Ramón Codorniú, según el cual: “En el Cuartel General se indicaron explícitamente los nombres del Sr. Conde de Rodezno, D. Marcelino Ulibarri y D. Luis Arellano para ocupar otros tantos puestos en el Secretariado Político del nuevo Partido del Estado. A instancias del Sr. Conde de Rodezno, se sustituyó al Sr. Ulibarri, por su calidad de navarro y ser ya tres los oriundos de Navarra en la terna, y por lo tanto susceptible de crear animosidades y situaciones desagradables con las otras regiones. Entonces a propuesta del Conde de Rodezno, se incluyó al Conde de la Florida y al Sr. Mazón. 56
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Los demás nombramientos; del Sr. Gaiztarro para Hacienda y del Sr. Llopart para Transportes, lo han sido a propuesta del Sr. Rodezno y todos ellos pertenecientes a la Nacional. A la Srta. Urraca Pastor se la ha designado para Asistencia de los Frentes y Hospitales”232. Lo que no decían las notas es que había por lo menos otros seis tradicionalistas con altos puestos dentro del partido233. Por tanto, según la versión de Codorniú quedarían claras dos cuestiones que contradicen las memorias de Rodezno, por un lado, que desde el comienzo de habría hablado de introducir por lo menos a tres carlistas en el Secretariado y no a uno, y por otro, que resulta poco creíble la resistencia del navarro, ya que no solo habría decidido qué carlistas debían formar parte del Secretariado sino también los que debían encargarse de las delegaciones nacionales. El propio Codorniú veía muy positivamente los nombramientos del Secretariado, ya que añadía que desde entonces se habían celebrado varias reuniones y que “hasta el momento todo hace esperar que al tradicionalismo se le reservará en el nuevo Estado toda la importancia que la actuación del mismo le ha merecido”234. Estas esperanzas se verían momentáneamente confirmadas con la detención de Manuel Hedilla, que se ponía inevitablemente en relación con los sucesos de Salamanca. Así se lo transmitía el tradicionalista Agustín Tellería al príncipe regente, en una carta fechada el 28 de abril: “he vuelto de Salamanca completamente nuevo, y después de lo que he visto y me he informado, estoy convencido de que lo que parecía definitivamente perdido, puede estar muy pronto definitivamente ganado. Acontecimientos de enorme magnitud se han desarrollado y están desarrollándose estos días en España; se ha descubierto una extensa conspiración falangista que iba a la implantación de un gobierno sindicalista en el territorio nacional lo que equivaldría a la pérdida de la guerra o sea la pérdida definitiva de España (causa espanto solo pensar); como consecuencia de esto, está encarcelado Hedilla y con él la Junta de Mando de Falange, y en la misma medida y proporción que con todo esto Falange perdió la confianza del cuar57
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tel del Generalísimo, ganó terreno la proverbial caballerosidad y la no discutida lealtad carlista. […] se deduce que el momento es nuestro, completamente nuestro […] es muy poco lo que hay que hacer para conseguir todo y que esto poco no es otra cosa que el acercamiento de V.A. y Don Manuel al Generalísimo, deshaciendo algunos pequeños equívocos”235. Por tanto, a pesar de la inicial ventaja falangista en la constitución del partido único, la esperanza tradicionalista aún no se había apagado. Así lo demostraría también el príncipe regente, que el 3 de junio escribía de nuevo a Fal Conde para censurar la actuación de Rodezno y sus seguidores, a los que tachaba de ambiciosos e interesados, al tiempo que para proponer un plan de acción dentro del Nuevo Estado: “Debemos evitar que el derrumbamiento de éste [Rodezno] pueda ser causa de nuestro alejamiento en la dirección del país. Hace falta que con toda habilidad aprovechemos las ocasiones para sustituirlos por gente de nuestra entera confianza que puedan tener el contacto y visión suficiente para nuestro trabajo futuro. […] Es necesario hacer ver a Franco que puede tener una confianza absoluta en nuestra lealtad y que nuestros planes futuros son todos posibles. […] Esperar que todo se derrumbe y aprovechar que el momento venga a nosotros sin ningún esfuerzo por nuestra parte no es prudente”236. No se trataba tanto de una relación de oposición o colaboración con Franco y su partido único, como de una disputa interna y dinástica, entre la desleal y juanista dirección navarra y la dirección de la Comunión, defensora de la regencia. No obstante, todo apunta a que las esperanzas del príncipe regente tenían mucho que ver con el rumor de que a Fal Conde le iban a ofrecer algún cargo237. Para Javier de Borbón que le consideraba su mano derecha y principal adalid del ideario tradicionalista, su nombramiento podía ser el punto de inflexión que necesitaba el carlismo para anular las consecuencias del Decreto de Unificación. En relación con estas esperanzas, la Comunión Tradicionalista redactó, por sugerencia de Fal Conde, un dictamen privado238 sobre la 58
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dirección a seguir por los carlistas, ante la nueva situación. Lógicamente suspicaz y pesimista sobre lo que pudieran lograr algunos carlistas en el seno del partido único, Fal creía que más que sustituir a los navarros, que además habían demostrado claramente su fracaso239, lo que había que hacer era convencer a Franco de que la victoria llegaría antes si se disolvían todos los partidos240. Con este objetivo en mente, no sólo comenzaban pidiendo dicha disolución, sino también desautorizando a los miembros del Secretariado: “Los nuevos cargos del nuevo partido, aunque sea de nuestra procedencia, no representan más que a la agrupación para la que se les nombra”241. Sin embargo, el texto no llamaba en ningún momento a la desobediencia. Es más, establecía una serie de normas de colaboración con el partido único y que es importante tener en cuenta. Como regla general, se ordenaba aceptar y acatar las órdenes del Estado y del partido, proceder a la disolución y suspensión de actividades de la Comunión, aceptar cargos, ya fuera libremente o por imposición, y entregar todos los bienes que les requiriera el nuevo partido. Asimismo, se les animaba a colaborar desde el frente y no desde la retaguardia. Por eso, incitaban a los carlistas a aceptar cargos públicos y en las milicias, al tiempo que se les disuadía de aceptar cargos políticos. Una medida que, si se tomaba al pie de la letra, favorecería claramente al falangismo, mucho más numeroso e interesado en copar los puestos de mando. En lo que respecta a la integración que ya estaba llevando a cabo el Secretariado Político, la consigna era aceptarla, pero procurando conservar la independencia de la prensa carlista y evitando, en la medida de lo posible, que llegara a afectar a margaritas y pelayos. En este último aspecto, la preocupación carlista por la escasa religiosidad y moral del falangismo volvía a hacerse evidente. Básicamente, la dirección de la disuelta Comunión animaba a sus miembros a transigir en lo posible, manteniéndose fieles a su conciencia. Pero, a la larga, esta actitud iba a dejar vía libre al falangismo que iría ocupando posiciones, mientras la Comunión ponía todas sus esperanzas en influir sobre el ánimo de Francisco Franco.
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Hacia la integración efectiva: normas y directrices
Al poco tiempo de haber sido nombrado, el Secretariado Político comenzó a cursar circulares y telegramas con el objetivo de hacer efectivo el Decreto de Unificación. En este sentido, las primeras directivas, todas ellas firmadas por López Bassa, que no tardaría en hacerse con el control casi absoluto de la junta242, se emitieron entre finales de abril y primeros de mayo. La primera medida que tomó el Secretariado fue suspender la admisión de nuevos afiliados y ordenar la creación inmediata de las comisiones de integración provinciales, en las que actuarían como presidentes los jefes provinciales de Falange y como secretarios los comisarios carlistas de guerra, garantizando así la preeminencia falangista. Estas comisiones debían encargarse además de elegir y constituir las comisiones locales y de integrar los servicios provinciales. Las únicas secciones que, por el momento, permanecían ajenas a la dinámica integradora eran las organizaciones juveniles y sindicales. De todas formas, hay que tener en cuenta que todas estas comisiones eran provisionales y que sólo iban a funcionar hasta que el Secretariado nombrase las definitivas243. Esto es importante, ya que la pérdida de cargos que sólo se habían disfrutado temporalmente podía ocasionar tensiones y disputas en el seno del partido244. Sin embargo, sorprende el hecho de que una vez cursadas estas primeras normas, el Secretariado tardara aún casi cuatro días en suprimir todas las jefaturas245 y en suspender la propaganda partidista de Falange y de la Comunión Tradicionalista246. Poco después, para completar el procedimiento de constitución de las comisiones de integración y para regular sus funciones, el Secretariado emitió la circular nº 1 de 7 de mayo de 1937247, en la que se establecían veinte normas complementarias para proceder a la integración de las organizaciones extinguidas dentro de FET de las JONS. En primer lugar se crearían las Comisiones de Integración, de las que sería responsable el delegado provincial, que constituiría, además, la máxima autoridad en la provincia. Un puesto que, como ya hemos visto, había de recaer sobre el antiguo jefe provincial de Falange siempre que lo hubiera. A través de estos organismos se resolverían los problemas de integración, según el espíritu del decreto y las instrucciones del Secretariado. En caso de no haber delegado provincial, la autoridad 60
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recaería en la propia Comisión de Integración. En cualquiera de los dos casos, la autoridad provincial era la encargada de nombrar y modificar las Comisiones locales, “procurando sin embargo que estas se compongan de los Jefes locales de Falange y Requeté”, tomando como regla general que la organización con menor presencia en cada localidad quedase incorporada a la de mayor representación. Esto significaba que la organización que ostentara la autoridad provincial tenía el camino libre para establecer comisiones locales que favorecieran a su partido, cortando así el paso a los contrarios. Esto lo facilitaba además el hecho de que la norma transformara la obligación de repartir los cargos entre Falange y la Comunión en sugerencia, al usar un vago “procurar” y en segundo lugar, a la apelación a la ley del número como base para el reparto, lo que favorecía, evidentemente, a Falange que era el partido que más afiliaciones había conseguido. Ambos aspectos provocarían más de una queja, como sucedió en el caso de Las Palmas, donde, según el secretario provincial de FET, Luis Doreste y Morales, de procedencia carlista, el delegado, Abreu, de origen falangista, se dedicaba a nombrar y destituir miembros de las comisiones locales sin velar por un justo y equilibrado reparto de cargos entre falangistas y tradicionalistas248. Asimismo, fueron constantes las quejas de los tradicionalistas en cuanto al reparto de cargos en base al número, que tanto favorecían al falangismo249. De todas formas, la preocupación de la Comunión por el crecimiento acelerado del falangismo había precedido incluso al proceso de integración, puesto que ya en septiembre de 1936, la JCCGN había protestado ante la Junta de Defensa Nacional, señalando que era más importante reclutar atendiendo a la calidad que a la cantidad250. También la ley del número imperaba en la creación de las Comisiones de Integración por servicios análogos, puesto que aquellos servicios que no tuvieran análogo, en una u otra organización, se considerarían ya integrados, una medida que también tendía a favorecer al falangismo. Asimismo, se unificarían los ficheros de ambas organizaciones, pero manteniendo separadas las listas de afiliados de cada organización. En cuanto a las milicias, el Secretariado Político establecía que “unificadas todas las Milicias de la Milicia Nacional del Movimiento de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, REQUETÉ FALANGE y sometida ésta a un Mando Militar se asignará a éste por la 61
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Organización Civil del Movimiento en la provincia, un Asesor Político, que se designará por el Delegado provincial o Comisión provincial de Integración, poniendo especial cuidado en que este nombramiento recaiga en persona joven, de la máxima capacidad, solvencia moral y disciplina”251. En el mismo sentido, para mantener el control sobre el partido, se ordenaba que toda relación política con el Estado se hiciera siempre a través de las autoridades militares. Se unificaban, igualmente, las normas referentes al uniforme, y se integraban las juventudes de ambas organizaciones en una sola. Por otra parte, el Secretariado, siempre intentando mantener el control, prohibió que se tomaran decisiones unilaterales en cuanto a la organización definitiva del partido; asimismo, recordaba que toda relación de las jerarquías del partido con el Jefe Nacional debía establecerse por medio del Secretariado. Conscientes de los problemas y tensiones que había producido la decisión de unificar los partidos, pusieron especial cuidado en imponer jerarquía y disciplina, atajando, de paso, cualquier murmuración y queja, que, según la dirección de FET, sólo representaban una falta absoluta de espíritu falangista. Lo que no impidió, por cierto, que las quejas afluyeran. Por último, se aclaraba que en las localidades donde existiera sólo una de las dos organizaciones, el jefe local de la misma debería levantar acta junto con su secretario, en la que constase el estado de la organización dentro de FET. Como resulta evidente, el principal objetivo de la circular era establecer claramente una jerarquía dentro de la organización, que además debía gestionar la integración del nuevo movimiento. No obstante, al no especificar cómo habían de contabilizarse los afiliados, ni en qué medida y proporción debían nombrarse a los miembros de las dos organizaciones suprimidas, la integración se transformaba en una política de absorción destinada a favorecer a la organización con más presencia numérica. De hecho, parece que la aplicación de esta norma causó graves tensiones en las reuniones del Secretariado: “están pasando las negras en las reuniones del secretariado, discutiendo a gritos con los secretarios de FE, que lo quieren todo para su hueste, como se ha visto por el hecho de quedarse con las Jefaturas del llamado partido único en la inmensa mayoría de las provincias, a título de que son los más… en la retaguardia”252. 62
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Por otro lado, se reafirmaba lo que ya se había ordenado en el telegrama circular nº 1, que los sindicatos debían integrarse, supuestamente, del modo en que lo acordaran en común sus respectivos delegados. Es significativo que uno de los servicios más importantes dentro de la organización no quedase específicamente sujeto a la autoridad del Secretariado desde el principio. Pero, de todas las normas, la undécima era quizá la más importante, pues establecía la subordinación del Movimiento y de la política a las autoridades militares, en un gesto que no estaba motivado tanto por el esfuerzo de guerra, como por el deseo de disciplinar y controlar al nuevo híbrido, que amenazaba con causar problemas a Franco. No obstante, a lo largo de toda la circular, se dejaba claro el carácter transitorio de las medidas tomadas. La estructura básica del Movimiento se abordaba en la segunda circular253, por la que se aprobaba la estructuración del partido en dos organizaciones, una política y otra económica-sindical, a la vez que se otorgaba una categoría aparte a las milicias. Una medida, por otra parte, que no sólo ponía el acento en el factor sindicalista, de clara preocupación falangista, sino que entroncaba directamente con el trato diferenciado que el Secretariado había concedido a los sindicatos, desde la primera circular. La organización política era una organización civil, por tanto carente de formación militar254, que tenía por misión poner en práctica los 26 puntos, “saturados por la tradición Nacional”, de la norma programática, escoger a los mejores de entre todos los afiliados y encuadrar y dirigir todas las actividades del Movimiento. Muchas más directrices se daban a la hora de describir en qué iba a consistir la organización económica sindical. En este aspecto, al menos teóricamente, se anunciaba la próxima creación de los sindicatos por ramas de la producción, que tanto había defendido José Antonio; no obstante, al mismo tiempo que se prometía a los sindicatos una intervención directa en el estudio y resoluciones de los problemas económicos nacionales, se avanzaba un encuadramiento separado de obreros y empresarios, que, a su vez, quedarían unidos verticalmente en los órganos superiores. No quedaba ni rastro de la antigua y efímera Obra Nacional Corporativa. En cuanto a las milicias, el Secretariado aprovechaba la oportunidad para despejar cualquier duda que aún pudiera quedar sobre la mi63
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sión de las mismas. Éstas vendrían a constituir la “fuerza bélica dispuesta siempre, a secundar al glorioso Ejército […] y también, siempre y en todo momento, a defender y garantizar el nuevo orden” implantado gracias a “la sangre de los puros y el esfuerzo de los mejores”. Convivían así la reiteración de la supeditación del partido, y sobre todo de su brazo armado, al Ejército, junto con el misticismo bélico más propio del falangismo. La circular terminaba recordando el importante papel de los asesores políticos, que, en el fondo, no parecían ser más que un instrumento para paliar el golpe político que ya había supuesto, en su día, la militarización de las milicias. Pero no bastaba con estas normas para completar la integración. El 10 de mayo se ordenó la intervención de las cuentas corrientes de las desparecidas organizaciones255, una medida que preocupó enormemente a Manuel Fal Conde256. Y el día 14 se procedió a iniciar la postergada integración de los sindicatos, al ordenar la creación de sindicatos por profesiones y localidades, manteniendo la separación entre obreros y empresarios, y otorgando la potestad para elegir a sus directivos a los jefes provinciales257, mayoritariamente falangistas. Quedaba así institucionalizado el sindicalismo vertical. No obstante, los dirigentes de la Obra Nacional Corporativa continuarían presionando, sin éxito, para imponer la orientación corporativa por encima del sindicalismo falangista258. Asimismo, durante este periodo, el Secretariado procedió a solicitar, a menudo, recomendaciones a las jefaturas provinciales para proceder al nombramiento de los delegados de servicios259. En este sentido, se pretendía potenciar la colaboración de las extintas organizaciones en el proceso de integración, pero al quedar la decisión final en manos de los delegados nacionales y del Secretariado Político, a la hora de la verdad ganaba aquélla que más peso tenía en los organismos nacionales, es decir, Falange. De esto se quejaba precisamente el jefe provincial de FET en Navarra, el carlista Martínez Berasain260. Como puede verse, la integración había comenzado a implantarse, pero aún quedaban muchos aspectos y detalles por aclarar. Ni siquiera se habían nombrado todavía a los jefes provinciales ni a los delegados definitivos. Por eso, no deja de ser llamativo que en una fecha tan temprana como finales de junio de 1937, el Secretariado optase por reabrir las admisiones de afiliados. Quizá con objeto de integrar a toda la Es64
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paña nacional, de evitar las quejas de los exmilitantes de otros partidos que habían apoyado el Alzamiento, o incluso como táctica para homogeneizar la organización. Incluso algún jefe provincial se tomó la libertad de convertir la afiliación en obligatoria para los varones de entre 30 y 45 años261. Sin embargo, no dejaría de ser una medida peligrosa en época de guerra, y en un partido que todavía no había sido completamente encuadrado, ni disciplinado. Teniendo en cuenta una probable táctica homogenizadora dentro de la zona nacional, se comprenden los requisitos establecidos para la admisión de nuevos miembros: “han de ser españoles que, por su patriotismo, desinterés, fe nacional revolucionaria y juventud, ofrezcan la máxima garantía para el prestigio del Movimiento y eficacia de la acción de Gobierno de desarrollar por la Nueva España”262. Patriotismo, revolución y juventud, nada de Cruzada ni de monarquía. También en la Sección Femenina iban a primar tanto la ley del número263, como el ideario falangista. Inmediatamente después de haberse abierto de nuevo el periodo de admisión, Pilar Primo de Rivera iniciaba la integración efectiva de las organizaciones femeninas, al tiempo que procuraba garantizar la supeditación de las delegaciones de Auxilio Social, liderada por la jonsista Mercedes Sanz-Bachiller, y de Asistencia al Frente y Hospitales, dirigida por la tradicionalista Mª Rosa Urraca Pastor. Para lograrlo, la delegada nacional no dudó en recordar todas las veces que hizo falta, que falangistas y margaritas, por igual, quedaban integradas en la Sección Femenina, y sometidas en primer lugar a su disciplina antes que a la de ninguna otra delegación. Y por si no quedaba suficientemente claro, especificaba “no permitirán las Jefes Provinciales que se organicen otros grupos de mujeres que con la denominación de grupos de Asistencia al Frente o cualquier otro nombre pretendan apartarse de la disciplina de Falange Española Tradicionalista y de las JONS”264. Se trataba de una respuesta clara a los intentos de las margaritas de resistirse a la integración, acogiéndose para ello a la protección de la Delegación de Asistencia al Frente265. En algunos lugares, como Logroño, esta actitud de la Sección Femenina se tradujo en la baja masiva de las margaritas266. Pilar Primo de Rivera lo tenía muy claro, la Sección Femenina daría todas las facilidades necesarias a las otras delegaciones para llevar a 65
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cabo sus funciones, pero mantendría en todo momento el control de todas las afiliadas al partido267. Claro que no bastaba con controlarlas, también había que adoctrinarlas e instruirlas en el nacionalsindicalismo, misión de la que habrían de encargarse las Jefes Locales, una vez concluida la unificación en cada localidad. Pero las órdenes de la delegada nacional iban más allá, al insistir en que había que dar ejemplo a las “nuevas” afiliadas, en clara referencia a las margaritas, “tratándolas desde un principio como corresponde a nuestro estilo, de tú y de camarada”268. Un tratamiento que, a ojos de los carlistas, resultaba claramente ofensivo. En cuanto a las demás delegaciones, habría que destacar brevemente la unificación de las Organizaciones Juveniles y de los sindicatos estudiantiles. De la primera se encargó Mateo Torres Bestrad269, y que consistió básicamente en la unificación del uniforme y en la resistencia de los carlistas a que sus hijos pasaran a integrar la nueva organización270, algo que, como ya vimos, había decidido la Comunión Tradicionalista incluso antes de que se ordenara la integración de las organizaciones juveniles. No obstante, como gesto hacia el carlismo, después de la guerra, en el seno de la Sección Femenina y del Frente de Juventudes se procuró integrar denominaciones de procedencia tanto falangista como tradicionalista, en lo referente a las secciones juveniles, así en el caso de los niños se diferenciaba entre flechas y pelayos, y en el caso de las niñas entre flechas y margaritas. En cuanto a la segunda, las gestiones llevadas a cabo por Eliodoro Fernández Canepa, como representante del SEU, y José María Zaldívar, por parte de la AET271, dieron como fruto la creación oficial del SEU en septiembre de 1937, marcada por el claro protagonismo de los estudiantes falangistas272. A pesar de ello, el jefe nacional de la AET, José María Olazábal, trataría de garantizar que los puestos directivos también recayeran en los carlistas y de que el sindicato tuviera un peso menos político y más estudiantil, pues consideraba que al acabar la guerra no sería necesaria la presencia de una entidad política como el SEU dentro de la Universidad. Para conseguirlo, llevó a cabo una intensa actividad entre 1937 y 1938, tratando de influir en la Delegación Nacional de Educación. Sin embargo, en la práctica pudo la actitud absorbente del SEU273, de modo que muchos grupos de la AET acabaron formando parte de la disidencia. Prueba de esta resistencia fueron los 66
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conocidas protestas de la AET durante las celebraciones del Día de la Raza de 1937, que se saldaron con la expulsión del partido de cuatro tradicionalistas, entre ellos José María Zaldívar y José María Araúz de Robles274. A pesar de eso, y según las fuentes carlistas, la AET no comenzaría a reorganizarse de forma clandestina hasta 1939275. También en el marco de las fiestas y celebraciones el carlismo sucumbiría ante el protagonismo de las formas y de la retórica falangistas. A pesar de que se adoptaron como fiestas del partido las celebraciones propias de cada organización, la máxima celebración carlista, la fiesta de los Mártires de la Tradición, quedó postergada frente a las fiestas de origen falangista. Prueba clara de ello es que en la primera ocasión en que el partido unificado tuvo que encargarse de su preparación, la fiesta no llegó a tener la publicidad necesaria como para que llegase a ser un éxito276. A partir de entonces, la fiesta carlista por antonomasia pasó a celebrarse por duplicado, de forma oficial y extraoficial277. A ojos de Rodezno, esto constituía “una prueba más de que no tiene arreglo esto de la Unificación”278. Como puede verse, con cada nueva norma que se emitía desde los organismos superiores iba quedando más claro que Falange llevaba la voz cantante dentro de la nueva organización.
Una integración accidentada
La integración de FE de las JONS y de la Comunión Tradicionalista se reveló pronto como un proceso complejo y tenso, marcado por los constantes roces entre ambas organizaciones. Tras haber dictado las normas básicas para la integración en la circular nº 1, el Secretariado tendría que afrontar la resolución de problemas concretos a lo largo de los meses siguientes. La primera medida sería castigar severamente a quienes continuaran utilizando los membretes de sus respectivas organizaciones, en vez del encabezamiento conjunto, que debía rezar Falange Española Tradicionalista y de las JONS279. Una norma que provocaría numerosas quejas, al ampararse los jefes del partido en la necesidad de aprovechar los sobres y pliegos que ya tenían, y en la mayoría de los casos, en el argumento de que los otros también hacían lo mismo280. Tampoco había sido muy bien recibida la norma que indicaba que los miembros de la organización 67
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que no llegase al 5% deberían someterse a la otra, “como meros soldados de filas”. El Secretariado no sólo tuvo que recordar esta detestada situación de subordinación, sino también que los jefes provinciales nombrados tenían autoridad sobre su territorio, se hubiera completado, o no, la integración281. En la siguiente circular282, el Secretariado recordaba la obligación de centralizar las oficinas de ambas organizaciones en un solo local, así como las milicias en un solo cuartel. A continuación, advertía de la falta grave y prueba de desafecto al Movimiento, que acarrearía el seguir dirigiéndose a los exjefes de las respectivas organizaciones para recibir órdenes, en vez de dirigir las consultas a los nuevos jefes, a través del nuevo domicilio de FET y de las JONS. Algo que, a juzgar por el conjunto de la documentación consultada, continuaba siendo habitual. Dado el bajo índice de éxito de dichas medidas y la constante aparición de problemas y de quejas, el Secretariado tendría que exigir283 constantemente la rotulación conjunta de las dos organizaciones, así como el uso de un nuevo indicativo a utilizar en las emisiones de radio, dada la enorme importancia de este medio de comunicación, no sólo para la desmoralización o incitación a la resistencia en el bando contrario, sino como elemento de cohesión en la retaguardia. Medidas semejantes se tomaban en cuanto a la prensa, pues se exigía la existencia de un único periódico provincial como voz de la organización, tomando como criterio la elección del de mayor circulación y prestigio, sin tener en cuenta la afección del mismo a cualquiera de las antiguas organizaciones. Lo que iba a provocar las quejas de aquellos tradicionalistas que no deseaban formar parte del nuevo partido y que, lógicamente, no estaban dispuestos a perder sus diarios284. También se matizaban normas anteriores, al exigir que los antiguos militantes de la Comunión Tradicionalista probasen su pertenencia mediante declaración firmada por el antiguo Comisario de Guerra, el Secretario de la Comunión Tradicionalista local y un militante caracterizado de dicha organización. El motivo que se aducía era que los carlistas no tenían la costumbre de repartir carnets, sin embargo es inevitable no pensar en que esto pudiera estar relacionado con una menor afluencia de los tradicionalistas hacia el partido único, ya fuera porque estaban en el frente o porque, sencillamente, no les interesaba ingresar en el nuevo partido. A pesar de esta modificación de las nor68
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mas, resulta significativo que Fal Conde se quejara, a comienzos de 1938, de que la integración de los antiguos afiliados se hubiera limitado a quienes se hubieran acogido al procedimiento de integración de forma voluntaria y dentro de un plazo establecido285, lo que reducía la presencia tradicionalista en FET. Por último, se recordaba la obligación, una vez más, de colgar los retratos de Franco y José Antonio. De hecho, por parte de ambas organizaciones no sólo existían constantes roces y quejas por la actuación de los contrarios, sino sospechas del partidismo de las jerarquías superiores. Por parte de los tradicionalistas, las quejas solían ser remitidas directamente al Secretariado Político, y en algún caso, específicamente a los miembros tradicionalistas del mismo. A los carlistas les había dolido enormemente la elección del nombre del nuevo partido, que reducía a su organización a una inicial, y en el mejor de los casos a una palabra. Pero, en su opinión, el simbolismo iba más allá, pues aseguraban que no sólo se había tomado el programa, el lema y los modos falangistas, sino que nada en el pensamiento del Nuevo Estado recordaba a las aportaciones tradicionalistas, como resultaba evidente, desde su punto de vista, por la ausencia de las ideas de Víctor Pradera en general, o de la palabra Dios en el lema del nuevo partido286. La gota que colmaba el vaso era la orden de colgar los retratos del Caudillo y de José Antonio en todos los locales del partido, sin ninguna presencia tradicionalista287, ordenada por López Bassa al inicio de la integración, y fue rectificada unas semanas más tarde, precisamente en respuesta a quejas como esta288. Tras dejar claro su descontento, apelaban al Caudillo para que hiciera reinar a Cristo en las leyes, y para que tomara como guía al Rey Fernando y a los Reyes Católicos. En sentido parecido, la Comunión Tradicionalista encontró ofensivo, o cuando menos inadecuado, el juramento impuesto a los militantes para formar parte de la organización. Los carlistas alegaban que al situar la Patria por encima de Dios y al obligar a los militantes a comprometerse mediante juramento a cosas como dar la vida por el partido, a someterse de modo absoluto a las jerarquías de la organización o a no escuchar palabras contrarias al partido, el juramento podía perfectamente ser causa de “perturbación espiritual”289. En otras palabras, se quejaban, aún sin decirlo claramente, de que Falange se situaba a sí misma por encima de la fe católica, dando lugar así a una religión política. 69
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Apenas un mes más tarde, el secretario Ladislao López Bassa recibía nuevas muestras del descontento tradicionalista. Esta vez, desde Toledo290, se quejaban de que Falange intentaba absorber a la Comunión Tradicionalista, y que, como única respuesta a sus quejas, el Secretariado había enviado un telegrama en el que lamentaban la mala gestión y le recordaban que tenía que compartir local con el delegado provincial, de procedencia falangista, y dejar de utilizar el membrete del Requeté en sus cartas. El secretario de la organización en Toledo se defendía de dichas acusaciones, pero sobre todo, parecía dejar bastante clara la opinión de que el Secretariado favorecía a la Falange, o se desentendía de la integración. Desde Soria llegaban quejas similares, principalmente por la irrealidad de la integración, a la que se referían de la siguiente manera: “Nada se ha hecho en este sentido y la circular nº8 vuelve a poner sobre el tapete este asunto que es para los afiliados a la Comunión Carlista de capital importancia, pues defendiendo sus principios, con el tesón que nadie ignora, no pueden en modo alguno figurar en ninguna organización en la que, a sabiendas, existen individuos con los cuales no pueden tener otras relaciones que las de forzosa convivencia social, pero nunca las de fraterna cordialidad, base de toda agrupación, sea cual fuera la finalidad que la misma se proponga. Por bastantes Jefes locales y algunas otras personas significadas de Falange Española se pretende imponer obligación en la nueva organización [de] prendas y distintivos de su milicia y este interés y afán de proselitismo, que nosotros somos los primeros en aplaudir, debe hacerles comprender que con el mismo derecho hemos de defender las características de nuestro clásico uniforme, que no intentamos imponer a nadie, pues respetando sin decirlo, como es nuestra norma, [la] libertad individual, sólo consideramos dignos de vestirle a los que se hallan dispuestos a defender con alma y vida los postulados que encarna. La circular nº5 que dicta normas para las organizaciones juveniles, tiene, aparte de otras menos importantes, la nº11 que en uno de sus apartados dice textualmente: ‘En lo cultural se dará preferencia a los conceptos Patria Española y Estado Nacionalsindicalista’. 70
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La aceptación de este texto significaría para la Comunión Carlista la desaparición total de su programa, pues si bien el concepto Patria puede suscribirse, ha de anteponerse el concepto religioso DIOS, base de su grandeza por ser la unidad religiosa el fundamento sobre el que se pudo apoyar la unidad política, y en cuanto al Estado Nacionalsindicalista, nuestra concepción netamente española es, como todos saben, católico-corporativa. Orientar la educación de nuestra juventud en el sentido que marca la norma que comentamos sería tanto como abjurar de nuestra Tradición y eso no puede hacerlo la Comunión Carlista si ha de responder a los dictados del glorioso trilema. Todas estas cosas, nimias al parecer, engendran un estado de retraimiento y desconfianza en los que se consideran preteridos y dificultan, si es que no imposibilitan, la realización de un noble propósito acogido por todos como el medio de despejar una situación que ofrece algunas dificultades”291. Quizá fruto de las constantes protestas, el Secretariado Político ordenaba en el mes de julio el uso de la denominación completa del partido, y prohibía la utilización de sus siglas y de otras denominaciones que ponían en evidencia el choque interno como: “F.E. Tradicionalista” o “Falange Española T de las JONS”292. En el caso falangista, destacan las quejas emitidas desde Navarra, donde había una fuerte presencia tradicionalista. Por ejemplo, Daniel Arraiza, exsecretario de la organización en Navarra y de procedencia falangista, afirmaba que en las provincias en las que los jefes falangistas tenían mayoría absoluta, “dicen borrón y cuenta nueva la integración es un hecho”. No obstante, también admitía que la tendencia absorbente era clara en ambas organizaciones, por lo que la integración material sería “larga y costosa”, al menos en el caso de Navarra. Arraiza se quejaba de que lo que se había producido era la entrega de “una potente organización maniatada a otra que actúa en beneficio propio y contra nuestros sagrados intereses”, dando como resultado no sólo su propia destitución como secretario, sino el debilitamiento del espíritu de la organización, pues “se ven metidos a la fuerza en una especie de Unión Patriótica y según me afirman los Tradicionalistas a ellos les sucede lo mismo están divididos y sin espíritu”293. 71
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Las quejas por parte de la sección falangista de Navarra no quedarían sólo en eso, sino que también otros miembros se quejaron del maltrato al que consideraban les había sometido la Comunión Tradicionalista. Tras reafirmar, una vez más, que Falange había ido a la Unificación “con el mayor entusiasmo, con la mejor buena fe. La deseábamos y la deseamos ardientísimamente por ser obra del más alto interés nacional”294, pasaban a culpar principalmente al dirigente carlista de la zona no sólo de entorpecer la integración, sino de buscar la “aniquilación” de la Falange, mediante el acaparamiento de casi todos los cargos de la organización295. Para los falangistas, plegarse ante esta situación significaría: “dejar nuestra Organización, atada de pies y manos seguir libremente haciendo política Tradicionalista”. Se quejaban, asimismo, de que no se les invitara o se les relegara en los actos de celebración y en los desfiles; de que se les sancionara por usar el antiguo membrete de la organización, cuando al menos ellos añadían la palabra “tradicionalista”; de la actuación unilateral y pro-carlista de Radio Requeté; o de que los tradicionalistas les intervinieran el correo, e incluso informaba de choques entre los boinas rojas y el Ejército. Acababa la enumeración de quejas reiterando, una vez más, el respeto falangista a la Unificación en régimen de colaboración, “lo que la vieja política se resiste a admitir”, y firmando como jefe de la sección Falange dentro de FET y de las JONS. En otras palabras, venía a equiparar al tradicionalismo con el caduco liberalismo, y a reconocer la falsedad de la integración, al señalar la existencia de “secciones” diferentes dentro de la organización. Finalmente, desde la Jefatura Provincial de Cádiz se acusaba al Requeté de no querer acatar las órdenes del Secretariado, alegando que el cumplimiento de las mismas estaba aplazado, o incluso amparándose en los mandos militares: “por órdenes Militares según parecen del Coronel Rada dice el Sr. Barroso del Requeté, que no tienen que integrar los pelayos porque lo conceptúan como Milicia”296. Desde esta provincia se señalaba también la resistencia de la Obra Nacional Corporativa, la organización de trabajadores de la Comunión Tradicionalista, a cumplir con las orientaciones sindicales. Dada la constante aparición de conflictos, no es extraño que el Secretariado Político dedicara buena parte de la circular nº 11 a explicar la integración de las milicias. Teniendo en cuenta no sólo la importan72
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cia de las milicias en la guerra, sino el peligroso potencial político que podían llegar a desarrollar, había que dejar clara la cadena de mando y la relación entre las milicias, el Ejército y el partido. En este sentido, se aclaraba que las jerarquías civiles debían relacionarse con las militares únicamente por medio de los asesores políticos nacionales de la milicia, quedando cualquier conflicto de competencias al arbitrio del Jefe Nacional, que debería mediar entre ambas jerarquías. Teniendo en cuenta esta norma básica, a nivel provincial, los jefes del partido sólo tendrían autoridad directa sobre las milicias cuando éstas se encontrasen fuera de servicio, momento en que los milicianos deberían ser tratados igual que el resto de los militantes. En caso de conflicto entre el jefe provincial y el jefe militar, éste último sería el encargado de contactar con las jerarquías superiores para la resolución del conflicto; una medida que evidenciaba, una vez más, la preeminencia de los jefes militares. En este aspecto, se aclaraba la función limitada de los asesores políticos: “en ningún caso el Asesor Político sustituirá al Jefe Provincial Militar y que el cargo de Sub-Jefe debe recaer precisamente en un Jefe u Oficial del Ejercito o persona habilitada para tal. El Asesor Político de Milicias tiene su cometido bien definido en la misión de enlace y relación entre las jerarquías políticas y militares del Movimiento”297. Por último, se recordaba, una vez más, la prohibición de cualquier inscripción perteneciente a las organizaciones desaparecidas, esta vez en el ámbito de las milicias. Estaba claro que la integración no se basaba en la colaboración, sino en la lucha por la mayor cota de poder dentro de la nueva estructura política.
La Comunión intenta recuperar posiciones
En un informe interno, dirigido al príncipe regente, la Comunión Tradicionalista hacía un repaso de la situación política desde el decreto de Unificación298. Aunque dicho informe no está fechado, su contenido nos permite situarlo antes de la promulgación de los Estatutos de FET y de las JONS, el 4 de agosto de 1937. Consideraban que la situación se había agravado de tal manera, que exigía una “inmediata intervención”, sobre todo frente a la actitud absorbente del falangismo, puesto que la Unificación sólo había ser73
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vido para: “despojarnos a los Tradicionalistas de todos los elementos propios de propaganda y organización dejándonos inermes ante ellos, que no han entregado nada”. Afirmaban incluso, que la organización jerárquica de Falange seguía operando clandestinamente, mientras ellos tenían que obedecer no a Franco, sino a “un falangista, el Secretario Sr. López Bassa, que está abusando intolerablemente de la autoridad del Secretariado y de la confianza del Generalísimo”. Críticas al Secretariado, que eran también compartidas por algunos sectores de Falange299. Aparte de reiterar las quejas por la falta de presencia tradicionalista en periódicos y secciones de la organización, el informe señalaba, especialmente, el carácter izquierdista del nacional-sindicalismo: “que no es nada como solución, ni como doctrina y que únicamente expresa el rencor proletario y de clase que se ha refugiado en Falange, […] el nacional-sindicalismo, que repugna a todo el mundo, y es la vuelta de los rojos está ya aceptado indiscutiblemente y la unificación en tal aspecto consiste en que todas las organizaciones de la O.N.C. única que ha presentado un PLAN, se incorpore a las C.O.N.S.”300. Ante tal situación, se señalaba que no se debía seguir colaborando activamente en “una cosa que fatalmente es nuestra eliminación”, puesto que lo contrario llevaría a la Comunión Tradicionalista a hundirse con el gobierno nacional y con España. No obstante, uno de los temas más importantes lo constituía la cuestión religiosa, como ya adelantamos, protagonista principal de muchas quejas por parte de los líderes tradicionalistas. Se afirmaba que los intereses de Dios y de la Iglesia estaban en peligro, si no se frenaba la “tendencia pagana irresponsable” de la Falange, dentro de la que estaba emergiendo la nueva España. Se remitían a las preocupaciones, en el mismo sentido, del Cardenal Primado Gomá301, por lo que pedían al Vaticano una actitud clara, y al gobierno de la España nacional una afirmación rotunda del carácter confesional y católico del nuevo Estado. Es preciso, en este punto, señalar que respecto a la actitud del Vaticano, el Papa Pío XI había publicado la encíclica Mit brennender sorge el 14 de marzo de 1937, en la que hacía clara referencia a las tendencias presentes en algunos regímenes a caer en la idolatría de la raza o el Estado302. También es cierto que la difusión de esta encíclica, al menos en la zona franquista, se realizó parcialmente 74
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y de modo tardío, debido a la petición directa de Franco303. En cualquier caso, los temores que inspiraba Falange en el seno de la Comunión iban desde el miedo a que se desarrollara como movimiento totalitario al estilo alemán, hasta que continuase las políticas de la “incontrolable C.N.T.”, mediante la imposición al pueblo, práctica típica de los “peores tiempos del parlamentarismo”. En otras palabras, reunían en ella la presencia de todos sus adversarios políticos: el nazismo, el comunismo, el parlamentarismo liberal, e incluso el cedismo. Una actitud que aunque había estado latente durante los primeros meses de la guerra, se recrudecía ahora por la imposición de la Unificación. Como solución transitoria, pedían que se les autorizase a mantener el control sobre los miembros tradicionalistas, que habrían de colaborar con las labores de guerra, pero que deberían abstenerse de toda participación política. Todo ello sin necesidad de revocar la Unificación, ya que las milicias estaban sujetas a un trato diferenciado y a la autoridad directa del Ejército. Aseguraban, además, que el tradicionalismo era la única vía para acabar eficazmente con el separatismo, así como para restablecer lazos con todos los países de Europa, en vez de dejar el cauce libre a las intervenciones extranjeras, como estaba haciéndolo Falange. Por ello, creían que la solución final al problema español podía radicar en conseguir que Francia cortase el apoyo al bando republicano, para obtener, a continuación, la implantación de una regencia tradicionalista. Para ello, afirmaban que: “Nosotros, no vamos a plantear ahora al Generalísimo, como consecuencia de lo dicho, la papeleta de prescindir de Falange. Pero hay mil soluciones. Basta que comprenda que la fusión es imposible y que hay que optar por hacer la integración a base de ir juntando a una de las dos cosas, lo que hay de bueno en la otra y en consecuencia seguir una política de apoyo indirecto a los requetés que en poco tiempo dará a estos un predominio absoluto”304. En definitiva, proponían al príncipe regente cinco medidas: primero, autorizar a la Junta de Guerra carlista para continuar con sus labores de atención a los reclutas requetés y de recaudación para estos fines; segundo, libertad para reorganizar dicha junta, que debería además 75
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sustituir al asesor político de las milicias requetés, dejando a FET las actividades políticas, a excepción de la propaganda; tercero, conseguir para la Comunión Tradicionalista el gobierno de Vascongadas, Navarra, Cataluña y Valencia; cuarto, definir un orden corporativo y la autorización para llevar a cabo el “PLAN” propuesto por la O.N.C., cuyas bases habían sido ya aceptadas por Falange; y en quinto lugar, conseguir el cambio del nombre de FET por otro más tradicionalista. Si no se consiguiese llevar a cabo exitosamente ninguna de estas propuestas, la recomendación era restringir la participación tradicionalista a los aspectos militares.
¿Sindicatos o corporaciones?
Referencia aparte merece la preocupación tradicionalista en torno a la cuestión sindical o corporativa. En este sentido, ya se había hecho referencia en el informe interno de la Comunión a un “PLAN” presentado por la O.N.C.305 para la integración de los sindicatos de la España nacional. No hemos encontrado el texto del acuerdo al que se refieren las fuentes tradicionalistas, sin embargo, en una copia de una carta enviada al Jefe del Estado por parte de la O.N.C.306, se hace referencia al mismo. En dicha carta, se habla del supuesto acuerdo, por el que, entre otras cosas, se rechazaba toda intervención en materia sindical, mientras no se estableciese desde arriba un criterio ni una doctrina a seguir. En contra de esta medida, se habían llevado a cabo acciones unilaterales, clara referencia a las órdenes dictadas por López Bassa, que habían producido una situación caótica: “nadie sabe para qué son los sindicatos que se constituyen, con afán ciego e inconsciente, que parece el mismo afán político del más viejo de los partidos parlamentarios, de reclutar adeptos, captar masas que presentar luego como título para recabar el poder, acumular votos y marcar gentes con el sello de su filiación particularista”. Dado que el sindicato, en el nuevo Estado que estaba surgiendo, sólo podía ser un elemento para constituir un orden superior, y por tanto, corporativo. Si no se frenaba el afán proselitista, esa “invocación al sindicalismo, [que] no engaña a nadie”, acabarían reorganizándose las “masas subversivas” dentro del nuevo sistema, y se iría a la deriva de los mismos males que se estaban combatiendo. 76
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Para contrarrestarlo, la Comunión Tradicionalista proponía una estructuración dual del aparato sindical, que estaría formado por una organización corporativa y otra sindical307. La primera tendría como función la ordenación económica de la nación, y la segunda, la misión de actuar como cuerpo intermedio entre el individuo y el Estado. Esbozaban un plan bastante completo, que incluía detalles sobre la regularización de los nuevos sindicatos y la implantación de medidas como bolsas de trabajo, contratos colectivos y seguros de previsión social. Tal y como pone en evidencia el reciente trabajo de Francisco Bernal García308, este plan se concebía en un tono corporativo, muy próximo al fascismo italiano y al Estado Novo portugués, en el que la sindicación de empresarios y trabajadores se haría por separado. No es el objeto de esta investigación hacer un estudio específico sobre la Organización Sindical, pero es preciso tener en cuenta la orientación corporativista de los planes tradicionalistas, que habiendo sido o no aceptados por algunos representantes del falangismo, iban a chocar evidentemente con el planteamiento del nacional-sindicalismo más combativo, que siguiendo a José Antonio309, rechazaba de pleno todo rasgo corporativista310.
La elaboración de los primeros Estatutos
En el mes de julio, Francisco Franco haría diversas declaraciones sobre el tipo de régimen que estaba instaurando en la zona nacional. A rasgos generales, hablaba de un sistema similar a los de Italia y Alemania, que buscaría la justicia social y el bienestar de las clases medias y obreras, y en el que primaría el respeto a la patria, a la jerarquía y a los valores tradicionales311. Pero insistía, sobre todo, en que el nuevo Estado sería como un traje cortado a la medida de España312, en el que cabría la posibilidad de establecer de nuevo una monarquía, muy diferente, eso sí, a la que había sido derrocada en 1931313. Insistía también en la coincidencia ideológica entre la Comunión Tradicionalista y la Falange, que se reforzaría en lo social con las aportaciones de esta última, y sobre todo con la asimilación de una gran masa “neutra” que encontraría un cauce perfecto a sus aspiraciones en el nuevo Movimiento314. No es extraña la referencia a los modelos italianos y alemanes, no sólo por las ayudas que la España nacional estaba reci77
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biendo de dichas potencias, sino porque también había recibido de ambas ejemplares de sus legislaciones, para que fueran tomados como modelo a la hora de estructurar el nuevo Estado315. En este contexto, se elaborarían los Estatutos de FET y de las JONS. De su redacción se encargó, nuevamente, Ramón Serrano Suñer, quien, como ya sabemos, mantenía una relación directa no sólo con los miembros falangistas del Secretariado Político, sino también con los camisas viejas que habían optado por colaborar con el nuevo régimen. Por ello, es fácil presumir que las inquietudes del sector falangista del Movimiento serían tenidas en cuenta durante la preparación de la nueva legislación. No ocurría lo mismo con el sector tradicionalista que, ante la inminente promulgación de los Estatutos, intentaría introducir cambios en los mismos. En un informe interno de la Comunión Tradicionalista316, se señala que fueron los miembros tradicionalistas del Secretariado Político quienes escribieron a Franco para recusar la imposición de los 26 puntos programáticos. Pedían que los Estatutos añadieran a la norma ya establecida, tres afirmaciones que recogían el pensamiento tradicionalista. La primera, afirmaba la asimilación, por parte del Movimiento, de la integridad del sentido católico de la vida, “que en el nuevo Régimen la Religión Católica, Apostólica y Romana sea declarada oficial del Estado, con todas sus consecuencias en el orden de las leyes”. Esta afirmación recogía, asimismo, el respeto a la libertad e independencia de la Iglesia y del Estado en sus propias órbitas, correctamente delimitadas; así como el respeto a toda conciencia individual disidente, “mientras no atente con el espíritu nacional por estar en él incorporado el Catolicismo”. La segunda afirmación se centraba en recusar “todas las causas que han contribuido a la disgregación de la unidad interna y externa de la Patria, entre las que se cuenta con funesta eficiencia el centralismo liberal que al desconocer las libertades naturales del Municipio y las legítimas de la Región, hizo posible los intentos separatistas. […] reconociéndolas [sic.] peculiaridades varias que hagan más fuerte y vigorosa la unidad intangible de la Patria”. La tercera, y última afirmación, se refería al futuro régimen, “cuando hayamos dado fin a la ingente tarea de reconstruir espiritual y materialmente la Patria, si las necesidades y sentimientos del país así lo aconsejan, no se cerrará el horizonte a la instauración del Régimen secular que forjó su Unidad 78
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y su grandezahistórica [sic.]”. Resulta llamativa la última afirmación, ya que una formulación muy similar había sido ya incluida en el decreto de Unificación. Señalaban también que para seguir individual y personalmente al Caudillo, no necesitarían de afirmaciones programáticas, pero si lo que se buscaba era otorgar al Movimiento un programa definitivo, no podría faltar en él la presencia del pensamiento tradicionalista. Hacían, asimismo, otras peticiones, como la implantación de la camisa azul y la boina roja como uniforme, la bandera nacional “con el emblema acordado y dos lazos si se quiere mantener el recuerdo de la enseña del Partido”, y suficiente flexibilidad de modos y léxico para no herir susceptibilidades. Apuntaban, asimismo, que estas propuestas no encontraban eco alguno entre los miembros falangistas del Secretariado Político. Por último, proponían la constitución de un “amplio” Consejo Nacional; el nombramiento de un Secretario General, “libre de perjuicios [sic.] y arrastros partidistas y de la confianza máxima del Jefe del Movimiento que dirija, con delegación expresa de V.E. sobre la marcha diaria de los sucesos, el desenvolvimiento de la Organización”; y finalmente, la incorporación, lo antes posible, de todas las personas que deseen formar parte del Movimiento, demostrando así que la revolución ha sido obra del concurso de “todos los españoles de buena voluntad”. Según el informe tradicionalista, no se lograría la inclusión de ninguna de las tres afirmaciones, porque “consideraciones de orden interno y externo o internacional fueron aducidas por el Generalísimo, pero se suprimieron de los Estatutos los 26 puntos de Falange”317. Por ello valoraban positivamente la actuación de los miembros tradicionalistas del Secretariado, ya que habían conseguido lo principal, la eliminación de la norma programática. Respecto al debate en torno a la elaboración de los Estatutos, el informe señalaba que “fue preciso oponerse a varios extremos, entre otros a la denominación de JONS, aplicada a las Organizaciones Locales, así como fijar posición en lo referente a emblemas, uniformes y signos exteriores”, para ello dirigieron al Generalísimo un nuevo escrito en el que, además, se quejaban de que el proyecto de Estatutos hubiera sido elaborado por una ponencia ajena a la Junta Política318. Pero el argumento más interesante fue en contra del uso de la 79
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denominación JONS, pues se refería a la incompatibilidad del Movimiento con la significación dudosa de unas entidades creadas “en la oposición, bajo el signo de la persecución, y que respondían a un determinado matiz revolucionario”. Junto con la casi absoluta indiferencia a la figura de Ramiro Ledesma Ramos319, la consecución de esta petición suponía la desaparición de los últimos restos de las JONS320.
El texto definitivo
Como ya señaló el historiador Ricardo Chueca321, para la elaboración de los Estatutos de 1937322 se tomó como referencia indispensable la reglamentación estatutaria de FE de las JONS, como parte del mecanismo de legitimación joseantoniana y a pesar de que también la Comunión Tradicionalista contaba con una amplia estructura organizativa, que podía haber servido de modelo323. No obstante, aunque muchos artículos fueron transferidos al nuevo texto, casi sin cambios, la diferencia principal consistía en traspasar y ampliar unas normas básicas para el funcionamiento de un incipiente partido, como lo era Falange en 1934, para configurar la base de funcionamiento de un aspecto principal del Estado: la relación entre el poder y el pueblo. Se creaba también un nuevo puesto, el de Inspector Nacional de Educación y Asistencia Religiosa, que aunque no poseía categoría de jefe de servicio, operaba en este marco, y que parecía responder a las constantes quejas tradicionalistas sobre el aspecto religioso del Movimiento. A los pocos días de haberse promulgado los Estatutos, Manuel Fal Conde se reunió con el Jefe del Estado, confiando aún en influir sobre él y en anular el partido único que ya estaba en marcha. Según el testimonio de Fal, Franco se negó a eliminar el partido, aunque le sugirió que podía transformarse en un mero “instrumento de propaganda, pero muy subordinado a la Autoridad”. Una sugerencia que no convencía en absoluto al jefe delegado. Sin embargo, Franco fue hábil, puesto que procuró evitar toda referencia a los carlistas que formaban parte del Secretariado, para solicitar la colaboración política de Fal Conde, que se negó a aceptar cargo alguno, aunque sí se ofreció a trabajar en proyectos y orientaciones. El líder tradicionalista salió de la reunión convencido de que el Secretariado había fracasado y de que Franco se sentía preso del nuevo partido. Además, tras hablar con va80
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rios representantes de la Comunión, parecía haber llegado a la conclusión de que aún podía lograrse algo, siempre y cuando se apartara a los navarros y se les sustituyera por gente de verdadera confianza324. De hecho, una vez confeccionados los Estatutos, el Secretariado dejó de reunirse, quedando López Bassa a cargo de los “asuntos de trámite”, con el Generalísimo325. Por ello, y dado que ni siquiera habían sido requeridos para elaborar los Estatutos, los representantes tradicionalistas pidieron de palabra, y por mediación del conde de Rodezno, la disolución del Secretariado y la inmediata constitución del Consejo Nacional326. El líder del carlismo navarro no había perdido aún la esperanza de que las cosas pudieran mejorar327. Ya fuera por la recomendación tradicionalista o por decisión personal, Franco iba a nombrar a los miembros del Consejo Nacional en el mes de octubre328, que quedaría compuesto por un 40% de falangistas, frente a un 60% que agrupaba a tradicionalistas, militares y monárquicos alfonsinos329. Entre estos últimos figuraba el nombre de Manuel Fal Conde, lo que no podía sorprender mucho al jefe delegado, tras la reunión que había mantenido con Franco en el mes de agosto. La reacción de Fal Conde al enterarse de su nombramiento fue tajante: “Se me quiere sumar a eso porque hace falta mi aprobación para que cese la protesta de tantos amigos nuestros”. Evidentemente, Fal no estaba dispuesto a prestarse al juego y recomendaba al príncipe regente que de momento no aprobase la aceptación del cargo por parte de ninguno de los nombrados330. No obstante, la reacción inicial del príncipe regente ante el nombramiento de su jefe delegado para semejante cargo encerraba sentimientos encontrados. Aunque convencido de que el Consejo iba a ser tan inútil como había sido “el grande Secretariado”, no dejaba de ver los riesgos que podía implicar para el tradicionalismo el no participar en sus reuniones. A pesar de ello, recomendaba a Fal Conde que rechazara el nombramiento, si podía hacerlo “honorablemente y sin ofensa”331. Claro que a los dos días el regente ya había cambiado ligeramente de opinión. Consideraba ahora que su mejor opción residía en hacer presión sobre Franco, con el apoyo de los demás tradicionalistas que habían sido designados para el Consejo. Lo que querían conseguir era la firme promesa de que el Estado sería católico, foral y monárquico332. Estos planteamientos no hacían más que reflejar la profunda descon81
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fianza que Franco inspiraba al príncipe regente, ya que de las tres promesas que esperaba obtener sólo una, la de los fueros, no había sido recogida en el Decreto de Unificación. Por el contrario, Fal Conde tenía las ideas más claras y mostraba una actitud más tajante: “Ni conseguiremos nada allí, ni conservaremos desde allí el fuego sagrado. Pero, ni aun siquiera, conseguiremos del grupo unidad para adoptar una posición igual en todos. Y esto es lo malo: que volveremos a la división. Este mal hemos de mirarlo como natural consecuencia de la debilidad con que, por gran culpa mía, hemos procedido, porque quedan dentro de nuestro seno, los que por naturaleza debieran estar fuera”333. No cabe duda alguna de que se refería a los carlistas navarros, que desde antes de la guerra se habían caracterizado por actuar al margen de la dirección de la Comunión. Por eso, no resulta sorprendente que su recomendación fuera informar a todos los nombrados de que sólo podrían aceptar cuando se hubieran garantizado unas mínimas concesiones al carlismo y previo permiso del regente. El precio de la desobediencia sería la expulsión de la Comunión. El príncipe regente insistiría aún una vez más en la conveniencia de que Fal aceptase el cargo334, pero finalmente, y como ya venía siendo habitual, el regente acabaría posicionándose al lado de su jefe delegado. Probablemente el hecho decisivo para hacerle cambiar de opinión fue que, tal y como había vaticinado Fal Conde, los recién nombrados consejeros no consultaron con el regente antes de jurar sus cargos, más aún cuando en dicho juramento se contemplaba la sucesión a la Jefatura del Estado por designación testamentaria, lo que dejaba la puerta abierta a Don Juan. En respuesta a esta afrenta, en diciembre de 1937, el príncipe regente expulsó a todos aquéllos que habían aceptado el cargo335. Tan sólo José María Valiente y Joaquín Baleztena habían sido previamente autorizados por el regente para aceptar y únicamente para evitar que la renuncia colectiva pudiera interpretarse como un desacato336. Unas semanas después, Francisco Javier de Borbón-Parma era expulsado de España por apoyar a quienes se resistían a la Unificación337. 82
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Ni la norma programática, que como ya sabemos, desagradaba a los tradicionalistas, ni la composición del Consejo Nacional iban, en la práctica, a contentar a los falangistas, que no tardarían mucho tiempo en expresar sus preocupaciones. Así, en un informe dirigido por José Antonio Girón al Jefe del Estado338, se quejaban precisamente de la militarización de las milicias339, de la composición del Consejo Nacional, no suficientemente falangista, por supuesto, y del escaso desarrollo de los sindicatos. Por supuesto, las milicias no dejarían de estar militarizadas y el nuevo Consejo no sería más falangista, aunque, el aspecto sindical no tardaría en caer en las manos del propio Girón. En su informe tampoco se libraba el Secretariado Político, cuya actuación se calificaba de catastrófica, al estar “integrado por personas que no podían interpretar en su mayoría, fielmente el espíritu de nuestro Movimiento. El Secretariado continuamente en discordia, atento sólo a problemas mínimos no ha tenido una visión definida de su misión a cumplir, dejándose siempre obsesionar y llevar por ruindades políticas de portería. El camarada López Bassa improvisado, sin voluntad, falto de un criterio firme, con un concepto provinciano de España y de sus problemas, es causa principal del desbarajuste de estos últimos tiempos en Falange”340. No deja de resultar llamativa la referencia a “los últimos tiempos”, lo que implícitamente indica que en algún momento anterior Falange había actuado ordenada y disciplinada, un fenómeno casi inexistente en la historia de la Falange pre-unificada. El hecho es que, aunque la promulgación de los Estatutos diese la impresión de que el partido comenzaba a funcionar, la integración seguía sin estar totalmente completada en el mes de septiembre. Una vez más, el Secretariado se veía obligado a emitir una nueva circular recordando normas básicas. Entre otras, la denominación única, así como la obligación de usar el emblema único o las fórmulas establecidas para terminar toda carta o comunicación escrita. Advertía asimismo de que “toda resistencia pasiva, toda tibieza o estratagema para aplazar o desviar la tarea unificadora debe, por eso, considerarse como acto de deslealtad para el CAUDILLO y, por consecuencia, para la Patria”341. Por otra parte, el propio Secretariado seguía siendo un organismo transitorio, condenado a desaparecer a favor de la Secretaría General, establecida por los Estatutos. Se hacía cada vez más necesario nombrar 83
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a alguien para el cargo, en primer lugar, para establecer, cuanto antes, un control adecuado del nuevo partido, y en segundo lugar, porque todos los colaboradores y consejeros políticos de Franco, incluidos Serrano y los diplomáticos alemanes342, recomendaban el inicio inmediato de las reformas sociales, que iban a desarrollarse principalmente a través del Movimiento Nacional. Ya los tradicionalistas habían expresado, en informes internos, el deseo de que el nombramiento recayera en persona de íntima confianza del Jefe del Estado. Ahora, una vez nombrados los miembros del Consejo Nacional, se barajaban principalmente dos nombres, el de Ramón Serrano Suñer y el de Raimundo Fernández Cuesta; aunque también hubo quienes, desde la desconfianza, llegaron a apuntar la posible designación de José María Gil Robles. En este sentido, añorando la situación anterior o, más bien, ignorando el decreto de Unificación, los falangistas pretendían llevar a cabo un sondeo interno para decidir quién debía ocupar el cargo343, probablemente pensando que con presión suficiente lograrían la aceptación de Franco. En cualquier caso, el conjunto del falangismo se decantaba por el nombramiento de Fernández Cuesta. Además, Serrano no estaba dispuesto a ocupar el cargo, según él porque no era “en aquella hora bastante falangista para la intransigencia de muchos”344 y, sobre todo, porque estaba mucho más interesado en diseñar y establecer el nuevo Estado, no en gestionar el partido. Descartada por decisión personal y estratégica la “candidatura” de Serrano, la opción más adecuada sería Raimundo Fernández Cuesta. Fernández Cuesta logró llegar a Burgos en el mes de octubre, y casi inmediatamente fue nombrado consejero nacional del Movimiento. A finales de mes, el diario F.E. publicaba una entrevista, que sería reproducida por el diario ABC de Sevilla345. “-¿Qué valores principales ves en la Tradición para su aprovechamiento inmediato? -En lo moral: el sentido militar y religioso de la vida. Esto es, de seriedad, de disciplina, de exaltación de los valores espirituales. En lo político, unidad de mando. En lo económico, la vuelta al régimen sindical. En lo histórico, el renacimiento del afán universal, que lanzó a los españoles a conquistar el nuevo mundo”. 84
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Al tomar posesión de la Secretaría General del Movimiento, Fernández Cuesta se enfrentaba a la tarea de organizar y mantener la disciplina de una organización política, todavía afectada por los últimos coletazos del proceso de integración. En las milicias se cortaban los suministros necesarios para el uniforme carlista, se amenazaba con fusilamientos si se pronunciaba “¡Viva España!” en vez de “¡Arriba España!”, e incluso se prohibía a los requetés el uso del aspa de Borgoña346. También en la zona “liberada” se retiraban los emblemas carlistas347. En respuesta a estos abusos, el nuevo secretario general tuvo que cursar una nueva circular, para recordar que no se podían utilizar boina y camisa por separado, y que las unidades combatientes podían mantener sus antiguos distintivos y prendas348. Asimismo, y con vistas a terminar de una vez por todas la integración, la Secretaría General del Movimiento aprobó dos nuevas normativas generales, la referente a distintivos de mando y emblemas y servicio349, y el reglamento disciplinario. El objetivo de la primera era claro: establecer “un claro concepto del escalonamiento de Jerarquías”. Esta línea jerárquica situaba en primer lugar, como no podía ser de otra manera, al Jefe Nacional, seguido, en escala descendente, del Secretario General del Movimiento, la Junta Política, Consejero Nacional, Jefe Directo de Milicias, Jefe Nacional de Servicio, a partir de ahí se sucedían los diferentes cargos dentro de las milicias y los servicios. La normativa disciplinaria, sin embargo, merece una evaluación más detallada. Desde el principio, el texto dejaba clara una cosa: “nuestro Movimiento es, ante todo, una disciplina”, disciplina tanto más necesaria cuanto que a FET correspondía “rehacer de arriba abajo la educación política de los españoles”350. La norma reconocía además la necesidad de reforzar este aspecto del partido, al encontrarse éste aún inmerso en el proceso de integración. Para lograr estos objetivos, se ampliaba el número de faltas susceptibles de castigo, mediante la negación explícita del principio del Derecho: nullum crimen nulla poena sine lege. Al negar este fundamento jurídico, otorgaban potestad a las distintas jerarquías del Movimiento para imponer penas según las faltas estipuladas en este texto, “en armonía con las exigencias políticas del Movimiento”. En este sentido, la pena máxima era la expulsión de la organización, con la consiguiente inhabilitación absoluta y perpetua para la vida pública, que sólo podía ser impuesta 85
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por el Secretario General, por delegación del Jefe Nacional. No obstante, las penas “menores” abarcaban la reprensión privada o pública, según la gravedad de la falta, la inhabilitación temporal para cargos de mando y confianza, y la suspensión temporal351. Sanciones todas ellas compatibles con las que pudiera imponer la Jerarquía militar de las Milicias a sus miembros. Cada vez se hacía más fuerte la impresión de que todo quedaba absorbido bajo la denominación de falangista, sin distinciones. A partir de entonces se hablaría de FET y de la Falange, sin hacer casi nunca referencia al apelativo tradicionalista. En palabras del conde de Rodezno, “un año había bastado para apreciar que era imposible de fraguar la unificación y menos en Navarra, donde el desengaño cundía entre los nuestros”352. De ahí el descontento del grueso tradicionalista, que había visto reducida su influencia con los nombramientos de Fernández Cuesta como Secretario General, de Pedro González-Bueno y Bocos como ministro de Organización y Acción Sindical353, y de Serrano Suñer en Interior. El único hombre fuerte que tenían en el gobierno era el conde de Rodezno, ministro de Justicia354, pero incluso éste iba a desaparecer, en 1939, con la formación del nuevo gabinete. Tampoco ayudaba la situación de inferioridad en la que se sentían sus miembros dentro del Movimiento Nacional. Pero el factor definitivo fue la decisión de Javier de Borbón de expulsar de la Comunión Tradicionalista a quienes habían aceptado el cargo de consejero nacional355. Por todo ello, a partir de 1939, muchos carlistas abandonarían la organización356.
Bombas ante el santuario de Begoña
A partir de 1939, la Secretaría General dejó de emitir normas y directrices referentes a la integración del carlismo en Falange, y decimos del carlismo porque a la luz de la normativa estudiada, quedaba claro que la dirección del nuevo partido daba prioridad al grueso falangista. Esto quiere decir que la dirección del partido único daba por concluida la integración y de hecho, todos los organismos que se crearon dentro de FET entre 1939 y 1942, como el Frente de Juventudes y la Delegación Nacional de la Vieja Guardia, así como las nuevas leyes que se fueron aprobando, especialmente la Ley de Unidad Sindical, evidenciaron, en 86
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general, la primacía del falangismo dentro de la organización y como base del Nuevo Estado. Además, el único vestigio importante del tradicionalismo en la organización de FET, la Delegación Nacional de Asistencia al Frente y Hospitales, en la que se habían intentado refugiar las margaritas, quedó disuelta el 24 de mayo de 1939357. A ojos del carlismo, esto no hacía más que confirmar no sólo la actitud absorbente del falangismo, sino su carácter pagano y fascista. Es más, su visión de organismos como el Frente era tan negativa que consideraban incluso inútil tratar de infiltrarse en él, puesto que “Colaborar en el Frente de Juventudes, es colaborar en Falange, pagana, antiespañola y subversiva de todos los valores verdaderos y de todo el clásico orden cristiano”358. Sin embargo, quizá la prueba más clara de que la integración se daba por terminada fuera no tanto la desaparición de normas al respecto, como el hecho de que, en 1941359, el nuevo secretario general del Movimiento, José Luis de Arrese y Magra se decidiera a iniciar la primera depuración a gran escala dentro del partido. Esto es significativo porque aunque depuraciones había habido desde la Unificación, esta era la primera que teóricamente debía afectar a todos los miembros de la organización, incluidos los cargos superiores. Esta decisión respondía a la preocupación de Luis Carrero Blanco, subsecretario de la Presidencia, quien venía a constatar que seguían existiendo dos formaciones contrapuestas, la Comunión Tradicionalista y la Falange, y que los peligros de esta división se agudizaban por la presencia de un gran número de militantes que no eran verdaderos partidarios del Movimiento Nacional. Para paliar este problemas había que unificar definitivamente la doctrina y limpiar el partido de elementos indeseables360. Había, de hecho, una importante diferencia entre esta depuración y las que habían dictado los secretarios generales anteriores. Si en las depuraciones anteriores había primado el deseo de limpiar el partido, pero manteniendo la ventaja numérica del falangismo, ahora primaba ante todo la estabilización de la organización, la transformación final del partido en un instrumento controlado y controlable, al servicio de Francisco Franco. En esta línea, a pesar de que la depuración contemplaba la posibilidad de expulsar del partido a quienes persistieran en su identificación 87
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política anterior, dando pie a una limpieza masiva de carlistas en las filas de FET, los mandos provinciales eran conscientes del riesgo que esto implicaba, sobre todo en aquellas regiones con mayor presencia tradicionalista. Así, desde Navarra, recomendaba no actuar contra los carlistas, salvo que no pagaran sus cuotas o se hubieran negado a recoger el carnet definitivo, ya que en caso contrario habría que expulsar a más del 90% de los miembros del partido en la provincia, lo que redundaría en un potenciamiento del carlismo disidente361. Una opinión, sin embargo, con la que no estaban de acuerdo los falangistas navarros que aspiraban al dominio absoluto del tradicionalismo362. Ni la depuración ni las medidas de la Secretaria General podían convertir a falangistas y carlistas en falangistas tradicionalistas. Una realidad que también resultaba evidente para los representantes del carlismo, Ortigosa e Iturmendi, que visitaron al secretario general a finales de noviembre de 1941, para quejarse del aislamiento a que se había sometido al tradicionalismo dentro del partido. Argumentaban que carecían de puestos de mando, que se obviaba la referencia al tradicionalismo al hablar de FET, que no se exhibían sus símbolos ni emblemas y que no se practicaba la Unificación, produciéndose de este modo la absorción total de la Comunión Tradicionalista por parte de Falange. Se mostraban muy críticos con el aparato sindical –al que consideraban responsable de muchas de las inmoralidades que se estaban cometiendo–, con las constantes alusiones a José Antonio que habían eliminado toda referencia al resto de pensadores del Movimiento, y se sentían especialmente dolidos por la existencia de la Vieja Guardia, que hacía únicamente mención a Falange, pero, al menos, recibían con esperanza la depuración. Ante semejante exposición de quejas, Arrese únicamente intentó calmar los ánimos haciendo alusión a sus propias raíces tradicionalistas363, pero sabía que el partido no estaba realmente unido. Esta postergación del tradicionalismo en el seno de FET irritaba también a algunos militares, especialmente al general Varela, en aquellos momentos ministro del Ejército. En este sentido, elevaba sus quejas a Franco, recordándole que FET no era realmente una fuerza unificada, ya que no existía equidad alguna en el reparto de los cargos, y argumentando que Falange no producía más que corrupción e ingentes gastos, que perjudicaban al Estado364. Tampoco el ministro de Gober88
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nación, Valentín Galarza, que había accedido al ministerio tras la crisis de mayo y en sustitución de Serrano Suñer, parecía ver con buenos ojos el gran número de miembros del partido que servían en su ministerio365. Por otro lado, las inquietudes tradicionalistas, dentro y fuera del Movimiento Nacional, iban en aumento. En este clima de descontento, los carlistas organizaron, durante el verano, una serie de misas por los caídos en la guerra civil, a las que, en su mayoría, siguieron manifestaciones de apoyo a la monarquía. En el mismo sentido, estaba programada, el dieciséis de agosto de 1942, una nueva misa, en el Santuario de Begoña en Bilbao366. Sin embargo, para evitar nuevos incidentes, se barajó la posibilidad de suspender el acto367, aunque, finalmente, se permitió su celebración. De todas maneras, ante el temor de que pudiera producirse algún altercado nacionalista368, ya que el acto tendría lugar en el País Vasco, el jefe local de Vizcaya solicitó el envío de refuerzos al vicesecretario general del Movimiento. Así pues, el día dieciséis llegó a la capital vizcaína un contingente falangista procedente de Valladolid369. Dado que la celebración, presidida por el ministro del Ejército, ya había comenzado, los militantes esperaron en el exterior, junto a la policía armada, que también había acudido para tomar precauciones. Al finalizar la misa, uno de los falangistas, más tarde identificado como Juan Domínguez, lanzó dos bombas de mano, una que no llegó a estallar y otra que cayó entre la multitud, provocando numerosos heridos370. Mientras estos incidentes se producían en Bilbao, el Caudillo se encontraba, acompañado del Secretario General del Movimiento, en una de sus giras por Galicia371. Varela, indignado por los hechos, telefoneó al Jefe del Estado, al que aseguró que, en realidad, se había tratado de un atentado contra su vida. Sin embargo, quizá influido por la presencia de Arrese, Franco se inclinaba más por creer que no había sido más que una reacción desmedida de algunos elementos falangistas, al oír gritos de “¡Muera Franco!” y “¡Mueran los traidores!”372. El Generalísimo intentaría tranquilizar los ánimos y silenciar el asunto desde La Coruña, afirmando, una vez más, la hermandad e identidad entre la Falange y el Ejército373. Sin embargo, la situación empeoró cuando los ministros del Ejército y de Gobernación decidieron emprender una acción directa, 89
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para castigar los hechos. Varela y Galarza habían enviado una nota a las capitanías generales en la que calificaban el suceso de ataque contra el Ejército, por lo que habían optado por llevar a los acusados ante un consejo de guerra374. Franco no podía tolerar este tipo de actuaciones, que ponían en duda su liderazgo. Tras mantener una tensa conversación con Varela375, se llevó a cabo el juicio, en el que se condenó a muerte a dos de los acusados, aunque sólo Juan Domínguez fue ejecutado, a pesar de que destacados falangistas, como Girón, Narciso Perales y Serrano, intentaron evitarlo376. Mientras falangistas y tradicionalistas cruzaban pasquines y acusaciones377, Franco planeaba los cambios ministeriales que pudieran poner fin a esta delicada situación. Así, Varela378 fue sustituido por el general Asensio Cabanillas, Galarza por el falangista Blas Pérez González y la dimisión del vicesecretario general del Movimiento, José Luna379 se solventó con el nombramiento de Manuel Mora Figueroa. Sin embargo, estos cambios no serían suficientes para cerrar la crisis. Según Laureano López Rodó380, Carrero convenció a Franco de que cesase a Serrano, ya que en caso contrario, daría la impresión de que quien mandaba realmente en España era su cuñado, y no el Jefe del Estado. El Caudillo, que hacía tiempo que había vertido su confianza en Carrero, se aprestó a cesar al ministro de Exteriores, cargo en el que le sustituiría Jordana381, y a asumir la Presidencia de la Junta Política. Los sucesos de Begoña pusieron al descubierto el profundo descontento carlista y el hecho de que la integración había conseguido alejar de FET a más tradicionalistas de los que había conseguido atraer. Así, en noviembre de 1942, la jefatura delegada de la Comunión daba por imposible la posibilidad de infiltrarse exitosamente en el partido, como prueba el hecho de que decidiera readmitir a quienes erróneamente habían optado por participar en el malogrado partido único382, a excepción de Rodezno y sus “camaradas”.
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Conflictos y tensiones durante el periodo de integración. Un análisis estadístico
La integración del carlismo en FET fue, como acabamos de ver, un proceso complejo, pero también conflictivo. La convivencia entre falangistas y tradicionalistas, que ya se había demostrado difícil desde el estallido de la guerra civil, se hizo más tensa todavía a raíz de la publicación del Decreto de Unificación y de las primeras normas para llevarlo a la práctica. Para poder comprender el alcance y origen de estas tensiones y conflictos, y dada la impracticabilidad de realizar un estudio de los mismos localidad por localidad, hemos procedido al análisis de un amplio bagaje documental, fruto, principalmente, del estudio del Archivo General de la Administración, el fondo documental de la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra y el archivo personal de Manuel Fal Conde. A partir del análisis de dicha documentación, hemos logrado compilar 1.450 registros que reflejan las quejas, conflictos, tensiones e incidentes que se produjeron entre Falange y Comunión Tradicionalista en el periodo que va de julio de 1936 a diciembre de 1942. De todos modos, hay que tener en cuenta que la fecha utilizada para catalogar los incidentes ha sido la que figura en el documento, que no siempre coincide con el momento en que se produjo el incidente. De hecho, es preciso aclarar que no todos estos registros han podido ser fechados con exactitud, ya que en ocasiones la documentación se refiere a recopilaciones de hechos, haciendo muy difícil la datación por año de cada queja, protesta o incidente. Sin embargo, este tipo de registros representan únicamente un 12% del total, del cual un 4% sí ha podido ser fechado antes o después de la Unificación. Gracias a ello, podemos ver 91
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que el 67% de todos los registros se corresponden al periodo posterior al 19 de abril de 1937, frente a un 25% que se producen antes. Dado el lapso temporal que estudiamos, no resulta sorprendente que los incidentes y conflictos posteriores a la Unificación sean más numerosos. No obstante, si tenemos en cuenta que los incidentes previos se produjeron en un periodo de nueve meses y los posteriores en aproximadamente cinco años y ocho meses, se observa que la media de conflictos por año, en los años posteriores a la Unificación, es casi la tercera parte de los que hubo antes. En base al tipo de quejas registradas para el periodo previo al 19 de abril de 1937, todo apunta a que esta escalada de la tensión tuvo mucho que ver con las circunstancias de la guerra. Al fin y al cabo, los años 1936 y 1937 son los que acumulan la mayor parte de las quejas y denuncias referidas a hechos violentos, como amenazas, coacciones y detenciones injustificadas (ver gráfico 1 y 2).
Represión
Rapados
Maltratos a prisioneros
Detenciones
Asesinatos y fusilamientos
Coacciones
Amenzazas
Agresiones
100 90 80 70 60 50 40 30 20 10 0
Delitos sexuales
GRÁFICO 1. QUEJAS Y CONFLICTOS RELACIONADOS CON LA VIOLENCIA
GRÁFICO 2. EVOLUCIÓN DE LA CONFLICTIVIDAD, EN BASE A LOS REGISTROS EXCLUSIVAMENTE RELACIONADOS CON LA VIOLENCIA 80 70 60 50 40 30 20 10 0 1936
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En este sentido, casi un 28% de los registros que comprenden el periodo previo a la Unificación tienen que ver este tipo de denuncias, de las cuales casi la mitad son quejas sobre el comportamiento violento de Falange para con los tradicionalistas. En esta misma línea, si hacemos balance de todas las quejas que se refieren al comportamiento violento o impositivo de Falange hacia la CT así como a los choques entre ambos, veremos que constituyen casi un 39% de los registros de este periodo. Por último, más de un 13% hace referencia a la favorable actitud de Falange para con la masonería y a la presencia de indeseables en FE, teniendo en cuenta que para ellos la palabra indeseable servía para identificar tanto a gente que procedía de partidos de izquierda, como a quienes presentaban comportamientos delictivos o llevaban un modo de vida censurable. Esto muestra claramente que las tensiones entre ambas organizaciones no sólo se iniciaron con anterioridad a la Unificación, sino que además estuvieron marcadas por la actitud impositiva del falangismo. No obstante, es preciso hacer una matización importante y es que hay que tener en cuenta que en el Archivo General de la Administración no se conserva documentación procedente de FE de las JONS y que en los archivos personales de personajes relacionados con el falangismo que han sido consultados para el conjunto de esta investigación, no han aparecido quejas útiles para este estudio estadístico. Las únicas quejas que hemos podido encontrar procedentes del falangismo son aquellas que se conservan en el archivo de la JCCGN. Esto también ayuda a explicar la mayor profusión de protestas procedentes del carlismo. Por otro lado, al analizar la evolución de la conflictividad y a pesar de que la mayor parte de los registros hacen referencia al periodo posterior a la Unificación, podemos ver que, en líneas generales, las tensiones entre Falange y Tradicionalismo fueron disminuyendo, aunque se produjeron dos picos de mayor tensión en los años 1937 y 1940 (ver gráfico 3). GRÁFICO 3. EVOLUCIÓN DEL NIVEL DE CONFLICTIVIDAD 500 450 400 350 300 250 200 150 100 50 0
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El pico que se produce en 1937 es fácilmente explicable, puesto que en ese año se produjo la Unificación y se dieron las primeras normas para la integración. Puesto que de las quejas específicamente referidas a la integración nos ocuparemos un poco más adelante, nos centraremos ahora en analizar la escalada de tensión que se produjo en 1940. Para entonces, tal y como comentamos en el capítulo anterior, la integración estaba casi concluida. De hecho sólo un 3,32% de los registros correspondientes a este año reflejan quejas, incidentes o protestas acerca del proceso de integración. Sin embargo, frente a estas cifras tan bajas, 1940 fue el año en que según el análisis de la documentación, el carlismo clandestino y disidente estuvo más activo (ver gráfico 4). Las referencias a este fenómeno y otras quejas relacionadas, como el apoyo de las autoridades a los requetés, la impunidad de algunos grupos clandestinos, las muestras de resistencia a la Unificación o las críticas a algunos carlistas integrados en FET, constituyen casi un 37%. Asimismo, del 8,48% de los registros que hacen referencia a quejas sobre signos identitarios, es decir, rótulos, insignias, fórmulas de cortesía, saludos, uniforme, etc., casi el 82% son quejas del falangismo sobre el comportamiento carlista. Por ejemplo, desde Murcia, informaban de que habían tenido que encarcelar a varios jóvenes que se paseaban por las calles luciendo emblemas tradicionalistas porque creían que había llegado el momento de combatir la Unificación383. GRÁFICO 4. CARLISMO DISIDENTE Y CLANDESTINO 70 60 50 40 30 20 10 0 1937
1938
1939
1940
1941
1942
Sin embargo, tan sólo un 4,42% de los registros hacen referencia a incidentes o choques entre falangistas y requetés. A la luz de estos datos y de la lectura de la documentación, parece que la actividad del carlismo disidente y clandestino se reducía por el momento a la difusión de propaganda, a crear mal ambiente contra el partido y a intentar, en la medida de lo posible, mantener viva a la organización carlista, pero no al 94
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choque directo con el partido unificado. Esto no resulta extraño si tenemos en cuenta que la principal aspiración del carlismo falcondista era lograr, de un modo no violento, el regreso del régimen monárquico. De todos modos, debido a la naturaleza de nuestro trabajo, cuyo objetivo no es estudiar la disidencia carlista, hay que tener en cuenta que estos datos reflejan la información que FET poseía sobre el carlismo disidente, así como la importancia que otorgaba a su existencia, pero no necesariamente su alcance real. En cualquier caso, todo apunta a que en 1940 una gran parte del carlismo había perdido la esperanza, si en algún momento la había tenido, de tener algún papel dentro del partido único. A lo largo del año, esto quedaría confirmado, entre otras cosas, por la amplia difusión que se dio al documento clandestino Fijación de Orientaciones384, las fuertes críticas que el carlismo falcondista hizo a la constitución del Frente de Juventudes385 y las quejas de Arauz de Robles sobre la ley sindical386. Cabe preguntarse todavía qué papel jugaba en todo esto la masa de carlistas que sí se había integrado exitosamente en FET, pero se trata de una pregunta que no podemos responder, ya que una vez establecidas las principales normas de integración, la documentación del partido único sólo especifica el carácter carlista de algún militante en sentido negativo y, en escasísimas ocasiones, lo hace en sentido positivo. Esto indica que, o bien muy pocos carlistas de los que ocuparon puestos en 1937 permanecieron activos en el partido, o que los que así lo hicieron perdieron hasta cierto punto su identidad carlista, que fue sustituida por la falangista o quedó oculta tras ella. Otro dato significativo sobre la escalada de tensión que se produce en 1940 es que un 14,7% de los registros hacen referencia a la presencia de indeseables en el partido único, pero casi todas estas denuncias, un 92,5%, proceden de FET. Esto resulta interesante puesto que apunta a que con la integración prácticamente concluida, los mandos medios y superiores del partido estaban más preocupados por la estabilidad y el saneamiento del partido, algo que a la luz de las quejas no había importado tanto en años anteriores, cuando la ley del número había determinado el proceso de integración. Una vez garantizada la preeminencia falangista dentro de FET, parece que la preocupación de los secretarios generales por la depuración pasó a ser compartida por los mandos intermedios. 95
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Finalizado el año 1940, la conflictividad continuó descendiendo, una tendencia que se mantuvo, a pesar de que en 1942 se produjeron los sucesos de Begoña.
La conflictividad por provincias
Si atendemos a la procedencia geográfica de la documentación (ver tabla 1), se observa que el mayor nivel de conflictividad se produce en Andalucía, Navarra y Cataluña, principalmente en las provincias de Sevilla, Navarra, Cádiz, Barcelona y Tarragona. De todos modos, a estos datos habría que añadir 57 registros que no corresponden a una provincia concreta, de los cuales 24 se refieren a Cataluña. Esto implica que los registros referidos a esta región comprenden algo más del 15% del total, mientras que los referidos a Andalucía constituyen más del 31% y los de Navarra un 11,6%. Estos datos coinciden con el interés ya demostrado por la historiografía, puesto que los principales estudios regionales que se han llevado a cabo sobre las relaciones entre Falange y Carlismo han tenido por objeto estas mismas zonas geográficas387. TABLA 1. QUEJAS Y CONFLICTOS POR PROVINCIAS Almería
0
Valladolid
3
Madrid
13
Lérida
32
León
0
Alicante
4
Murcia
13
Zaragoza
36
Cáceres
1
Melilla
4
Valencia
13
Málaga
39
Ceuta
1
Cuenca
5
Zamora
15
Huelva
55
La Coruña
1
Vizcaya
5
Ciudad Real
18
Baleares
58
Oviedo
1
Segovia
6
Guadalajara
18
Las Palmas
60
Pontevedra
1
Álava
8
Gerona
21
Orense
63
Santander
1
Castellón
9
Teruel
22
Tarragona
64
Salamanca
2
Vigo
9
Ávila
3
Córdoba
Badajoz
3
Bilbao
3
Jaén Lugo
Guipúzcoa
24
Barcelona
78
10
Toledo
24
Cádiz
98
Soria
10
Logroño
26
Navarra
169
Albacete
11
Granada
27
Sevilla
222
3
Palencia
11
Marruecos
27
3
Burgos
13
Sta. Cruz Tenerife 27
Además, tres de las provincias más conflictivas, Navarra, Barcelona y Tarragona son también aquellas donde hay mayor presencia del carlismo clandestino o disidente, a la luz de la documentación (ver gráfico 5). De hecho, en el caso de Barcelona las quejas sobre el carlismo clan96
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destino y disidente y otras relacionadas con esta problemática constituyen casi el 45%. Mientras que en el caso de Tarragona son algo más de un 29% y en el de Navarra algo más del 12%. GRÁFICO 5. REGISTROS REFERENTES AL CARLISMO CLANDESTINO Y DISIDENTE POR PROVINCIAS 25 20 15 10
Zaragoza
Valladolid
Teruel
Valencia
Sevilla
Tarragona
Segovia
Oviedo
Palencia
Orense
Navarra
Lugo
Madrid
Huelva
Logroño
Guipúzcoa
Granada
Guadalajara
España
Gerona
Córdoba
Ciudad Real
Cádiz
Castellón
Bilbao
Burgos
Baleares
Barcelona
Ávila
Cataluña
Albacete
5
Cádiz y Sevilla, por otro lado, destacan más por presentar gran número de registros que hacen referencia a hechos violentos, más que al carlismo disidente (ver gráfico 6). GRÁFICO 6. CONFLICTOS VIOLENTOS POR PROVINCIAS 60 50 40 30 20
Vizcaya
Zaragoza
Vigo
Valencia
Toledo
Teruel
Sevilla
Salamanca
Orense
Navarra
Melilla
Marruecos
Málaga
Lérida
Logroño
Jaén
Las Palmas
Huelva
Guadalajara
España
Granada
Cuenca
Ciudad Real
Cádiz
Cataluña
Burgos
Barcelona
Baleares
0
Albacete
10
En el caso de Cádiz, este tipo de quejas constituyen el 32,6% de todos los registros referidos a la provincia, y en el de Sevilla un 45%. A estas dos se suma de nuevo Navarra, donde un 18,3% de los registros se refieren a este tipo de denuncias. 97
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Por otra parte, centrándonos en aquellas provincias que presentan mayor número de registros, podemos ver cuántas quejas proceden del falangismo y cuántas del carlismo (ver gráfico 7). GRÁFICO 7. PROCEDENCIA DE LAS DENUNCIAS Y PROTESTAS EN LAS PROVINCIAS MÁS CONFLICTIVAS Falange
Huelva
Comunión Tradicionalista Total
Baleares Las Palmas Orense Tarragona Barcelona Cádiz Navarra Sevilla 0
50
100
150
200
250
En líneas generales, se observa que hay un mayor número de protestas por parte del carlismo, sobre todo en las provincias andaluzas. Sólo en Barcelona predominan las quejas procedentes del falangismo, lo cual es comprensible, debido a la fuerte presencia del carlismo clandestino y disidente a la que nos acabamos de referir. En Navarra, sin embargo, las quejas que proceden del falangismo y del carlismo muestran cantidades similares, lo que no resulta sorprendente puesto que era la región en la que el carlismo contaba con una mayor presencia y donde, como comentamos en capítulos anteriores, logró mantener el control tanto antes de la Unificación, como en los años inmediatamente posteriores388. Allí, los falangistas se quejaban de que los carlistas hubieran copado los puestos de mando, e incluso aseguraban que los carlistas habían ordenado detener a los más destacados militantes de Falange porque el secretario provincial, de origen falangista, había exigido para ellos tres puestos en la diputación provincial389. Otro dato significativo es que en Las Palmas todas las quejas proceden del carlismo. Este hecho, así como que casi todos los registros referidos a esta provincia recojan las protestas del secretario provincial de FET, Luis Doreste Morales, indican que allí el falangismo no contem98
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plaba al carlismo, integrado o sin integrar, como una amenaza, ni tan siquiera una molestia.
Falange y Requeté frente a frente
Para comprender mejor la naturaleza de la conflictividad existente entre falangistas y carlistas, presentamos en el siguiente gráfico una tipología de las quejas que reflejan críticas al comportamiento del contrario, de modo que para cada categoría podemos establecer cuántas veces se han quejado los falangistas de los carlistas y viceversa. Han quedado excluidas de esta gráfica otras tipologías, que al presentar muy pocos registros no resultaban significativas dentro del conjunto (ver gráfico 8 en página siguiente).
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GRÁFICO 8. TIPOLOGÍA DE LA CONFLICTIVIDAD ENTRE FALANGE Y CARLISMO Falange
Falsos falangistas
Comunión Tradicionalista
Tránsfugas de una milicia a otra Actuaciones contra Fal Conde
Total
Falange exige el sometimiento al requeté Favorecen a la masonería Ejercen la represión Delitos sexuales Catalanismo del requeté Deudas Multas injustificadas o excesivas Censura Muestras de desprecio por parte del contrario Mala relación con las autoridades Apoyo del clero al requeté Falta de colaboración de la CT Insultos Falsas acusaciones Incautaciones y requisas Asesinatos y fusilamientos El contrario se queda en la retaguardia Agresiones Detenciones injustificadas o arbitrarias Falta de religiosidad y actitudes contrarias al catolicismo Caciquismo Apoyo de las autoridades al contrario Resistencia a la Unificación Impunidad del contrario Amenazas Incidentes entre Falange y CT Alegan persecución contra ellos Corrupción Coacciones Carlismo clandestino y disidente Indeseables Signos identitarios Integración
0
100
50
100
150
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Así, se observa claramente que prácticamente todas las quejas sobre comportamientos violentos o abusivos son protestas del carlismo contra el falangismo. También las quejas sobre la falta de religiosidad, el caciquismo, la corrupción, la parcialidad de las autoridades o la presencia de indeseables son mayoritariamente del carlismo sobre Falange. Por el contrario, las quejas sobre la resistencia a la Unificación o el carlismo disidente son principalmente del falangismo en relación al carlismo. Sin embargo, las dos tipologías más habituales, es decir, las quejas sobre los signos identitarios –en las que se incluyen protestas sobre el uniforme, las insignias, las formulas de cortesía, los gritos rituales, etc.– y las que hacen referencia al proceso de integración, así como las protestas acerca de la impunidad de aquellos que daban lugar a las quejas, presentan un número similar de protestas por parte de ambas organizaciones. Esto indica claramente qué aspectos fueron más conflictivos y provocaron más choques entre las dos formaciones. De todos modos, es interesante señalar que las quejas sobre los signos identitarios demuestran claramente la actitud absorcionista del falangismo, ya que todas se refieren a la insistencia por parte del requeté en seguir utilizando sus emblemas y otros símbolos de identidad. Son muy escasas las ocasiones en las que Falange se queja de que se postergan sus símbolos a favor de los del carlismo y esto sólo se produce en regiones especialmente conflictivas, por ejemplo Navarra. Por otra parte, hay que tener en cuenta que la especial situación de las milicias en el marco de la Unificación aumentaba la conflictividad en este aspecto, ya que puesto que el decreto de diciembre de 1936 les permitía conservar sus símbolos y uniformes, al producirse la creación del partido único, las milicias carlistas se negaron a que las normas emitidas por FET en este aspecto anularan la voluntad de Franco expresada en el decreto. Además, el carlismo que no era únicamente un fenómeno político, sino también cultural, no podía tolerar que unos recién llegados vinieran a despojarles de su identidad y de su historia, y que incluso se atrevieran a minimizar su participación en la guerra civil390. Además, la actitud absorcionista del falangismo queda claramente demostrada, al poner en conexión las quejas sobre la presencia de indeseables en las filas falangistas con el gran número de quejas sobre 101
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coacciones por parte de Falange para obtener afiliados y dinero, o las amenazas a quienes querían abandonar la milicia falangista para servir en el requeté. Por otra parte, para completar este cuadro, hay que tener en cuenta que también los falangistas y requetés emitieron protestas sobre el comportamiento de sus propios correligionarios. Así, las quejas de FET sobre la presencia de indeseables en su partido representan más del 33% de todas las quejas emitidas sobre el particular, lo que entronca con la creciente preocupación, una vez consumada la absorción del carlismo, de depurar el partido. En menor medida, los falangistas también critican el caciquismo, la corrupción o la actitud coactiva de sus camaradas. Son, sin embargo, escasas las quejas del requeté sobre la presencia de indeseables en sus filas, que no llegan al 7% de los registros sobre esta problemática. Por último, hay que señalar que en el conjunto del periodo un 70% de los registros que hacen referencia a la resistencia a la Unificación mencionan al requeté, lo cual indica que a pesar de la inicial resistencia falangista que se produjo inmediatamente tras la promulgación del decreto y que ha sido destacada por todos los historiadores del falangismo, en conjunto, fueron los carlistas los que expresaron mayor rechazo a la fórmula del partido único, que nada tenía que ver con su ideario.
Tensiones en torno al proceso de integración
Si bien todas las quejas, protestas y conflictos registrados para este estudio están relacionados, de un modo u otro, con el proceso de integración, no todos se refieren específicamente a las normas y procedimientos que lo hicieron posible. Por eso, si queremos valorar hasta qué punto provocaron tensiones las directrices del mando, debemos centrar nuestro análisis en un grupo determinado de registros, tal y como se muestra en el siguiente gráfico.
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GRÁFICO 9. TIPOS DE QUEJAS RELACIONADAS CON LA INTEGRACIÓN Absorción por parte de CT CT rechaza cargos políticos Rechazo de la ONC Éxito de la integración Ineficacia del Secretariado Político Cierre de la DN de Asistencia al Frente y Hospitales Faltan normas Juramento de FET Integración en Cataluña Llamadas a la integración de los carlistas Sobre admisiones Integración del SEU y la AET Integración de la SF y las margaritas Competencias Integración de las milicias Absorción por parte de FE Reparto de cargos Sobre los carlistas ya integrados Signos identitarios (después de la Unificación)
0
20
40
60
80
100
Lo primero que hay que señalar, a la hora de analizar estos registros, es que más del 60% corresponden al año 1937 y que únicamente algo más de un 7% están fechados en el periodo 1940-1942, lo que confirma lo que ya hemos mencionado anteriormente, que la integración había quedado prácticamente concluida en el año 1939. En segundo lugar, se confirma, como ya vimos en el apartado anterior, que se daba mucha más importancia al control de aspectos identitarios como el uniforme, las insignias, los lemas o el saludo, que a otros aspectos de importancia para el proceso integrador, como el reparto de cargos, problemas de competencia entre los cargos o sobre la integración de organismos clave como las milicias, las organizaciones estudiantiles o las ramas femeninas. A continuación encontramos los registros que hacen referencia a los carlistas ya integrados. En este grupo predominan las referencias a la parcialidad de las autoridades del partido. En este sentido, la ma103
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yoría de las veces suelen quejarse de que éstas apoyaban claramente a los carlistas en detrimento de los falangistas, de que mostraban un bajo nivel de colaboración con FET, o bien de que obstaculizaban desde dentro las actividades del movimiento, lo que apuntaría a la existencia, al menos en cierto grado, de una táctica infiltracionista por parte de la Comunión. Por último, un 26% de los registros referentes a los carlistas ya integrados son de carácter positivo. Este dato, unido a las llamadas a la integración de los carlistas, indican que al menos algunos mandos de FET sí veían positivamente la entrada de los requetés en la organización. En tercer lugar, aparecen las quejas sobre el reparto de cargos. La fuerte presencia de protestas de este tipo es lógica, ya que a mayor control de los puestos, mayores facilidades para intentar influir en la construcción del Estado y el control de la sociedad. Sin embargo, lo significativo es el hecho de que en su mayoría son emitidas por los carlistas, lo que unido a las quejas sobre la actitud absorcionista del falangismo, confirman que durante todo el proceso de integración la balanza se mantuvo inclinada a favor de Falange. Otro dato interesante es que según la procedencia geográfica de estas quejas, destacan las provincias de Las Palmas y Navarra, junto con la región de Cataluña, mientras que todas las demás provincias no muestran datos significativos, al presentar una media de entre 1 y 3 quejas cada una. El protagonismo de Las Palmas se debe a la intensa actividad de Luis Doreste, al que ya nos hemos referido, que escribió numerosas veces a los representantes carlistas del Secretariado Político para contrarrestar la anulación a la que le sometía el jefe provincial391. Sin embargo, desde Navarra, el jefe provincial, Martínez Berasain, se quejaba precisamente de que su secretario, el falangista Daniel Arraiza, no aceptaba que los secretarios provinciales no tuvieran ninguna competencia392. De hecho, la única queja sobre la actitud absorcionista de la Comunión Tradicionalista proviene precisamente de Navarra. Cataluña merecería mención aparte, pero puesto que el objeto de nuestro estudio es dar una visión global de la conflictividad y dado que el caso catalán ha sido perfectamente estudiado por Joan Maria Thomàs393, no nos vamos a detener en él. El siguiente grupo de quejas se refiere a la integración de las milicias. A pesar de ser bastante variados, la mayor parte de estos registros se 104
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refieren a la pretensión por parte de los mandos de FET de mantener algún tipo de control sobre las milicias, así como a la resistencia por parte de requetés y falangistas a compartir un solo cuartel. También debemos mencionar las quejas y dudas sobre la división de competencias, que vienen a demostrar que no quedaba claro el alcance de las competencias de los jefes provinciales, puesto que reflejan roces y choques entre éstos y otros cargos provinciales dentro y fuera del partido, especialmente con los gobernadores, los secretarios y los delegados de servicio. Si a este tipo de quejas le sumamos las que se refieren a las irregularidades en el proceso de admisión y la falta de normas y directrices, se aprecia claramente la confusión inicial que conllevó el proceso de integración. Por último, es preciso detenerse en las quejas que se refieren a la integración de organismos concretos, como la AET y las margaritas, y que confirman cuestiones que vimos en el capítulo anterior. A la luz de la documentación estudiada, queda claro el interés de la Comunión por evitar la entrada en FET de pelayos y margaritas, recurriendo, en ocasiones, a subterfugios no muy efectivos, como contabilizar a los pelayos como milicia394 o intentar que las margaritas colaboraran exclusivamente con la Delegación Nacional de Asistencia al Frente y Hospitales. Resulta evidente que en el convulso proceso de integración, el carlismo acabó perdiendo ante un falangismo que se sentía legitimado para absorberlo.
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Unión no, absorción
Para comprender el fracaso de la Unificación desde abajo, es importante tener en cuenta que si bien Falange y Carlismo estaban unidos en un objetivo común, como era la eliminación del liberalismo, del parlamentarismo y, por supuesto, del marxismo, existían importantes puntos que los separaban y que hacían prácticamente imposible una colaboración sincera. ¿Cuáles eran las bases de esta oposición insuperable? En primer lugar, la visión de la religión y, en consecuencia, de la propia guerra. Para el carlismo, asentado en el trilema de Dios, Patria y Rey, la palabra Dios era irrenunciable. Por tanto, para ellos, la guerra civil era, antes que nada, una Cruzada. Sin embargo, en el ideario falangista la patria siempre apareció bastante por encima de Dios, y en algunos casos ambos conceptos se fundieron en uno, pero no en el sentido carlista de identificar nación española con confesionalismo católico, sino de una forma mucho más paganizante. En un estilo, que a menudo recuerda a la Alemania nazi, los falangistas situaban a la patria en primer lugar, como la entidad, el principio, por el que iban a morir y a matar al frente. En esta propuesta latía un cierto paganismo, que levantaba los temores de los carlistas más informados395. Y además, se reflejaba claramente en una visión de la guerra ciertamente distinta de la Cruzada defendida por el carlismo. Para Falange lo vital era la revolución, que nada tenía que ver con la idea de Cruzada y así lo manifestaron desde algunos diarios como Imperio396. Es cierto también que, de vez en cuando, Falange procuraba desmentir estas 107
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acusaciones, sobre todo de la mano del diario Arriba y bajo la batuta de Fermín Yzurdiaga, como lo prueba un artículo publicado el 14 de febrero de 1937, en el que se afirmaba: “la civilización que defendemos […] es la católica” y que los nacionalsindicalistas “no hemos sido nunca menos practicantes sin efusión, sin gracia y sin ánimo de sacrificio”, para acabar apelando al sentido católico e imperial de España, del que ya hablara José Antonio397. Claro que esta defensa del catolicismo no debía de tranquilizar a los carlistas, cuando se afirmaba que igual que el cristiano acude al catecismo, el falangista debe, una y otra vez, “refrescar su vocación de Imperio y su misión militante volviendo a las fuentes puras y originales de los veintisiete puntos”398. Es lógico, por tanto, que las afirmaciones acerca del sentido católico de Falange no apaciguaran del todo los temores de la Comunión Tradicionalista, que veía en ello más una adhesión cultural al catolicismo que la prueba de la verdadera fe399. En cualquier caso, aunque las protestas de religiosidad por parte de la Falange estuvieron presentes desde el principio, arreciaron más si cabe tras la Unificación. De todas formas, no parece que fueran compartidas por el conjunto de la militancia falangista, que insistía una y otra vez en que no luchaban por Dios sino por España, por la revolución y el futuro y no por la Cruzada. En relación a lo anterior, existía otra diferencia básica y que ya había producido tensiones durante la II República. Me refiero a la opuesta concepción de las relaciones Iglesia-Estado. Mientras que a Falange le parecía irrenunciable mantener la separación entre ambos, con el objetivo de asegurar el libre desarrollo del Estado totalitario, la Comunión Tradicionalista, en clara añoranza del Antiguo Régimen, aspiraba a recuperar para la Iglesia “su justo lugar” dentro de la sociedad española, que no era otro que el de tutora del Estado. En el concepto tradicionalista del Estado, la Iglesia debía estar siempre por encima de aquél y debía, por tanto, tutelar aquellas actuaciones del mismo que tocaran lo moral y lo espiritual, sólo así, España recuperaría su verdadera esencia, es decir, su lugar en el mundo como bastión y abanderada del catolicismo. Esto implicaba, por supuesto, que la Nueva España no debía tolerar otras confesiones religiosas en su territorio. En este sentido, el planteamiento falangista no les parecía en absoluto adecuado, y aún menos moralmente aceptable, puesto que 108
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al situar al Estado por encima de la Iglesia, no sólo se negaba la potestad eclesiástica sobre la educación, sino que además presuponía la duda y la posible deshonestidad de la Iglesia para con el Estado. En palabras de los propios tradicionalistas, esta prevención contra la Iglesia sólo podía explicarse porque los falangistas desconfiaban de ella, una desconfianza intolerable puesto que la Iglesia, en ningún modo, iba a actuar contra el Estado español y jamás lo había hecho400. Mucho más que la cuestión monárquica, era la concepción de la religión la fisura más grave entre Falange y la Comunión. Una fisura que no parecía poder cerrarse fácilmente. Por supuesto, existían también otros presupuestos incompatibles como la monarquía, la pugna sindicalismo-corporativismo y la aspiración totalitaria. Pero si bien la cuestión monárquica podía negociarse, las dos últimas cuestiones estaban directamente relacionadas con la concepción de la religión y la postura sobre el protagonismo de la Iglesia, al fin y al cabo, los tradicionalistas abogaban por el corporativismo que se defendía en la doctrina social católica, y, en su mente, era la Iglesia la institución que mejor podía prevenir el peligro totalitario, es decir la invasión, por parte del Estado, de todas las facetas de la vida, ya que si la Iglesia tutelaba al Estado, impediría estos abusos. Pero no se trata aquí de valorar si los tradicionalistas estaban o no en lo cierto, sino en destacar que lo que separaba a falangistas y tradicionalistas era mucho más importante que lo que los unía, y que muy probablemente, fue el principal, que no el único, motivo de que fracasaran las conversaciones entre ambas organizaciones. Ahora bien ¿por qué optó Franco por dar preeminencia al programa falangista en vez de al tradicionalista? Si nos atenemos a su participación en la guerra, ambas organizaciones se habían enfrentado a problemas similares: falta de un liderazgo firme, tensiones internas, avalanchas de adhesiones y roces con los militares. Por tanto, ¿qué era lo que las diferenciaba? ¿qué factores pueden explicar que la balanza acabara inclinándose a favor del falangismo? Falange no tenía líder, era una organización acéfala como se ha apuntado una y otra vez en la historiografía. Sus fundadores habían muerto y Hedilla carecía del respeto y apoyos necesarios como para erguirse en líder indiscutible del partido. Por su parte, la Comunión Tradicionalista había contado con un líder fuerte hasta finales de 1936, 109
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cuando Fal Conde hubo de partir al destierro, pero aún desde el destierro contaban con una cabeza visible, o mejor dicho dos cabezas que actuaban al unísono: el delegado nacional, Manuel Fal Conde, y el regente, Javier de Borbón Parma. En este sentido, la Comunión tenía, en teoría, más posibilidades de oponer resistencia a Franco, de no haber sido por sus divisiones internas. Pero estas divisiones internas que favorecerían enormemente que Franco pudiera llevar a cabo la unificación desde arriba, también encerraban un riesgo que podía llegar a presentarse antes de lo que Franco deseaba, nos referimos al empeño de la dirección navarra en situar a don Juan en el trono de España. Por el contrario, Falange, acéfala como acabamos de apuntar, no solo no podía presentar una resistencia cohesionada por falta de liderazgo, sino que además mantenía lazos estrechos con Alemania e Italia, cuya ayuda era clave en el desarrollo militar de la contienda. Asismismo, se trataba de una organización más moderna y que podía atraer a los obreros, suponiendo, por supuesto, que los obreros que se habían dejado atraer tan fácilmente por la promesa marxista, fueran igual de susceptibles a la retórica falangista, presuponiendo en ellos poca convicción ideológica y nulo juicio crítico. El hecho era que, refugium pecatorum o no, Falange había crecido con mucha mayor rapidez y fuerza que la Comunión Tradicionalista. Pero aún teniendo en cuenta todos estos factores, ante todo, Falange ofrecía a Franco una oportunidad que no le podía ofrecer la Comunión Tradicionalista, la posibilidad de imponerse fácilmente como líder indiscutible de la organización. Al fin y al cabo, desde la muerte de José Antonio, Falange había buscado y necesitado un líder fuerte, tal y como correspondía a los partidos fascistas. Fernando Primo de Rivera dejó de ser una opción, tras su fusilamiento el 22 de agosto de 1936, Hedilla no había sido capaz de asentar su liderazgo y Agustín Aznar, principal detractor de la dirección colegiada, era claramente consciente de que él, por sí mismo, tampoco podría imponerse sobre la organización. En este contexto, no había en la zona sublevada un líder más fuerte e indiscutible que Francisco Franco. Por eso mismo, ni Falange necesitaba deshacerse de Franco ni Franco necesitaba deshacerse de la Falange. La organización que podía estorbar a ambos era la Comunión Tradicionalista, la contraria a la Unificación por rebelde, y la favorable a la unión por juanista. No obstante, es preciso apuntar que 110
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sí existió un falangismo disidente, si bien su peso y número fue mucho menor que el del falangismo colaboracionista o franquistizado. Lo que queda claro al rastrear las múltiples conversaciones y las complejas relaciones entre Falange Española y la Comunión Tradicionalista es que, a pesar de todas las diferencias y de todas las similitudes, la piedra angular que impidió la fusión voluntaria entre ambas organizaciones fue una cuestión vital: a quién correspondía el liderazgo ideológico de la Nueva España. En las múltiples conversaciones entre sus representantes, había quedado claro que a una debía corresponder la dirección de la nueva organización y a otra la sumisión. Ninguna de las dos estaba dispuesta a aceptar semejante situación. La Comunión argumentaba su primogenitura y su papel como guardiana de la tradición, al tiempo que Falange argumentaba su modernidad y sus reivindicaciones sociales. En el fondo, daba igual el argumento, puesto que la disputa no podía resolverse. ¿Acaso iba a permitir la Comunión que su rey se convirtiera en una suerte de Víctor Manuel a las órdenes de otro Mussolini? ¿iba a tolerar la Falange el liderazgo de una organización que ponía coto a sus afanes revolucionarios? Evidentemente, no. Sin embargo, la preeminencia falangista no quedó realmente constatada hasta que no comenzó el proceso de integración, durante el cual acabó produciéndose la absorción de la Comunión Tradicionalista por parte de un falangismo en vías de franquistización. En este sentido, hubo tres aspectos clave que facilitaron que Falange se sintiera legitimada para proceder a la absorción del carlismo: en primer lugar y lo más importante de todo, el hecho de que Franco hubiera decidido, unilateralmente, utilizar el programa falangista como base del partido único, aduciendo la modernidad del falangismo y razones de política internacional401, reduciendo así la presencia programática tradicionalista al confesionalismo del Estado, aunque sin especificar sus consecuencias, y a una vaga promesa de restaurar la monarquía en un futuro no muy lejano, que tardaría en llegar cuarenta años. En segundo lugar, la presencia en España de italianos y alemanes y la fortaleza a nivel internacional de los sistemas totalitarios, que llevaba a los falangistas a considerarse abanderados del nuevo orden europeo. En tercer lugar, la división en el seno de la Comunión Tradicionalista entre los partidarios de la colaboración, representados principalmente por la direc111
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mercedes peñalba
ción navarra y el conde de Rodezno, y los defensores de la pureza carlista y de la monarquía “legítima”, representados por Fal Conde y el príncipe regente, Javier de Borbón. Esta división impidió una mayor presencia del carlismo cerca de Franco, facilitó la confusión en las filas del carlismo, cuya base nada sabía de las disputas en la cúpula de la organización, y todo ello facilitó que Falange pudiera llevar a cabo una política de imposición. Y por último, no en menor medida, las importantes pérdidas humanas sufridas por el carlismo durante la guerra, que no pudieron paliarse del todo con el crecimiento de los afiliados, y el hecho de que Falange tuviera más capacidad para absorber a la masa, así como el distinto carácter sociológico y político de los militantes de cada partido, dejaron el camino abierto a la Falange. Al fin y al cabo, la militancia falangista aspiraba a formar parte de un Estado totalitario, a tener un papel director en la política del país, mientras que el carlista aspiraba a extirpar el liberalismo, a restaurar el catolicismo y a reinstaurar la monarquía tradicional, pero les desagradaba la idea del partido único y no aspiraban a ocupar puestos directivos. No obstante, para confirmar esta tesis será preciso aún rastrear la presencia de los tradicionalistas en el seno de FET. Además, no podían sentirse a gusto en el seno de una organización que pretendía sustituir su identidad, preservada durante generaciones, por un conglomerado de correajes, uniformes, símbolos y rituales de corte fascista. En este sentido, sería arriesgado suponer que todos los carlistas que no se incorporaron a FET optaran por la disidencia, puesto que la ruptura con un partido único preeminentemente falangista no se traducía necesariamente en el rechazo del franquismo.
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6 de mayo de 1937, Archivo General de la Universidad de Navarra/Manuel Fal Conde/133/258. Por ejemplo: CLEMENTE, J.C.: El carlismo contra Franco, Barcelona, Flor del Viento, 2003; MARTORELL, M.: Retorno a la lealtad: el desafío carlista al franquismo, Madrid, Actas, 2010. Ver: HEINE, H. y VIÑAS, A.: La oposición política al franquismo: de 1939 a 1952, Barcelona, Editorial Crítica, 1983 y TOQUERO, J.M. y TUSELL, J.: Franco y Don Juan: la oposición monárquica al franquismo, Barcelona, Plaza y Janés, 1989. VÁZQUEZ DE PRADA, M.: “El nuevo rumbo político del carlismo hacia la colaboración con el régimen (1955-56),” Hispania: Revista española de historia 69, 231 (2009), pp. 179-208. El estudio más reciente sobre la participación del carlismo en la conspiración y en la guerra es el de AYUSO TORRES, M.: “El carlismo en la conspiración y guerra de España,” Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada, 12 (2006), pp. 163-171. Ya Javier Tusell se refería a la existencia de un proto-Estado carlista, TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, Barcelona, Tusquets, 1992, pp. 46-49; mientras que en época más reciente la organización del carlismo y las divisiones en su seno tras la Unificación han sido tratadas en CANAL I MORELL, J.: Banderas blancas, boinas rojas : una historia política del carlismo, 1876-1939, Madrid, Marcial Pons Historia, 2006; MARTORELL, M.: “Navarra 1937-1939: el fiasco de la Unificación,” Príncipe de Viana 69, 244 (2008), pp. 429-458, MARTORELL, M.: Retorno a la lealtad: el desafío carlista al franquismo, , UGARTE TELLERÍA, J.: “El carlismo en la guerra del 36: la formación de un cuasi-estado nacional-corporativo y foral en la zona vasco-navarra,” Historia Contemporánea, 28 (2009), pp. 49-87; VILLANUEVA MARTÍNEZ, A.: El carlismo navarro durante el primer franquismo, 1937-1951, Madrid, Actas, 1998 y VILLANUEVA MARTÍNEZ, A.: “Organización, actividad y bases del carlismo navarro durante el primer franquismo,” Gerónimo de Uztariz, 19 (2003), pp. 97-117. Sobre las reacciones del carlismo a la unificación, Clemente, Blinkhorn, Canal y Martorell se suelen referir, por regla general, a un inicial entusiasmo, seguido de constantes conflictos en la retaguardia con los falangistas. THOMÀS, J.M.: “Falangistes i carlins catalans a la “zona nacional” durant la Guerra civil (1936-1939),” Recerques: Història, economia i cultura, 31 (1995), pp. 7-18; DE PABLO CONTRERAS, S.: “Falange y Requeté en Álava. Divergencias en la retaguardia franquista durante la Guerra civil,” Kultura, 4 (1992), pp. 93-103; MARTÍNEZ LACABE, E.: “La unión imposible: Carlistas y 113
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Falangistas en Navarra durante la Guerra Civil,” Huarte de San Juan, 1 (1994), pp. 343-364 y PAREJO FERNÁNDEZ, J.A.: “Falangistas y requetés: historia de una absorción violenta,” en Ayeres en discusión: temas clave de Historia Contemporánea hoy, ed. Nicolás Marín, María Encarna y González Martínez, Carmen, 2008. VILLANUEVA MARTÍNEZ, A.: “Organización, actividad y bases del carlismo navarro durante el primer franquismo,” p. 99. “lo político en el carlismo es sólo un elemento, y probablemente ni siquiera el más importante”, CASPISTEGUI GORASURRETA, F.J.: El naufragio de las ortodoxias el carlismo (1962-1977), Colección histórica, Pamplona, Universidad de Navarra, 1997, p. XXI. Ver CANAL, J.: “La gran familia. Estructuras e imágenes familiares en la cultura política carlista,” en Cultura y movilización en la España contemporánea, ed. Cruz, Rafael, Madrid, Alianza Editorial, 1997. CANAL I MORELL, J.: El carlismo : dos siglos de contrarrevolución en España, Biblioteca Historia de España, Barcelona, RBA, 2006, pp. 405-406. Íbid. Con la indefinición doctrinal del carlismo como elemento propiciador de la continuidad y reproducción social del carlismo están de acuerdo tanto Manuel Martorell, como Francisco Javier Caspistegui, ver: MARTORELL, M.: “Nuevas líneas de investigación en la historia del carlismo,” Tk, 23 (2011), pp. 21-28 y CASPISTEGUI GORASURRETA, F.J.: Una historia por descubrir materiales para el estudio del carlismo : exposición, Museo del Carlismo, Estella, marzo-diciembre 2010, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2010. VILLANUEVA MARTÍNEZ, A.: El carlismo navarro durante el primer franquismo, 1937-1951, p. 532. CANAL I MORELL, J.: El carlismo : dos siglos de contrarrevolución en España, p. 409. Según las informaciones recabadas por Jordi Canal, al carlismo le correspondieron menos de la mitad de los puestos, CANAL I MORELL, J.: Banderas blancas, boinas rojas : una historia política del carlismo, 1876-1939, p. 342. GARCÍA VENERO, M.: Historia de la unificación: (Falange y Requeté en 1937), Madrid, AGESA, 1970, GARCÍA VENERO, M.: La Falange en la guerra de España: la Unificación y Hedilla, Paris, Ruedo ibérico, 1967; y BURGO, J.D.: Conspiración y guerra civil, Madrid, Alfaguara, 1970. ELLWOOD, S.M.: Prietas las filas: historia de Falange Española (1933-1983), Barcelona, Crítica, 1984; ELLWOOD, S.M.: “La Unificación,” Historia 16, 132 (1987), pp. 11-19; SOUTHWORTH, H.R.: Antifalange, estudio crítico de “Falange en la guerra de España, la unificación y Hedilla” de Maximiano García Venero, Paris, Ruedo ibérico, 1967; PAYNE, S.G.: Franco y José Antonio, el extraño caso del fascismo español: historia de la Falange y del Movimiento Nacional (1923-1977), Barcelona, Planeta, 1997; MARTORELL, M.: Retorno a la lealtad: el desafío carlista al franquismo, ; CANAL I MORELL, J.:
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Banderas blancas, boinas rojas : una historia política del carlismo, 18761939; THOMÀS, J.M.: Lo que fue la Falange: la Falange y los falangistas de José Antonio, Hedilla y la Unificación, Franco y el fin de la Falange Española de las JONS, Barcelona, Plaza & Janés, 1999 y PEÑAS BERNALDO DE QUIRÓS, J.C.: El carlismo, la República y la Guerra Civil, 1936-1937 : de la conspiración a la unificación, Colección Luis Hernando de Larramendi, Madrid, Actas, 1996. GIL PECHARROMÁN, J.: José Antonio Primo de Rivera: retrato de un visionario, Madrid, Temas de Hoy, 1996, pp. 472-473; AGUINAGA, E.D. y PAYNE, S.G.: José Antonio Primo de Rivera, Barcelona, Cara & Cruz, 2003, p. 263; PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, Stanford studies in history, economics, and political science, Stanford, Stanford University Press, 1961, p. 111; GARCÍA DE TUÑÓN AZA, J.M.: José Antonio y la República, Oviedo, Tarfe, 1995, p. 120. “Sin nosotros, nadie podrá hacer nada práctico”, XIMÉNEZ DE SANDOVAL, F.: José Antonio (biografía apasionada), Madrid, Gráficas Lazareno-Echaniz, 1949, p. 435. PAYNE, S.G.: Franco y José Antonio, el extraño caso del fascismo español: historia de la Falange y del Movimiento Nacional (1923-1977), p. 334. Fernando Primo de Rivera servía de enlace en Madrid, Ramón Serrano Suñer como enlace con el general Franco, y José Finat, Rafael Garcerán y Agustín Aznar actuaban de enlaces con el foco rebelde de Pamplona, ver GIBELLO GARCÍA, A.: José Antonio: apuntes para una biografía polémica, Madrid, Doncel, 1974, p. 355. PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, pp. 109-110. PRIMO DE RIVERA, J.A.: Discursos y escritos (1922-1936): obras completas, ed. Río Cisneros, Agustín del, 2 vols., Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1976, p. 1008. Íbid., p. 1013. Íbid., pp. 1013-1014. Íbid., pp. 1016-1017. PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 113. CANAL, J.: Banderas blancas, boinas rojas: una historia política del carlismo,1876-1939, Calleja y Aróstegui también destacan la superioridad del aparato paramilitar carlista y hablan de 25.000 combatientes de primera y segunda línea, GONZÁLEZ CALLEJA, E. y ARÓSTEGUI SÁNCHEZ, J.: “La tradición recuperada: el Requeté carlista y la insurrección,” Historia Contemporánea, 11 (1994), pp. 47-48 y 53. PRIMO DE RIVERA, J.A.: Obras completas. Edición del centenario, Madrid, Plataforma 2003, 2007, p. 1503. GONZÁLEZ CALLEJA, E. y ARÓSTEGUI SÁNCHEZ, J.: “La tradición recuperada: el Requeté carlista y la insurrección,” pp. 51. 115
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CLEMENTE, J.C.: Diálogos en torno a la Guerra de España, Colección de bolsillo. Periodismo, Madrid, EASA, 1978, p. 34. Notas, 8 de junio de 1936, AGUN/MFC/257 y CANAL I MORELL, J.: Banderas blancas, boinas rojas : una historia política del carlismo, 1876-1939, p. 324. GONZÁLEZ CALLEJA, E. y ARÓSTEGUI SÁNCHEZ, J.: “La tradición recuperada: el Requeté carlista y la insurrección,” p. 51. FERRER MUÑOZ, M.: “Navarra y País Vasco, 1936: conspiración contra la República,” Cuadernos de Seccion. Historia-Geografia, 22 (1994), p. 245. Íbid., p. 245-246. Notas, 8 de junio de 1936, AGUN/MFC/257. “8 puntos para el acuerdo con Mola”, 11 de junio de 1936, Íbid. Notas cruzadas con los Exmos. Señores Generales Sanjurjo y Mola, Íbid. FERRER MUÑOZ, M.: “Navarra y País Vasco, 1936: conspiración contra la República,” p. 247. Nota del día 2 entregada a Quintana el día 3 de julio por la CT, AGUN/MFC/257. Notas diarias en torno a las negociaciones con Sanjurjo y Mola, Íbid. FERRER MUÑOZ, M.: “Navarra y País Vasco, 1936: conspiración contra la República,” p. 249 y Notas diarias en torno a las negociaciones con Sanjurjo y Mola, AGUN/MFC/257. Notas diarias en torno a las negociaciones con Sanjurjo y Mola, AGUN/MFC/257 y TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 24. GONZÁLEZ CALLEJA, E. y ARÓSTEGUI SÁNCHEZ, J.: “La tradición recuperada: el Requeté carlista y la insurrección,” p. 51. Ver FERRER MUÑOZ, M.: “Navarra y País Vasco, 1936: conspiración contra la República,” p. 250. Notas diarias en torno a las negociaciones con Sanjurjo y Mola, AGUN/MFC/257 y CLEMENTE, J.C.: Diálogos en torno a la Guerra de España, p. 39. Notas diarias en torno a las negociaciones con Sanjurjo y Mola, AGUN/MFC/257. Íbid. AGUN/MFC/257. Declaraciones de José Luis Zamanillo al periódico La Croix, 12 de diciembre de 1936, en FAL CONDE, M.J., NORIEGA, F.M., y PUJOL, J.: Fal Conde y el requeté juzgados por el extranjero Crónicas de prensa, Libros de la Guerra, Burgos, Requeté, 1937, p. 175. RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: Historia de Falange Española de las JONS, Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 234. DÁVILA Y FERNÁNDEZ DE CELIS, S.: José Antonio, Salamanca y otras cosas, Madrid, Afrodisio Aguado, 1967, p. 85.
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BLINKHORN, M.: Carlismo y contrarrevolución en España: 1931-1939, Barcelona, Crítica, 1979, p. 378. FERNÁNDEZ CUESTA, R.: Testimonio, recuerdos y reflexiones, Biografías y memorias nº5, Madrid, Ediciones Dyrsa, 1985, p. 68. Según Manuel Valdés Larrañaga, la Comunión Tradicionalista había intentado aproximarse a Falange en varias ocasiones. En este sentido, da noticia de la carta de un tío suyo, “Pepe Zuazola”, que le habría expuesto la conveniencia de llegar a algún tipo de inteligencia entre ambos grupos; también cita una visita a José Antonio en la cárcel Modelo: “un señor que le habló de por qué no se unía la Falange a la Comunión tradicionalista. Traía unos sellos de cotización que llevaban conjuntamente al yugo y las flechas, las aspas de Borgoña. José Antonio, conteniendo su cólera, le rogó al señor que se aproximara a las rejas para ver mejor los sellos y entre las mismas, le acertó un puñetazo que hizo época en aquel tiempo, diciendo a continuación, ‘¿Os creéis que, porque estamos presos, vais a jugar con cosas serias y sagradas de la Falange? Ya ha visto como he reaccionado ante la propuesta y así espero también que reaccionen mis camaradas’”, AGUN/Manuel Valdés Larrañaga/011/149. BÁEZ PÉREZ DE TUDELA, J.M.: “El ruido y las nueces: la juventud de Acción Popular y la movilización “cívica” católica durante la Segunda República,” Ayer, 59 (2005), pp. 123-145 En una carta al príncipe regente Fal Conde explicaba la unión de la siguiente manera “no tenían ningún punto fundamental de diferencia con nosotros y serán los únicos que admitiremos en grupo”, Carta de Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 4 de noviembre de 1936, AGUN/MFC/176. Pedro Sáinz Rodríguez narra, en sus memorias, una conversación que sostuvo con Javier de Borbón y Parma, por encargo de Manuel Hedilla: “creo que la Comunión tiene fuerza suficiente para, sumándose a este acuerdo de Unificación pactada, conseguir que el general Franco se vea obligado a respetarla. […] puede que así lográsemos parar ese Decreto de Unificación que significa el fin de la independencia política de todos los elementos sumados al Alzamiento y el principio de una dictadura personal”, SÁINZ RODRÍGUEZ, P.: Testimonio y Recuerdos, Barcelona, Planeta, 1978, p. 223. Por otro lado, según el relato de Maximiano García Venero, Franco nunca le habló a Hedilla de una posible concentración de poderes, sin embargo sí le dijo “que se había encargado una camisa azul”, GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, Barcelona, Acervo, 1972, p. 371. BLINKHORN, M.: Carlismo y contrarrevolución en España: 1931-1939, p. 238. Íbid, p. 239. Íbid, p. 239 RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: “De la vieja a la nueva extrema derecha (pasando por la fascinación por el fascismo),” Historia Actual Online, 9 (2006), p. 91. 117
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“el que en las dos doctrinas se admita el estado corporativo no es suficiente para identificarlas. Es el fascio consecuencia de las teorías individualistas del siglo pasado. El hombre, sin el apoyo de los gremios, es absorbido por el Estado” en “Aclarando posiciones. Los modernos estados totalitarios y el estado tradicional”, D.P.R. Boletín de Orientación Tradicionalista. Órgano semanal de la Secretaría General de S.M. III/89, 10 de mayo de 1936, p. 1. Román Oyarzun, “Una idea: Requeté y Fascio”, El Pensamiento Navarro, 19 de diciembre de 1936. En este sentido, afirmaban que España no necesitaba de maestros extranjeros, en clara referencia a la influencia de Italia y Alemania, y que el catolicismo tenía que ser el principal vínculo de unión con FE: “Juntos vamos con la Cruz, en la Cruz y por la Cruz”, ver “Saludo de los Requetés navarros a Falange Española de las JONS” y “Los Requetés a los falangistas muertos” en El Pensamiento Navarro, 28-29 de julio de 1936. También en el mismo periódico y en un artículo anterior, “El remedio: la vuelta a la Tradición” firmado por Fabio, se argumentaba que aunque Italia y Alemania pudieran ser indiferentes a las formas de gobierno ya que no tenían un tradicionalismo fuerte, no ocurriría lo mismo con España, cuyos principios esenciales continuaban siendo Dios y la Monarquía Tradicional. Declaraciones al Diario Ilustrado en septiembre de 1936, FAL CONDE, M.J., NORIEGA, F.M., y PUJOL, J.: Fal Conde y el requeté juzgados por el extranjero Crónicas de prensa, p. 72. Entrevista a José Luis Zamanillo aparecida en La Croix el 12 de diciembre de 1936, íbid., p. 175-176. “El carlismo no ha muerto”, traducción de un artículo de George Suárez originalmente publicado en Le Courrier du Centre de Limoges, El Pensamiento Navarro, 13 de noviembre de 1936. Ese mismo día aparecía también un artículo de Blas Goñi, “El apoliticismo sindical” en el que se afirmaba que el corporativismo era el ideal común de carlistas y fascistas. “La ayuda que los alemanes nos dan es preciosa ciertamente, es indispensable – pero cuida que con las armas impondrán el Nacional-Socialismo. El Neopaganismo es tan peligroso cuanto el Paganismo rojo. Eso es un veneno que puede encontrar un suelo favorable en la Falange”, Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 1 de diciembre de 1936, AGUN/MFC/176. En enero de 1937, el diario falangista publicaba un artículo bastante despectivo en referencia a las declaraciones de los carlistas, incluido Román Oyarzun, sobre la unión de requetés y falangistas. BURGO, J.D.: Conspiración y guerra civil, p. 748. Esta actitud no difería de la que mantuvo en general Fermín Yzurdiaga, que procuraba ante todo resaltar el ideario falangista frente a la fuerza del carlismo en Navarra, ver MARTÍNEZ SÁNCHEZ, S.: “El Dios y el César de Fermín Yzurdiaga, 1936-1939,” en Ruiz Carnicer, Miguel Ángel
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(ed.), Falange. Las culturas políticas del fascismo en la España de Franco (1936-1975), Institución Fernando el Católico, 2013, pp.301-316. “Criterios” en Arriba España, 14 de febrero de 1937. AGUN/MVL/011/149. Estas notas están señaladas con una anotación a lápiz que dice “notas leídas a Fernando P. de R. Ante el traslado de su hermano a Alicante”, y van acompañadas del informe de la visita de Torrubia, presumimos que como representante de la Comunión, a José Antonio Primo de Rivera en la Cárcel Modelo. Debido a la anotación a lápiz, suponemos que este informe es previo a las notas. AGUN/MFC/133/257. Íbid. Documentos de la Junta de Insúa, AGUN/MFC/178. Archivo General de Navarra/Diputación Foral de Navarra/51178 y UGARTE TELLERÍA, J.: “El carlismo en la guerra del 36: la formación de un cuasi-estado nacional-corporativo y foral en la zona vasco-navarra,” p. 58. Íbid., pp. 59-62. BLINKHORN, M.: Carlismo y contrarrevolución en España: 1931-1939, p. 373. El carlismo navarro se arrogaba la representación del conjunto del carlismo, o cuando menos del mejor carlismo, apoyándose en el hecho de que había sido Navarra la primera región en sublevarse. Esta tendencia se aprecia claramente al consultar el diario El Pensamiento Navarro, especialmente durante dos primeros años de la contienda. No en vano, este periódico era el portavoz del grupo navarro. AGUN/MFC/176. BLINKHORN, M.: Carlismo y contrarrevolución en España: 1931-1939, p. 373. BURGO, J.D.: “Un episodio poco conocido de la guerra civil española: La Real Academia Militar de Requetés y el Destierro de Fal Conde,” Príncipe de Viana 53, 196 (1992), pp. 481-506p. 490. No dudamos que los líderes falangistas pudieran llegar a ordenar algo parecido, puesto que esta es una crítica que se repite a menudo en la documentación estudiada para la elaboración de este trabajo, pero debemos resaltar que no nos consta que estas órdenes fueran cursadas por el Jefe Nacional Provisional, Manuel Hedilla. “A los Sres. Generales y Jefes de la Junta de Defensa Nacional de Burgos”, AGN/DFN/51179 y AGUN/MFC/277. AGN/DFN/51178. En agosto de 1936, en la localidad de San Martín de Unx, carlistas y falangistas se cruzaron mutuamente acusaciones de recluta exclusivista. Los segundos consideraban que el alcalde había favorecido a los carlistas al emitir un pregón que animaba a alistarse en el Requeté y en el que no se hacía mención de las milicias falangistas. Según el escrito que dirigió el alcalde de San Martín de 119
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Unx a la JCCGN, el pregón inicial no había tenido carácter oficial por no proceder de la Alcaldía, pero que al día siguiente recibió órdenes des de Pamplona de desautorizar dicho pregón y de publicar un bando para el reclutamiento en el que se nombrase tanto a requetés como a falangistas. Después de recibir este texto, la JCCGN concluyó que tanto la denuncia como el comportamiento de Falange eran improcedentes, y así se lo comunicó a su jefe territorial, aprovechando informarle de que tenía conocimiento de que su organización actuaba en los pueblos con el mismo exclusivismo del que acusaba al Requeté. El oficio del alcalde de San Martín de Unx puede consultarse en AGN/DFN/51179 y la correspondencia cruzada entre la JCCGN y el jefe territorial de FE de las JONS en la caja 51178 del mismo fondo documental. El 14 de agosto de 1936, la JCCGN escribió al jefe territorial de FE de las JONS para recriminarle la recaudación de dinero para el diario Arriba España. Lo cierto es que en la hoja de suscripción emitida por FE subyacía cierto amenaza velada: “usted que también ansía una Patria grande y rica, y aborrece a los traidores enemigos de España, puede y debe ayudarnos”, AGN/DFN/51178. El día 26 de septiembre de 1936, la JCCGN recibió una denuncia procedente de Allo. En ella se explicaba que tras realizar una colecta conjunta para el frente, el jefe local de FE había tratado de impedir que lo recaudado se enviase en su totalidad a Pamplona, insistiendo en que debía repartirse y en que no existía ninguna Junta de Guerra, aunque no triunfó en su empeño. Sin embargo, esta denuncia tiene dos lecturas, ya que aunque en el texto se habla de Junta de Guerra, dando a entender que dicha junta tenía poder sobre toda la región, se refieren a la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra que no tenía poder sobre Falange Española, de modo que no solo no resulta extraña la resistencia del jefe local falangista, sino que también puede deducirse de este texto una actitud monopolizadora por parte de la JCCGN sobre la región. Íbid. AGN/DFN/52180. Entre la documentación de la JCCGN se encuentran diversa documentación y correspondencia en relación a acuerdos con FE de las JONS para el reparto de víveres y su envío al frente. Acuerdos de este tipo se firmaron en Ochagavía y Burguete. AGN/DFN/51179 y 51184. También suscribieron un acuerdo, por mediación de varios jefes militares, para el reparto de los periódicos de Guipúzcoa, 2 de octubre de 1936, AGN/DFN/51179. Y en enero de 1937, las autoridades falangistas y carlistas mantuvieron conversaciones para renovar de común acuerdo los cargos políticos de la provincia, Carta del jefe provincial de FE de las JONS, Daniel Arraiza a José Martínez Berasáin, 26 de enero de 1937, AGN/DFN/51184. CADENAS Y VICENT, V.: Actas del último Consejo Nacional de Falange Española de las JONS. (Salamanca, 18/19-IV-1937) y algunas noticias referentes
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a la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda, Madrid, Gráficas Uguina, 1975, pp. 22-24; ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, Barcelona, Dopesa, 1969, pp. 142-145; RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: Historia de Falange Española de las JONS, p. 238. Álvarez Puga fecha el acuerdo en el mes de agosto, pero tanto Cadenas como Rodríguez Jiménez lo fechan en el mes de octubre. RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: Historia de Falange Española de las JONS, p. 238. Hedilla aceptó la necesidad de formar militarmente a los falangistas, para lo que estableció escuelas militares en Sevilla y Salamanca, pero se negó a que se les formara más allá del rango de sargento, PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 143. En todos los demás casos los mandos debían ser militares, Circ., 16 de septiembre de 1936, HEDILLA, M. y JEREZ RIESCO, J.L.: La falange del silencio: escritos, discursos y declaraciones del II Jefe Nacional de la Falange, Madrid, Barbarroja, 1999, p. 55. Decreto creando la Real Academia Militar de Requetés, 8 de diciembre de 1936, AGUN/MFC/176. Ver BURGO, J.D.: “Un episodio poco conocido de la guerra civil española: La Real Academia Militar de Requetés y el Destierro de Fal Conde,” pp. Decreto creando la Real Academia Militar de Requetés, 8 de diciembre de 1936, AGUN/MFC/176. CLEMENTE, J.C.: Diálogos en torno a la Guerra de España, p. 43; Jaime del Burgo especifica que la consulta se hizo por medio de Franco Salgado, en lo que coincide con Tusell, y que la aprobación le fue comunicada a la Comunión a través de Arauz de Robles, BURGO, J.D.: “Un episodio poco conocido de la guerra civil española: La Real Academia Militar de Requetés y el Destierro de Fal Conde,” pp. p. 493. BLINKHORN, M.: Carlismo y contrarrevolución en España: 1931-1939, p. 382. Acta de la reunión celebrada por el Consejo de la Tradición en Burgos el día veintidós de marzo de mil novecientos treinta y siete, AGN/DFN/51189/4. TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 72. Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 18 de diciembre de 1936, AGUN/MFC/176. Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 25 de diciembre de 1936, Íbid. Íbid. Documentos de la Junta de Insúa, AGUN/MFC/178. TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 72. Acta de la reunión de Salamanca (Casa de las Conchas), 20 de diciembre de 1936, AGUN/MFC/177; BURGO, J.D.: “Un episodio poco conocido de la guerra civil española: La Real Academia Militar de Requetés y el Destierro de Fal Conde,” pp. p. 496; TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 72-73. 121
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En este sentido, estamos de acuerdo con Tusell cuando afirma que en otra situación, Falange no hubiera dudado en lanzarse a la conquista del naciente Estado franquista, TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 76. BOE, nº 64, 22 de diciembre de 1936. Según Fal Conde ya se rumoreaba en Salamanca la próxima militarización de las milicias antes de la creación de la Academia Militar de Requetés, Documentos de la Junta de Insúa, AGUN/MFC/178. La unificación de las milicias no fue bien recibida por algunos mandos falangistas, como Joaquín Miranda, líder de la Falange sevillana, que temía, principalmente, que el sometimiento de los combatientes fuese más allá de las necesidades bélicas, y tuviera por objeto desligar a los militantes falangistas del liderazgo político de sus jefes, PAREJO FERNÁNDEZ, J.A.: “Entre la disciplina y la rebeldía: Miranda versus Sancho Dávila (19361938),” Historia y política: Ideas, procesos y movimientos sociales, 22 (2009), pp. 185-206pp. 193-194. Del mismo modo lo interpretó el requeté José García Barroso, quien en un discurso a raíz de la unificación de las milicias, declaró “Al igual que nosotros, nuestros hermanos de Falange Española, acatan su mandato de fusión, o mejor dicho, de hermandad”, Jerez de la Frontera, Manifestación por la unificación de las milicias, AGUN/MFC/187. SALAS LARRAZÁBAL, R.: Los datos exactos de la guerra civil, Colección Drácena, Madrid, Ediciones Rioduero: Fundación Vives de Estudios Sociales, 1980, p. 92. Acta de la reunión de Salamanca (Casa de las Conchas), 20 de diciembre de 1936, AGUN/MFC/177. Reunión de la Comunión Tradicionalista, Sevilla, 6 de enero de 1937, AGUN/MFC/178. Extracto de la reunión de la Junta Nacional Carlista, 29 de diciembre de 1936, copia de las notas manuscritas de José María Lamamié, AGUN/MFC/262. Carta de Francisco Javier de Borbón a la Junta Nacional Carlista de Guerra, copia sin fecha, AGUN/MFC/178. Cartas cruzadas entre Manuel Fal Conde y Francisco Javier de Borbón, 25 de diciembre de 1936 y 31 de diciembre de 1936, AGUN/MFC/176. Sesión del día 19 de enero de 1937, JCCGN, AGN/DFN /51189/1. Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 23 de enero de 1937, AGUN/MFC/178. Documents on German foreign policy 1918-1945: from the archives of the German Foreign Ministry. Series D, 1937-1945. Volume III, Germany and the Spanish Civil War 1936-1939, London, HMSO, 1951, p. 107. Íbid., p. 87. Íbid., p. 107. Danzi era un periodista, amigo de Ciano y encargado de la oficina de pro-
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paganda fascista, que se creó en España en enero de 1937. Esta “Ufficio Stampa e Propaganda della MMIS”, o USP, dependía de los mandos militares y era totalmente independiente de la delegación diplomática y del embajador Roberto Cantalupo, ver: PIZARROSO QUINTERO, A.: “Intervención extranjera y propaganda. La propaganda exterior de las dos Españas.,” Historia y Comunicación Social, 6 (2001), p. 70. SAZ, I. y TUSELL, J.: Fascistas en España: la intervención italiana en la Guerra Civil a través de los telegramas de la “Missione militare italiana in Spagna”: 15 diciembre 1936-31 marzo 1937, Biblioteca itálica, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, 1981, p. 88. Documentos de la Junta de Insúa, AGUN/MFC/178. PRIMO DE RIVERA, J.A.: Discursos y escritos (1922-1936): obras completas, p. 1100; PRIMO DE RIVERA, J.A.: Últimos hallazgos de escritos y cartas de José Antonio, ed. Río Cisneros, Agustín del y Pavón Pereyra, Enrique, Madrid, Ediciones del Movimiento, 1962, p. 141 y PRIMO DE RIVERA, J.A.: Obras completas. Edición del centenario, pp. 1695-1696. CABANELLAS, G.: Cuatro generales, vol. 2, Barcelona, Planeta, 1977, p. 392. En esos momentos, Serrano intentaba prevenir la creación de una Dictadura militar que deseaban algunos generales, PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 160; SAÑA, H., y THOMAS, H.: El franquismo sin mitos: conversaciones con Serrano Suñer, Barcelona, Grijalbo, 1982, p. 63. SERRANO SUÑER, R.: Entre Hendaya y Gibraltar: (noticia y reflexión, frente a una leyenda, sobre nuestra política en dos guerras), Madrid, Ediciones y Publicaciones Españolas, 1947, p. 26. SAÑA, H., y THOMAS, H.: El franquismo sin mitos: conversaciones con Serrano Suñer, p. 41. SERRANO SUÑER, R.: Entre Hendaya y Gibraltar: (noticia y reflexión, frente a una leyenda, sobre nuestra política en dos guerras), p. 32. ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, p. 183; PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 161. Igual que otros muchos, se habían incorporado a Falange con la guerra y representaban a un sector social acaudalado y con poder en Baleares, que buscaba una orientación más conservadora, en la línea de Gamero del Castillo, ver: GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, pp. 432-434. DÁVILA Y FERNÁNDEZ DE CELIS, S.: José Antonio, Salamanca y otras cosas, pp. 111-112. GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 390. Tanto García Venero como Gustavo Morales sostienen que Dávila se unió a las negociaciones sin conocimiento de Hedilla, íbid., pp. 390-391; MORALES, G.: Falangistas contra el caudillo, Libros abiertos (Sepha), Málaga, Sepha, 2007, p. 41. Algo que queda confirmado en una carta que Hedilla 123
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envió a Manuel Fal Conde en 1968, y que decía textualmente: “Pedro Gamero del Castillo y José Luis Escario- tenían mi autorización y mi consejo. No así el tercero –Sancho Dávila- invitado por ellos o incorporado como ‘polizón’ sin mi conocimiento. El objeto de la entrevista no era un secreto para nadie, ya que cosa de mes y medio antes de dictarse el Decreto de Unificación, al contestar por escrito a unas preguntas que me hizo Roberto Farinacci y que se publicaron íntegras en toda la prensa italiana y muy mutiladas por la censura falangista, hablé de una posible fusión de Falange y Requeté”, HEDILLA, M. y JEREZ RIESCO, J.L.: La falange del silencio: escritos, discursos y declaraciones del II Jefe Nacional de la Falange, pp. 240-241. DÁVILA Y FERNÁNDEZ DE CELIS, S.: José Antonio, Salamanca y otras cosas, p. 106. CLEMENTE, J.C.: Diálogos en torno a la Guerra de España, p. 43. El texto está fechado el 8 de febrero de 1937, AGUN/MFC/133/258. Íbid. Documentos de la Junta de Insúa, AGUN/MFC/178. AGUN/MFC/133/258. ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, p. 147. AGUN/MFC/133/258. El extracto de estas conversaciones está fechado el 23 de febrero de 1937, Íbid. Javier Tusell atribuye este texto a Pedro Gamero del Castillo, TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, pp. 107-108. AGUN/MGC/133/258. Los textos de algunas de estas propuestas y los acuerdos de octubre de 1936 se pueden consultar en: ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, pp. 147-153; GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, pp. 392-394; GARCÍA VENERO, M.: Historia de la unificación: (Falange y Requeté en 1937), pp. 165-167 y 170-171; DÁVILA Y FERNÁNDEZ DE CELIS, S.: José Antonio, Salamanca y otras cosas, pp. 113-118; PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, pp. 155-157. No aparecen en estas obras ni el anuncio de la fusión con la Comunión Tradicionalista redactado por Falange, ni la respuesta de la Comunión a este texto, ni el extracto de conversaciones entre FE de las JONS y Comunión Tradicionalista, estos documentos sólo se han encontrado, por el momento, en el Archivo de Manuel Fal Conde. Documentos de la Junta de Insúa, AGUN/MFC/178. TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 91 ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, pp. 150-151; GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 398-399; VEGAS LATAPIE, E.: Los caminos del desengaño: memorias políticas, Madrid, Tebas, 1987, pp. 6970 y 205. A pesar de que Álvarez Puga y García Venero incluyen en estas conversaciones a Pemán, según Javier Tusell, no existen pruebas de que participara, TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 406, nota 46.
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AGUN/MFC/133/258. THOMÀS, J.M.: “Actas de las reuniones de la Junta de Mando Provisional de Falange Española de las JONS celebradas durante el periodo 5 de diciembre de 1936-30 de marzo de 1937,” Historia Contemporánea, 7 (1992), p. 349. DÁVILA Y FERNÁNDEZ DE CELIS, S.: José Antonio, Salamanca y otras cosas, p. 118. En un informe, el embajador alemán Von Faupel aseguraba que Hedilla conocía las negociaciones pero que no las aprobaba, lo que habría demostrado a Franco la falta de liderazgo del jefe falangista, SOUTHWORTH, H.R.: Antifalange, estudio crítico de “Falange en la guerra de España, la unificación y Hedilla” de Maximiano García Venero, p. 179; Documents on German foreign policy 1918-1945: from the archives of the German Foreign Ministry. Series D, 1937-1945. Volume III, Germany and the Spanish Civil War 1936-1939, p. 268. Sin embargo, es más probable que lo que Hedilla no aprobara fuera el curso que estaban siguiendo las negociaciones y que podían comprometer el programa falangista, lo que explicaría sus reuniones unilaterales con otros miembros del tradicionalismo, que no estaban de acuerdo con las conversaciones de Lisboa ni con las propuestas posteriores. Una prueba más de que Hedilla era favorable a considerar la unión entre ambas fuerzas fue el hallazgo de un himno unificado que la policía encontró en su despacho, y que se puede consultar en: VEGAS LATAPIE, E.: Los caminos del desengaño: memorias políticas, p. 206. THOMÀS, J.M.: Lo que fue la Falange: la Falange y los falangistas de José Antonio, Hedilla y la Unificación, Franco y el fin de la Falange Española de las JONS, p. 174. Al mismo tiempo, Alcázar de Velasco se ofrecía a acabar con el problema eliminando a Franco, ALCÁZAR DE VELASCO, Á.: Los 7 días de Salamanca, Madrid, Toro, 1976, p. 71; ROMERO CUESTA, A.: Objetivo: matar a Franco: (La Falange contra el Caudillo), Madrid, Edic. 99, 1976, p. 56. DÁVILA Y FERNÁNDEZ DE CELIS, S.: José Antonio, Salamanca y otras cosas, p. 118; THOMÀS, J.M.: Lo que fue la Falange: la Falange y los falangistas de José Antonio, Hedilla y la Unificación, Franco y el fin de la Falange Española de las JONS, p. 174; PAYNE, S.G.: Franco y José Antonio, el extraño caso del fascismo español: historia de la Falange y del Movimiento Nacional (1923-1977), p. 411. CLEMENTE, J.C.: Breviario de historia del carlismo, Brenes (Sevilla), Muñoz Moya, 2000, p. 44; VILLANUEVA MARTÍNEZ, A.: El carlismo navarro durante el primer franquismo, 1937-1951, p. 37; BURGO, J.D.: Conspiración y guerra civil, p. 771. RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: Historia de Falange Española de las JONS, p. 290; GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 435. Es probable que este sector del tradicionalismo sí conociera la respuesta definitiva de Fal 125
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Conde, y su grupo, a las propuestas de Pemán y Pemartín, y que, al no estar de acuerdo, siguieran trabajando en pro de algún tipo de unión. Hablaba de un Ejército con un concepto del deber “exclusivamente hacia la Patria, que lo aleje de toda aventura política”, HEDILLA, M. y JEREZ RIESCO, J.L.: La falange del silencio: escritos, discursos y declaraciones del II Jefe Nacional de la Falange, p. 154. Íbid., p. 155. Íbid., p. 152. Íbid., p. 156. Esta idea de una inevitable absorción del tradicionalismo dentro del falangismo, la defendería también el falangista Tito Menéndez ante el embajador italiano Cantalupo, ver: ESPADAS BRUGOS, M.: “España, 1937. Acotaciones a un diálogo ítaloespañol,” Cuadernos de Historia Contemporánea Extraordinario (2007), p. 80. Carta de la Junta Nacional Carlista a S.E. el Generalísimo, 10 de marzo de 1937, AGUN/MFC/178. La comisión estaría formada por formada por José Martínez Berasáin, Claudio Mazón y José María García Verde, pero quienes acudieron a Lisboa fueron Martínez Berasáin, José María Mazón y Antonio Garzón. Acta de la reunión celebrada por el Consejo de la Tradición en Burgos el día veintidós de marzo de mil novecientos treinta y siete, AGN /DFN/51189/4. Jaime del Burgo afirma que los asistentes a la asamblea fueron coaccionados por un grupo de requetés procedentes de Navarra, BURGO, J.D.: Conspiración y guerra civil, p. 766. Sin embargo, no deja de ser llamativo que Antonio Garzón, uno de los que estaba más convencido de que habían existido dichas coacciones, dijera no haberse enterado de que las hubo hasta después de finalizada la reunión. Carta de Antonio Garzón a José Martínez Berasáin y José María Mazón, 31 de marzo de 1937, AGUN/MFC/178. Por otro lado, resulta interesante citar la opinión de José María Valiente al respecto: “dan en decir algunos que les engañaron, y es grotesco creer que Berasáin sea bastante águila caudal para engañar a aquéllos 30 hombrecitos, bastante alejados todos de la primera dentición, y afirman otros que les coaccionaron, cosa igualmente bufa, porque ni ciertas amenazas misteriosas que allí se insinuaron, ni la presencia de los Requetés de Navarra, es lícito suponer que impresionasen lo más mínimo, a hombres como D. Jaime, José Luis [¿Zamanillo?], y otros alfeñiques por el estilo. […] acaso quisieron engañar y coaccionar, pero lo que digo es que ni coaccionaron ni engañaron. No: tus amigos fueron unos imbéciles”, Carta de José María Valiente a Manuel Fal Conde, 14 de abril de 1937, AGUN/MFC/277. No obstante, no le falta razón a Manuel Martorell cuando dice que las convocatorias de Burgos y Pamplona se realizaron de modo irregular y en unas circunstancias que no podían garantizar la total libertad e independencia en la toma de de-
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cisiones, MARTORELL, M.: Retorno a la lealtad: el desafío carlista al franquismo, p. 23. Copia de las notas de Domingo Tejera acerca de la reunión del Consejo de la Tradición, marzo de 1937, AGUN/MFC/262. Ver cartas cruzadas entre Antonio Garzón, Manuel Fal Conde, José María Mazón y José Martínez Berasáin, AGUN/MFC/178. De la misma opinión que Fal era Zamanillo, Carta de José Luis Zamanillo a José Martínez Berasáin, 7 de abril de 1937, AGUN/MFC/178. Los planes ya debían de estar en marcha, puesto que entre los rumores citados por los asistentes, se hablaba de la creación de un directorio cuya presidencia y vicepresidencia recaerían en Franco y Rodezno, respectivamente, y que estaría formado por tres falangistas, 3 tradicionalistas y 6 miembros más, que serían nombrados directamente por Franco. Asambleas extraordinarias de la JCCGN, 4 y 7 de abril de 1937, AGN/DFN/51189/4. Así se lo manifestaron al príncipe regente, Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 10 de abril de 1937, AGUN/MFC/178. Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 10 de abril de 1937, íbid. THOMÀS, J.M.: “Actas de las reuniones de la Junta de Mando Provisional de Falange Española de las JONS celebradas durante el periodo 5 de diciembre de 1936-30 de marzo de 1937,” pp. 342-343. MARTÍNEZ DE BEDOYA, J.: Memorias desde mi aldea, Valladolid, Ámbito, 1996, p. 107. Andrés Redondo fue definitivamente expulsado el 8 de enero de 1937, THOMÀS, J.M.: “Actas de las reuniones de la Junta de Mando Provisional de Falange Española de las JONS celebradas durante el periodo 5 de diciembre de 1936-30 de marzo de 1937,” pp. 345. Sobre estas facciones, ver: PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, pp. 150-152; GIMÉNEZ-ARNAU, J.A.: Memorias de memoria: descifre vuecencia personalmente, Barcelona, Destino, 1978, p. 82; GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 374. En cuanto a Giménez Caballero, tenía motivos obvios para querer dificultar la actuación de Hedilla, pues la Junta de Mando le había prohibido hablar en público sin autorización expresa, THOMÀS, J.M.: “Actas de las reuniones de la Junta de Mando Provisional de Falange Española de las JONS celebradas durante el periodo 5 de diciembre de 1936-30 de marzo de 1937,” pp. 350. Una prohibición nada extraña, si tenemos en cuenta que ya antes había levantado recelos en el mando, por el excesivo protagonismo que se auto-arrogaba, ver: PRIMO DE RIVERA, J.A.: Obras completas. Edición del centenario, p. 884. PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 163. Documents on German foreign policy 1918-1945: from the archives of the German Foreign Ministry. Series D, 1937-1945. Volume III, Germany and the Spanish Civil War 1936-1939, p. 120. 127
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“His task consists essentially in advising General Franco upon request, in representing our interests with him, and in informing us of developments”, íbid., p. 134. También ver PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 195. “Tito Menéndez Rubio me ha anunciado la próxima visita de Manuel Hedilla, jefe provisional de la Falange, el cual desea manifestarme su deseo de ‘hacer saber a Roma que pese a que los alemanes habían ayudado al movimiento falangista e intentado estrechar fuertes vínculos entre nazismo y falangismo, mientras que los italianos hasta hoy mismo se han desinteresado absolutamente de la Falange, ellos han intentado siempre con respecto a los jefes nazis mantener una actitud de cortés prudencia porque piensa que si la Falange precisa de una paternidad espiritual, esta no podrá ser mas que mussoliniana’”, ESPADAS BRUGOS, M.: “España, 1937. Acotaciones a un diálogo ítaloespañol,” pp. 72-73. Farinacci se dedicó principalmente a recoger información, pero también propuso un candidato italiano al trono de España, PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 197. ESPADAS BRUGOS, M.: “España, 1937. Acotaciones a un diálogo ítaloespañol,” p. 78. ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, pp. 152-154; RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: Historia de Falange Española de las JONS, p. 292. El día doce fueron convocados el conde de Rodezno, el conde de la Florida, Martínez Berasáin y Marcelino Ulibarri, Carta del conde de Rodezno a Manuel Fal Conde, 16 de abril de 1937, AGUN/MFC/178 y 257; GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 441. Asamblea extraordinaria de la Comunión Tradicionalista de Navarra, AGUN/MFC/178. Asamblea extraordinaria de la Comunión Tradicionalista de Navarra, 16 de abril de 1937, AGUN/MFC/178 y AGN/DFN/ 51189/4. Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 18 de abril de 1937, AGUN/MFC/178. Así se lo explicaron a Dionisio Ridruejo, RIDRUEJO, D.: Casi unas memorias, ed. Gómez, César Armando, Barcelona, Planeta, 1977, p. 92. Parece que la oposición de Moreno se debía al hecho de haber sido destituido como jefe territorial de Navarra, a causa de la falta de control sobre la represión, MORALES, G.: Falangistas contra el caudillo, pp. 39-40; PONS PRADES, E.: Realidades de la Guerra Civil: mitos no, ¡hechos!, Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, p. 437. ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, pp. 155-157; PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 164. Jesús Muro, que iba a ser uno de los triunviros, se negó a formar parte del triunvirato, y fue sustituido por José Moreno. Casi inmediatamente, Muro
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se trasladó a Zaragoza, una vez conseguido lo que buscaba, la destitución de Hedilla. Ver: THOMÀS, J.M.: Lo que fue la Falange: la Falange y los falangistas de José Antonio, Hedilla y la Unificación, Franco y el fin de la Falange Española de las JONS, pp. 179-180; GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 453. GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 454; ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, p. 158. Sobre estos hechos hay numerosas fuentes y variadas versiones, para más información ver: ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, pp. 155-160; GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, pp. 447-473; DÁVILA Y FERNÁNDEZ DE CELIS, S.: José Antonio, Salamanca y otras cosas, pp. 8385; SOUTHWORTH, H.R.: Antifalange, estudio crítico de “Falange en la guerra de España, la unificación y Hedilla” de Maximiano García Venero, pp. 225237 y 190-210; PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, pp. 165-166; RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: Historia de Falange Española de las JONS, pp. 291-295; RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: “La eliminación de Hedilla,” Historia 16, 132 (1987), pp. 19-26pp. 24-25. También se puede consultar la versión de los hechos que se reproduce en el proceso judicial contra Manuel Hedilla, Archivo de la Fundación Francisco Franco, Doc. 27005. THOMÀS, J.M.: Lo que fue la Falange: la Falange y los falangistas de José Antonio, Hedilla y la Unificación, Franco y el fin de la Falange Española de las JONS, p. 186. La defensa que hizo Hedilla de sí mismo y su versión de lo ocurrido en el Consejo pueden consultarse en: GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, pp. 486-491; también puede consultarse la transcripción de Vicente Cadenas en: CADENAS Y VICENT, V.: Actas del último Consejo Nacional de Falange Española de las JONS. (Salamanca, 18/19-IV-1937) y algunas noticias referentes a la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda, pp. 89-97 y 112-115. ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, p. 163; PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, pp. 167-168; RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: Historia de Falange Española de las JONS, p. 296. Álvarez Puga afirmó que a Hedilla se le otorgaron todas las facultades de un jefe nacional, sin hacer mención del posible regreso de José Antonio o de Fernández Cuesta. Sin embargo, Venero señala que sólo Vicente Cadenas y José Sáinz votaron por esta condicionalidad, y que nadie los secundó, ver: GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 491. No obstante, las informaciones del propio Cadenas niegan esta versión, y aseguran que la única condición a la jefatura de Hedilla fue la futura reaparición de José Antonio o Fernández Cuesta, ver: CADENAS Y VICENT, V.: Actas del último Consejo Nacional de Falange Española de las JONS. (Salamanca, 18/19-IV-1937) y algunas noticias referentes a la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda, pp. 72 y 107. 129
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CADENAS Y VICENT, V.: Actas del último Consejo Nacional de Falange Española de las JONS. (Salamanca, 18/19-IV-1937) y algunas noticias referentes a la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda, p. 106. GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 492. Se insistía, entre otras cosas, en el mantenimiento de los veintisiete puntos, del himno de la Falange, del SEU como sindicato único, y en la implantación de la bandera con las flechas de Falange, CADENAS Y VICENT, V.: Actas del último Consejo Nacional de Falange Española de las JONS. (Salamanca, 18/19-IV-1937) y algunas noticias referentes a la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda, pp. 125-127. THOMÀS, J.M.: Lo que fue la Falange: la Falange y los falangistas de José Antonio, Hedilla y la Unificación, Franco y el fin de la Falange Española de las JONS, p. 188. GARCÍA VENERO, M.: Testimonio de Manuel Hedilla, p. 495; ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, p. 164; CADENAS Y VICENT, V.: Actas del último Consejo Nacional de Falange Española de las JONS. (Salamanca, 18/19IV-1937) y algunas noticias referentes a la Jefatura Nacional de Prensa y Propaganda, p. 131. También los generales Mola y Queipo de Llano conocieron el decreto antes de que se hiciera público, CABANELLAS, G.: Cuatro generales, volumen 2, p. 394. BOE, nº 182, 20 de abril de 1937. “Las dictaduras, el mandato de un caudillo, los plenos poderes, como órganos o instituciones políticas, son interinos, porque no hay más institución permanente que la Monarquía”, Carta de Francisco Javier de Borbón a Joaquín Baleztena, 26 de julio de 1937, AGUN/MFC/178. BOE, nº 182, 20 de abril de 1937. SERRANO SUÑER, R.: Entre Hendaya y Gibraltar: (noticia y reflexión, frente a una leyenda, sobre nuestra política en dos guerras), p. 31. En todo caso, su jurisdicción debía limitarse al partido, mientras que las autoridades del Estado no debían intervenir en FET; claro que este segundo supuesto quedaba invalidado, ante el hecho de que el Jefe del Estado fuera también Jefe Nacional del partido. ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, p. 173. BOE, nº 187, 25 de abril de 1937. MOROTE PONS, R.: La Falange a Mallorca entre la República i el primer Franquisme: espectre sociopolític, Universitat de les Illes Balears, 2000, p. 221. ESPADAS BURGOS, M. y COMELLAS, J.L.: Historia general de España y América. T. 19-2, la época de Franco, Madrid, Rialp, 1987, p. 53. Parece que también intentó convencer a Franco de que cambiara la composición del Secretariado, e incluyera a Dionisio Ridruejo, Pilar Primo de Rivera o al general Yagüe. PENELLA, M.: La falange teórica, Barcelona, Planeta, 2006, p. 369.
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AGUN/MFC/133/258; HEDILLA, M. y JEREZ RIESCO, J.L.: La falange del silencio: escritos, discursos y declaraciones del II Jefe Nacional de la Falange, p. 205. “En el seno interno de F.E. de las J.O.N.S. pudiera haberse interpretado como recompensa a mi gestión en pro de la unificación” en “Carta de Hedilla a Franco dando explicaciones y solicitando perdón” (5 de junio de 1937) en Documentos inéditos para la historia del Generalísimo Franco, 4 vols., Madrid, Fundación Nacional Francisco Franco, 1992, p. 124 y en AFNFF, Doc. nº 27001. No son extrañas estas presiones por parte de Pilar Primo de Rivera, que se refería a la Unificación de la siguiente manera: “nos sentó muy mal, sobre todo porque aún no sabíamos a ciencia cierta la muerte de José Antonio; se le seguía considerando ‘el Ausente’, y esa sustitución, aunque fuera por Franco, en la jefatura de la Falange no nos gustó nada”, PRIMO DE RIVERA, P.: Recuerdos de una vida, Madrid, Dyrsa, 1983, pp. 109-110. RIDRUEJO, D.: Casi unas memorias, p. 94. El telegrama decía: “Generalísimo ordenará conducto mando supremo Falange. Sancionaré severamente cualquier iniciativa propia sobre decreto de fusión. Acusa recibo. El jefe nacional. Hedilla”, RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: Historia de Falange Española de las JONS, p. 307; HEDILLA, M. y JEREZ RIESCO, J.L.: La falange del silencio: escritos, discursos y declaraciones del II Jefe Nacional de la Falange, p. 176. ÁLVAREZ PUGA, E.: Historia de la Falange, p. 170. Según las declaraciones de otros detenidos, AFNFF, Doc. 27005, folios 1-3. AFNFF, Doc. 27005, folio 5. También se pueden consultar extractos de las declaraciones de algunos procesados en el Doc. 26953. No parece que Franco estuviera decidido, desde un principio, a hacer efectiva la condena a muerte. Las fuentes alemanas señalan que por recomendación de Danzi, Franco había llegado a considerar la posibilidad de enviar a Hedilla a Alemania o a Italia por unos meses, para poder aplicar lo aprendido allí a la reconstrucción española, pero finalmente desechó la idea. Tampoco los alemanes, al menos Faupel, consideraban la muerte de Hedilla como una medida inteligente, pues “will make a very bad impression and that it is dangerous to create martyrs in the present situation”, Documents on German foreign policy 1918-1945: from the archives of the German Foreign Ministry. Series D, 1937-1945. Volume III, Germany and the Spanish Civil War 1936-1939, pp. 285 y 312. Ese mismo año cruzó varias cartas con antiguos camaradas, con el objeto de demostrar definitivamente su inocencia. Copias de algunas de estas cartas han aparecido en AGUN/MFC/133/258 y en Centro Documental de la Memoria Histórica / Dionisio Ridruejo / Caja 5/1. También a este objeto respondían las cartas que cruzó con Ramón Serrano Suñer, con ocasión de la publicación del libro “Entre Hendaya y Gibraltar”, y en las que negó, entre 131
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otras cosas, haber recibido consejos y apoyo del embajador alemán Von Fauppel, también llegó a afirmar que Franco era consciente de su inocencia, ver: AGUN/MFC/133/258 y HEDILLA, M. y JEREZ RIESCO, J.L.: La falange del silencio: escritos, discursos y declaraciones del II Jefe Nacional de la Falange, pp. 200 y 205. BOE, nº 271, 13 de mayo de 1937. RIDRUEJO, D.: Casi unas memorias, p. 102; PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 175. Ignacio Merino narra en su libro algunas de las conversaciones entre Ramón Serrano Suñer y Dionisio Ridruejo, en las que éste último expresaba la protesta falangista por el nombramiento del Secretariado Político y por las detenciones que se habían producido, MERINO, I.: Serrano Suñer: conciencia y poder, Madrid, Algaba, 2004, p. 230-231. AGUN/MFC/133/258. BOE, nº 187, 25 de abril de 1937. Tan solo el Ejército y la Armada conservaban su saludo propio. Telegrama circular nº 10, 14 de Mayo de 1937, Boletín del Movimiento, p. 8. Además, como era habitual que los requetés se negaran a hacer el saludo, alegando que podían hacer el militar (ver correspondencia en AGUN/MFC/187), aún en una fecha tan tardía como 1942, la Jefatura Nacional tuvo que emitir un decreto aclarando quiénes y en qué ocasiones estaban obligados a realizar el saludo nacional, así como cuáles eran los cantos nacionales. Decreto de 17 de julio de 1942 por el que se refunden las disposiciones vigentes en lo que respecta al Himno Nacional, Cantos Nacionales y Saludos, Boletín del Movimiento, p. 1623. Posiblemente se refiere a Luis Arellano. “Ortogosa” en el texto. Esta consigna quedaría confirmada por un documento posterior, en el que afirmaba que tras la Unificación, se ordenó a los comisarios carlistas que no cumplieran órdenes ni obedecieran a otras autoridades que no fueran las del recién creado partido, Dictamen privado sobre la orientación a seguir por la Comunión Tradicionalista en los presentes momentos, Junio de 1937, AGUN/MFC/178. Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón. La carta no está fechada, pero una misiva posterior que hace referencia a la misma fue escrita el día 23 de abril. Íbid. Estos textos fueron redactados en los días posteriores a la proclamación del Decreto de Unificación y también se encuentran en AGUN/MFC/178. Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 27 de abril de 1937, íbid. Carta de Joaquín Baleztena, Gabino Martínez, Blas Ynza y Juan Ángel Ortigosa (hay una firma más pero resulta ilegible) a Francisco Javier de Borbón, 20/4/37, íbid.
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Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 5/5/37, íbid. Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 23/4/37, íbid. Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 23/4/37, íbid. Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 5/5/37, íbid. AGUN/MFC/133/258. TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 138. “Hemos sido designados por el Generalísimo, no ha sido solicitada nuestra aceptación”, Carta del conde de Rodezno, Luis Arellano, José María Mazón el conde de la Florida a Francisco Javier de Borbón, 24 de abril de 1937, AGUN/MFC/178. Situación de la Comunión Tradicionalista en el Cuartel General, Notas de Codorniu, AGUN/MFC/257. Benigno Oreja Elósegui, delegado nacional de Sanidad y vocal del Consejo Nacional de Sanidad; Julio Muñoz Aguilar, inspector general y vocal del Consejo Nacional de Prensa y Propaganda; Juan Echandi Indart, secretario de despacho del Secretariado Político; Ricardo Rada, subjefe de la Milicia Nacional; Jesús Elizalde, asesor político de la Milicia Nacional y Eladio Esparza, vicepresidente del Consejo. Septiembre de 1937, Boletín del Movimiento, p. 24. Situación de la Comunión Tradicionalista en el Cuartel General, Notas de Codorniu, AGUN/MFC/ 257. Carta de Agustín Tellería a Francisco Javier de Borbón, 28 de abril de 1937, AGUN/MFC/178. Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 3 de junio de 1937, íbid. Íbid. Dictamen privado sobre la orientación a seguir por la Comunión Tradicionalista en los presentes momentos, Junio de 1937, AGUN/MFC/178. En todas las cartas enviadas por Fal Conde al príncipe regente durante estos meses de 1937, aparece constantemente la crítica a los carlistas que habían aceptado formar parte del Secretariado y se destaca su fracaso. Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 16 de junio de 1937, AGUN/MFC/178. Dictamen privado sobre la orientación a seguir por la Comunión Tradicionalista en los presentes momentos, Junio de 1937, íbid. Tres meses bastarían para que el conde de Rodezno y Luis Arellano dejaran de asistir a las reuniones del Secretariado. TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 143. De hecho, parece que la experiencia había convencido a Rodezno de que era mejor no ostentar cargos dentro de FET, Carta del conde de Rodezno a Luis Doreste Morales, 2 de agosto de 1937, AGUN/MFC/257. Telegrama circular nº 1, 30 de Abril de 1937, Boletín del Movimiento, p. 6. 133
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Ejemplo de ello era la queja que elevaba, al Secretariado Político, el antiguo comisario carlista de guerra de la provincia de Soria. Se quejaba de que tras haber sido nombrado jefe provincial por López Bassa para ser sustituido en el cargo, semanas más tarde, por el antiguo jefe local de la Falange de Soria, impidiéndosele además que se encargara, ni tan siquiera, de la secretaría provincial. Queja al Secretariado Político, Soria, 9 de julio de 1937, AGUN/MFC/190. Telegrama circular nº 2, 4 de Mayo de 1937, Boletín del Movimiento, p. 6. Telegrama circular nº 5, íbid, p. 7. Circular nº1, 7 de mayo de 1937, AGA 9 (17.12) 51/21102. Carta de Luis Doreste al Secretariado Político de FET y de las JONS, 5 de junio de 1937, AGUN/MFC/189. Carta de Luis Doreste al Secretariado Político de FET y de las JONS, 29 de mayo de 1937, íbid. Carta de la Junta Central Carlista de Guerra a la Junta de Defensa Nacional de Burgos, 24 de septiembre de 1936, AGN/DFN /51179. Circular nº1, 7 de mayo de 1937, AGA 9 (17.12) 51/21102. Notas de Tejera, 1937, AGUN/MFC/257. AGA 9 (17.12) 51/21102. Esta falta de formación militar no eximía a la organización civil de la prerrogativa de participar en los desfiles oportunos, e, incluso, de organizarlos. Telegrama circular nº 9, 10 de Mayo de 1937, Boletín del Movimiento, p. 7. Conocedor de la norma, antes incluso de que fuera publicada, Fal Conde culpaba de este ataque a la Comunión al carlista Fausto Gaiztarro, que había aceptado ocuparse de la Delegación Nacional de Administración, Carta de Manuel Fal Conde al Francisco Javier de Borbón, 7 de mayo de 1937, AGUN/MFC/178. Telegrama circular nº 10, 14 de Mayo de 1937 y Telegrama circular nº 25, 24 de junio de 1937, Boletín del Movimiento, p. 8-9. NÖRLING, E.: “La Obra Nacional Corporativa. El proyecto fracasado de estructura sindical tradicionalista en el primer franquismo, 1936-1939,” Aportes 22, 65 (2007), pp. 98-117p. 111. Esta disputa entre corporativismo y sindicalismo se reflejó también en la prensa, especialmente en los diarios El Pensamiento Navarro y Arriba España. Telegrama circular nº 16, 11 de junio de 1937, Boletín del Movimiento, p. 8. También en la correspondencia provincial, consultada en el AGA, se hace evidente esta tendencia. Carta de Martínez Berasain a Luis Arellano, 25 de mayo de 1937, AGN/DFN/51187/4. Nota oficiosa de la Delegación Provincial de FET y de las JONS en Navarra, 21 de julio de 1937, AGN/DFN/51186.
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Circular nº 8, 24 de junio de 1937, AGA 9 (17.12) 51/21102. Circular de la Sección Femenina, septiembre de 1937, Boletín del Movimiento, p. 45. Circular de la Sección Femenina, 30 de Junio de 1937, Boletín del Movimiento, p. 42. Desde Las Palmas, el secretario provincial, Luis Doreste Morales, de procedencia carlista, solicitó al Secretariado Político que se permitiera a las margaritas integrarse únicamente en la Delegación de Asistencia al Frente, para evitar así que tuvieran que convivir y trabajar con las falangistas de la Sección Femenina. Carta de Luis Doreste al Secretariado Político, 3 de julio de 1937, AGUN/MFC/189. Informe elaborado por el inspector regional sobre Logroño, dirigido a la Delegación Nacional de Provincias, noviembre de 1939, AGA 9 (17.10) 51/20532. Circulares de la Sección Femenina de 15 y 30 de Junio y 6 de julio de 1937, Boletín del Movimiento, p. 42. También en este sentido, obligaría a las enfermeras a llevar sobre la bata blanca el emblema falangista, circular de 9 de agosto de 1937, Boletín del Movimiento, p. 43. Circular de la Sección Femenina, septiembre de 1937, Boletín del Movimiento, p. 45. Nombramientos de delegados nacionales, mayo de 1937, Boletín del Movimiento, p. 6. PAREJO FERNÁNDEZ, J.A.: “Falangistas y requetés: historia de una absorción violenta,” , p. 10. El 19 de agosto de 1937 quedó unificado el SEU, bajo la presidencia de Pedro Sainz Rodríguez, delegado nacional de Educación y Cultura, de Eliodoro Fernández Canepa (SEU) y José María Zaldívar (AET). Circular nº 23 del SEU de Alicante, 1937, AGA 9 (17.10) 51/20507. RUIZ CARNICER, M.A.: “El Sindicato Español Universitario (SEU) del distrito de Zaragoza durante la guerra civil (1936-1939),” Revista de historia Jerónimo Zurita, 53-54 (1986), p. 90. Cartas de José María Olazábal sobre unificación con el SEU, Septiembre de 1938. AGUN/MFC/272. 23 de octubre de 1937, Boletín del Movimiento, pp. 83-85. SANTA CRUZ, M.D.: Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español: 1939-1966, Madrid, Gráficas Gonther, 1979, vol. 1, p. 166. BOX, Z.: España, año cero la construcción simbólica del franquismo, Madrid, Alianza Editorial, 2010, p. 153. Íbid., p. 158. SANTA CRUZ, M.D.: Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español: 1939-1966, vol. 1, p. 114. Circular nº 4, 10 de junio de 1937, AGA 9 (17.12) 51/21102. 135
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AFNFF, Doc. 6285, folio 4. Texto solicitando aclaración sobre las normas de integración, AGA 9 (17.02) 51/191794. Circular nº 5, 15 de junio de 1937, AGA 9 (17.12) 51/21102. Circular nº 6, junio de 1937, AGA 9 (17.12) 51/21102; Telegrama circular nº 33, 7 de julio de 1937 y Telegrama circular nº 36, 10 de julio de 1937, Boletín del Movimiento, pp. 10-11. En este sentido, los carlistas Arrúe, Juaristi y Zuazaola protestaron por la absorción del diario La Voz de Guipúzcoa, TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 297. Este diario fue absorbido por FET y transformado en La Voz de España, GONZÁLEZ CALLEJA, E.: “La prensa carlista y falangista durante la Segunda República y la Guerra Civil (19311937),” El Argonauta español 9 (2012), http://argonauta.revues. org/819, última consulta 9/11/2013. Carta de Manuel Fal Conde a Raimundo Fernández Cuesta, 2 de marzo de 1938, AGUN/MFC/178. 6 de mayo de 1937, AGUN/MFC/133/258. Telegrama circular nº 3, mayo de 1937, Boletín del Movimiento, p. 6. Telegrama circular nº 11, Boletín del Movimiento, p. 8. Carpeta Falange y religión, AGUN/MFC/259. AGUN/MFC/133/258. Íbid. Aparte de los problemas reflejados por las quejas tradicionalistas, hay que destacar que el carlismo experimentó, asimismo, un fuerte golpe tras la Unificación en una zona tan importante como Cataluña, donde a pesar de la mayor presencia de la Comunión Tradicionalista, el decreto trajo consigo un predominio falangista sobre la organización del partido, THOMÀS, J.M.: “Falangistes i carlins catalans a la “zona nacional” durant la Guerra civil (1936-1939),” pp. Circular nº 11, 7 de julio de 1937, AGA 9 (17.12) 51/21102. AFNFF, Doc. 6280. 24 de octubre de 1937. Sobre la situación en Navarra, ver también: SANZ-ORRIO Y ARRAIZA, E.: Fermín Sanz-Orrio: luchador por la justicia social, Astorga (León), Akrón, 2009, pp. 163-164. AFNFF, Doc. 6285. Además de señalar la presencia de dos tradicionalistas navarros en el Secretariado, aseguraban que habían acaparado casi todos los cargos: “a excepción de la Delegación de Sanidad, con la que fueron conformes, la Delegación provincial y local, la Provincial de Prensa y Propaganda, Delegación Idem de Sindicatos, de Organizaciones Juveniles, de Comunicaciones y Transportes, de Tesorería y Administración, de Información e Investigación, de Milicias, de Censura de Correos, de Defensa Antiaérea, de Justicia y Derecho y hasta trató de lanzar de su puesto al Delegado Provincial de Auxilio Social”, íbid. Según un informe tradicionalista, en los primeros días se les
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otorgaron las jefaturas de Navarra, Burgos, Vascongadas, Ávila, Orense y Granada, a las que posteriormente sumarían Valencia y Cataluña. AGUN/MFC/133/258. Contestación a las circulares recibidas del Secretariado Político por la Jefatura Provincial de Cádiz, AGA 9 (17.02) 51/19174. Circular nº 11, 7 de julio de 1937, AGA 9 (17.12) 51/21102. AGUN/MFC/133/258. AFNFF, Doc. 26943; Documentos inéditos para la historia del Generalísimo Franco, pp. 156-159. AGUN/MFC/133/258. En su informe al cardenal Pacelli, Gomá se refería así a la situación interna en la España de Franco: “la ventaja se inclina a favor de Falange. Han contribuido a ello los siguientes factores: 1º Quizás los designios del Generalísimo que adoptó para la fusión la denominación preponderante de Falange y el programa de la misma Falange concretado en los veintiséis puntos que tuve el honor de remitir a Vuestra Eminencia; 2º El temperamento invasor de los que componen Falange, que contrasta con el mesurado de los Requetés; 3º La labor de los dirigentes Falangistas, que ha sido más tenaz y más inconsiderada que la de los Tradicionalistas, mucho más respetuosos con respecto a la ideología y a las personas del otro bando; 4º Sobre todo, la influencia tendenciosa de los alemanes […] que han infundido o tratan de infundir en Falange Española, según hechos que no dejan lugar a duda, el espíritu absorbente y conquistador del hitlerismo; 5º Por su parte, los elementos de valía de la Comunión Tradicionalista, por su espíritu de sumisión y para evitar escisiones que hoy serían funestas, no han opuesto a la invasión de Falange más que débil resistencia”, RODRÍGUEZ AISA, M.L.: El cardenal Gomá y la guerra de España: Aspectos de la gestión pública del Primado: 1936-1939, Madrid, Instituto Flórez CSIC, 1981, p. 457. Sobre la actitud y las dudas del cardenal Gomá, ver también: REDONDO, G.: Historia de la Iglesia en España, 1931-1939. Tomo II La guerra civil, 1936-1939, Madrid, Rialp, 1993, pp. 296-298. “8. Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto: con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aún de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a ella. […] 11. Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son gotitas de agua en un cubo”, Encíclica 137
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Mit brennender sorge, 14 de marzo de 1937. Se puede consultar en: http://www.vatican.va/holy_father/pius_xi/ encyclicals/documents/hf_pxi_enc_14031937_mit-brennender-sorge_sp.html. RODRÍGUEZ AISA, M.L.: El cardenal Gomá y la guerra de España: Aspectos de la gestión pública del Primado: 1936-1939, pp. 160-162 y 183; REDONDO, G.: Historia de la Iglesia en España, 1931-1939. Tomo II La guerra civil, 1936-1939, pp. 208-210 y 379. AGUN/MFC/133/258. La O.N.C. se fundó en Burgos, en noviembre de 1936, bajo la dirección de José María Arauz de Robles. CANAL, J.: Banderas blancas, boinas rojas: una historia política del carlismo,1876-1939, p. 334. Esta carta aparece fechada el 6 de junio de 1937, AGUN/MFC/133/259. Al final del documento se señala que se trata de una copia de una copia de un informe. Este texto, encontrado junto a la carta dirigida al Jefe del Estado, podría haber formado parte del Plan de la O.N.C., AGUN/MFC/ 133/259. Para más información sobre el “Plan”, su difusión y repercusión, ver: BERNAL GARCÍA, F.: El sindicalismo vertical: burocracia, control laboral y representación de intereses en la España franquista (1936-1951), Madrid, Asociación de Historia Contemporánea Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2010, pp. 96-101 y NÖRLING, E.: “La Obra Nacional Corporativa. El proyecto fracasado de estructura sindical tradicionalista en el primer franquismo, 1936-1939,”. PRIMO DE RIVERA, J.A.: Discursos y escritos (1922-1936): obras completas, p. 642 y PRIMO DE RIVERA, J.A.: Obras completas. Edición del centenario, pp. 955-956. De todas formas, también dentro del falangismo existía confusión y opiniones encontradas respecto a la organización sindical, ver BERNAL GARCÍA, F.: El sindicalismo vertical: burocracia, control laboral y representación de intereses en la España franquista (1936-1951), pp. 77-78 y 88. FRANCO BAHAMONDE, F.: Palabras del Caudillo: 19 Abril 1937-7 Diciembre 1942, Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1943, pp. 324-325. Íbid.p. 336. Íbid.p. 347. Íbid.p. 345. Las fuentes alemanas señalan que habían procurado a Franco varios textos y documentos, entre ellos un ejemplar de su legislación laboral, y habían puesto a su disposición especialistas en legislación social. También los italianos habían hecho algo semejante: “Signor Danzi, […] some days ago gave General Franco or his brother a draft made by him, Danzi, of a constitution leaning heavily on the Italian model. From statements which Franco made to me, I do not believe that he will consider adopting this draft”, Documents
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on German foreign policy 1918-1945: from the archives of the German Foreign Ministry. Series D, 1937-1945. Volume III, Germany and the Spanish Civil War 1936-1939, p. 278. Además, durante el año 1937 se establecieron relaciones entre FET de las JONS y el NSDAP, y se organizaron viajes de delegaciones españolas a Alemania. Por ejemplo, se invitó a la delegación de FET a participar en el Congreso del Partido Nacional Socialista en Nuremberg, AGA 9 (17.12) 51/21102. También se organizó una visita de la Sección Femenina a Alemania, Fotos, 18 de diciembre de 1937. AGUN/MFC/133/258. La carta al Jefe del Estado está consignada en este informe, dentro de su anexo nº 5. AGUN/MFC/133/258. Este texto aparece consignado en el informe como anexo nº 6, AGUN/MFC/133/258. A pesar de que la figura del líder jonsista quedó claramente arrinconada, sus tendencias revolucionarias, e incluso laicistas, preocuparon a la jerarquía eclesiástica. El propio cardenal Gomá se escandalizó por el hecho de que se permitiera la publicación de su Discurso a las juventudes de España, GONZÁLEZ CUEVAS, P.C.: El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX: de la crisis de la Restauración al Estado de los partidos (18982000), Madrid, Tecnos, 2005, p. 177. Los tradicionalistas llegaron a pensar que dicha denominación no tardaría en desaparecer de la rotulación del partido, AGUN/MFC/133/258. Además, como ya señaló Rodríguez Jiménez, durante el franquismo, las reediciones de obras de escritores JONSistas fueron, muy a menudo, censuradas y mutiladas, y eso, si es que llegaban a ser reeditadas, RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, J.L.: “Incidentes entre Falange y Ejército, 1936-39,” Historia 16 12, 130 (1987), pp. 19-22 19. CHUECA, R.L.: El fascismo en los comienzos del régimen de Franco: un estudio sobre FET-JONS, ed. Centro de Investigaciones, Sociológicas, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1983, pp. 180-181. BOE, nº 291, 7 de agosto de 1937. En 1936, la Comunión Tradicionalista contaba con 18 jefaturas regionales, 35 jefes provinciales, 2 delegaciones en América, una delegación de Propaganda, otra de Requetés y otra de Juventudes. Además, contaba con muchos más medios de prensa y cultura que Falange: una junta nacional de prensa, una oficina de prensa, una agencia de noticias, un consejo de cultura, 10 diarios, 12 semanarios, 3 revistas, 2 publicaciones quincenales, una mensual y 5 boletines. Informes del Consejo de la Comunión, AGUN/MFC/176. Posteriormente, con la creación de la Junta Nacional Carlista de Guerra, esta estructura se adaptó a las condiciones bélicas, dando prioridad al mantenimiento y formación del Requeté y a las relaciones con el mando. No obstante, con la reorganización aparecieron nue139
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vas delegaciones que también podrían haber servido de modelo como la de Gremios y Corporaciones, la de Educación Nacional y la de Administración. Nueva constitución de la Junta Nacional Carlista de Guerra, Febrero de 1937, AGUN/MFC/178. Por último y aunque no se consignaban como delegaciones en estos documentos, hay que añadir a las organizaciones juveniles como Pelayos, Margaritas y AET. Audiencia del Generalísimo del 11 de Agosto de 1937, AGUN/MFC/178. AGUN/MFC/133/258. Íbid. “Parece que ahora con la próxima constitución del Consejo Nacional y nuevo Secretario Gral, pudieran variar las cosas; y tal vez no convenga, tratándose de poco tiempo, perder posiciones”, Carta del conde de Rodezno a Luis Doreste Morales, 6 de agosto de 1937, AGUN/MFC/257. BOE, nº 366, 21 de octubre de 1937. SUÁREZ FERNÁNDEZ, L.: Francisco Franco y su tiempo, ed. Franco, Fundación Nacional Francisco, vol. II, Madrid, Fundación Nacional Francisco Franco, 1984, p. 268. No obstante, simbólicamente el nº 1 se otorgó a Pilar Primo de Rivera y nº 2 al Conde Rodezno, ambos destacadas personalidades de sus respectivas facciones. Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 21/10/37, AGUN/MFC/178. Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 22/10/37, íbid. Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 24/10/37, íbid. Carta de Manuel Fal Conde a Francisco Javier de Borbón, 30/10/37, íbid. Carta de Francisco Javier de Borbón a Manuel Fal Conde, 6/11/37, íbid. Manifestaciones de Francisco Javier de Borbón, 5/12/37, AGUN/MFC/257. MARTORELL, M.: Retorno a la lealtad: el desafío carlista al franquismo, p. 50. CANAL, J.: Banderas blancas, boinas rojas: una historia política del carlismo,1876-1939, p. 345. AFNFF, Doc. 26943; Documentos inéditos para la historia del Generalísimo Franco, pp. 156-159. El descontento falangista ante la sumisión de las milicias al Ejército llegó a tal punto que Agustín Aznar y Fernando González Vélez trataron de formar una milicia al margen del Ejército. Evidentemente, aquello les costó su puesto en el partido. TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 304. AFNFF, Doc. 26943; Documentos inéditos para la historia del Generalísimo Franco, pp. 157. Circular nº 14, 9 de septiembre de 1937, AGA 9 (17.12) 51/21102; Boletín del Movimiento, nº 4, 15 de septiembre de 1937. Éstos habían expresado ya numerosas veces la necesidad de que Franco comenzase cuanto antes las reformas anunciadas, ver: Documents on German foreign policy 1918-1945: from the archives of the German Foreign Mi-
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nistry. Series D, 1937-1945. Volume III, Germany and the Spanish Civil War 1936-1939, pp. 278 y 285. Carta de Ramón Cazañas al camarada Cañizares, 23 de agosto de 1937, AFNFF, Doc. 6279. SERRANO SUÑER, R.: Entre Hendaya y Gibraltar: (noticia y reflexión, frente a una leyenda, sobre nuestra política en dos guerras), p. 59. ABC de Sevilla, 29 de octubre de 1937. Quejas tradicionalistas, AGUN/MFC/133/258. Íbid. Orden circular, 17 de agosto de 1938, AGA 9 (17.04) 52/14107. Boletín del Movimeinto, nº 15, 1 de marzo de 1938. Ordenanza de 25 de mayo de 1938, Boletín del Movimiento, nº 21, 1 de junio de 1938. Boletín del Movimiento, nº 22, 15 de junio de 1938. TUSELL, J.: Franco en la Guerra Civil: una biografía política, p. 293. Sobre el carlismo navarro en esta etapa: VILLANUEVA MARTÍNEZ, A.: El carlismo navarro durante el primer franquismo, 1937-1951; VILLANUEVA MARTÍNEZ, A.: “Organización, actividad y bases del carlismo navarro durante el primer franquismo,” y UGARTE TELLERÍA, J.: “El carlismo en la guerra del 36: la formación de un cuasi-estado nacional-corporativo y foral en la zona vasconavarra,”. Erik Nörling apunta que el nombramiento de González-Bueno tuviera por objeto mediar entre carlistas y falangistas, NÖRLING, E.: “La Obra Nacional Corporativa. El proyecto fracasado de estructura sindical tradicionalista en el primer franquismo, 1936-1939,” pp. 100. PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, pp. 191-194. CANAL, J.: Banderas blancas, boinas rojas: una historia política del carlismo,1876-1939, p. 344. PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, p. 194. BOE, nº 145, 25 de mayo de 1939. Dictámenes e informes presentados a la Jefatura Delegada de la Comunión Tradicionalista entre marzo y noviembre de 1941, AGUN/MFC/259. Ordenanza de depuración del partido, 20 de noviembre de 1941, Boletín del Movimiento, nº 128, 20 de noviembre de 1941; AGA 9 (17.02) 51/18949. TUSSELL, J.: Carrero: la eminencia gris del régimen de Franco, Grandes temas, Madrid, Temas de hoy, 1994, pp. 58-60. Carta del Jefe Provincial de Navarra al Vicesecretario General y Jefe de Provincias de FET y de las JONS, 12 de diciembre de 1941, AGA 9 (17.10) 51/20557. Íbid. AFNFF, doc. 64. PAYNE, S.G.: Franco y José Antonio, el extraño caso del fascismo español: 141
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historia de la Falange y del Movimiento Nacional (1923-1977), p. 564; TUSELL, J.: Franco y Mussolini, ed. García Queipo de Llano, Genoveva, Barce365
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lona, Planeta, 1985, pp. 158-159. Desde el Ministerio de Gobernación se elaboró una lista para valorar la presencia de personas ajenas y representantes del partido, que servían en sus organismos. AGA 9 (17.02) 51/18959. ELLWOOD, S.M.: Prietas las filas: historia de Falange Española (1933-1983), p. 145. PAYNE, S.G.: Franco y José Antonio, el extraño caso del fascismo español: historia de la Falange y del Movimiento Nacional (1923-1977), p. 567; ELLWOOD, S.M.: Prietas las filas: historia de Falange Española (1933-1983), p. 145. PALACIOS, J.: La España totalitaria: las raíces del franquismo, 1934-1946, Barcelona, Planeta, 1999, p. 386. ELLWOOD, S.M.: Prietas las filas: historia de Falange Española (1933-1983), p. 146; MARQUINA BARRIO, A.: “El atentado de Begoña,” Historia 16, 76 (1982), p. 12. ELLWOOD, S.M.: Prietas las filas: historia de Falange Española (1933-1983), p. 146; MARQUINA BARRIO, A.: “El atentado de Begoña,” pp. 13; PAYNE, S.G.: Franco y José Antonio, el extraño caso del fascismo español: historia de la Falange y del Movimiento Nacional (1923-1977), pp. 568-569. Según las informaciones recogidas por los colaboradores de Fal Conde, el número de afectados ascendía a un total de 117, de entre los cuales había 25 con pronóstico reservado, 51 leves, 3 graves y uno muy grave. Sin embargo, estas cifras hay que tomarlas con reservas, dada la procedencia de la información. Ver: AGUN/MFC/133/179. Sin embargo, según el general Eliseo Lóriga, fueron 72, Cuartillas escritas por el Conde de Grove general don Eliseo Lóriga, sobre el atentado de Begoña, 8 de marzo de 1952, Archivo Varela, carpeta 57, doc 3. DIEGO GONZÁLEZ, Á.D.: José Luis Arrese o La Falange de Franco, Madrid, Actas, 2001, pp. 153-154; ver también: ABC, 21 de agosto de 1942, y El Alcázar, 22 de agosto de 1942. ELLWOOD, S.M.: Prietas las filas: historia de Falange Española (1933-1983), p. 147; MARQUINA BARRIO, A.: “El atentado de Begoña,” p. 14. El Alcázar, 24 de agosto de 1942. ELLWOOD, S.M.: Prietas las filas: historia de Falange Española (1933-1983), pp. 147-148. PALACIOS, J.: La España totalitaria: las raíces del franquismo, 1934-1946, pp. 389-393. MERINO, I.: Serrano Suñer: conciencia y poder, p. 300; ELLWOOD, S.M.: Prietas las filas: historia de Falange Española (1933-1983), pp. 148-149. PAYNE, S.G.: Falange. A History of Spanish Fascism, pp. 236-237. Al respecto, pueden consultarse los pasquines tradicionalistas y falangistas, recogidos en
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el Archivo de Manuel Fal Conde, AGUN/MFC/133/179 y 133/259. Por su parte, el falangista Manuel Valdés Larrañaga, argumenta, en sus notas personales, que había que tener en cuenta los incidentes que los tradicionalistas habían provocado, antes de que se produjeran los hechos de Begoña, y llegaba a sostener la manipulación del juicio, a través de testigos falsos y de la asignación a los acusados de defensores de oficio, totalmente incompetentes. De hecho, fue más allá, pues llegó a afirmar que se trataba de una estudiada maniobra de condena a la Falange, inspirada por altas jerarquías, entre las que nombraba a los tradicionalistas y consejeros nacionales, Iturmendi y José María de Oriol. Ver: AGUN/MVL/011/149. Valdés no sería, por supuesto, el único falangista en señalar las incoherencias del juicio, y la inconsistencia, e incluso abierta contradicción, de las declaraciones de algunos testigos, CRIADO, M.Á.: “Auge y caída del “cuñadísimo”: los sucesos de Begoña y las tensiones políticas entre falange y el ejército ponen punto final a la carrera política de Serrano Suñer,” en La División Azul: España quiere vengarse del comunismo: 1941-1942, ed. Laviana, Juan Carlos, Arjona, Daniel, y Fernández, Silvia, 2006, 24-35, cuadro de Miguel Ángel Rodríguez, p. 30. Respecto a estas informaciones, cabe señalar que meses después de los hechos, llegaron a Secretaría General datos sobre otros incidentes provocados por elementos tradicionalistas, anteriores a los de Begoña, AGA 9 (17.10) 51/20587. La versión comúnmente aceptada es que Varela fue destituido por Franco, no obstante, el historiador José María Toquero señala, siguiendo el testimonio del conde de los Andes, que fue el general quien presentó la dimisión y que el Jefe del Estado trató de convencerle de lo contrario. También, según la misma fuente, Franco se jactaba de haber sido el único artífice de la caída de Serrano, afirmando, además, que éste había organizado el asunto de Begoña, motivado por la envidia y el odio hacia Arrese. Ver: TOQUERO, J.M. y TUSELL, J.: Franco y Don Juan: la oposición monárquica al franquismo, pp. 51-55. MARQUINA BARRIO, A.: “El atentado de Begoña,” pp. 18; BOE, nº 247, 4 de septiembre de 1942; Boletín del Movimiento, nº 157, 10 de septiembre de 1942. LÓPEZ RODÓ, L.: La larga marcha hacia la monarquía, Barcelona, Noguer, 1977, pp. 29-30. BOE, nº 247, 4 de septiembre de 1942. Las condiciones para poder ser reintegrado eran abandonar todo cargo y vinculación con FET y comprometerse por escrito a obedecer a la autoridad tradicionalista y a despejar toda confusión que sus actuaciones hubieran podido provocar. Se excluía específicamente de esta reintegración a al conde de Rodezno, Esteban Bilbao, Julio Muñoz Aguilar, José Luis Oriol, José María Oriol y Urquijo y Juan Granell Pascual. Carta de Manuel Fal Conde, 24/11/42, AGUN/MFC/257. Publicado en SANTA CRUZ, M.D.: Apuntes y 143
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notas
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“Falange” en Arriba España, 18/2/37, http://hdl.handle.net/ 10357/2828. “el incorporar el sentido católico (así con minúscula) es porque tiene una tradición gloriosa y el mayor arraigo en España. […] Habría que preguntar a los directores del Fascio: - Si hubiese otra religión, más tradicional, o que contase con mayor número de prosélitos, ya que se llamara protestante o judía, ¿sería incorporada en el programa de su agrupación?”, Falange y la cuestión religiosa. Apreciaciones sobre el punto 25, AGUN/MFC/259. Carpeta: Falange y religión, Íbid. Carta de José María Valiente a Francisco Javier de Borbón, 19/4/37, AGN/DFN/51189/4.
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