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Qué relación existe entre la evolución de los seres humanos y el género?
es el dato que nos permite inferir que el tiempo invertido por las sociedades cazadoras recolectoras a lo largo del Paleolítico debía de ser similar.
En términos cuantitativos tenemos que los grupos de cazadores recolectores trabajaban muchas menos horas que las sociedades contemporáneas y que el resto de sociedades de agricultores y pastores que fueron sucediéndose desde hace 11.000 años. De esta forma disponían de mucho más tiempo libre para dedicarse al ocio y otras actividades no productivas. Sin embargo, el ocio no debe ser entendido como una actividad superflua y vacía de contenido, sino que tiene una función clave en aspectos como la cohesión del grupo y los procesos de enseñanza.
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No debemos olvidar que los humanos hemos sido y somos animales sociales por naturaleza y nuestra supervivencia se ha producido en muchas ocasiones por la cohesión social de nuestros grupos. Por tanto, el tiempo que se pudo destinar en el pasado para acciones de ocio y juego debe ser entendido como momentos claves para la socialización de los grupos y el desarrollo de la cohesión social que nos permitió competir por los recursos alimenticios con grandes depredadores como los leones o los tigres.
» Por luCíA rodríguez gonzález
Educadora de museos especialista en divulgación sobre evolución humana (Grupo Evento)
Dado que el género es una construcción sociocultural, y por tanto ligado a las tradiciones de cada comunidad humana, la principal relación que puede establecerse entre la evolución y el género es la de la propia cultura.
Si bien actualmente en la mayor parte del mundo se establece una asociación directa entre el género y el sexo de los seres humanos, considerándose únicamente dos (masculino el hombre, y femenino la mujer), también existen decenas de sociedades minoritarias en las que está normalizada la existencia de géneros múltiples. Estos no necesariamente aparecen ligados al sexo, sino que, habiéndose documentado en algunos casos hasta siete géneros distintos, se contemplan otras variables, generalmente de tipo psicológico.
Por este motivo, resulta imposible averiguar a qué concepción sobre el género se aproximaba más las comunidades prehistóricas, así como qué divisiones podrían haberse establecido sobre la base de esta característica. Las fuentes principales de que dispone la arqueología son las representaciones plásticas y los esqueletos, tanto fósiles como actuales, a partir de los cuales pueden deducirse, a grandes rasgos, algunas cuestiones básicas sobre el tipo de relaciones existentes entre sexos.
La atención se fija, especialmente, en el dimorfismo sexual apreciable en los huesos, y en la etología o conducta de los actuales primates hominoideos.
El dimorfismo sexual es el conjunto de variaciones físicas que, en el caso de algunos animales, diferencia a machos y hembras. Mediante la observación de esta característica en los grandes primates que aún viven en el planeta, ha podido establecerse una relación entre este dimorfismo y el tipo de interacciones entre individuos de diferente sexo.
Curiosamente, en las especies en las que los grupos siguen el modelo del harén –un solo macho para todas las hembras–, como por ejemplo los gorilas y los orangutanes, el dimorfismo sexual es mucho más acentuado, llegando los machos a doblar en peso a las hembras. En ambos casos, aunque de distinto modo, los machos compiten entre sí por las hembras, por lo que sus posibilidades de reproducción dependen mucho de poseer una mayor corpulencia.
Pero las especies en las que el dimorfismo sexual es menor, como los chimpancés y los bonobos, presentan un patrón muy distinto. Cuando las hembras alcanzan la pubertad, abandonan el grupo y marchan en busca de otro clan en el que establecerse, de modo que finalmente quedarán conviviendo varias hembras sin parentesco cercano entre sí, y varios machos emparentados. Estos machos defienden juntos su territorio, no necesitan competir por las hembras, y se aparean con ellas por turnos; por tanto, tampoco necesitan tener un tamaño y un peso muy superiores.
En este punto, son asimismo llamativas las funciones de la sexualidad, observables especialmente en los bonobos, en cuyas comunidades no se limita a la perpetuación de la herencia genética, sino que también es empleada, como en los humanos modernos, para reforzar lazos afectivos entre los individuos, o simplemente por placer.
Por último, los gibones son una especie monógama, cuyas unidades sociales básicas las constituyen parejas hembra-macho establecidas de por vida, que se encargan por igual de la cría
y de la defensa de su territorio. Al no existir diferencias sociobiológicas importantes entre los dos sexos, tampoco se aprecia en ellos dimorfismo sexual.
Fijándonos en estas variaciones, de las cuales dependen, como hemos mencionado, varios rasgos físicos que pueden estudiarse en los esqueletos, podríamos deducir en cierta medida a qué modelos responderían los homininos ya extintos.
Aunque la labor de establecer índices precisos de dimorfismo sexual es muy complicada, entre los individuos de los géneros Australopithecus y Paranthropus encontrados hasta el momento, esta diferencia entre sexos parece ser muy notable, semejante a la descrita en gorilas y orangutanes. Por este motivo, es posible que la relación entre hembras y machos fuera más parecida a la que se observa en dichos primates (por harenes), que, por ejemplo, a la de los bonobos o los gibones.
No obstante, a juzgar por el registro fósil, esta diferenciación morfológica entre sexos fue reduciéndose con el paso del tiempo, hasta el punto de que los humanos de la Sima de los Huesos, que vivieron hace aproximadamente medio millón de años en Atapuerca, presentan un dimorfismo muy bajo, como en los neandertales o en Homo sapiens. Esta reducción probablemente sugiere que se produjo un cambio en la estructura de los grupos, y principalmente en las relaciones entabladas entre ambos sexos.
Sumados a estos estudios, los análisis de ADN realizados sobre restos de neandertales de la cueva de El Sidrón, en Asturias, muestran que existía una relación de parentesco cercano entre los hombres del grupo, pero ninguna entre las hembras. En base a estos resultados, se ha sugerido que posiblemente las hembras abandonasen también sus familias al llegar a la madurez sexual, como ocurre –salvando las distancias– con los bonobos y chimpancés.
Atendiendo a los datos biológicos expuestos, cabría pensar que la forma de relacionarse entre machos y hembras pudo ir evolucionando desde modelos de tipo harén, a otros más parecidos a los sostenidos por algunos grandes primates, con relaciones promiscuas o monógamas, y funciones mucho menos diferenciadas que en el primer caso.
Estudios recientes sobre la dentición de varios individuos neandertales, procedentes de tres yacimientos de diferentes países, reveló una abundancia de estrías en la superficie del esmalte dental, consecuencia del uso de la boca como una tercera mano para la realización de tareas cotidianas. Estas
marcas no eran iguales en todos los sujetos estudiados, sino que diferían en longitud y forma, dependiendo estos rasgos de si la persona en cuestión era mujer u hombre.
De estos resultados se dedujo que los neandertales solían dividirse por sexos para la ejecución de determinadas actividades, las cuales implicarían la manipulación de materiales abrasivos con los dientes (por ejemplo, el curtido de las pieles).
Los propios autores de dicha investigación señalan la dificultad que supondría el desarrollo de las cacerías, y de todas las labores relacionadas con la obtención y preparación de la carne en las sociedades de cazadores recolectores, si las mujeres, e incluso quizás los niños, no hubieran participado en ellas.
De hecho, a pesar de que la maternidad supondría seguramente la base de una de las principales reparticiones del trabajo, es imposible saber cómo se percibía esta idea, dependiente de cada cultura, y la medida en que resultaría limitante. Sea como fuere, debe destacarse que criar y cuidar a los niños, así como ayudar a las propias madres durante el embarazo, el parto o la lactancia, son trabajos vitales y que requerirían también conocimientos muy variados sobre afecciones, remedios naturales, plantas o dietas beneficiosas para los diferentes estados, etcétera.
Por otro lado, a partir de las representaciones humanas en el arte prehistórico, las interpretaciones tradicionales se planteaban desde perspectivas actualistas y esencialmente androcéntricas.
En ellas, las representaciones femeninas –mayoritarias en el arte prehistórico–, se presuponían en general de carácter religioso o simbólico, lo cual establecía una necesidad artificial: la de considerar que, de lo femenino, solamente habrían sido susceptibles de ser reproducidas en el arte las diosas, alegorías de la fertilidad o ideales de belleza que evidentemente nos son desconocidos.
Se habían obviado así, hasta no hace mucho, otras hipótesis posibles, como imaginar mujeres representándose a sí mismas, o sociedades en las que se atribuyera a las mujeres comunes una importancia crucial.
Si bien la mayoría de las pequeñas esculturas y plaquetas con este tipo de figuras aparecen en entornos domésticos (interior de las cuevas o casas, o alrededor de los hornos, auténticos centros de producción de arte mueble, cerámicas y talla de útiles), de modo que posiblemente existiera una asociación de las mujeres con este ámbito, dicho vínculo no se muestra estático en los restos arqueológicos.
Venus de Willendorf (réplica).
© Museo de la Evolución Humana, Junta de Castilla y León.
Mujer recolectando miel. Pintura rupestre en la Cueva de la Araña (Valencia). © Museo de la Evolución Humana, Junta de Castilla y León.
Muy al contrario, con el tiempo, estas figurillas aparecen más frecuentemente en contextos funerarios o en campo abierto, como posibles delimitadoras del territorio, desplazándose progresivamente del foco del hogar. Varios autores plantean la posibilidad de que se trate del reflejo de una concepción matrilineal de las familias, ante su probable uso como primitivas marcas de propiedad de la tierra, o de pertenencia a un determinado clan. En cuanto al arte parietal, por lo general las representaciones humanas son mucho más esquemáticas y ambiguas. Habitualmente se asocian a mujeres las siluetas con caderas o senos pronunciados, ataviadas con faldas, o con melenas largas o tocados, ejecutando tareas diversas, tanto de producción como de ocio. Por otro lado, en múltiples escenas de caza, algunas de las siluetas presentan lo que parecen ser cabellos o tocados largos, y resulta arriesgado adscribirlas a un género concreto. En conclusión, por el momento, ante las escasas evidencias a las que debe limitarse el registro arqueológico, es extremadamente complicado asegurar la existencia de funciones diferenciadas en todos los ámbitos de la vida, hasta el punto de poder considerarse roles de género.
» lecturas sugeridas
» Gómez, A., “Los sistemas sexo/género en distintas sociedades: modelos analógicos y digitales/Sex/Gender Systems in Different
Societies: Analogical and Digital Models”, en Revista Española de
Investigaciones Sociológicas, 130, 2010, pp. 61-96. » Lamas, M., “Usos, dificultades y posibilidades de la categoría género”, en Revista de Estudios de Género, 1, 2015, pp. 10-61. » Merino, C. L., Arsuaga, J. L., y Martínez, I., “Por qué las mujeres son tan pequeñas: (¿son tan pequeñas?”, en Seminarios científicos del
Departamento de Geología, 2003, pp. 165-176. » Rosas, A., Estalrrich Albo, A., García Tabernero, A. y Rasilla Vives, M. D. L.,
“Investigación paleoantropológica de los fósiles neandertales de
El Sidrón (Asturias, España)”, en Cuaternario y Geomorfología, 29, 2015, pp. 3-4. » Soler, B., Las mujeres en la Prehistoria, Valencia, Museu de Prehistòria de València, 2008.