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De qué hablamos cuando hablamos de inmigración?

» Por FABiAnA tolCACHier

Historiadora y docente

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Bolita, gringo, chino, paragua, ruso, negro, clandestino… son representaciones que circulan cotidianamente, en la tele argentina, en las redes, en las canchas de fútbol, en las calles, en la escuela y que aluden a imágenes nada neutrales que se adscriben a aquellas personas portadoras de identidades diferenciadas respecto de la sociedad mayoritaria. A su vez si indagamos las historias de vida de quienes han atravesado experiencias de desarraigo, encontraremos una gran diversidad de situaciones que los han impulsado a dejar sus lugares de origen en busca de nuevos destinos, ya sea en forma definitiva o temporaria.

Desde las ciencias sociales se han aportado diversas explicaciones para pensar las migraciones considerando algunos ejes de sus múltiples dimensiones. En cuanto a su temporalidad, si bien desde períodos inmemoriales hubo movimientos poblacionales entre distintas regiones del planeta, la magnitud, fluidez e intensificación de los flujos migratorios resulta un fenómeno relativamente contemporáneo facilitado por el desarrollo de los transportes y de las comunicaciones, en consonancia con la expansión de la economía capitalista. En este contexto de mundialización, los Estados nacionales fueron definiendo la categoría de inmigrante –en contraste con el concepto de ciudadanía– con una tipificación política y jurídica precisa, lo cual ha recibido su contraparte en el derecho internacional.

Si abordamos la distancia geográfica de los desplazamientos, la inmigración resulta un fenómeno multiescalar. En efecto, podemos observar movimientos intercontinentales como las migraciones trasatlánticas que han caracterizado el siglo XIX y primera mitad del XX; los desplazamientos al interior de un mismo continente como las migraciones entre países limítrofes –más fluidas desde la segunda mitad del siglo XX al presente–, y las llamadas migraciones internas, es decir, los movimientos poblacionales desde las áreas rurales a las urbanas.

Además de estas clasificaciones que intentan comprender la diversidad de las migraciones, es importante tener en cuenta las explicaciones que se han dado sobre sus causas. Como punto de partida, los especialistas usan el término multidimensional para

dar cuenta de un fenómeno heterogéneo y complejo, y que requiere ser analizado en los ámbitos sociohistóricos respectivos.

A modo de una sintética historización, las primeras teorías que recortaron el fenómeno migratorio como objeto de estudio se retrotraen hacia fines de la década de 1950 y principios de 1960. Bajo un clima epistemológico inspirado en los grandes modelos macrosociales que centralizaban sus análisis en los desequilibrios entre los factores económicos y demográficos (marco push-pull/factores de expulsión y atracción), podemos mencionar el estructural-funcionalismo y la teoría de la modernización (influenciados por la teoría económica neoclásica); el marxismo estructuralista (ideológicamente opuesto), y la tradición malthusiana de la escuela de los Annales.

Mientras las corrientes inspiradas en la teoría neoclásica explicaban las migraciones por la desigual distribución espacial del capital y del trabajo y los diferenciales de salarios y precios relativos, el marxismo –que abordaba los procesos sociales en términos de conflicto y no de equilibrio– señalaba que las migraciones, lejos de equiparar las desigualdades entre países periféricos e industrializados, las profundizaba.

La renovación de estas visiones que anteponían los determinantes estructurales a la adopción de decisiones por parte de los individuos comenzó a resquebrajarse con el revival étnico de la década de 1970, y la consiguiente reivindicación de los derechos políticos y civiles de las minorías. Este nuevo clima de época propició la crisis de los grandes modelos macrosociales y los historiadores comenzaron a darle más importancia a la historia social que a la historia económica, incorporando nuevas dimensiones de análisis como la experiencia y las estrategias de los sujetos sociales frente a las grandes estructuras. Así comienzan a desarrollarse estudios empíricos que enfatizan el peso de las redes migratorias con la consiguiente relevancia de las relaciones interpersonales y del capital social a la hora de emigrar, de conseguir empleo y establecerse en determinadas áreas de residencia. Estudiar redes migratorias implica observar el fenómeno de las migraciones en un plano intermedio que no es el de las decisiones individuales de las personas, ni el de las grandes estructuras económicas o políticas que determinan la vida de los sujetos. En consecuencia, el estudio de redes ayuda a comprender mejor cómo y por qué se producen las migraciones.

Por su parte, en relación con el tipo de migraciones diferenciales que se ha incrementado en las últimas décadas –desplazados

y refugiados–, se ha incorporado la dimensión política antes soslayada por las teorías precedentes, considerando el enorme impacto de las políticas restrictivas del acceso de nuevos inmigrantes, la selectividad de los mismos y los impedimentos a la libre circulación de personas que interponen los Estados y los bloques regionales conformados por los países centrales convertidos en los principales receptores de inmigrantes desde las últimas décadas del siglo XX al presente.

El caso argentino

El denominado caso argentino es un ejemplo de los tipos de inmigración que hemos señalado. Argentina fue un país de atracción de inmigrantes: el primero de América del Sur y el segundo del continente después de los Estados Unidos. En el transcurso de medio siglo (1880-1930), ingresaron al país seis millones de inmigrantes, aunque solo poco más de la mitad se estableció en forma definitiva.

En forma mayoritaria vinieron inmigrantes de la cuenca mediterránea: aproximadamente la mitad de todos los extranjeros llegados de ultramar a la Argentina eran italianos y una tercera parte provenía de España. De los restantes, los grupos más numerosos fueron los polacos, seguidos por los rusos, los franceses, los alemanes y otras minorías como la sirio-libanesa.

No fue casual. En el contexto de las crisis generadas en Europa a partir de la Revolución Industrial, el caso argentino se atribuye a una fuerte política de Estado proinmigratoria que se formaliza en la Ley de Inmigración y Colonización de 1876, con el objeto de atraer la mano de obra necesaria para el despegue del modelo agroexportador que insertaría al país en el mercado internacional como granero del mundo. Desde una perspectiva de larga duración, Fernando Devoto distingue seis grandes oleadas en la historia de la inmigración ultramarina en Argentina. Respecto a este período, señala que en la década de 1880 el porcentaje de grupos familiares entre los arribados será más alto y el porcentaje de retornos más bajo. Las oportunidades en el campo argentino y la crisis en algunas campañas europeas (como la de la llanura del valle del Po) se aunaban para esa traslación de familias campesinas que emigraban en conjunto. Sin embargo, nuevamente aquí es necesario observar que la notable expansión de oportunidades seguirá en la Argentina del litoral dos vías paralelas y complementarias: el crecimiento del poblamiento rural al compás de la expansión cerealera, y el de las ciudades, al compás de la

construcción de la infraestructura urbana, de la edilicia pública y privada, de los sistemas de transportes y portuarios.

Ante la gran crisis económica de la década de 1930 y en un nuevo escenario internacional de proteccionismo comercial y de restricciones de circulación de personas, la política de puertas abiertas se fue estrechando con la implementación de criterios selectivos y la Argentina siguió recibiendo inmigrantes de ultramar en magnitudes muy inferiores a las décadas precedentes. Parte de estos nuevos inmigrantes huían de las devastaciones provocadas por las guerras mundiales y de las persecuciones de los totalitarismos.

Simultáneamente, la inmigración de países limítrofes constituye un proceso que ha tenido continuidad, al menos desde que se conocen los primeros datos censales desde la segunda mitad del siglo XIX hasta el presente. No obstante, esta inmigración nunca ha sido muy numerosa y su volumen ha representado históricamente entre el dos y el tres por ciento del total de la población argentina. La extensa frontera que posee Argentina con los distintos países colindantes –Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay– ha posibilitado el ingreso de una migración registrada o reconocida y una no registrada o indocumentada, que se inserta en los sectores más desfavorecidos del mercado de trabajo.

En la década de 1990, la crisis económica y el alto nivel de desempleo estructural precipitaron reacciones xenófobas por parte de algunos sectores que tendieron a demonizar al migrante como competidor desleal, usurpador de las fuentes de trabajo e invasor.

Esta percepción estigmatizante del inmigrante limítrofe portador de marcas del mestizaje, condensa la construcción de una otredad basada en el cuerpo, la clase, la cultura y la condición de extranjería, que contrasta con el ethos social integracionista condensado en el mito del crisol de razas edificado en el imaginario cultural de la Argentina como enclave europeo en América Latina.

La inmigración hoy: muros y globalización

Cotidianamente asistimos a una proliferación de noticias que dan cuenta de diversas tragedias humanitarias protagonizadas por inmigrantes, desplazados y refugiados que huyen de la extrema miseria, de guerras y de persecuciones. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR, el número

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de refugiados y desplazados en el mundo alcanzó en 2017 un nuevo récord, al sumar 68,5 millones.

Estas tragedias humanitarias, que se ven potenciadas por las barreras que interponen los Estados o bloques regionales centrales como los Estados Unidos o la Unión Europea, dan cuenta de una paradoja cada vez más insostenible de nuestro mundo globalizado: se ha tendido a favorecer una liberalización de los intercambios de capitales, bienes y servicios, pero se ha restringido la circulación de inmigrantes. Muchos pensaban que la globalización económica avanzaría hacia la extinción de las fronteras. Pasó todo lo contrario. A partir de los años ochenta, las migraciones se han transformado en tema prioritario en las políticas de seguridad interna e internacional. Se han multiplicado las estrategias de control de los flujos migratorios. Han proliferado los campos de refugiados. Se han creado y endurecido los trámites fronterizos y los muros se siguen edificando a lo largo de diversas fronteras como en Cachemira, Sahara Occidental, Israel, Estados Unidos/México, etc. La conclusión es evidente: la globalización lejos de suprimir las fronteras, las ha fortalecido. A su vez, en los países centrales –ahora principales receptores de inmigración– han crecido las expresiones políticas xenófobas y racistas.

Frente a este paradigma de control y seguridad, es muy complejo aventurar la direccionalidad futura de la cuestión migratoria y la capacidad de presión de organismos trasnacionales para propiciar medidas en línea con los derechos humanos de los inmigrantes.

» Benencia, R., “Migraciones y situaciones en el ámbito de trabajo”,

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Población y bienestar en la Argentina del primero al segundo Centenario,

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Disponible en: https://elpais.com/especiales/2015/refugiados/

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