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I. La materialidad del reloj
Así, pues, pueden identificarse tres elementos históricos en esta investigación. Primero, la manufactura del reloj y su materialidad permiten reconocer una parte, aunque pequeña, de la globalidad del proceso de comercialización de bienes decorativos: cada una de las estaciones a las que arribaban las piezas y sus materiales imprimían en ellas algo de su idiosincrasia. Segundo, la iconografía que ornamenta la caja del reloj es resultado de una interpretación europea de lo que podría denominarse “asiático” o “chinesco”. Esta suerte de estilo decorativo, aunque influido por las escenas características de la porcelana y otras piezas manufacturadas en Asia, así como por todo tipo de información visual y material llegada a Europa desde Oriente, es en realidad una exotización de ese mundo, que la mirada occidental imaginó como un espacio idílico, apropiado estilísticamente para piezas decorativas. Tercero, la autoría de la pieza delata las razones para las que fue adquirido, transportado y exhibido en las colonias americanas: relojes como este, definitivamente, fueron ideados, construidos y ensamblados para agradar el gusto de la Europa del siglo XVIII. actualmente conocemos como China, Japón y Corea, en la configuración del imaginario europeo sobre esa parte del continente asiático. Baste decir, sin necesidad de mayores precisiones, que esta construcción visual claramente recibió de Asia mucha de su presentación. Tal influjo nunca se detuvo, ni siquiera cuando, ya en el siglo XV los roles de dominación territorial se trasladaron hacia la Europa que denominamos “moderna” —atribución que adquirió tras incorporar en su propio desarrollo las invenciones científicas de China y los conceptos del pensamiento extraídos de India— . 4 Con el paso de los siglos, estas influencias se aceptaron ampliamente, integrándose poco a poco en la ornamentación de los objetos, casi siempre en los más cotidianos: muebles, decorados, vestidos, etc. Estos elementos se convirtieron en parte fundamental del discurso visual europeo y se readaptaron, olvidando, en la mayoría de los casos, la proveniencia y tradición en la que se generaron en primer lugar. 5
Pese a lo arriba señalado, es interesante identificar las influencias más directas que sobre el mueble y los objetos de la vida cotidiana ejerció Asia en el siglo XVIII. Numerosos ejemplos sirven para ilustrar el ascendente de Oriente en Europa: la incorporación de patas de animales en las terminaciones de los muebles o las chambranas6 arqueadas
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No puede negarse la influencia del “lejano oriente”, esto es de la cultura material de lo que actualmente
arqueadas de las sillas, típicas del estilo Luis XIV en adelante, se utilizaban en China desde la dinastía Song (960-1279); los biombos japoneses que tanto gustaron a los reyes europeos se convirtieron, lentamente, en parte fundamental de los estrados femeninos —basados estos en el harén musulmán—;7 materiales netamente asiáticos, como las famosas porcelanas Ming, los marfiles indios, los enconchados filipinos, el jade, los tintes y, desde luego, la seda, ocuparon un lugar en muchos de los espacios de la cotidianidad europea. Uno de los puentes fundamentales de intercambio fue el mundo islámico, cuya influencia particular también puede verse ampliamente en las representaciones europeas.
Así, en la Inglaterra del siglo XVIII, insuflada de una fascinación por lo oriental debida a la novedosa presencia inglesa en territorios de ultramar, la demanda de objetos “achinados” obligó a los artesanos a documentarse sobre las más importantes técnicas de los estilos orientales. En consecuencia, los muebles producidos en el siglo XVIII en los talleres ingleses fueron resultado de un ejercicio de imitación. Por esta época circularon en el territorio inglés varios manuales en los que se enseñaba cómo “laquear” o cómo acercarse a las apreciadas técnicas de Asia. John Stalker y George Parker, ebanistas y artesanos londinenses, londinenses, publicaron en 1688, A treatise of japaning [sic] and varnishing, 8 manual fundamental para la imitación de la técnica del japanning. Conocida más ampliamente como chinoiserie, esta técnica fue increíblemente popular en los estilos Reina Ana, Carlos II, Carlos III, Jorge III y Chippendale, en boga desde el último cuarto del siglo XVII hasta el último del XVIII.
Para ejecutar el japanning era necesario aplicar “una primera capa de estuco o yeso que cubría la superficie del objeto,9 una segunda [capa la constituía] el color, ya fuera rojo, blanco, azul, verde o negro, encima del cual se dibujaban los motivos decorativos, preferentemente de inspiración oriental, una tercera [capa la formaban] varias capas de barniz o goma-laca”.
10 El objetivo final era imitar tanto como fuera posible el aspecto de los objetos traídos de Asia, ya que resultaba imposible acceder a los mismos materiales y/o artesanos chinos. De inmensa popularidad, la aplicación de esta técnica puede verse en la mayoría de los relojes fabricados en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII. Pertenecientes a colecciones públicas y privadas, son escasos los ejemplares en los que esta técnica se aprecia claramente, la mayoría de ellos son dorados, negros o rojos con escenas idílicas inspiradas en Asia.
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Los objetos manufacturados en Asia que efectivamente entraron a Europa pueden datarse en el siglo XVI, luego de que varias exploraciones diplomáticas y acuerdos comerciales —precoloniales— se concretaran.
12 Lo cierto es que desde el contacto de Alejandro Magno con India y otras regiones de Asia Central (en el siglo IV a. e. c.), los productos orientales llegaron a Europa en pequeñas cantidades, pero en significativas formas y expresiones. Desde entonces se construyó una visión de Asia como un lugar de gran riqueza. En consecuencia, se contempló como necesaria una reinterpretación local de lo oriental: una imitación que no dependiera del comercio o del intercambio directo. Por ello, el uso de una técnica como el japanning se erigió en los talleres locales como solución al crecimiento del gusto por los cada vez más costosos objetos procedentes de Asia. Así, el uso de materiales locales, la aplicación de la visión “mágica” de oriente y la producción de estilos exclusivos, permitió que Inglaterra creara una serie de piezas originales que, aunque pasaban por orientales distaban mucho de asemejarse a los objetos importados de ciertas regiones de Asia. Pero era la “visión de Asia” lo que primaba y fue esta la que llegó precisamente a América, en conjunto con una cantidad de objetos de mercadería.
13 Si bien los elementos productivos mantuvieron las características de sus culturas de origen, al llegar primero a Inglaterra y, más tarde, a América a través de la ruta del Galeón de Manila, se entremezclaron con técnicas del lugar al que arribaban. Entre los elementos productivos más utilizados se cuentan las lacas japonesas hiramaki-e y takamaki-e, en ellas se basó el japanning inglés. Usadas originalmente en Japón entre los siglos XV y XVII, estas lacas se aplicaban específicamente a arcones, cajones, biombos, portones, armarios y mesas como barnices agregados a láminas de oro y plata, o mezclados directamente con pigmentos dorados y plateados con los que se representaban acontecimientos importantes de la historia japonesa. En Europa estos pigmentos se utilizaron para diseñar las escenas “idílicas” de aura oriental.
Los cofres japoneses también ejercieron gran influencia en los viajeros occidentales; su imitación en Inglaterra fue de suma importancia. Construidos en Japón de la misma manera que las cajas y cajones, contaban con un muy reducido espacio para la composición de escenas. Las técnicas de ornamentación de este tipo de pieza comprendían las lacas maki-e y el uso de materiales como madera, oro y plata. Ahora bien, no solo las técnicas compositivas eran motivo de imitación en Europa, también la composición
FIGURA 3. Cofre Nanban. Anónimo japonés, madera lacada, maki-e dorado e inscrustaciones de madreperla, siglo XVI. Colección del Museo Guimet, París, Francia. https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=79422856.
composición iconográfica tuvo su influjo en piezas inglesas de inspiración oriental. Así, por ejemplo, en el Cofre nanban del Museo Guimet, en París, advertimos la presencia del tigre y el pavo real en las escenas frontales. Estas dos figuras, incluidas dentro del repertorio de imágenes propias del intercambio cultural entre toda Asia, fueron trasplantadas a los escenarios europeos y americanos (figura 3).
Otros elementos de destacada relevancia fueron los biombos, cortinillas de varios folios que se despliegan para segmentar provisionalmente un espacio, dejando cubierta u oculta una de sus partes. Estos elementos se utilizaron en las cortes chinas, indias, coreanas y japonesas desde la antigüedad. No es extraño ver diferentes tipos de biombos en toda Asia,14 desde los simples con decoraciones austeras —entre los que se incluirían los biombos portátiles transformados luego en sombrillas, cortinillas de carruajes y abanicos— , hasta los lujosos, pertenecientes a la corte o a las embajadas.
En lo concerniente a este tipo de piezas, la relación Asia-Europa siguió dos vías. Según la primera, la presencia de biombos, cofres y cajas en Europa estuvo siempre ligado a la categorización de los objetos de influencia asiática entre los más elevados estratos del gusto gusto y el poder. Estas piezas se convirtieron así en objetos de lujo accesibles exclusivamente a los altos estamentos de la sociedad europea. Su compra se vio así vinculada a numerosas jerarquías institucionales que iban desde los mecanismos mismos de intercambio en Oriente —como el pago de embajadas y comerciantes, fletes, carga, personal y el precio de la pieza misma— , hasta los sistemas de ostentación propios de las cortes europeas. La segunda vía, parte del deseo generalizado de acceder a estos objetos, lo que permitió que los artesanos ingleses imitaran los estilos asiáticos. Para ello, generaron manuales que sirvieron para replicar las técnicas imitativas en el resto de Europa y en América. El trabajo de estos artífices buscaba acercarse al nivel de artesanía característica de Asia, suplir la creciente demanda de objetos decorativos en Europa y América y reducir significativamente los costes de producción.
El Biombo con doce paneles de la dinastía Ming que alberga el Museo Guimet, ofrece ejemplos significativos de las características iconográficas, ornamentales y estructurales que reprodujeron los ejemplares europeos, y que se trasplantaron a otros muebles, como armarios, arcones, bargueños, doseles y puertas.
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La interpretación de las técnicas de manufactura y acabados mencionadas son las que vemos en los talleres de Inglaterra. Ya para el siglo XVIII, estos talleres se encontraban en plena producción realizando objetos con elementos presentes en el reloj del Museo Colonial: lacas rojas, ilustraciones “asiáticas”, detalles en dorado, etc. (Figuras 4 y 5).
Hasta aquí hemos visto que la manufactura de muebles y elementos decorativos con estilos basados en técnicas orientales estaba bien establecida establecida en la Inglaterra del siglo XVIII. El Reloj de caja alta Jorge III del Museo Colonial pertenece a este tipo de objetos en los que confluyen las formas, figuras y apariencias de los objetos venidos de Asia, la fascinación por el “lejano oriente” y la consecuente reinvención de lo oriental según la mirada e imaginación europeas.
FIGURA 4. Armario secreter (detalle de la cajonería inferior) FIGURA 5. Armario secreter. Anónimo británico, madera con japanning, elementos metálicos y espejo, c. 1735. Colección del Museo Metropolitano de Arte. https://www.metmuseum.org/art/collection/search/632104.