2016 · 2018
Homenaje En ocasión de su 40 aniversario el Museo de Arte Costarricense extiende un especial reconocimiento a su fundador Guido Sáenz González cuya visión y sensibilidad han contribuido a forjar el patrimonio de la nación.
El Museo de Arte Costarricense celebra los 40 años de su inauguración con la exposición Nuevas Adquisiciones, la cual reúne una pequeña selección de obras entre las que se han integrado a la colección recientemente. Entre abril 2016 y abril 2018, el Museo adquirió un total de 131 obras de arte por medio de compras y donaciones de artistas, herederos y coleccionistas. En el marco de esta exposición, presentada en Sala de Temporales y Espacio 4, se presentarán obras de Enrique Echandi, Dairine Vanston, Víctor Manuel Bermúdez, Francisco Zúñiga, Claudio Carazo, Magda Santonastasio, Flora Langlois, Sonia Romero, Grace Herrera, Alberto Murillo, Rosella Matamoros y Luciano Goizueta, en distintas técnicas como el dibujo, el grabado, la escultura, la pintura y la instalación, realizadas entre 1899 y 2018. Con esta exposición el Museo comparte con sus visitantes los importantes esfuerzos realizados en materia de coleccionismo estatal, con adquisiciones variadas y de gran calidad que se integran a la colección de arte más importante del país. El enriquecimiento de esta colección es una de las maneras en que forjamos patrimonio, es decir, la memoria cultural de Costa Rica. La visión de nuestros artistas nos permite conocernos y reconocernos como país, es materia de reflexión y de disfrute para todos los ciudadanos. Sofía Soto-Maffioli Directora
Dairine (Doreen) Vanston (Irlanda, 1903-1988), Sin titulo, [Retrato de Guillermo Padilla Castro], sin fecha (hacia 1926), óleo sobre cartón. Museo de Arte Costarricense.
Costa Rica fue un país que se mantuvo, durante las primeras décadas del siglo XX, bajo la influencia de la pintura académica, potenciada en el país desde la Escuela de Bellas Artes establecida y dirigida por Tomás Povedano de Arcos. Pero a finales de los años 1920 llega al país a artista irlandesa Dairine Vanston (1903-1988), quien había contraído matrimonio con el costarricense Guillermo Padilla Castro tras su estancia en París a inicios de esa década. Dairine Vanston trajo consigo una importante biblioteca, con valiosos libros teóricos e históricos sobre arte. Este material incluía reproducciones de afamadas y modernas obras artísticas del contexto europeo. Esta biblioteca fue asiduamente visitada por los más grandes e importantes artistas del país, como Teodorico Quirós y Emilia Prieto.
El retratado en esta obra es el doctor en derecho Guillermo Padilla Castro (1899-1979), quien tras una lesión de guerra fue becado para estudiar en Francia por el gobierno de Costa Rica. Años después es enviado a Chile para aprender sobre la estructura legal del sistema de salud de ese país, a su regreso en 1941 se le encarga la redacción del Proyecto de Formulación de Ley y el Plan de Organización de la Caja Costarricense del Seguro Social. Esta es la única obra conocida Dairine Vanston que se conserva en el país, y la primera en ingresar a la colecciones estatales. Dairine, que se cambió el nombre a “Doreen” para facilitar la pronunciación, desarrolló su carrera artística principalmente en Europa después de divorciarse de Padilla en 1934 y regresar a su país de origen junto con su hijo, llevándose consigo prácticamente todas sus obras.
Víctor Manuel Bermúdez Sánchez (1905-2001), Sin título, [Cabeza de Fausto Pacheco a los 60 años], sin fecha (Hacia 1960), talla en madera. Museo de Arte Costarricense.
El artista Víctor Manuel Bermúdez Sánchez fue un escultor costarricense formado en los talleres de imaginería religiosa. Estudió junto con Francisco Amighetti Ruíz (19071998) y Francisco Zúñiga Chavarría (1912-1998). Trabajó en la Escuela de Bellas Artes nombrado por Tomás Povedano de Arcos, en ese entonces decano de la institución. Fue instruido en la talla directa por el imaginero Juan Rafael Chacón Solares (1894-1982), realizando importantes encargos para iglesias católicas de la provincia de Heredia. En 1951 fue miembro fundador de la Escuela Casa del Artista, dependencia del Museo de Arte Costarricense y centro de formación técnica de muchísimos artistas nacionales. Durante su trayectoria profesional
recibió premios y condecoraciones; además formó parte del grupo artístico conocido como Nueva Sensibilidad, hoy denominado Generación Nacionalista. La obra es un retrato del artista Fausto Pacheco Hernández (1899-1966), de quien realizó dos tallas, una en años de juventud y otra en los años finales de Pacheco, en una fecha cercana a 1960. La pieza es una talla directa en madera, que constituye solamente la cabeza, la cual se sostiene por una pieza metálica que une el cuello con la base. La obra resalta los rasgos más significativos de la anatomía del artista Pacheco a una edad cercana a los 60 años. El autor deja las superficies sin pulimentar, permitiendo que se evidencien las marcas de las herramientas sobre la madera.
Guillermo Jiménez Sáenz, Autorretrato, 1964, óleo sobre masonite. Museo de Arte Costarricense.
Este autorretrato representa la efigie del artista a la edad de 42 años, en el que aparece un hombre en perfil de tres cuartos con la mirada fija en el horizonte hacia un punto fuera del cuadro. El personaje está vestido con camisa blanca de botones, con dos ojales desabrochados, lo que genera que el cuello de la camisa se abra, y un suéter de cuello en “v” que le llega a la altura del pecho. El hombre tiene cabello corto y bigote pero no barba, aunque evidencia rastros de vello facial marcados por una sombra gris a la altura de la oreja. Esta obra tiene una fuerte relación con otra realizada por el mismo artista cuatro años antes titulada Negra con frutas [vendedora en Río Branco] de la colección del Museo de Arte Costarricense, en la cual el tratamiento de la superficies y de la
composición es muy similar. Ambas comparten una paleta semejante, utilizando colores tierra, negro, celeste grisáceo y verde oscuro. Con esta obra se reafirma la calidad artística de Guillermo Jiménez Sáenz, y es un importante documento histórico que permite estudiar su manejo de la figura humana, el interés por la geometrización y es un testimonio de la visión del propio artista sobre su imagen. Además es una obra que, aunque no es abstracta, tiene rasgos estilísticos importantes de dan evidencia el momento histórico de su creación, en fechas cercanas al auge del arte abstracto y el interés por la no figuración y la geometría que surge en la Costa Rica de finales de los años 1950’s.
Sonia Romero Carmona, Patricia con vestido rojo, 1981 (retocado en 2016 por la artista), lápiz de color sobre papel. Museo de Arte Costarricense.
Sonia Romero Carmona, Patricia, 1981, lápiz de color sobre papel. Museo de Arte Costarricense.
Sonia Romero es una artista de amplia trayectoria en las artes plásticas nacionales. Fue miembro del Grupo-Taller liderado por Rafael “Felo” García y profesora en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica por más de 22 años. Dentro de su producción destaca la habilidad en el dibujo, principalmente anatómico.
cual está trabajado detalladamente con lápiz de color en tono sepia. En el otro, la niña está sentada en una silla ataviada con un vistoso vestido rojo, que es el único color de la obra; destacan las grandes proporciones de los pies en comparación con el cuerpo. Este grabado fue retocado por la artista en fechas recientes, razón por la cual está firmado en dos ocasiones.
El MAC incorpora a su colección dos obras que son retratos de una misma niña, llamada Patricia, que en los dibujos aparece con un peinado de trenza gruesa. Uno de ellos es un acercamiento al rostro, el
Con estas obras de extraordinaria factura el Museo de Arte Costarricense consolida la presencia de obras de la artista en su colección.
Luciano Goizueta Fevrier, Lunes, 30 de mayo, 2016 a las 9:45am [Pajanachel], 2017, acrílico sobre lienzo. Museo de Arte Costarricense
La obra Lunes, 30 de mayo, 2016 a las 9:55 am [Panajachel], un lienzo en el que presenta la perspectiva de un edificio, donde se distingue su aparente desconexión contextual, una fachada detallada en contraste con una medianera construida con fuertes trazos de color púrpura, destacando en un entorno de un celeste absoluto, color que el artista utilizar al igual que el negro para representar el vacío o la ausencia. No es casual que sus obras lleven por título fechas con datos específicos de horas y minutos, como si se tratase de archivos digitales generados de manera automática. Sus dibujos y pinturas guardan memoria, es decir, registran el paso fugaz del tiempo, que el artista a voluntad explora, fija y acumula. Esta obra nos podría remitir al concepto de memoria: “imagen o conjunto de imágenes de hechos o situaciones pasados que quedan en la mente”, imágenes que quedan fijadas tanto en la lente, como en el
propio artista que las perpetúa en la pintura. Inconexos, sueltos, aislados, azarosos, así son los recuerdos, y de esta manera se presenta el edificio en la obra, que de lejos pareciera representar fidedignamente un espacio, como si fuera una fotografía, pero que con una mirada más atenta nos damos cuenta de que no son más que manchas que asociamos, o queremos asociar, con algo concreto. Estas dos obras, entre cuatro del artista que ingresaron a la colección del Museo de Arte Costarricense en 2017 y 2018, El primer encuentro y Lunes, 30 de mayo, 2016 a las 9:55 am, son piezas importantes que nos hablan de mundos imaginados, la memoria, de educar la mirada, del espacio, y otros valores. Son a su vez registros del proceso incansable de Goizueta, que debido a la calidad y consistencia de su trabajo, se prefigura como uno de los artistas contemporáneos más destacados de Costa Rica y Centroamérica.
Luciano Goizueta Février, El primer encuentro, 2017, instalación. Colección Museo de Arte Costarricense.
Luciano Goizueta es un artista costarricense paradójico y a la vez sintomático de su tiempo. Su obra está influenciada por los avances tecnológicos y la imagen digital es una constante en su proceso creativo y de trabajo: en su taller, la cámara fotográfica, la computadora, el proyector y otros dispositivos electrónicos comparten espacio con los pinceles, lienzos y paletas. Su metodología es muy variada, pero destacan dentro de sus trabajos las obras con imágenes digitales. La superposición de imágenes, al parecer inconexas, esconden a simple vista una conjugación de motivos que giran en torno a una realidad transformada y procesada por el ojo del artista. La obra El Primer Encuentro (2014) es una síntesis de su trabajo, una pequeña instalación que gira en torno a una fotografía
intervenida de un alumbramiento, donde se recorta la silueta del bebé para sustituirse con una imagen oscura y de carácter destructivo. Mientras, de frente, un oficial de policía de juguete observa inmóvil la escena, iluminado constantemente. No hay momento de descanso para este personaje, quien incluso en la oscuridad de la noche está obligado a mirar permanentemente. Esta pieza tiene un valor simbólico para el artista, quien destaca la importancia del parto para ese momento en su vida, ya que en 2013 nació su segundo hijo. En esta pequeña instalación podemos ver condesados algunos de los temas que le provocan un especial interés, o incluso fijación, como el tiempo, la superposición de realidades, y el juego con la relación de imágenes.
Rossella Matamoros Jiménez, Seguimos en vuelo, 2017, instalación. Museo de Arte Costarricense
Esta obra representa un momento cumbre en la producción artística de Rossella Matamoros, quien ha tenido una trayectoria de gran importancia tanto en Costa Rica como el en extranjero. Esta pieza, de singular factura, fue una de las obras más importantes de la exposición “Semillas Translúcidas” realizada en el Museo Nacional de Costa Rica en 2017. Dicha exposición evidencia el trabajo transdisciplinar realizado por la artista en colaboración con antropólogos y otros profesionales afines. Además es una prueba del arduo trabajo de investigación previo, que la artista logró concretar un una exposición que fue muy bien recibida por el público y que abordó temas de gran relevancia en la lucha por visibilizar la problemática de las mujeres indígenas, la pérdida de identidad, las consecuencias del colonialismo, etc. En el caso específico de Seguimos en vuelo se abre el espacio para el diálogo y la discusión sobre el papel de la mujer y de las muy despectivamente denominadas
“minorías” indígenas en Costa Rica, pero también desde una dimensión mucho más global. El aspecto simbólico e histórico en esta obra es el resultado de una resemantización de valores y significados culturales rescatados mediante un destacable proceso de investigación. Por ejemplo, el simbolismo del murciélago, animal ampliamente representado en la animalística precolombina y del que la artista se apropia para generar una propuesta que de manera dual es un rescate y valorización del pasado prehispánico. Es destacable además la cualidad estética de la obra, la cual está realizada con suma atención a los detalles, desde la estructura de soporte hasta la escogencia de los materiales. Es una pieza de gran valor estético y compositivo, que con un lenguaje contemporáneo ofrece al espectador una experiencia en el manejo de la textura, el color, el formato y sobre todo de la delicada pero expresiva composición.
Rossella Matamoros Jiménez, Montaña humana, 1996, acrílico sobre manta cruda (parte 5/6). Museo de Arte Costarricense
La obra completa fue expuesta en 1997 como una instalación monumental en el Instituto Peruano-Norteamericano, en la celebración de la restauración de inmuebles del Centro Histórico de Lima. Posteriormente se presentó en la exposición individual “Sobre el ser, el otro y la escena” en la Galería de Arte Contemporáneo del Museo de Arte Costarricense (GANAC) del 17 de marzo al 18 de abril de 1998, donde la pieza ocupó un lugar preponderante. La adquisición, aunque parcial, corresponde a una parte de la pieza más emblemática de la instalación, y una de las más significativas en la carrera de esta artista. En la pieza que se representan tres figuras; aquella del centro es un hombre desnudo que recuerda mucho la figura
de Cristo, por la posición de sus brazos. A los costados están dos figuras más: un hombre igualmente desnudo y una mujer con un largo vestido ajustado que resalta su vientre abultado. Aunque la obra en su totalidad se refiere a otra idea, esta pieza puede hacer una asociación compositiva con la representación iconográfica de Cristo con la Virgen María y San Juan. La proporción de las figuras refleja un sólido manejo técnico en la representación anatómica, ya que no existe un dibujo previo, y las figuras tienen un tamaño mayor que al natural. El uso del color negro es lo más evidente, pero también se hacen visibles realces en color blanco, principalmente en la zona superior a la altura de las cabezas.
Rossella Matamoros Jiménez, Día y noche, edición 17/20, 1990, grabado en metal. Museo de Arte Costarricense.
En 1989 y ante la mirada de todo el mundo cae el Muro de Berlín, logrando así la unión de una Alemania fragmentada por la Guerra Fría; esta estructura también fue conocida popularmente como el “Muro de la Vergüenza”. Este evento histórico no dejó indiferente a la artista Rossella Matamoros, quién absorbió del estado político y social del momento como inspiración y crítica en su labor artística. La artista había explorado lo que ella llama “frisos humanos”, conjuntos de figuras alineadas, que había llevado a su gran instalación Montaña Humana de 1986. Estas búsquedas de composiciones largas se le hicieron ideal para representar la situación del Muro de Berlín, pero uno construido por personas y no con concreto. Esta idea fue abordada en varias obras de la artista en los años noventas, el Museo de Arte Costarricense cuenta
con una de ellas en un grabado denominado El Muro, en el cual vemos en una representación más cercana al dibujo en carboncillo. Además, si se observa la obra con atención, se pueden identificar mujeres, hombres y niños, una forma en la que Matamoros pone en evidencia que el sufrimiento sufrido en Alemania fue algo que afectó a toda una generación, y que no hizo distinción de género, nacionalidad, ni edad. Este grabado enriquece las colecciones del Museo de Arte Costarricense, ya que se vuelve una pieza clave que permite hacer una conexión entre las exploraciones realizadas en los años ochenta y la continuidad de la exploración y búsqueda formal continuada en los años noventa con una nueva fuerza creadora influenciada por la situación mundial de ese momento histórico.
Rossella Matamoros Jiménez, Mujer, [Women], edición P/A, 1990, grabado en metal. Museo de Arte Costarricense
Rossella Matamoros Jiménez, Ahí vienen, edición 13/16, 1990, grabado en metal. Museo de Arte Costarricense
Para Rossella Matamoros los monstruos tienen una dimensión importante en su trabajo artístico, realizando numerosas representaciones de figuras encapuchadas, deformes y tenebrosas. Pero estos grabados tienen una dimensión distinta. Según palabras de la propia artista, los personajes de estas obras son mujeres comunes y corrientes que se encuentran ataviadas por unos ropajes muy grandes y pesados, eliminándole cualquier aspecto sobrenatural. Estas prendas hacen alusión a la carga de la mujer en la sociedad, cada capa de tela es una presión o labor que la mujer debe llevar sobre sus hombros.
constante en su labor artística es el performance “Semillas traslúcidas” de su exposición individual homónima realizada en 2017 en el Museo Nacional de Costa Rica. Una de las mejores muestras que ha presentado la artista en su polifacética trayectoria.
Ambos grabados, del mismo año, representan la metáfora de la carga que Rossella más adelante abordará en otras técnicas y formatos. Un ejemplo reciente de cómo se ha mantenido esta idea
Estos grabados son un reflejo de lo constante en la investigación y exploración artística de Matamoros. Además permiten rastrear en su trabajo la convicción y continuidad de sus abordajes. Rossella trabajó ampliamente la técnica del grabado, la cual perfeccionó en su estancia en París, y que se encuentra ampliamente desarrollada en sus primeros años de labor artística. Con esta donación el Museo de Arte Costarricense integra a su colección dos obras de gran calidad técnica y representativas de la trayectoria de esta artista.
Rossella Matamoros Jiménez, Sin titulo, de la serie Fuego y sombra [Basado en la obra Luz y sombra], 1986, grafito sobre papel. Museo de Arte Costarricense.
Para la conmemoración de los 50 años del asesinato del poeta Federico García Lorca (1898-1936), el Teatro Nacional de Costa Rica montó en 1986 el espectáculo Paz y sombra, obra de este mismo autor. El montaje fue dirigido por Luis Carlos Vásquez, guión de Lil Picado y música de Benjamín Gutiérrez. Durante el montaje de esta puesta en escena, Rossella Matamoros visitó los ensayos en el Teatro Nacional, oportunidad que aprovechó para realizar una serie de dibujos al carboncillo llamada Fuego y sombra, en los cuales registró su percepción del movimiento, fuego y sombra de lo que sucedía en el escenario ante sus ojos. En la obra se retratan con trazos rápidos un conjunto de personajes agrupados en el centro, algunos
levantan las manos, otros se arrodillan en el suelo. De entre este grupo casi anónimo de figuras destaca la muerte, la cual porta una capa y la hoz del lado izquierdo de la obra. El movimiento se logra gracias al uso de la mancha, pasando el dedo con fuerza sobre el carboncillo generando estelas que dan el dinamismo propio de una obra teatral. En palabras de la propia artista, esta obra tiene un significado especial para ella, ya que fue un ejercicio realizado in situ y le trae recuerdos de este importante montaje escénico, del que recuerda con gran precisión al equipo que lo integró. La obra no solo es un excelente trabajo artístico, sino que también inmortaliza un evento cultural de gran relevancia desde una visión íntima y personal.
Alberto Murillo Herrera, El nuevo orden, edición P/A, 2003 (reimpresión 2004), grabado en metal (talla dulce). Museo de Arte Costarricense
Alberto Murillo es un reconocido artista costarricense que ha destacado por su amplia labor en la técnica del grabado, tanto desde la creación como en labores educativas, siendo profesor y director de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica. La obra El nuevo orden está relacionada con el atentado de las Torres Gemelas en los Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. A partir de esto se puede realizar una lectura de la obra: el toro representa a los Estados Unidos, en específico corresponde a la raza bovina Longhorns o Texas Longhorns, esto alude al estado del que es originario el entonces presidente norteamericano George W. Bush; este animal está herido por tres lanzas en el lomo. Las tres lanzas corresponden a los tres aeroplanos enviados por la red yihadista Al Qaeda, los cuales
perpetraron el atentado terrorista en el 2001, uno por cada torre y un tercero dirigido al Pentágono, el cual no logró su objetivo de impactar pero sí de herir la moral y la seguridad norteamericana. El World Trade Center, lugar del atentado, está representado a manera de dos torres en el fondo del grabado. Uno de los aspectos simbólicos más fuertes de esta obra es la presencia de dos aves. Debajo de un cuerno aparece una paloma blanca, símbolo universal de paz, vencida y en caída; en contraste con un cuervo negro que se posa sobre el otro cuerno, este un símbolo propio desde la época del romanticismo como símbolo de muerte y mal agüero. Con esta propuesta el artista pone en manifiesto el cambio en las dinámicas mundiales, dejando la paz por un período que hasta hoy día sigue siendo controlado por el miedo, la destrucción y la muerte.
Alberto Murillo Herrera, La noche triste del corcel árabe, edición P/A, 2003 (reimpresión 2004), grabado en metal (talla dulce) e impresión digital. Museo de Arte Costarricense.
La obra La noche triste del corcel árabe está relacionada con la Batalla de Bagdad, enfrentamiento militar en el que las fuerzas norteamericanas toman la capital de Irak y derrocan el gobierno de dictador Sadam Husein, provocando la retirada temporal de la cultura persa de su territorio. Esta obra compuesta por dos recuadros, el de la derecha está realizado por medios digitales y adherido al grabado. Este presenta un conjunto de bombas que son arrojadas, haciendo referencia a los bombardeos de la ciudad, dirigiéndose hacia una madre que sostiene a su hijo pequeño entre los brazos. Estos dos personajes son citas de la célebre Guernica del artista Pablo Picasso, la cual se ha convertido, desde su creación en 1937, en un ícono que retrata los desastres de la guerra y la muerte de miembros de la sociedad civil.
El segundo cuadro representa a un caballo, también propio de la iconografía picassiana, que huye despavorido de una ciudad en llamas cubierta por nubes de polvo. La arquitectura oriental, compuesta principalmente de minaretes, hace referencia a la cultura árabe. Algo destacable de esta obra es la referencia al evento de la historia mexicana conocido como La Noche Triste, el cual queda patente en el título de la obra. Este suceso narra el momento en el que el conquistador español Hernán Cortés es vencido por las fuerzas militares mexicas entre el 30 de junio y el 1 de julio de 1520 en la actual Ciudad de México. Esta referencia alude, en palabras del artista, a la esperanza del regreso y toma del poder de los nativos, razón por la cual el vigoroso corcel que se retira del bombardeo no muere, solo se pone a salvo a la espera se su regreso.
Alberto Murillo Herrera, De los que están a la hora y el lugar equivocados, edición P/A, 2004 (reimpresión 2015), Grabado en metal (talla dulce). Museo de Arte Costarricense
De los que están a la hora y el lugar equivocados hace referencia a la muerte de los inocentes víctimas de los enfrentamientos bélicos. Ese grabado de dos recuadros, muestra en el superior una línea de horizonte con una ratonera, esto responde a un episodio vivido por el artista en su hogar, al colocar una trampa de este tipo con el fin de cazar a un ratón, termina por atrapar y matar a una inocente ave que llegó por equivocación. Esta imagen del ave muerta se vuelve central en el recuadro de abajo, en el que un pequeño pájaro muerto yace en el suelo, la manera en que es trazado el plumaje hace parece que se tratara de una gran pluma que posa levemente, aunque con una mirada más profunda se
puede identificar las patas y el pico del animal. El fondo está tratado con manchas, que aunque en el grabado son en tonos de gris, fácilmente pueden ser asociadas con la sangre derramada por las víctimas de guerra. Con estos grabados, el artista registra, estudia y pone en discusión la problemática de la guerra. Se apoya específicamente en la Guerra de Irak, pero el trabajo y la reflexión que realiza están orientados a rescatar valores universales, enseñanzas que al parecer la humanidad no ha logrado aprender, lo que hace que con cada nuevo conflicto militar se repitan las historias de dolor, muerte, exilio y destrucción.
Alberto Murillo Herrera, El Cascabel, edición P/A, 2001 (reimpresión 2013), xilografía de matriz múltiple con aplicación de lámina de oro de 22k. Museo de Arte Costarricense.
El grabado El Cascabel, una xilografía sobre papel, presenta la figura de un ave que distraída se posa sobre el suelo, mientras que en la oscuridad tras el tupido césped se esconde un gato amenazador. El punto focal de la obra es un cascabel dorado que se encuentra entre ambos animales, el artista enfatiza su importancia al incorporar lámina de oro de 22k, transmitiéndole a este sonajero el brillo de su homólogo real. En palabras del artista, esta obra se inspiró en la popular historia de Esopo (600-564 a.C), el relato en el que los ratones le colocan al gato un cascabel para protegerse de sus ataques. Al igual que otras obras de Murillo, esta pieza oculta tras una armoniosa composición un lenguaje de símbolos. Iconográficamente el gato negro está asociado a la muerte, y las aves pequeñas con las
almas humanas, por lo que podría estar haciendo una referencia a la fragilidad de la vida. También puede hacerse una lectura de que el ataque planeado por el gato se verá frustrado cuando este salga de su escondite, ya que al mover el cascabel el ave podrá alzar vuelo para salvarse. Para ambos casos, el momento escogido por el artista está cargado de una fuerte tensión, ya que ha decidido capturar el instante en que el ave está en peligro inminente, sin que este parezca darse cuenta de su situación, revelando un tópico universal de tensión entre vida y muerte. En palabras del artista este aspecto simbólico también está presente en otros grabados como “Ave del paraíso” y “¡Cuidado con el zanate!”, al igual que en la serie “Los cuervos” y “Las corridas”.
Francisco Zúñiga Chavarría, Autorretrato, Lavanderas, La Cantina 2, Paul Gaugain, edición 23/50, 1934 (reimpresión 2004), xilografía. Museo de Arte Costarricense.
Estos grabados forman parte de una selección de 16 entalladuras que fueron reimpresas en 2004 a partir de las planchas originales, esto bajo la dirección de la Fundación Zúñiga Laborde, entidad que administra y protege el patrimonio del artista Francisco Zúñiga. La temática de este conjunto es variada, con obras de animalística y escenas costumbristas. Por la temática de la obras, estas pueden ser enmarcadas dentro o verse influenciadas por el Movimiento Nacionalista que tuvo vigencia en Costa Rica durante la primera mitad el siglo XX, ya que los grabados rescatan los aspectos considerados tradicionales desde el punto de vista del folclor local. En el grabado Lavanderas se muestra un grupo de tres mujeres que sostienen una conversación, todas visten de manera muy sencilla y una de ellas sostiene una canasta. El fondo está constituido por las fachadas de tres casas de adobe y cubierta de teja, motivo recurrente en la generación nacionalista, que buscaba rescatar parte del paisaje para establecerlo como típico en una lucha por generar un arraigo en la visualidad de esos años.
El grabado La Cantina 2, se representan tres hombres sentados a la mesa, muy bien vestidos, con lo que comúnmente se le denominaba “ropa de domingo”. Los hombres están tomando café y fumando, ambas prácticas muy comunes que solía realizarse durante los momentos de ocio y alimentación. El mobiliario es sencillo, lo cual evidencia la humildad de los hombres representados. Los dos retratos comparten una curiosidad, están realizados en una misma placa, cada uno en una cara distinta. El Autorretrato muestra su efigie a los 22 años con un fondo que remite al paisaje “típico” costarricense, de montañas con laderas arboladas, con esto rescata parte de la personalidad e historia del retratado. El segundo retrato es el del afamado artista postimpresionista de origen francés Paul Gauguin (1848-1903), por quien Zúñiga sentía un profundo respeto y admiración. Estas obras son eminentemente costarricenses, ya que se realizaron dos años antes del traslado de Zúñiga a México en 1936, momento en el que su producción artística se vería muy influenciada por la cultura de su nuevo país de residencia.
Francisco Zúñiga realizó la fundición y dirigió la construcción del Monumento al Agricultor Costarricense entre 1976 y 1977, pero el diseño para este proyecto lo había ensayado, a manera de dibujos y bocetos, muchos años antes. Estos ensayos van desde algunos bocetos muy sencillos, hasta composiciones mucho más detalladas en las que se evidencia que el artista trabajó con detenimiento y detalle en la composición de esta obra, que luego pasaría al bronce para el monumento. Una vez constituida la idea fundamental, de una sembradora con su niño, se le solicita que incorpore al agricultor a la composición, razón por la cual se agrega la figura de un hombre con una pala detrás de la campesina. Para llegar a esta propuesta, Zúñiga trabajó múltiples variaciones de la misma idea. Modificaba el basamento y la escultura de concreto que completaba la obra para probar diferentes formas de organizar los elementos del monumento. Este proceso creativo quedó registrado por una serie de dibujos a tinta y grafito, que se conservaban en el archivo del artista, de los que ahora 28 forman parte de la colección permanente del Museo de Arte Costarricense, y de los que se muestra una pequeña selección.
Francisco Zúñiga Chavarría Apunte para el Monumento al Agricultor [Apunte FZ-15], 1974 tinta sobre papel [Apunte FZ-19], 1974, tinta sobre papel [Apunte FZ-21], 1975, grafito sobre papel [Apunte FZ-26], 1974, grafito sobre papel Museo de Arte Costarricense
Grace Herrera Amighetti, Tradiciones [Generaciones], edición 13/50, 1983 (impresión 2018), xilografía. Museo de Arte Costarricense.
Grace Herrera Amighetti, Autorretrato, edición 9/50, 2008, xilografía. Museo de Arte Costarricense.
La artista Grace Herrera Amighetti ha mantenido una constante labor en el ámbito educativo, tanto en sus años como profesora en renombrados colegios del país como en su vasta trayectoria en la Universidad de Costa Rica.
edades del hombre, que estarían siendo representadas por las tres mujeres, una joven, otra madura y una mayor. Esta alegoría ha sido un objeto de interés por muchos artistas occidentales y remite a la idea del paso del tiempo.
La obra “Tradiciones”, también conocida como “Generaciones” por la propia artista, es una xilografía en la que predomina el plano negro sobre un fuerte trazo con gubia que permite marcar la silueta de los personajes. Originalmente esta obra estaba compuesta por dos mujeres, una adulta y una más joven en un segundo plano que la sostiene en los hombros. Más adelante incorporó la tercera figura (ya presente en la obra): una mujer anciana del lado izquierdo de la obra. Con estas tres figuras se completa la alegoría de las tres
La segunda obra es un autorretrato bastante reciente, en el cual logró plasmar con delicadeza y habilidad su personalidad. El gesto de observar por sobre los anteojos es un recurso que permite a la artista acentuar su mirada, elaborando sus propios ojos –que remiten a la visión- con gran cuidado, siendo que de otra manera quedarían ocultos tras la armazón de los lentes. Estas son las primeras obras de esta importante artista que ingresan a las colecciones del Museo de Arte Costarricense.
Magda Santonastasio Campos, Adela, de la serie Vía de la Rosa, edición 4/20, 1984, grabado en metal. Museo de Arte Costarricense. Donación de Ofelia Ferencz, 2018
El Museo de Arte Costarricense ha consagrado es sus salas de exposición a los grandes artistas del país. El trabajo de exposición y divulgación ha sido de gran importancia, pero por muchos años la labor de coleccionismo sistemático y consiente de las obras artísticas realizadas en el país y por costarricenses, ya vivan estos en el país o no, se ha efectuado
pobremente. Lo anterior ha provocado un vacío importante en la representación en sus colecciones de los artistas más relevantes de las diferentes etapas históricas de Costa Rica y la región. Esta serie de 16 grabados, de los que se expone una selección, retratan a mujeres campesinas de clases humildes, quienes son representadas con un aura de tristeza y melancolía.
Enrique Echandi Montero (1866-1959), Retrato de Flora y Guido Echandi Maukisch, 1899, óleo sobre lienzo. Museo de Arte Costarricense.
Enrique Echandi (1886-1959) fue un gran promotor de las artes en Costa Rica. En su entorno familiar, la música revistió particular importancia. En 1891 pintó su célebre Autorretrato en el que se distingue como pintor, hoy en la colección de los Museos del Banco Central. En este mismo periodo, en 1899 pinta el retrato de sus dos hijos Flora y Guido Echandi Kisch. Esta obra destaca en su producción ya que es el único retrato en pareja conocido en su catálogo. La obra presenta a los dos niños en un jardín con aires europeos, que se distingue por los arboles del fondo y la balaustrada coronada con una esfera. Ambos están vestidos de manera elegante, sentados sobre una piel, lo cual refleja un estatus opulento. Flora, la niña, porta un vestido celeste con vuelos y zapatos blancos, junto con un sobrero adornado con flores. Guido, porta un traje de pantalón
corto y chaqueta negros, una camisa blanca y un sombrero con bonete rojo a juego con el fajón. El género de retratos infantiles surge principalmente en la Europa de finales del siglo XVIII, pero toma fuerza en el siglo XIX bajo la influencia del romanticismo. La ilustración se dio a la tarea de estudiar y comprender el mundo, analizando y categorizando los saberes, la naturaleza y al hombre. Parte de este esfuerzo implicó un acercamiento teórico y académico al hombre en todas sus edades, incluyendo su niñez. Será de la mano de Jean Jacques Rousseau (1712-1778) en su obra Emilio o De la educación de 1762, donde se establecerá la defensa de la niñez, entendiéndola como una parte integral de la sociedad, y como humana en acto y no en potencia.
Flora Langlois, Which way my mother?, 1979, punta de plata, pan de oro y caseína al color cobre sobre papel. Museo de Arte Costarricense. Donación de la artista.
Flora Langlois es una artista de origen costarricense que ha desarrollado gran parte de su carrera artística en Estados Unidos, donde fue a estudiar en su juventud para luego instalarse durante una gran parte de su vida. Estudió e impartió lecciones en importantes escuelas norteamericanas. Obras suyas han formado parte de destacadas exposiciones y se encuentran en numerosas colecciones particulares y museísticas. Ahora en una etapa de madurez, ha regresado a Costa Rica donde sigue activa en su trabajo. La obra “Which way my mother?” forma parte de la serie Roots, la cual hace un diálogo con su memoria familiar, y presenta aspectos de su intimidad. Esta obra está construida espacial y geométricamente con principios propios del arte
renacentista italiano, por ejemplo las anunciaciones de Fra Angélico y de escenas como La Flagelación de Piero della Francesca. Aunque su trazo y color están concebidos de manera distinta, con elementos de estilos asimilables a algunos trabajos de Remedios Varo y Paul Delvaux. La técnica de la punta de plata fue muy utilizada en arte en épocas anteriores, principalmente durante el Renacimiento. Esta consiste en marcar o dibujar con una pieza metálica afilada sobre una superficie previamente preparada con polvo de huesos, agua, goma arábiga y algunos pigmentos. Cabe destacar que para el empleo de esta técnica se requiere una gran precisión y cuidado, dando como resultado obras de gran preciosismo y detalle.
Agradecimientos El Museo de Arte Costarricense extiende su cordial agradecimiento a los mecenas y donadores, así como a las siguientes personas e instituciones que hicieron posible esta exposición: María Enriqueta Guardia Iglesias Yadira Vidal Dayhana Delgado Andrea Rodríguez Luciano Goizueta Museo de Arte y Diseño Contemporáneo Museo Histórico Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia La Dirección y Junta Administrativa del Museo extienden su agradecimiento cordial al arquitecto Elías Marín y al ingeniero Rafael Cañas, cuyos generosos aportes realizados en 2016 y 2017 para el proyecto de rehabilitación y mejoramiento de su edificio patrimonial han sido fundamentales para la institución.
Créditos Coordinación general: Sofía Soto Maffioli Textos e investigación: Rafael Venegas Arias Diseño gráfico: Gabriel González Chavarría Fotografías: Gabriel González Chavarría Rafael Venegas Arias Rossella Matamoros Jiménez Comunicación: Marissia Obando Razak Montaje: María Lourdes Robert Montes de Oca Olman Carvajal Ulloa Jorge Marín Araya Transporte: Manuel Soto Mora
MAYO DE 2018
ENTRADA GRATUITA / TODO PÚBLICO