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Un acercamiento a las fotografías post mortem del siglo XIX “La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera” José Guadalupe Posada
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esde la aparición del daguerrotipo en 1844, antecedente de la fotografía, cambió nuestra forma de ver el mundo. A través de un lente podemos conservar la imagen de un ser querido, recordar gratos momentos; algunos instantes de alegría o de nostalgia que nos permiten reconstruir nuestra vida.
Como parte de este proceso, desde el último tercio del siglo XIX muchas familias recurrieron a la fotografía post mortem, es decir de los cuerpos de sus difuntos, para guardar un recuerdo indeleble de algún familiar o amigo. Del gran cúmulo de estas fotografías sobresalen los retratos de los llamados “angelitos”, niños de entre uno a tres años que al fallecer fueron vestidos evocando algún ángel o santo. Esta práctica fue un rito que reflejaba una forma entrañable –aunque dolorosa– de recordar el profundo amor y respeto para los seres queridos. Como parte de su tarea para impulsar la comprensión del fenómeno de la muerte, el Museo Panteón de San Fernando presenta esta serie de fotografías que retratan una de las formas con que las personas decidieron hacer perdurar el recuerdo de aquel ser querido que ha dejado el mundo de los mortales. Estas imágenes son, asimismo, el testimonio de una manera especial de recordar a aquellos que se nos han adelantado en el viaje sin retorno…
Mujer sentada carga un bebé muerto, retrato Guanajuato, México, ca. 1900 Colección: Incremento Acervo “Romualdo García e Hijos” Fototeca Nacional SINAFO/INAH
“La fotografía post mortem es una especie de catarsis para los familiares que perdieron un hijo. No son fotografías artísticas, sólo excepcionales. No tienen alardes técnicos. Sólo el aplomo y solemnidad con que los acompañantes ven el objetivo de la cámara, la ternura con que miran al pequeño y el lazo afectivo que los une”. Tiberio Álvarez.
Cadáver de una niña sosteniendo una bugambilia entre las manos Ciudad de México, 1915 Colección Casasola Fototeca Nacional SINAFO/INAH
Los altos índices de mortalidad infantil en el siglo XIX nos señalan que los niños fallecían a una edad relativamente temprana, entre el primero y el quinto año de vida. Las principales causas fueron infecciones pulmonares, fiebres o viruela. Varios de los fotógrafos post mortem, como Juan de Dios Machaín, asistían directamente a la casa del “angelito” para fotografiarlo; incluso algunos acondicionaron un estudio con la finalidad de capturar la imagen del niño recién fallecido.
Familia junto al cadáver de un niño Fresnillo, Zacatecas, México, 1940 Colección José Antonio Bustamante Fototeca Nacional SINAFO/INAH
A finales del siglo XIX y albores del XX destacaron como retratistas post mortem varios fotógrafos como Juan de Dios Machaín, en Ameca, Jalisco, quien fotografiaba a los “angelitos” en su casa o en su estudio usando distintos fondos; Rutilo Patiño y Romualdo García, en Guanajuato; además de A. Martínez y los hermanos Casasola, en la ciudad de México. Quién quizás fue su máximo exponente, José Antonio Bustamante desarrolló su trabajo tanto en la capital de Zacatecas como en la Ciudad de México.
Mujer durante la velación de una niña Ciudad de México, ca. 1920 Colección Casasola Fototeca Nacional SINAFO/INAH
A las niñas se les vestía como la Virgen de la Inmaculada Concepción; los niños eran vestidos como San José o con la advocación del Sagrado Corazón de Jesús. En las manos se les solía colocar una palmita de azahar, una vara de nardos o azucenas que representan la pureza y la inocencia. La corona de flores simboliza la victoria sobre la muerte.
Velación del cadáver de un bebé con un ramito de flores entre las manos Ciudad de México, 1920 Colección Casasola Fototeca Nacional SINAFO/INAH
En varios de estos retratos apreciamos que los niños eran colocados en un altar cubierto de flores evocando nubes, haciendo referencia a que, vueltos “angelitos”, iniciaban su tránsito celestial.
Angelito y familia Fresnillo, Zacatecas, México ca., 1940 Colección José Antonio Bustamante Fototeca Nacional SINAFO/INAH
“La reconstrucción del funeral nos permite acercarnos a la manera en que la comunidad vive la muerte de un niño: mandan llamar a los padrinos de bautismo pues ellos desempeñan un papel primordial en las exequias, ya que son los encargados de amortajar a su ahijado con el atuendo y la corona que la madrina confecciona o manda hacer”. Gutierre Aceves.
Velorio Ciudad de México, 1915 Colección Casasola Fototeca Nacional SINAFO/INAH
“Esos ojos abiertos que jamás se olvidan, la piel que aún se ve tierna, aquel rostro todavía fulgurante que parece dormir un plácido sueño… Nada más apropiado para eternizar a un ser querido que los retratos post mortem de niños, esos angelitos que se han ido tan pronto de este mundo que apenas queda el recuerdo… y su fotografía”. Sara Bringas Cramer.
Cadáver de un niño sobre una cama rodeada de flores en una habitación Ciudad de México, 1915 Colección Casasola Fototeca Nacional SINAFO/INAH
Para el pensamiento cristiano si la niña o niño había fallecido después del bautismo se le llamaba párvulo o “angelito”, estaba libre del pecado original y por lo tanto entraba al Paraíso, lugar donde formaba parte de la corte celestial de Dios y era protector de su familia.
Sor Matiana Francisca del Señor San José Siglo XVII. Anónimo Museo Nacional del Virreinato INAH
En los retratos de monjas coronadas se presentan varios elementos iconográficos: la palma depositada en las manos significaba la castidad llevada a lo largo de su vida; la corona, era símbolo de victoria sobre la muerte; el Niño Dios representaba al divino esposo; una vela, símbolo de la fe. En varias de las imágenes hay presencia de flores con distintos significados: una rosa roja era símbolo de la gracia y el martirio; la blanca de la pureza; el jazmín significaba sencillez; el nardo se relacionaba con la oración; mientras que el clavel era un canto a la obediencia y la penitencia. Por último el lirio, era el símbolo de la pureza y castidad.