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Ciencia y filosofía? Las preguntas filosóficas y la relación entre ciencia y filosofía.
en Atapuerca (España), destacable no solamente por la gran cantidad de huesos humanos hallados en ella, sino también por el excelente estado en que se han conservado después de casi medio millón de años.
Gracias a circunstancias como la mencionada, pueden aplicarse las técnicas de extracción y análisis del ADN antiguo, para saber qué especies estaban emparentadas entre sí, en qué casos pudo haber hibridaciones, e incluso algunos de sus rasgos físicos.
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» Bermúdez de Castro, J. M. et al., Hijos de un tiempo perdido, Barcelona,
Planeta, 2004.
» Renfrew, C. y Bahn, P., Arqueología, Madrid, Akal, 1993. » Rosas González, A., Estalrrich Albo, A., García Tabernero, A., y
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» Watson, J. D. y Berry, A., ADN: el secreto de la vida, Madrid, Taurus, 2006. » lecturas sugeridas
» Por susAnA MAidAnA
Filósofa
Acerca de cuál es la relación entre ciencia y filosofía, aventuro responder que viene de una cualidad propia de la condición humana que es la curiosidad, el afán de saber, el preocuparse por las cosas. Esta curiosidad se origina al reconocer nuestra finitud y limitaciones.
No comparto la separación entre ciencia y filosofía porque las dos han nacido juntas en Grecia con los filósofos naturalistas,
que se preguntaban sobre el origen del universo, sobre el dinamismo de la naturaleza, por sus cambios incesantes. No por azar los filósofos naturalistas se llamaban fisicoi, que en griego significa ‘físicos’. Es por ello que la metafísica, ciencia que se pregunta por el ser de lo que es, era también física. La filosofía y las ciencias se preguntan sobre la verdad, la naturaleza, los valores, la política, la realidad externa y lo que varían son las diferentes respuestas a esas preguntas fundamentales, según se van transformando los contextos de época.
Los niños, desde muy pequeños, sienten la pulsión irrefrenable por preguntar sobre la vida, la muerte, la enfermedad y son las instituciones educativas, guiadas por un afán homogeneizador, que frenan esa curiosidad, intentando ocultar las diferencias y las particularidades. Sin embargo, el niño es el único que puede gritar: “El rey está desnudo” cuando el resto aplaude la inexistente vestimenta de oro del monarca.
La filosofía y la ciencia pueden compararse con la actividad de cazar por su pretensión de conquistar la presa, con inteligencia, trabajo y pasión.
La pregunta por el lenguaje
Si bien desde los griegos se definió al hombre como “animal racional”, la filosofía contemporánea acentuó la capacidad simbólica gracias a la cual damos nombre a las cosas y nos comunicamos con los otros. El lenguaje no es solo hablado sino también afectivo, corporal, valorativo.
Los hombres estamos en el mundo y nos vinculamos con la naturaleza, con las cosas y con las otras personas y entablamos, la mayor parte de las veces, relaciones de conocimiento, cuyos productos son la ciencia, el arte, la tecnología, la filosofía y otros múltiples saberes. Esa capacidad simbólica cubre nuestras faltas y limitaciones y ofrece seguridades porque gracias al conocimiento sabemos a qué atenernos, porque las leyes científicas brindan puntos de apoyo. Recordemos que el término ciencia viene del griego episteme que significa ‘punto de apoyo’.
La filosofía contemporánea eligió como objeto de estudio el lenguaje, gracias a las investigaciones lingüísticas de Ferdinand de Saussure, a las observaciones sobre el lenguaje de Nietzsche y al lugar predominante que adquirió el lenguaje para Freud. No obstante, no podemos desconocer que la filosofía, desde sus orígenes, se ocupó del lenguaje, así lo hicieron los presocráticos, Platón, San Agustín y los filósofos modernos de la talla de Bacon, Hobbes, Berkeley y Hume, quienes fueron capaces de
ver cómo el lenguaje era un instrumento para decir el mundo, pero también para ocultarlo y para naturalizar lo cultural.
Por cierto, la ciencia se vale del lenguaje, al igual que la filosofía, porque los hombres pensamos en un lenguaje y somos seres simbólicos. Nacemos en un lenguaje y, a través de él, vemos, comprendemos y transformamos el mundo.
Una noción de lenguaje que considero operativa para la relación enseñanza aprendizaje es la de Ludwig Wittgenstein, especialmente la que formula a partir de su concepción pragmática del lenguaje. Sostiene esta concepción pragmática del lenguaje, según el filósofo vienés, los hombres aprendemos una palabra en el momento en que la usamos. El pensador niega la existencia de un lenguaje universal porque hay múltiples juegos de lenguaje. Cada juego de lenguaje expresa una forma de vida toda vez que “imaginar un lenguaje es imaginar una forma de vida”. Las formas de vida son variadas y tienen sus propias reglas que van cambiando con el tiempo y con el uso. Así se crean nuevos nombres que muestran distintas formas de vida colectivas. Esta visión del lenguaje contribuye a destruir las visiones etnocéntricas y hegemónicas y nos abre el camino hacia la aceptación de la diversidad y de la particularidad con sus propios valores, ni mejores, ni peores.
La pregunta por el conocimiento
Los seres humanos somos deseantes, permanentemente buscamos aquello que no tenemos y que queremos conquistar, y no importa tanto el logro de la meta, sino el impulso que nos mueve a la búsqueda. La ciencia, cualquiera que sea su objeto, es un proceso de investigación permanente, atravesada por incertidumbres. La filosofía, por su parte, también propone una investigación permanente y es consciente de que la totalidad del saber es imposible de alcanzar porque ello significaría el fin de la cultura.
Todo el proceso educativo, desde los primeros años hasta la universidad, se apoyó en la idea racionalista de que vivimos para pensar, cuando, en realidad, pensamos para vivir, porque necesitamos el conocimiento para comprender, transformar el mundo y para emanciparnos de las cadenas mentales, que crean monstruos.
Con nuestra historia familiar, el contexto de nuestra época y nuestra cultura, la experiencia y la educación formal vamos construyendo lo que sabemos. Ningún conocimiento parte de cero, sino que todos poseemos una serie de ideas, imágenes, conceptos, creencias desde las cuales vemos e interpretamos la
realidad. Ni los estudiantes, ni los profesores, dejamos afuera del aula esa trama simbólica.
Una larga tradición positivista, que nació en el siglo XIX, percibió las ciencias naturales y a sus paradigmas como los verdaderamente científicos, desvalorizando la filosofía, las ciencias sociales y las humanidades.
Sin embargo, a quienes nos dedicamos a este viejo oficio de filosofar no nos desvela determinar el carácter científico de la filosofía porque ella comparte con la ciencia múltiples espacios y preocupaciones. La mayor parte de los filósofos, de aquellos que han marcado hitos en la cultura, han sido grandes científicos, como por ejemplo el gran matemático y filósofo Descartes, entre otros.
No obstante, en el imaginario social circula la idea de que la filosofía es un quehacer extraño, ajeno a las preocupaciones cotidianas, que repite palabras a las cuales solo tienen acceso un grupo de elegidos. Sin embargo, la filosofía es fecunda, se ocupa de estudiar las lentes a través de las cuales los hombres miramos el mundo. Se relaciona con la sociedad, la economía, la política, la ética, la estética.
El conocimiento científico y el filosófico producen un goce al arribar a la explicación de un texto, al descubrir una teoría física o al finalizar el diseño de un edificio. El conocimiento científico es una incesante búsqueda de la verdad, que jamás conquista la totalidad de los saberes y que tampoco garantiza certeza porque el conocimiento científico es dinámico, histórico, cambiante, y se transforma al cambiar la sociedad y la cultura.
Los seres humanos nos nutrimos del pasado, somos el producto de nuestra biografía personal, estamos atravesados por nuestra historia, con la cual entablamos una relación conflictiva; a veces, deseamos dejarla atrás, y, otras, nos identificamos con lo que hemos sido. Pero también tendemos al futuro porque estamos proyectados hacia delante; somos nuestros proyectos y posibilidades. Somos posibles químicos, matemáticos, físicos, literatos, geógrafos, filósofos, artesanos, obreros o costureros.
La filosofía recorre de modo transversal todos los saberes. Así el físico investiga sobre el espacio, el tiempo, la materia y, por su parte, el matemático se ocupa de números y figuras, mientras que el filósofo inquiere qué son los números, si son entidades ideales o reales, o en qué consisten la sustancia, el espacio, el tiempo.
¿Cuáles son los enemigos de la ciencia y de la filosofía?
Uno de los enemigos que tienen en común ciencia y filosofía es el dogmatismo, que consiste en ser incapaz de reconocer que el otro tenga razón y que ve el mundo desde una sola perspectiva. La práctica del pluralismo, la flexibilización de las certezas, la incertidumbre de la realidad, del conocimiento y de la acción son los aliados inseparables del conocimiento, cualquiera sea.
Otro de los enemigos es el positivismo que anidó en todo el sistema educativo argentino, al normativizar los cuerpos, al convertir en natural lo cultural y social. El lenguaje positivista sostenía que las culturas operaban bajo exclusiones: entre razón y sinrazón, excluyendo a la última y elaborando los discursos desde la razón, la salud y la ley. En el terreno epistemológico, el positivismo contribuyó a instaurar un pensamiento reduccionista y simplificador, desterrando la complejidad y la multidimensionalidad. El diálogo entre los saberes, comprender que los conocimientos no son ámbitos separados y sin conexión, sino interrelacionados son algunos de los desafíos de los nuevos tiempos, que son reacios a la hiperespecialización, a la separación de saberes y a la descontextualización de los conocimientos.
Una perspectiva interesante ofrece Edgar Morin cuando recomienda reformar el modo de pensar para aprender a aprender, abandonando la pulsión simplificadora que divide, recorta, busca la parte, para avanzar hacia la complejidad que reconozca la multidimensionalidad del universo, de la naturaleza y del hombre. En realidad, el conocimiento es una totalidad que los hombres hemos debido fragmentar en parcelas para poder comprender.
Es imposible entender una teoría, una obra de arte, un pensamiento filosófico si no los contextualizamos en el espacio y en el tiempo de los cuales surgieron y si no comprendemos con quienes discuten. De otro modo, estamos condenados a repetir conceptos ininteligibles.
Lo más preocupante de la sociedad actual, entre otros aspectos, es la naturalización de lo cultural, la domesticación de lo diferente y la aceptación conformista de lo que somos. Considero que hay que aprender a ejercer la libertad, a caminar por las sendas de la diversidad y a hacer respetar nuestros derechos y el conocimiento tiene mucho que ver con esto.